viernes, 9 de octubre de 2015

CAPITULO 18 (segunda parte)






Pedro regresó al hospital con dos grandes mochilas llenas de equipos. Había tenido que sortear la marea de periodistas que se encontraba fuera del hospital, en  su camino y estaba más irritado por ellos de lo que tenía derecho a estar. 


Simplemente estaban haciendo su trabajo, aunque odiaba la forma en que estaban tratando de conseguir un trozo de Paula.


Había sido toda suya una vez. Ahora era un bien público. Y él era tan intruso como cualquiera de los periodistas que estaban fuera.


Para empeorar las cosas, no podía escaparse de la mirada en su cara cuando le había preguntado por qué se había ido.


— ¿Honestamente no lo sabes?


Maldita sea, no, no lo sabía. Pero ahora que estaba atada de pies y manos por la desaparición de Agustina, no había manera de que pudiera obligarla a hablar sobre eso.


Nunca debería haberle pedido una explicación en primer lugar. No cuando eso le mostraba lo mucho que él se había preocupado por ella. Sobre todo cuando ninguno necesitaba otro recordatorio de qué tan caliente había sido su pasión y que habían tenido un vínculo que fue más allá de lo físico.


Ella se movía inquieta por la habitación cuando entró. Pedro tuvo unos veinte segundos para apreciar sus curvas antes de que ella se fijara en él.


—¡Oh, has vuelto! —exclamó, moviendo su mano sobre su corazón. Tenía las mejillas sonrojadas y se veía tan besable. 


Absolutamente irresistible.


Quería mantener algo frente a la furiosa erección que lucía, por lo cual vació el contenido de la mochila sobre la cama.


—Equipo para escalar, bolsas de dormir, chalecos salvavidas, camisas  ligeras, pantalones, calcetines, botas a prueba de agua.


—No me di cuenta que íbamos a necesitar tantas cosas.



Aun tratando de empujar lejos la lujuria, se puso en el modo enseñar al novato las cuerdas.


—En lo que a mí respecta, escalar a través de las Montañas Rocosas no va a ser diferente de lo que es ir a luchar contra un incendio forestal. Me aseguro de que mis chicos respetan el poder de las llamas antes que se dirijan a sacar fuera la mierda de ellos. También quiero asegurarme de que tienes un gran respeto frente al poder de la naturaleza.


Los ojos de ella se agrandaron mientras consideraba la pila de equipos. Él no tenía intención de abrumarla, no tenía la intención de hacer que todo sonara tan aterrador. Pero antes de que pudiera dar un paso atrás y explicar con cuidado qué era cada cosa, vio el montón de ropa interior sexy tirado en medio de la cama.


Un sudor frío se apoderó de su frente. Incluso a los dieciocho años, cuando Paula no había sabido lo más mínimo de la moda, lo había sorprendido por lo sexy que era su ropa interior. Todo aquel encaje y seda lo habían dejado loco.


Sólo pensar en Paula usando esas bragas rojas hizo que su sangre se calentara lo suficiente como para iniciar un incendio. Ya demasiado cerca del borde, Pedro simplemente no podía dejar de preguntarse que llevaría puesto en ese mismo momento por debajo de su suéter y jeans.


¿Cómo demonios iba a mantenerse en el ámbito de los negocios, cuando todo lo que quería hacer era tirar a Paula en sus brazos y degustar su dulzura? Empujó un chaleco salvavidas de nuevo en la mochila con tanta fuerza que la tela brillante casi estalló  por debajo de la fuerza de sus   dedos.


—Will va a reunirse con nosotros en la parte trasera del hospital a las cinco  y media de la mañana de mañana —su voz estaba ronca por el deseo reprimido así que se aclaró la garganta antes de continuar—. ¿Te sientes lo suficientemente bien como para irte en este momento?


—Estoy bien.


—Bueno —dijo, aunque no estaba seguro de creerle.


Si veía algo que le hiciera cuestionar su salud, mareos, dificultad  para hablar, una mueca, iría a buscar a Agustina por su cuenta.


Levantó ambas mochilas sobre sus hombros.


—Vi un motel al lado; supuse que tendríamos que quedarnos ahí.


Como si él fuese capaz de dormir con ella a sólo una pared de distancia. Tal vez podría conseguir habitaciones en lados opuestos del edificio. Tal vez entonces no se sentiría como un trozo de metal que se está arrastrando contra su voluntad hacia su imán sexy como el infierno.


—Vi una salida trasera para que podamos evitar a los periodistas. Supongo que no quieres que sepan de Agustina, ¿no?


Ella sacudió la cabeza y suspiró.


—No puedo creer que me olvidé de la prensa. ¿De verdad crees que podemos salir de aquí sin que se den cuenta?


