sábado, 31 de octubre de 2015

CAPITULO 38 (tercera parte)






El restaurante estuvo poblado durante el desayuno y el almuerzo, pero cuando el último comensal salió, Isabel dijo:
—Parece que es momento para nuestra regular charla de la tarde, ¿no?


Sin esperar la respuesta de Paula, Isabel puso su mano en la pequeña espalda de su amiga y la empujó a través de la puerta.


—Vamos a hacerla por el lago esta vez. Tengamos un pequeño cambio de escenario.


Las familias estaban jugando a lo largo de la orilla. Los bebés chapoteando. Las mamás haciéndoles cosquillas. Los papás animando a sus hijos a nadar hasta la boya. Hermanos y hermanas burlándose de todo en los muelles flotantes en el agua, estallando con risas mientras se empujaban unos a otros.


—Eso es lo que quiero —dijo Paula con nostalgia.


Isabel levantó una mano para cubrir sus ojos del sol.


—No siempre es perfecto, ya sabes. Más tarde, en la noche, los chicos estarán peleándose en el asiento trasero, mientras el esposo y la esposa discuten por algo estúpido.


—No estoy pidiendo algo perfecto —dijo Paula—. Solo la oportunidad de tener algunos pocos momentos como esos.


— ¿Qué pasa con Pedro? ¿Hay alguna razón por la que él no pueda darte todo esto?


Paula medio rió entonces.


—Vine aquí luciendo así —gesticuló hacia sus ojos todavía hinchados, su piel manchada—. Y tú en verdad me preguntas eso. Como si hubiera alguna forma de que regresara a casa hoy y encontrara a Pedro esperándome con rosas.


—Las rosas no son tu estilo. Si él te conociera, te estaría esperando con un manojo de flores silvestres.


—Créeme, no habrá flores.


—Dime algo, al principio cuando te involucraste con Pedro, ¿qué pensaste que iba a suceder? Porque, corrígeme si me equivoco, pero no tuve exactamente la sensación que venía cabalgando en su blanco corcel como el Príncipe Azul. Era más como el villano que venía a saquear Poplar Cove.


Paula retrocedió a la primera noche. A su pesadilla.


—Tienes razón —dijo lentamente—. Supe desde el comienzo quién era él.


Quien posiblemente no podría ser.


—Y elegiste pasar el tiempo con él, de todos modos. Dormir con él.


Sí. Había sido su elección. La misma que ella había hecho una y otra vez, la elección de estar con Pedro.


Él nunca le había mentido. Nunca le había hecho promesas que no iba a cumplir. Desde esa primera noche, hasta ahora, había sido brutalmente honesto.


―No deberíamos estar haciendo esto. No tengo nada que darte, Paula. Nada de nada.


Ella se había dicho que siempre que entrara en los brazos de Pedro con los ojos bien abiertos, entonces no dolería. Se había permitido enamorarse de él sabiendo que no podría corresponderle.


Pero entonces, la noche anterior, cuando se le había ofrecido completamente, casi sangrando de amor por él, algo había cambiado alrededor y dentro de su corazón. Porque, aunque le había dicho una y otra vez que lo quería tal como era, él todavía se mantenía alejado.


Isabel la estudió en silencio.


—Mira, sé que tienes sentimientos fuertes por él. Tal vez inclusive lo amas. Pero cariño, mereces mucho más que esto, lo sabes. Creía que ya te habías dado cuenta, que mudarte a Blue Mountain Lake y comenzar de nuevo tu vida, te había mostrado lo fantástica que eres. Cualquier hombre con quien estés bien debería considerarse la persona más afortunada del mundo.


Paula colocó sus rodillas bajo su barbilla, y envolvió sus brazos alrededor de sus piernas.


—Después de dejar a Jeremias, me prometí que la siguiente vez sería diferente. Que esperaría pacientemente hasta que el hombre correcto llegara. Pensé que con seguridad me daría cuenta de la cosa real cuando la viera.


Y entonces Pedro había salido por la puerta y ella se había perdido.


—Todas pensamos eso —dijo Isabel con una sonrisa arrepentida.


—Y aunque lo sé bien —Paula se encontró diciendo en voz alta— una parte de mí sigue esperando que Pedro se convierta en ese hombre. Si solo le diera suficiente tiempo.


 Si solo lo amara lo suficiente.


