sábado, 10 de octubre de 2015
CAPITULO 23 (segunda parte)
Pedro le entregó un chaleco salvavidas y un casco, se puso los suyos, entonces tomó la parte delantera de la balsa y la llevó a la orilla del río. La boca de Paula estaba seca y tenía el comienzo de un dolor de cabeza, así que bebió un poco de agua de una botella enganchada a la cintura de sus pantalones.
Al vivir en Lake Tahoe había visto suficientes turistas sufrir de problemas de altitud como para conocer los signos. Podía sentir su corazón trabajando más duro solo al estar parada quieta, así que bebió más agua antes de dar un paso con cuidado en la balsa. Lo último que necesitaba era ser derrotada por una migraña o náuseas. Después de una década de vivir a nivel del mar,Paula conocía los riesgos de estar a 8.000 pies de nuevo.
Cuando era un niña y tenía que escapar, —cuando si su madre estaba de juerga o un tipo asqueroso se había mudado al remolque, y ellos lo hacían todo el tiempo, —Paula iba al bosque, de excursión a un lago de montaña, a nadar en el agua helada y fingir que era otra persona, por lo general, una chica normal con padres perfectos y hermanos y hermanas con los cuales jugar.
Ahora que estaba a punto de remar por un río peligroso en una búsqueda para rescatar a su hermana secuestrada, esos sueños de la infancia se sentían como si pertenecieran a otra persona.
—Conseguir el equilibrio es lo más difícil —dijo — mientras los metía en el agua con su remo—. Una vez que resuelvas eso, todo irá bien.
Su tono natural era relajante, casi como si lo que realmente estuviera diciendo fuera: “No te preocupes. Todo va a estar bien”.
Después de torturarse a sí misma toda la noche sobre lo perra que había sido, era un gran alivio saber que no estaba resentido. Aún mejor, se sentía como si hubieran hecho algunos progresos.
¿Era demasiado, esperar que hubieran quitado lo peor de la tensión que crepitaba entre ellos? Todo lo que quería era un respiro para impulsarse juntos hacia adelante y encontrar a Agustina.
Al mismo tiempo, mientras observaba los músculos de sus brazos y piernas flexionándose a su lado en la balsa y riachuelos de agua corriendo por su mandíbula cincelada, tuvo que enfrentar los hechos: Sí, habían superado su ira, pero la tensión sexual no había desaparecido.
En todo caso, la nueva comprensión que tenía por lo que él había hecho, sólo hacía que lo deseara más, maldita sea.
Volviendo su atención de nuevo al río, trabajando duro para mantenerse erguida en el borde de la balsa, sus muslos de inmediato comenzaron a arder por el esfuerzo y sus hombros y cuello se tensaron hasta que estuvieron rígidos.
Lamentó no haber conseguido más horas de sueño la noche anterior, pero sus sueños habían sido tan oscuros e intensos, que casi había sido un alivio cuando Pedro la despertó. Había tenido sueños similares en las primeras semanas después de perder el bebé, en ellos se sentía como si estuviera tratando de alcanzar la luz al final del túnel y peleara contra la fuerza de arenas movedizas tirando de ella aún más profundo.
La cálida voz de Pedro interrumpió sus pensamientos.
—Trata de mantener tus extremidades flojas y relaja tu agarre sobre el remo.
Era un buen maestro, sabía exactamente cómo decirle que estaba haciendo todo mal sin conseguir que retrocediera.
¿Cómo podía haber olvidado eso de él, que era tan fuerte y tan suave al mismo tiempo? En lugar de hacerla sentir como un pez fuera del agua, en lugar de resaltar el hecho de que ella era la reina de la televisión en lugar de la chica maravilla al aire libre, veía lo mucho que lo intentaba y estaba siendo un apoyo increíble.
Así que a pesar de que su cerebro le decía que no aflojara su agarre sobre el remo o moriría, siguió sus instrucciones de relajarse. Tan pronto como dejó de tratar de controlar el agua, gastó mucha menos energía.
—Eso es —dijo alentadoramente.
Su paciencia significaba mucho para ella. No sólo quería demostrarse a sí misma que tenía lo necesario para montar los rápidos, sino que tontamente quería impresionar a Pedro, también.
