domingo, 27 de septiembre de 2015

CAPITULO 23 (primera parte)





Sintió que Paula se ponía rígida y desenvolvía sus piernas temblorosas de alrededor de sus caderas. Ella empujó contra su pecho, y en las repercusiones del más poderoso sexo de su vida, cuando todo lo que quería era tenerla acunada y cálida contra su pecho, Pedro no tuvo más remedio que soltar su agarre sobre ella, para darle el espacio que le exigía.


Había estado desesperado por reclamar a Paula como suya.


Ella era tan condenadamente hermosa; y tan increíblemente sensible, aún más sensible de lo que recordaba. Le había parecido igualmente poseída, y él había querido ser amable, quería borrar la amenaza de muerte que pesaba sobre ella.


 Y no había sido capaz de resistir el dulce tirón de su cuerpo, su calor resbaladizo.


—No deberíamos haber hecho esto. —Su voz era cruda. Inestable.


—Los dos tomamos lo que queríamos, lo que necesitábamos —dijo él, inclinando su barbilla hacia arriba con los dedos para obligarla a mirarlo a los ojos. No la dejaría ignorar lo que acababa de suceder—. No hay nada de malo en ello.


Una tenue neblina de satisfacción todavía cubría sus facciones, incluso mientras él la veía retroceder ante su pérdida de control. Ella era la mujer más frustrante y más seductora que había conocido.


Paula se alejó de él.


—Yo no debería estar aquí contigo. Desnuda. En tu cama.


Él se sentó, sin preocuparse por su propia desnudez.


—No me pidas que me disculpe por lo que acaba de suceder. Porque no lo haré. —Dejó caer sus ojos a sus pechos desnudos, su suave piel de color rojo por sus caricias—. No esta vez. Ni la próxima.


Ella empujó las sábanas hasta enredarlas sobre sus caderas y muslos, antes de cubrir su pecho con sus brazos y mirar a otro lado, con la boca apretada a pesar de que sus mejillas seguían ruborizadas de satisfacción.


—No importa lo duro que luches contra ello —dijo él— no importa lo mucho que desees que no tengamos esta conexión, la tenemos. Esto no ha terminado entre nosotros.


—Tiene que terminar, Pedro. No es solo el hecho de que estoy aquí para investigarte. No puedo salir con un bombero. Simplemente no puedo.


De repente, estaba claro lo que estaba pasando por su cabeza. Ella pensaba que mantenerse lejos de todos y todo lo que le recordaba a su padre y su hermano la mantendría a salvo.


—Sólo una vez he tenido que decirle a una mujer que era viuda.


Sus ojos volaron hacia él.


—¿Kenny? ¿Tuviste que decírselo a su esposa? Pero eras un novato.


—El superintendente quería asegurarse que yo estaba en mis cabales para volver desde el borde. —Volvió a pensar en aquella tarde de mierda, bajo el sol abrasador, viendo como sus terribles palabras hacían llorar a una bonita mujer—. No voy a mentirte. Fue una de las peores cosas que he tenido que hacer. —Le tocó la mano—. Pero al día siguiente estaba de vuelta en la montaña. Marcharme entonces habría hecho la muerte de Kenny aún más insustancial.


Ella no dijo nada, pero él esperaba que escuchara lo que decía.


—Eres increíblemente fuerte, Paula. Eres una de las personas más fuertes que he conocido.


—Quiero que lo entiendas —dijo ella con la voz muy grave—. Eres maravilloso, Pedro. Cualquiera puede ver eso. Y tienes razón, nuestra conexión es...


No terminó la frase, pero el color rosado salpicando a través de sus mejillas y sus rellenos labios enrojecidos de sus besos, lo decían todo.


—No puedo hacer lo que hizo mi madre. No puedo pasar los próximos cinco, diez, quince años sentada en casa esperando a que suene el teléfono.


Él quería discutir con ella, pero no podía. No cuando ella ya había estado en el infierno. ¿Cómo podía culparla por querer protegerse del dolor más insoportable? Tendría que haber estado feliz de simplemente estar juntos, desnudos en su cama. Pero no lo estaba.


Quería más.


En la montaña, cuando se enfrentaba a un incendio, sabía moverse lentamente. Pacientemente, abriéndose su camino más cerca, centímetro a centímetro, si eso era todo lo que podía acercarse. Apresurar las llamas nunca funcionaba. 


Sólo un asalto lento lo llevaría más cerca, hasta el punto en que podía alcanzarlas.


Una vez más, tenía que tomar nota de su experiencia como Bombero HotShot. Se estaba moviendo demasiado rápido con Paula. Tenía que dar marcha atrás y darle tiempo. De lo contrario, la perdería.


—No quiero presionarte a nada.


Ella sonrió de lado.


—No lo haces. Solo quiero que sepas de donde vengo. Lo que acaba de suceder fue genial, pero no quiero engañarte. No sería justo.


