viernes, 25 de septiembre de 2015

CAPITULO 17 (primera parte)





La puerta del laboratorio de criminalística estaba abierta cuando llegaron. Paula estaba acostumbrada a los edificios urbanos de acero y metal donde los químicos se veían todos iguales con sus batas blancas y gafas con armadura negra. 


Un granero rojo y blanco entre árboles de pino era algo difícil de asimilar, tanto como las llamas pintadas con spray en las paredes de alrededor. Incluso los brazos del químico estaban cubiertos con tatuajes de llamas.


Por un momento ella se preguntó si estaba viendo a otro incendiario, pero sin nada más que seguir, además de las abundantes gráficas de fuego, sabía que se estaba agarrando de un clavo ardiendo.


—David, gracias por abrir el laboratorio durante el fin de semana para nosotros —dijo Pedro cuando entraron. 
Consideró el vestuario de playa y las sandalias de su amigo—. Diablos, esperaba no haberte sacado del lago. Lo lamento.


El químico despidió con un gesto la preocupación de Pedro.


—No te preocupes. Kelly se moría por sacarme del bote así podía cogerlo para dar una vuelta sola con sus amigas. Dice que soy demasiado blandengue como para sacarle el jugo al velocímetro. —Sonrió—. Es un gusto conocerte, Paula.


Ella calculaba que él tendría alrededor de cuarenta años, sólo por las líneas en su bronceada cara y sus incipientes entradas en la cabellera. Estaba bronceado y bien cuidado y tenía el físico de un hombre mucho más joven. Algo sobre el lago, las montañas y el aire ligero en Tahoe hacía que los hombres se vieran mejor de lo que tenían derecho a verse.


Era extremadamente desconcertante.


—¿Así que estás investigando el incendio forestal? —preguntó.


—Sí, pero esta evidencia es de una explosión que ocurrió esta mañana.


—Escuchamos sobre eso. Pobre chico. Estamos rezando para que salga de esta.


No necesitaba mirar a Pedro para saber que él seguía viendo a Robbie envuelto como una momia en la cama del hospital.


—Necesito saber de dónde salieron los materiales explosivos. Una vez que me digas qué causó la explosión, tendré una mejor idea de dónde buscar más pistas.


—Me alegra poder ayudar. No sólo para limpiar tu nombre —le dijo a Pedro— sino también para atrapar al bastardo que lastimó a Robbie.


Pedro no respondió. Tenía su cabeza inclinada hacia abajo, justo como había estado en el hospital cuando se arrodilló al lado de la cama de Robbie, sobrecogido con el pesar.


David debió haberlo sentido también, porque eficazmente se hizo cargo de ambos.


—No se ofendan, pero no me entusiasma tener gente merodeando sobre mi microscopio. Pedro, usa mi ducha y toma la ropa que quieras.


Dirigiendo una sonrisa torcida hacia Paula y haciendo un gesto hacia su ropa de turista. David dijo:
—Supongo que, o eres una gran fanática de Lago Tahoe… o algo le sucedió a tu ropa.


—Nadie es así de fanático —dijo ella devolviéndole la sonrisa.


Pedro explicó rápidamente:
—Alguien incendió su habitación de hotel anoche.


David silbó.


—¿Piensan que es la misma persona que hizo esto? —Él levantó el frasco.


Sin querer revelar muchos detalles de lo que debía ser una investigación confidencial, Paula le dijo:
—Me pondré al día dentro de poco con el jefe de bomberos para saber si ha descubierto algo más. Pero por ahora, no lo sé.


David rápidamente entendió el punto, así que lo dejó de lado.


—Mi esposa es como de tu tamaño, Paula. Estoy seguro que no le importará prestarte algunas cosas si estás cansada de ser un anuncio publicitario andante de Lago Tahoe.


Agradecida por su práctica sugerencia, Paula siguió a Pedro fuera del granero hacia la casa estilo alpina de David. La única vez que había pasado tiempo en Tahoe desde la muerte de su hermano fue para investigar el incendio en el que él perdió la vida. Siempre se había asegurado de entrar y salir del pueblo rápidamente, armándose de valor para no reconocer la belleza del lugar. 


Había sido más fácil enfocarse en la mala cara de la vida en Tahoe; las drogas, el licor y el crimen.


Este viaje era diferente. Esta vez no podía huir, y aún si se cuidaba de sus encantos, la belleza del lago, las montañas y los árboles se escurría profundamente por sus poros.


Al igual que Pedro y todo su encanto, su buena apariencia y heroísmo empujaban sobrepasando sus defensas.


Se dio la vuelta para alejarse de la ventana y vio que Pedro se había quitado la camisa. Su boca casi cayó abierta ante las bellas y bronceadas líneas de su torso. Él tenía músculos en lugares que ella ignoraba que podían salir. Y estaba mucho mejor esculpido que cualquier otro bombero que hubiera visto.