Por desgracia, justo cuando estaba empezando a sentirse a gusto, el agua se puso blanca y espumosa. Chocaron y golpearon sobre ella y esta roció en su cara una y otra vez, empapándola rápidamente de la cabeza a los pies.
Supuso que parecía una rata ahogada, con el agua fría bajando por su nariz y barbilla. Y eso le molestaba, a pesar de que sólo Pedro podía verla; y él la había visto lucir mucho peor.
—Ya viene nuestra primera caída, unos cien metros más adelante. ¿Estás preparada para ello?
—Por supuesto —mintió, preguntándose qué diablos era una “caída”, pero sabiendo que decir no, no era una opción.
El agua comenzó a batir más rápido, más fuerte y tomó cada gramo de su concentración permanecer sentada en la balsa.
—Lo estás haciendo bien, Paula. Sigue remando, justo así.
Y entonces, de repente, se toparon con un muro de agua blanca y sintió como si estuvieran en un ascensor cuyas líneas habían sido cortadas, cayendo hacia abajo, luego golpeando el fondo con tanta fuerza, que se ahogó con su propia saliva y casi se mordió la lengua.
Paula hizo todo lo posible por permanecer en la balsa, pero el agua era más fuerte que ella y lo siguiente que supo era que se estaba girando por el borde de la balsa. Conteniendo el aliento, trató de no entrar en pánico mientras se balanceaba hacia la superficie, los rápidos continuaban empujándola río abajo, sobre las rocas que raspaban sus piernas y brazos ferozmente.
Cuando finalmente fue capaz de salir por aire, vio a Pedro inclinado sobre el borde de la balsa, estirándose por sus manos.
— ¿Estás bien? —preguntó, su expresión claramente preocupada cuando la agarró por los brazos con ambas manos y tiró de ella en medio de la balsa.
Concentrándose en volver a meterse en la balsa, ella evitó su mirada para que no pudiera ver lo torpe y estúpida que se sentía.
Tratando de restarle importancia a la situación, dijo:
—No dijiste nada acerca de que una caída fuera una cascada —sus brazos hormigueaban, allí donde él había envuelto sus grandes manos alrededor.
—No creo que el hecho de que supieras lo que realmente significaba una caída ayudara en algo —dijo, sus ligeras palabras suavizando todos los lugares que había estado tratando de mantener fríos y duros.
—Además —continuó él— siempre es bueno conseguir tú primera caída del día de buenas a primeras. Hace que sea más fácil permanecer a bordo en las realmente grandes.
¿Tendrían que pasar por caídas más grandes?
Ella se apartó el pelo colgando en sus ojos bajo su casco.
Ninguna cantidad de spray para el cabello podía salvarla ahora. Si su personal pudiera verla morirían.
Pero en última instancia, sabía que su aspecto no importaba.
Tampoco el hecho de que Pedro fuera un enigma aún mayor de lo que había sido hace diez años. Lo único que importaba era encontrar a Agustina y traerla a casa.
El sol se elevaba alto en el cielo mientras remaban río abajo, las preocupaciones por Agustina cerrándose sobre ella de nuevo, pesadas y sombrías como sus sueños de la noche anterior.
¿Dónde estaba? ¿Estaba alguien haciéndole daño? ¿Y su hermanita estaría bien cuando finalmente la encontraran?
Le llamó la atención, una vez más, cuan perdida estaría sin el apoyo de Pedro. Y le asustaba que supiera lo mucho que dependía de él.
Al igual que tantos años atrás.
CAPITULO 22 (segunda parte)
El día no estaba yendo bien hasta ahora, pensó Pedro mientras los conducía por el sendero hacia la orilla del río.
Se había despertado con la mejor de las intenciones, planificando limar las asperezas que habían sacado la noche anterior. Pero luego ella insistió en que le pagaría por el equipo de senderismo y su orgullo se había torcido de nuevo.
Nunca antes había sido intimidado por el dinero de nadie.
Todavía no lo estaba. Pero no podía ignorar la dicotomía entre su salario y el de ella. Sus padres no habían sido felices con su elección de carrera. Ellos hubieran querido que fuera un médico, un abogado o un ingeniero. Pero nunca había estado cómodo con paredes rodeándolo.
