domingo, 18 de octubre de 2015

CAPITULO 49 (segunda parte)







El viento azotaba a través de los ojos de Paula, haciéndolos humedecer mientras se sostenía al manillar por su vida.


El hombre estaba conduciendo demasiado rápido, los árboles eran un borrón junto a ellos mientras él aceleraba por el camino lleno de baches. Ella seguía deslizándose, primero hacia un lado, luego al otro. Cerró los ojos contra el polvo del camino volando desde abajo de las ruedas, pero no pudo bloquear la imagen de Pedro cayendo fuera del sendero. Eso la perseguiría siempre.


Su captor se apretó contra ella y aunque le había dicho que estaba disgustado por la idea de tocarla, podía sentir la erección presionando en su trasero cada vez que golpeaban un bache.


¿Qué pasa si cambiaba de opinión acerca de violarla?


¿Qué pasa si ya había violado a Agustina?


La bilis subió a su garganta otra vez y junto con el mareo que sentía, casi arrojó todo por encima del manillar.


Vas a ver a Agustina muy pronto y luego van a encontrar la manera de alejarse de él.


Este mantra era todo a lo que podía aferrarse.


Su corazón se apretó y por un momento perdió el aliento al pensar en Pedro cayendo fuera del sendero. Estos últimos tres días con Pedro habían sido más de lo que jamás hubiera esperado. Sin embargo, no fueron suficientes.


Quería una vida entera.


Cuando la moto todoterreno terminó el camino, las manos de Paula rápidamente se entumecieron y sus piernas y trasero pronto la siguieron. No estaba segura de sí habían sido treinta minutos o dos horas para el momento en que él bruscamente pisó los frenos.


Su pecho voló contra el manillar y ella hizo una mueca de dolor cuando el hombre se bajó de la moto, alejándose sin deshacer los bloqueos que la mantenían cautiva.


Paula abría y cerraba sus manos para traer a la vida sus entumecidos miembros hasta que los hormigueos empezaron a dispararse por sus dos brazos. Parpadeando rápido para despejar la tierra húmeda de sus ojos, miró alrededor. Estaban estacionados al lado de un granero destartalado al final de una larga fila de andrajosos remolques viejos. Rodeada por las cajas de metal, era casi como ser una niña otra vez, salvo una gran diferencia.


No importa lo mala que fuese la vida en el parque de casas rodantes con su madre, nunca había temido por su vida.


—¡Agustina! —gritó, sólo en caso de que su hermana estuviese cerca, pero no hubo respuesta.


Y entonces el hombre volvió a aparecer, empujando a Agustina hacia adelante con su arma.


Aunque Paula estaba muy contenta de que su hermana estuviese viva, se quedó sin aliento por el estado en que se encontraba. Su rostro era un revoltijo de sangre y moretones, sus muñecas estaban atadas con cinta adhesiva y se veía terriblemente débil, como si pudiera caer inconsciente en cualquier momento.


—Me encontraste —dijo Agustina con los labios temblorosos.


Antes que Paula pudiera decirle a su hermana lo mucho que la amaba, que habría movido cielo y tierra para encontrarla, el hombre levantó la pistola y puso el cañón contra la cabeza de Agustina.


—Yo no conseguí decirle adiós a mi hermano —dijo, con sus manos y voz temblando de rabia—. Tú tampoco lo vas a hacer.


Paula frenéticamente tiró de sus cadenas, pero no había manera de que pudiera bajarse de la moto y salvar a su hermana.


Justo antes de que él apretara el gatillo, la mirada de Agustina fue constante, totalmente inquebrantable y Paula leyó, en los hermosos ojos color avellana de su hermana, todo el amor que nunca habían sido capaces de compartir la una con la otra.



*****



Pedro había estado corriendo por demasiados metros, demasiado rápido y sin nada de agua. Sus piernas estaban empezando a ceder y su pecho ardía. Con una fuerte brisa enviando los pequeños incendios que había encendido a trepar por los montones de arbustos de la montaña, tenía miedo de este estuviera a punto de convertirse en un escenario peor.


