lunes, 26 de octubre de 2015

CAPITULO 21 (tercera parte)





Paula sacó el primer cajón y comenzó el laborioso trabajo de lijar las asperezas para pelar la pintura, asegurándose de desgastar cada centímetro de la superficie para que la nueva impresión y pintura se secara. Uno por uno, trabajó en los cajones.


Era bueno, el trabajo duro. El proyecto perfecto para llevar su mente lejos de Pedro.


Supuso que debería haber estado avergonzada por lo que le había dicho sobre su frustración acerca de su total respeto por ella, pero no lo estaba.


Una vez más, se sentía sorprendentemente bien ponerle voz a lo que quería. Aunque ser rechazada planamente había sido un golpe bastante aplastante.


Por otra parte, se dio cuenta de repente, ¿no había sabido todo el tiempo que estaba a salvo? Que Pedro era tan condenadamente noble que no había manera alguna de que se aprovechara de ella.


De la misma manera que la madera se había revelado debajo las grietas de pintura, sus horas de lijado lentamente habían descubierto la verdad: No se había arriesgado para nada.


No cuando había sabido todo el tiempo que Pedro sería un héroe.


Más allá de lo irritada que estaba con el tren de sus pensamientos, tiró con fuerza del último cajón atascado. Oyó un fuerte ruido.


—Oh, no —exclamó, al instante suponiendo que había roto un trozo de madera vieja. Pero cuando tiró del cajón sacándolo por completo y poniéndolo en el suelo, se sorprendió al ver una pila de cartas atadas con una cadena que estaba en la parte inferior del armazón ahora vacío de la cómoda.


Como un secreto romántico, quien siempre había tenido un alijo de novelas de romance escondidas en una bolsa en su armario para leer cuando no había nadie en casa, los dedos de Paula temblaron de emoción mientras tomaba el paquete.


Cartas de amor. Tenían que ser cartas de amor. De lo contrario, ¿por qué alguien las mantendría escondidas?


Los papeles parecían manchados de agua y crujientes, la cuerda estaba dura y quebradiza. A pesar de que tomó el paquete con cuidado, la blanca unión se derrumbó en sus manos. Una se abrió y, sin poder evitarlo, empezó a leer la ordenada letra cursiva.



Andres, Estas han sido las dos peores semanas de toda mi vida. No puedo dormir. No puedo comer. Todo lo que quiero es estar contigo. Anoche cuando me llamaste a casa, les rogué a mis padres que me permitieran volver al lago. No estoy lo suficientemente bien como para ser una profesional ni nada, así que, ¿por qué tengo que ir lejos, al campamento de tenis durante tres semanas? Les dije que me gustaría mucho más estar fuera en el lago pasando el tiempo con ellos. No me creyeron y dijeron que no. Creo que sospechan de nosotros. Incluso aunque hemos sido muy cuidadosos. No sé lo que harían si se enteraran de que estamos pasando tanto tiempo juntos.
Todas las noches me despierto en la cama pensando en cuando me escabullí y fuimos en auto hasta el estanque. ¿Puedes creer que he pasado quince veranos en Blue Mountain Lake y nunca supe que estaba allí? Me alegro tanto de que me lo mostraras. Me encantó nadar de noche contigo. Y también me encantó todo lo demás que hicimos esa noche. Sobre todo la forma en que me besaste y me dijiste que sería tuya para siempre.
Con amor, Paula


Oh, Dios mío. Accidentalmente había encontrado las cartas de amor que su amiga Isabel le había escrito al padre de Pedro.


Paula sintió una sorpresiva emoción correr a través suyo. 


Debería dejar de leer ahora mismo, especialmente teniendo en cuenta que sabía que estaba invadiendo la privacidad de su amiga. Pero sus manos y ojos parecían tener voluntad propia.



Andres, Anoche tuve un sueño en el que ya estábamos en nuestro barco e íbamos al otro lado del mundo. Bebíamos cocos, con la brisa cálida y salada sobre nuestra piel. Fue el cielo. A veces pienso que deberíamos simplemente empacar un par de maletas y marcharnos. Olvidarnos de la universidad. Olvidarnos de todo lo que no sea andar por ahí y vivir nuestro sueño. Juntos.
Te amo, Isabel


Paula no sabía cuántas cartas había leído en el momento en que llegó al, Andres, te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Isabel


Oyó la voz de Pedro detrás suyo.


