Paula sacó el primer cajón y comenzó el laborioso trabajo de lijar las asperezas para pelar la pintura, asegurándose de desgastar cada centímetro de la superficie para que la nueva impresión y pintura se secara. Uno por uno, trabajó en los cajones.
Era bueno, el trabajo duro. El proyecto perfecto para llevar su mente lejos de Pedro.
Supuso que debería haber estado avergonzada por lo que le había dicho sobre su frustración acerca de su total respeto por ella, pero no lo estaba.
Una vez más, se sentía sorprendentemente bien ponerle voz a lo que quería. Aunque ser rechazada planamente había sido un golpe bastante aplastante.
Por otra parte, se dio cuenta de repente, ¿no había sabido todo el tiempo que estaba a salvo? Que Pedro era tan condenadamente noble que no había manera alguna de que se aprovechara de ella.
De la misma manera que la madera se había revelado debajo las grietas de pintura, sus horas de lijado lentamente habían descubierto la verdad: No se había arriesgado para nada.
No cuando había sabido todo el tiempo que Pedro sería un héroe.
Más allá de lo irritada que estaba con el tren de sus pensamientos, tiró con fuerza del último cajón atascado. Oyó un fuerte ruido.
—Oh, no —exclamó, al instante suponiendo que había roto un trozo de madera vieja. Pero cuando tiró del cajón sacándolo por completo y poniéndolo en el suelo, se sorprendió al ver una pila de cartas atadas con una cadena que estaba en la parte inferior del armazón ahora vacío de la cómoda.
Como un secreto romántico, quien siempre había tenido un alijo de novelas de romance escondidas en una bolsa en su armario para leer cuando no había nadie en casa, los dedos de Paula temblaron de emoción mientras tomaba el paquete.
Cartas de amor. Tenían que ser cartas de amor. De lo contrario, ¿por qué alguien las mantendría escondidas?
Los papeles parecían manchados de agua y crujientes, la cuerda estaba dura y quebradiza. A pesar de que tomó el paquete con cuidado, la blanca unión se derrumbó en sus manos. Una se abrió y, sin poder evitarlo, empezó a leer la ordenada letra cursiva.
Andres, Estas han sido las dos peores semanas de toda mi vida. No puedo dormir. No puedo comer. Todo lo que quiero es estar contigo. Anoche cuando me llamaste a casa, les rogué a mis padres que me permitieran volver al lago. No estoy lo suficientemente bien como para ser una profesional ni nada, así que, ¿por qué tengo que ir lejos, al campamento de tenis durante tres semanas? Les dije que me gustaría mucho más estar fuera en el lago pasando el tiempo con ellos. No me creyeron y dijeron que no. Creo que sospechan de nosotros. Incluso aunque hemos sido muy cuidadosos. No sé lo que harían si se enteraran de que estamos pasando tanto tiempo juntos.
Todas las noches me despierto en la cama pensando en cuando me escabullí y fuimos en auto hasta el estanque. ¿Puedes creer que he pasado quince veranos en Blue Mountain Lake y nunca supe que estaba allí? Me alegro tanto de que me lo mostraras. Me encantó nadar de noche contigo. Y también me encantó todo lo demás que hicimos esa noche. Sobre todo la forma en que me besaste y me dijiste que sería tuya para siempre.
Con amor, Paula
Paula sintió una sorpresiva emoción correr a través suyo.
Debería dejar de leer ahora mismo, especialmente teniendo en cuenta que sabía que estaba invadiendo la privacidad de su amiga. Pero sus manos y ojos parecían tener voluntad propia.
Andres, Anoche tuve un sueño en el que ya estábamos en nuestro barco e íbamos al otro lado del mundo. Bebíamos cocos, con la brisa cálida y salada sobre nuestra piel. Fue el cielo. A veces pienso que deberíamos simplemente empacar un par de maletas y marcharnos. Olvidarnos de la universidad. Olvidarnos de todo lo que no sea andar por ahí y vivir nuestro sueño. Juntos.
Te amo, Isabel
Oyó la voz de Pedro detrás suyo.
—Se está poniendo oscuro. Y oí en el pueblo que ha habido una gran cantidad de avistamientos de osos en estos bosques. No quería que caminaras sola de regreso.
Levantó la vista desde donde había estado sentada con las piernas cruzadas, las cartas estaban tiradas en el suelo a su alrededor.
Oh—oh. No había pensado en ser descubierta leyéndolas.
No había podido pensar en nada más que no fuera la historia de amor de Isabel con el padre de Pedro.
— ¿Qué es eso?
—Se cayeron de la parte trasera de la cómoda —recogiendo rápidamente las cartas, las apiló una encima de la otra, hasta juntar el paquete—. No quería leerlas, pero se abrieron al caerse y... no pude evitarlo. Son tan hermosas que perdí la noción del tiempo. No me extraña que tu padre las conservara.
— ¿Mi padre?
Tomó las cartas de ella, comenzando a explorar la que estaba encima que decía te amo una y otra vez, su postura y su rostro eran cada vez más duros con cada segundo que pasaba.
—Sabía que él e Isabel habían salido por un tiempo —dijo ella— que fue muy serio, pero…
Sus ojos se levantaron de las cartas.
— ¿De qué estás hablando?
— ¿No sabías nada de lo de tu padre e Isabel?
—Por supuesto que no.
