viernes, 9 de octubre de 2015
CAPITULO 20 (segunda parte)
Un golpe sonó en la puerta y a Pedro le tomó varios segundos darse cuenta de dónde venía el sonido cuando lo único que podía escuchar eran las palabras de Paula dando vueltas y vueltas dentro de su cabeza.
El sonido se oyó de nuevo, acompañado por una voz esta vez.
—Pizza delivery. ¿Estoy en el cuarto correcto?
Sintiendo como si estuviera sonámbulo, caminó hacia la puerta, le dio al chico su propina, y tomó la pizza.
Dejó caer la caja de pizza caliente sobre la cómoda arañada, él sabía que necesitaba agarrarse a algo antes de girarse y explotar sobre ella. Pero aunque algunas de las cosas que le había dicho tenían sentido, aunque no se necesitaba ser un genio para ver que él no se había comportado exactamente como un héroe cuando era un chico de veinte años que no tenía ni idea de lo que hacía, aún no estaba listo para concederle ni una maldita cosa.
No cuando ella pensaba que él había querido casarse solo porque estaba embarazada.
No cuando lo acusaba de “estar haciendo lo correcto”, en lugar de verdaderamente amarla.
Si ella no pudo ver que él la amaba con todo lo que tenía para dar en ese entonces, seguro que no iba a gastar su tiempo convenciéndola ahora.
— ¿Tienes alguna idea de lo que fue llegar a casa, a un apartamento vacío?
Él nunca había sido capaz de borrar la imagen de su delgado anillo de compromiso sobre la fórmica de la encimera de la cocina.
Ella no dijo nada, solamente apretó sus manos sobre su pecho como un escudo sobre su corazón.
—Ni siquiera me dejaste una nota. Solamente empacaste tus cosas y te fuiste. Fue como ser pateado directamente en el estómago.
Él nunca había creído en el amor. No después de ver a sus padres hacerse pedazos entre ellos toda su vida. Pero él había creído en ella. Hasta que lo había traicionado saliendo de su vida sin una palabra.
—Tú me fallaste también, Paula. Así que supongo que eso significa que estamos a mano.
Las palabras apenas estuvieron fuera de su boca cuando se dio cuenta que sus hombros cayeron como si la pelea hubiera salido de ella. A la tenue luz de la única lámpara junto a la cama, sus ojos lucían atormentados, con oscuros círculos debajo de ellos.
Estaba sentada en el borde de la cama, sus párpados a media asta y él se sintió como el mayor bastardo del mundo por haber olvidado temporalmente todo lo que ella había pasado en las últimas veinticuatro horas.
Primero el choque. Luego la llamada de auxilio de su hermana. Ahora él luchando por algo que paso tanto tiempo atrás que ya debería haberlo superado.
—Estás cansada —le dijo, abruptamente cambiando de tema.
Sería mejor para ambos si él salía del pequeño cuarto de motel. No había duda de que necesitaba salir, reagruparse.
—Come un pedazo de pizza y duerme un poco. Vas a necesitar la comida y el descanso para nuestra aventura de mañana. Estaré de regreso en un rato.
Ella no dijo nada mientras él salía del cuarto, no lo llamó por su nombre o le pidió que se quedara. Por qué diablos lo haría, se preguntó, mientras hacia la corta caminata por la calle hacia el bar más cercano.
El enorme barman le deslizó una pinta de Guiness y él se tomó la mitad antes de apoyar el vaso de nuevo. A mitad de camino de su segunda pinta, después de que las acusaciones habían tenido tiempo de asentarse, súbitamente se dio cuenta que no podía refutarlas. Todos esos años había estado tan ocupado culpándola por irse.
Pero ahora veía que él había tomado la salida más fácil. No había querido dar una mirada verdadera al espejo y preguntarse qué es lo que había hecho mal o cómo es que lo había jodido.
En ese instante, se dio cuenta por qué se había perdido después que ella se fue: Muy en el fondo de su subconsciente, sabía que la había conducido a alejarse.