La mirada cuidadosa de Isabel se intensificó con preocupación.


—No. No. Y no. Escúchame, no puedes cambiarlo. Él es el único que puede hacer eso.


Y fue entonces cuando Paula vio el problema real, tan claro para ella como el cielo azul, la espuma de las olas o los sonidos felices alrededor de ella.


Tal como se lo había dicho a una y otra vez, no estaba herida por el modo en que ella y Pedro se habían unido la noche anterior. Él no había sido tan brusco como había pensado y ella realmente era más resistente de lo que parecía. El problema ni siquiera era que había herido sus sentimientos al escoger quedarse en el sillón de la planta baja en lugar de abrir su corazón a ella.


No, ella estaba herida por otra razón. Y acababa de volverse tan dolorosamente obvia que se preguntaba cómo es que había llegado hasta este punto sin haberla visto.


El problema real no era el modo en que Pedro la había tratado. Era la forma en que se había estado tratando a sí misma.


Ella se dolía tanto por él, quería tanto ayudarlo a curar sus heridas, que no había gastado ni un segundo en pensar en sí misma. Había puesto a Pedro primero, de la misma manera en que siempre había puesto a su ex marido, a sus padres, a sus causas.


Solo que esta vez era peor. Porque secretamente había creído que Pedro vería todo lo que estaba haciendo por él y la recompensaría con su amor. Un amor que ella quería más que nada en el mundo.


— ¿He cambiado en algo, Isabel? —preguntó ahora—. ¿Desde que me conociste por primera vez?


—Mucho. He estado tan orgullosa de ti. Especialmente porque sé de primera mano cuán duro puede ser empezar de nuevo después de un divorcio. Has hecho un gran trabajo siguiendo adelante, Paula.


—Si eso es cierto, entonces ¿por qué estoy cayendo en las mismas trampas? ¿Por qué estoy trabajando tan duro para hacer que todos los demás sean felices?


¿Por qué se había dicho a sí misma que podría alimentarse de las sobras? ¿Qué un poco de afecto era mejor que ninguno?


El brazo de Isabel la rodeó.


—Oh cariño, eso es solamente la naturaleza humana. No te puedes culpar por eso. Todo lo que puedes hacer es esperar que tal vez sea más fácil.


— ¿Lo es? —preguntó Paula a su amiga—. ¿Es más fácil la próxima vez?


Isabel resopló.


—Estoy casi segura que no quieres escuchar la respuesta.


—Creo que ya la sé.


Las imágenes todavía estaban con Paula: Andres viéndose perdido mientras se alejaba de la casa de Isabel, Isabel más pálida y nerviosa de lo que Paula alguna vez había pensado ver a su fuerte amiga.


—Si te hace sentir algo mejor —dijo Isabel— me he estado dando el mismo consejo desde ayer cuando Andres me sorprendió en mi casa. Estoy trabajando como el infierno justo ahora para no culparme por todavía tener estos estúpidos sentimientos por un hombre que no he visto en treinta años. Estaba tan segura que sería diferente esta vez. 


Que solo pondría una pared que él no podría cruzar. Que no dolería tanto el solo estar cerca de él.


—Lamento tanto que lo haga —dijo Paula a su amiga, estirándose para abrazar a Isabel de regreso.


—Yo también. Especialmente desde que he aceptado hacer el catering de la boda de su hijo. El mismo hijo con el que embarazó a esa chica la noche que me engañó.


— ¿En serio?


—En serio.



*****


Isabel estaba parada en el pasillo de pinturas de la ferretería mirando hacia una docena diferente verdes que parecían iguales cuando Pedro dobló la esquina rápidamente. Por un momento estuvo atónita por el parecido con su padre, tener una imagen clara de cómo se habría visto Andres veinte años atrás le quitó la respiración.


Pedro estaba claramente preocupado, apenas mirando hacia ella mientras decía:
—Lo lamento, no te vi.


Lucía cansado y agobiado. De la misma manera en que Paula había estado a lo largo del desayuno y el almuerzo.


Se dijo que debía mantener su nariz fuera de asuntos ajenos, pero maldita sea, se preocupaba mucho por Paula para estar callada. Paula no era solamente una amiga, era casi como una hija.


—Pedro.


Finalmente se dio cuenta quién era ella.


—Isabel.


