lunes, 5 de octubre de 2015

CAPITULO 6 (segunda parte)







Diez años atrás...


Fue una temporada de incendios temprana y él había sido enviado para comprobar un parque de casas rodantes que limitaba con tierras del Estado. Una orden de evacuación había sido dada, pero por una razón u otra, la gente no siempre se iba. A veces creían tontamente que estarían mejor cuidando sus cosas. A veces eran simplemente estúpidos y perezosos.


Pedro rápidamente confirmó que veintinueve de los treinta tráileres estaban vacíos. Sólo quedaba uno, un trozo roído de metal que apenas parecía habitable.


El fuego estaba soplando más cerca, una columna de humo fresco se arremolinaba en el cielo hacia el oeste. Tenía que terminar con las evacuaciones y volver a la estación con la certeza de que ninguna vida estaría en juego si el fuego bajaba la colina.


Aparcó su camión delante del tráiler y salió, inmediatamente le desagradó lo que vio. Muy pocos vehículos habían sido dejados enfrente de los otros tráileres, pero había un viejo descapotable aparcado afuera de éste.


En su camino hacia la puerta, oyó la voz de una mujer. No podía entender lo que estaba diciendo, pero podía decir que estaba suplicándole a alguien. Llamó a la puerta con fuerza.


—Servicio de Bomberos. Necesito que abran.


La puerta no se abrió. Él miró hacia las montañas, sabía que las llamas se acercaban a cada minuto. No tenía el lujo de razonar con los residentes del remolque. Era irse o morir.


—Aléjense de la puerta —ordenó, pateó duro una vez, luego dos veces con una pesada bota con punta de acero. Usando un hombro para hacer palanca, apoyó todo su peso contra la puerta hasta que la cerradura se abrió.


Momentos más tarde, estaba en el interior del remolque y vio que la voz que había oído pertenecía a una joven que estaba tratando de arrastrar el cuerpo inerte de su madre fuera de un cuarto trasero y por un oscuro, estrecho pasillo hasta la puerta.


Gracias a Dios que había forzado su camino al interior. La chica necesitaba su ayuda.


Y entonces ella lo miró, claramente sorprendida por su intrusión y sintió que se quedaba sin respiración.


Ella no era solo una chica. Era la mujer más hermosa que había visto nunca. Alta y rubia, no podía decir mucho acerca de su cuerpo debajo de los  jeans  holgados y la camiseta que llevaba puesta. Pero sus ojos lo mantuvieron cautivo, grandes y verdes con motas doradas y púrpuras. Él se quedó de pie y la miró fijo, el incendio forestal casi olvidado.


—Lamento que no hayamos salido todavía —se disculpó ella—. Tan pronto como me enteré que la evacuación era obligatoria, traté de despertarla. Pero cuando está así, es imposible.


Ella se sonrojó, claramente avergonzada, sus altos pómulos resaltaron en color rosa sobre su pálida piel.


La alfombra estaba raída, los muebles incluso peor, pero todo estaba  bastante limpio. Él sospechaba que la chica, no su madre, era la responsable de eso.


Cruzó la longitud del remolque en unos pocos pasos.


—Déjame tomarlo desde aquí. Déjame ayudarte.


En la habitación trasera del remolque, el olor corporal y a cerveza era insoportable.


—Está horrible aquí dentro. No deberías entrar.


Mierda, él no tenía intención de dejar que su reacción al olor se mostrara en su rostro.


—No te voy a juzgar. Te lo prometo. Sólo quiero ayudar.


Pasándola, él se inclinó y fácilmente movió el peso muerto de su madre por encima de su hombro izquierdo.


Sus hermosos ojos se abrieron como platos.


—Gracias.


Le habían dado las gracias muchas veces durante sus dos años como bombero HotShot, pero de alguna manera los elogios de esta hermosa mujer de ojos verdes lo hicieron sentir como si estuviera caminando sobre el agua.


—Ella no pesa mucho —replicó modestamente mientras ponía a su  madre en la cabina extendida de su camioneta del Servicio Forestal, entonces  ató su cuerpo inconsciente con el cinturón de seguridad tan firmemente como pudo.


—Crearon un puesto de evacuación en la secundaria. ¿Sabes dónde está? 


Su rostro ardía.


—Sí, pero no puedo llevarla allí —ante su pregunta silenciosa, ella dijo— simplemente no puedo.


Sabiendo de primera mano lo duro que era tener padres difíciles, él tomo una decisión.


—Sígueme en tu coche a la estación. Ella podrá dormir la mona en mi litera.


Tendría que quemar las sábanas, pero valdría la pena por ayudar a una bella dama en apuros.


Y su expresión agradecida valía cualquier precio.


El resto del equipo de bomberos ya estaba en la montaña luchando contra el fuego en el momento en que llegaron a la estación de Tahoe Pines treinta minutos más tarde. Él llevó a su madre a los dormitorios y cuando volvió a la cocina, la hermosa hija estaba allí de pie, viéndose torpe e insegura de sí misma.


—No tienes que dejar que se quede aquí —dijo ella—. Puedo encontrar otro lugar para que duerma la mona y sacarnos a las dos fuera de tu vista.