Mirando sombríamente hacia los círculos de condensación en la parte de arriba de la barra, se dio cuenta que aunque él había pasado su vida entera salvando personas, al final, era un inútil con la gente que más le importaba. Paula y su aborto involuntario. Cristian y sus quemaduras.
Él no había querido dejarla afrontar todo por sí misma. Ese primer par de semanas después del aborto, había tratado de estar allí para ella, pero era tan duro saber qué decir, o qué no decir. Más que todo, no quería hablar de nada que la hiciera llorar más de lo que ya lloraba. Cuando ella finalmente le dijo que regresara al trabajo, fue un alivio dejar de sentirse como el gigante tonto caminando de puntillas alrededor del apartamento y agarró la oportunidad con las dos manos.
Qué estúpido muchacho había sido, había pensado que tal vez después que ambos hubieran tenido algo de espacio para poder lidiar con lo que había pasado, las cosas regresarían a cómo estaban antes del bebé. Había querido que todo volviera a la normalidad, que la elección más dura para hacer fuera qué clase de pizza ordenar. A los veinte, había sido más fácil ir a combatir incendios. Convencerse a sí mismo que era necesario en la montaña.
Dejando su cerveza inacabada en la barra, salió por la puerta de enfrente.
Había rescatado a Paula una vez. No la rescataría nuevamente, incluso aunque mantenerse alrededor era, de lejos, la cosa más dura que podía hacer.
CAPITULO 19 (segunda parte)
Paula se estremeció con incredulidad. ¿Él realmente le había dado una orden? Así es como lo vamos a hacer, nena.
Sin preguntas. Sin respuestas. Solamente trágalo y sigue con el programa.
Pero tras unos segundos para digerirlo, se dio cuenta que realmente lo que le había molestado no fue lo que dijo, sino como lo había dicho...
Ella odió su voz fría y sin emociones.
—Por el contrario —finalmente le replicó en una voz de acero, que no solo igualaba sino que elevaba la frialdad a otro nivel—. Yo no creo que haya ninguna razón para tener un enorme elefante blanco con nosotros en la habitación todo el tiempo.
En su experiencia manejando, al a veces conflictivo, equipo para los espectáculos de TV en vivo que no podían permitirse financieramente ningún problema, era mejor no dejar que los resentimientos perduraran entre los miembros del equipo. Entre ella y Pedro, sin embargo, estaba tentada a tomar el camino largo y dejar a los perros dormir fuera.
Así habría sido si él no hubiera actuado como un toro en su tienda de porcelana china.
Cruzando sus brazos sobre el pecho, dijo:
—Ya que estamos atascados en este cuarto de motel por esta noche, creo que deberíamos ponerlo todo sobre la mesa y terminar con ello finalmente.
Tal vez, pensó de repente, si consiguiera sacar sus preocupaciones de su pecho, sería capaz de sacarlo a él de su sistema de una vez por todas.
Antes que pudiera pensar mejor lo que estaba haciendo, continuó:
—En el hospital me preguntaste por qué me fui. Bien, estoy lista para decirte mis razones, Pedro. Porque francamente, estoy enferma y cansada de cargarlas conmigo todo el tiempo.
—Olvida que pregunté —dijo él—. No importa. Deberíamos enfocarnos en Agustina ahora.
De ninguna manera, no iba a dejar que él retrocediera para tratar de callarla.
—Por supuesto que estoy preocupada por Agustina—le dijo tan calmadamente como pudo—. Por supuesto que estoy asustada sobre lo que podría estar sucediéndole, pero si no encontramos un terreno común donde pisar, vamos a tener un tiempo muy difícil trabajando como un equipo.
Pero él todavía estaba sacudiendo su cabeza, su expresión completamente cerrada.
—No quiero pelear contigo, Paula.
—¿No lo ves Pedro? —le preguntó, la exasperación quebrando su voz—. Eso es parte del problema. Tú nunca quieres pelear. Tú nunca quieres tener ningún tipo de conflicto entre nosotros. Sé que tus padres tuvieron una relación de mierda, sé que ellos nunca dejaban de pelear, pero eso no significa que la gente no pueda estar en desacuerdo de vez en cuando.