Ella era la mujer más honesta y franca que jamás había conocido. Su propia conciencia pateaba tiempo extra.


—Has sido completamente honesta conmigo —dijo él, sabiendo con certeza que podía confiar en ella—. Ahora me toca a mí ser honesto contigo.


La sorpresa se hizo evidente en su rostro.


—No me va a gustar esto, ¿verdad?


—Probablemente no —admitió él.


—Estoy escuchando.


—Sabes de esos senderos que conducen a Desolation desde detrás de la casa de Jose, ¿no?


Sus cejas se fruncieron.


—Vi eso en el mapa topográfico, pero no había pensado... —Ella rápidamente descubrió a donde él quería llegar—. ¿Crees que él de alguna manera está involucrado en el incendio?


Pedro se movió incómodo en la cama.


—Yo, desde luego, espero que no. Pero con su memoria fallando, no puedo dejar de pensar que todo es posible.


Paula se incorporó rápidamente, la sábana cayendo de sus pechos a sus caderas. Pedro luchó por mantener su atención en lo que estaba diciendo, y no en sus espectaculares curvas.


—¿Incluida la posibilidad de que él comenzara el incendio forestal?


Esta vez no iba a dejar nada fuera, ni siquiera los detalles más comprometedores. La única forma en que podía ayudar a Jose era si ella sabía la verdad completa y sin adornos.


—Hace un par de semanas, pasé por allí para visitarlo justo cuando él regresaba de una caminata. Noté ceniza en sus pisadas, pero cuando le pregunté lo que había estado haciendo, no pudo decírmelo. No lo sabía. Dos kilómetros arriba por el sendero encontré una fogata ardiendo en un círculo de rocas a un lado del camino.


—No lo entiendo. ¿Por qué encendería una fogata durante el día en una breve caminata?


—He estado tratando de descubrirlo, y lo único que se me ocurre es que la niebla estaba bastante densa, así que tal vez tenía frío. O tal vez tenía hambre y estaba cocinando algo para comer. —Él la dejó digerir lo que había dicho, casi podía oír los engranajes en su cabeza.


—Está bien, eso podría explicar qué inició el incendio, pero ¿qué pasa con todo lo demás? ¿La denuncia anónima? ¿El fuego en mi habitación del motel? ¿La explosión? ¿La bomba en tu coche? ¿Quién nos odia a ti y a mí y a todos los Bomberos HotShot lo suficiente como para tratar de matarnos? Porque no hay manera de que Jose pudiera estar involucrado con nada de eso.


Gracias a Dios, ella no estaba culpando a Jose por todo, no saltó de la cama y llamó a la policía para que fueran tras un anciano que no hacía daño a nadie.


—Alguien obviamente nos está vigilando. Siguiendo todos nuestros movimientos. Tenemos que averiguar cuando pusieron esa bomba en tu camioneta. ¿En tu camino de entrada? ¿O fue antes?


Él fue a la ventana para mirar hacia el vehículo humeante. 


No estaba preocupado de que desatara un incendio en el amplio camino de grava. Pero no había manera de que fueran capaces de revisar los restos hasta que se enfriara.


—Pasaran por lo menos horas antes de podamos acercarnos a la camioneta.


Ella se puso de pie, dejando que la sábana cayera por completo. Dios, pensó, mientras su pecho se contraía con sólo mirarla, era absolutamente hermosa. La mujer más hermosa que había visto nunca.


Tomarla una vez no fue suficiente. Ni de cerca. Dónde Paula estaba preocupada, él estaba insaciable.


Su relación no iba a terminar con la resolución de este caso. 


Quería estar con ella, y no sólo por el sexo caliente. ¿Cómo podía dejar ir a una mujer que era tan intrépida, resistente frente a desalentadoras probabilidades y amenazas de muerte?


—No puedo simplemente sentarme aquí y esperar a que la camioneta se enfríe.


Recogió su ropa interior y se la puso antes de meter sus piernas en los jeans estropeados. Y entonces, de repente, ella lo miró con una expresión extraña en su rostro.


—Tienes que regresar al incendio.


Oyó las palabras salir de su boca, pero no podía creer que fueran reales.


—¿Repite eso?


—Me has contado absolutamente todo. Sé lo de tu piromanía. Acerca de Jose. Incluso sobre tu relación con Dennis. También sé que no encendiste ningún fuego. No pusiste una bomba en la ladera o en tu propia camioneta. Eres completamente inocente. No voy a esperar un segundo más para quitarte la suspensión.


Mierda. Ella le había ofrecido la única cosa que él quería, y no esperaba: la posibilidad de volver con su equipo, para mantener a sus hombres a salvo, y para asegurarse que apagaran el fuego de la manera más convenientemente posible, antes de que alguien más resultara herido.


Y sin embargo, ¿cómo podía irse? La última cosa que quería hacer era dejar a Paula sola. Sobre todo después de su reciente escape de la camioneta.


