El hombre observó a Paula Chaves desde el estacionamiento, esperando el momento perfecto para hacer su movida.
Su hermana ya estaba en el maletero de su auto. Cuando llegase a su campamento, castigaría a la chica por la forma en que se estaba retorciendo, por los ruidos que se atrevía a hacer. Afortunadamente,con toda la conmoción por el fuego, niños y mujeres gritando y llorando, sirenas finalmente abriéndose su camino en el campamento desde la autobomba del Departamento de Bomberos de Colorado y los patrulleros viniendo, nadie podría oír a su prisionera luchando.
Había estado furioso cuando Mickey lo despertó de sus oscuros sueños con la noticia de que Agustina había escapado. Pero había sido muy fácil adivinar dónde terminaría. Tigiwon era la civilización más cercana que había, bajando derecho por la colina desde su laboratorio.
Después de acelerar por el camino hacia el campamento, la había visto en una cabina telefónica, probablemente dándole a Paula las instrucciones para encontrarla. Moviéndose silenciosamente, había seguido a la chica después que había colgado el teléfono, manteniéndose fuera de su vista hasta que ella cometió el error de creer que realmente se había escapado.
Cuando había tomado el estrecho pasaje que había entre el estacionamiento y la estación del guardabosque, luego de asegurarse de que estaban solos, saltó hacia ella golpeándola con su puño en la mandíbula una vez, luego otra, hasta que ella se desplomó en el suelo.
Incendiar la cabaña había sido una genialidad. Era la perfecta distracción, así él no solo podía llevarse a Agustina en su auto sin que nadie lo notara, sino que dado que Paula estaba en camino para rescatar a su hermana, también sería la oportunidad ideal para finalmente hacer la captura de su verdadero premio.
Si solamente ese maldito hombre se alejara de su lado por treinta segundos, tal vez él podría ponerse lo suficientemente cerca.
Moviéndose lejos de su auto, se dirigió hacia la multitud que estaba alrededor de la autobomba. A la primera oportunidad disponible, él estaría listo para hacer su movimiento.
Pedro escuchó su risa y sonrió. Nunca había considerado que podría encontrarse en una moto todo terreno con Paula, corriendo por un camino angosto en las Rocallosas. Pero aun así, estos habían sido los dos días más emocionantes que pudiera recordar. Ningún incendio forestal podía compararse con Paula. Ni siquiera el calor.
Viéndola lucir tan feliz esta mañana después de la llamada de Agustina, era imposible no querer verla de esa manera otra vez. La noche anterior, él estaba lidiando con la pregunta sobre darle otra oportunidad a las cosas. Esta mañana, no podía recordar sus razones para no hacerlo.
Ella era preciosa. Inteligente. Leal. Y, aunque intento convencerse de lo contario durante la década pasada, era increíblemente amorosa.
Él sería un tonto si la dejara escaparse de su vida otra vez.
La moto era rápida y como a Paula no parecía importarle la velocidad, aceleró un poco más. En el siguiente cuarto de hora estaban pasando por la puerta principal del camping.
Dirigiéndose a la sede del guardabosques, él puso los frenos y Paula estuvo fuera de la moto y corriendo por las escaleras antes que apagara el motor.
Segundos después, salió afuera, su cara tensa y apretada.
—No está aquí.
Oh, mierda. Agustina había tenido mucho tiempo para llegar a la oficina del guardabosque. Debería haber estado allí.
Entonces, escuchó a Paula jadear, su mano yendo a su boca mientras todo el color dejaba su cara, su dedo apuntando hacia el cielo.
A cuatrocientos metros hacia la izquierda, en dirección al río, un hilo de humo fresco y negro se alzaba hacia el cielo azul.
Un edificio debía estar incendiándose.
—Móntate —le gritó Pedro y una vez que sus brazos estuvieron otra vez alrededor suyo, aceleró por el camino pavimentado de una sola vía que se extendía entre el campamento, queriendo acercarse tanto como pudiera al fuego, tan rápido como fuera posible antes de tener que ir a pie. Un grupo de familias vacacionistas estaban parados abrazándose juntos en el estacionamiento mirando las llamas.
Otra vez, Paula saltó y corrió hacia la cabaña antes que las ruedas de la moto hubieran dejado de dar vueltas.
Saltando del asiento de cuero, la moto todo terreno dejada de lado sobre la tierra, Pedro corrió tras ella. Ella era rápida, pero él era más rápido. Atrapó sus brazos, sin dejarle dar otro paso hacia el innegable peligro. Ella se retorció duro, tratando de soltarse y él no tuvo otra opción más que abrazarla fuerte, su espalda presionada contra su pecho.
— ¿Y si Agustina está adentro? ¡Tengo que salvarla!
Era un paso importante, pero él entendía por qué había ido hasta allí. La seguridad de Agustina era todo en lo que podía pensar en este momento.