—Se está poniendo oscuro. Y oí en el pueblo que ha habido una gran cantidad de avistamientos de osos en estos bosques. No quería que caminaras sola de regreso.


Levantó la vista desde donde había estado sentada con las piernas cruzadas, las cartas estaban tiradas en el suelo a su alrededor.


Oh—oh. No había pensado en ser descubierta leyéndolas. 


No había podido pensar en nada más que no fuera la historia de amor de Isabel con el padre de Pedro.


— ¿Qué es eso?


—Se cayeron de la parte trasera de la cómoda —recogiendo rápidamente las cartas, las apiló una encima de la otra, hasta juntar el paquete—. No quería leerlas, pero se abrieron al caerse y... no pude evitarlo. Son tan hermosas que perdí la noción del tiempo. No me extraña que tu padre las conservara.


— ¿Mi padre?


Tomó las cartas de ella, comenzando a explorar la que estaba encima que decía te amo una y otra vez, su postura y su rostro eran cada vez más duros con cada segundo que pasaba.


—Sabía que él e Isabel habían salido por un tiempo —dijo ella— que fue muy serio, pero…


Sus ojos se levantaron de las cartas.


— ¿De qué estás hablando?


— ¿No sabías nada de lo de tu padre e Isabel?


—Por supuesto que no.


—Se conocieron cuando eran adolescentes. Fue amor a primera vista. Estas deben ser cartas que le escribió cuando era una adolescente.


De repente se dio cuenta de lo que había dicho, había hecho un gran alboroto sobre el padre de Pedro amando a una mujer de la que su hijo no había sabido nada. Tenía que picarle.


—Mi ex siempre decía que tenía la mala costumbre de decir cada pensamiento que pasaba por mi cabeza —dijo medio disculpándose—. Debe ser raro leer cartas de amor escritas a tu padre por alguien que no fuera tu madre. Casi como una traición.


El hombre de piedra dura y fría que había visto en su dormitorio esa primera noche estaba de vuelta.


—Lo que sea que hizo antes de casarse con mi madre no es mi asunto.


Pero no se creyó eso. Ni por un solo segundo. Si fuera cierto, no estaría actuando de esa manera.


—Puedo entender por qué las cartas te molestarían.


— ¿No escuchaste lo que dije? No me importan.


Dio un paso hacia él. Le dejaría enojarse, pero no le dejaría mentirle.


—Seguro te ves enfadado para un hombre al que no le importa.


Se acercó a ella, entonces, cerrando el resto del espacio entre ellos, sus labios tan cerca de los de ella que casi podía probarlos.


— ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?


Estaba en lo cierto. No debía tener ningún sentido. Recién se habían conocido, no hacía siquiera una semana, y sin embargo...


—Estoy en lo correcto, ¿verdad?


Sus ojos estaban en su boca de nuevo, sus ojos oscuros e intensos, y ella lo sintió venir, otro beso como el de su dormitorio, violento, consumidor. Y en ese momento, mientras su calor se filtraba en sus poros, no deseó nada más.


Pero en lugar de besarla, se dio la vuelta y caminó hacia el barco a medio construir. Se encontró luchando con otra ola de decepción cuando él dijo:
—Nunca conocí a nadie como tú, Paula.


No sonaba como un cumplido, pero rápidamente decidió que estaba bien. Porque sabía que acababa de tropezarse con un capítulo muy importante de la historia de Pedro.


Y no podría haber dejado de girar las páginas aunque su vida dependiera de ello.


— ¿Cómo es tu padre?


Pasando una mano sobre una tabla de oro rojo, Pedro dijo:
—Tenso. No puedo imaginar a nadie escribiéndole una carta así a él — recordó lo suave que Andres le había parecido a través del teléfono. Buscó la ocupación correcta.


— ¿Es cirujano? ¿Profesor?


—Abogado.


— ¿Cómo se sintió acerca de que te conviertas en un Hotshot?


Se echó a reír, pero fue un sonido hueco.


—Puedo honestamente decir que le importó una mierda.


—Imposible. Es tu padre. Tiene que importarle.