Convertirse en un HotShot había sido un ajuste perfecto.
Y entonces, ella había conocido a Will, y lo había enojado seriamente observarla encantar los pantalones de su amigo.
La Paula de dieciocho años de edad que él había conocido nunca había estado particularmente cómoda con la atención masculina. Había escondido sus curvas detrás de sus camisas holgadas y pantalones. Pero ahora, en vez de desviar la admiración de un hombre, o simplemente ignorarla, parecía complacerse en su resplandor.
Él había querido pensar que todo era una actuación, un espectáculo que Paula había perfeccionado en los últimos años para conseguir un alto índice de audiencia, pero la verdad era que, siempre había sido carismática, simplemente le faltaba confianza.
Peor aún, sus instintos le gritaban que la sacara de aquí.
Lejos de las montañas, del río y los caminos, del cambiante tiempo, de los osos y pumas que estaban al acecho entre los arbustos.
El problema no era que ella fuese una mujer. Él estaba a favor de las mujeres bomberos. Eran tan duras como los hombres del equipo, a menudo más.
Infiernos, las mujeres lo lograban a través de las agonías del parto, y luego por lo general iban y lo hacían de nuevo.
Pero no podía soportar la idea de ver a Paula herida. A pesar de lo que había pasado entre ellos, Pedro quería saber que estaba sana y a salvo, de vuelta en un estudio de televisión, siendo su única preocupación lo guapa que lucía.
Había pasado mucho tiempo en las Montañas Rocosas, tanto combatiendo incendios forestales como de vacaciones durante sus temporadas bajas. El hecho era que, Paula no estaba preparada para nadar a través de rápidos de cinco niveles de regreso a una balsa que volcó.
Cuando Pedro tenía diez años, se había sacado varios dientes en unos rápidos de clase cinco en el Río Americano en California. Había sido expulsado de la balsa una docena de veces y se había golpeado la cabeza contra las suficientes rocas como para tener un sano respeto por el inmenso poder de las aguas blancas.
En pocos minutos iba a llevar a una novata a aguas similares en una ligera balsa inflable que era propensa a volcarse en aguas pesadas.
¿Estaba jodidamente loco?
Ella no tenía las habilidades para escalar una pared de roca o caminar a través de senderos de gruesas zarzas y arbustos muertos que desgarrarían su piel. Y nunca fue buena con las alturas, recordaba eso bastante bien.
Mierda, ¿a quién quería engañar? Recordaba todo. Hasta la última cosa sobre ella. Desde la forma en que su nariz se arrugaba cuando se reía hasta los pequeños sonidos que solía hacer antes de explotar debajo de él en la cama.
Joder. No podía ir allí. No con ella a un par de metros detrás suyo, tan cerca que podía detenerse, girar y besarla antes de que supiera lo que la había golpeado.
Unos cuantos minutos más tarde, estaban de pie en la orilla del río. Mirando fijo hacia el agua que se movía rápidamente, Paula no parecía asustada exactamente, más bien preocupada. Pero incluso con los pantalones cargo color
caqui y botas de montaña, seguía siendo una princesa mimada que no pertenecía a un río de cien sesenta kilómetros de movimientos rápidos o un rocoso sendero.
Necesitando apartar la mirada de su increíble belleza, tiró de la balsa para dos personas de su mochila y comenzó la ardua labor de inflarla.
De repente, ella dijo:
—Anoche, cuando dijiste que teníamos que trabajar juntos para encontrar a Agustina, tenías razón.
Queriendo evitar otra explosión, no levantó la vista de la balsa.
—Estoy bien, si tú lo estás.
Esperando como el infierno que lo tomara como una última palabra, se sorprendió cuando ella se arrodilló a su lado y le puso una mano en el brazo. No pudo evitar volver la cabeza, sus ojos verdes lo succionaron antes de que pudiera levantar una barrera invisible.
—Te debo una disculpa por la forma en que me comporté anoche. Estoy avergonzada de mi conducta.
Jesús, seguro que sabía cómo darle la vuelta a un chico con sus palabras. Sin duda, su reclamo en el motel había apestado, pero incluso él no podía negar que había dicho la verdad.