Sin otra opción más que la de seguir moviéndose hacia adelante, se empujó  a través de otros 150 metros, sus músculos y tendones gritando con cada pisada.  Los minutos se arrastraban mientras continuaba poniendo un pie delante del otro.


Los HotShot a menudo eran llamados superhéroes. Pero Pedro había estado haciendo ese trabajo el tiempo suficiente para saber que no lo eran. No eran más que hombres comunes y corrientes que a veces hacían cosas extraordinarias. Y al igual que cualquier otro hombre al borde de la deshidratación, él necesitaba agua.


O moriría.


Y luego, de repente, escuchó el agudo zumbido de las aspas de un helicóptero rompiendo en el silencio del bosque. 


Utilizando lo último de su fuerza, Pedro trepó al borde del acantilado para tratar de hacerse ver en el siguiente claro.


Sin embargo, el helicóptero voló más allá de él.


Sin opciones, encendió su última bengala y la dejó caer sobre la hierba seca a unos pocos metros.


Los segundos pasaron, el fuego se volvió más caliente, pero Pedro se mantuvo firme. Y entonces, finalmente, el helicóptero se dirigió hacia él, su amigo, Will, al mando de los controles.


Con el espacio abierto demasiado estrecho para aterrizar la aeronave, Will dejó caer la escalera y se situó por encima de las llamas. Pedro dio un salto y se aferró a un escalón, ordenándole a su debilitado cuerpo que consiguiera meterse de una puta vez en el helicóptero, sin perder el conocimiento.


Will estaba en su radio dándole a los HotShot de las Montañas Rocosas las coordenadas de los incendios cuando Pedro finalmente logro meterse dentro. Por lo general, cuando los incendios forestales eran atrapados tan tempranamente, sólo se necesitaban un par de contenedores de agua para apagarlos. Pedro esperaba que en esta oportunidad se requiriera solo eso.


Y, sin embargo, incluso si las autoridades locales lo metían en la cárcel por provocar el incendio, no cambiaría lo que había hecho. No cuando usar  las  bengalas había sido su única oportunidad de volver a Paula.


Will subió las cejas hacia su línea del cabello, cuando dejó su radio y vio el estado de su cara, brazos y ropas, Pedro estaba empapado de sudor, suciedad y sangre.


—Bebe esto —dijo, entregándole agua a Pedro. Mientras apuraba la botella, Will dijo:
—Recibí una llamada de algún tipo de la comuna. Él dijo que tú y Paula se dirigían por este camino en busca de su hermana y me preguntó si tenía previsto sobrevolar la zona hoy. ¿Qué carajo está pasando?


—Es una larga historia —dijo Pedro, sabiendo que necesitaba conservar su energía—. Paula está en problemas. Un gran problema. Tenemos que encontrarla. He estado siguiendo las huellas de una moto todo terreno. ¿Qué tan bajo puedes volar?


—Lo suficientemente bajo.


—Vuela tan rápido y tan bajo como sea posible.


El helicóptero se comió la distancia un centenar de veces más rápido de lo que Pedro habría sido capaz a pie. Un puñado de minutos más tarde, las huellas  salían abruptamente de la carretera hacia una densa arboleda.


—No puedo seguir las huellas más lejos —dijo Will.


—Encuentra un lugar para dejarme caer —ordenó Pedro—. Tienen que estar cerca.


A través de la densa cubierta de árboles, miraron hacia abajo a un pequeño parque de casas rodantes.


—Maldita sea —dijo Will—. Creí que todos estos remolques habían sido retirados el año pasado por el Servicio Forestal.


Justo en ese momento, Pedro vio un destello de color y movimiento. Arrojando la escalera del helicóptero de nuevo, la aseguró al borde de la aeronave.


—Acércate lo más que puedas. Voy a saltar.