—Cuando tenía cinco años, mi madre tuvo que irse lejos para ayudar a su hermana con un nuevo bebé. Se suponía que me recogería a mí y a Samuel de la escuela. Todos los días de esa semana, lo olvidó. Cuando tenía diez años la liga de fútbol le llamó para ver si podía reemplazar al entrenador regular por una práctica. Les preguntó si tenían idea de lo que valían dos horas de su tarde. En el momento en que se perdió mi graduación de la secundaria, ya había aprendido a aceptar quién era. Y quién nunca sería.


—Pero, sin duda después de tu accidente, debió haberlo intentado más duro.


—Por supuesto. Unas cuantas llamadas telefónicas. Un par de cervezas.


Eso le recordó.


—Recibiste el mensaje de que te llamó, ¿no? Te lo puse en la almohada.


—No pude perdérmelo.


No dijo nada más sobre eso, Paula tenía la sensación de que estaba aún más cerrado sobre su padre de lo que había estado sobre el incendio forestal que le había quemado las manos.


— ¿Qué harás con las cartas?


—Estoy seguro de que alguien necesitará encender una hoguera esta noche para el Cuatro de Julio.


La idea de las cartas de amor en llamas la horrorizó. Se abalanzó sobre los viejos papeles, sosteniéndolos seguros contra su pecho.


— ¡No puedes hacer eso! ¿Qué pasa si tu padre las quiere de regreso?


—Las dejó aquí desde hace más de treinta años. ¿Qué le importan?


—El hecho de que las mantuviera en primer lugar muestra cuánto le importaban.


—Síp, le importaban mucho. Igual que Isabel.


Muy bien, tenía un punto. Sin embargo, Paula no podía conciliar al hombre de las cartas, al hombre que Isabel había amado profundamente, con tanta pasión, con el padre del que Pedro hablaba.


Su padre debió haber tenido, por lo menos en su juventud, algunas cualidades que lo redimieran.


La gran pregunta era, ¿qué pasó una vez que se casó con su esposa y se convirtió en padre?


Y entonces se dio cuenta de que Pedro no había leído lo suficiente como para saberlo.


—Ese era el barco de tu padre. Él e Isabel estaban construyéndolo juntos.


Se apartó del barco.


—Algo más para la hoguera.


— ¡Pedro!


Le lanzó una mirada dura.


—Quieres mantener las cartas, adelante. No me importa lo que les suceda.


Pero todo lo relacionado con las líneas rígidas de su cuerpo, la forma en que repetidamente apretaba y abría sus puños, le decían que si le importaba.












CAPITULO 20 (tercera parte)




A la mañana siguiente, Pedro deslizó su sierra en la suave madera del tronco en el que había perforado un agujero ese primer día en el porche y comenzó el laborioso proceso de cortar las partes podridas. Había terminado la mayor parte del recableado anoche y disfrutaba el hundirse en el extenuante trabajo de cortar los troncos a mano, igual que siempre había disfrutado trabajar como un Hotshot en la tala de un bosque de arbustos y árboles muertos.


Si no podía combatir el fuego, quería estar sudando de otras maneras.


Después de sólo cuatro días de trabajo en la cabaña, estaba impresionado con el trabajo que sus bisabuelos habían puesto en la construcción de esta casa. Si la renovación llevaba tal sudor, estaba seguro que construirla de cero, sin la ayuda de carpinteros y arquitectos, era mil veces más difícil. Y aún más satisfactorio.


Un día, había empezado a pensar que, le gustaría construir su propia cabaña de madera en Lake Tahoe. Trabajar en Poplar Cove era como tomar una clase práctica, la mejor manera de aprender lo que había que hacer.


Trabajar en la cabaña le daba un montón de tiempo para pensar.


Tiempo suficiente para llegar a un plan para tratar con Paula.


Durante el día mantendría su cabeza en la cabaña, centrado en el trabajo que tenía que hacer. No más comidas compartidas. No más acogedoras conversaciones. Y por la noche, cuando un día lleno de deseo reprimido le haría estallar las costuras, se iría como la mierda fuera de Poplar Cove, se mantendría alejado hasta estar seguro de que Paula estaba a buen recaudo en la cama.


Ayer por la noche, se había dirigido hacia el abrevadero local al final de Main. Los preparativos del Cuatro de Julio estaban muy en marcha a lo largo de la calle principal con grandes grupos de niños y padres trabajando para decorar carrozas. 


Había sido uno de esos niños una vez, había esperado el desfile y los fuegos artificiales durante todo el año.