Pero si no podía hacerla entrar en razón, habría más de una víctima hoy.
—No sabemos si está adentro. Y no es seguro para ti estar en ninguna parte cerca de ese edificio —le dijo firmemente en su oído para estar seguro que lo entendía.
— ¿Pero qué pasa si está allí? ¡No puedo dejarla arder hasta morir!
No había ningún razonamiento en su voz, solo desesperación. Él entendía, pero no significaba que se iba a arriesgar a perderla.
El césped alto y seco en el frente del edificio ya había sido tragado por las llamas. Antes que él pudiera acercarse, tenía que apagar el incendio del césped. Sin embargo, no la soltaría hasta que lograra controlarse.
—La única manera de entrar al edificio es encender un contra fuego.
—No —ella jadeó—. No más fuegos.
—Cuando dos fuegos hacen contacto, se apagan entre ellos. Es la única manera.
Finalmente, pareció entender y le dio un angustiante:
—Está bien.
Él todavía estaba asustado que ella corriera hacia el fuego cuando liberó su agarre y sacó varias antorchas de su bolsillo. Unas cuantas se esparcieron por el piso y Paula las recogió. Mirando hacia los árboles, él estudió la dirección del viento para asegurarse de que las llamas no irían directo hacia ellos, o hacia la multitud que debería ser más inteligente y haber evacuado el lugar hace rato.
Pero no tenía tiempo de avisarles del peligro de estar merodeando tan cerca de un fuego vivo. Si la hermana de Paula estaba dentro, él tenía que salvarla.
Si es que ya no era demasiado tarde.
Él había estado en la misma situación con su hermano Cristian, lo había visto sufrir agonizantes quemaduras.
Incluso aunque había hecho todo lo que había podido para salvarlo, siempre había deseado haber podido hacer más.
¿Paula sería capaz de perdonarse si Agustina moría en un incendio? ¿Y lo perdonaría por no salvarla?
Él alcanzó su mano y ella enterró sus uñas en sus nudillos mientras que el fuego asolaba el espacio entre ellos y la cabaña. Y entonces, menos de un minuto después, un camino se abrió en el campo entre una masa de calientes brazas.
—Voy a tratar de entrar a la cabaña ahora, pero no quiero que me sigas. No es seguro.
Pedro podía ver que Paula quería pelear con él sobre esto, pero tenía que asegurarse de que entendía.
—No podré ayudar a nadie que esté en la cabaña si tengo que ayudarte a ti también.
—Solo apúrate —dijo ella, rindiéndose rápidamente—. Por favor.
Sin sus implementos, el calor emanado del piso era intenso, pero había estado en bosques mucho más calientes. Él corrió hacia el pequeño edificio, todo su enfoque centrado en encontrar un camino para entrar, considerando que la mitad delantera ya estaba completamente en llamas.
Corriendo rápidamente alrededor del perímetro, no encontró puertas, ni ventanas. Tenía que entrar por el frente dividiendo el fuego de la puerta.
Agarrando una rama larga del piso, trepó a un árbol cercano detrás del edificio y se dejó caer sobre el techo humeante.
Moviéndose rápidamente, sacó viejas tejas, exponiendo los tablones delgados de madera que cubrían las vigas.
Trabajó rápido con el palo, irrumpiendo en la madera, abriendo un hueco en el techo. En cualquier momento, las llamas hallarían la nueva fuente de oxígeno y se dispararían por el hueco. Si él no era cuidadoso podría ser atrapado en ellas, pero si no hacía el hueco lo bastante grande no habría suficiente oxígeno para redirigir las llamas del resto de la estructura.
Casi un segundo antes de que el fuego saliera deprisa por el hueco que había hecho en el techo, Pedro saltó fuera del camino, lanzando su metro ochenta de altura hacia el suelo.
Como un reloj, las llamas se batieron fuera de la puerta.
Moviéndose hacia el frente, la pateó. El humo era negro y denso, pero él había pasado diez años maniobrando en esta clase de condiciones, y su ojo estaba entrenado para ver miembros, escuchar toser o buscar cuerpos.
Pero el edificio estaba vacío. Completamente vacío.
Pedro escuchó el crack familiar de un edificio a punto de caer y en un instante salió de la cabaña y corrió como el diablo. Las paredes comenzaron a caer sobre sí mismas antes que él alcanzara a Paula.
— ¿Dónde está? —Paula le gritó.
—No estaba allí.
Paula cayó de rodillas, con la cara entre sus manos.
Pedro nunca se había sentido más impotente en toda su vida, se agachó y la sostuvo entre sus brazos.
—Está a salvo —Paula le dijo a Pedro y a Pablo mientras colgaba el teléfono.
No podía recordar cuándo se había sentido más feliz mientras Pedro la jalaba en sus brazos. Se sentía tan bien abrazarlo. No en una situación de miedo, sino, finalmente, con júbilo.