—Detente en este momento, Paula —le dijo, cada palabra enviando una advertencia— y todavía podemos hacer esto. Todavía podemos seguir adelante y encontrar a Agustina.
Pero el tren en el que iba se estaba moviendo demasiado rápido para que simplemente diera un paso fuera. Incluso aunque estuviera dirigiéndose directo hacia una pared de ladrillos.
—¿No has cambiado ni un poco, no? —dijo ella, ahora cualquier pretensión de calma se había hecho pedazos—. Tú siempre creías que sabías lo que era lo mejor para ambos.
—Yo que tu no haría acusaciones que no pudieras respaldar —le dijo con voz dura.
Ella dio un paso más cerca, tan inmersa en su furia que no recordó mantener su distancia de todo ese duro calor que le hacía agua la boca.
—Oh, ¿quieres respaldo? Déjame ver, ¿qué tal la primera vez que tuvimos sexo y no te preocupaste en decirme que el condón se había roto? O qué sobre cuando venías de un incendio donde la gente había perdido sus casas, o incluso sus vidas, y yo preguntaba “¿Cómo estás?” y todo lo que tú alguna vez dijiste fue, “Estoy bien”. Y cuando te presionaba sobre eso, cuando te decía que no había manera en la que alguien pudiera estar bien con las cosas que tú habías visto, tú no me decías ni una maldita cosa sobre cómo te estabas sintiendo. Todo lo que yo quería era ser una parte de tu vida, —. Que me dejaras entrar. Pero tú te negaste a darme cualquier cosa, te negaste a abrirte.
En algún lugar en el fondo de su mente sabía que no había manera que —, o cualquier otra persona, para lo que importa, pudiera posiblemente responder a su larga lista de acusaciones. Y aun así, cuando él ni siquiera trató de defenderse, no pudo evitar ir más a fondo.
—Honestamente, te podría haber perdonado por todo ello. De hecho, te perdoné. Hasta que fuiste y rompiste mi corazón completamente.
La mandíbula de — saltó y los tendones en sus brazos cruzados se tensaron.
—No necesitas mantenerme en suspenso por más tiempo, Paula. Soy un chico grande. Puedo tomar la culpa, siéntete libre de sacarlo fuera.
Oh Dios, hacía años que no se sentía tan cerca de romperse, de desintegrarse completamente. No desde esa noche en que había dejado Lake Tahoe.
—Tras mi aborto involuntario, sabía que había pasado mucho tiempo llorando, mucho tiempo sintiendo pena por mí misma —admitió—. Entonces una noche, salí de mi cama, tomé una ducha y de hecho me puse ropa en lugar de mi camisón.
Cerró los ojos y los detalles volvieron, uno tras otro como si todo hubiera pasado una semana atrás, en vez de una década antes. Ella recordó tomar su tiempo para rasurar sus piernas y secarse el pelo, incluso se puso un poco de maquillaje cuando notó cuán pálida estaba y el peso que había perdido. Estaba planeando ir a dar un paseo o hasta el mercado. Algo, cualquier cosa, para salir del apartamento y tratar de empezar a vivir nuevamente.
—Tú te habías ido a ese incendio en Reno por tres semanas y te extrañaba muchísimo. Ninguna de mis amigas del colegio entendía lo duro que era perder un bebé y yo sabía que mi madre probablemente estaría demasiado borracha como para saber siquiera lo que estaba contándole. O quizás me diría que fui afortunada por haber escapado antes de ser madre.
Abrió sus ojos y se forzó a mirarlo, incluso aunque no sabía qué era lo que veía en su cara.
—Yo estaba tan sola, —. Todo lo que quería era que regresaras a casa y me abrazaras. Así que cuando vi en las noticias que el incendio con el que habías estado peleando estaba controlado, estuve muy feliz. No podía esperar para verte y decirte que estaba preparada para empezar de nuevo.
En ese momento, ella había pensado que habría otros bebés, un montón de niños con su sonrisa traviesa, niñas con su oscuro y sedoso cabello. Qué estúpida había sido.
Qué patéticamente esperanzada. Qué dolorosamente inocente.
