jueves, 1 de octubre de 2015
CAPITULO 37 (primera parte)
—Santa Mierda.
Pedro casi arremetió en contra de Jose, quien había maldecido y luego se había quedado en silencio absoluto mientras permanecía de pie en el centro del sendero. ¿Y ahora qué? Pedro salió de la sombra de un roble pequeño y fue entonces cuando vio que la cabaña de Jose estaba envuelta en llamas. Su corazón se detuvo en seco.
—Paula está adentro.
Jose agarró los hombros de Pedro como si aún tuviera diecisiete años.
—¡Maldita sea, ve a salvarla!
Pedro echó a correr cuesta abajo. Todo lo que había estado haciendo durante los últimos dos días era correr arriba y abajo de esta maldita montaña. Primero para salvar a Cristian. Luego a Jose. Y ahora a Paula.
Su casa se había ido. La cabaña de Jose no sería nada más que cenizas muy pronto. Pero Robbie estaba muerto.
Muerto.
Alguien lo había matado. Y si resultaba ser Jenny, Pedro esperaba que ella se quemara en el infierno por lo que había hecho.
Estaba mucho más allá del punto de dolor mientras corría a la propiedad de Jose. Las llamas saltaban tres metros en el aire y el hedor de la gasolina llenaba sus pulmones.
—Paula —rugió en el cielo lleno de humo, gritando su nombre una y otra vez, rogando que ella respondiera.
Una revisión rápida del perímetro de la propiedad confirmó lo que ya había adivinado: Paula se había ido. Había prometido estar aquí esperando por él, pero no había apostado por Jenny. Ninguno de ellos lo había hecho.
Pedro nunca había estado tan asustado y sabía que sería casi imposible tratar esta situación como cualquiera de las cientos de emergencias en las que había trabajado. Pero no valdría una mierda si no se calmaba. Aflojó los puños y desaceleró fuertemente su ritmo cardíaco.
Paula era una de las mujeres más inteligentes que él conocía. No iba a dejar que alguien la arrastrase sin dejar una pista sobre su paradero. Y la camioneta de Jenny estaba estacionada entre dos pinos. Lo que significaba que no podían haber ido muy lejos.
Rápidamente descartó el camino de acceso. Si se hubieran dirigido hacia la carretera, Jenny habría tomado su camioneta. Lo que significaba que tenían que estar de vuelta en las montañas, en un cruce diferente del sendero que él y Jose habían tomado.
Miró hacia abajo y vio un fósforo en el suelo, y luego otro, en dirección hacia el sendero. Pedro echó a correr de nuevo hacia la montaña, pasando a Jose, que estaba en su camino hacia abajo.
—¿No la encontraste?
—No. Pero lo haré. Me dejó una estela de fósforos.
—Chica inteligente —Jose se quitó su chaqueta resistente al fuego—. Ponte esto. Te comprará algo de tiempo si lo necesitas. Saldré a la carretera y conseguiré un poco de ayuda.
Jose no le dijo que tuviera cuidado. No cuando ya parecía saber que Pedro haría lo que fuera necesario, y lo arriesgaría todo, para garantizar la seguridad de Paula.
Se puso la chaqueta mientras corría cuesta arriba, sin darle a la cabaña quemándose otra mirada. Era sólo otra construcción, madera y clavos, no carne y hueso.
Paula era todo lo que importaba ahora.
CAPITULO 36 (primera parte)
Paula evaluó rápidamente su entorno, buscando algo que pudiera utilizar en defensa propia, y decidió que el atizador de la chimenea era su mejor apuesta.
—En realidad —dijo con una voz perfectamente tranquila mientras lentamente se dirigía hacia la chimenea— me alegro de que estés aquí. He estado esperando hablar contigo.
Jenny frunció el ceño.
—¿Conmigo? ¿Acerca de qué?
Paula se obligó a sentarse en el brazo del sofá junto a la chimenea de piedra.
—Estoy preocupada por Dennis. Sobre algunas de las cosas que me dijo —si pudiera convencer a Jenny de que pensaba que Dennis era el culpable, tal vez podría escapar.