—Dado que debemos esperar a David, una ducha suena bien. —Él sonrió y el destello de sus dientes blancos fue completamente hipnótico—. ¿Quieres una?


Paula se dio instrucciones a sí misma para desviar la mirada de su pecho. Y falló.


—No —graznó.


Él dejó que la vista de ella se saciara, una de las esquinas de su boca moviéndose en una pícara sonrisa.


—Como quieras —dijo, entonces se dirigió hacia el dormitorio saliendo de la cocina.


Paula se quedó parada en medio de la sala de estar y trató de aplastar sus estúpidas hormonas. Tan pronto como oyó la ducha encenderse, caminó hacia el dormitorio principal y trató de ignorar el hecho de que Pedro estaba sólo a un par de dormitorios de distancia.


Y que estaba desnudo. Se le secó la boca.


Su cuerpo la urgía a aceptar su invitación para unírsele en la ducha.


Pero incluso cuando no creía que él fuera culpable de los incendios provocados, aún no podía permitirse involucrarse con él. No mientras ella estuviera trabajando en el caso. Y definitivamente no con otro bombero.


Rápidamente, escogió unos jeans de diseñador y una camiseta del vestidor. Sin embargo, marcó la línea en tomar prestada ropa interior de una extraña. Simplemente tendría que seguir teniendo las palabras “Lago Tahoe” garabateadas a través de su trasero.


Sabiendo que haría algo impetuoso y estúpido si seguía parada allí cuando Pedro saliera del baño con nada más que una toalla, se encerró en el cuarto de lavandería para ponerse la ropa nueva. Tanto el pantalón como la camiseta eran un poco ajustados, pero cualquier cosa era mejor que la blusa rosada y el pantalón de chándal que había comprado en la tienda para turistas de su motel.


Esperó impacientemente que Logan regresara a la sala de estar, y cuando finalmente salió, ella tuvo que esforzarse como el infierno para no reaccionar a lo ridículamente sexy que se veía con pantalones cortos de surf talle bajo y una camiseta. La única posibilidad para contrarrestar su atracción hacia él era quedarse totalmente enfocada en la investigación.


—¿Cuánto más crees que va a tardar David?


Cuando no se molestó en decirle que se relajara, supo que él también estaba ansioso por tener algunas respuestas.


—Vamos a preguntarle —le contestó.


David aún estaba dándole duro al trabajo cuando ellos abrieron la puerta del laboratorio y metieron sus cabezas dentro.


—No he terminado aún —les dijo, metiendo un portaobjetos bajo el microscopio antes de que levantara la vista—. Apuesto a que hoy no han parado a comer, ¿verdad? Nuestro refrigerador está bastante vacío, así que, qué tal si se dan una vuelta por el Bar y Parrilla que está al final de la calle y yo los busco allí cuando termine.


Paula sintió a Pedro tensarse a su lado. El Bar y Parrilla Tahoe Pines era el último lugar al que cualquiera de ellos dos quisiera ir, pero sería incomodísimo tener que explicarle a David por qué era una muy mala idea.


Y entonces su estómago la traicionó con un rugido, sellando el trato.


—Adelántense —dijo David. Así que salieron, cerraron la puerta tras ellos, y se quedaron parados mirándose el uno al otro en la acera, ninguno dijo una palabra.


Finalmente, Pedro se encogió de hombros.


—Yo voy si tú vas.


—Supongo que estoy lo suficientemente hambrienta.


Y de repente la idea de quitarse un peso de encima por unos minutos parecía buena. Incluso cuando estaban a punto de meterse en emocionales arenas movedizas.


Paula sabía que necesitaba estar en guardia siempre que estaba cerca de Pedro. Era demasiado bueno para golpear a través de sus defensas, pacientemente empujándolas una a una. Pero estaba tan cansada. Y hambrienta, ya que fácilmente habían pasado veinticuatro horas desde la última vez que había comido.


Lo peor de todo era que, estaba más excitada de lo que debería por un bombero muy atractivo con ropa de surfista.



CAPITULO 16 (primera parte)




Paula quería llamar a gritos a Pedro mientras él abría la puerta, y exigirle que volviera. Una ráfaga de aire caliente golpeó el interior de la camioneta, empujando a través de las grietas del metal, vibrando contra el parabrisas.


Le había dicho que se quedara, pero no podía simplemente sentarse en la camioneta mientras él arriesgaba su vida para obtener las evidencias para su investigación, no cuando ella podía oír, oler y sentir las llamas como si estuvieran justo al lado de la camioneta y no más allá del muro del vecindario. 


Ella era la única que podía vigilarlo. Tenía que asegurarse de que no cometería una estupidez.


Corriendo por el camino de piedra de la casa más cercana, ella golpeó la puerta del frente y tocó el timbre varias veces en rápida sucesión antes de darse cuenta que no había nadie en casa. Los propietarios probablemente habían sido evacuados. Corrió por el costado de la casa, buscando una forma de subir al tejado. Afortunadamente, una gran escalera extensible estaba apoyada contra la pared trasera. 


