lunes, 5 de octubre de 2015
CAPITULO 6 (segunda parte)
Diez años atrás...
Fue una temporada de incendios temprana y él había sido enviado para comprobar un parque de casas rodantes que limitaba con tierras del Estado. Una orden de evacuación había sido dada, pero por una razón u otra, la gente no siempre se iba. A veces creían tontamente que estarían mejor cuidando sus cosas. A veces eran simplemente estúpidos y perezosos.
Pedro rápidamente confirmó que veintinueve de los treinta tráileres estaban vacíos. Sólo quedaba uno, un trozo roído de metal que apenas parecía habitable.
El fuego estaba soplando más cerca, una columna de humo fresco se arremolinaba en el cielo hacia el oeste. Tenía que terminar con las evacuaciones y volver a la estación con la certeza de que ninguna vida estaría en juego si el fuego bajaba la colina.
Aparcó su camión delante del tráiler y salió, inmediatamente le desagradó lo que vio. Muy pocos vehículos habían sido dejados enfrente de los otros tráileres, pero había un viejo descapotable aparcado afuera de éste.
En su camino hacia la puerta, oyó la voz de una mujer. No podía entender lo que estaba diciendo, pero podía decir que estaba suplicándole a alguien. Llamó a la puerta con fuerza.
—Servicio de Bomberos. Necesito que abran.
La puerta no se abrió. Él miró hacia las montañas, sabía que las llamas se acercaban a cada minuto. No tenía el lujo de razonar con los residentes del remolque. Era irse o morir.
—Aléjense de la puerta —ordenó, pateó duro una vez, luego dos veces con una pesada bota con punta de acero. Usando un hombro para hacer palanca, apoyó todo su peso contra la puerta hasta que la cerradura se abrió.
Momentos más tarde, estaba en el interior del remolque y vio que la voz que había oído pertenecía a una joven que estaba tratando de arrastrar el cuerpo inerte de su madre fuera de un cuarto trasero y por un oscuro, estrecho pasillo hasta la puerta.
Gracias a Dios que había forzado su camino al interior. La chica necesitaba su ayuda.
Y entonces ella lo miró, claramente sorprendida por su intrusión y sintió que se quedaba sin respiración.
Ella no era solo una chica. Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Alta y rubia, no podía decir mucho acerca de su cuerpo debajo de los jeans holgados y la camiseta que llevaba puesta. Pero sus ojos lo mantuvieron cautivo, grandes y verdes con motas doradas y púrpuras. Él se quedó de pie y la miró fijo, el incendio forestal casi olvidado.
—Lamento que no hayamos salido todavía —se disculpó ella—. Tan pronto como me enteré que la evacuación era obligatoria, traté de despertarla. Pero cuando está así, es imposible.
Ella se sonrojó, claramente avergonzada, sus altos pómulos resaltaron en color rosa sobre su pálida piel.
La alfombra estaba raída, los muebles incluso peor, pero todo estaba bastante limpio. Él sospechaba que la chica, no su madre, era la responsable de eso.
Cruzó la longitud del remolque en unos pocos pasos.
—Déjame tomarlo desde aquí. Déjame ayudarte.
En la habitación trasera del remolque, el olor corporal y a cerveza era insoportable.
—Está horrible aquí dentro. No deberías entrar.
Mierda, él no tenía intención de dejar que su reacción al olor se mostrara en su rostro.
—No te voy a juzgar. Te lo prometo. Sólo quiero ayudar.
Pasándola, él se inclinó y fácilmente movió el peso muerto de su madre por encima de su hombro izquierdo.
Sus hermosos ojos se abrieron como platos.
—Gracias.
Le habían dado las gracias muchas veces durante sus dos años como bombero HotShot, pero de alguna manera los elogios de esta hermosa mujer de ojos verdes lo hicieron sentir como si estuviera caminando sobre el agua.
—Ella no pesa mucho —replicó modestamente mientras ponía a su madre en la cabina extendida de su camioneta del Servicio Forestal, entonces ató su cuerpo inconsciente con el cinturón de seguridad tan firmemente como pudo.
—Crearon un puesto de evacuación en la secundaria. ¿Sabes dónde está?
Su rostro ardía.
—Sí, pero no puedo llevarla allí —ante su pregunta silenciosa, ella dijo— simplemente no puedo.
Sabiendo de primera mano lo duro que era tener padres difíciles, él tomo una decisión.
—Sígueme en tu coche a la estación. Ella podrá dormir la mona en mi litera.
Tendría que quemar las sábanas, pero valdría la pena por ayudar a una bella dama en apuros.
Y su expresión agradecida valía cualquier precio.
El resto del equipo de bomberos ya estaba en la montaña luchando contra el fuego en el momento en que llegaron a la estación de Tahoe Pines treinta minutos más tarde. Él llevó a su madre a los dormitorios y cuando volvió a la cocina, la hermosa hija estaba allí de pie, viéndose torpe e insegura de sí misma.
—No tienes que dejar que se quede aquí —dijo ella—. Puedo encontrar otro lugar para que duerma la mona y sacarnos a las dos fuera de tu vista.
—No es ningún problema. No quiero que te preocupes por ello.