—¿Qué tipo de cosas?
Paula agitó una mano en el aire.
—Ya sabes, sobre su relación con su padre y Pedro. Y la competencia entre ellos.
Jenny sonrió cruelmente.
—Dennis odia a Pedro.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Él esta celoso. Después de todo, Pedro es mucho más guapo. Por lo tanto mucho mejor en todo. Todo el mundo lo ama.
El corazón de Paula dio un vuelco cuando Jenny se acercó a ella. El atizador estaba casi al alcance. Ella nunca había lastimado a nadie antes, pero haría todo lo que tuviera que hacer para asegurarse de que esta terrible mujer estuviera tras las rejas por el resto de su inútil vida.
Jenny tenía una mirada soñadora en su cara.
—Yo también lo amo, lo sabes.
—Por supuesto que amas a Dennis —dijo Paula, malinterpretando a propósito las intenciones de Jenny—. Parece ser un gran tipo. Y muy dedicado a ti.
—No a Dennis, idiota. Estoy hablando de Pedro. Amo a Pedro. Estábamos destinados a estar juntos.
Paula se acercó a la chimenea.
—¿Sabe Pedro que te sientes así por él?
—Podríamos haber estado juntos, si no fuera por ti. Yo estaba allí. Los vi hace seis meses.
—¿Dónde nos viste?
—Cuando tú y Pedro comenzaron su orgia. Entré y los escuché hablando.
—El bar estaba vacío —dijo Paula, pero ahora que lo pensaba, había estado tan molesta por todo que suponía que podría haber ido más allá de una multitud de personas y dejado de ver a cada una de ellas.
—Olvidé mi billetera después del turno del almuerzo y cuando volví, entré y allí estaban ustedes. No es que alguno lo notara. Tenías cara de estar demasiado ocupada. Y después de eso, él no quería tener nada que ver con otras chicas. Estaba bajo tu maldito hechizo. ¿Qué le has hecho?
—Yo no hice nada —dijo Paula con honestidad. Él había sacudido su mundo y ella lo había dejado frío como piedra.
—Como el infierno no lo hiciste —escupió Jenny—. Él no ha tocado a otra mujer desde que te fuiste.
Él no había tocado a otra mujer.
¿Sus besos robados habían significado tanto para él como lo habían hecho para ella? Paula estaba profundamente conmovida por el comportamiento de Pedro, incluso mientras seguía haciendo frente a Jenny.
El discurso rimbombante de Jenny continuó, implacable en su furia.
—Él dejó de ir al bar. Apenas lo volví a ver. Se suponía que iba a ser mío.
Paula tragó.
—Lo siento —forzó las palabras a salir entre sus labios, con la esperanza de que sonaran un poco sinceras.
—No, no lo haces. Lo estás follando otra vez, ¿verdad?
Paula se puso de pie.
—No.
—No me mientas.
Paula siguió la mirada de Jenny a la esquina de la foto doblada que salía de su bolsillo. Justo cuando Jenny la cogió, el teléfono de Paula cayó al suelo, y Jenny lo pisó duro con sus botas.
Paula se quedó mirando fijamente hacia el teléfono roto y trató de no centrarse en la cantidad de problemas en los que estaba. Esperanzadoramente, el Jefe Stevens la había oído susurrar y estaba en camino.
Jenny sacudió la foto en la cara de Paula.
—Estás enamorada de él, ¿no es así? Y probablemente él te dijo que te ama, ¿no?
Paula vaciló un momento demasiado largo y Jenny arrugó la foto y la tiró al suelo.
—Él lo hizo. Puedo decirlo. Cree que eres su alma gemela. Quiere que tengas a sus bebés.
Paula sacudió su cabeza ida y vuelta, diciendo:
—No —una vez más mientras avanzaba hacia el atizador.
Casi tenía su mano a su alrededor cuando Jenny sacó una pistola de su bolsillo. Paula se quedó completamente inmóvil.