El propietario probablemente la había usado para echar agua en el tejado hasta que llegó la orden de evacuación.


Trepando rápidamente por los dos tramos de la escalera, se afianzó sobre las tejas grises y se subió encima. Atravesó el tejado hasta un lugar donde tenía una visión clara de Pedro


Pero cuando se percató de la situación, casi se le para el corazón.


Mientras que los otros Bomberos HotShot se mantenían a una distancia segura del fuego, Pedro se agachó directamente delante de una pared de llamas de un metro de altura, explorando el terreno buscando el mejor trozo de evidencia.


Oh Dios. Había estado tan concentrada en conseguir pruebas, tan consumida por su venganza contra los pirómanos, que lo había enviado sin darle un segundo pensamiento a lo que él enfrentaría en el lugar de la explosión. ¿Cómo había podido?


Ella gritó.


—¡Vuelve! —Pero todo lo que consiguió fue lastimarse la garganta. Era imposible que alguien la oyera sobre el rugido del fuego y los helicópteros sobrevolando en círculos. El incendio forestal crepitaba más fuerte ahora, y el sol se ocultó tras una gruesa nube de cenizas.


Por la mañana el incendio se veía grande y brutal desde el aire. Ahora parecía una zona de guerra. Nubes de humo negro colgaban ominosamente en el cielo azul, mientras los hombres y las máquinas se apresuraban a luchar contra un incendio forestal que enviaba docenas de lenguas de fuego cada vez más lejos, a través de la montaña, con cada hora que pasaba.


Todo se movía a cámara lenta mientras las llamas mortales de color amarillo anaranjado se estiraban hacia Pedro y casi le cubrían la cabeza. Y entonces, en el último momento, él saltó hacia atrás hacia un área segura de césped. Sabía que la visión de Pedro, valientemente de pie entre llamas de metro y medio de altura y una alfombra negra y gris de cenizas, la perseguiría para siempre.


Se atragantó con el humo y el polvo que flotaba en el aire, su corazón latiendo rápidamente en su pecho. No quería más bomberos heridos. Especialmente no a Pedro.


Observando impotente como hacía su terrible trabajo, no tuvo la fuerza para seguir negando lo especial que era él. 


Observó cuando se acuclilló, su uniforme tensándose contra sus musculosos hombros y estrechas caderas. Era el tipo de hombre con el que las mujeres soñaban por la noche. Y él voluntariamente enfrentaba la muerte por el bien común.


Las mujeres se lanzaban sobre él por una buena razón.


Sostuvo el rastreador lejos de su cuerpo y se quedó perfectamente inmóvil durante treinta segundos, tal como ella le había dicho. Las llamas batieron a su alrededor y ella se maldijo por decirle que no se precipitara. No había forma de que él tuviera alguna idea si había y dónde, gas y explosivos esparcidos por la colina cubierta de hierba.


En cualquier momento, el terreno donde estaba parado podía explotar.


Sus piernas se estremecieron con la horrorosa imagen de Pedro tendido en una camilla, cubierto de ampollas, sangre y la piel en carne viva. Su pie se deslizó sobre una teja y tuvo que agarrarse firmemente a un extractor de aire para estabilizarse.


Tal vez él tenía razón y ella debería haberse quedado en la camioneta. Tal vez hubiera sido mejor que venir aquí para verlo.


Y no importaba de qué lado de la investigación estuviera cada uno, ella estaba sorprendida por su valentía.


Ahora creía totalmente que Pedro Alfonso era inocente. Él protegería a sus hombres con su vida. Estaba viéndolo hacerlo ahora mismo. Ser testigo de sus nervios de acero en acción mientras caminaba a través del fuego para reunir las tan necesarias pruebas, hizo que se despejaran las dudas que le quedaban.


Él no había provocado el fuego en el Desierto de Desolation.


Lo que significaba que alguien más era responsable de toda esta destrucción. Todo este dolor. Todo este sufrimiento. 


Alguien había provocado el incendio forestal y luego había dejado ese mensaje en la línea de denuncias con el nombre de Pedro. Estaba casi segura que el mismo pirómano había provocado el incendio de su habitación en el motel, entonces trató de asustarla con la nota puesta en la cámara de combustión, y luego puso todas las piezas en el lugar para provocar la explosión que casi le había quitado la vida a Robbie esa mañana.


Finalmente, Pedro se apartó de las llamas y corrió de regreso a su camioneta. ¿Cómo, se preguntó ella, podía moverse tan rápidamente con tanto equipo pesado sobre sus hombros? Sobre todo teniendo en cuenta lo agotado que debía estar por ese espantoso calor.