Sus labios se levantaron ligeramente en los bordes, una pequeña y tímida sonrisa que hizo que su respiración saliera más rápido y él se dio cuenta que quería volver a verla. Pronto.
—Soy Pedro —dijo, extendiendo su mano para estrechar la de ella.
Su agarre era frío y fuerte y en ese momento supo lo bueno que sería entre ellos, supo que nunca encontraría a nadie como ella en un bar en una noche de sábado.
— ¿Cómo te llamas?
—Paula —dijo ella
—Tengo que ir al fuego en este momento, Paula —dijo él, contento de verla sonreír otra vez— pero espero que consideres darme tu número de teléfono.
Ella vaciló.
— ¿Por qué?
Su simple pregunta lo lanzó por un bucle. Por primera vez desde el inicio de su adolescencia, Pedro se sentía fuera de juego. ¿No había sentido las chispas entre ellos?
Él había estado con chicas que eran más llamativas que Paula, pero ninguna hacia correr su sangre fuerte y rápido con sólo una sonrisa. ¿Qué le había sucedido a ella para hacerla tan desconfiada de los hombres?
—Me gustaría invitarte a salir. En una cita.
Sus ojos verdes se conectaron con los suyos y mientras sostenía su mirada, le pidió silenciosamente que confiara en él.
No te lastimaré. Te lo prometo.
Finalmente, ella asintió. Sacando una pequeña libreta de su bolso, escribió su número de teléfono con letra clara, luego arrancó la hoja y se la entregó.
Él puso la nota en su bolsillo, pero no podía dirigirse al fuego sin hacer una cosa más: Tenía que besarla.
Su beso no fue nada especial, simplemente labios presionándose juntos por primera vez, pero Pedro sentía como si alguien hubiera lanzado una serie de cohetes directamente por sus venas.
Cuando se apartó, ella tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa; pero también había placer allí. Pedro se obligó a dar un paso lejos, a pesar de que lo único que quería era probarla con su lengua, tirar de ella con fuerza contra él y explorar las curvas que estaba escondiendo debajo de toda esa ropa.
—Te llamaré. Pronto.
Salió de la estación, y saber que esa inocente tan caliente y sexy como el infierno estaría esperando por él al término del incendio forestal, lo puso más dispuesto que nunca a patear traseros.
Cuatro días más tarde, cuando el incendio fue finalmente apagado, él la llevó a un autocine. Ella parecía nerviosa sentada en el asiento de pasajero de su Jeep, sin tocar la caja extra-grande de palomitas de maíz que él había comprado.
Mientras los créditos de apertura comenzaron a correr, Pedro se estiró sobre la caja de cambios hacia su mano. Ella tardó en responder, con los ojos abiertos y en silencio durante un buen rato antes de cerrar sus fríos dedos sobre los suyos.
No era difícil adivinar que no había salido con muchos chicos. Tenía que ir despacio, decirle poco a poco lo mucho que la deseaba, pero ahora que estaba sentada lo suficientemente cerca para que él oliera el suave aroma de vainilla de su brillante pelo rubio y viera el pulso moviéndose rápido en el hueco de su cuello, tocar su mano era lo único que podía hacer para no arrastrarla sobre su regazo.
Estirándose hacia el recipiente de palomitas de maíz con su mano libre, tomó una pieza y la alzó a sus labios. La observó pensar en tomarla de él, mordiéndose el labio con indecisión, antes de abrir la boca y dejar que la alimentara.
Pedro había perdido su virginidad a los quince años con una caliente porrista un poco mayor. En los últimos cinco años, se había acostado con muchas chicas, incluso había salido en citas con algunas de ellas por un mes o dos antes de romper cuando las cosas se ponían demasiado serias. Pero simplemente alimentar a Paula, sentir sus labios moverse suavemente alrededor de sus dedos, mirar su garganta mientras tragaba, era de lejos la experiencia más erótica de su vida.
Incapaz de controlarse, él empujó el recipiente lleno de palomitas de maíz en el asiento trasero y le tomó la cara entre sus manos, besándola con todo el deseo que había estado conteniendo desde el momento en que la conoció.
Ella se encontró con su beso con igual pasión, su lengua se arremolinó con la suya, un gemido de placer emergiendo de su garganta.
Él no sabía mucho más acerca de Paula además de su nombre, su número de teléfono y dónde vivía, pero en base a lo mucho que la deseaba y a lo caliente que era este beso, sabía que la reclamaría esa noche de la forma más elemental.
De pronto, rompió su beso, giró la llave del encendido y quemó el caucho saliendo como el diablo del teatro al aire libre lleno de gente.
No hablaron mientras él salía de la carretera por un camino de tierra lleno de baches y conducía por el bosque. Cuando las luces del casino se habían desvanecido y la luna brillaba a través de los altos pinos, él apagó el motor y le tendió la mano.
—Ven aquí, Paula.
Él se sorprendió cuando ella no dudó y se arrastró valientemente a horcajadas sobre su regazo. Y entonces su boca estuvo sobre la suya y ella estaba besando sus labios, sus mejillas, su cuello, tirando de su camisa y mordiendo su pecho. Él quería decirle que redujera la velocidad, que tenían toda la noche para explorar el cuerpo del otro, pero ya era demasiado tarde para decir las palabras.