—Lo que sea —dijo la loca mujer en un tono aburrido mientras agitaba la pistola en la cara de Paula—. Todo va a estar mejor una vez que te hayas ido. Una vez que todos ustedes estén muertos. Deberías haber muerto ayer, en la camioneta. Entonces, yo no tendría que hacer esto.
—Aún no tienes que hacerlo, Jenny —dijo Paula—. Yo te puedo ayudar. Puedo decirle a mi jefe que el incendio fue un accidente. Puedo decirle al Servicio Forestal que es imposible determinar cómo empezó. Te daré dinero, lo suficiente como para salir del país y que no tengas que volver a trabajar.
—¿Tú puedes hacer todo eso por mí?
La esperanza llameó en el pecho de Paula.
—Dame cinco minutos en el teléfono. Eso es todo lo que necesito.
Jenny se mordió el labio inferior.
—Um, no, gracias. Creo que será más divertido matarte en lugar de eso.
Paula se estremeció ante el deleite en la voz de la mujer. En este punto, una institución mental era un futuro mucho más probable para Jenny que una prisión.
—Pero antes de hacerlo, necesito que me ayudes con algo —dijo Jenny—. Afuera, en la terraza trasera, tengo dos docenas de contenedores de gasolina esperando —ella empujó la culata de la pistola en la espalda de Paula—. Vamos.
Paula metió la mano en su bolsillo, tomó el bolígrafo, y se dio la vuelta, azotando su arma a los ojos de Jenny. El extremo de la punta golpeó a Jenny en el cuello, justo debajo de la oreja. Esta gritó.
—Vas a pagar por eso, perra —y mientras Paula se lanzaba por el atizador de la chimenea, Jenny se echó sobre su espalda, agarrando su pelo.
Lágrimas de dolor llenaron los ojos de Paula cuando Jenny arrancó un grueso puñado de pelo de su cuero cabelludo y clavó su arma profundamente entre sus costillas.
—Tal vez debería matarte ahora —susurró Jenny.
No. Paula le había prometido a Pedro que estaría aquí esperándolo a su regreso. Pronto él estaría de vuelta con Jose y juntos iban a encontrar una manera de frustrar a Jenny.
Tenía que aguantar, y seguir con vida, hasta entonces.
—Lo siento —dijo ella entre dientes—. Haré lo que quieras. Dime lo que deseas que haga.
Jenny yació sobre Paula durante un buen rato, el suficiente para que ella se preguntase si lo último que iba a escuchar era la descarga del arma. Pero Jenny cambió su peso a un lado. Empujando a Paula en una posición de pie con su pistola, la empujó por la puerta.
Una fila de latas de gasolinas las estaba esperando.
—Comienza en ese lado y trabaja tu camino de regreso a mí —se masajeó un bíceps con la mano libre—. Incendiar la casa de Pedro fue un trabajo duro. Probablemente debería ir al gimnasio más a menudo
Paula se puso roja de ira. ¿Esta perra había matado a un HotShot y lo único que le importaba era levantar pesas?
—¿Cómo pudiste hacerlo? —le preguntó en voz baja.
Quería lanzarse hacia Jenny y envolver sus manos alrededor de su garganta, pero la satisfacción de un momento no valía una bala en su pecho. Ella quería estar viva para presenciar la sentencia a cadena perpetua de esa mujer, oír el clip de las esposas sobre sus muñecas huesudas.
Jenny no respondió mientras empujaba la pistola en el esternón de Paula.
—Manos a la obra. Estoy trabajando en el turno de la tarde y no quiero retrasarme —empujó a Paula de regreso al trabajo con el frío cuerpo de metal de la pistola.
Después de todo lo que había hecho, después de todo lo que estaba a punto de hacer, ¿Jenny estaba preocupada por fichar tarde al trabajo? Pero también, ¿no les había servido sus sándwiches ayer, a sabiendas de que Robbie estaba en condición crítica en el hospital, sabiendo que probablemente lo había matado con la explosión?
Las manos de Paula estaban entumecidas mientras recogía un pesado bidón de gasolina y lo sopesaba sobre el rincón más alejado de la casa.
—No trates de correr —advirtió Jenny—. Soy buena disparando.