—Estoy tan feliz de que esté bien —él le dijo suavemente en su oído antes de soltarla.
Ella deslizó una mano hacia abajo para entrelazar sus dedos con los suyos, de repente sintiendo que nuevos comienzos eran posibles para todos.
— ¿Cuán lejos está el lugar del campamento?
Pablo sacó un mapa de una repisa cercana y lo abrió.
—Es un poco complicado por los árboles caídos alrededor de toda el área.
Paula sintió su pecho tensarse pensando que no sería posible llegar a Agustina en este momento.
Pedro se inclinó sobre el mapa.
—Estoy seguro que no tendremos problemas siguiendo tus indicaciones —él no la miró, pero sabía que estaba diciendo esas palabras calmantes para su beneficio.
Psblo resaltó varios caminos con una lapicera.
—En línea recta, son aproximadamente dieciséis kilómetros. Los primeros kilómetros serán las peores —luego sonrió—. Sin embargo, tengo buenas noticias. Mantengo una moto todo terreno escondida en los últimos kilómetros del camino. Luego de su caminata hasta allí, la moto debería ahorrarles horas de su tiempo.
Ella no se pudo contenerse de lanzar sus brazos alrededor de Pablo, y aunque él estaba rígido e incómodo, a ella no le importó. Estaba tan feliz de que Agustina estuviese bien que no vio ninguna razón para contener su alegría. Si, sabía que todavía necesitaban tener a Agustina sentada con la policía y describiendo al maldito que la había secuestrado, pero en este momento eso parecía un detalle pequeño.
Caminaron rápidamente a través de la Granja hacia su carpa y equipaje, luego que Pedro llenara su mochila con agua, comida y suplementos de primeros auxilios, enfilaron hacia los terrenos del campamento. Aunque Agustina sonaba bien al teléfono, Paula sabía que era mejor estar preparada para lo peor. Aun así, solo pensar en tener que usar el botiquín de primeros auxilios la asustaba de muerte.
—Yo habría empacado el botiquín de todas maneras —le dijo Pedro, leyendo su mente como lo había hecho muchas veces antes.
—Lo sé —dijo ella—. Esta situación con Agustina podría haber sido mucho peor.
Pedro alcanzó su mano y la apretó.
—Tal como has dicho, es una chica dura. No estoy sorprendido de que se haya puesto a salvo —él alzó una ceja—. Te apuesto que tu hubieras hecho lo mismo en su lugar. Las dos suenan como muy parecidas.
Ella se mordió el labio. ¿Estaba él en lo cierto? ¿Serían ella y Agustina realmente tan parecidas? Paula nunca hubiera usado la palabra “dura” para describirse, pero tal vez eso era, porque había pasado mucho tiempo asegurándose de que todo pareciera perfecto en el exterior y era raro que dejara a alguien ver lo que estaba escondiendo en su interior.
La mano de Pedro era cálida y seca en la de ella y se sentía extrañamente correcto caminar a través de la Granja y dentro del sendero a su lado. Casi como si fueran una pareja.
—Así que…
Él se detuvo y ella se preguntó qué era lo que le resultaba tan difícil de decir.
— ¿Cómo es tu agenda? ¿Tienes mucho tiempo libre?
Ella escondió su sonrisa. Era tan lindo, verlo dar vueltas tratando de pescar alguna información mientras intentaba no verse como si lo estuviera haciendo.
Tratando de actuar como si su pregunta no fuese la gran cosa; cuando la verdad era que, si era una gran cosa que él claramente quisiera pasar más tiempo con ella después de la búsqueda de Agustina… ella se estremeció.
—Trabajar en la TV es más o menos igual que trabajar en incendios. Estamos muy, muy ocupados por unos pocos meses, y luego tenemos largos y agradables descansos —ella no pudo resistirse a añadir— además, si hay una ciudad en la que quiero pasar algo de tiempo, usualmente puedo convencer a mi productora de que vale la pena establecer una semana de espectáculos allí.
Ella dejó sin pronunciar su obvio intento de seguir con: “Como, digamos, Lake Tahoe”.
—Es bueno saberlo —dijo, antes de sorprenderla con—: por cierto, tus habilidades para el canotaje y el senderismo han excedido en mucho mis expectativas.
Paula tuvo que reír para sí misma. Estaba brillando, incapaz de parar de sonreír por sus elogios. Uno podría pensar que nunca había escuchado un cumplido antes.
—Gracias Pedro, eso significa mucho para mí. Aunque supongo que ayuda que tus expectativas eran poco menos que nada en un principio.
En lugar de reír con ella, Pedro le envió una mirada muy seria, casi dura.
—En el hospital y en el cuarto del motel, me comporté como un asno. Hice un montón de suposiciones sobre ti, tu trabajo y de lo que eras capaz de hacer. Estaba equivocado.
Ella sacudió la cabeza.