No podía dejar que a ella le sucediera algo.


—Agradezco la oferta, pero no voy a ninguna parte.







CAPITULO 22 (primera parte)





Las palabras de Pedro se hacían confusas dentro de la cabeza de Paula. Ella las alejaría para un momento y lugar diferente, cuando pudiera respirar normalmente, cuando pudiera pensar con claridad. Ahora mismo, lo único que sabía era que no podía dejar de frotar las manos sobre sus abdominales, sobre sus pectorales, por cada centímetro cuadrado de su glorioso pecho ancho y bronceado. Y que moriría si no lo besaba en ese mismo segundo.


Nunca había estado tan cerca de la muerte antes. Su calidez, su corazón latiendo contra el suyo, el deseo que leía en sus ojos; todo esto significaba la vida para ella. Mantener la distancia con Pedro y permanecer segura en su pequeño mundo de repente no significaba nada. No cuando un acto malicioso casi le había robado su oportunidad de sentir alegría, de sentir cualquier cosa en absoluto. Quería saborear la dulzura de la vida y permitirse degustar el placer que se había negado durante tanto tiempo.


Sus bocas se unieron y fue como un borrón de calor y pasión. Nadie estaba a cargo. En cambio, los dos estaban tomando algo que necesitaban desesperadamente, algo que sólo podían encontrar en los brazos del otro.


Él la apoyó en la isla de la cocina y ella abrió las piernas para llevarlo más cerca. Él era tan grande, tan fuerte, tan maravillosamente caliente mientras sus caderas se colocaban en su lugar entre sus muslos. Desde que ella lo había visto de nuevo en la cima de la montaña, apenas veinticuatro horas antes, no, desde que ella lo besó hacía seis meses, no había dejado de desearlo.


Las compuertas se abrieron mientras se derretía en sus brazos.


Lo estaba descubriendo de nuevo, justo como él la estaba descubriendo a ella. Las pequeñas cosas, como su olor y la forma en que su barba frotaba su mejilla, enviaban peligrosas emociones deslizándose entre sus costillas, apuntando directamente a su corazón.


Sus manos eran suaves cuando ahuecó su cara y ella instintivamente la levantó mientras su boca se movía desde sus labios al lugar entre su barbilla y los huesos del hombro. 


Sus miembros se sentían pesados, drogados con sus besos. 


Su piel zumbaba y sus pezones estaban tiesos y apretados detrás de su sujetador mientras él le mordisqueaba la mandíbula.


A pesar de todo, ella trabajó para mantenerse a sí misma apartada de él y desviar las fuertes emociones amenazando con superarla, la voz en su cabeza que le susurraba que Pedro era su alma gemela.


No, eso era una locura. No podía ser.


Pero cuando él movió la lengua detrás de su oreja, luego tiró de su lóbulo con sus dientes, su cuerpo tomó la decisión por ella.


Supo el instante en que él sintió su rendición, por la tierna forma en que acariciaba sus hombros y músculos de la espalda con movimientos profundos y calmantes. Y entonces sus dedos se movieron hacia su cintura y tiró del algodón de su camiseta prestada, sucia por haberse caído en la grava. 


Ella movió sus caderas un poco para darle un mejor acceso, para ayudarlo a desnudarla.


Sabía muy bien que no debía dejarse ir con él de nuevo. 


Pero saberlo no cambiaba nada. Saberlo no podía detener el intenso calor en su pelvis o la humedad de excitación que se reunía entre sus muslos.


No cuando ella ya había llegado tan lejos.


No cuando estar viva significa estar con Pedro.


Él tiró de la camiseta hacia arriba lentamente por su cuerpo, sobre sus pechos doloridos. Cuando estuvo en el suelo, ella se apretó contra él. Los músculos de su hermoso pecho desnudo estaban apretados y tensos, el complemento ideal para sus curvas.


—Eres hermoso —susurró ella, dándose cuenta de que había hablado cuando oyó las palabras en la habitación.


Él la miró mientras pasaba el pulgar por encima de la curva de sus pechos.


—No —dijo, inclinando la cabeza hacia abajo para lamer la grieta donde estaba su esternón— eres la única hermosa aquí, tan hermosa que me dejas sin aliento.


Ella fue la que se quedó sin aliento ante sus palabras, sus caricias dulces. Nunca nadie la había tocado así, como si él la deseara más de lo que quería respirar. Nadie más que Pedro.


Se encontró a sí misma perdiendo la noción del tiempo de nuevo, seis meses desvaneciéndose a nada desde la última vez que habían estado parados así.


Trató de reorganizar sus pensamientos, trabajando para presentarse a sí misma de nuevo en las imposibilidades del aquí y ahora, pero cuando su boca caliente y húmeda cayó sobre sus pechos cubiertos de encaje, y sus manos jugaron contra la piel sensible en su espalda baja, instándola a dejarse ir, ella instintivamente se arqueó contra su boca.