Will no se molestó en decirle que estaba loco; simplemente se puso  a trabajar colocando el helicóptero por encima de un pequeño agujero entre los árboles.


Pero cuando se disponía a descender, la sangre de Pedro se heló.


Paula estaba encadenada una moto todo terreno y el hombre que lo había empujado por la montaña sostenía una pistola en la cabeza de su hermana, a sólo metros de distancia. En el tiempo que le llevara llegar al suelo, tanto Agustina como Paula podrían ser asesinadas.


Al borde de luchar la pelea más dura de su vida, la furia se extendió por cada célula, por cada nervio.


Él iba a salvar a Paula, incluso si tenía que morir haciéndolo.











CAPITULO 48 (segunda parte)





Su cuerpo palpitaba en una docena de lugares diferentes, pero Pedro apenas se daba cuenta. Todo lo que había sido capaz de pensar en su larga caída fue que había dejado a Paula a merced de un extraño.


Arriba, en el camino de la montaña, sin suministros, sin nada para protegerse, ¿quién sabe lo que el loco bastardo iba a hacerle, disparar el arma o violarla?


Pensamientos sobre perder a Paula amenazaron con desbordarlo completamente, a pesar de que cualquier HotShot de su sequito sabría cómo seguir adelante, incluso cuando un incendio forestal se convertía en un clusterfuck.


El día que Cristian había sido quemado, se las había arreglado para hacerlo bien en la montaña y luchar contra el incendio forestal, sabía que ahora tenía que ignorar los punzantes y fuertes dolores disparándose desde su cabeza hasta los pies. Tenía que volver a ese sendero y salvar a Paula, maldita sea.


Lentamente, activando un doloroso grupo de músculo a la vez, Pedro se puso a sí mismo en posición vertical, soltando una corriente de maldiciones guturales en el silencioso bosque. Era casi como si los pájaros y animales supieran que había algo malo allí abajo y hubiesen decidido permanecer ocultos hasta que pasara el peligro.


Increíblemente, no se había desmayado. Unos quince metros, chocando con rocas, troncos de árboles y arbustos espinosos y había sentido cada maldita cosa. Si no fuera por el simulacro de arbusto de naranjo que había detenido su caída, estaría muerto. Él iba a plantar un maldito bosque de eso cuando regresara al Lago Tahoe.


La mochila seguía atada a su espalda, imaginaba que probablemente había evitado que su espalda se rompiera, pero la tela estaba casi completamente destrozada. Por el ligero peso de la misma mientras se movía, supuso que estaba bastante vacía. Tendría que arreglárselas sin su kit de primeros auxilios, la comida extra, el agua y suministros.


Todo lo que le había quedado para trabajar era una navaja y un puñado de bengalas que permanecían en los bolsillos de sus pantalones tipo cargo.


Agarrando un grueso tronco de árbol, se puso a sí mismo en posición vertical, encajando la punta de sus botas en una grieta entre las rocas.


Fue lento hacia la montaña. Sus articulaciones gritaban en agonía. Las laceraciones en su cabeza y rostro picaban cuando el sudor goteaba en ellas. Con cada pequeño y doloroso progreso, hacía un llamado a sus años de entrenamiento extremo en incendios forestales, pensando en cada situación mortal de la que había salido con vida.


Pedro había arriesgado su vida unas cien veces por desconocidos. Esta vez estaba dando todo por la mujer que amaba.


Finalmente, sus dedos se engancharon por encima del borde del sendero. Hasta ahora, había sido capaz de utilizar en conjunto los músculos de la parte superior e inferior de su cuerpo, una compensación para los otros cuando fueran necesarios, pero ahora tenía que confiar solo en la parte superior de su cuerpo para levantarse a sí mismo sobre la cornisa.


Cerrando los ojos, respiró hondo y se empujó profundamente en la zona, un lugar donde el dolor era irrelevante, donde todo lo que importaba era que su cuerpo obedeciera a su cerebro.


