miércoles, 14 de octubre de 2015

CAPITULO 34 (segunda parte)







Agustina se despertó con un sobresalto, su cuello sonó cuando levantó la cabeza de su pecho con demasiada rapidez. Le dolían los hombros y sus piernas y brazos   se habían entumecido debajo de sus ataduras. Su boca se sentía como si hubiera estado rellena de algodón, y se pasó la lengua por el interior de ésta, tratando de encontrar piscinas ocultas de humedad, pero fue un total desperdicio de esfuerzos.


Para empeorar las cosas, necesitaba hacer pis. Ya era bastante malo que su vejiga fuera a estallar si no conseguía un cuarto de baño pronto. Su cabeza  palpitaba y también se sentía mareada. Definitivamente no era el mejor día que había tenido.


Con la esperanza de que hubiera alguien lo suficientemente cerca como para oírla, gruñó en voz alta.


Después de lo que pareció una eternidad, un tipo gordo con ojos pequeños y brillantes abrió la puerta.


—Cállate o te haré callar.


Su aliento a leche agria la hizo retroceder con disgusto y se preguntó a donde habría ido el tipo que la había secuestrado. Como aún necesitaba desesperadamente un baño, continuó gruñendo y suplicando con la mirada hasta que él abrió más la puerta y le arrancó la cinta adhesiva de la boca.


Lágrimas brotaron de sus ojos. ¡No podía creer lo mucho que eso dolía!


— ¿Cuál es tu maldito problema?


—Tengo que hacer pis —gruñó con voz ronca—. Y me muero de sed. No quiere que muera por deshidratación, ¿verdad?


—Jesús, te traeré un poco de agua y te dejaré que orinar. Sólo cállate. — Sacó una navaja de bolsillo—. Pero no hagas nada gracioso o tendré que usar mi cuchillo para cortar algo más que la cinta.


—Lo juro, no voy a intentar ninguna cosa.


Y no lo haría. Todavía no, de todos modos, a pesar de que sin duda se sentía como si sus posibilidades de escapar de este tipo fueran mejores que con su captor original.


Unos segundos más tarde estaba libre, pero cuando trató de ponerse de pie, sus piernas entumecidas fueron inútiles y se cayó, aterrizando sobre sus manos y rodillas en el suelo.


El tipo se rió y la recogió, consiguiendo con su acción darle algunos apretones en sus tetas. Agustina pudo sentir los dolores agudos y  punzantes moviéndose a lo largo de sus brazos, manos, dedos, pies y pantorrillas mientras su sangre comenzaba a ponerse de nuevo en circulación.


Se mordió el labio para no delatar su malestar y apretó sus puños para no evitar el toque del tipo, solo estaba lo suficientemente lúcida como para darse cuenta de que debía usar el baño antes de tratar de escapar de nuevo.


Mirando a su alrededor mientras la cargaba, se dio cuenta de que estaban en un granero. No había animales en éste, sólo un puñado de heno en el suelo de tierra apisonada. A lo largo de una pared, decenas de cajas estaban apiladas casi hasta el techo.


¿Qué era ese lugar?


En la esquina lejana, él pateó una puerta desvencijada para abrirla y la dejó caer. Poniendo sus manos en la pared, los pies de Agustina la sostuvieron en pie esta vez.


Ella miró hacia un cuarto oscuro y vacío.


— ¿Dónde está el baño?


Él señaló hacia un cubo amarillo.


—Ahí mismo.


Bien, ella había utilizado lugares más asquerosos.


— ¿Puedo por lo menos tener un momento de intimidad?


Cruzó sus fornidos brazos sobre su pecho.


—No, quiero ver.


Ella se encogió de hombros mientras se desabrochaba el botón superior de sus jeans.


—Está bien, pero voy a hacer algo más que pis. 


Su rostro se puso verde.


—Date prisa de una puta vez —dijo, luego pateó la puerta para cerrarla.


Agachándose sobre el cubo, Agustina rápidamente se encargó de su asunto, se puso de pie y miró alrededor de la habitación en busca de una ruta de escape.  Arriba, había una pequeña ventana. El vidrio ya estaba roto y eso era bueno, ya que si iba a tratar de arrastrarse a través de este, no se lastimaría demasiado.