No queriendo que la encontrara en el tejado mirando, y preocupándose por él, Paula comenzó a desandar el camino de regreso hacia la escalera, pero era más difícil ir en descenso, y su progreso era lento. Estaba a medio camino del tejado cuando escuchó el fuerte estruendo de pesadas botas en los peldaños de la escalera de acero. La cara cubierta de hollín de Pedro apareció por encima de los escalones.


—¿Nunca obedeces?


—Casi nunca —respondió ella tan a la ligera como pudo, pero no podía apartar la agradable sensación de alivio que sentía porque él hubiera regresado ileso.


—Supongo que debería estar simplemente feliz de que no hayas venido para asegurarte de que estaba presionando el botón correcto.


Ella mantuvo su cara apartada, sin saber cómo responder a lo que sonaba muy parecido a una burla. Sobre todo viniendo después de una evidente carrera empapada de adrenalina. ¿Cómo podía estar tan despreocupado y relajado, mientras que a ella, con sólo verlo arriesgando su vida, se le habían revuelto las entrañas?


Pero estaba tan condenadamente feliz de que hubiese vuelto de una pieza que no pudo contener una sonrisa.


—No me puedes culpar por querer un asiento de primera fila para el espectáculo de Pedro Alfonso, ¿verdad?


Él le devolvió la sonrisa y era como mirar directamente al sol.


—Los Bomberos HotShot están para servir.


Ella estaba casi al borde del tejado cuando él le tendió la mano, haciendo acelerarse su corazón de nuevo. Tenía tanto miedo de lo que sentía por él, nunca había estado más asustada por nada en toda su vida.


Queriendo mantener la muy necesaria distancia entre ellos, dijo:
—He subido por mi cuenta y bajaré igual. —Dándose cuenta demasiado tarde que sonaba como una niña petulante en lugar de cómo una mujer independiente.


Él no se movió de la escalera.


—Nunca he dejado a una hermosa mujer varada en un tejado y no voy a empezar ahora.


Era la segunda vez que le había dicho hermosa. No era el primer hombre que se lo decía, pero era la primera vez que realmente le había importado.


No había duda al respecto. Ella estaba cayendo de cabeza por este hombre.


Cuando la alcanzó en el tejado, no pudo alejarlo. No cuando acababa de verlo caminar en el fuego. Necesitaba asegurarse a sí misma que él estaba realmente aquí, que todavía era sólidos músculos y huesos e inagotable encanto.


Sus manos grandes y fuertes le rodearon la cintura y ella le pasó un dedo por el costado de su cara, dejando una línea delgada de piel bronceada visible a través del hollín. Ella bajó su boca a la suya, casi podía saborear la ceniza en sus labios; cuando la escalera se movió, y se puso rígida.


¿Qué pasaba con ella? Estaba en el tejado de algún extraño en medio de un rabioso incendio forestal y todo en lo que podía pensar era besar a un bombero. Si su jefe pudiera verla ahora, si su padre estuviera mirándolos, ambos estarían horrorizados por su comportamiento. Por su absoluta falta de autocontrol.


Se echó hacia atrás, trabajando como loca para detener la decepción de su cuerpo. Había querido besar a Pedro más de lo que había querido aspirar su próxima respiración. Pero aunque no podía besarlo, podía decirle lo que sabía que él quería oír.


—Te creo, Pedro. Sé que eres inocente.


Él seguía sosteniéndola, sus manos ardiendo en su espalda a través de su camiseta.


—¿Qué te hizo cambiar de opinión?


Ella no podía creerse que estuvieran teniendo esta conversación en el tejado.


—Muchas cosas. Pero verte ahí arriesgando tu vida... —sacudió la cabeza— no conozco a una sola persona que hubiera hecho algo así.


Él le tocó la mejilla.


—Tú ibas a hacerlo.


—Una vez que hubiera visto la altura de las llamas, que hubiera sentido el calor que hacía, me habría dado por vencida. Pero tú no lo hiciste.


Oh, mierda, no debería besarlo de nuevo. Pero iba a hacerlo de todos modos. ¿Cómo evitarlo?


Lo empujó más cerca y la escalera resonó con fuerza contra el canalón mientras ella presionaba sus labios contra los suyos. Deslizó la lengua entre sus dientes y gimió cuando él tomó lo que ella le estaba dando y se lo devolvió multiplicado por diez.


Podría amar a este hombre, se encontró pensando, y se asustó tanto que casi se cayó del tejado tratando de alejarse de él.


—Lo lamento —dijo ella, alejándose de nuevo—. No quiero engañarte. Y sabes tan bien como yo que no podemos hacer esto.


La mirada que le dirigió, le dijo que él no pensaba igual, pero que estaba dispuesto a esperar por ella. La ayudó a bajar por la escalera, y sus manos estabilizando su cuerpo se sentían demasiado bien.


Cuando estuvieron de pie en tierra firme otra vez, él dijo:
—Gracias por lo que has dicho ahí arriba, que soy inocente.


