El restaurante estuvo poblado durante el desayuno y el almuerzo, pero cuando el último comensal salió, Isabel dijo:
—Parece que es momento para nuestra regular charla de la tarde, ¿no?
Sin esperar la respuesta de Paula, Isabel puso su mano en la pequeña espalda de su amiga y la empujó a través de la puerta.
—Vamos a hacerla por el lago esta vez. Tengamos un pequeño cambio de escenario.
Las familias estaban jugando a lo largo de la orilla. Los bebés chapoteando. Las mamás haciéndoles cosquillas. Los papás animando a sus hijos a nadar hasta la boya. Hermanos y hermanas burlándose de todo en los muelles flotantes en el agua, estallando con risas mientras se empujaban unos a otros.
—Eso es lo que quiero —dijo Paula con nostalgia.
Isabel levantó una mano para cubrir sus ojos del sol.
—No siempre es perfecto, ya sabes. Más tarde, en la noche, los chicos estarán peleándose en el asiento trasero, mientras el esposo y la esposa discuten por algo estúpido.
—No estoy pidiendo algo perfecto —dijo Paula—. Solo la oportunidad de tener algunos pocos momentos como esos.
— ¿Qué pasa con Pedro? ¿Hay alguna razón por la que él no pueda darte todo esto?
Paula medio rió entonces.
—Vine aquí luciendo así —gesticuló hacia sus ojos todavía hinchados, su piel manchada—. Y tú en verdad me preguntas eso. Como si hubiera alguna forma de que regresara a casa hoy y encontrara a Pedro esperándome con rosas.
—Las rosas no son tu estilo. Si él te conociera, te estaría esperando con un manojo de flores silvestres.
—Créeme, no habrá flores.
—Dime algo, al principio cuando te involucraste con Pedro, ¿qué pensaste que iba a suceder? Porque, corrígeme si me equivoco, pero no tuve exactamente la sensación que venía cabalgando en su blanco corcel como el Príncipe Azul. Era más como el villano que venía a saquear Poplar Cove.
Paula retrocedió a la primera noche. A su pesadilla.
—Tienes razón —dijo lentamente—. Supe desde el comienzo quién era él.
Quien posiblemente no podría ser.
—Y elegiste pasar el tiempo con él, de todos modos. Dormir con él.
Sí. Había sido su elección. La misma que ella había hecho una y otra vez, la elección de estar con Pedro.
Él nunca le había mentido. Nunca le había hecho promesas que no iba a cumplir. Desde esa primera noche, hasta ahora, había sido brutalmente honesto.
―No deberíamos estar haciendo esto. No tengo nada que darte, Paula. Nada de nada.
Ella se había dicho que siempre que entrara en los brazos de Pedro con los ojos bien abiertos, entonces no dolería. Se había permitido enamorarse de él sabiendo que no podría corresponderle.
Pero entonces, la noche anterior, cuando se le había ofrecido completamente, casi sangrando de amor por él, algo había cambiado alrededor y dentro de su corazón. Porque, aunque le había dicho una y otra vez que lo quería tal como era, él todavía se mantenía alejado.
Isabel la estudió en silencio.
—Mira, sé que tienes sentimientos fuertes por él. Tal vez inclusive lo amas. Pero cariño, mereces mucho más que esto, lo sabes. Creía que ya te habías dado cuenta, que mudarte a Blue Mountain Lake y comenzar de nuevo tu vida, te había mostrado lo fantástica que eres. Cualquier hombre con quien estés bien debería considerarse la persona más afortunada del mundo.
Paula colocó sus rodillas bajo su barbilla, y envolvió sus brazos alrededor de sus piernas.
—Después de dejar a Jeremias, me prometí que la siguiente vez sería diferente. Que esperaría pacientemente hasta que el hombre correcto llegara. Pensé que con seguridad me daría cuenta de la cosa real cuando la viera.
Y entonces Pedro había salido por la puerta y ella se había perdido.
—Todas pensamos eso —dijo Isabel con una sonrisa arrepentida.
—Y aunque lo sé bien —Paula se encontró diciendo en voz alta— una parte de mí sigue esperando que Pedro se convierta en ese hombre. Si solo le diera suficiente tiempo.
Si solo lo amara lo suficiente.
La mirada cuidadosa de Isabel se intensificó con preocupación.
—No. No. Y no. Escúchame, no puedes cambiarlo. Él es el único que puede hacer eso.
Y fue entonces cuando Paula vio el problema real, tan claro para ella como el cielo azul, la espuma de las olas o los sonidos felices alrededor de ella.
Tal como se lo había dicho a una y otra vez, no estaba herida por el modo en que ella y Pedro se habían unido la noche anterior. Él no había sido tan brusco como había pensado y ella realmente era más resistente de lo que parecía. El problema ni siquiera era que había herido sus sentimientos al escoger quedarse en el sillón de la planta baja en lugar de abrir su corazón a ella.