—Pero tú no estabas en la estación y cuando le pregunté a Bev dónde estabas, ella estuvo más que avergonzada por tener que decirme que habías regresado del incendio hacía horas.
Había odiado saber cuánta lástima sintió la administradora de la estación por ella. Aunque Paula sabía que no había secretos en un equipo de bomberos HotShot, no hacía más fácil que todos supieran sus asuntos. Especialmente cuando su asunto había estado cayéndose a pedazos.
—No fue difícil encontrarlos. Ustedes estaban en…
—El Bar & Grill —dijo él, finalizando su oración con voz brusca.
Ella asintió.
—Entré en el bar y era como si fuera otro mundo. Risas. Palos de billar golpeando las bolas. Máquinas de Pinball sonando —su voz se rompió—. Allí fue cuando te vi, sentado en la barra. Podía verte sonriendo, coqueteando con la camarera.
—No estaba coqueteando, Paula.
Ella sintió su boca abrirse con asombro. ¿Estaba bromeando? ¿Creía que tenía amnesia? Él no había estado en casa por semanas. Y cuando estuvo libre para ir a casa, había elegido permanecer lejos.
—Tal vez no lo estabas —se obligó a conceder— pero no podía recordar la última vez que me sonreíste de esa manera o que te acercaras a mí y rieras de algo que yo hubiese dicho.
Enojada se limpió con sus nudillos las repentinas lágrimas que estaban nublando su visión.
—Tú fuiste el primer hombre en quien alguna vez confié. Cuando dijiste “te amo”, no pensé que lo estabas diciendo solo para meterte en mi cama.
—Maldición, Paula, tú sabes que no fue por eso por lo que lo dije.
Pero no había terminado todavía, no estaba lista para escuchar cualquiera de sus excusas.
—Tú dijiste que no querías casarte conmigo solo porque estaba embarazada. Prometiste que siempre estarías allí para mí. Me convenciste de que era importante para ti. Eso es lo que lo hizo muchísimo más doloroso.
Toda su vida ella se había prometido no permitir que sus esperanzas y sueños se envolvieran en un hombre. Desde ese momento en adelante, luego de dejar el bar, arrojar su ropa en el asiento trasero del coche y alejarse de su apartamento por última vez, nunca más había caído en el error de confiar en otro hombre con su corazón.
—Tú me fallaste, Pedro —ella sostuvo su mirada—. Por eso es que me fui.
CAPITULO 18 (segunda parte)
Pedro regresó al hospital con dos grandes mochilas llenas de equipos. Había tenido que sortear la marea de periodistas que se encontraba fuera del hospital, en su camino y estaba más irritado por ellos de lo que tenía derecho a estar.
Simplemente estaban haciendo su trabajo, aunque odiaba la forma en que estaban tratando de conseguir un trozo de Paula.
Había sido toda suya una vez. Ahora era un bien público. Y él era tan intruso como cualquiera de los periodistas que estaban fuera.
Para empeorar las cosas, no podía escaparse de la mirada en su cara cuando le había preguntado por qué se había ido.
— ¿Honestamente no lo sabes?
Maldita sea, no, no lo sabía. Pero ahora que estaba atada de pies y manos por la desaparición de Agustina, no había manera de que pudiera obligarla a hablar sobre eso.
Nunca debería haberle pedido una explicación en primer lugar. No cuando eso le mostraba lo mucho que él se había preocupado por ella. Sobre todo cuando ninguno necesitaba otro recordatorio de qué tan caliente había sido su pasión y que habían tenido un vínculo que fue más allá de lo físico.
Ella se movía inquieta por la habitación cuando entró. Pedro tuvo unos veinte segundos para apreciar sus curvas antes de que ella se fijara en él.
—¡Oh, has vuelto! —exclamó, moviendo su mano sobre su corazón. Tenía las mejillas sonrojadas y se veía tan besable.
Absolutamente irresistible.
Quería mantener algo frente a la furiosa erección que lucía, por lo cual vació el contenido de la mochila sobre la cama.
—Equipo para escalar, bolsas de dormir, chalecos salvavidas, camisas ligeras, pantalones, calcetines, botas a prueba de agua.
—No me di cuenta que íbamos a necesitar tantas cosas.