Se sentía tan nerviosa con él, de repente, como una colegiala hablando con la estrella del equipo de futbol.


—Sólo sigo mi instinto, pero de nada.


Ella nunca había estado cómoda con la idea de su culpabilidad, ni por un solo segundo. No estaba más cerca de saber quién era el pirómano, pero por lo menos era un gran alivio sentirse segura de que no era Pedro. Quería obtener el visto bueno de sus superiores para retirarle la suspensión tan pronto como fuera posible, pero primero necesitaba más información. Analizar las pruebas que él había conseguido del lugar de la explosión con un microscopio sería de gran ayuda.


Queriendo desesperadamente encontrar un terreno neutral, dijo:
—¿Está cerca el laboratorio de criminalística? Estoy ansiosa por descubrir qué causó la explosión.


Él se quitó su uniforme y lo dejó caer en la cabina de la camioneta.


—Voy a llamar a David ahora mismo.


Abrió su teléfono justo cuando ella se sentaba en el asiento del pasajero.


—David, me alegro de haberte encontrado. Soy Pedro Alfonso. Necesito un favor. Uno grande.


Se sintió aliviada cuando él levantó rápidamente el pulgar sobre el uso del laboratorio. Tendrían sus pruebas y, con suerte, algunas respuestas, pronto.


—Entonces —dijo él, volviendo su atención hacia ella mientras viajaban por la carretera junto al lago— ¿cómo se llega a ser investigadora de incendios?


Su voz grave y sexy, y su pregunta la zarandearon. No podía pensar lo suficientemente rápido para responder, como si no tuviera más que un puñado de células cerebrales.


—En la Academia Nacional de Bomberos.


—Por supuesto —dijo arrastrando las palabras— esa es la forma habitual. ¿Pero por qué?


Durante los últimos seis meses, ella había evitado a los bomberos como a la peste. No se citaba ni pasaba el rato con ellos, ni los ayudaba con sus sorteos para recaudar fondos más allá de lo que podía hacer a través de internet en la intimidad de su apartamento. No había necesitado, ni había querido, nada que le recordara a los dos hombres que había perdido.


Pero ahora que Pedro estaba claramente tratando de llegar a conocerla, saber quién era, porqué hacía lo que hacía, besarlo casi parecía la opción más segura.


Compartir sus cuerpos era una cosa. Compartir sus corazones era algo completamente distinto. Sobre todo cuando no sabía si le quedaba un corazón para compartir.


Finalmente, dijo:
—Sabía desde el principio que no quería ser bombero, pero me gustaban algunos aspectos del trabajo. Así que acabé consiguiendo un título en Justicia Criminal. Cuando mi padre me animó a especializarme en la investigación de incendios provocados, pareció una buena opción.


—Sabes, estaba pensando que tu padre y Jose deben ser de la misma edad. Me pregunto si trabajaron en los mismos incendios.


Era difícil para ella hablar de su padre. Habían sido muy unidos.


—Probablemente —dijo—. Él tenía la sede cerca de Monterey, donde vivíamos, pero su equipo fue enviado a los incendios forestales en las Sierras muchas veces.


—Probablemente he trabajado en algunos incendios con él. ¿Cuándo se jubiló?


Paula miró por la ventana a los coches que venían en dirección contraria.


—No lo hizo. Murió de cáncer de pulmón. Hace un año.


La mano de Pedro cubrió su rodilla, su calidez penetró el fino algodón de sus pantalones de chándal de Lago Tahoe.


—Jesús, Paula, eso no es justo.


Ella se alegró cuando él no señaló lo cercanas que fueron las muertes de su padre y de su hermano. La mayor parte de la gente se sentía obligada a decirlo cuando se enteraban.


 No era de mucha ayuda.


—Debes echarlo de menos.


—Lo hago —dijo ella— pero también sé que él no habría cambiado nada. Y yo no habría querido que lo hiciera.


—Lo lamento.


Sus dos simples palabras atravesaron su corazón. No quería seguir hablando de ella.


—¿Qué hay de ti? ¿Por qué eres bombero? ¿Por qué HotShot?


No lo preguntaba porque fuese una investigadora y él un sospechoso. Ahora estaba preguntado por ella misma.


—Jose es un hombre extraordinario. Un buen mentor. Y amaba lo que hacía. Yo quería esa vida.


—Se ajusta a ti.


—Es todo lo que siempre he querido ser. La única cosa que siempre he querido hacer.


Tuvo una súbita compresión del magnífico bombero forestal sentado junto a ella.


—Es lo que te motiva, ¿no es así? Lo que te hace apagar incendios.


Él apartó la vista de la carretera durante una fracción de segundo y la miró.


—Tienes razón. Eso es.


—Y casi te lo quité.


—Sólo estabas haciendo tu trabajo.


Estaba en lo cierto. Razón por la cual no podía relajarse y olvidarse del caso. Tenía que seguir haciendo preguntas difíciles, incluso si eso significaba el final de su primera conversación realmente agradable.