—No, has sido increíble, ayudándome en esto. Especialmente después de todo lo malo en nuestro pasado.
Ella estaba buscando las palabras correctas para tratar de consolidar algunos planes futuros cuando Pedro de repente soltó su mano y se agachó dentro de una pequeña grieta en las rocas.
—Buenas noticias, la moto todo terreno estaba donde Pablo dijo.
La caminata sobre árboles caídos y grandes rocas había ido mucho más rápida de lo que había esperado. Enteramente debido a la compañía.
Pedro sacó uno de los cascos de su mochila, pero en lugar de dárselo, lo colocó sobre su cabeza.
—Linda. Muy linda.
Ella no le había dado mucha importancia a su apariencia desde que Agustina había llamado, pero ahora que todo estaba más o menos normal, era bueno saber que no iba a asustar a niños pequeños. Y que Pedro todavía parecía pensar que ella se veía bien.
—Sube detrás de mí —dijo mientras sacaba la pequeña motocicleta de su escondite. A través de la visera de su casco podía ver que él estaba sonriendo cuando dijo— y agárrate fuerte.
Oh sí, sería un placer envolver sus brazos alrededor de su cintura y pecho, y poner sus caderas contra su musculoso trasero.
Pedro hizo tronar el motor y entonces estaban volando por el terroso camino. Su pelo largo se salía debajo de su casco, la tierra del camino pronto cubriendo sus piernas y botas.
Ella nunca se había sentido tan maravillosamente viva.
Entre la velocidad y la cercanía de Pedro, se encontró riendo en voz alta. Y lo mejor de todo era que estaba compartiendo estos momentos con Pedro.
La belleza de los árboles y las montañas, y el cielo azul por encima, era tan colorido, tan hermoso. Ella no había sido capaz de apreciarlo hasta ahora, y rogaba que, una vez que ella y Agustina regresaran a San Francisco, pudiera compartir otro momento tan increíble como éste con Pedro.
Estar con él siempre había sido su más grande emoción.
Una fiebre total. Todavía lo era.
Agustina se despertó con un sobresalto, su cuello sonó cuando levantó la cabeza de su pecho con demasiada rapidez. Le dolían los hombros y sus piernas y brazos se habían entumecido debajo de sus ataduras. Su boca se sentía como si hubiera estado rellena de algodón, y se pasó la lengua por el interior de ésta, tratando de encontrar piscinas ocultas de humedad, pero fue un total desperdicio de esfuerzos.
Para empeorar las cosas, necesitaba hacer pis. Ya era bastante malo que su vejiga fuera a estallar si no conseguía un cuarto de baño pronto. Su cabeza palpitaba y también se sentía mareada. Definitivamente no era el mejor día que había tenido.
Con la esperanza de que hubiera alguien lo suficientemente cerca como para oírla, gruñó en voz alta.
Después de lo que pareció una eternidad, un tipo gordo con ojos pequeños y brillantes abrió la puerta.
—Cállate o te haré callar.
Su aliento a leche agria la hizo retroceder con disgusto y se preguntó a donde habría ido el tipo que la había secuestrado. Como aún necesitaba desesperadamente un baño, continuó gruñendo y suplicando con la mirada hasta que él abrió más la puerta y le arrancó la cinta adhesiva de la boca.
Lágrimas brotaron de sus ojos. ¡No podía creer lo mucho que eso dolía!
— ¿Cuál es tu maldito problema?
—Tengo que hacer pis —gruñó con voz ronca—. Y me muero de sed. No quiere que muera por deshidratación, ¿verdad?
—Jesús, te traeré un poco de agua y te dejaré que orinar. Sólo cállate. — Sacó una navaja de bolsillo—. Pero no hagas nada gracioso o tendré que usar mi cuchillo para cortar algo más que la cinta.
—Lo juro, no voy a intentar ninguna cosa.
Y no lo haría. Todavía no, de todos modos, a pesar de que sin duda se sentía como si sus posibilidades de escapar de este tipo fueran mejores que con su captor original.
Unos segundos más tarde estaba libre, pero cuando trató de ponerse de pie, sus piernas entumecidas fueron inútiles y se cayó, aterrizando sobre sus manos y rodillas en el suelo.
El tipo se rió y la recogió, consiguiendo con su acción darle algunos apretones en sus tetas. Agustina pudo sentir los dolores agudos y punzantes moviéndose a lo largo de sus brazos, manos, dedos, pies y pantorrillas mientras su sangre comenzaba a ponerse de nuevo en circulación.
Se mordió el labio para no delatar su malestar y apretó sus puños para no evitar el toque del tipo, solo estaba lo suficientemente lúcida como para darse cuenta de que debía usar el baño antes de tratar de escapar de nuevo.
Mirando a su alrededor mientras la cargaba, se dio cuenta de que estaban en un granero. No había animales en éste, sólo un puñado de heno en el suelo de tierra apisonada. A lo largo de una pared, decenas de cajas estaban apiladas casi hasta el techo.