Cuando no dijo nada de inmediato, ella continuó:
—Tuve un poco de tiempo para pensar anoche después de que te fuiste. Tiempo de echarme una mirada a mí misma en el espejo. Francamente, no estoy orgullosa de lo que he visto.
Hizo una pausa y se humedeció los labios nerviosamente.
—Esas dos primeras semanas después del aborto, estuviste genial. No te di ningún crédito por eso anoche y lamento no haberlo hecho. Es solo que estaba tan atormentada por la culpa después de haber perdido al bebé que creí que era más fácil culparte que tener que mirarme a mí misma.
¿Culpa? No la estaba siguiendo.
— ¿De qué podrías sentirte culpable?
—Había estado tan asustada de tener un bebé. Me sentía tan poco preparada. Después del accidente no podía escapar de la voz en mi cabeza que me decía que yo había causado la muerte de nuestro bebé, que yo había hecho que sucediera por pura fuerza de voluntad.
Su revelación le dejó sin aliento.
—Jesús, Paula. No fuiste responsable del aborto involuntario. Fuiste golpeada por un coche. Es una locura pensar en cualquier otra cosa.
Pero incluso mientras negaba su declaración, se le ocurrió que él había sentido la misma responsabilidad por no protegerla mejor. Si hubieran sabido cuán similares eran sus pensamientos y reacciones en ese entonces, ¿había una posibilidad de que hubieran podido superarlo juntos como pareja y haber avanzado?
Ella se echó a reír, pero no había alegría en el sonido.
—Loca. Así es exactamente como me sentía. Y fue casi un alivio cuando finalmente mencionaste volver a trabajar. De esa manera podía llorar sola, sin tener que mantener ningún tipo de apariencia para ti —sus ojos verdes estaban llenos de remordimiento—. La verdad es que yo te aparté, Pedro. No te fuiste por tu cuenta.
Totalmente desarmado, se encontró con que quería que ella supiera que no era la única que lo había arruinado la noche anterior diciendo todas las cosas equivocadas.
—Yo también te debo una disculpa, Paula.
—No tienes que hacerlo, Pedro. Yo soy la que se portó mal.
—No debería haberte dejado sola en la habitación anoche, sabiendo lo mal que estabas por lo de Agustina.
Ella hizo un gesto para alejar su preocupación, pero él no estaba cerca de terminar.
—Y también tuve un poco de tiempo para pensar. Tienes razón. Yo te fallé.
Se había escondido en los incendios forestales. Combatir el fuego debía ser más peligroso que quedarse en casa, pero extrañamente, había sido una ruta mucho más segura.
—No estoy orgulloso de la forma en que me comporté. Me gustaría decir que fue porque solo era un confuso chico de veintiún años, o que estaba tratando de causarte menos dolor al no hablar del aborto, pero eso no es excusa. Quiero que sepas, que si tuviera que hacerlo otra vez, haría elecciones diferentes. Mejores elecciones.
Ella se acercó a él, llegando tan cerca que podía sentir el aroma suave y floral de la brisa soplando sobre su cabello.
—Estabas tratando de protegerme —dijo ella lentamente—. No puedo creer que necesitara que me lo explicaras en detalle. Especialmente cuando proteger a las personas del dolor es lo que haces, es lo que siempre has hecho, ya sea mantener a tu hermano fuera del fuego cruzado de tus padres o salvar vidas de extraños como HotShot.
Ella era la gravedad y él estaba cayendo. Pero solo porque estaban empezando a romper algunas de las barreras entre ellos, no podía cometer el error de enamorarse otra vez. No cuando eso lo había jodido tan magníficamente la primera vez.
—Es bueno que hayamos hablado de esto—dijo él finalmente— pero creo que deberíamos salir en la balsa y concentrarnos en el río.
Ella asintió rápidamente, era evidente su alivio porque la discusión hubiese concluido.
¿Hasta dónde iremos por el agua?
Él alisó el mapa sobre una gran roca.
—Estamos aquí —dijo, señalando un punto en el mapa— y tenemos que ir aquí. Vamos a estar en el río por unos dieciséis kilómetros.
—¿Y luego caminaremos el resto del camino?
—Ese es el plan —dejó la parte de la escalada fuera de la ecuación por el momento.