Aun tratando de empujar lejos la lujuria, se puso en el modo enseñar al novato las cuerdas.
—En lo que a mí respecta, escalar a través de las Montañas Rocosas no va a ser diferente de lo que es ir a luchar contra un incendio forestal. Me aseguro de que mis chicos respetan el poder de las llamas antes que se dirijan a sacar fuera la mierda de ellos. También quiero asegurarme de que tienes un gran respeto frente al poder de la naturaleza.
Los ojos de ella se agrandaron mientras consideraba la pila de equipos. Él no tenía intención de abrumarla, no tenía la intención de hacer que todo sonara tan aterrador. Pero antes de que pudiera dar un paso atrás y explicar con cuidado qué era cada cosa, vio el montón de ropa interior sexy tirado en medio de la cama.
Un sudor frío se apoderó de su frente. Incluso a los dieciocho años, cuando Paula no había sabido lo más mínimo de la moda, lo había sorprendido por lo sexy que era su ropa interior. Todo aquel encaje y seda lo habían dejado loco.
Sólo pensar en Paula usando esas bragas rojas hizo que su sangre se calentara lo suficiente como para iniciar un incendio. Ya demasiado cerca del borde, Pedro simplemente no podía dejar de preguntarse que llevaría puesto en ese mismo momento por debajo de su suéter y jeans.
¿Cómo demonios iba a mantenerse en el ámbito de los negocios, cuando todo lo que quería hacer era tirar a Paula en sus brazos y degustar su dulzura? Empujó un chaleco salvavidas de nuevo en la mochila con tanta fuerza que la tela brillante casi estalló por debajo de la fuerza de sus dedos.
—Will va a reunirse con nosotros en la parte trasera del hospital a las cinco y media de la mañana de mañana —su voz estaba ronca por el deseo reprimido así que se aclaró la garganta antes de continuar—. ¿Te sientes lo suficientemente bien como para irte en este momento?
—Estoy bien.
—Bueno —dijo, aunque no estaba seguro de creerle.
Si veía algo que le hiciera cuestionar su salud, mareos, dificultad para hablar, una mueca, iría a buscar a Agustina por su cuenta.
Levantó ambas mochilas sobre sus hombros.
—Vi un motel al lado; supuse que tendríamos que quedarnos ahí.
Como si él fuese capaz de dormir con ella a sólo una pared de distancia. Tal vez podría conseguir habitaciones en lados opuestos del edificio. Tal vez entonces no se sentiría como un trozo de metal que se está arrastrando contra su voluntad hacia su imán sexy como el infierno.
—Vi una salida trasera para que podamos evitar a los periodistas. Supongo que no quieres que sepan de Agustina, ¿no?
Ella sacudió la cabeza y suspiró.
—No puedo creer que me olvidé de la prensa. ¿De verdad crees que podemos salir de aquí sin que se den cuenta?
—Aquí —dijo, deslizando una de las mochilas sobre sus hombros.
Se tambaleó bajo el peso por una fracción de segundo antes de encontrar el equilibrio. Sacó uno de los sombreros que había comprado y se lo puso en la cabeza.
—No pensarán en darle un segundo vistazo a un senderista.
Él no quería que ella supiera la verdad, que cualquiera que la mirara de cerca sería capaz de ver su confianza y gracia bajo la mochila y el sombrero de aspecto torpe.
Ella le dio una sonrisa débil.
—Si funciona, tendré que probar este disfraz de nuevo.
Jesús, en realidad se sintió como si su corazón diera un vuelco cuando la vio sonriéndole.
Unos minutos más tarde, después que hubieran hecho su escapada a la perfección y estuvieran dirigiéndose hacia el vestíbulo del motel, ella dijo:
—Será mejor que espere fuera hasta que tengas la llave.
Él asintió con la cabeza, sabiendo que si alguien en el motel conseguía un vistazo de su huésped de alto perfil, no pasaría mucho tiempo antes de que llamara a los periodistas.
La televisión estaba encendida mientras se dirigía a la recepción, un clip de Paula entrevistando a una estrella del pop. Momentáneamente hipnotizado, Pedro se detuvo y miró.