Convertirse en Hotshot había cambiado los fuegos artificiales para él.


Incluso antes de que se hubiera quemado, las dos primeras semanas de julio eran ásperas. Con incendios constantes, tanto accidentales como intencionales.


No había disfrutado de un espectáculo del Cuatro de Julio en años.


Pero el verano pasado había sido el peor, sabiendo que habría incendios y que no estaría allí para apagarlos.


No tenía ganas del espectáculo de esta noche, ya estaba pensando en salir al techo y al muelle y diluirlos.


Se tensó al oír la puerta mosquitera abrirse, sabía que era el momento de poner su plan en acción. Permanecer en su lado de la habitación. Mirando el reloj, vio que eran sólo las 11 a.m. Paula debió servir sólo el desayuno hoy.


¿Por qué estaba siguiendo su horario tan de cerca?


Apoyó su bolso en la silla más cercana y sonrió.


—Hola.


La opresión en su pecho se abrió cuando la vio.


Se la bebió, olvidando todo por el momento, excepto el placer de estar en la misma habitación.


Se acercó, miró hacia el nuevo agujero en la pared.


—Wow, realmente vas a sustituir los troncos, ¿no es así?


Un mechón de pelo estaba en su boca y lo siguiente que supo es que estaba enganchando un dedo en este, sus nudillos deslizándose contra la mejilla de ella. Se obligó a alejarse.


—Me dije que no te iba a tocar.


—No —dijo en voz baja— esto es bueno. Tenemos que hablar sobre esto. De lo que hay entre nosotros.


—No puede haber nada entre nosotros.


Asintió, pero dijo:


— ¿Por qué no?


Antes de que pudiera recordar alguna de las razones, estaba acercándose a él, diciendo:
—No, no me lo digas. Ya sé por qué no deberíamos hacer esto. Pero, ¿de verdad piensas que podemos detenerlo?


No podía apartar la mirada de su boca, de la suave y rosada carne. No había suficiente auto control en el mundo para mantenerlo alejado, pero justo antes de que se rindiera a lo que más deseaba, oyó su voz en su cabeza:
—Perdí treinta y tres años. Vine aquí para conseguir finalmente que todo esté bien.


Involucrarse con él sería hacer todo mal.


—Tenemos que detenerlo.


El dolor brilló en sus ojos tan rápido que casi se lo perdió. 


Pero no del todo. No podía dejar que creyera que no era deseable como el idiota de su marido había dicho.


—No creas que no te deseo, Paula. Te he deseado desde el primer momento. Sabes eso.


La vio tragar, lamerse los labios.


—Lo sé. Pero no sé por qué tienes que estar tan empeñado en hacer lo correcto. La mayoría de los chicos solo acabarían tomando lo que pueden obtener y no se preocuparían de las consecuencias.


—Me gustas —dijo lentamente, sabiendo que estaba tratando de recordarse a sí mismo tanto como a ella sus razones—. Si nos hubiéramos conocido en un bar, si supiera que nunca te vería de nuevo, si no fuéramos a compartir esta cabaña por el próximo mes, si no supiera acerca de tu matrimonio, entonces las cosas serían diferentes. Pero ambos sabemos que regresaré a Tahoe pronto. Los dos sabemos que esto no va a funcionar.


Pero incluso mientras lo decía, estaba perdiéndose en sus ojos, podía sentir sus dedos comenzar a arder con la necesidad de tocarla.


Sería tan fácil perderse en Paula.


Una y otra vez sacaba cosas de él que nunca le había dicho a nadie, lo obligaba a mirar las cosas que creía que sabía a ciencia cierta con una nueva luz. Y cuando había intentado devolverle la pelota haciéndola confesar sus propios secretos, en lugar de cerrar el intrigante círculo, aprender más de ella había volado el misterio de par en par.


Claro, había tenido dinero. Pero no le había hecho la vida más fácil. No había hecho que su marido fuera menos imbécil.


Toda su vida había sido un maestro del control. No había razón para que Paula fuera algo diferente. Sólo necesitaba tomar las riendas.


—Te doy mi palabra de que no te tocaré de nuevo.


Nunca había sido un mentiroso. Y hasta este momento no había pensado en que alguna vez se convertiría en uno. 


Pero tenía mucho miedo de haber hecho exactamente eso. 