—No es ningún problema. No quiero que te preocupes por ello.


Sus labios se levantaron ligeramente en los bordes, una pequeña y tímida sonrisa que hizo que su respiración saliera más rápido y él se dio cuenta que quería volver a verla. Pronto.


—Soy Pedro —dijo, extendiendo su mano para estrechar la de ella.


Su agarre era frío y fuerte y en ese momento supo lo bueno que sería entre ellos, supo que nunca encontraría a nadie como ella en un bar en una noche de sábado.


— ¿Cómo te llamas?


—Paula —dijo ella


—Tengo que ir al fuego en este momento, Paula —dijo él, contento de verla sonreír otra vez— pero espero que consideres darme tu número  de teléfono.


Ella vaciló.


— ¿Por qué?


Su simple pregunta lo lanzó por un bucle. Por primera vez desde el inicio de su adolescencia, Pedro se sentía fuera de juego. ¿No había sentido las chispas entre ellos?


Él había estado con chicas que eran más llamativas que Paula, pero ninguna hacia correr su sangre fuerte y rápido con sólo una sonrisa. ¿Qué le había sucedido a ella para hacerla tan desconfiada de los hombres?


—Me gustaría invitarte a salir. En una cita.


Sus ojos verdes se conectaron con los suyos y mientras sostenía su mirada, le pidió silenciosamente que confiara en él.


No te lastimaré. Te lo prometo.


Finalmente, ella asintió. Sacando una pequeña libreta de su bolso, escribió  su número de teléfono con letra clara, luego arrancó la hoja y se la entregó.


Él puso la nota en su bolsillo, pero no podía dirigirse al fuego sin hacer una cosa más: Tenía que besarla.


Su beso no fue nada especial, simplemente labios presionándose juntos por primera vez, pero Pedro sentía como si alguien hubiera lanzado una serie de cohetes directamente por sus venas.


Cuando se apartó, ella tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa; pero también había placer allí. Pedro se obligó a dar un paso lejos, a pesar de que lo único que quería era probarla con su lengua, tirar de ella con fuerza contra él y explorar las curvas que estaba escondiendo debajo de toda esa ropa.


—Te llamaré. Pronto.


Salió de la estación, y saber que esa inocente tan caliente y sexy como el infierno estaría esperando por él al término del incendio forestal, lo puso más dispuesto que nunca a patear traseros.


Cuatro días más tarde, cuando el incendio fue finalmente apagado, él la llevó a un autocine. Ella parecía nerviosa sentada en el asiento de pasajero de su Jeep, sin tocar la caja extra-grande de palomitas de maíz que él había comprado.


Mientras los créditos de apertura comenzaron a correr, Pedro se estiró sobre la caja de cambios hacia su mano. Ella tardó en responder, con los ojos abiertos y en silencio durante un buen rato antes de cerrar sus fríos dedos sobre los suyos.


No era difícil adivinar que no había salido con muchos chicos. Tenía que ir despacio, decirle poco a poco lo mucho que la deseaba, pero ahora que estaba sentada lo suficientemente cerca para que él oliera el suave aroma de vainilla de su brillante pelo rubio y viera el pulso moviéndose rápido en el hueco de su cuello, tocar su mano era lo único que podía hacer para no arrastrarla sobre su regazo.


Estirándose hacia el recipiente de palomitas de maíz con su mano libre, tomó una pieza y la alzó a sus labios. La observó pensar en tomarla de él, mordiéndose el labio con indecisión, antes de abrir la boca y dejar que la alimentara.


Pedro había perdido su virginidad a los quince años con una caliente porrista un poco mayor. En los últimos cinco años, se había acostado con muchas chicas, incluso había salido en citas con algunas de ellas por un mes o dos antes de romper cuando las cosas se ponían demasiado serias. Pero simplemente alimentar a Paula, sentir sus labios moverse suavemente alrededor de sus dedos, mirar su garganta mientras tragaba, era de lejos la experiencia más erótica de su vida.


Incapaz de controlarse, él empujó el recipiente lleno de palomitas de maíz en el asiento trasero y le tomó la cara entre sus manos, besándola con todo el deseo que había estado conteniendo desde el momento en que la conoció. 


Ella se encontró con su beso con igual pasión, su lengua se arremolinó con la suya, un gemido de placer emergiendo de su garganta.


Él no sabía mucho más acerca de Paula además de su nombre, su número  de teléfono y dónde vivía, pero en base a lo mucho que la deseaba y a lo caliente que era este beso, sabía que la reclamaría esa noche de la forma más elemental.


De pronto, rompió su beso, giró la llave del encendido y quemó el caucho saliendo como el diablo del teatro al aire libre lleno de gente.


No hablaron mientras él salía de la carretera por un camino de tierra lleno  de baches y conducía por el bosque. Cuando las luces del casino se habían desvanecido y la luna brillaba a través de los altos pinos, él apagó el motor y le tendió la mano.


—Ven aquí, Paula.