—Háblame de Dennis.


Su mano se tensó sobre la palanca de cambios.


—¿Qué quieres saber?


—Has seguido los pasos de Jose como bombero. Pero su hijo no lo hizo. ¿Tienes alguna idea de por qué?


—Pilotar un helicóptero no es fácil.


—No. —Ella estuvo de acuerdo—. Ser el pasajero no siempre es fácil, tampoco.


—Nunca hubiera imaginado que una dura investigadora como tú, sería propensa a marearse —bromeó.


Ella tuvo que reírse de sí misma.


—Confía en mí, es lo único que alguna vez me hizo reconsiderar la elección de mi carrera. —Rápidamente, volvió a la tarea—. Lo que me pregunto, supongo,
es: ¿por qué no volar para el Servicio Forestal? Siempre pueden necesitar más hombres transportando agua y rescatando.


—Sí, pero no todo el mundo está hecho para ser bombero —dijo Pedro.


Ella había visto a suficientes novatos dejarlo en la mitad de su primer año, como para saber que él tenía razón.


—Es verdad. Pero no puedo dejar de preguntarme si no hay algo detrás de que se mantenga alejado de los bomberos.


—¿Algo detrás? ¿Cómo qué?


—Tal vez él no quería competir contigo. —Porque sabía que iba a perder, añadió en silencio.


—Dennis y Jose fueron buenos conmigo cuando a nadie más le importaba. Dennis es mi hermano en todos los sentidos. Cada familia tiene sus problemas. No se resuelven provocando incendios y culpando al otro para que vaya a la cárcel.


Paula deseó poder dejar que sus sospechas sobre Dennis se fuesen, deseó poder dejarlas y volver a la confortable situación que ella y Pedro habían compartido hacía unos minutos. Pero cuanto más pensaba en su conversación con Dennis en el helicóptero, más le parecía que éste sentía un gran rencor, no sólo contra Pedro, sino contra todos los Bomberos HotShot. ¿Podría ser la persona que provocó las hogueras que Logan había ido apagando? ¿Podría haber disimulado su voz digitalmente y dejado el mensaje en la línea de denuncias?


—Entiendo lo que dices, pero ¿y si se trata de una llamada de atención? ¿Una manera de asegurarse de que finalmente su padre se fije en él? ¿Y qué mejor manera de asegurarse de esto que con tu caída?


Un músculo saltó en la mandíbula de Pedro de nuevo y ella odió tener que ponerlo en situación de defenderse, de dudar, de su hermano.


—Incluso si está enojado conmigo por algo, el fuego no es cosa de Dennis. Antes, cuando teníamos diecisiete años y trataba de incitarlo a que me ayudara con cualquier fuego que yo había comenzado, él nunca lo hacía. Él no sabría nada acerca de prender fuego en habitaciones de moteles o de provocar una explosión en una ladera.


—¿Tal vez tuvo ayuda de alguien que conoce cómo se comporta el fuego?


Pedro sacudió la cabeza.


—No tiene muchos amigos bomberos. Sólo a mí.


Hacia donde mirase Paula se topaba con un muro de ladrillo.


—¿Sabes dónde estuvo la semana pasada cuando estaba de vacaciones? ¿Lo has visto en algún momento? ¿Hablaste con él?


Pedro se detuvo en un camino de grava.


—No, pero lo voy a averiguar.






CAPITULO 15 (primera parte)







Pedro se sentía como si estuviera de pie en el extremo de una jaula de bateo con las pelotas de béisbol precipitándose directamente hacia su cabeza.


Había mirado fijamente a Robbie en la cama del hospital y sabía que cualquiera de ellos podría haber estado allí acostado, envuelto de pies a cabeza con vendas, luchando por sus vidas. Seguro, él, Samuel y Cristian habían corrido más rápido que la explosión, pero de cualquier manera, salir había sido pura suerte.


Lo último que Pedro quería era otro motivo para tener que volver al hospital. Entre preocuparse por sus hombres y preocuparse por Jose vagando por los senderos de atrás de su casa, acercándose demasiado al incendio o encendiendo uno nuevo, Pedro estaba al límite.


Y ahora Paula quería arriesgar su vida para reunir pruebas. 


Durante su formación como bombero, había estado interesado en cada parte del proceso, y estaba bastante bien versado en cómo funcionaba la investigación de incendios provocados.


Para obtener una evidencia suficientemente sólida como para comprobarla en un laboratorio por residuos de hidrocarburo inflamables, ella necesitaría estar en el centro del lugar de la explosión.


De ninguna manera.


—Usar ese rastreador que has estado transportando alrededor es demasiado peligroso en estos momentos. Olvídate de eso.


—No soy tonta —dijo ella, su boca en una familiar línea terca—. Sé que es peligroso, pero necesito esas muestras. Si no me llevas, encontraré otra manera de ir.