Una luz roja parpadeó en el fondo de su mente, advirtiéndole que ella era demasiado inocente, que no sabía lo que le estaba pidiendo, pero en vez de parar y asegurarse de que estaba haciendo lo correcto, él alcanzó el broche de presión en sus jeans y tiró hacia abajo la cremallera.
Sus ojos se abrieron de golpe mientras él deslizaba un dedo dentro. Oh, mierda, ella estaba tan mojada.
Paula se quedó inmóvil en su regazo.
— ¿Pedro?
—Nena, te deseo tanto —fue lo único que se le ocurrió decir.
Y entonces se estaban besando de nuevo y él estaba deslizando su dedo dentro y fuera, lentamente al principio y luego cada vez más rápido mientras ella corcoveaba su pelvis contra su mano. Pedro meció su palma contra su clítoris y su respiración se convirtió en rápidos resoplidos acompañados de pequeños gemidos y jadeos.
Era todo lo que podía hacer para no perderse tras su propia cremallera. Él quería estallar en su interior, no en los bóxers de algodón azules a rayas.
Soltando el botón de sus jeans, liberó su erección y envolvió la mano de Paula alrededor de ésta. Sus ojos se abrieron de golpe de nuevo y ella dejó de moverse contra él.
De alguna manera se las arregló para decir:
—Tengo que estar dentro de ti, pero sólo si tú lo deseas —y gracias a Dios, ella asintió y comenzó suavemente a acariciarlo.
—Lo deseo, Pedro.
Se olvidó de ser amable mientras empujaba sus jeans y bragas. Y entonces ella estaba desnuda de la cintura para abajo y él se estaba poniendo un preservativo tan rápido como podía en la oscuridad. Poniendo sus manos en su delgada cintura, las movió para ahuecar su perfecto trasero, colocándola sobre su erección.
Apenas respirando, de repente se dio cuenta que no podía simplemente sumergirse en ella. Estaba demasiado apretada. Era virgen, tal como había sospechado.
— ¿Qué está mal? —susurró ella.
—No hay nada malo. Eres perfecta.
—Nunca lo he hecho —admitió con una toque de nervios en su voz mientras lentamente se bajaba a sí misma sobre su regazo.
La cabeza de su pene presionó en sus pliegues y Pedro le tomó el rostro para besarla mientras guiaba su grueso eje en su calor. Ella jadeó contra sus labios mientras él la llenaba.
— ¿Confiarás en mí?
El “Sí” apenas salió de su boca antes de que él la penetrara, todo el camino hasta la empuñadura. Ella se tensó y él dijo:
—Confía en mí —de nuevo contra sus labios y luego estaban besándose, suavemente, con dulzura mientras Pedro encontraba su clítoris con el pulgar y presionaba círculos ligeros contra la dura protuberancia. No pasó mucho tiempo antes que sintiera sus músculos relajarse alrededor de él y la nueva ola de excitación fuera en torno a su eje.
Moviéndose tan lento como pudo, se deslizó hacia fuera, después de nuevo en su estrecho pasaje. Las altas curvas de Paula eran un ajuste perfecto y ella era tan innatamente sensual que una parte de él se asombró de que esta fuera su primera vez.
Y entonces, Paula estaba gritando y él podía sentir sus músculos internos tirando y empujando y se corrió dentro de ella, la sensación fue mucho mejor de lo que había sido con nadie, jamás.
Se aferraron el uno al otro, jadeando, hasta que ella se movió fuera de su regazo y se sentó en el asiento del pasajero tirando de sus bragas y jeans. Él trató de pensar en algo que decir para aligerar su estado de ánimo y hacer que se diera cuenta que tener sexo no era la gran cosa.
En cambio, repentinamente se dio cuenta que algo había salido mal.
Realmente mal.
El condón se había roto, había un gran agujero en el centro del látex. Y la punta del depósito estaba completamente vacía.
Pedro no podía creerlo. La primera vez que Paula hacia el amor y el condón se había roto. No estaba seguro de lo que estaba pasando en su cabeza ahora mismo, pero tenía la sensación de que ella no estaría muy emocionada al saber que estaba mojada con algo más que su propia excitación.
La estación les hacía pruebas de enfermedades venéreas a los hombres cada seis meses y él acababa de tener su último informe limpio, así que sabía que no la contagiaría de nada. Y porque ella era virgen, o había sido virgen hasta esta noche, de todos modos, él sabía que estaba a salvo.
¿Cuáles eran las probabilidades de que ella quedara embarazada? Bajas, ¿verdad? Uno de los tipos más viejos del equipo había estado tratando infructuosamente de que su mujer se embarazara por meses.
Antes que ella pudiera ver el daño, él rápidamente se quitó el condón roto y lo metió en su bolsillo. Todo estaría bien. No tenía sentido asustarla sin razón.
CAPITULO 5 (segunda parte)
Pedro Alfonso estaba parado en una cima en Sierra Nevada y contemplaba las montañas onduladas por el humo y las llamas. Estaba cubierto de pies a cabeza con una gruesa capa de ceniza y tierra luego de excavar las líneas de fuego y golpear su motosierra a través de interminables montones de maleza seca durante las últimas veinticuatro horas.
Ser un bombero HotShot significaba no dormir durante días enteros, correr kilómetros con unos setenta kilos sobre la espalda para llegar a los fuegos como nadie más podría.