Piel de gallina cubrió su cuerpo cuando él rastrilló suavemente los dientes sobre su duro pezón. Los dedos de Pedro eran cálidos y firmes sobre sus hombros mientras deslizaba primero un tirante del sujetador hacia abajo, luego el otro. El calor en sus ojos se intensificó mientras miraba fijo hacia sus pechos desnudos, y ella no pudo hacer otra cosa que quedarse allí y dejar que la mirara hasta hartarse. Con reverencia, él ahuecó su carne con ambas manos y frotó los pulgares sobre sus pezones.


Ella cerró los ojos y un gemido bajo salió de su garganta. 


Segundo a segundo, toque a toque, él estaba seduciendo sus defensas y enviándolas lejos.


Ella se aferró a sus caderas para tirar de él más cerca, oh Dios, lo quería más cerca, de su humedad. Sus caderas encontraron su eje grueso y él se sostuvo a sí mismo quieto mientras ella se balanceaba, se frotaba y se empujaba contra él, desesperada por la liberación.


—Eso es —dijo Pedro, animando su locura. Inclinó la cabeza hacia abajo a su pecho, presionando sus senos juntos para poder tomar los dos tensos picos en su boca al mismo tiempo—. Sabes tan bien. Tan dulce.


Él la levantó en sus brazos, llevándola por las escaleras como si no pesara nada. Incluso mientras iba por los escalones y el pasillo, él le mordisqueó los labios, probó las grietas sensibles de su boca con la lengua.


La estaba llevando a su dormitorio.


A su cama.


Su sexo se apretó ante la idea de estar desnuda debajo de Pedro. Se estremeció cuando él movió la punta de la lengua contra la comisura de su boca, y sonrió contra sus labios.


—¿Te gusta eso?


Se resistía a mirarlo a los ojos, asustada de dar demasiado de sí misma si él veía lo mucho que esto significa para ella. 


Por fin, encontró su voz.


—Sí.


Él capturó su boca de nuevo, esta vez más fuerte, sus labios, dientes y lengua diciéndole lo mucho que la deseaba. 


Se echó hacia atrás, con los ojos azules oscuros de pasión.


—¿Y eso?


Ella extendió una mano a su boca y dejó que su pulgar y las puntas de sus dedos rozaran sus labios llenos y masculinos.


—Sí. Mucho.


Más de lo que él pensaba.


Él chupó su dedo índice entre sus labios y ella cerró los ojos y se relajó en sus brazos fuertes y musculosos, borracha de su lengua sobre su piel. Nunca había imaginado que los dedos pudieran ser tan sensibles; nunca un hombre había pasado tanto tiempo dedicado a ella. Los otros hombres sólo estaban interesados en los juegos previos como un medio para un fin. Con Pedro, se podría decir que su placer lo complacía.


Él presionó un beso en su palma.


—Dime todo lo que te gusta. Dime todo lo que te hace sentir bien.


Ella le acarició la barbilla, su barba deliciosamente áspera.


—No lo necesito. Tú ya lo sabes.


Un gruñido bajo vibró en su garganta y observó, fascinada, como su nuez se movió en su bronceada garganta. Ella recorrió su cuello con la mano, luego más allá de su clavícula y sobre su apretada banda de músculos pectorales. 


Su pulso era fuerte y rápido mientras él continuaba sosteniéndola sin esfuerzo, lo que le permitía explorarle su cuerpo sin problemas.


Su tetilla se endureció cuando ella se acercó más y le dio un beso en el hombro. Su piel saltó debajo de sus labios y, por primera vez, se dio cuenta de lo mucho que él la deseaba; que estaba apenas aferrándose a su propio autocontrol.


Paula extendió su lengua a lo largo de la clavícula de él y probó un débil brillo de limpio sudor en su piel. Su erección se hinchó contra el costado de su cadera y su reacción apasionada la envalentonó aún más. Ella rozó un tendón rígido con los dientes, amando el sabor, su aroma masculino. Él era tan hermoso debajo de sus labios como lo era ante sus ojos.


Pedro la cargó a través de la habitación, dejándola sobre su cama.


—He querido hacer esto durante tanto tiempo. —Inclinó la cabeza hacia un pecho y lo succionó—. Y esto —dijo mientras lamía el otro.


Ella jadeó de placer y se arqueó en su boca. Uno tras otro, él arremolinó su lengua sobre sus pechos, besando su carne, mordisqueando suavemente su sensible piel. Cada movimiento que hacía excitándola, haciéndola ponerse cada vez más húmeda y desesperada por sentir su caliente y dura longitud presionando contra su sexo.


—Por favor —dijo ella, y un momento después las manos de Pedro estaban en la cinturilla de sus jeans desabrochando la cremallera y tirando de ellos por sus muslos.