Después de todo lo que Jenny había hecho hasta ahora, Paula no lo dudaba. Poseía un extraño grupo de talentos para una camarera, y claramente podría haber hecho mucho más con su vida si no estuviera tan trastornada.
El corazón de Paula se apretó cuando destapó la lata y empezó a verter combustible sobre la terraza de madera y los arbustos que rodeaban la cabaña de Jose. Pedro había crecido hasta la edad adulta aquí, había comenzado su vida de nuevo en esta casa. No era suficiente que perdiera un hogar hoy, Jenny tenía que tomar todo de él de un solo golpe.
—Se siente bien, ¿no es así? —las palabras de Jenny eran despreocupadas y felices mientras observaba a Paula cumplir sus enfermas órdenes, espolvoreando generosamente bolitas de fertilizante en su estela.
—No —dijo Paula—. Esto es una cosa horrible.
—De hecho, si alguien pregunta, voy a decirles que intente impedirte prenderle fuego a la querida casa de Jose. Era un hombre muy dulce, después de todo.
Paula estaba muy cerca de tirar el bidón de gasolina vacío hacia ella. En silencio, completó la atroz tarea, su hombro y los músculos de su brazo ardiendo por recoger tantas latas de gasolina. Lo único que importaba ahora era seguir con vida el mayor tiempo posible. Rezó porque Pedro estuviera en su camino de regreso.
—Ahora viene la parte realmente divertida —dijo Jenny cuando Paula terminó—. Esto es una caja de fósforos. Enciende el fuego.
Los ojos de Paula se ampliaron. Con esta cantidad de combustible en la hierba seca, y con el viento soplando un vendaval, incluso un fósforo podría arder y quemarla.
—Estás loca.
Jenny levantó una ceja.
—Los hombres lo dicen a veces, pero es sólo porque no pueden manejar una chica como yo —presionó la pistola en el cráneo de Paula, provocándole una mueca de dolor—. Enciende el fuego.
Las manos de Paula temblaban mientras encendía el primer fósforo. En silencio, pidiendo perdón, ella tiró el fósforo contra la casa. Un camino de fuego se levantó del césped y piel de gallina cubrió su cuerpo por el horror, de pies a cabeza.
—No puedo hacer esto —dijo ella, alejándose de la casa.
Oyó a Jenny martillar el arma.
—Claro que puedes. Sobre todo porque no parece que el galán vaya a volver pronto para salvarte. Él y Jose están probablemente muertos ya.
No, Jenny estaba equivocada. Pedro estaba vivo. Ella sabría si estaba muerto, lo sentiría en lo profundo de sus huesos, en el centro de su corazón.
Fuera de opciones, dejó caer una cerilla encendida tras otra contra la cabaña de Jose, y luego, de repente, las manos frías de Jenny estaban sobre sus muñecas y estaba uniéndolas con cinta adhesiva a su espalda.
Paula estrechó la caja medio llena de fósforos con fuerza en su mano. Era todo lo que tenía, su única arma potencial.
—Buen trabajo —elogió Jenny—. Ahora vamos a dar una caminata —la mujer la empujó hacia adelante con el arma, luego tomó una motosierra—. Muévete.
Paula sintió que sus ojos se agrandaban mientras miraba hacia la máquina y se obligó a hablar con calma.
—Tú no quieres hacer esto, Jenny.
—Claro que sí. No podía creer la suerte que tuve cuando apareciste para investigar. Aquí estaba yo pensando que sólo iba a joder la vida de Pedro comenzando el incendio forestal y llamando a la línea de información, pero ahora tengo la oportunidad de derribarte también. Esto va a ser entretenido.
Tambaleándose con la caja de cerillas ante la directa admisión de culpa de Jenny, Paula se obligó a calmarse para así poder abrirla y sacar un fósforo. Ella lo dejó caer al suelo para que Pedro lo encontrara.
—Si te atrapan por iniciar un incendio forestal y quemar edificios, no estarás en la cárcel mucho tiempo —ella mintió—. Pero si por el asesinato de gente…
—Demasiado tarde —dijo Jenny alegremente—. Ese joven HotShot ya está muerto. Lo cual es realmente una lástima, porque era algo lindo. ¿Sabes lo que es más triste, sin embargo? No había conseguido follarlo todavía. Los jóvenes son siempre tan enérgicos y ansiosos para complacer.