Empujar en tu boca comida de sabor tan desagradable que hasta un perro se negaría a comer, pero que es alta en calorías así que debes hacerlo a intervalos regulares. Y también significaba la imprevisibilidad del fuego en sí mismo, capaz de triturar y destruir incluso a los hombres más duros.
Pero salvar vidas, casas y bosques de edad madura hacía que todo valiera la pena. Por no hablar de la innegable fiebre que recibía al patear el trasero de un incendio forestal.
Nunca había querido ser otra cosa excepto un bombero HotShot. Todavía no quería ser otra cosa.
Su radio crepitó y Leandro Cain, su jefe de equipo, lo chequeó.
— ¿Estás listo para un paseo en helicóptero? Parece que tenemos control sobre este fuego, pero necesitamos escanearlo desde el aire para asegurarnos.
—Dame treinta para que pueda salir a un claro donde me pasen a buscar — dijo él, dándole a Leandro sus coordenadas antes de cortar.
Empacando rápidamente sus herramientas, arrojó la pesada bolsa sobre sus hombros y se dirigió de regreso por el sendero de los ciervos que él y su tripulación de cuatro hombres habían tomado en la montaña un día antes.
****
—Hicieron un buen trabajo, muchachos —les dijo mientras terminaban su desayuno.
Después de una serie de incendios forestales esta semana, suponía que ellos estaban esperando un paquete de seis cervezas y un día de ociosa pesca en el lago para recargar sus baterías antes de la próxima convocatoria.
—Todos pueden dirigirse de nuevo al punto de anclaje. Iré con Joe en el helicóptero para un análisis rápido. Una vez que hayamos dado el visto bueno podrán tomar una ducha en la estación y descansar un poco.
El novato del grupo le sonrió, sus dientes blancos rompieron la máscara negra de ceniza y hollín que cubría su rostro.
—Colega, se te olvidó lo que viene entre la ducha y el descanso —Zach miró a los otros hombres, sus cejas moviéndose arriba y abajo rítmicamente—. Conseguir algún trasero.
Pedro se echó a reír. Zach estaba en lo cierto. Solía pasar que no pudiera esperar a salir de la montaña y volver a casa al cuerpo cálido y suave que lo esperaba en la cama. Una vida atrás, cuando era un novato como Zach y era joven y lo suficientemente estúpido como para pensar que había encontrado “a la única”.
Joe, el piloto del helicóptero, lo estaba esperando cuando llegó a la cresta de la colina. Tan pronto como Pedro se subió al helicóptero, los rotores comenzaron a zumbar y se alzaron en el aire.
Después de trabajar juntos en los incendios forestales por los últimos seis años, no se molestaron en charlar. Volando lentamente sobre el paisaje seco, Pedro estudió detenidamente las montañas en busca de cualquier signo revelador de nuevos incendios. Las torres centinelas que rodeaban la región eran útiles, pero no captaban todo. Sobre todo en los valles densamente boscosos.
A punto de dar el visto bueno, Pedro vio un destello de humo salir de detrás de la siguiente colina.
—Vayamos hacia el oeste.
Joe le lanzó una mirada de preocupación.
— ¿Viste algo?
—Una columna de humo se está levantando, justo después de ese bosque de secoyas.
Joe movió las aspas del helicóptero a un nivel superior y pronto vieron un fuego arder en la base de la colina junto a un arroyo. Gracias a Dios que habían ido a dar una última mirada.
Después de llamar por radio diciendo las coordenadas del incendio, Leandro dijo:
—Enviaré un equipo de apoyo por el camino del fuego. El tiempo estimado de llegada es de treinta minutos —él hizo una pausa y Pedro sabía lo que venía, lo mismo que su jefe de escuadrón había estado diciéndoles desde el verano pasado—. No te metas si es demasiado peligroso.
Los incendios forestales del verano anterior en el desierto de Desolation habían pasado de un trabajo de rutina a un desastre en cuestión de momentos. Los dos, junto con el hermano menor de Pedro, Cristian, habían quedado atrapados en una explosión. Aunque Leandro y Pedro habían salido indemnes en su carrera a la seguridad a través de la montaña, el incendio forestal había masticado a Cristian y lo había escupido, terminando con graves quemaduras en brazos, manos y pecho.
Este era el primer año en casi una década que Pedro había recorrido esos senderos sin su hermano a su lado. Todos los días, extrañaba su compañía en los bosques. Todos eran adictos a la adrenalina, incluso los bomberos HotShot que lo negaban, pero Cristian siempre había sido más imprudente que la mayoría.
En los últimos años, Pedro había sentido que no estaba muy lejos detrás de su hermano en la escala de imprudencia. Sin una esposa o hijos a los cuáles volver a al final de un incendio, no tenía ninguna razón para no ir hasta el borde.
Sobre todo si las decisiones que tomaba significaban salvar una vida.
Así que, aunque se tratara de una situación potencialmente mortal, Pedro no podía dar marcha atrás.
—Iré a pie para comprobar si la zona está poblada o no —le informó Pedro a Leandro antes de poner la radio de nuevo en su base.