No, ella estaba herida por otra razón. Y acababa de volverse tan dolorosamente obvia que se preguntaba cómo es que había llegado hasta este punto sin haberla visto.
El problema real no era el modo en que Pedro la había tratado. Era la forma en que se había estado tratando a sí misma.
Ella se dolía tanto por él, quería tanto ayudarlo a curar sus heridas, que no había gastado ni un segundo en pensar en sí misma. Había puesto a Pedro primero, de la misma manera en que siempre había puesto a su ex marido, a sus padres, a sus causas.
Solo que esta vez era peor. Porque secretamente había creído que Pedro vería todo lo que estaba haciendo por él y la recompensaría con su amor. Un amor que ella quería más que nada en el mundo.
— ¿He cambiado en algo, Isabel? —preguntó ahora—. ¿Desde que me conociste por primera vez?
—Mucho. He estado tan orgullosa de ti. Especialmente porque sé de primera mano cuán duro puede ser empezar de nuevo después de un divorcio. Has hecho un gran trabajo siguiendo adelante, Paula.
—Si eso es cierto, entonces ¿por qué estoy cayendo en las mismas trampas? ¿Por qué estoy trabajando tan duro para hacer que todos los demás sean felices?
¿Por qué se había dicho a sí misma que podría alimentarse de las sobras? ¿Qué un poco de afecto era mejor que ninguno?
El brazo de Isabel la rodeó.
—Oh cariño, eso es solamente la naturaleza humana. No te puedes culpar por eso. Todo lo que puedes hacer es esperar que tal vez sea más fácil.
— ¿Lo es? —preguntó Paula a su amiga—. ¿Es más fácil la próxima vez?
Isabel resopló.
—Estoy casi segura que no quieres escuchar la respuesta.
—Creo que ya la sé.
Las imágenes todavía estaban con Paula: Andres viéndose perdido mientras se alejaba de la casa de Isabel, Isabel más pálida y nerviosa de lo que Paula alguna vez había pensado ver a su fuerte amiga.
—Si te hace sentir algo mejor —dijo Isabel— me he estado dando el mismo consejo desde ayer cuando Andres me sorprendió en mi casa. Estoy trabajando como el infierno justo ahora para no culparme por todavía tener estos estúpidos sentimientos por un hombre que no he visto en treinta años. Estaba tan segura que sería diferente esta vez.
Que solo pondría una pared que él no podría cruzar. Que no dolería tanto el solo estar cerca de él.
—Lamento tanto que lo haga —dijo Paula a su amiga, estirándose para abrazar a Isabel de regreso.
—Yo también. Especialmente desde que he aceptado hacer el catering de la boda de su hijo. El mismo hijo con el que embarazó a esa chica la noche que me engañó.
— ¿En serio?
—En serio.
*****
Pedro estaba claramente preocupado, apenas mirando hacia ella mientras decía:
—Lo lamento, no te vi.
Lucía cansado y agobiado. De la misma manera en que Paula había estado a lo largo del desayuno y el almuerzo.
Se dijo que debía mantener su nariz fuera de asuntos ajenos, pero maldita sea, se preocupaba mucho por Paula para estar callada. Paula no era solamente una amiga, era casi como una hija.
—Pedro.
Finalmente se dio cuenta quién era ella.
—Isabel.
No fue hasta entonces que se preguntó si él sabría sobre ella y Andres. Pero juzgando por cuán descontento lucía al verla, supuso que sí. Lo tomó como que ningún chico quería pensar en su padre teniendo sentimientos por nadie que no fuera su madre, sin importar lo viejo que fueran.
— ¿Cómo está yendo el trabajo en Poplar Cove?
—Muy bien —dijo—. Tú sabes cómo son esas viejas cabañas.
Ella asintió, eligió una muestra de pintura, pensando en una manera diplomática de decirle lo que necesitaba oír.
—Paula es realmente importante para mí.
Un músculo se movió en su mandíbula.
—Sé que lo es.
—Venir aquí luego de un mal divorcio. Empezar de nuevo. Sé lo duro que eso puede ser. El lago ha sido bueno para ella. Este pueblo. Esta gente. Todos la aman.
Hizo una pausa, le permitió asentir, asegurarse que había captado lo que ella estaba diciendo.
—Paula es una persona maravillosa, Pedro. Ella merece mucho más de lo que pide.
Él no se movió, apenas pestañeó, pero el destello de tormento en sus ojos casi la hizo arrepentirse de decirle estas cosas. Porque en el instante de un latido, Isabel había visto lo mucho que se preocupaba por Paula.
Y sabía que si terminaba dañando a su amiga, no sería porque no tenía un corazón.
No sería porque no le importaba Paula.
A él le importaba.
Pero Isabel también sabía muy bien que algunas veces amar a alguien no era suficiente.