—Se conocieron cuando eran adolescentes. Fue amor a primera vista. Estas deben ser cartas que le escribió cuando era una adolescente.
De repente se dio cuenta de lo que había dicho, había hecho un gran alboroto sobre el padre de Pedro amando a una mujer de la que su hijo no había sabido nada. Tenía que picarle.
—Mi ex siempre decía que tenía la mala costumbre de decir cada pensamiento que pasaba por mi cabeza —dijo medio disculpándose—. Debe ser raro leer cartas de amor escritas a tu padre por alguien que no fuera tu madre. Casi como una traición.
El hombre de piedra dura y fría que había visto en su dormitorio esa primera noche estaba de vuelta.
—Lo que sea que hizo antes de casarse con mi madre no es mi asunto.
Pero no se creyó eso. Ni por un solo segundo. Si fuera cierto, no estaría actuando de esa manera.
—Puedo entender por qué las cartas te molestarían.
— ¿No escuchaste lo que dije? No me importan.
Dio un paso hacia él. Le dejaría enojarse, pero no le dejaría mentirle.
—Seguro te ves enfadado para un hombre al que no le importa.
Se acercó a ella, entonces, cerrando el resto del espacio entre ellos, sus labios tan cerca de los de ella que casi podía probarlos.
— ¿Qué demonios te hace pensar que me conoces tan bien?
Estaba en lo cierto. No debía tener ningún sentido. Recién se habían conocido, no hacía siquiera una semana, y sin embargo...
—Estoy en lo correcto, ¿verdad?
Sus ojos estaban en su boca de nuevo, sus ojos oscuros e intensos, y ella lo sintió venir, otro beso como el de su dormitorio, violento, consumidor. Y en ese momento, mientras su calor se filtraba en sus poros, no deseó nada más.
Pero en lugar de besarla, se dio la vuelta y caminó hacia el barco a medio construir. Se encontró luchando con otra ola de decepción cuando él dijo:
—Nunca conocí a nadie como tú, Paula.
No sonaba como un cumplido, pero rápidamente decidió que estaba bien. Porque sabía que acababa de tropezarse con un capítulo muy importante de la historia de Pedro.
Y no podría haber dejado de girar las páginas aunque su vida dependiera de ello.
— ¿Cómo es tu padre?
Pasando una mano sobre una tabla de oro rojo, Pedro dijo:
—Tenso. No puedo imaginar a nadie escribiéndole una carta así a él — recordó lo suave que Andres le había parecido a través del teléfono. Buscó la ocupación correcta.
— ¿Es cirujano? ¿Profesor?
—Abogado.
— ¿Cómo se sintió acerca de que te conviertas en un Hotshot?
Se echó a reír, pero fue un sonido hueco.
—Puedo honestamente decir que le importó una mierda.
—Imposible. Es tu padre. Tiene que importarle.
—Cuando tenía cinco años, mi madre tuvo que irse lejos para ayudar a su hermana con un nuevo bebé. Se suponía que me recogería a mí y a Samuel de la escuela. Todos los días de esa semana, lo olvidó. Cuando tenía diez años la liga de fútbol le llamó para ver si podía reemplazar al entrenador regular por una práctica. Les preguntó si tenían idea de lo que valían dos horas de su tarde. En el momento en que se perdió mi graduación de la secundaria, ya había aprendido a aceptar quién era. Y quién nunca sería.
—Pero, sin duda después de tu accidente, debió haberlo intentado más duro.
—Por supuesto. Unas cuantas llamadas telefónicas. Un par de cervezas.
Eso le recordó.
—Recibiste el mensaje de que te llamó, ¿no? Te lo puse en la almohada.
—No pude perdérmelo.
No dijo nada más sobre eso, Paula tenía la sensación de que estaba aún más cerrado sobre su padre de lo que había estado sobre el incendio forestal que le había quemado las manos.
— ¿Qué harás con las cartas?
—Estoy seguro de que alguien necesitará encender una hoguera esta noche para el Cuatro de Julio.
La idea de las cartas de amor en llamas la horrorizó. Se abalanzó sobre los viejos papeles, sosteniéndolos seguros contra su pecho.
— ¡No puedes hacer eso! ¿Qué pasa si tu padre las quiere de regreso?
—Las dejó aquí desde hace más de treinta años. ¿Qué le importan?
—El hecho de que las mantuviera en primer lugar muestra cuánto le importaban.
—Síp, le importaban mucho. Igual que Isabel.
Muy bien, tenía un punto. Sin embargo, Paula no podía conciliar al hombre de las cartas, al hombre que Isabel había amado profundamente, con tanta pasión, con el padre del que Pedro hablaba.
Su padre debió haber tenido, por lo menos en su juventud, algunas cualidades que lo redimieran.
La gran pregunta era, ¿qué pasó una vez que se casó con su esposa y se convirtió en padre?
Y entonces se dio cuenta de que Pedro no había leído lo suficiente como para saberlo.
—Ese era el barco de tu padre. Él e Isabel estaban construyéndolo juntos.
Se apartó del barco.
—Algo más para la hoguera.
— ¡Pedro!
Le lanzó una mirada dura.
—Quieres mantener las cartas, adelante. No me importa lo que les suceda.
Pero todo lo relacionado con las líneas rígidas de su cuerpo, la forma en que repetidamente apretaba y abría sus puños, le decían que si le importaba.