No fue hasta entonces que se preguntó si él sabría sobre ella y Andres. Pero juzgando por cuán descontento lucía al verla, supuso que sí. Lo tomó como que ningún chico quería pensar en su padre teniendo sentimientos por nadie que no fuera su madre, sin importar lo viejo que fueran.


— ¿Cómo está yendo el trabajo en Poplar Cove?


—Muy bien —dijo—. Tú sabes cómo son esas viejas cabañas.


Ella asintió, eligió una muestra de pintura, pensando en una manera diplomática de decirle lo que necesitaba oír.


—Paula es realmente importante para mí.


Un músculo se movió en su mandíbula.


—Sé que lo es.


—Venir aquí luego de un mal divorcio. Empezar de nuevo. Sé lo duro que eso puede ser. El lago ha sido bueno para ella. Este pueblo. Esta gente. Todos la aman.


Hizo una pausa, le permitió asentir, asegurarse que había captado lo que ella estaba diciendo.


—Paula es una persona maravillosa, Pedro. Ella merece mucho más de lo que pide.


Él no se movió, apenas pestañeó, pero el destello de tormento en sus ojos casi la hizo arrepentirse de decirle estas cosas. Porque en el instante de un latido, Isabel había visto lo mucho que se preocupaba por Paula.


Y sabía que si terminaba dañando a su amiga, no sería porque no tenía un corazón.


No sería porque no le importaba Paula.


A él le importaba.



Pero Isabel también sabía muy bien que algunas veces amar a alguien no era suficiente.








CAPITULO 37 (tercera parte)





Durante toda su vida, la gente le había dicho a Pedro lo valiente que era. Y él les había creído. Había hecho cosas que nadie más podía hacer, enfrentado riesgos imposibles, y salido sonriendo del otro lado. Había rozado la superficie de los mejores momentos de la vida. Se movía de una victoria a otra.


Sin duda, el fuego en Desolation había sacudido su mundo. 


Era su primer roce con su mortalidad. La primera vez que se le ocurrió que no era Superman. Y, sin embargo, había pensado —no, había sabido— que una vez que regresara allí afuera las cosas serían como habían sido antes. Que no temería a nada. Que todavía sería invencible, y cuando la presión le empujara él todavía sabría cómo tomar todas las decisiones correctas, en cada ocasión.


La llamada del Servicio Forestal había sido el comienzo de su caída. Pero fue el escuchar a Paula decir "Te amo" lo que lo había enviado todo el camino por encima del borde.


Porque la verdad era que, nunca había deseado nada, nunca había necesitado a nadie como necesitaba a Paula. 


Nunca había estado completamente dominado por algo que no podía controlar. Incluso el fuego tenía reglas. Claro que de vez en cuando éste te aturdía, pero en su mayor parte sólo pagabas el precio cuando empujabas los límites.


Pero lo que sentía por Paula no tenía límites.


Razón por la cual había tratado de alejar de una puta vez lo que sentía por ella. Era por eso que había intentado hacer que huyera. Y cuando no lo hizo, había hecho lo mismo que había temido desde el principio, lo mismo que él había visto venir.


Le había hecho daño.


— ¿Por qué no has subido? —le había preguntado ella esa mañana cuando había bajado a la sala de estar.


Él se enderezó en el sofá, aturdido de ver a Paula parada al pie de la escalera mientras la débil luz del sol entraba por las ventanas.


Dios, era hermosa. Tan malditamente hermosa.


—No puedo confiar en mí, contigo.


No después de la noche anterior. Y, sin embargo, ella le había dicho que lo amaba. Cuando él menos se lo había merecido.


Se puso de pie, diciéndole:
—No puedo correr el riesgo de lastimarte otra vez. Eres la última persona en el planeta a la que hubiera querido hacer daño.


Ella vino a él como si no lo oyera, no entendía que estaba tratando de protegerla de la profunda y oscura rabia que no podía aplacar. No había sabido lo mala que era hasta la noche anterior.


Los moretones en las muñecas de ella le habían mostrado la verdad.


Se detuvo a pocos centímetros, tan cerca que lo único que podía pensar era en atraerla hacia él, en rogarle que lo perdonara con su boca, sus manos, adorarla de la forma en que debía haberlo hecho la noche anterior.


—He estado esperando que vengas a la cama, Pedro. Toda la noche. Que subas y hables conmigo. Que me hables. No quería tener que hacer esto. Bajar hasta aquí y obligarte.