¿Qué era ese lugar?
En la esquina lejana, él pateó una puerta desvencijada para abrirla y la dejó caer. Poniendo sus manos en la pared, los pies de Agustina la sostuvieron en pie esta vez.
Ella miró hacia un cuarto oscuro y vacío.
— ¿Dónde está el baño?
Él señaló hacia un cubo amarillo.
—Ahí mismo.
Bien, ella había utilizado lugares más asquerosos.
— ¿Puedo por lo menos tener un momento de intimidad?
Cruzó sus fornidos brazos sobre su pecho.
—No, quiero ver.
Ella se encogió de hombros mientras se desabrochaba el botón superior de sus jeans.
—Está bien, pero voy a hacer algo más que pis.
Su rostro se puso verde.
—Date prisa de una puta vez —dijo, luego pateó la puerta para cerrarla.
Agachándose sobre el cubo, Agustina rápidamente se encargó de su asunto, se puso de pie y miró alrededor de la habitación en busca de una ruta de escape. Arriba, había una pequeña ventana. El vidrio ya estaba roto y eso era bueno, ya que si iba a tratar de arrastrarse a través de este, no se lastimaría demasiado.
La pregunta era, ¿cómo llegaría hasta allí?
Explorando las paredes buscando algo que pudiera usar como apoyo para los pies, o asideros para las manos, oyó un sonido que le recordó a una manguera encendiéndose.
Aprovechando la oportunidad para asomar la cabeza por la puerta, vio a su guardia con sobrepeso parado de espalda hacia ella, haciendo pis como si hubiera estado aguantándose el mismo tiempo que ella.
La adrenalina corrió por ella y tomó la rápida decisión de correr rápidamente a través de la paja y atravesar la puerta principal. Varias latas de cerveza vacías estaban en el suelo, lo que explicaba por qué él seguía vaciando su vejiga.
El sol estaba empezando a elevarse y mientras corría más allá de unos contenedores caídos de lado, se le ocurrió que había estado desmayada desde la tarde anterior.
De repente, se escuchó un fuerte rugido. Oh mierda, el guardia debía de haberse dado cuenta finalmente, de que ella se había ido.
Ridículamente agradecida de que Paula la hubiera obligado a estar en el equipo de atletismo de la escuela secundaria,
Agustina continuó corriendo hasta que se vio rodeada por bosque desde todos los lados. Tuvo la tentación de seguir un estrecho camino rural, pero supo que sólo le haría más fácil a ese hombre el encontrarla.
Sin tener tiempo para pensar dos veces su decisión, ella se deslizó por una colina. Durante los primeros cien metros más o menos fue capaz de mantener el equilibrio, pero mientras la montaña se volvía más empinada, no fue rival para los troncos gruesos y las grandes rocas que se seguían chocando contra sus rodillas y piernas.
Ella desaceleró hasta hacerse camino entre varias rocas grandes, pero justo cuando pasó más allá de la última, su pie quedó atrapado en una rama muerta y salió volando por la colina empinada, dando volteretas.
Curvándose en una bola, apenas había logrado cubrir su cabeza con sus manos cuando chocó contra una roca.
Un gemido de dolor salió de su garganta mientras yacía tumbada allí, todavía hecha una bola, luchando contra una fuerte oleada de náuseas. La oscuridad amenazó con llevársela y supo que estaba justo al borde del desmayo.
¡No! No podía rendirse ahora.
Desenroscando lentamente sus extremidades, esperó un rayo de dolor que le dijera que algo se había roto. Pero cuando se dio cuenta de que había tenido suerte y todo estaba en orden, se sentó y escuchó con atención en busca de sonido de pisadas.
Todo lo que escuchó fueron los pájaros cantando y un torrente de agua.
Poniéndose de pie, se abrió paso con cautela mientras bajaba por la colina en zapatillas, aferrándose a los troncos en busca de apoyo. Concentrándose en cada doloroso paso, finalmente llegó lo suficientemente cerca del río y pudo ver el agua a través de los árboles, trepando por las rocas hasta que llegó al borde de una empinada pared rocosa.
Después de algunos cálculos rápidos, se dio cuenta de que su única opción era saltar sobre el banco de arena.
Todo el aire salió expedido de su pecho cuando aterrizó.
Yació allí, tratando de recuperar el aliento, mirando fijamente hacia el cielo, era tan tentador simplemente cerrar los ojos y dormir.
Maldición. Si tan sólo no estuviera tan cansada. O hambrienta. O sedienta.
Estrujando sus ojos, apretó las palmas en los huecos para despertarse a sí misma antes de hacer rodar sus rígidos músculos en una posición sentada. Se levantó de nuevo, se metió en el agua y siguió el borde del río corriente abajo, con la esperanza de ver a alguien pescando o navegando en algún momento.