Ella levantó la vista hacia las montañas.
—Divertido.
Ese poquito de sarcasmo frente a una difícil tarea se parecía mucho a la chica que había conocido, pensó mientras se dirigía de vuelta a la balsa y se disponía a inflarla, le tomó todo lo que tenía mantener su enfoque en la búsqueda de Agustina, en lugar de en todas las razones para volver a enamorarse de su hermosa hermana.
CAPITULO 21 (segunda parte)
Paula se removió y dio vueltas en la cama dura y llena de bultos del motel. No sólo estaba terriblemente preocupada por Agustina, sino que se sentía muy mal por la forma en que se había comportado con Pedro.
Después que él dejó el motel, apenas había tenido la fuerza para despojarse de su ropa y arrastrarse debajo de las mantas. No recordaba nada después de eso, no hasta las dos de la mañana, cuando se despertó. Estuvo desorientada al principio, después de haber dormido en dos camas extrañas durante las últimas veinticuatro horas.
Pero rápidamente se dio cuenta que no estaba sola.
Pedro estaba sólo a unos cuantos centímetros de distancia, lo que significaba que no sería capaz de volver a dormirse, no cuando podía oírlo moverse en el sofá y respirar su delicioso aroma.
Él despertaba sus sentidos como ningún otro hombre había hecho.
Tan ansiosa como estaba por Agustina, todavía era un infierno para su sistema estar tan cerca de él, saber que si quería, podía arrastrarse fuera de la cama y envolver sus brazos alrededor de su cuello, acurrucarse en su regazo y enterrar el rostro contra su pecho.
Y ese era el problema: quería hacerlo. Muchísimo. Aun cuando habían estado peleando tan sólo unas horas antes, él todavía era hacia quien ella quería correr en busca de consuelo.
Y por placer.
Nunca había sido capaz de resistirse a él, ni por un solo segundo. Se había mudado a San Francisco porque si se hubiera quedado en Lake Tahoe, inevitablemente habría vuelto a él, a pesar de cuan vacía y rota se había vuelto su
relación.
Una y otra vez mientras él respiraba de manera uniforme a su lado, Paula consideró despertarlo y pedirle disculpas por las cosas que había dicho al salir del hospital. No era que no las hubiese querido decir, pero despierta en la oscuridad, sin nada que hacer salvo pensar, se dio cuenta de que podría haber abordado la confrontación de una forma diferente. Odiaba saber que no le había dado ni un centímetro de espacio para responder a sus quejas.
Había querido atacar. Con la intención de herir total y absolutamente.
Y sin embargo, sorprendentemente, él había vuelto a su habitación. Aun después de la forma en que lo había despedazado, no había dejado que buscara a Agustina sola.
No se había retirado por completo.
¿Si no fue capaz de alejarlo esa anoche, entonces había una posibilidad de que nada de lo que dijera o hiciera lo empujara a correr? ¿El hecho de que estaba durmiendo en el estrecho sofá significaba que había cambiado?
Apoyándose sobre las almohadas en la cama, lo miró dormir, sus inhalaciones aparentemente pacíficas y uniformes.
Todos los bomberos estaban capacitados para tomar descanso donde podían y de repente se le ocurrió que no sabía si él había venido directamente de un incendio hacia el hospital o incluso cuánto tiempo había pasado desde que había estado en la cama.
Muy posiblemente, recapacitó mientras su estómago se retorcía en un nudo apretado, no había estado solo en esa cama.
No llevaba un anillo, pero eso no quería decir que no estuviese saliendo con alguien. O que no estuviera a punto de hacerle la proposición a alguna pequeña y linda morena que adoraba todos sus movimientos y le hacía sentir como un millón de dólares.
Odiaba pensar en alguien más tocándolo. Besándolo.
Pedro era un amante mágico, prestaba especial atención a cada centímetro del cuerpo de una mujer, las curvas y picos, los huecos y puntos sensibles. Era el máximo sueño de una mujer hecho realidad. Un metro ochenta, bronceado y duro, con ojos azules que se hacían más claros o más oscuros con el sol o las nubes, con la hora del día, con lo que estaba sintiendo. Las mujeres querían grandes y fuertes manos como las suyas en sus cuerpos, querían correr sus dedos por su cabello oscuro y sedoso.