Iría con su Pulaski, una combinación de hacha-azada, su motosierra, su tienda de campaña de emergencia para incendios “sacude y hornea”, y sus suministros de primeros auxilios. Esperaba necesitar sólo los dos primeros para cortar una línea de fuego a través de la maleza y encender un contrafuego. Pero hasta que supiera lo que le esperaba abajo, se aseguraría de estar preparado para el peor de los escenarios.
—Déjame abajo, Joe.
Un fuerte viento empujó el helicóptero media docena de metros más cerca de la montaña y Joe le disparó a Pedro una mirada de preocupación.
—Los vientos están levantándose. ¿Estás seguro que no quieres esperar los refuerzos?
La brisa sopló las llamas lejos por una fracción de segundo, lo suficiente para que Pedro viera una estructura.
—Hay una cabaña abajo. Tengo que comprobarla.
—No sé si es una buena idea —dijo Joe mientras maniobraba el helicóptero para que se cerniera directamente sobre una parte plana del techo, justo fuera del alcance de las llamas más altas—. No puedo acercarme más. Será un largo camino hacia abajo.
Pedro miró por la ventana frontal en forma de burbuja para evaluar el riesgo. Según cálculos aproximados, la distancia era de un poco menos de tres metros. Un miserable piso.
Ningún problema.
—Es suficientemente cerca.
Pedro sacó la escalera de emergencia de abajo de su asiento, luego abrió la puerta del pasajero y la aseguró al borde de metal. Bajando con cuidado del helicóptero en vuelo estacionario, estaba a mitad de la escalera cuando Joe cambió de posición para que la distancia desde la escalera hasta el techo fuera de tres metros a dos y medio.
Pedro se soltó y cayó. La caída fue más rápida de lo que esperaba, pero se las arregló para aterrizar en las peladas tejas con ambos pies y manos, como una araña.
El helicóptero se movió hacia arriba y se alejó, dejando un silencio inquietante alrededor de la remota cabaña en la montaña. Pedro entendía porque a la gente le gustaba vivir en el bosque. ¿Quién no querría escuchar el viento entre los árboles y el río corriendo, en lugar del tráfico y los vecinos?
Una cabaña como ésta era el lugar perfecto para alejarse de todo.
El único inconveniente es que cuando el peligro golpeaba, por lo general no había nadie cerca para ayudarte.
De repente, el silencio fue reemplazado por el sonido de un niño llorando. Moviéndose rápidamente por el techo, Pedro encontró un recorte de roca en la parte trasera de la casa.
Usando las rocas como escalones naturales hacia el suelo, se dirigió en dirección a los gritos que provenían de una edificación anexa.
Una niña con las mejillas surcadas de lágrimas arremetió contra sus piernas. Estaba llorando demasiado fuerte como para que él entendiera lo que estaba diciendo, así que se arrodilló y le quitó suavemente el pelo de los ojos. Era una cosita flaca y él no estaba muy seguro de qué edad tenía, pero supuso que no estaba en los dos dígitos todavía.
—Todo estará bien —le dijo con voz suave. Cuando su mirada salvaje finalmente se cerró en la de él y sus sollozos aminoraron, le preguntó—: ¿Están tus padres aquí?
Esta vez fue capaz de distinguir las palabras:
—Mi papá está lejos en el trabajo. Mi mamá está enferma.
¿Hay alguien más aquí contigo?
La niña sacudió la cabeza.
¿Un perro o un gato o una iguana?
Sus labios casi se curvaron hacia arriba ante su referencia sobre los reptiles y él supo que ella estaría bien. Los niños eran los primeros en olvidar su miedo. Él había sido igual cuando era un niño. Y también su hermano.
—Soy Pedro. ¿Cuál es tu nombre?
—Piper.
— ¿Puedes mostrarme dónde está tu madre, Piper?
La niña empezó a correr y Pedro trotó detrás de ella hacia la casa. Una mujer estaba tumbada en el sofá en posición fetal.
Sus manos estaban sobre su redondeado estómago. No lloraba, pero sus ojos estaban muy abiertos y él pudo ver que estaba asustada.
Era alta, rubia, delgada y sus facciones eran lo suficientemente parecidas a las de una mujer que Pedro solía conocer como para que algo se dividiera en su pecho antes de poder apagarlo.
Paula.
Con fuerza empujó los pensamientos de su ex a un lado y se arrodillo junto a la mujer.
—Soy bombero y vine para ayudarte. ¿Cuál es tu nombre?
Sus labios temblaron ligeramente y sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas.
—Tammy.
—Tu hija me dice que no te sientes bien.
—Tengo calambres —susurró ella—. Es demasiado pronto para que el bebé venga. Y tuve un aborto espontáneo antes.
Cada palabra era un cuchillo en su estómago. Él sabía de primera mano lo doloroso que era un aborto involuntario. Su pecho se apretó y su garganta se tensó antes de que lograra quitar sus emociones de la imagen.
Después de diez años como bombero HotShot, sabía que no debía dejar que nada se interpusiera en el camino del trabajo que tenía que hacer.
Desde la ventana encima del sofá, podía ver las copas de los árboles doblarse por la brisa que se elevaba. En cuestión de minutos, las llamas rodarían sobre esta casa.
A Joe le tomaría un infierno de tiempo llegar hasta aquí para recogerlos y Pedro se preguntaba si los tres saldrían con vida.