Porque después de sólo haber probado el más pequeño sabor de su dulzura, podía ver que mantener su palabra podría ser imposible.


Era tan fácil de leer, su expresivo rostro diciéndole que estaba decepcionada. Pero después de su última discusión, mantenerse alejado se había convertido en algo más que solo seguir con su enfoque en la lucha contra el fuego, en volver con su equipo. Le gustaba mucho como para usarla, como para ceder a la urgencia de tomarla cuando apenas tenía un pie en la puerta.


Le gustaba demasiado como para ser un imbécil más en su vida.


La vio soltar un suspiro tembloroso, mirar al suelo, y decir en voz baja:
—Esto en cuanto a tomar riesgos.


Cuando miró de nuevo hacia él, sus ojos una vez brillantes se habían atenuado.


—Entonces, ¿qué está en la agenda de la cabaña después de cambiar los troncos?


Odió ver la vida pasar de ella, pero sabía que era para mejor, que tenían que permanecer en territorio neutral.


—Tendré que remover entre los troncos, luego quitar el hollín viejo para poder revestirlos. Había estado esperando llegar a los muebles también, ver lo que podía hacer para arreglarlos como una sorpresa para mi abuela. Ahora, no sé si eso pasará.


Hizo un sonido de placer que desencadenó otra chispa inextinguible detrás de su esternón.


—En realidad, he estado muriendo por tener en mis manos algunos de los muebles antiguos. Todos son tan clásicos y hermosos y sé que con un lijado suave y una capa de pintura fresca, es probable que algunas de las mesas laterales y aparadores se vean como nuevos.


Sus palabras salieron a toda prisa.


—Y he visto algunas telas retro realmente preciosas en el pueblo que se verían muy bien en los cojines. No es difícil hacerlo y probablemente no tomaría mucho tiempo.


Los muebles realmente necesitaban reformas, pero algo le decía que era una mala idea. Que una vez que Paula pusiera su marca permanente en las cosas de su familia, sería como si fuera una parte de ella. Y eso sólo haría más difícil dejarla atrás cuando volviera a Lake Tahoe.


—Gracias por la oferta, pero no me sentiría bien pidiéndote que hicieras eso. Ya estás pagando por vivir aquí.


—Por favor, Pedro —dijo en voz baja, sus ojos brillando de nuevo ante la idea de renovar el acabado de los muebles que su bisabuelo había construido a mano—. Me gustaría ayudar.


— ¿Y tú pintura?


—En realidad, estoy pensando y planeando un par de ellas en este momento. Podría ser bueno trabajar en algo más por unas pocas horas. ¿Qué tal si empiezo vaciando y repintando la cómoda en mi habitación?


Fue la mejor idea del día, enviarla al taller en el bosque. 


Lejos de la cabaña. Lejos de él.


—Iré arriba y la traeré. La pondré en el taller para que puedas trabajar.


— ¿El taller? Oh, ¿te refieres al granero rojo en el bosque? —cuando asintió, dijo—: He caminado junto a este muchas veces, y aunque deseaba entrar y mirar alrededor, se sentía como invadir.


Estuvo contento por el gran peso de la cómoda de cuatro cajones, por el hecho de que cargarla por las escaleras y a través del bosque estaba haciendo que sus manos le dolieran como el infierno.


Cualquier cosa para distraerlo de lo que le hacía sentir estar cerca de Paula.


El taller estaba a unos cuatrocientos metros detrás de la casa y el olor del aserrín y el aceite fue fuerte cuando entraron en el granero oscuro. Pedro apoyó la cómoda fuera de las grandes puertas, sus palmas ardiendo. Después de abrir una, encontró el interruptor de luz en la pared y lo encendió para iluminar las filas de luces que colgaban del abierto techo de vigas.


—Wow, este lugar es increíble —dijo mientras lentamente caminaba por el gran espacio—. Cada vez que pasaba sentía que había magia en el interior.


—Samuel y yo siempre pedíamos venir aquí cuando éramos niños —le dijo, tratando de no hacer una mueca mientras recogía de nuevo la cómoda para ponerla dentro—. Ese era el torno donde mi abuelo solía convertir todo en las patas de sillas, mesas y camas. Me enseñó cómo usarlo cuando tenía cinco años.


Sus ojos se abrieron.


— ¿Cinco? ¿No le dio miedo que te lastimaras a ti mismo?