De repente, ella pareció darse cuenta de lo cerca que estaban, y retrocedió un paso, luego otro. Cada centímetro que puso entre ellos hizo que el dolor en su pecho se volviera más grande.


Y luego sus manos se movieron a su pecho, casi como si estuviera protegiéndose de él y dijo:
—Quería que abrirte conmigo fuera tu elección. —La vio salir por la puerta, escuchó su auto encenderse, salir por el camino de grava de la entrada.


Todo había sido un borrón desde que ella se había ido. 


Había ido al taller, agarró el hacha más pesada que pudo encontrar, y comenzó a golpearla en el grueso tronco de un árbol. Pero todo el sudor en el mundo no podía empujar a Paula fuera de su cabeza, no podía borrar la sensación de que todo lo que quería estaba justo a su alcance.


Sólo que, al final, no tenía ni una condenada idea de cómo aferrarse a nada de eso.


*****


Saliendo de su auto de alquiler detrás de Poplar Cove, Andres vio a Pedro arrastrando el enorme tronco de un árbol desde los bosques hacia la playa. Se apresuró para ayudar.


—Yo agarraré este extremo.


Pedro no dijo nada, pero esperó a que Andres agarrara el tronco. Dulce Señor, pensó Andres cuando alzó el árbol desde el suelo, que pesado era. En cuestión de segundos estaba respirando duro, sudor goteando en sus ojos. Era todo lo que podía hacer para tratar de mantener el ritmo de su hijo. Al mismo tiempo, saboreó el trabajo.


Esta era la primera vez que él y Pedro habían trabajado juntos como un equipo.


Finalmente, dejaron el tronco frente a la cabaña. Andres quería tirarse en la arena y descubrir cómo respirar otra vez, pero Pedro ya se dirigía de vuelta al bosque.


Cuando se había ofrecido a ayudar con la cabaña, había estado pensando en un martillo y clavos. No en estas cosas de He-man.


Tiempo de aguantar, decidió rápidamente al ver a su hijo desaparecer entre los árboles.


Sin embargo, dos horas más tarde, Andres estaba bastante seguro de que iba a tener un ataque al corazón. El dolor en sus brazos, hombros y piernas era implacable. Un gruñido acompañaba cada paso que daba. Pero se negó a darse por vencido, a ceder, a demostrarle a su hijo lo débil que estaba.


Y entonces, Pedro dejó caer el tronco que estaban cargando, tan de repente que casi rompió el pie de Andres. 


Maldiciendo mientras saltaba fuera del camino, le frunció el ceño a su hijo.


—Maldita sea, deberías haber dicho algo antes de soltarlo de esa manera.


Pero en vez de contestarle con una réplica, Pedro permaneció de pie en la arena apretando sus manos en puños, luego flexionando sus dedos una y otra vez.


Oh mierda. Las manos de Pedro. Habían quedado destrozadas después del incendio, cicatrizando lentamente, ahora Andres había asumido que estaban bien. Debido a que Pedro nunca había dicho lo contrario.


Y nunca le había preguntado.


Moviéndose junto a su hijo, dijo:
—Son tus manos, ¿no es así?


—Viene y se va —gruñó Pedro.


— ¿Qué?


—El entumecimiento. El dolor.


El primer instinto de Andres fue proteger a su hijo. 


Encargarse de él en todas las formas en que no lo había hecho cuando era un niño.


—Deberíamos contratar a alguien para hacer esto.


—Como el infierno lo haremos.


Andres casi saltó hacia atrás ante la ferocidad en la voz de su hijo.


—No es que no puedas hacerlo todo. Sé que puedes. Es sólo que tal vez sea más fácil si…


—A la mierda con lo fácil —dijo Pedro.


Pero Andres había visto el dolor en el rostro de Pedro.


—No seas idiota. Podrías hacerle más daño a tus manos.


—Estoy bien.


—No —dijo Andres, mirando a su hijo directamente a los ojos—. No lo estás.


Pedro empezó a alejarse, pero Andres agarró el brazo de su hijo y no lo soltó.


— ¿Tienes alguna idea de lo que fue verte en ese hospital? Tumbado allí envuelto en vendas. Sin saber cuán malo era el daño. Si alguna vez serías capaz de utilizar tus manos de nuevo o si ya eran inútiles. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es ver a tu propio hijo conectado a esas máquinas sufriendo todo ese dolor?