Paula tropezó con una roca, aturdida por la crueldad de la mujer. Dejó caer otra cerilla al suelo, rezando para que su rastro de migas de pan no se prendiese fuego y desapareciera antes de que Pedro lo encontrara.
—¿Con cuántos HotShot te has acostado?
Necesitaría saber estas cosas cuando escapara, cuando estuviera testificando en contra de Jenny en la corte, a pesar de que no podía soportar la idea de Pedro o de cualquiera de sus hombres en la cama con esta mujer horrible.
—No tantos como me gustaría. Es un dolor que se vayan por tantos meses al año. Pero con la mayoría de los chicos del pueblo.
La piel de Paula se puso fría y húmeda, incluso aunque se acercaban al calor del fuego con cada paso por el sendero.
Haciendo caso omiso de la presión del metal contra sus costillas, se dio la vuelta.
—¿Conociste a Antonio Chaves?
Los labios de Jenny se curvaron hacia arriba.
—Oh sí, conocía a Antonio.
Sus palabras se deslizaron alrededor del corazón de Paula como una enorme y mortal anaconda.
—¿Te acostaste con él?
—Por supuesto que sí. Fue uno de los mejores que he tenido. Lástima que tuvo que morir —Jenny acercó su cabeza a la de Paula y preguntó— ¿por qué, lo conociste o algo por el estilo?
CAPITULO 35 (primera parte)
Pedro corrió por el sendero a un ritmo feroz, sus pulmones ardiendo, el sudor goteándole en los ojos y por su pecho.
Humo y ceniza caían del cielo, cubriendo sus ropas y su piel con una oscura capa ennegrecida de arbustos quemados.
En la carrera desde su casa, con Paula siguiéndolo valientemente, había notado el asombroso crecimiento del fuego incontrolado. Debía haber unos miles de acres entre estos senderos y el punto original del incendio y, sin embargo, estaban lo bastante cerca ahora, podía ver la nueva columna de humo elevándose.
El fuego se estaba acercando a cada minuto que pasaba. El tiempo no estaba de su parte. No tenía el tiempo de recorrer cada sendero tratando de localizar a Jose. Tenía que acertar a la primera y rezar porque no fuera demasiado tarde.
No era mediodía aún y la velocidad del viento había aumentado, soplando más fuertemente de lo normal para esta hora. Otro golpe contra Jose, contra todos y cada uno de los HotShot en esta montaña trabajando para apagar el fuego incontrolado. Si el viento mantenía el ritmo, las llamas llegarían directamente al pueblo, que estaba hasta arriba de turistas de verano. Un incendio forestal siempre buscaba el camino hacia las llanuras, hacia las casas, coches y campamentos, que estaban llenos de gasolina. Con sólo dos carreteras principales serpenteando hacia las afueras del pueblo, los enormes atascos harían inevitables las bajas.
Llegando a una bifurcación, Pedro tomó la rápida decisión de escoger el ramal de la derecha que llevaba al norte, a pesar de que Jose tendía a favorecer la otra dirección cuando hacia senderismo. Si Jose había subido, era porque intentaba luchar contra el fuego. Este sendero llevaría directamente hacia allí.
Cuatrocientos metros más tarde, un torbellino de fuego se elevó por la ladera debajo de él. Pedro saltó hacia atrás contra una roca y observó el fuego y la ceniza correr hasta la ladera.
Salvándose por los pelos, continuó subiendo por el sendero hasta que vio que el pequeño prado por delante estaba ardiendo. Sin equipo, sin siquiera una lona anti fuego enganchada en su cinturón, no podía ir mucho más allá.
Rezó para que Jose también se hubiera dado cuenta del problema y estuviera regresando.
Un sonido familiar zumbó a través del sonido de las chispeantes llamas. Acercándose más al fuego, examinó la zona por algún signo de vida.