—Nuestros teléfonos se apagaron y mi marido tiene nuestro coche —dijo Tammy con una voz frenética—. No creía que nadie fuera a encontrarnos — comenzó a llorar de nuevo—. No quiero perder a mi bebé ni dejar que le pase nada a mi niñita.
Maldita sea, no tenía tiempo para dudar ni para hacer conjeturas de sí mismo.
Tenía que sacarlas.
— ¿Puedes caminar?
Ella intentó ponerse de pie, luego se hundió de nuevo en los cojines.
—Me duele mucho —dijo, sus calambres obviamente demasiado intensos como para quedarse en posición vertical.
Con el voraz incendio no había manera de que Joe pudiera bajar tanto con el helicóptero como para acercarse a ellos.
Además, en su estado, Tammy no podría subir una escalera, lo que significaba que Pedro necesitaba llevarlas a un claro abierto en el que Joe pudiera aterrizar.
Sacando su radio dijo:
—Joe, iré hacia el noroeste con una mujer embarazada y su hija. Ve al primer lugar abierto en que puedas aterrizar, necesitaremos que nos recojas para llevarnos al hospital más cercano. Háblame por radio cuando elijas tu lugar. Y mantente cerca.
Estirándose debajo de las rodillas y hombros de Tammy, la levantó en sus brazos.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello y agárrate fuerte —girándose hacia Piper le dijo—: Parece que eres muy rápida.
—Lo soy.
Él le sonrió a la bonita niñita.
—Bien. Salgamos de aquí. Le haremos autostop a un helicóptero.
Moviéndose tan rápido como pudo sin sacudir a Tammy, eventualmente llegaron más allá de la cabaña al arroyo que corría junto a la propiedad. El olor acre del humo fresco flotaba en el aire y él les ordenó que se cubrieran la boca con sus camisas.
Joe aviso por radio que había encontrado un prado unos ochocientos metros arriba de la cabaña. Era una pendiente constante para llegar desde el valle a la pradera, pero aún embarazada, Tammy no pesaba mucho.
Cuando empezaron su ascenso, él comprobó a la valiente niñita.
— ¿Cómo vas, Piper?
—Bien. Voy rápido, ¿no?
—Seguro que sí, Piper. ¿Tammy? ¿Me estoy moviendo demasiado rápido? ¿Te estoy haciendo daño?
Había dejado de llorar y él sintió que ella había vuelto toda su atención a llegar al claro, subirse en el helicóptero y volar al hospital.
—Por favor, sólo date prisa —fue su respuesta.
Él no había visto sangre en su ropa ni en el sofá cuando la había recogido y estaba rezando para que sus calambres aún no se hubieran convertido en un aborto involuntario en toda regla.
Había llegado demasiado tarde con su propio hijo. Tenía que salvar a éste.
—Todo estará bien —le prometió, esperando como el infierno estar diciendo la verdad.
Sin embargo, no podía oír al helicóptero aún, sólo el sonido de las llamas calientes alcanzando la edificación anexa.
¿Podrían llegar los tres a la colina antes de que fueran los siguientes?
Y entonces, gracias a Dios, oyó el zumbido de las palas del helicóptero por encima de ellos.
—Joe viene a sacarnos ahora —dijo él y un par de minutos más tarde,cuando llegaron a la cima de la colina, el helicóptero ya estaba en el suelo, esperando por ellos. Juntos, los dos hombres llevaron a Tammy al helicóptero.
En el camino al hospital, otro helicóptero se dirigió con una carga completa de agua. Apretando la mano de Tammy, él sonrió y dijo:
—Si el equipo trabaja rápido, el fuego no podrá moverse más allá de tu edificación anexa y serán capaces de salvar tú casa.
—No me preocupo por mi casa —dijo ella, su voz incluso más débil—. Todo lo que quiero es un bebé sano.
Era todo lo que él había deseado para sí mismo, también.
—Lo sé —le dijo—. Sólo necesitamos aguantar un poco más, ¿de acuerdo? Piper estaba sosteniendo con fuerza la mano de su madre.
—Estarás bien, mamá. Y también mi hermanita.
Él tragó, el dolor en su pecho amenazó con dividirlo en dos.
Si las cosas hubieran sido distintas para él tendría un niño de la edad de Piper.
Segundos después llegaron al hospital y Pedro estaba increíblemente agradecido de ver que ella todavía no sangraba. Una enfermera se acercó para llevarse a Tammy en una silla de ruedas, pero Piper se quedó de pie junto a él.
—Salvaste a mi mamá. Y a la hermana que voy a tener, también.
Su sonrisa fue un rayo de sol y de repente, sus delgados brazos estaban alrededor de sus piernas y su cara estaba presionada con fuerza contra él. Con la misma rapidez, lo soltó y se fue, corriendo por el pasillo del hospital tras su madre y la enfermera.
Todo estaría bien. Tammy y su esposo serían los orgullosos padres de una nueva niña. Piper sería una gran hermana mayor.
Pero aun así, algo oscuro y duro se apretó en su pecho, el dolor sordo que nunca había podido aplastar por completo.
Encontró a Joe fumando un cigarrillo en la zona de fumadores en el estacionamiento lateral.