Después de caminar durante lo que parecieron horas bajo el brillante sol y sin tener más remedio que beber del lago, que se joda el giardia, por fin escuchó el sonido más hermoso en el mundo; niños pequeños chapoteando y jugando en el agua mientras su madre les gritaba que fueran cuidadosos.
Al acercarse, vio las señales del Parque del Estado de Colorado a lo largo del río y una nueva explosión de energía la recorrió.
Ella realmente lo había logrado.
¡Estaba a salvo!
Saliendo del agua, corrió hasta una playa vacía, pasó entre las casas rodantes en sus lugares numerados y siguió las indicaciones hacia la estación del guardabosque. Al ver un teléfono público en el borde del estacionamiento, se detuvo y llamó a la operadora.
—Tengo que hacer una llamada por cobrar —dijo casi sin aliento, dando el número de teléfono de Paula—. Me temo que la persona a la que está tratando de llamar no está disponible.
Mierda, el teléfono de Paula había ido directo al correo de voz. ¿Y ahora qué?
— ¿Hay otro número con el que le gustaría probar? —preguntó la operadora.
Podía llamar a la policía, pero su secuestro era tan al azar que temía que no le creyeran. Las únicas personas además de Paula que sabían que estaba perdida eran sus amigos en la Granja. Pensando que ellos debían estar preguntándose dónde estaba, le dio a la operadora el número de teléfono de la Granja. Sonó una vez, dos veces, tres veces, y ella rezó porque alguien lo atendiera.
—Hola.
Agustina ya estaba hablando cuando se dio cuenta de que Pablo no podía oírla porque la operadora estaba diciendo:
—Tengo una llamada a cobro revertido de...
—Agustina Chaves.
— ¿La atenderá? —preguntó la operadora.
Pablo dijo que sí y luego Agustina le escuchó decirle a alguien:
—Ve por Paula. Su hermana está en el teléfono.
— ¿Mi hermana está ahí? —preguntó Agustina, sorprendida de que Paula no sólo había encontrado la comuna, sino que se las había arreglado para llegar hasta allí de una pieza. Por otra parte, ¿por qué estaba sorprendida? Paula siempre tenía éxito, incluso cuando intentaba lo imposible.
—Vino a buscarte anoche —respondió él, y luego ella le oyó decirle a alguien—: Sí, estoy hablando con ella ahora mismo.
—Oh Dios mío, Agustina —dijo Paula, surgiendo en la línea—. ¿Estás bien?
La preocupación de Paula trajo lágrimas a sus ojos. Se sentía como una niña de nuevo, desesperada porque su hermana mayor la encontrara y la sacara de su horrible vida.
—Creo que sí. Fui secuestrada por un tipo en el estacionamiento del hospital y me las arreglé para escapar a un parque estatal. Las señales dicen Tigiwon — sollozando, admitió— estaba tan asustada. Pero sabía que ibas a tratar de encontrarme.
—Gracias a Dios que estás bien. Voy por ti.
Paula sonaba muy conmocionada y Agustina casi no pudo creer que esa fuera su hermana “siempre serena” en el otro extremo de la línea.
—Ve a la estación de guardabosque y espérame. ¿Y Agustina?
Agustina enjugó sus lágrimas y se aclaró la garganta.
— ¿Sí?
—Te quiero.
Sus lágrimas empezaron a salir de nuevo.
—También te quiero.
Colgó el teléfono y mientras se dirigía de vuelta al estacionamiento fue golpeada con la mala sensación de ser observada. Pero cuando se detuvo y miró a su alrededor, no vio ni oyó nada más sospechoso que un grupo de niños que montaban en sus bicicletas mientras sus padres descansaban en sillas plegables y bebían cerveza.
Se veía como nada más que una tarde de verano perfecta, pero mientras seguía rápidamente las flechas hacia la oficina del guardabosque, el pelo en la parte posterior de su cuello no dejó de erizarse.
Deja de enloquecer, se dijo. Lo hiciste. Te escapaste. Ahora estás a salvo.
Paula estaba en camino, y esta vez, Agustina estaba completamente feliz de que su hermana se encargara de todo. A los catorce años, había luchado con su hermana con todas sus fuerzas, en parte, ahora se daba cuenta, porque la lucha era todo lo que conocía. Pero en este instante, anhelaba consuelo. Seguridad. Una cama y un vaso de leche caliente.
Durante mucho tiempo había rabiado en contra de Paula por tratarla como a un bebé. Es curioso cómo un poco de mimos ya no parecían tan malos.
Pedro entendía por qué ella quería estar sola. Eran similares en ese sentido, ninguno quería parecer débil frente a una audiencia. En su lugar, ambos retenían todo lo que estaban sintiendo por dentro. Cuando se dio cuenta que estaba sentada en una roca con la cabeza sobre sus rodillas, acurrucada en una bola, llorando a lágrima viva, una manada de pumas no podrían haberlo retenido.