Tres, dos, uno, ¡arriba!


Los bíceps y tríceps de Pedro se sacudieron y su hombro izquierdo dolió como la mierda, pero se puso a sí mismo en la cornisa, boca abajo, y se quedó allí hasta que recuperó el aliento, luego se arrastró sobre sus manos y rodillas hacia tierra firme, dejando un rastro de sangre y sudor detrás de él.


Poniéndose de pie, se inclinó pesadamente contra la fría roca en el interior del sendero.


Estaba peor de lo que quería admitir.


Un paso a la vez, un pie delante del otro, era la forma en que iba a tener que hacer esto. Las huellas estaban claramente marcadas en el barro. Gracias a  Dios  por lo menos una cosa estaba de su lado.


Los primeros cuatrocientos metros fueron los más difíciles. Pedro se sentía como un potro recién nacido que estaba aprendiendo a caminar; tambaleándose, tropezando, luego levantándose y volviendo a intentarlo.


Era imposible ignorar los dolores punzantes a través de su rodilla derecha y la parte izquierda de su cadera, por lo que cedió a ellos en su lugar, dejando que el dolor fuera el combustible de su rabia, junto con su determinación de encontrar a Paula.


Finalmente, Pedro ganó velocidad, consiguiendo encontrar su ritmo en el sendero, a pesar de que era endemoniadamente más lento que de costumbre. No ayudó que fuera un paquete de sesenta y ocho kilogramos. Sin ningún tipo de vehículo, no los alcanzaría, pero se aferraba a la esperanza de que no estaba demasiado lejos.


Hasta que llegó al camino de tierra y vio las huellas de los neumáticos.


¡Joder! El hijo de puta debía haber escondido una moto todoterreno en el camino.


Pedro podría seguir fácilmente las huellas. Pero a pie, no tenía ninguna posibilidad de llegar a Paula lo suficientemente rápido.


Necesitaba ayuda, pero regresar a la Granja por refuerzos y llamar al equipo de HotShot de las Montañas Rocosas y a la policía estaba fuera de cuestión. Era probable que Paula estuviera muerta para el momento en que logara recorrer todo el camino por donde habían venido.


Sabiendo que tendría que arreglárselas solo, Pedro repasó las magras herramientas que tenía. El cuchillo podía ser útil más tarde, pero ¿qué pasaba con las bengalas? Todavía le quedaban cuatro.


En el mejor de los casos, las bengalas simplemente enviarían una señal de humo a cualquier aeronave que pasara. En el peor de los casos, podrían desatar un incendio forestal.


Como HotShot, iba en contra de todo lo que creía encender un reguero de pólvora a propósito. Los pirómanos siempre habían sido su peor enemigo, pero no podía perder el tiempo sintiéndose en conflicto con la elección que estaba haciendo.


Enfrentaría un centenar de cargos por incendio premeditado si eso significaba salvar a Paula.


Tirando de la tapa de una de las bengalas, se agachó y encendió un grupo de arbustos secos en el borde del sendero.


Viendo cómo se quemaban y el humo se movía a través de la montaña con  el viento, esperaba como el infierno que Will y el resto del equipo de HotShot de las Montañas Rocosas estuvieran sondeando estas montañas cada hora en busca de incendios forestales. Si el viento se levantaba, las llamas podrían devastar el bosque en cuestión de horas, o girar sobre él y atraparlo en el fuego que había comenzado.


Siguiendo las huellas, de 10 centímetros de la moto, por el camino de tierra a pie, continuó encendiendo bengalas cada novecientos metros hasta que llegó a la última. Rezando para que alguien en el equipo de HotShot local leyera su señal de humo, mantuvo la última bengala de reserva.


Pedro continuó haciendo su camino por el sendero, sus piernas y pulmones ardiendo, sudor empapando su ropa, rezando todo el tiempo para que Paula siguiera viva.


Mantente fuerte, cariño, pidió en silencio. Voy por ti.