—No puedo decidir si lo que hiciste hoy fue increíblemente valiente o abrumadoramente estúpido —dijo Joe—. Ese fuego se movía rápido. ¿Y si hubiera corrido justo sobre ti antes de que pudiera aterrizar y sacarte?
La verdad era que en todos sus años como bombero HotShot, aunque había estado en situaciones igualmente peligrosas, nunca había lidiado con alguien tan cercano a su corazón.
Y nunca había tenido que trabajar tan duro para mantener su mierda junta y permanecer en la tarea.
No planeaba admitir una maldita cosa frente a su amigo, por lo que se limitó a decir:
—Hice lo que tenía que hacer.
Joe tomó un par de caladas rápidas de su cigarrillo, luego lo dejó caer sobre el cemento y encendió otro.
—Eso no significa que no fuera exasperante como el infierno saber que estabas allí afuera, en medio de una tormenta de fuego —su boca se movió en una media sonrisa—. Habría apestado si hubieras muerto en mi turno.
—Síp —Pedro estuvo de acuerdo, tratando de sacudirse la persistente tensión que aún pesaba sobre sus hombros—. Nunca habrías podido vivir en paz si hubieras volado a la estación con uno menos.
Después de confirmar por radio que habían extinguido el último de los incendios, Joe voló con Pedro de vuelta a la estación de Tahoe Pines. Navegando sobre el lago Tahoe, Pedro miró al agua azul brillante y reflexionó el hecho de que llegar a Lake Tahoe había cambiado toda su vida.
Había sido un chico de un cercado suburbano con un pequeño hermano que seguía sus pasos, una madre que había intentado con todo su corazón actuar como si su matrimonio no apestara y un padre que nunca estaba alrededor si podía evitarlo. Cuando Pedro llegó a la adolescencia, la fachada de su madre por fin se había resquebrajado de par en par y las peleas comenzaron. Interminables y obsesionados encuentros de gritos entre su madre y su padre, los cuales trató de bloquear subiendo los altavoces de su estéreo lo más fuerte que podía.
Pedro no sabía qué hacer con su creciente ira, su frustración con el hecho de que los adultos claramente no tenían ninguna respuesta. Así que bebía. Se divertía. Cortó sus clases. Y luego fue arrestado por conducir con un paquete de seis cervezas.
Gracias a Dios, su entrenador de fútbol había llenado los zapatos vacíos de su padre y había arrastrado su culo a las Sierras para cumplir servicio comunitario. El entrenador Rusmore prácticamente había salvado su vida mostrándole otra manera de soltar sus agresiones, cómo golpear constantemente el nivel de adrenalina que necesitaba para sobrevivir.
Muy rápidamente, Pedro se había convertido en un hombre capaz al aire libre. Durante todo el año, el enorme lago era frío y salvaje. Cuando Pedro no estaba en las montañas, por trabajo o por placer, estaba en el agua. Pesca, canotaje, kayak, rafting, kiteboarding. A pesar del enorme aumento de turistas cada verano e invierno y los aspectos más desagradables de los casinos, Pedro todavía no podía creer que había considerado dejar Lake Tahoe diez años atrás.
Por una mujer.
Otra raya por ser joven y estúpido.
—Parece que Cristian está aquí —dijo Joe mientras volaban sobre el aparcamiento de la estación y veía la camioneta de Cristian cerca de la pista de aterrizaje.
Pedro estaba contento de que su hermano se hubiera pasado por la estación. No iba con frecuencia. Por supuesto, no era difícil adivinar por qué se mantenía lejos.
Después de una serie de dolorosos injertos de piel y fisioterapia en curso para recuperar el pleno uso de sus manos y dedos, Cristian estaba en camino a la recuperación, pero la gran pregunta seguía siendo: ¿Volvería a combatir el fuego otra vez?
Porque no importaba lo duro que Cristian trabajara, no importaba lo mucho que quisiera volver a la montaña, su futuro como un bombero HotShot no dependía totalmente de él. El Servicio Forestal tenía la última palabra. Y lo último que querían era a un bombero paralizado en medio de un incendio forestal.
Joe sacudió la mano de Cristian en saludo, luego se dirigió a las duchas, pero cuando Pedro captó la expresión preocupada de su hermano, supo de inmediato que algo andaba mal.
—Suéltalo.
Cristian le puso una mano en el brazo en señal de advertencia.
—Siéntate, Pedro.
Por supuesto que no iba a sentarse. Él había visto a Cristian de esa forma sólo una vez: Cuando el coche de Paula había sido golpeado en la autopista 50 hacia diez años.
Cuando ella había perdido al bebé.
—Es Paula, ¿no es así?
Al no obtener una respuesta lo suficientemente rápido, Pedro se puso frente al rostro de su hermano y tomó un puñado de su camisa. Cristian igualaba a Pedro en peso y altura, los dos eran de anchos hombros, delgados de caderas y musculosos; pero Pedro tenía miedo de su lado oscuro.
Si su hermano pequeño no comenzaba a hablar rápido empezaría a sacarle la información a golpes.
—Dime qué demonios le pasó.
—Estuvo en otro accidente de coche. Anoche, en Colorado. Vail. Acabo de verlo en las noticias. No quería decirte sobre eso por la radio. Tenía que decírtelo en persona.