La pregunta era, ¿cómo llegaría hasta allí?


Explorando las paredes buscando algo que pudiera  usar como apoyo  para los pies, o asideros para las manos, oyó un sonido que le recordó a una manguera encendiéndose. 


Aprovechando la oportunidad para asomar la cabeza por la puerta, vio a su guardia con sobrepeso parado de espalda hacia ella, haciendo pis como si hubiera estado aguantándose el mismo tiempo que ella.


La adrenalina corrió por ella y tomó la rápida decisión de correr rápidamente a través de la paja y atravesar la puerta principal. Varias latas de cerveza vacías estaban en el suelo, lo que explicaba por qué él seguía vaciando su vejiga.


El sol estaba empezando a elevarse y mientras corría más allá de unos contenedores caídos de lado, se le ocurrió que había estado desmayada desde la tarde anterior.


De repente, se escuchó un fuerte rugido. Oh mierda, el guardia debía de haberse dado cuenta finalmente, de que ella se había ido.


Ridículamente agradecida de que Paula la hubiera obligado a estar en el equipo de atletismo de la escuela secundaria, 


Agustina continuó corriendo hasta que se vio rodeada por bosque desde todos los lados. Tuvo la tentación de seguir un estrecho camino rural, pero supo que sólo le haría más fácil a ese hombre el encontrarla.


Sin tener tiempo para pensar dos veces su decisión, ella se deslizó por una colina. Durante los primeros cien metros más o menos fue capaz de mantener el equilibrio, pero mientras la montaña se volvía más empinada, no fue rival para los troncos gruesos y las grandes rocas que se seguían chocando contra sus rodillas y piernas.


Ella desaceleró hasta hacerse camino entre varias rocas grandes, pero justo cuando pasó más allá de la última, su pie quedó atrapado en una rama muerta y salió volando por la colina empinada, dando volteretas.


Curvándose en una bola, apenas había logrado cubrir su cabeza con sus manos cuando chocó contra una roca.


Un gemido de dolor salió de su garganta mientras yacía tumbada allí,  todavía hecha una bola, luchando contra una fuerte oleada de  náuseas.  La  oscuridad amenazó con llevársela y supo que estaba justo al borde del desmayo.


¡No! No podía rendirse ahora.


Desenroscando lentamente sus extremidades, esperó un rayo de dolor que le dijera que algo se había roto. Pero cuando se dio cuenta de que había tenido suerte  y todo estaba en orden, se sentó y escuchó con atención en busca de sonido de pisadas.


Todo lo que escuchó fueron los pájaros cantando y un torrente de agua.


Poniéndose de pie, se abrió paso con cautela mientras bajaba por la colina  en zapatillas, aferrándose a los troncos en busca de apoyo. Concentrándose en cada doloroso paso, finalmente llegó lo suficientemente cerca del río y pudo ver el agua a través de los árboles, trepando por las rocas hasta que llegó al borde de una empinada pared rocosa.


Después de algunos cálculos rápidos, se dio cuenta de que su única opción era saltar sobre el banco de arena.


Todo el aire salió expedido de su pecho cuando aterrizó. 


Yació allí, tratando de recuperar el aliento, mirando fijamente hacia el cielo, era tan tentador simplemente cerrar los ojos y dormir.


Maldición. Si tan sólo no estuviera tan cansada. O hambrienta. O sedienta.


Estrujando sus ojos, apretó las palmas en los huecos para despertarse a sí misma antes de hacer rodar sus rígidos músculos en una posición sentada. Se levantó de nuevo, se metió en el agua y siguió el borde del río corriente abajo, con la esperanza de ver a alguien pescando o navegando en algún momento.


Después de caminar durante lo que parecieron horas bajo el brillante sol y  sin tener más remedio que beber del lago, que se joda el giardia, por fin escuchó el sonido más hermoso en el mundo; niños pequeños chapoteando y jugando en el agua mientras su madre les gritaba que fueran cuidadosos.


Al acercarse, vio las señales del Parque del Estado de Colorado a lo largo del río y una nueva explosión de energía la recorrió.