Era la mujer más obstinada que había conocido, lo cual la hacía perfectamente adecuada para su trabajo.


Sin importar los argumentos que le lanzara, ella se pegaría a sus instintos. Seguiría su intuición, justo como él hacía cuando estaba luchando contra un incendio. No tenía sentido discutir con ella. No iba a dar marcha atrás.


—Me pondré el equipo y conseguiré las muestras.


Su boca se abrió en sorpresa.


—De ninguna manera. No puedo permitir que hagas eso. Eres mi sospechoso. No mi asistente.


Pero Pedro no iba a dar marcha atrás tampoco. Por si no se había dado cuenta todavía, eran bastante parecidos.


—Soy tu única opción, el único hombre con el equipo necesario que está dispuesto a arriesgar su vida para conseguirte algo para llevar al laboratorio criminal.


Tenía que darse cuenta de que nunca la dejaría ir por sí misma. No podría soportar la idea de verla envuelta como una momia en el hospital.


—Soy un buen amigo del químico que dirige el laboratorio local. No quieres esperar a que pase el fin de semana, ¿verdad?


Ella suspiró, sabiendo que sus manos estaban atadas.


—Sabes que no puedo esperar tanto tiempo.


—Conseguiré que abra su laboratorio hoy. —Siempre que 


David no estuviera navegando en el lago con su familia este fin de semana, por supuesto, pero no había ninguna necesidad de mencionar eso. No cuando él estaba usando a su amigo como excusa.


Condujeron hasta la estación de Bomberos HotShot para recoger su equipo.


—Quizás desees quedarte en el coche. —Le advirtió en el estacionamiento de la estación—. Lo más probable es que no seas muy popular entre los chicos en este momento.


Haciendo caso omiso de su buen consejo, ella saltó fuera.


—¿De verdad crees que me importa?


Síp, lo creía. Pero decírselo sólo la provocaría.


—No digas que no te lo advertí.


Él vio cómo erguía los hombros y su expresión se volvía una máscara impenetrable mientras se dirigían al interior. Un puñado de muchachos estaba tomando una comida rápida alrededor de la mesa de plástico.


Pedro agarró la chaqueta ignífuga, pantalones, botas y casco de su armario.


—¿Qué diablos está haciendo ella aquí?


A pesar de que Paula lo había suspendido del servicio, no iba a permitir que los chicos la trataran como si fuera basura. 


Ella tenía un trabajo que hacer y lo estaba haciendo. Fin de la historia.


Para su crédito, Paula no parecía ni mínimamente molesta por su escrutinio. Pedro suponía que ser odiada por los bomberos en estas situaciones venía con el trabajo.


—Ella sólo está haciendo su trabajo, Sergio —dijo él antes de volver su atención lejos de ella—. ¿Cuáles son las condiciones en la montaña en este momento? ¿Cómo lo está llevando todo el mundo?


Sergio, Zack, y Andy se detuvieron momentáneamente mirando a Paula.


—Está jodido —admitió Zack—. El viento se mueve en todas las direcciones, y con los arbustos secos, el fuego se está extendiendo rápido. Muy rápido.


Andy interrumpió.


—He oído que fuiste a ver a Robbie. ¿Cómo está? Ninguno de nosotros puede ir al hospital. No mientras el fuego se esté extendiendo tan rápido.


El carácter de los bomberos era algo extraño. La mayor parte del tiempo los chicos podían bloquear cualquier cosa mala hasta que hubiesen terminado de hacer su trabajo y el fuego estuviese extinguido. Pero éste era un caso especial. 


La única opción era decirles muy poco sobre la verdadera situación de Robbie. Después de su breve charla con el Dr. Caldwell, no estaba del todo seguro de si Robbie iba a salir adelante.


Pedro sopesó sus palabras con cuidado.


—Está aguantando.


Los chicos asintieron y siguieron comiendo, sabiendo que no debían presionar por detalles que no podían manejar. Sergio señaló hacia el equipo en la mano de Pedro.


—¿Ella está dejándote participar de nuevo, hombre?


Paula habló finalmente.


—Vamos, Sr. Alfonso. —Se dio la vuelta y camino de regresó al coche.


Andy lanzó un silbido.


—Qué desperdicio de un caliente trasero.


Pedro apretó los dientes, sintiéndose más que un poco posesivo sobre las curvas de Paula.


—Concéntrate en el fuego —advirtió, sabiendo que eso era exactamente lo que tenía que hacer él mismo—. Voy a estar de nuevo en acción tan pronto como pueda.


Salió y lanzó el equipo en la parte trasera de su camioneta. 


Se deslizó tras el volante.


—Debe ser duro.


Maya no dijo nada, pero sus carnosos labios eran una línea apretada.


—Tu padre era un bombero. Y ahora eres la enemiga, a la que a todos les encanta odiar.


Se removió en su asiento, alejándose de él, las manos entrelazadas con fuerza en su regazo.