Decir las palabras hizo que todo reviviera de nuevo, eso absorbió a Andres de nuevo a esas primeras horas horribles, donde lo único que hizo fue hacer tratos con Dios.


—Quería estar allí, en tu lugar. Le dije a Dios que me daría a mí mismo por ti, que me tomara en ese momento si tan sólo pudiéramos cambiar de lugar, pero él no estaba escuchando, no parecía importarle que mi hijo estuviera allí tendido allí inconsciente. Lo vi todo tan claramente. Todos esos años, todos esos partidos de las Ligas Pequeñas, los disfraces de Halloween, todo se había ido.


Apretó su agarre sobre el brazo de Pedro, dio gracias en silencio a Dios en el cielo, a quien había maldecido tan a fondo, por que Pedro estuviera aquí.


—No quiero perder los próximos treinta años también.


Pedro se sacudió de su mano.


—Quisiste volver aquí, ser un héroe, decir cuánto lo sientes. Pero a veces lamentarlo no es suficiente. Yo debería saberlo.


El mensaje de su hijo no podía haber sido más claro. No importaba lo que dijera, o lo mucho que lo intentara, Pedro no iba a perdonarlo. Bien, entonces no había razón para andarse con tiento alrededor. No había olvidado lo molesta que Paula había lucido en el estacionamiento del restaurante esa mañana.


— ¿Qué pasó contigo y tu novia?


Pedro había comenzado a alejarse, pero ahora se detuvo en seco, y se dio la vuelta.


— ¿De qué demonios estás hablando?


—Vi a Paula esta mañana. En el restaurante. Se veía molesta. Algo pasó entre ustedes dos, ¿no es así?


— ¿Quieres saber qué demonios pasó? Ayer por la noche me preguntó cómo habían ido las cosas contigo.


— ¿Conmigo?


—A ella no le gustó mi respuesta. No creyó una palabra de lo que dije. Y cuando tuvo razón en todo, perdí el control. La ataqué.


Andres reconoció el remordimiento que asolaba a su hijo. 


Treinta años atrás, había sido él, odiándose a sí mismo con cada respiración.


—Estabas enojado conmigo, ¿así que la lastimaste?


—Enojado con cada maldita cosa.


Esta conversación era como arena movediza. Pero eso era bueno. Porque eso significaba que él y Pedro iban a pasar un infierno de tiempo tratando de salir de ello sin la ayuda del otro.


— ¿Qué más pasó, Pedro? Dime.


—Ella dijo que me ama. —Pedro estaba parado completamente inmóvil ahora, casi como si estuviera preparándose para el impacto—. Ella no puede amarme. No es posible.


—Jesús, Pedro. No puedes pensar así. No puedes entrar en una relación con una mujer maravillosa pensando que el amor es imposible. Ve con ella. Dile que lo arruinaste. Dile que lo sientes. Que vas a pasar el resto de su vida recompensándola por ello.


Eran todas las cosas que había querido decirle a Isabel. 


Pero ya había sido demasiado tarde para entonces. Porque la madre de Pedro había venido a él con la noticia de que estaba embarazada.


— ¿De verdad esperas que siga tu consejo acerca de las relaciones?


Y esta vez, cuando su hijo se alejó, Andres tuvo que dejarlo ir. Debido a que Pedro tenía razón.


Él no sabía nada sobre el amor.













CAPITULO 36 (tercera parte)





Fue una noche difícil.


Andres nunca había necesitado tanto el sueño, como abogado litigante, a menudo estaba levantado hasta altas horas de la noche estudiando detenidamente los escritos, sólo para despertar al amanecer para defender a su cliente, pero había despertado desorientado y confundido en la pequeña habitación de la cabaña en la posada. 


Preparándose una taza de café en la cafetera automática sobre la encimera de la cocina, se puso de pie junto a la ventana y miró fijo hacia el agua.


La noche anterior había pasado horas sentado en la oscuridad en el porche de su cabaña en las orillas de Blue Mountain Lake. Tras pasar su tarjeta de crédito y entregarle una gran y antigua llave, Rebecca, la bonita posadera, había dicho:
—Me temo que nuestro restaurante aquí ya está reservado para la noche, pero si tiene hambre, puedo recomendarle altamente el Restaurante Blue Mountain. Isabel hace un trabajo fantástico con la comida allí.