No podía evitar sentirse impresionado por lo buena que era en su trabajo. Hacia hablar como si nada al chico de veinte años de edad, con quien no tenía nada en común, sin ningún esfuerzo. Él había pasado el rato con suficientes chicos de esa edad para saber lo difícil que podía ser encontrar un terreno común.
Sacando una tarjeta de crédito, les consiguió un cuarto, sabiendo que no era exactamente lo que preferían, pero decidiendo tomar lo que pudieran conseguir en este punto.
Él no se anduvo por las ramas cuando salió del vestíbulo.
—Ellos sólo tenían una habitación libre. Sus ojos se abrieron con alarma.
—Tienes que estar bromeando.
—Quiero que te quedes aquí, por si acaso hay más periodistas deambulando por la ciudad. No te preocupes, voy a encontrar otro lugar donde dormir.
—No, eso no tiene sentido —ella tomó una respiración profunda—. Puedo manejar el compartir la habitación, si tú puedes.
Bueno, mierda, no admitiría que no podía controlarse a sí mismo a su alrededor, ¿verdad?
—No hay problema —mintió, aunque no podía pensar en un problema más grande en este momento.
No había venido aquí en busca de problemas. Pero parecía encontrar uno a cada paso que daba.
La habitación del motel era muy básica con sólo una cama, un armario, una televisión y un pequeño sofá. Se le ocurrió que Paula parecía un ratón atrapado en una pequeña jaula, buscando cualquier lugar por donde escapar.
Claramente, él no era el único que estaba pasando un mal rato debido a su pequeña reunión. Sintió más satisfacción de la que debía.
Su estómago gruñó y cuando el de ella rápidamente siguió su ejemplo, dijo:
—Voy a pedir una pizza.
—No, gracias. No tengo hambre.
Él frunció el ceño. Ella siempre estaba dispuesta a comer, a cualquier hora del día o de la noche. Había sido una de las cosas que le gustaban, que era una chica guapa que comía como una persona normal, en lugar de morir de hambre para poder encajar en un par de jeans. ¿Eso también había cambiado?
—Supongo que tienes que comer solo ensaladas para poder entrar en todas esas ropas de lujo, ¿eh?
Su boca se apretó.
—No estoy a dieta. Simplemente no tengo mucha hambre en este momento.
Mierda, otra vez estaba actuando como un imbécil insensible. Estar con ella otra vez apretaba todos sus botones. Botones que ni siquiera se había dado cuenta que estaban allí hasta hoy.
En lugar de disculparse, dijo:
—Sé que tal vez no tengas ganas de comer en este momento, no después de lo que acabas de descubrir, pero no vas a ser de mucha ayuda para Agustina si te estás muriendo de hambre.
Encogiéndose de hombros como si no le importara, dijo:
—Tienes razón. Pide una pizza.
—Con todo —añadió él, al mismo tiempo que ella y sus miradas se encontraron en un momento de electrizante consciencia.
Todos los signos de excitación estaban allí; la forma en que su piel se enrojecía, el pulso acelerado en su cuello, la rapidez de sus inhalaciones. Podía tenerla en posición horizontal y desnuda en la cama en sesenta segundos.
Le tomó cada pizca del autocontrol que poseía el obligarse a alejarse, agarrar el teléfono y pedir la pizza.
Después de colgar, se detuvo para limpiar todo el deseo que se reflejaba en su cara. Cuando se dio la vuelta para mirarla, ella estaba de pie en el mismo lugar con los ojos todavía fijos en él.
—Gracias por ayudarme —dijo con voz suave—. Sé que las cosas son un poco raras y…
Él levantó una mano. Ella estaba a punto de llevarlos directamente a la zona de peligro. No podía dejar que lo hiciera.
Sólo había una manera de hundir la bomba de su implacable atracción: dejar las reglas de juego bien claras.
—Vamos a tener que concentrarnos en buscar a tu hermana y traerla a casa a salvo. Y como vamos a tener que trabajar juntos y confiar uno en el otro, he decidido que lo mejor que podemos hacer es mantener el pasado en el pasado.
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