—No tengo que investigar a bomberos muy a menudo, pero cuando lo hago, no trato sus casos de manera diferente.


—¿Estás segura que puedes hacer eso? —preguntó Pedro, incluso mientras se preguntaba por qué le importaba tanto. 


Especialmente cuando ella, seguro como el infierno, que no se lo estaba haciendo fácil.


Paula se quedó en silencio por un largo rato.


—Nunca esperé encontrarme contigo de nuevo, mucho menos que fueras mi principal sospechoso. Y entonces, después de lo que pasó en el motel, después de recibir esa nota… —se detuvo, y comenzó de nuevo—: Tratar de separar este caso de lo que le pasó a mi hermano, es lo más difícil que he tenido que hacer. Pero te lo juro, y a tus hombres, que esto no es una caza de brujas. No estoy simplemente buscando la cabeza de alguien para clavarla en una estaca. Y no quiero que otro de tus hombres salga herido a causa de un pirómano en serie.


Ella no estaba ocultándole su angustia, y sintió que tal vez estaba empezando a ganarse su confianza.


—Gracias por eso —dijo—. Por tu honestidad. Y por pensar en mis hombres.


Ella giró el rastreador en sus manos.


—No quiero que salgas herido tampoco, Pedro. Obtener la evidencia es demasiado peligroso. No puedo dejarte hacer eso.


Pero el peligro ya no importaba. Él tenía que averiguar quién había provocado la explosión para asegurarse que no volviese a pasar y dejase fuera de juego a otro de sus hombres.


—Robbie era mi amigo. No se merecía esto. Algún idiota cree que puede salirse con la suya. Probablemente piensa que nadie va a estar dispuesto a acercarse al fuego y averiguar qué lo causó —apretó las manos en el volante—. Ese idiota se equivoca.


—Es demasiado peligroso. Me gustaría que lo reconsideraras.


Pero ambos sabían que no lo haría.


—¿Qué necesito saber sobre el funcionamiento del rastreador?


—Asegúrate de mantener pulsado el botón rojo durante al menos treinta segundos o el tamaño de la muestra no va a ser lo suficientemente grande como para que la registre el medidor. También necesitaré un par de puñados de tierra y hierba, y todo lo que no sea oriundo del lugar.


Parecía que ella iba a decir algo más.


—Adelante. ¿Qué más quieres que sepa?


Ella negó con la cabeza.


—Nada.


—Podré soportarlo —dijo suavemente. Podía sentirla luchando consigo misma en el asiento del pasajero, casi podía ver las ruedas girando en su cabeza.


De repente, dijo:
—Solo ten cuidado, ¿de acuerdo?


De todas las cosas que esperaba que dijera, esta no estaba en ningún lado de la lista.


—Es bueno saber que te importo.


—Síp —dijo ella, su boca se arqueó hacia un lado— odiaría perder a mi principal sospechoso.


Se encontró a sí mismo sonriendo a pesar del peligro al que estaba a punto de enfrentarse, apreciando su rápida replica tanto como sus deliciosas curvas.


—No puedo creer lo grandes que son estas casas. —Se maravilló Paula cuando él usó su control remoto universal para abrir las puertas de la lujosa urbanización y se condujeron más allá de una hilera de enormes mansiones recientemente construidas.


Sabía que ella estaba tratando de aligerar el ambiente ante la confrontación con el inminente peligro y probablemente para evadir la creciente conexión entre ellos mientras tanto.


—Están consiguiendo matar el paisaje —dijo él, siguiéndole el juego— solía pasear por aquí antes que construyeran las casas. Fue una maldita lástima cuando el pueblo perdió estas tierras.


Por no hablar del grano en el culo que fue para su equipo tener que proteger la zona, a pesar que los propietarios hacían todo lo posible por aumentar el riesgo de incendio. 


Proteger a las personas era su primera prioridad. Pero salvar las caras casas estaba casi en segundo lugar.


Siguió la sinuosa ruta por la colina hasta un camino sin salida. Podía sentir el calor del fuego, incluso a esta distancia. Iba a estar más caliente que el infierno al otro lado de la pared. Y cien veces más peligroso. Todo lo que haría falta sería que una chispa aterrizara en un parche intacto de combustible.


Saltó fuera de su camioneta y rápidamente se puso el uniforme, pero cuando dio la vuelta hacia el otro lado del coche Paula sostenía firmemente el rastreador y un frasco.


—Espera aquí —dejó las llaves en su regazo y sacó el rastreador de entre sus dedos—. Pero si ves que las llamas comienzan a pasar sobre esa pared, aléjate lo más rápido que puedas, entonces ponte en mi radio e informa de ello.


Ella cerró los dedos alrededor de sus llaves.


—No me iré sin ti.


—No tiene ningún sentido que ambos muramos —dijo él, luego se inclinó y le robó un beso rápido antes de caminar directamente hacia la tormenta de fuego.