domingo, 27 de septiembre de 2015

CAPITULO 23 (primera parte)





Sintió que Paula se ponía rígida y desenvolvía sus piernas temblorosas de alrededor de sus caderas. Ella empujó contra su pecho, y en las repercusiones del más poderoso sexo de su vida, cuando todo lo que quería era tenerla acunada y cálida contra su pecho, Pedro no tuvo más remedio que soltar su agarre sobre ella, para darle el espacio que le exigía.


Había estado desesperado por reclamar a Paula como suya.


Ella era tan condenadamente hermosa; y tan increíblemente sensible, aún más sensible de lo que recordaba. Le había parecido igualmente poseída, y él había querido ser amable, quería borrar la amenaza de muerte que pesaba sobre ella.


 Y no había sido capaz de resistir el dulce tirón de su cuerpo, su calor resbaladizo.


—No deberíamos haber hecho esto. —Su voz era cruda. Inestable.


—Los dos tomamos lo que queríamos, lo que necesitábamos —dijo él, inclinando su barbilla hacia arriba con los dedos para obligarla a mirarlo a los ojos. No la dejaría ignorar lo que acababa de suceder—. No hay nada de malo en ello.


Una tenue neblina de satisfacción todavía cubría sus facciones, incluso mientras él la veía retroceder ante su pérdida de control. Ella era la mujer más frustrante y más seductora que había conocido.


Paula se alejó de él.


—Yo no debería estar aquí contigo. Desnuda. En tu cama.


Él se sentó, sin preocuparse por su propia desnudez.


—No me pidas que me disculpe por lo que acaba de suceder. Porque no lo haré. —Dejó caer sus ojos a sus pechos desnudos, su suave piel de color rojo por sus caricias—. No esta vez. Ni la próxima.


Ella empujó las sábanas hasta enredarlas sobre sus caderas y muslos, antes de cubrir su pecho con sus brazos y mirar a otro lado, con la boca apretada a pesar de que sus mejillas seguían ruborizadas de satisfacción.


—No importa lo duro que luches contra ello —dijo él— no importa lo mucho que desees que no tengamos esta conexión, la tenemos. Esto no ha terminado entre nosotros.


—Tiene que terminar, Pedro. No es solo el hecho de que estoy aquí para investigarte. No puedo salir con un bombero. Simplemente no puedo.


De repente, estaba claro lo que estaba pasando por su cabeza. Ella pensaba que mantenerse lejos de todos y todo lo que le recordaba a su padre y su hermano la mantendría a salvo.


—Sólo una vez he tenido que decirle a una mujer que era viuda.


Sus ojos volaron hacia él.


—¿Kenny? ¿Tuviste que decírselo a su esposa? Pero eras un novato.


—El superintendente quería asegurarse que yo estaba en mis cabales para volver desde el borde. —Volvió a pensar en aquella tarde de mierda, bajo el sol abrasador, viendo como sus terribles palabras hacían llorar a una bonita mujer—. No voy a mentirte. Fue una de las peores cosas que he tenido que hacer. —Le tocó la mano—. Pero al día siguiente estaba de vuelta en la montaña. Marcharme entonces habría hecho la muerte de Kenny aún más insustancial.


Ella no dijo nada, pero él esperaba que escuchara lo que decía.


—Eres increíblemente fuerte, Paula. Eres una de las personas más fuertes que he conocido.


—Quiero que lo entiendas —dijo ella con la voz muy grave—. Eres maravilloso, Pedro. Cualquiera puede ver eso. Y tienes razón, nuestra conexión es...


No terminó la frase, pero el color rosado salpicando a través de sus mejillas y sus rellenos labios enrojecidos de sus besos, lo decían todo.


—No puedo hacer lo que hizo mi madre. No puedo pasar los próximos cinco, diez, quince años sentada en casa esperando a que suene el teléfono.


Él quería discutir con ella, pero no podía. No cuando ella ya había estado en el infierno. ¿Cómo podía culparla por querer protegerse del dolor más insoportable? Tendría que haber estado feliz de simplemente estar juntos, desnudos en su cama. Pero no lo estaba.


Quería más.


En la montaña, cuando se enfrentaba a un incendio, sabía moverse lentamente. Pacientemente, abriéndose su camino más cerca, centímetro a centímetro, si eso era todo lo que podía acercarse. Apresurar las llamas nunca funcionaba. 


Sólo un asalto lento lo llevaría más cerca, hasta el punto en que podía alcanzarlas.


Una vez más, tenía que tomar nota de su experiencia como Bombero HotShot. Se estaba moviendo demasiado rápido con Paula. Tenía que dar marcha atrás y darle tiempo. De lo contrario, la perdería.


—No quiero presionarte a nada.


Ella sonrió de lado.


—No lo haces. Solo quiero que sepas de donde vengo. Lo que acaba de suceder fue genial, pero no quiero engañarte. No sería justo.


Ella era la mujer más honesta y franca que jamás había conocido. Su propia conciencia pateaba tiempo extra.