—Tan hermosa —dijo él en voz baja mientras deslizaba sus zapatos y jeans al suelo— tan malditamente hermosa.


Ella esperaba con expectación delirante sentir sus dedos, o posiblemente, si era realmente afortunada, su erección, entre sus piernas, y no estaba totalmente preparada para el cálido aliento sobre su piel caliente. Sus caderas se sacudieron en su boca por voluntad propia, tan fuera de control como nunca.


Estaba asustada por esta intimidad, aunque lo ansiaba muy perversamente como para detenerlo.


Y entonces su boca descendió plenamente sobre su montículo cubierto de algodón y dejó de pensar. Ella gritó su nombre mientras se movía contra sus labios y sus dientes. 


Su lengua encontró su clítoris a través de la tela y las ondas de satisfacción pasaron a través y sobre ella.


Su toque estaba derritiendo su interior, pero ahora mismo, en este momento, perder el control se sentía bien. Porque se sentía segura con Pedro.


Sus dedos le rozaron los huesos de la cadera, luego se detuvieron. Ella supo de inmediato lo que estaba pidiendo. 


Su erección se presionaba con fuerza contra su piel, tan loco de lujuria como ella, pero incluso entonces, esperó a que le permitiera seguir.


Paula susurró


—Sí. —Para decirle que estaba bien que continuara, que quería que le quitara las bragas, que estaba desesperada por abandonar todas las barreras restantes entre ellos.


Le dio un beso a su estómago, justo debajo de su ombligo, y ella contuvo el aliento, esperando. Y entonces, lentamente, demasiado lentamente, deslizó sus bragas de Amo a Lago Tahoe por sus caderas.


—No puedo esperar ni un segundo más para probarte.


La tela se encontraba todavía en sus muslos y ella debería haber estado preparada para la lamida de su lengua sobre su clítoris, para la presión de los músculos de la base de su estómago, pero no lo estaba.


Nada podría haberla preparado para Pedro.


Lento calor se trasladó a través de ella mientras su lengua resbalaba y se deslizaba sobre su piel caliente. Él ahuecó sus nalgas para elevar su montículo, más cerca de su boca. 


Quería ver a este hermoso hombre tocarla tan íntimamente, pero sus ojos se cerraron mientras arqueaba su cuello, su cuerpo tensándose hacia él. Alternativamente chupaba su clítoris, tirando y arrastrando sobre su excitación, luego barría su lengua por la mojada longitud de sus labios.


Sus músculos se apretaron con necesidad. Ella quería todo de él, quería ser llenada con su enorme y duro eje. Abrió la boca para pedir, suplicar, pero antes que pudiera decir una palabra, él metió un grueso dedo dentro de ella.


Su respiración se detuvo mientras apretaba alrededor de su dedo. Con minuciosa lentitud, él lo deslizó hasta el nudillo. 


Ella empujó contra su mano, tratando de tomar más de él dentro. Al mismo tiempo, la lengua mantenía un ritmo constante sobre su clítoris. Él agregó otro dedo a su sensual embestida y ella los montó, presionándose contra su lengua. 


Pero en lugar de dejarla llegar a la cima, la obligó a montar la cresta de placer, dando marcha atrás cuando ella se acercaba demasiado. Deslizó sus dedos dentro, luego fuera de su resbaladizo pasaje.


Ella volaba más y más alto, sus músculos apretándose uno a uno hasta que pensó que podría romperse.


—Por favor, Pedro. —Ella finalmente rogó, aunque era una mujer que nunca había rogado nada a nadie, nunca.


Él agarró un muslo en cada mano y separó sus piernas un poco más. Sólo el simple acto de posicionarla y la sensación de su cabello rozando su vientre era suficiente para enviarla sobre el borde. Él metió la lengua dentro de ella y sus músculos se apretaron y convulsionaron a su alrededor.


Y entonces él centró cada onza de su atención en ella. 


Lamiendo. Succionando. Tirando de Paula hasta que quiso gritar de alegría.


Nunca había sabido que era posible sentirse así, como si se estuviera muriendo y volviendo a la vida, todo al mismo tiempo. Él no dejó de lamerla hasta su último temblor. Nunca había sabido que los orgasmos pudieran ser tan poderosos. 


Nunca había estado tan débil y destrozada después.


Por fin, se desplomó hacia atrás sobre la cama, jadeando en busca de aire. Pedro cambió su peso de entre sus piernas y trajo su boca de nuevo a sus pechos, acariciando tiernamente la parte inferior. A diferencia de otros hombres que iban directamente hacia el pezón, él actuaba como si tuviera todo el tiempo del mundo, y ella se encontró floreciendo nuevamente bajo su boca. Ansió sentir todo su peso sobre ella, y ahora que había recuperado su aliento de nuevo, lo único que quería era sentirlo deslizándose en su calor.


Él levantó la cabeza, una media sonrisa en sus hermosos labios. Labios que la habían llevado a un placer que nunca había imaginado posible.