—Creía en que aprenderíamos de nuestros errores. Saber que podíamos cortarnos una mano era una motivación bastante grande como para no jodernos al utilizar sus herramientas. Además —dijo, pasando la mano por la herramienta polvosa— quería ser igual que él.


— ¿Qué hacía el resto del año?


—Era director de la escuela secundaria. Mi abuela enseñaba francés y alemán. El último par de años ambos estuvieron complacidos de que siguiera sus pasos. Finalmente.


Inclinó la cabeza hacia un lado.


— ¿También eres maestro?


—Desde el accidente, eso es lo que he estado haciendo. Enseñarle a novatos sobre las cuerdas, dirigir seminarios de seguridad. Mis cicatrices los asustan lo suficiente como para que realmente presten atención. El mismo principio con el que mi abuelo trabajaba, adivino.


Se detuvo delante de un barco de vela a medio construir que estaba volteado boca abajo en el centro de la habitación.


— ¿Qué es esto?


—Un barco que mi abuelo nunca terminó de construir. 
Siempre estuvo justo ahí. Samuel y yo le ofrecimos terminar de construirlo por él un par de veces, pero dijo que no, que lo haría él mismo. Supongo que nunca llegó a hacerlo.


Se acercó a una gran caja rodante de herramientas que estaba contra la pared y abrió varios cajones, el oxidado metal protestando por su rudo toque.


—Aquí hay un poco de papel de lija para empezar. Hazme saber si necesitas más. Puedo recoger un poco de pintura de la ferretería cuando estés lista para ello.


Y entonces se largó fuera como el infierno antes de que pudiera llegar a una excusa para estar cerca de ella un poco más.


A lo largo de su carrera, había sido llamado héroe infinidad de veces, pero esta era la primera vez que Pedro se preguntó si tendría en él lo que se necesitaba para hacer lo correcto.









CAPITULO 19 (tercera parte)




Paula corrió todo el día siguiente con los cambios de turnos en el restaurante, para una lección de arte privada en la casa de uno de sus estudiantes favoritos, y finalmente para la noche de tejido del jueves con el grupo en el Lake Yarns en Main.


Sus amigas ya estaban allí. Rebecca y Sue de la posada. 


Kelsey tomándose unas pocas horas lejos de su niña. Un par de madres con quienes estaba en el tablón de arte de la escuela, una de las cuales se quejó de estar embarazada por cuarta vez.


—De hecho, lloré cuando me enteré —confesó la mujer—. He aquí que pensé que había terminado con los pañales, que todos estarían en la escuela durante el día, y ¡zas! Esos sueños se convierten en humo.


Paula estaba contenta de que todas las demás estuvieran hablando a la vez, alternativamente consolando y felicitando a la mujer, porque simplemente no podía hablar por el nudo amargo en su garganta.


Dios, no debía picar tanto ver a alguien conseguir todo lo que ella quería. No sólo un niño, sino cuatro.


Pero de ninguna manera trató de replanteárselo, todavía picaba como loco.


Una vez que el vino había sido servido, los brownies pasaron alrededor, y todas finalmente habían sacado sus diversas obras en progreso, Rebecca se volvió hacia ella en el pequeño sofá que las dos estaban compartiendo con Kelsey.


— ¿Te hiciste algo en el pelo, Paula? Te ves diferente.


Era gracioso, cuando se había mirado en el espejo esa mañana, había hecho una doble mirada de sí misma. Dejó caer sus agujas, una de ellas chasqueó en el suelo.


—No. Todo está igual que siempre.


Sólo que no lo estaba. No, en absoluto.


Kelsey levantó la vista de la bufanda en la que estaba trabajando, había un brillo en sus ojos.


— ¿En serio? ¿Exactamente igual? ¿Incluso con Pedro quedándose contigo?


Paula no pudo controlar el rubor que le pegó justo en medio de las mejillas.


— ¿Cómo sabes de Pedro?


—Recogió uno de los autos de Tim.


—Y yo lo conocí en la posada —añadió Rebecca.


Paula tuvo un deseo loco de pegarle a cada una de sus amigas con una aguja.


—Stu iba a darle el sofá de su habitación hasta que la novia del infierno se fuera, pero…


Kelsey terminó su frase:
—Supongo que consiguió una mejor oferta.