CAPITULO 47 (segunda parte)







La sorpresa la paralizó, haciendo que sus dedos se deslizaran fuera de los pernos de metal. Estaba resbalando por la roca, pero en lugar de golpear el sendero y caer por el borde hacia su muerte, fue capturada por el hombre que había empujado a Pedro. ¡No!


Manos sujetaron su tráquea y jadeó en busca de aire. Tenía que encontrar la manera de escapar de este hombre e ir a buscar ayuda para Pedro.


Si todavía estaba vivo después de la caída. Si incluso lo podía encontrar.


Mientras luchaba por abrirse camino fuera del fuerte agarre del hombre, su mente, su corazón y su cuerpo estaban todos revueltos ante la idea que Pedro muriera.


Desde la primera vez que lo había conocido, él había sido más grande que la vida. Después de todos los riesgos que había tomado en su vida como un HotShot, después de todos los incendios que había aventajado, se negó a creer que pudiera morir así.


Tenía que estar vivo. Ella sabría si estuviera muerto, ¿no es  así?


¿O sólo era una mentira que se decía a sí misma para poder seguir adelante sin él? Especialmente cuando después de diez años de obstinadamente negar su amor el uno por el otro, había sabido en su interior que estaban al borde de un nuevo comienzo.


No de un terrible final.


Los dedos del hombre se apretaron más fuerte alrededor de su cuello y escalofríos la alcanzaron al mismo tiempo que su visión se volvía borrosa.


—No te desmayes sobre mí, perra —el hombre gruñó, dejando de estrangularla, justo a tiempo.


Cuando tomó grandes bocanadas de oxígeno y los borrosos puntos negros finalmente se desvanecieron de su visión, se dio cuenta que estaba mirando directamente hacia el cañón de su pistola.


—Tipos duros y grandes como esos, uno pensaría que soportan más de una pelea. Pero elegí el lugar perfecto —se jactó el hombre. —No hay manera que haya sobrevivido a esa caída. Se lo merece por estar en mi camino. Siempre protegiéndote. Ahora que me he librado de él, eres toda mía.


Una niebla espesa y turbia llegó hasta ella, arremolinándose en su cabeza, amenazando con derribarla. Se había desmayado solo una vez antes, cuando había trabajado demasiadas horas bajo las luces calientes sin un descanso y eso era exactamente lo que había sentido antes de caer.


—Levántate.


Todo le daba vueltas mientras rodaba sobre sus manos y rodillas. La bilis le subió a la garganta y de alguna manera la calmó, sabiendo instintivamente que no debía mostrar su miedo.


Poniéndose de pie contra la pared de roca, se volvió para mirarlo. Sus fríos y vidriosos ojos, su retorcida boca y sus temblorosas manos de nudillos blancos le dijeron lo desquiciado que estaba.


Nunca había visto a nadie tan enojado. Tan mortal.


— ¿Qué quieres de mí? —finalmente logró sacar desde su garganta magullada.


—Mataste a mi hermano.


Ella miró fijo hacia el desconocido, llena de incredulidad. ¿De qué estaba hablando?


—Nunca he lastimado a nadie —protestó de inmediato—. Debes haberme confundido con otra persona.


Él sacudió la pistola hacia ella, su dedo posicionado sobre el gatillo.


—Oh no, yo sé exactamente quién eres. La grandiosa y fantástica estrella de televisión. Todo el mundo quería un pedazo de ti en el hospital. Pero a nadie le importaba un carajo mi hermano.



¿Él había estado en el hospital? Algo chispeó en el fondo de sus recuerdos, pero la falta temporal de oxígeno seguía haciendo estragos en su sinapsis.


—Jacobo está muerto por tu culpa. Y ahora vas a pagar.


Prácticamente escupió las palabras y ella retrocedió ante la fuerza de su furia.


—Te lo juro, no conozco a nadie llamado Jacobo. 