Su respiración se aceleró mientras recordaba con todo detalle como hacían el amor, calidez subiendo por su cuerpo, entre sus piernas, a las puntas de sus pechos.
Sería tan fácil volver a caer en la cama con él. Demasiado fácil. Pero ellos sólo terminarían hiriéndose nuevamente.
Y sin embargo, incluso mientras recordaba lo difícil que había sido superarlo, se sentía conmovida por su disposición a ayudarla ahora. Ni siquiera había tenido que pedirle ayuda. Él simplemente la había ofrecido. Aunque buscar a Agustina era potencialmente peligroso, no se había echado atrás, no había rescindido su oferta.
No sabía qué pensar sobre que Pedro se quedara con ella. ¿Simplemente era un héroe hasta la médula? ¿O había intervenido porque ella lo necesitaba?
Esas preguntas se repitieron a través de su mente una y otra vez hasta que el sueño finalmente comenzó a establecerse a su alrededor como una manta.
Estaba muy oscuro fuera de las delgadas cortinas del motel cuando él la despertó.
—Will está esperándonos. Nos iremos en quince minutos.
Ella salió de la cama, tomó su pequeña bolsa de medicinas del cuarto de baño, se cepilló los dientes y se aplicó un poquito de maquillaje.Pedro siempre había tomado su buena apariencia como algo garantizado, mientras que ella había tenido que descubrir la suya y cultivar su aspecto para que la gente la tratara de una forma que se venía natural para el magnífico bombero.
Paula había sentido la desaprobación ante su transformación cuando entró en su habitación del hospital y la vio en cachemira con pendientes de diamantes en las orejas. No iba a pedirle disculpas por quien era ahora. Se había construido una buena vida por sí misma y Agustina trabajando duro. Nadie le había entregado nada en una bandeja de plata.
Sin embargo, disfrutaba de la rara oportunidad de usar poco maquillaje. Aunque no había dejado que nadie la viera en público sin maquillaje durante una década, prefería la piel desnuda. Era la forma en la que había crecido y se sentía más joven, más suave de alguna manera.
Diez minutos más tarde, salió vestida con su ropa nueva, una ligera camisa de manga larga, pantalones cargo caqui y brillantes botas de cuero marrón que chirriaban un poco al andar. Las únicas compras que había dejado en la bolsa de plástico eran el sujetador deportivo y las bragas de algodón.
Nunca había sido una chica de algodón y estaba usando su habitual ropa interior de encaje y seda.
Los ojos de Pedro se abrieron cuando la vio y ella enderezó sus hombros y levantó su barbilla. Había pensado que el traje era bastante lindo, pero había estado usando diferentes versiones de la misma cosa por tanto tiempo que se sentía extraño ponerse algo completamente diferente. Casi como si hubiera cambiado de piel y entrado en una nueva y desconocida.
— ¿Todo encaja bien?
Habría esperado que él hubiese olvidado qué talla usaba a estas alturas, pero lo había recordado exactamente, hasta la talla nueve de sus botas. Una traicionera mariposa se soltó en su estómago ante el pensamiento de su íntimo pasado, y la constatación de que no se había olvidado de ella más de lo que ella se había olvidado de él.
—Perfectamente —dijo ella, y luego—: No te he dado las gracias por haber comprado todo esto para mí. Gracias.
Por lo general era la reina de las tarjetas de agradecimiento, de los regalos de anfitriona. Pero Pedro la ponía nerviosa.
Incómoda.
—Quiero que sepas que voy a pagarte por todo.
Paula no se sentía cómoda dejando que un hombre le comprara sus cosas. Durante los últimos diez años, siempre había pagado a su propia manera; y a menudo en sus citas también.
—Creo que no tengo suficiente dinero en efectivo en mi bolso, pero...
Él agarró sus mochilas y se dirigió hacia la puerta a la mitad de su frase.
—Puedo cubrirlo —dijo, su voz repentinamente dura.
Bueno, eso fue muy claro. Supuso que él todavía estaba enojado por la noche anterior y sabía que tenía que disculparse por su difamación de inmediato. Pero Pedro ya estaba a mitad de camino a través del estacionamiento y tuvo que trotar para alcanzarlo.