—Pronto —prometió él—. Pero todavía no.


Paula se movió y su pie rozó algo caliente y suave. De inmediato Pedro se puso rígido debajo de ella y, de repente, todo lo que quería era que él supiera la tortura de ser burlado, de tener que aguardar por algo que esperó mucho tiempo.


Ella dobló su tobillo y arqueó su pie, luego apuntó y deslizó sus dedos lentamente por su larga longitud. Dos podían jugar el mismo juego de anticipación y deseo ilimitado.


Pedro sostuvo su cuerpo por encima de ella con sus antebrazos, sus bíceps y tríceps temblorosos debajo de sus dedos. Y luego la gruesa cabeza de su erección presionó en su calor.


Las palabras “Tú ganas” Salieron de su boca un momento antes de que sus labios tomaran los suyos.



Ella empujó sus caderas en el calor de su fuerza, aunque sabía que no podía hacer el amor sin protección. Ya se había ido así de lejos.


Él permitió que la cabeza de su pene se deslizara dentro de ella, estirándola ampliamente, mucho más amplia que cualquier otro hombre antes de él. Sus ojos estaban de un negro azulado de deseo mientras empujaba dentro otro poco, y luego otro.


Sus músculos lo agarraron con fuerza para tirar de él aún más profundo. Todo el camino.


Pero Pedro era un maestro del control, y su cuerpo dolía por él cuando se salió y buscó en su mesilla de noche por uno de los condones que antes le había mencionado. Se envainó a sí mismo sin su ayuda, el Señor sabía que sus manos temblorosas no habrían sido de ninguna ayuda, y se reubicó a sí mismo entre sus piernas. Luego tomó su rostro y la besó largo y dulce.


Ella deslizó sus manos contra la grandiosa pared de su pecho, luego sobre su caja torácica para aferrarse a sus extendidas dorsales. Se estremeció cuando sus sueños prohibidos de hacer el amor con su hombre misterioso desde tantos meses atrás se hicieron realidad.


—Eres mía, Paula.


Sus palabras apasionadas le llegaron al alma y se abrió para él, la humedad inundando su conducto para facilitar su paso. 


Una y otra vez, él empujó su dura y gruesa longitud dentro de ella. Su gran peso la prensaba a la cama y su piel se volvió resbaladiza debajo de sus manos. El sudor corría entre sus pechos y él inclinó la cabeza para lamerlo de su piel sin perder el ritmo, la embestida constante de sus caderas conduciéndola de vuelta a lo que debería haber sido un pico inaccesible.


Ella nunca se había corrido más de una vez por noche, ni siquiera a horas de diferencia. Pero aquí, debajo de la boca, las manos y la erección de Pedro, se dirigía directamente hacia otra explosión, una que prometía ser al menos tan potente como la primera.


Él levantó la cabeza y fijó los ojos en los de ella, sabiendo lo que venía. Y entonces sus manos fueron a su pelo y su boca estaba sobre la suya y ella estaba envolviendo sus piernas alrededor de su cintura y meciéndose con él.


Un grito de éxtasis brotó de su garganta y se fusionó con su gruñido de placer mientras los espasmos sacudían su cuerpo, empezando en su acalorado centro y recorriendo toda su piel, a la punta de los dedos de sus pies y uñas, y a cada pelo en su cabeza. Ella montó la longitud de su pene una y otra vez, su orgasmo rompiéndola por completo. No sabía cuánto tiempo yacieron juntos después, su cuerpo maravillosamente pesado presionando contra ella. Pudieron haber sido segundos. Minutos. Tal vez incluso horas.


Paula suponía por la experiencia previa que Pedro podía tocar su cuerpo como un violín... pero no había tenido ni idea de que sería una sinfonía.


Estar con él se sentía, como lo había sido seis meses atrás, tan increíblemente bien, a pesar de que no era correcto por un millón de razones diferentes, menos ahora de lo que había sido hace seis meses. En aquel entonces, ella suponía que podía achacar sus acciones impulsivas a la desorientación por el duelo. Pero ahora, minutos después de rogarle a Pedro que la tomara fuerte y rápido, no tenía excusas.


Sí, ella casi había muerto.


Sí, ella había necesitado sentirse viva.


Pero eran sólo pretextos para tomar exactamente lo que quería.


Y ella lo había deseado con fiereza. A pesar de que estar con él y desearlo con cada fibra de su ser, sacaba a la luz sus miedos más profundos.


Su madre apenas había hablado en el funeral de su padre. 


Pero la única cosa que le había dicho estaría para siempre grabada en su cerebro.


No te permitas amar a un bombero. Sólo te romperá el corazón.


Ella no había tenido que decírselo de nuevo en el funeral de Antonio. Lo había dado por sentado.


Ahora Paula estaba en la cama de un bombero, en los brazos de un bombero. Pedro era todo lo que siempre había querido. Fuerte, valiente, dispuesto a ayudar a las personas necesitadas sin importar el riesgo para sí mismo.