Pedro dejó caer la camisa de Cristian, tropezando contra una fila de armarios metálicos.
—Ella está...
Se tragó la palabra “muerta”. Su cerebro no le permitía pensar en ello. Su boca no dejaría que lo dijera.
—El periodista no dijo cómo estaba, sólo que los coches quedaron destrozados.
Pedro habría dado cualquier cosa por no preocuparse por Paula, por poder escuchar lo que Cristian había dicho de ella y simplemente seguir con su día, con el resto de su maldita vida, como si fuera lo de siempre. Pero la imagen de Paula indefensa en una cama de hospital era como una estaca metida directamente en su estómago.
No podía borrarla, no podía apagarla, no podía alejarse de ella y fingir que no significaba nada para él.
—Tengo que llegar a Colorado.
Cristian negó.
—Es por eso que estoy aquí diciéndotelo en persona. Para asegurarme que no hagas algo estúpido.
Hasta el último instinto le decía que fuera con Paula. Que estuviera allí para abrazarla. Para ayudarla.
—No necesito tu consejo —gruñó él.
—Bien, ¿qué tal si te refresco la memoria? ¿Recuerdas lo que te sucedió después que ella te dejó?
Haciendo caso omiso de su hermano, Pedro se dirigió a su armario y se despojó de su equipo. Cristian lo siguió, como un perro decidido a molestar a su dueño.
Mientras Pedro se cambiaba a un par de pantalones de cargo limpios y una camiseta, Cristian siguió hablando.
—Cuando ella pateó tu trasero y se mudó a San Francisco te caíste a pedazos. Nunca pensé que vería el día en que te saltearías tu trabajo. El trabajo que solías amar. Pero allí estabas, pegado al taburete de la barra cuando deberías haber estado combatiendo incendios.
Los días y semanas después que Paula se hubiera ido estaban tan frescos en la mente de Pedro como si hubiera sucedido ayer. No necesitaba que Cristian le recordara el agujero negro en el que había caído. Cuán oscuro había sido. Cuán profundo. Sus problemas en secundaria habían sido por rebelión. Pero la oscuridad en la que cayó después que Paula se fue no tuvo nada que ver con la rebelión, con la revuelta.
En su lugar, había sido la desesperación. Profunda hasta los huesos y había pensado en ese momento que era incurable.
—Sé que pensaste que era la única —Cristian insistió—pero la verdad es que fue mala para ti, hombre. Estabas regiamente jodido después que ella se fue. No quiero verte así de nuevo.
Pedro no pudo refutar ninguna de las declaraciones de su hermano. Eran todas ciertas.
Y sin embargo, no ir hacia ella era impensable.
Moviéndose hacia el teléfono, la operadora lo conectó al Hospital General de Vail.
—Soy un… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada— amigo de Paula Chaves. ¿Podría darme alguna información sobre su condición?
—Lo siento, señor —una mujer respondió cortésmente—. Me temo que no podemos hablar de los pacientes con nadie, excepto su familia.
Colgó justo cuando Leandro entraba en la cocina.
—Paula está herida —le dijo a su mejor amigo, su nombre sonó ronco en su garganta.
Él se aclaró, trabajando de no perder el control. Jesús, no la había visto en diez años, así que ¿por qué estaba perdiéndolo ahora?
Cristian rápidamente llenó a Leandro con los detalles del accidente de Paula. De los veinte hombres que estaban actualmente en el equipo de Tahoe Pines, sólo Leandro y Cristian habían estado hacia unos diez años cuando Paula seguía en la imagen. Ninguno de los otros diecisiete bomberos HotShot sabían absolutamente nada acerca de ella, aparte del hecho de que era una mujer hermosa por la que a veces se les caía la baba cuando estaban pasando los canales.
—Dile, Leandro —instó Cristian—. Dile que no puede ir corriendo tras ella.
Leandro estaba recién casado con una investigadora de incendios provocados que había ido a Tahoe el año pasado para clavarlo en la pared como su principal sospechoso de un incendio intencional. En cambio, Emma y Leandro habían atrapado al verdadero pirómano y se habían enamorado.
Pedro no necesitaba la aprobación de Leandro. Iría de todos modos.
—Te daré un zumbido cuando sepa mi línea de tiempo —le dijo a su jefe de escuadrón.
Leandro asintió.
—Has estado acumulando demasiadas vacaciones en los libros, de todos modos. Es un buen momento para que te tomes un par de días —Agarró una Coca Cola de la nevera, luego le dio una palmada en el hombro—. Dale a Paula mis mejores deseos.
Cristian metió las llaves del coche en sus jeans.
—No puedo dejarte hacer algo así de estúpido solo. Iré contigo.
—No, gracias —dijo Pedro mientras se dirigía hacia su coche.
Hacer el ridículo yendo a ver a la mujer que había arrojado su trasero al frío al salir de su vida era una píldora bastante grande para tragar. No tendría la gran reunión en presencia de su hermano.
Su pie era plomo sobre el acelerador de su camioneta mientras se dirigía al aeropuerto más cercano, a cuatro horas de distancia, en San Francisco. Durante diez años, había empujado los pensamientos de Paula fuera de su cabeza, pero ahora ya no podía detener las compuertas abriéndose.
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