Ella realmente lo había logrado.


¡Estaba a salvo!


Saliendo del agua, corrió hasta una playa vacía, pasó entre las casas rodantes en sus lugares numerados y siguió las indicaciones hacia la estación del guardabosque. Al ver un teléfono público en el borde del estacionamiento,  se detuvo y llamó a la operadora.


—Tengo que hacer una llamada por cobrar —dijo casi sin aliento, dando el número de teléfono de Paula—. Me temo que la persona a la que está tratando de llamar no está disponible.


Mierda, el teléfono de Paula había ido directo al correo de voz. ¿Y ahora qué?


— ¿Hay otro número con el que le gustaría probar? —preguntó la operadora.


Podía llamar a la policía, pero su secuestro era tan al azar que temía que no  le creyeran. Las únicas personas además de Paula que sabían que estaba perdida eran sus amigos en la Granja. Pensando que ellos debían  estar  preguntándose dónde estaba, le dio a la operadora el número de teléfono de la Granja. Sonó una vez, dos veces, tres veces, y ella rezó porque alguien lo atendiera.


—Hola.


Agustina ya estaba hablando cuando se dio cuenta de que Pablo no podía oírla porque la operadora estaba diciendo:
—Tengo una llamada a cobro revertido de...


—Agustina Chaves.


— ¿La atenderá? —preguntó la operadora.


Pablo dijo que sí y luego Agustina le escuchó decirle a alguien:
—Ve por Paula. Su hermana está en el teléfono.


— ¿Mi hermana está ahí? —preguntó Agustina, sorprendida de que Paula no sólo había encontrado la comuna, sino que se las había arreglado para llegar hasta allí de una pieza. Por otra parte, ¿por qué estaba sorprendida? Paula siempre tenía éxito, incluso cuando intentaba lo imposible.


—Vino a buscarte anoche —respondió él, y luego ella le oyó decirle a alguien—: Sí, estoy hablando con ella ahora mismo.


—Oh Dios mío, Agustina —dijo Paula, surgiendo en la línea—. ¿Estás bien?


La preocupación de Paula trajo lágrimas a sus ojos. Se sentía como una niña de nuevo, desesperada porque su hermana mayor la encontrara y la sacara de su horrible vida.


—Creo que sí. Fui secuestrada por un tipo en el estacionamiento del hospital y me las arreglé para escapar a un parque estatal. Las señales dicen Tigiwon — sollozando, admitió— estaba tan asustada. Pero sabía que ibas a tratar de encontrarme.


—Gracias a Dios que estás bien. Voy por ti.


Paula sonaba muy conmocionada y Agustina casi no pudo creer que esa fuera su hermana “siempre serena” en el otro extremo de la línea.


—Ve a la estación de guardabosque y espérame. ¿Y Agustina? 


Agustina enjugó sus lágrimas y se aclaró la garganta.


— ¿Sí?


—Te quiero.


Sus lágrimas empezaron a salir de nuevo.


—También te quiero.


Colgó el teléfono y mientras se dirigía de vuelta al estacionamiento fue golpeada con la mala sensación de ser observada. Pero cuando se detuvo y miró a  su alrededor, no vio ni oyó nada más sospechoso que un grupo de niños que montaban en sus bicicletas mientras sus padres descansaban en sillas plegables y bebían cerveza.


Se veía como nada más que una tarde de verano perfecta, pero mientras seguía rápidamente las flechas hacia la oficina del guardabosque, el pelo en la parte posterior de su cuello no dejó de erizarse.


Deja de enloquecer, se dijo. Lo hiciste. Te escapaste. Ahora estás a salvo.


Paula estaba en camino, y esta vez, Agustina estaba completamente feliz de que su hermana se encargara de todo. A los catorce años, había luchado con su hermana con todas sus fuerzas, en parte, ahora se daba cuenta, porque la lucha era todo lo que conocía. Pero en este instante, anhelaba consuelo. Seguridad. Una cama y un vaso de leche caliente.


Durante mucho tiempo había rabiado en contra de Paula por tratarla como a un bebé. Es curioso cómo un poco de mimos ya no parecían tan malos.













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