Aunque estaba muerto de hambre, no creía que Isabel agradecería verlo aparecer en su restaurante esta noche. O cualquier otra noche.


Notando la fruta y las galletas en el aparador del salón, dijo:
—Gracias, pero estaré bien con esta comida.


Luciendo poco convencida, ella había dicho:
—Sabe qué, ¿qué tal si meto mi cabeza en la cocina y veo si el cocinero puede preparar algo sencillo para usted y enviarlo hasta la cabaña en aproximadamente una hora?


Fue lo más agradable que alguien había sido con Andres durante todo el día, además de Paula. Pero él no se encontraba bajo cualquier equívoco en cuanto a por qué estaba siendo tan maravillosa. No era porque él era un gran tipo. No era porque se merecía su bondad.


Rebecca simplemente no lo conocía.


Y ser agradable era su trabajo.


Se había sentado en una silla , mirando hacia el lago, observando los veleros, lanchas y kayaks pasar, pero en realidad no viendo a ninguno.


Durante toda la noche, lo único que podía ver era el odio en el rostro de su hijo, en el rostro de Isabel, como si cada uno de ellos enumerara todas las formas en que los había herido, todas las formas en que les había fallado.


Pero no podía esconderse en la cabaña para siempre. Y extrañamente, a pesar de la discordia del día anterior, por primera vez en años, se sentía como si estuviera en casa.


Treinta años había estado lejos sin ver este lugar. Treinta años se había mantenido al margen de sus errores. O pensaba que lo había hecho, de cualquier forma. Sin embargo, Blue Mountain Lake era una parte de su alma que no podía ser simplemente desechada u olvidada.


Él había sido un bebé de verano, nacido en el pequeño hospital a cuarenta y cinco minutos de distancia. Se preguntaba si su vieja cuna todavía estaba en el ático de Poplar Cove, o si sus padres se habían librado de esta tan pronto como a Pedro le había quedado pequeña. Todos los veranos cuando era un niño ellos habían venido al lago, una gran familia que incluía a sus abuelos también. Él había crecido jugando en la playa, nadando en las aguas frías a veces, navegando en cabrillas asando malvaviscos en palitos. Había estado tan seguro de la forma en que su vida se desarrollaría.


Había planeado construir barcos. Veleros hechos a mano. 


Para dar la vuelta al mundo con una hermosa mujer a su lado.


Se apartó de la ventana de la cabaña, sirviéndose una taza de café. Era demasiado tarde. Había perdido demasiado tiempo siendo un mártir, pasó los mejores años de su vida tratando de impresionar a la gente equivocada.


Pero incluso mientras lo pensaba, esperaba como el infierno que estuviera equivocado. De lo contrario no tenía sentido quedarse allí, no tenía sentido tratar de hacer crecer un par de bolas y volver a intentarlo con su hijo.


Pero primero, comenzaría su día en el Blue Mountain Lake de la forma en que siempre hacía cuando era niño. Con un chapuzón en el lago. Rápidamente poniéndose su traje de baño, trotó hacia la playa vacía, por el muelle de la posada, y cayó al agua. Él estaba agradecido por la descarga de adrenalina que se disparó a través suyo cuando se sumergió bajo las aguas frescas.


Una vez fuera del agua, miró hacia arriba y vio a Rebecca de pie en el porche de la posada mirándolo. Claramente avergonzada de haber sido capturada, ella sonrió y saludó, luego desapareció en el interior del edificio.


Lo más gracioso sobre el descontento, Andres había descubierto en los últimos años, era que él tendía a observarlo en otras personas, especialmente las personas que estaban tratando de ocultarlo. Algo en los ojos de la posadera, en el conjunto de su boca, le dijo que ella no era feliz. No, por supuesto, que fuera de su incumbencia. Sin embargo, él sabía lo que era buscar la felicidad y salir con las manos vacías.


Después de una ducha rápida y afeitarse, se vistió y se dirigió al pueblo a pie. La posada estaba al final de la calle principal. El restaurante de Isabel estaba en el extremo opuesto del centro de dos cuadras del pueblo. Se había prometido que no la molestaría, pero eso no significaba que no podía parase en la calle, ver lo que ella le había hecho al lugar.


Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban mientras pasaba por las pequeñas tiendas para turistas, el escaparate de una tienda de helados, el café/librería, la tienda de tejidos, el muelle público que dirigía las históricas excursiones en barco del lago, y un puñado de oficinas de negocios.