Su cabeza se disparó hacia arriba cuando oyó sus pasos crujir a través de las hojas secas. Se pasó el dorso de las manos por los ojos.
—Vete.
Pedro sabía por qué estaba arremetiendo contra él, sabía que ella estaba terriblemente preocupada, pero también sabía que necesitaba un amigo amoroso más de lo que necesitaba espacio. Así que hizo caso omiso a su petición y se trasladó a su lado sobre la roca. Estaba temblando y no dudó en poner sus brazos alrededor de ella.
— ¿Por qué estás aquí? —le preguntó a través de dientes castañeando, sosteniéndose rígida en sus brazos.
—Porque me necesitas —dijo simplemente—. Sé que estás molesta por Agustina. Estoy preocupado también, pero no nos rendiremos hasta encontrarla.
Su voz sonó ahogaba contra su pecho mientras decía:
—Todo lo que alguna vez quise era una familia feliz.
Ella comenzó a llorar otra vez y él la jaló con más fuerza, acariciando rítmicamente su espalda con las manos.
—Ya lo sé, cariño —dijo, la ternura se sentía perfectamente natural.
Totalmente correcta.
Si estuviera siendo totalmente honesto consigo mismo, ¿no era una familia todo lo que él alguna vez había querido? ¿No era una familia lo que había tratado de crear con su equipo? ¿Con su hermano? ¿No fue por eso que perder al bebé y luego a Paula había sido un golpe tan demoledor?
Justo cuando una familia real había estado finalmente a su alcance, él lo había perdido todo.
En silencio, se sostuvieron el uno al otro y se sentía tan bien estar cerca de Paula otra vez, que Pedro casi se olvidó de quién estaba consolando a quién.
Poco tiempo después, ella levantó la mejilla de su pecho.
—Hablar con los amigos de Agustina me hace sentir como si realmente lo hubiese echado todo a perder con ella durante estos años. Tal vez he sido demasiado controladora, demasiado sobreprotectora. Tal vez no la he escuchado lo suficiente.
Él limpió la humedad de sus mejillas.
—Dudo que eso sea cierto. Suena como que hiciste todo lo posible.
—No, realmente la jodí con ella. Tenía otra razón para irse, pero yo estaba demasiado avergonzada como para decirte sobre ello en el hospital —tomó una respiración profunda—. Justo para Navidad, tuve la idea realmente estúpida de tratar de hacer que mi madre y mi hermana se juntaran.
Él levantó una ceja.
—No salió muy bien, ¿supongo?
—No sabes cuánto eufemismo tiene eso —dijo en una risa hueca—. Fue terrible. Más que terrible. Agustina no quería tener nada que ver con Dora. Dora no quería tener nada que ver con Agustina. Y ambas se enojaron conmigo por empujarlas juntas.
Ella tomó una respiración entrecortada.
—No creo que mi hermana me dijera diez palabras entre esa reunión e irse a Colorado. Y tenía razón en estar enojada. Yo tenía una estúpida fantasía sobre una reconciliación que no tenía absolutamente nada que ver con la realidad.
Ella estaba tratando de ser valiente sobre esto, pero Pedro podía ver cuán profundamente herida estaba por lo que había sucedido.
— ¿Has hablado con tu madre desde entonces?
—De ninguna manera. Honestamente, no la he visto mucho a lo largo de estos años de todos modos. Ver lo horrible que fue con Agustina más o menos cerró esa puerta para siempre.
Queriendo hacerle saber que ella no estaba sola, confesó:
—No he oído de mi padre desde el año pasado.
Encontró sus ojos por primera vez desde que se había unido a ella en la roca.
— ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Luchó contra el impulso de aligerar la situación, meterla abajo y pretender que no importaba.
—Mis padres vinieron a ver a Cristian al hospital el verano pasado, justo después que se quemó. Él era lo único que importaba. Lo único en lo que ellos deberían haber estado enfocados.
—Oh, no, Pedro, ellos no comenzaron una lucha, ¿no?
—Al igual que los malditos gatos y perros, allí mismo, en su habitación.
¿Han estado destrozándose el uno al otro por treinta años y no pudieron poner freno durante quince minutos? Todo lo que podía pensar era que aunque él estaba en gran medida dopado con morfina, ¿qué si podía oírlos? ¿Qué si sus mezquinas quejas se filtraban en su subconsciente y lo retenían de sanar porque ya no quería lidiar con su mierda?
Ahora ella era la simpática, diciendo:
— ¿Qué hiciste?
Él frunció el ceño.
—Arrastré sus culos fuera del hospital. Y les dije que no pusieran otro pie en su habitación si no podían ser civilizados.
—Hiciste lo correcto —dijo en voz baja—. Protegiendo a Cristina.
—Mi madre vino a verme un par de semanas más tarde. Había decidido presentar el divorcio.