—Pedro, yo... —empezó a decir cuando recuperó el aliento, pero cuando levantó la vista, su amigo HotShot estaba esperándolos fuera de la puerta de atrás del hospital, apoyado en el parachoques de su camioneta. No había manera de que pudiera explicarle las cosas frente a su amigo, Will.
No estaba en absoluto sorprendida por lo alto y guapo del bombero local. Los bomberos HotShot eran un grupo increíblemente guapo que atraía a las mujeres como abejas al néctar. Paula sabía de primera mano cuán difícil, olvida eso, imposible, era resistirse a un bombero forestal.
—Encantado de conocerte, Paula. ¿Pedro me dijo que estás buscando a tu hermana?
—Su nombre es Agustina. Y me temo que no tiene ni idea de en lo que se está metiendo.
Will le dio un mapa a Pedro mientras subían a la camioneta.
Él mantuvo la puerta del pasajero abierta para ella y su estúpido corazón en realidad golpeteó ante su caballerosidad.
—Marqué la ruta que creo que deberían tomar hacia la comuna —dijo Will—. ¿Alguna pregunta?
Pedro estudió el mapa en la cabina extendida mientras salían del estacionamiento del hospital. Paula apretó más su gorra sobre su pelo y apartó la cara cuando pasaron cerca de una furgoneta de noticias.
—Parece bastante claro —le dijo Pedro a su amigo.
—No hay cobertura de móvil en ningún lugar en el área —dijo Will, luciendo preocupado—. Así que no se lastimen, ¿de acuerdo? Podría tomar un poco de tiempo encontrarlos si lo hacen.
Paula se estremeció ante su advertencia. Había vivido en la ciudad por tanto tiempo que había olvidado que había lugares donde no llegaba la señal de los teléfonos móviles y que allí no siempre podías pedir ayuda en el momento en que lo necesitabas.
Rápidamente dejaron la ciudad y empezaron a subir las montañas, el pavimento convirtiéndose en grava, luego en tierra. Will cambió a conducción 4x4 ya que la carretera se volvía cada vez más primitiva y pedregosa. Los tres permanecieron en silencio mientras conducían entre los altos pinos e imponentes secuoyas. Treinta minutos después, él detuvo la camioneta frente al enorme tronco de un árbol que yacía a través del camino.
—Me temo que esto es lo más lejos que los puedo llevar.
Con el motor de Will apagado, ella podía escuchar los pájaros cantando, el río gorgoteando, incluso la forma en que la brisa giraba las hojas como suaves campanadas.
Aquí fuera, en medio de montañas y arroyos, estaba el mundo de Pedro. Allí era donde pertenecía, mientras que ella estaba totalmente fuera de su elemento.
¿Tal vez Pedro tenía razón y ella debió dejarlo ir solo?
Aplastó el pensamiento tan rápido como llegó. Era sólo el miedo hablando. Ella había tenido miedo antes y había sobrevivido. Prosperado, de hecho. Haría cualquier cosa que tuviera que hacer para encontrar a su hermana y traerla a casa.
Después de despedirse, Will estaba claramente reacio a dejarlos y cuando se volvió lentamente a la camioneta y se dirigió por el camino, Paula también deseó que se hubiera quedado un rato más.
Cualquier cosa para evitar estar sola de nuevo con Pedro.
Su boca se secó mientras le entregaba su cargada mochila.
Dándole la espalda, ella deslizó sus brazos por las correas y se preparó para el peso. Pero en lugar de sacarla de balance, estaba sorprendentemente ligera.
Había visto la cantidad de equipo que había que llevar la noche anterior y mientras él se ponía su propia mochila, vio que estaba cargada con la mayor parte de sus cosas.
—No tienes que tomar todo por mí —dijo—. Quiero hacer mi parte. Apenas la miró.
—Estoy acostumbrado al peso. Tu no.
Caso claramente cerrado. Ninguna discusión. Sin espacio para el debate. Sabía que su palabra era ley aquí. La pregunta era, ¿se acostumbraría alguna vez a recibir órdenes de un hombre? ¿De Pedro?
Segundos después, él estaba desapareciendo en el bosque y no tuvo más remedio que darse prisa y alcanzarlo.
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