sábado, 26 de septiembre de 2015

CAPITULO 19 (primera parte)






Paula había llegado a Tahoe para demostrar la culpabilidad de Pedro, y él había girado el tablero hacia ella.


Ahora estaba segura no sólo de su inocencia, sino de su compasión y comprensión, también.


Era demasiado perfecto, y demasiado difícil de resistir.


Ella levantó la vista, de repente, y se dio cuenta que no le había dicho a dónde quería que la llevara.


—¿A dónde vamos?


—A mi casa para conseguir esas muestras de fertilizante y gasolina.


No. Ella no quería ir, no quería recoger ninguna evidencia que pudiera vincular a Pedro con el crimen.


Pero sabía que él tenía razón. Si había una posibilidad de que definitivamente pudieran descartarlo, ella podría llamar a McCurdy para conseguir que él oficialmente terminase con la suspensión de Pedro.


Sin embargo, necesitaba que Pedro le prometiera una cosa en primer lugar.


—Si resulta que tus muestras coinciden, prométeme que conseguirás un abogado.


Atrapado detrás de un gran autobús turístico, apartó la vista de la carretera y la miró a los ojos.


—Lo haré, pero tú vendrás conmigo.


El autobús necesitaba con urgencia un tubo de escape. Olía como si el gas estuviera canalizándose directamente en su camioneta.


Ella frunció el ceño.


—Tú no me necesitas para encontrar un abogado.


—No se trata de encontrar un abogado. No estoy dispuesto a dejarte sola. No después de lo que pasó anoche. No hasta que encontremos al bastardo que provoca estos incendios.


Quería decirle que podía cuidar de sí misma, pero esas palabras se perdieron en la calidez de saber que alguien realmente estaba preocupado por ella.


En los últimos meses se había acostumbrado a manejar todo ella sola, sin pedirle ayuda a nadie, pero hubo un tiempo, antes de todo lo que le había sucedido a su familia, en que su padre y su hermano se preocupaban por ella. Ellos la habían mantenido a salvo, ya sea investigando a un nuevo novio o atornillando sus estanterías rebosantes para que no se cayeran en caso de terremoto y la enterraran.


Ella todavía estaba tratando de encontrar la manera de responder cuando él entró por un camino de grava que se imaginó era el camino de entrada a su casa. Al igual que el de Jose, era un sendero estrecho entre pinos altos. Y entonces, como por arte de magia, surgió un estanque con agua de color azul brillante, y más allá una hermosa pradera. 


El camino de entrada serpenteaba por las colinas ondulantes, hacia una casa impresionante de estructura de madera.


Era uno de los lugares más increíbles que jamás había visto. 


Y la belleza a su alrededor decía mucho sobre el hombre sentado a su lado.


—Tú hiciste esto, ¿verdad? —le preguntó en voz baja—. Tú construiste esta casa.


Él apagó el motor.


—¿Cómo lo adivinaste?


—Mi padre hizo lo mismo cuando era pequeña. Me recuerda mucho a donde crecí.


Ella había amado todas las paredes de su casa, la casa del árbol en el patio trasero que había ayudado a su padre a construir, pintar y decorar, las flores que había plantado en la tierra y regado con cuidado todo el verano para que cuando llegase su padre en el otoño todavía hubiera flores.


—Suena como que fue un gran padre.


Algo grande, pero frágil, se rompió en su interior.


—Lo era. —Una de las paredes que protegían su corazón ahora yacía en fragmentos a sus pies.


—Me hubiera gustado conocerlo.


Paula se miró las manos. A cualquier lugar, excepto a Pedro. No quería que la viera así de débil, solo porque él había expresado un deseo sincero de conocer a un hombre que echaba de menos cada día.


Obviamente, sintiendo que ella tenía un pie atrapado en arenas movedizas, él llevó las cosas a la cuestión que los ocupaba.


—Mi taller está pasando la casa, por detrás. Cuanto más rápido obtengamos una respuesta de David acerca de mis muestras, será mejor.


Ella se bajó de la camioneta, agradecida por su comprensión, pero mientras seguía a Pedro por los escalones de la entrada, cada nervio dentro suyo estaba en el borde. Lo último que quería era estar a solas con Pedro en esta hermosa casa que él había construido. No cuando una tonta parte de su cerebro había empezado a pensar en los cuentos de hadas tan pronto como había puesto los ojos en la propiedad.


¿Y si ella hubiera conocido a Pedro en otras circunstancias? ¿Y si hubiera llegado a su casa para una emocionante cita, más que a medio camino de enamorarse de un fuerte y robusto bombero? ¿Qué habría pasado entonces? ¿Se habrían metido en su bañera juntos y besado hasta que estuvieran tan locos el uno por el otro que apenas pudieran subir las escaleras a su habitación? ¿Se habría quedado dormida en sus brazos después de hacer el amor y despertaría junto a él a la mañana siguiente?


Trató de decirse a sí misma que ella sólo tenía esas fantasías porque estaba cansada. Pero mientras caminaba por un camino asfaltado hasta la puerta principal, se le hizo agua la boca por enésima vez por sus brazos musculosos y bronceados, sus anchos hombros y su sexy parte trasera, pero su corazón anhelaba una conexión más profunda.


Amor.


Él abrió la puerta desbloqueada del frente y la condujo a una cocina llena de luz. Nunca había tenido mucho ojo para los colores y formas, pero ahora sabía exactamente como quería que su casa se viera algún día. Vigas de pino expuestas, enormes paneles de vidrio, encimeras de azulejo moteado del color de la piedra natural.


Él abrió la nevera y le entregó una lata de refresco. De pronto, dándose cuenta de lo seca que estaba su boca, ya que no había tocado nada en el restaurante, tomó un largo trago de la lata. Y entonces cometió el error de mirar de nuevo hacia Pedro, y necesitó fuerza sobrehumana para apartar los ojos de sus dedos en la lata, sus labios en el borde de aluminio, su nuez moviéndose bajo su bronceada piel, ligeramente sin afeitar.


Se obligó a prestar atención a su muy impresionante casa otra vez.


—Habría sabido que construiste esta casa en el momento en que vi tus suelos. —Señaló hacia las incrustaciones ajustadas en la madera—. La mayoría de los contratistas no hacen este tipo de trabajo detallista. No vale la pena su tiempo.


—¿Tu novio es constructor?


Sus ojos volaron a su cara.


—No… —Ella se tropezó con las palabras, queriendo que él supiera—. No tengo novio.


La sonrisa de Pedro en respuesta quitó el aire de sus pulmones y se apartó de él. No podía soportar que la mirara de esa manera, como si supiera exactamente lo que quería, porque él quería la misma cosa.


—Es bueno saberlo —dijo finalmente. Y luego—: Ya que estamos aquí, ¿estás segura que McCurdy no va a insistir en que hurgues en los archivos de mis armarios? ¿Mi mesita de noche, tal vez?


Le requirió una gran voluntad evitar el enrojecimiento de sus mejillas.


—He visto condones antes.


Su voz fue suave y sexy cuando él la golpeó con:
—¿Incluso de tamaño gigante, del tipo estriado para el placer de la mujer?


Maldición. Él era bueno.


Ella se dio la vuelta y salió de la cocina, manteniendo la reacción para sí misma. Porque incluso aunque sabía que sólo estaba bromeando, sus cristalinos recuerdos de esa tarde seis meses atrás, y como su gran erección había presionado con fuerza en su vientre, le decían que él sólo estaba bromeando a medias.







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