Un cuerpo de brillante color amarillo se movió frente a la pared naranja de llamas y Pedro gritó:
—Jose—sólo una vez, sabiendo muy bien que no debía desperdiciar más aliento tratando de ser oído por encima de los gases que implosionaban.
Sin ningún equipo de protección, rozaba la locura el que Pedro entrara y sacara a Jose. Pero si sus posiciones hubiesen estado invertidas, estaba seguro que Jose habría arriesgado su vida de la misma manera. Pedro corrió a toda velocidad fuera del sendero en línea recta hacia el hombre al que le debía su vida. Su deuda nunca sería saldada, ni siquiera si hoy sacaba a Jose en una pieza de la montaña.
Totalmente decidido a blandir su motosierra, Jose no se dio cuenta cuando Pedro corrió detrás de él. Habiendo aprendido que no debía dar un toque en el brazo de un hombre cargando una maquina pesada y mortal, Pedro tomó una piedra y la arrojó hacia la pierna de Jose. La cabeza de éste se giró en redondo, su máscara cubierta por ceniza negra, y segundos después, se alejó suficiente de las llamas para bajar su motosierra y levantarse la máscara.
—Pedro, ¿qué demonios estás haciendo aquí? Este fuego es un asesino. No es lugar para un niño. Regresa a la cabaña.
Pedro comprendió de inmediato que Jose había regresado al tiempo en que era jefe HotShot y Pedro era un adolescente comportándose como un estúpido. No era el lugar para intentar traer de vuelta a Jose al presente, no cuando un asesino andaba suelto.
Primero, Pedro tenía que llevarlo a un lugar seguro.
Luego trabajarían en poner las piezas juntas y averiguaría lo que había ocurrido hoy.
—Tienes que seguirme fuera de aquí, Jose. Ahora. No es seguro.
Jose nunca había retrocedido frente a un incendio. Tenía cicatrices de quemaduras de segundo grado para demostrarlo. Pero Pedro no podía esperar su consentimiento. Se desplazó detrás de Jose y puso las manos en sus hombros, abrasándose las manos con el calor de la gruesa tela resistente al fuego y empujó a Jose en dirección al sendero, fuera de la pradera.
Jose luchó por la ladera rocosa bajo el peso de su equipo.
—Dame tu mochila —dijo Pedro.
Jose gruñó.
—Y una mierda voy a dejarte llevar mi equipo.
El viento aullaba a través de la montaña, llevando el humo, y las llamas, con él. En un instante, Pedro le había quitado la mochila a Jose y la había puesto en el suelo. Agachándose, metió la mano y sacó la lona protectora, rezando para que no fuera demasiado vieja para ser útil.
El calor chamuscaba su espinilla y agarró a Jose en un abrazo de oso y lo empujó hacia el suelo, forcejeando para desplegar la lona sobre ambos con el viento azotando, con sus pies hacia el fuego, sus botas se engancharon en las tiras a los pies de la lona. Le tomó cada parte de su fuerza mantenerla abajo mientras las llamas y el viento se precipitaban sobre la tienda de aluminio y fibra de vidrio.
La respiración de Jose era entrecortada debajo de él, Pedro esperó que no le hubiera roto ningún hueso ni causado otras heridas que prolongaran su caminata de regreso a la cabaña.
Pedro sólo había utilizado su lona una vez en todos los años que había sido un HotShot. No era algo que un tipo quisiera repetir. La sensación de estar vivo en un microondas era incluso peor con dos hombres bajo la cobertura de aluminio y fibra de vidrio. El calor radiante era una cosa, pero las llamas directas podían quemar a través de su piel.
Sin embargo, Pedro sabía condenadamente bien que la principal causa de muerte para un bombero era asustarse y arrojar la lona.
Se aferró a las sujeciones de pies y manos incluso cuando la temperatura se disparó. El apodo “shake'n'bake” era bien merecido.
Y entonces, tan rápidamente como llegaron, las llamas se precipitaron y se fueron, el viento se las llevó montaña arriba. Pedro se aferró en caso de que otra bola de fuego fuera a rodar por el sendero. Yació sobre Jose unos minutos, hasta que estuvo seguro de que el fuego se había alejado de ellos para siempre.