Él se sorprendió cuando ella no dudó y se arrastró valientemente a horcajadas sobre su regazo. Y entonces su boca estuvo sobre la suya y ella estaba besando sus labios, sus mejillas, su cuello, tirando de su camisa y mordiendo su pecho. Él quería decirle que redujera la velocidad, que tenían toda la noche para explorar el cuerpo del otro, pero ya era demasiado tarde para decir las palabras.


Una luz roja parpadeó en el fondo de su mente, advirtiéndole que ella era demasiado inocente, que no sabía lo que le estaba pidiendo, pero en vez de parar y asegurarse de que estaba haciendo lo correcto, él alcanzó el broche de presión en sus jeans y tiró hacia abajo la cremallera.


Sus ojos se abrieron de golpe mientras él deslizaba un dedo dentro. Oh, mierda, ella estaba tan mojada.


Paula se quedó inmóvil en su regazo.


— ¿Pedro?


—Nena, te deseo tanto —fue lo único que se le ocurrió decir.


Y entonces se estaban besando de nuevo y él estaba deslizando su dedo dentro y fuera, lentamente al principio y luego cada vez más rápido mientras ella corcoveaba su pelvis contra su mano. Pedro meció su palma contra su clítoris y su respiración se convirtió en rápidos resoplidos acompañados de pequeños gemidos y jadeos.


Era todo lo que podía hacer para no perderse tras su propia cremallera. Él quería estallar en su interior, no en los bóxers de algodón azules a rayas.


Soltando el botón de sus jeans, liberó su erección y envolvió la mano de Paula alrededor de ésta. Sus ojos se abrieron de golpe de nuevo y ella dejó de moverse contra él.


De alguna manera se las arregló para decir:


—Tengo que estar dentro de ti, pero sólo si tú lo deseas —y gracias a Dios, ella asintió y comenzó suavemente a acariciarlo.


—Lo deseo, Pedro.


Se olvidó de ser amable mientras empujaba sus jeans y bragas. Y entonces ella estaba desnuda de la cintura para abajo y él se estaba poniendo un preservativo tan rápido como podía en la oscuridad. Poniendo sus manos en su delgada cintura, las movió para ahuecar su perfecto trasero, colocándola sobre su erección.


Apenas respirando, de repente se dio cuenta que no podía simplemente sumergirse en ella. Estaba demasiado apretada. Era virgen, tal como había sospechado.


— ¿Qué está mal? —susurró ella.


—No hay nada malo. Eres perfecta.


—Nunca lo he hecho —admitió con una toque de nervios en su voz mientras lentamente se bajaba a sí misma sobre su regazo.


La cabeza de su pene presionó en sus pliegues y Pedro le tomó el rostro para besarla mientras guiaba su grueso eje en su calor. Ella jadeó contra sus labios mientras él la llenaba.


— ¿Confiarás en  mí?


El “Sí” apenas salió de su boca antes de que él la penetrara, todo el camino hasta la empuñadura. Ella se tensó y él dijo:


—Confía en mí —de nuevo contra sus labios y luego estaban besándose, suavemente, con dulzura mientras Pedro encontraba su clítoris con el pulgar y presionaba círculos ligeros contra la dura protuberancia. No pasó mucho tiempo antes que sintiera sus músculos relajarse alrededor de él y la nueva ola de excitación fuera en torno a su eje.


Moviéndose tan lento como pudo, se deslizó hacia fuera, después de nuevo en su estrecho pasaje. Las altas curvas de Paula eran un ajuste perfecto y ella era tan innatamente sensual que una parte de él se asombró de que esta fuera su primera vez.


Y entonces, Paula estaba gritando y él podía sentir sus músculos internos tirando y empujando y se corrió dentro de ella, la sensación fue mucho mejor de lo que había sido con nadie, jamás.


Se aferraron el uno al otro, jadeando, hasta que ella se movió fuera de su regazo y se sentó en el asiento del pasajero tirando de sus bragas y jeans. Él trató de pensar en algo que decir para aligerar su estado de ánimo y hacer que se diera cuenta que tener sexo no era la gran cosa.


En cambio, repentinamente se dio cuenta que algo había salido mal.


Realmente mal.


El condón se había roto, había un gran agujero en el centro del látex. Y la punta del depósito estaba completamente vacía.


Pedro no podía creerlo. La primera vez que Paula hacia el amor y el condón se había roto. No estaba seguro de lo que estaba pasando en su cabeza ahora mismo, pero tenía la sensación de que ella no estaría muy emocionada al saber que estaba mojada con algo más que su propia excitación.


La estación les hacía pruebas de enfermedades venéreas a los hombres cada seis meses y él acababa de tener su último informe limpio, así que sabía que no la contagiaría de nada. Y porque ella era virgen, o había sido virgen hasta esta noche, de todos modos, él sabía que estaba a salvo.


¿Cuáles eran las probabilidades de que ella quedara embarazada? Bajas, ¿verdad? Uno de los tipos más viejos del equipo había estado tratando infructuosamente de que su mujer se embarazara por meses.


Antes que ella pudiera ver el daño, él rápidamente se quitó el condón roto y lo metió en su bolsillo. Todo estaría bien. No tenía sentido asustarla sin razón.





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