Pero él no estaba interesado en sus reclamaciones.


—Date la vuelta y empieza a caminar —dijo, metiendo el arma en sus costillas.


Temporalmente sin opciones, hizo lo indicado. ¿Era posible que este tipo fuera algún fan suyo que había perdido los estribos después de la muerte de su hermano? ¿Había, de alguna manera, fabricado un escenario imaginario donde ella había matado a su hermano y por eso la llamaba asesina?


Y si era así, ¿tenía alguna posibilidad de conseguir que comprendiera la situación real?


Varios años atrás, cuando había estado trabajando como asistente para uno de los espectáculos en la estación, había oído hablar a una víctima que sufrió una violación y cómo se había escapado de su captor. Se puso a hablar con él sobre su vida, sobre por qué estaba haciendo algo tan horrible, y en última instancia, la dejó escapar.


Rezando para que una táctica similar pudiera funcionar, dijo:
—Tengo una hermana y sé lo difícil que sería para mí si algo le sucediera. Realmente lamento que tu hermano muriese y sé que todos los demás también lo sienten.


Pero en lugar de ablandarse, el hombre empujó el arma en la parte baja de su espalda, aún con más fuerza.


— ¿Crees que me importa una mierda que lo sientas? ¿Crees siquiera que te creo, perra mentirosa? Tú te fuiste con un par de moretones, ¡mientras que mi hermano murió!


¿Me fui con un par de moretones?


Unos instantes más tarde, lo entendió. Este demente estaba hablando sobre el accidente de coche.


Se llevó la mano a la boca con horror.


— ¿Estás diciendo que tu hermano conducía el otro coche?


—Por supuesto que eso es lo que estoy diciendo. Estabas demasiado ocupada con los periodistas como para preocuparte por mi hermano muerto.


Su amarga acusación la hizo tropezar. Él agarró la parte posterior de su camisa en su puño antes de que cayera.


—Lo juro —dijo de nuevo— el choque fue un accidente. Y no me da igual lo que le pasó a tu hermano. Cuando la doctora me dijo que él murió, estaba horrorizada. Si pudiera cambiar lo que pasó para que tu hermano volviera contigo, lo haría.


—¡Que montón de mierda! Tú eres rica, famosa, piensas que eres tan importante. Probablemente te estabas pintando los labios en lugar de prestar atención a la carretera.


Todas sus acusaciones eran falsas, pero decirle la verdad no ayudaría. No cuando él ya la había juzgado y condenado.


Su cerebro zumbaba mientras trataba de pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera decir para influir en él.


Entonces dijo:
—Voy a hacer que pagues por lo que le hiciste a mi hermano. Y voy a usar a tu preciosa hermanita para hacerlo.


Ella jadeó, olvidándose momentáneamente del arma y moviéndose hacia él.


— ¿Tú eres el que secuestró a Agustina?


—Puedes  ser  bonita  —se  burló—  pero  seguro  que  no  eres   inteligente,¿verdad?


Él pensaba que había matado a su hermano. Por supuesto que había secuestrado a su hermana. Agustina era el medio perfecto para su venganza. Agustina había dicho que un tipo la había agarrado en el estacionamiento del  hospital.


Este era el tipo.


Pura rabia reemplazó el miedo mientras todo el feroz proteccionismo que Paula jamás había sentido por Agustina se hinchaba y la llenaba de la cabeza a los pies.


—Si le has hecho daño, yo…


Su amenaza fue interrumpida por el golpe de la pistola contra su pómulo. La fuerza la derribó contra la roca y podría haber caído por el borde del sendero al  igual que Pedro, si el hombre no la hubiera agarrado del pelo en su camino hacia abajo.


—Por si no te has dado cuenta a estas alturas, no puedes hacer nada contra mí. Yo soy el que está al mando ahora. Nada de tu dinero o fama significan una maldita cosa aquí —sus ojos tenían un fuerte destello de satisfacción—. Así que muévete hacia adelante o te disparo aquí mismo y nunca más verás a tu hermana de nuevo.