Pero todos esos puntos positivos eran desventajas también.


Las mismas cosas que admiraba de él, todas las cosas que lo hacían tan atractivo, eran las mismas que convertían todo lo que él hacía a diario en algo muy peligroso. Deseó poder mantener esta satisfacción de estar en sus brazos, escondida dentro de ellos.


Pero ella no podía permitirse amar y perder a otro hombre como él.








CAPITULO 21 (primera parte)






¿Dónde estoy? ¿Y por qué estoy tirada en el suelo debajo de alguien? Fueron los primeros pensamientos en el cerebro de Paula mientras lentamente volvía en sí. Le dolía el cuerpo en un centenar de lugares. Se sentía herida y maltratada por todas partes.


Y entonces se dio cuenta que Pedro estaba cubriendo su cuerpo con el suyo, sus duros músculos como una manta dichosa de seguridad. Su pecho subía y bajaba rápidamente contra su espalda mientras él trabajaba para recuperar el aliento.


Oh Dios, la camioneta había explotado. Y ellos casi habían muerto.


Podía sentir el calor de la explosión a su alrededor. Ella no se había preparado a sí misma para golpear la grava, y su mejilla fue empujada dolorosamente en las afiladas piedras grises, junto con el resto de su cuerpo. Pero no importaba lo mucho que le doliera.


Estaban vivos. Y Pedro casi murió tratando de salvarlos a los dos.


Sacudidas violentas comenzaron en su pecho y bajaron por sus brazos y piernas, incluso debajo del pesado cuerpo de Pedro. Sus dientes castañetearon y los sollozos se construyeron en su estómago y pecho.


Se oyó gemir, le oyó a él susurrar suaves palabras de aliento contra su pelo, pero los sonidos llegaban a ella a través de un túnel largo y oscuro.


Todo se desvaneció a negro y ella le dio la bienvenida a la oscuridad.



*****


Él la había lanzado demasiado duro. No había tenido tiempo de prepararse. Era demasiado pesado. No debería haberla aplastado así, podría haberle roto las costillas cuando había aterrizado encima de ella.


Pero estaba viva. Y conseguir sacarla de la camioneta había sido lo único que importaba.


Era obvio que los dos eran objetivos móviles. Y era probable que sólo fuera cuestión de tiempo para que se produjera otro ataque. Tenían que averiguar quién estaba detrás de todo esto, y rápido. Antes que pagaran con sus vidas.


Su espalda y piernas ardían como el infierno, pero ignoró el dolor mientras se movía sobre sus manos y rodillas. 


Suavemente, él pasó sus dedos sobre la caja torácica de Paula. Gracias a Dios, todo estaba donde debía estar. 


Poniéndose de pie, la levantó en sus brazos.


Sus pestañas se abrieron, luego se cerraron. Ella gimió de nuevo, esforzándose para enfocarse en su rostro mientras la cargaba hacia la casa, y él estaba malditamente feliz de tener la oportunidad de mirar sus hermosos ojos
marrones de nuevo.


Su piel dorada estaba gris ceniza y lastimada con las muescas de la grava. El color se había ido de sus labios. Ya no eran rosados, estaban pálidos y cetrinos.


Quería matar a la persona que había hecho esto. Que viniera tras él era una cosa. Pero que casi hubiera matado a Paula era imperdonable.


De momento, el incendio forestal, incluso la investigación, tenían que pasar a un segundo plano. Todo lo demás tendría que esperar mientras atendía a Paula.


—Me has salvado la vida.


Ella no le debía nada. Él no quería su agradecimiento.


—Lo haría de nuevo en un latido del corazón.


—Alguien trató de matarnos —susurró ella.


Él la abrazó más cerca, el calor de su cuerpo le aseguraba que se encontraba bien. Ella había tenido un enorme shock.


 Y no estaba dispuesto a dejarla ir todavía.


—No tenemos que hablar de esto ahora.


Trató de zafarse de sus brazos mientras él la llevaba hasta la puerta principal y la abría de una patada. Había atendido a innumerables supervivientes. Sus piernas se doblarían cuando golpearan el suelo. No porque ella fuera débil. Sino porque era humana.


Sin embargo, él admiraba su orgullo. Su fuerza. Poco a poco, dejó que sus pies tocaran el suelo, manteniendo la mayor parte de su peso en sus brazos.


Ella se echó hacia atrás para sostenerse por sí misma y su rostro perdió inmediatamente todo el color. Él la abrazó de nuevo.


—Afírmate, ahora.


Ella envolvió sus brazos alrededor de él y jadeó.


Pedro, estás herido.


Su espalda se había llevado la peor parte de los daños causados por la explosión. Le iba a doler como una perra al limpiarla.


—Me he sentido peor. Voy a estar bien. En este momento, necesitas enfocarte en conseguir recuperar el equilibrio.