—Has sido completamente honesta conmigo —dijo él, sabiendo con certeza que podía confiar en ella—. Ahora me toca a mí ser honesto contigo.


La sorpresa se hizo evidente en su rostro.


—No me va a gustar esto, ¿verdad?


—Probablemente no —admitió él.


—Estoy escuchando.


—Sabes de esos senderos que conducen a Desolation desde detrás de la casa de Jose, ¿no?


Sus cejas se fruncieron.


—Vi eso en el mapa topográfico, pero no había pensado... —Ella rápidamente descubrió a donde él quería llegar—. ¿Crees que él de alguna manera está involucrado en el incendio?


Pedro se movió incómodo en la cama.


—Yo, desde luego, espero que no. Pero con su memoria fallando, no puedo dejar de pensar que todo es posible.


Paula se incorporó rápidamente, la sábana cayendo de sus pechos a sus caderas. Pedro luchó por mantener su atención en lo que estaba diciendo, y no en sus espectaculares curvas.


—¿Incluida la posibilidad de que él comenzara el incendio forestal?


Esta vez no iba a dejar nada fuera, ni siquiera los detalles más comprometedores. La única forma en que podía ayudar a Jose era si ella sabía la verdad completa y sin adornos.


—Hace un par de semanas, pasé por allí para visitarlo justo cuando él regresaba de una caminata. Noté ceniza en sus pisadas, pero cuando le pregunté lo que había estado haciendo, no pudo decírmelo. No lo sabía. Dos kilómetros arriba por el sendero encontré una fogata ardiendo en un círculo de rocas a un lado del camino.


—No lo entiendo. ¿Por qué encendería una fogata durante el día en una breve caminata?


—He estado tratando de descubrirlo, y lo único que se me ocurre es que la niebla estaba bastante densa, así que tal vez tenía frío. O tal vez tenía hambre y estaba cocinando algo para comer. —Él la dejó digerir lo que había dicho, casi podía oír los engranajes en su cabeza.


—Está bien, eso podría explicar qué inició el incendio, pero ¿qué pasa con todo lo demás? ¿La denuncia anónima? ¿El fuego en mi habitación del motel? ¿La explosión? ¿La bomba en tu coche? ¿Quién nos odia a ti y a mí y a todos los Bomberos HotShot lo suficiente como para tratar de matarnos? Porque no hay manera de que Jose pudiera estar involucrado con nada de eso.


Gracias a Dios, ella no estaba culpando a Jose por todo, no saltó de la cama y llamó a la policía para que fueran tras un anciano que no hacía daño a nadie.


—Alguien obviamente nos está vigilando. Siguiendo todos nuestros movimientos. Tenemos que averiguar cuando pusieron esa bomba en tu camioneta. ¿En tu camino de entrada? ¿O fue antes?


Él fue a la ventana para mirar hacia el vehículo humeante. 


No estaba preocupado de que desatara un incendio en el amplio camino de grava. Pero no había manera de que fueran capaces de revisar los restos hasta que se enfriara.


—Pasaran por lo menos horas antes de podamos acercarnos a la camioneta.


Ella se puso de pie, dejando que la sábana cayera por completo. Dios, pensó, mientras su pecho se contraía con sólo mirarla, era absolutamente hermosa. La mujer más hermosa que había visto nunca.


Tomarla una vez no fue suficiente. Ni de cerca. Dónde Paula estaba preocupada, él estaba insaciable.


Su relación no iba a terminar con la resolución de este caso. 


Quería estar con ella, y no sólo por el sexo caliente. ¿Cómo podía dejar ir a una mujer que era tan intrépida, resistente frente a desalentadoras probabilidades y amenazas de muerte?


—No puedo simplemente sentarme aquí y esperar a que la camioneta se enfríe.


Recogió su ropa interior y se la puso antes de meter sus piernas en los jeans estropeados. Y entonces, de repente, ella lo miró con una expresión extraña en su rostro.


—Tienes que regresar al incendio.


Oyó las palabras salir de su boca, pero no podía creer que fueran reales.


—¿Repite eso?


—Me has contado absolutamente todo. Sé lo de tu piromanía. Acerca de Jose. Incluso sobre tu relación con Dennis. También sé que no encendiste ningún fuego. No pusiste una bomba en la ladera o en tu propia camioneta. Eres completamente inocente. No voy a esperar un segundo más para quitarte la suspensión.


Mierda. Ella le había ofrecido la única cosa que él quería, y no esperaba: la posibilidad de volver con su equipo, para mantener a sus hombres a salvo, y para asegurarse que apagaran el fuego de la manera más convenientemente posible, antes de que alguien más resultara herido.


Y sin embargo, ¿cómo podía irse? La última cosa que quería hacer era dejar a Paula sola. Sobre todo después de su reciente escape de la camioneta.


No podía dejar que a ella le sucediera algo.


—Agradezco la oferta, pero no voy a ninguna parte.







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