Visiones de Agustina siendo herida por este hombre y luego otras de Pedro cayendo por el acantilado la asaltaron. El corazón de Paula se apretó con  dolor.


Los chicos del equipo de Pedro solían decir en broma que era sobrehumano, capaz de correr más rápido que una bola de llamas en un solo salto. De alguna manera tenía que seguir creyendo que si alguien podía sobrevivir a una caída fuera del acantilado, ese era Pedro.


Casi podía oírlo diciéndole, “No te preocupes por mí. Solo concéntrate en mantenerte con vida. Vendré por ti. Lo prometo”.


A medida que el hombre la empujaba más lejos por el sendero, trató de pensar que podría ofrecerle para que entrara en razón. Prácticamente, lo único que tenía era dinero. Pero a pesar de que sabía que nada podía traer a su hermano de regreso, ella aún tenía que darle una oportunidad.


—Deja ir a Agustina y te pagaré lo que quieras. 


Oyó la risa áspera detrás suyo.


—Sabía que dirías eso. Las perras ricas como tú, probablemente piensan que pueden comprar lo que quieran. Apuesto a que nunca has tenido que trabajar un día en tu vida. No como el resto de nosotros.


—Te equivocas sobre mí —le dijo, aunque sabía que no iba a cambiar de opinión—. He trabajado duro. Muy duro. Para proporcionar una buena vida a mí hermana. Es por eso que entiendo cómo te sientes.


Empujó la pistola aún más fuerte en el punto blando debajo de sus costillas.


—Tú dinero no va a hacer que Jacobo vuelva.


—Por favor, sólo déjala ir y te daré lo que quieras —le rogó, queriendo hacerse entender claramente—. Lo que sea.


—Estúpida zorra. No te follaría ni aunque fueras el último coño de la tierra. Ahora cállate y sigue adelante.


Con la pistola en su espalda, no tenía más remedio que seguir avanzando por el estrecho sendero, más lejos de Pedro, pero, con suerte, más cerca de su hermana.


Quería que él pensara que se había dado por vencida, pero no lo había hecho. No por mucho. A cada momento buscaba una oportunidad para escapar.  Así que cuando el estrecho sendero por fin cruzó un camino de tierra mucho más amplio, pensando que era su mejor oportunidad para hacer algún daño, hizo un movimiento que había aprendido en la clase de defensa personal.


Pateando detrás suyo, le clavó en la rótula la suela de su zapato, luego corrió tan rápido como pudo.


El sonido de la explosión de un arma perforó sus oídos y ella instintivamente se tiró al suelo.


Dándose cuenta rápidamente de que había esquivado la bala, se apresuró a levantarse, pero antes de que pudiera volver sobre sus pies, unas manos estaban tomándole el pelo y tiraban de ella a través de la tierra.


—Pequeña perra tramposa. Eres igual que tú hermana. No te atrevas a joderme de nuevo o me aseguraré de que la bala no se pierda la próxima vez. Tus fans podrían pensar que no eres tan bonita con la mitad del rostro destrozado.


La empujó hacia adelante con la bota y se dio cuenta que estaba mirando hacia un neumático negro.


—Súbete a la moto —dijo, señalando a una sucia moto estacionada en los arbustos justo fuera del camino de tierra.


Finalmente aceptando que lo más importante era llegar a Agustina en una sola pieza, y orando para que las dos pudieran llegar a un plan de escape una vez que estuvieran juntas de nuevo, Paula se sentó a horcajadas sobre el asiento de cuero mientras él esposaba sus brazos y piernas a la moto con afiladas y finas cadenas que cortaban su piel.



A pesar de que trató de prepararse mentalmente para su toque, no pudo  evitar temblar de asco cuando él se subió a la moto detrás de ella y le dijo:
—Te llevaste a mi hermano. No puedo esperar a que me veas llevarme a tu hermana.