—No —dijo ella con ese brillo de determinación en sus ojos—. Necesito concentrarme en ayudarte —Sus pestañas revolotearon hacia abajo—. Nunca podré pagarte por salvarme la vida, Pedro. Por favor, deja que te ayude. Es lo menos que puedo hacer.


Él estuvo desarmado contra su suave súplica, contra la calidez de su toque. Ella pasó lentamente sus dedos por encima de sus omoplatos, por su espina dorsal hasta su baja espalda, haciendo contacto con los cortes y contusiones y un par de piedras incrustadas en su piel.


Se tragó un gemido de dolor. No quería que ella viera sus heridas y se sintiera en absoluto responsable de lo que había ocurrido.


—Probablemente estás todavía en estado de shock. Ve a tumbarte en el sofá —Él lo dijo con voz áspera—. Yo ya vuelvo.


—Tengo que ayudarte —insistió ella, haciendo caso omiso de su orden mientras sus manos encontraban el borde de su camiseta.


Ella no esperó a que estuviera de acuerdo mientras caminaba alrededor de su cuerpo. La oyó contener el aliento cuando vio el daño que su espalda y piernas habían sufrido, pero no se desmayó.


—No te muevas.


Apretó los dientes mientras ella apartaba la sudorosa y ensangrentada camiseta del CSI de Tahoe lejos de su piel maltratada.


—Espero que esta no fuera la camiseta favorita de David.


Cualquier otra mujer habría estado mimándolo, llorando por sus heridas, tal vez incluso enfermando al ver tanta sangre. Pero ella no. En cambio, estaba tratando de hacerle sonreír, como él había hecho con ella. Paula inherentemente entendía que él necesitaba enfocarse en otra cosa.


Se sentía como si llamas candentes bailaran sobre sus hombros.


—Su esposa probablemente organizó la explosión para deshacerse de la maldita cosa —dijo él con los dientes apretados.


La mano de Paula se quedó inmóvil sobre su espalda.


—Tú no te mereces esto, Pedro. Nada de esto. Lo lamento.


—Es sólo una camioneta —dijo él, aunque sabía que estaba hablando de mucho más que eso. Ella se estaba disculpando por hacer su trabajo y dejarlo a él fuera de servicio. Estaba pidiendo disculpas por haber entrado en su casa para recuperar muestras para el laboratorio.


—Lamento lo de la camioneta también —dijo ella en un tono irónico mientras ligeramente trazaba el contorno de otra herida con la punta de su dedo—. Estás hecho un desastre. Un completo desastre.


Ella casi había salido ilesa de la explosión de la camioneta. 


Y estaba preocupada por él.


—Sanaré. —Él la miró por encima del hombro—. Lo único que importa es encontrar a quien hizo esto. Y permanecer vivos.


Sus ojos se encontraron con los suyos, llenos de determinación.


—Los Bomberos HotShot siempre han sido algunas de las personas más fuertes que jamás he conocido. —Ella buscó en los estantes de su cocina por un paño de cocina—. Es mejor que te saques los pantalones también.


Él tembló ante sus palabras, listo para la acción a pesar de lo ocurrido.


—No creo que eso sea una buena idea.


Sacó una toalla azul y blanca a rayas de un cajón y abrió el grifo, esperó varios segundos para que el agua se calentara. 


Después de lavarse las manos, recogió una barra de jabón y se colocó detrás de él.


—Esto probablemente va a dolerte.


Se preparó.


—Adelante.


Poco a poco, suavemente, ella apartó la suciedad y las agujas de pino con las yemas de los dedos a lo largo de su espalda. El jabón y el agua le escocían como el infierno, pero su toque era la distracción perfecta, mucho mejor de lo que hubiera sido cualquier droga.


Podía sentir su aliento en su columna, el calor de su cuerpo calentando su espalda. Quería darse la vuelta y curarse a sí mismo con sus labios, sus curvas, sus sensibles gemidos de placer.


Y entonces sus manos se detuvieron contra su piel.


—Podrías haber muerto tratando de salvarme. —Ella apoyó la mejilla contra su espalda—. Yo debería haber sabido que algo estaba mal. Debería haber salido tan pronto como tú lo dijiste.


—No —dijo él, deshecho por su toque.


No daría una mierda por el control nunca más, no cuando casi la había perdido. Se dio la vuelta y enredó sus manos manchadas de sangre en su pelo.


—No te atrevas a culparte. Por ninguna maldita cosa.


Todo lo que quería era olvidar la imagen de ella sentada en una bomba de tiempo y la total impotencia de ver el humo elevándose desde el motor. Tenía que saborearla, tenía que confirmar que era de carne y hueso y no sólo un producto de su desesperada imaginación.


—Te perdí una vez —dijo él mientras bajaba su boca para cubrir la de ella—. No voy a perderte de nuevo.