Al llegar al restaurante, se sorprendió por su transformación. 


Cuando él e Isabel eran niños, el lugar había sido el centro de reunión de adolescentes en decadencia. Desde donde estaba parado casi parecía que ella había reconstruido todo el maldito lugar desde el principio. ¿Por qué estaba sorprendido? Incluso cuando niña, ella había sido notable. Inteligente, divertida y talentosa. Por no hablar de tan hermosa que casi dolía mirarla.


Ella todavía lo era.


Y todavía dolía.


Una multitud de personas estaba reuniéndose afuera y cuando atrapó los fragmentos de conversación sobre cómo el restaurante nunca estaba cerrado a esta hora, Andres se preguntó si algo pasaba. Un cartel escrito a mano en la puerta decía: CERRADO TEMPORALMENTE – ABRIRA EN BREVE.


Y entonces la oyó, la voz de Isabel, frustrada, unas pocas maldiciones arrojadas al azar por añadidura.


Antes de que pudiera pensarlo mejor, él estaba cruzando la calle y yendo detrás del edificio. Isabel estaba arrodillada junto a un tubo abierto que estaba vertiendo agua por todo el estacionamiento, una llave en sus manos.


— ¿Dónde está la llave de paso?


Mirándolo, su rostro se contrajo por la sorpresa; y luego irritación.


—A dos pies de donde estás parado. No pude conseguir girarla. Aquí


Ella arrojó la pesada llave hacia él, y él la agarró una fracción de segundo antes de que lo golpeara entre los ojos. 


En otro momento, estaría encantado de dejarla conseguir algo de debida satisfacción al tirar su ira sobre él con una herramienta de mano, pero justo ahora necesitaba conseguir cerrar el agua antes que su pozo se vaciara por completo.


Alguien había pintado sobre la válvula cerrada y tuvo que empujar duro para poder girarla. Agradeció ir religiosamente al gimnasio, de lo contrario se habría visto como el mayor perdedor en el mundo frente a la única mujer que más quería impresionar, giró hacia abajo la válvula hasta que ni siquiera un hilo estaba goteando del grifo.


—Gracias.


La palabra podía haber sido gruñida, pero sabía que lo merecía.


—No hay de qué —él trató de sostenerle la mirada, hacerle ver lo mucho que quería su perdón, pero ella se negó a mirarlo—. Yo estaría encantado de ir a la ferretería por un tubo nuevo, si lo deseas.


—Esto ha ocurrido antes. Hice que el fontanero me dejara algunos de repuesto.


—Lo haré por ti.


Ella no se molestó en detenerse mientras caminaba por la puerta trasera.


—No, gracias. Vi cómo él lo hizo la última vez. Puedo cuidar de mí misma.


Pero no podía dejarla ir tan fácilmente. No cuando se negaba a creer que la noche anterior había sido por ellos.


—Hay una fila en la acera frente al restaurante. Necesitas alimentar a esa gente. Tendré tu agua funcionando rápidamente. Yo sé cómo hacer esto, lo prometo.


Ante la palabra ―prometo sus ojos se estrecharon. Maldita sea, tal vez no había sido la palabra más adecuada para usar.


—Por favor, Isa, déjame ayudar.


—Isabel —cerró la puerta de un portazo.


¿Por qué no podía, sólo una vez, decir lo correcto?


Pero entonces la puerta se abrió de nuevo e Isabel arrojó una bolsa de plástico a sus pies.


—No metas la pata.


Cuando la puerta se estrelló detrás de ella otra vez, Andres sonrió. Dejarle arreglar su caño no era una gran cosa, pero era algo. Un paso en la dirección correcta. Y un infierno mucho mejor que ser arrojado fuera de la propiedad.


Él tomaría lo que pudiera conseguir y trabajaría desde allí.


Un auto se detuvo en el estacionamiento y Paula salió. 


Después de la forma en que ella lo había encontrado ayer en la casa de Isabel, el orgullo lo hacía querer irse antes de que lo viera. Pero eso era lo que él hubiera hecho antes.


Lo que había hecho antes no había funcionado. Ya era hora de dejar de repetir los mismos patrones de joderla y aprender otros nuevos.


Cuando Paula estaba a una distancia de audiencia, el dijo:
—Buenos días.


Ella dio un salto.


—Me asustaste.