—Oh, Pedro. Después de treinta años, ¿no podían resolver las cosas?
—Si me preguntas, presentar la demanda de divorcio era la elección correcta —su boca se torció en un lado y pudo ver que ella estaba sorprendida por su media sonrisa—. Tendría que haberse divorciado de su culo hace años. Pero ella creía que sería mejor para Cristina y para mí sí sacaba adelante su matrimonio.
— ¿Así que sólo estaba tratando de hacer lo mejor?
—Sí, lo estaba. No sé qué demonios estuvo pensando mi padre durante todos esos años. Él generalmente no estaba y cuando lo hacía no decía mucho.
De repente, Pedro miró hacia arriba y cuando sus ojos conectaron con los de ella, se dio cuenta de que acababa de profundizar en sus sentimientos sobre el matrimonio de sus padres más de lo que nunca antes había hecho; incluso en su propia cabeza.
La mano de Paula se acercó a su mejilla, sus dedos rozando suavemente contra la barba en su mentón.
—Eres un buen hombre, Pedro. Un buen hermano. Y un buen hijo.
Él cubrió su mano con la suya y se acercó lo suficiente como para probar sus labios, que estaban cálidos y salados por sus lágrimas. Ella se inclinó hacia él y Pedro los lamió con lentos movimientos de su lengua, poniéndose instantáneamente duro cuando ella gimió con placer.
Su lengua encontró la de él y su beso se profundizó mientras una mano se enroscaba por su pelo, y la otra tiraba de ella todo el camino hacia su regazo. A través de su camisa y sujetador podía sentir sus pezones perlándose contra el interior de sus bíceps y su erección ya estaba acunaba contra sus suaves curvas.
Y entonces, de repente, ella estaba empujándose fuera de sus brazos, su pecho agitado mientras trataba de recobrar el aliento.
—Lo lamento, Pedro, no es que no quiera estar contigo —sus palabras se estrellaron entre sí como coches de tren fuera de control—. Obviamente sí. Más que nada. Pero…
Ella puso su mano sobre su boca para detener el flujo de palabras y tomó hasta la última gota de control que poseía jugar al buen tipo y hacer lo correcto.
—Está bien, Paula —logró decir a pesar de la intensa sensación latiendo en su ingle.
Sus ojos le suplicaron que entendiera.
—Escuché lo que dijiste junto al río, sobre no querer involucrarte conmigo otra vez. Y respeto eso, Pedro. Realmente lo hago. Así que, aunque quiero estar contigo, me temo que no estoy en un estado de ánimo como para tener sexo sin ataduras —dándole una sonrisa torcida, agregó—: Y no me gustaría ir toda psicópata sobre ti más tarde.
Mierda. Había cavado este agujero él mismo, ¿verdad?
¿Qué podía hacer sino estar de acuerdo con ella en que no tener relaciones sexuales era lo mejor? Después de todo, fue su idea, en primer lugar.
Deseando que su erección desapareciera, se levantó y se estiró en una forma tan asexual como pudo.
—¿Qué tal si comemos algo y damos por terminada la noche? Ha sido un largo e infernal día y las cosas siempre se ven mejor por la mañana.
—Desearía que supiésemos qué hacer a continuación —dijo ella mientras se abrían camino de regreso a su tienda de campaña.
—¿La gente siempre te cuenta todo la primera vez que los entrevistas? —le preguntó, tratando como el infierno de volver a centrarse en la búsqueda de Agustina en lugar de lo mucho que deseaba a la mujer a su lado.
Luciendo pensativa, dijo:
—No. Por lo general no. A veces tengo que sacar la información de ellos — ella le lanzó una mirada de soslayo—. ¿Crees que eso va a pasar aquí?
—Mi instinto me dice que algo aparecerá mañana.
—Espero que tengas razón.
Él hizo otra comida rápida de estofado de pollo y guiso de arroz y comieron en silencio, luego se prepararon para dormir. Pedro tuvo que preguntarse si su enfática insistencia en no darle a su relación otra oportunidad había dado de hecho en el blanco.
¿Había puesto demasiado énfasis en lo que habían sido hace diez años y no lo suficiente en lo que eran ahora?
¿O la verdadera cuestión no era sobre si él estaría jodido si ella lo dejaba de nuevo algún día sino sobre si ella en verdad quería estar con él ahora? ¿Estaría dispuesta a renunciar a sus marcas de nombre de fantasía y almuerzos con champán por un hombre sencillo en atuendos y una camisa de trabajo?
—Tú toma la carpa —le dijo—. Estoy acostumbrado a dormir al aire libre.
Claramente demasiado cansada como para discutir, se metió en la tienda y cerró la cremallera. Pero — yació despierto en su saco de dormir, mirando las estrellas, una última pregunta inquietándolo mientras la luna se elevaba en el cielo.
¿Estaba dispuesto a arriesgarlo todo por la mujer que nunca había dejado de amar?