—No me dijo sobre el sofá de Stu —dijo Paula—. Lo hizo sonar como que tendría que ir todo el camino hasta Piseco.


La sonrisa de Rebecca se hizo más grande.


—No se puede culpar a un hombre por estirar un poco la verdad.


—No cuando luce de esa forma, de todos modos —bromeó Kelsey.


Esta vez, Paula no pudo resistirse a golpear en cada uno de sus brazos.


— ¡Ay! —dijeron ellas a coro.


—Estás irritable —dijo Rebecca—. Definitivamente algo está cocinándose.


Treinta y tres años de sentir una cosa y decir otra la tenían al borde de sostener a sus amigas en la ignorancia con un En serio. Nada está pasando, nada en absoluto.


Pero esta no era su antigua vida, estas no eran sus viejas amigas con quienes todo se suponía debía permanecer superficial.


Estas eran las mujeres con las que se había relacionado con demasiadas margaritas en un barco de fiesta. Habían derramado lágrimas juntas por sus errores del pasado, así era cómo sabía que el pasado de Rebecca tampoco había sido precisamente color de rosa.


Sus amigas no la juzgarían. Y tal vez, si hablaba de lo que estaba sintiendo con ellas, podrían ayudarla a conseguir tener la cabeza bien puesta.


Sin embargo, no quería que todo el mundo en la tienda de lana supiera sus asuntos, por lo que bajó la voz y mantuvo su cabeza sobre un suéter a medio terminar.


—Tienen razón. Algo cambió.


Había estado pensando todo el día en esto, sin embargo, todavía era difícil encontrar la manera de ponerlo en palabras.


—Toda mi vida he hecho lo más seguro, siguiendo las reglas de los demás. Lo único impulsivo que hice fue casarme con Jeremias, pero eso fue sólo una extraña señal en la pantalla del radar, algo que creo que hice más para molestar a mis padres, para mostrarles que podía tomar mis propias decisiones. Y entonces tuve diez años más de seguridad. De aburrimiento.


—Lo seguro no siempre funciona, ¿verdad? —murmuró Rebecca, sus dedos volaban sobre la lana y las puntas de madera mientras hacía la pregunta.


—No —dijo Paula—. Nunca me llevó a ninguna parte. Lo mejor que hice alguna vez fue dejarlo todo y venir aquí.


Miró hacia las agujas y la lana en sus manos, dándose cuenta de que no había hecho una puntada de punto o de revés todavía.


— ¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo? —preguntó Kelsey, sin molestarse en ocultar la emoción en su voz.


Por supuesto, todas sus amigas veían a Pedro como el magnífico bombero. Pero era mucho más complicado que eso.


Sabiendo que tenía que ser honesta, no sólo con sus amigas, sino con ella misma sobre todo, Paula dijo:
—Las probabilidades de que todo se resuelva a largo plazo con Pedro son de escasas a ninguna. Regresará a California pronto y ya ha dejado perfectamente claro que no tiene el menor interés en una esposa e hijos. Pero…


Ahora sus amigas también habían dejado de tejer, todas las sonrisas habían desaparecido mientras escuchaban atentamente.


—Estoy harta de intentar con tanta fuerza tomar las decisiones correctas todo el tiempo —asintió hacia la mujer embarazada por cuarta vez a través de la sala—. Tiene todo lo que quiero. Pensé que si seguía todas las reglas, lo conseguiría también —la amargura llegó de nuevo—. Tengo treinta y tres años. Estoy harta de esperar el momento perfecto, la situación perfecta, el hombre perfecto. Todo lo que sé es que nunca he sentido una atracción como esta antes.


Respiró hondo. Y luego otra vez.


—Todo lo que sigo pensando es que incluso si todo termina siendo un gran error, al menos sabré que realmente viví, por una vez en mi vida. Porque maldita sea, esta vez quiero dar un salto.


No para cabrear a alguien. Ni para demostrarle nada a nadie. Sino simplemente porque todo en su cabeza, corazón, y cuerpo señalaba hacia Pedro.


Había satisfecho a todo el mundo durante mucho tiempo.


Y esta vez, quería algo para sí misma.


Rebecca tomó su mano derecha.


—Entonces yo digo que deberías saltar.


Kelsey le tomó la mano izquierda.


—Y sabes que vamos a estar aquí para atraparte si nos necesitas.