—Lo lamento. Sólo estoy ayudando a Isabel con algunas tuberías rotas.


Ella frunció el ceño en obvia confusión.


—Oh. Eso es muy agradable de tú parte.


Él notó las manchas oscuras debajo de sus ojos, sus párpados hinchados. Sería más fácil simplemente fingir que no lo había notado. Pero entonces recordó la forma en que ella había llegado a él a lo de Isabel.


— ¿Todo bien?


No era una mujer grande, pero hasta ahora lo había golpeado por su firmeza. Sólida. Esta mañana, sin embargo, parecía encogida, lucía como alguien que simplemente había arrojado la toalla.


Ella tragó saliva. Sacudió la cabeza.


—No. Pero voy a estar bien —asintió con la cabeza hacia el restaurante—. Será mejor que entre allí.



*****


¿Por qué estaba dejando que la ayudara?, se preguntaba Isabel. Ella podría haber arreglado las tuberías por sí misma. 


Y sin embargo, sus pies la habían llevado de nuevo adentro, sus manos habían agarrado los elementos y se los habían dado a él.


Ella no había estado mintiéndole ayer. No lo iba a perdonar.
Incluso si el rehacía el sistema de plomería del restaurante entero.


Su cocinero entró desde el restaurante donde había estado bebiendo su primera Coca Cola del día.


—Las personas están a punto de causar disturbios ahí afuera. ¿Puedo dejarlas entrar?


Isabel asintió con la cabeza y momentos más tarde, un mar de rostros agradecidos se apresuraron a tomar sus asientos habituales. Y aunque sabía que todo el mundo dentro del restaurante seguramente estaría más feliz si ella tenía agua para hacer sus desayunos y café, una parte de ella esperaba que Andres no fuera capaz de arreglarlo. Siempre había sido muy práctico, incluso cuando adolescente. Con los autos, las cañerías, los martillos. Sólo una vez, quería verlo fallar en algo.


Pero unos minutos más tarde, cuando por un momento olvidó que el agua estaba cerrada y abrió el grifo, este funcionó a la perfección.


Andres, una vez más, había tenido éxito. Él había llegado sin previo aviso como un caballero en su brillante caballo blanco para salvar a la damisela en apuros.


Maldito sea.


Las órdenes se vertieron y pronto cada hornalla estaba cubierta y ella estaba en la zona donde lo único que debería estar pensando era en el siguiente pedido. Y, sin embargo, cada segundo estaba en guardia, esperando a que él llegara a través de la puerta de atrás, triunfante. Esperando su agradecimiento. Pensando que podían olvidar todo lo que había sido dicho.


Pero el desayuno se convirtió en el almuerzo, y aun así no vino. A mitad de la carrera, sonó el teléfono en su oficina. 


Scott lo atendió y se lo entregó a ella, a pesar de que no estaba de humor para ser amable con quien fuera que estaba en la línea.


—Restaurant Blue Mountain Lake. Habla Isabel.


—Oh, bien. Me alegro de haberte atrapado. Mi nombre es Diana Kelley y esperaba que me pudieras ayudar. El servicio de catering para mi boda acaba de retirarse y después de preguntar por ahí, he oído que eres una chef increíble.


—Yo normalmente no hago bodas —dijo Isabel, más brusca de lo normal—. ¿Cuál es la fecha?


—Treinta y uno de julio.


Esa era la misma fecha en la que el hijo mayor de Andres se iba a casar. Dejándose caer pesadamente en su silla de la oficina, preguntó:
— ¿Tienes familia en el lago?


—No, pero mi prometido pasaba los veranos allí cuando era niño. ¿Tal vez conozcas su cabaña? Poplar Cove. Sé que es en poco tiempo, y entendería totalmente si no puedes acomodarnos, pero Samuel y yo apreciaríamos muchísimo si por lo menos lo consideraras.


La mujer acababa de darle a Isabel una salida clara. Lo lamento, estoy demasiado ocupada. Temo que simplemente no es posible. Entonces, ¿por qué no estaba diciendo que no y colgando el teléfono?


La respuesta la golpeó clara entre los ojos: porque no era una cobarde. Así que no iba a huir. En su lugar, iba a enfrentar directamente sus miedos. Iba a triunfar, maldita sea.


Unos minutos más tarde ellas habían resuelto los detalles iniciales. Isabel iba a atender boda del hijo de Andres.