Lentamente, echó hacia atrás el refugio, cerrando los ojos ante la lluvia de ceniza de los carbonizados árboles que rodeaban la pradera. Tendió una mano a Jose y tiró de él hacia arriba. De un vistazo, pudo ver que la niebla mental de Jose había desaparecido.
—¿Qué demonios acaba de ocurrir?
—Te lo contaré enseguida. ¿Crees que puedes correr?
Jose le miró como si se hubiera vuelto loco.
—Por supuesto que puedo.
—Bien. Regresa a la cabaña tan rápido como puedas. Iré detrás de ti.
Jose se lanzó cuesta abajo a través de la pradera por el sendero a un ritmo que contradecían su edad y desorientaciones mentales. Pasaron cinco minutos de una buena carrera a buen paso antes de que Pedro se sintiera lo bastante a salvo para reducir el ritmo. Situándose junto a Jose, le puso la mano en el brazo.
—Ya podemos reducir la velocidad.
Consiente por todos los años como un bombero HotShot, Jose sólo la redujo a un caminar muy rápido. Estaba sin aliento pero resuelto.
Pedro no quería culpar a su mentor por lo que había ocurrido, no cuando probablemente no podría haber hecho nada al respecto. Pero era hora de tomar algunas decisiones. Anular la independencia de Jose. Se iba a vivir con él. Era la única forma en la que este podía estar seguro de que algo así no ocurriría de nuevo.
La repentina visión de su casa en llamas golpeó a Pedro.
Había estado tan preocupado por Jose que había olvidado temporalmente que su hogar había desaparecido. Genial. Se mudaría con Jose mientras la reconstruía. Aunque tal vez ahora tendría que planear el espacio suficiente para una esposa. E hijos.
—¿Qué demonios ocurrió? —preguntó Jose de nuevo.
Pedro sopesó sus palabras con cuidado.
—No estoy completamente seguro. Paula y yo fuimos a la cabaña y vimos que te habías ido.
Jose se frotó la barbilla mientras intentaba averiguar lo que había pasado.
—Todo lo que recuerdo fue despertarme de una siesta y ver a la novia de Dennis en la sala de estar, sosteniendo mi equipo. Dijo que quería ver cómo me quedaba. Me ayudó a ponérmelo todo.
¿Jenny?
—¿Es la primera vez que ha hecho eso?
Jose asintió.
—No me había puesto eso en años. No hasta que ella lo mencionó.
La mente de Pedro se tambaleó ante las implicaciones. ¿Era posible que Jenny fuera la responsable del fuego de Desolation? ¿Del fuego del motel? ¿También de la explosión de Robbie y el coche bomba? ¿Se había estado riendo por dentro cuando le había prácticamente rogado que pasara tiempo con Jose, que “se encargara de él”?
Ella se había encargado de él, muy bien. Había intentado enviarle directo a la muerte.
Pero, ¿por qué?
—¿Te envió aquí fuera con una motosierra? ¿Fue idea suya que salieras y combatieras el fuego?
Las gruesas cejas grises de Jose se fruncieron sobre sus ojos.
—No lo sé. No puedo recordar mucho más —le ofreció una mirada de disculpa a Pedro—. Tenías razón. Debería haber tomado un avión a Hawaii. Casi nos mato a los dos ahí fuera.
—Olvídate de eso. Conseguimos salvarnos —dijo Pedro bruscamente.
Pero Paula estaba todavía en la cabaña. Y Pedro nunca había estado tan asustado en toda su vida. Porque si Jenny había escrito la carta de la habitación del motel de Paula, su intención era clara: “Muchas veces he soñado con ver tu largo cabello en llamas y observar tu suave piel derretirse hasta el hueso”.
—Paula está en tu cabaña, Jose. Está esperándonos. La dejé sola. Podría estar en problemas.
Por todo lo que sabía, Jenny había estado esperando al costado para ver si conseguían salir vivos de su casa.
Jose aumentó el ritmo.
—Vamos por tu chica.
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