—Aquí —dijo, deslizando una de las mochilas sobre sus hombros.


Se tambaleó bajo el peso por una fracción de segundo antes de encontrar el equilibrio. Sacó uno de los sombreros que había comprado y se lo puso en la cabeza.


—No pensarán en darle un segundo vistazo a un senderista.


Él no quería que ella supiera la verdad, que cualquiera que la mirara de cerca sería capaz de ver su confianza y gracia bajo la mochila y el sombrero de aspecto torpe.


Ella le dio una sonrisa débil.


—Si funciona, tendré que probar este disfraz de nuevo.


Jesús, en realidad se sintió como si su corazón diera un vuelco cuando la vio sonriéndole.


Unos minutos más tarde, después que hubieran hecho su escapada a la perfección y estuvieran dirigiéndose hacia el vestíbulo del motel, ella dijo:
—Será mejor que espere fuera hasta que tengas la llave.


Él asintió con la cabeza, sabiendo que si alguien en el motel conseguía un vistazo de su huésped de alto perfil, no pasaría mucho tiempo antes de que llamara a los periodistas.


La televisión estaba encendida mientras se dirigía a la recepción, un clip de Paula entrevistando a una estrella del pop. Momentáneamente hipnotizado, Pedro se detuvo y miró.


No podía evitar sentirse impresionado por lo buena que era en su trabajo. Hacia hablar como si nada al chico de veinte años de edad, con quien no tenía nada en común, sin ningún esfuerzo. Él había pasado el rato con suficientes chicos de esa edad para saber lo difícil que podía ser encontrar un terreno común.


Sacando una tarjeta de crédito, les consiguió un cuarto, sabiendo que no era exactamente lo que preferían, pero decidiendo tomar lo que pudieran conseguir en este punto.


Él no se anduvo por las ramas cuando salió del vestíbulo.


—Ellos sólo tenían una habitación libre. Sus ojos se abrieron con alarma.


—Tienes que estar bromeando.


—Quiero que te quedes aquí, por si acaso hay más periodistas deambulando por la ciudad. No te preocupes, voy a encontrar otro lugar donde  dormir.


—No, eso no tiene sentido —ella tomó una respiración profunda—. Puedo manejar el compartir la habitación, si tú puedes.


Bueno, mierda, no admitiría que no podía controlarse a sí mismo a su alrededor, ¿verdad?


—No hay problema —mintió, aunque no podía pensar en un problema más grande en este momento.


No había venido aquí en busca de problemas. Pero parecía encontrar uno a cada paso que daba.


La habitación del motel era muy básica con sólo una cama, un armario, una televisión y un pequeño sofá. Se le ocurrió que Paula parecía un ratón atrapado en una pequeña jaula, buscando cualquier lugar por donde escapar.


Claramente, él no era el único que estaba pasando un mal rato debido a su pequeña reunión. Sintió más satisfacción de la que debía.


Su estómago gruñó y cuando el de ella rápidamente siguió su ejemplo, dijo:
—Voy a pedir una pizza.


—No, gracias. No tengo hambre.


Él frunció el ceño. Ella siempre estaba dispuesta a comer, a cualquier hora del día o de la noche. Había sido una de las cosas que le gustaban, que era una chica guapa que comía como una persona normal, en lugar de morir de hambre para poder encajar en un par de jeans. ¿Eso también había cambiado?


—Supongo que tienes que comer solo ensaladas para poder entrar en todas esas ropas de lujo, ¿eh?


Su boca se apretó.


—No estoy a dieta. Simplemente no tengo mucha hambre en este momento.


Mierda, otra vez estaba actuando como un imbécil insensible. Estar con ella otra vez apretaba todos sus botones. Botones que ni siquiera se había dado cuenta que estaban allí hasta hoy.


En lugar de disculparse, dijo:
—Sé que tal vez no tengas ganas de comer en este momento, no después de lo que acabas de descubrir, pero no vas a ser de mucha ayuda para Agustina si te estás muriendo de hambre.


Encogiéndose de hombros como si no le importara, dijo:
—Tienes razón. Pide una pizza.


—Con todo —añadió él, al mismo tiempo que ella y sus miradas se encontraron en un momento de electrizante consciencia.


Todos los signos de excitación estaban allí; la forma en que su piel se enrojecía, el pulso acelerado en su cuello, la rapidez de sus inhalaciones. Podía tenerla en posición horizontal y desnuda en la cama en sesenta segundos.


Le tomó cada pizca del autocontrol que poseía el obligarse a alejarse, agarrar el teléfono y pedir la pizza.


Después de colgar, se detuvo para limpiar todo el deseo que se reflejaba en su cara. Cuando se dio la vuelta para mirarla, ella estaba de pie en el mismo lugar con los ojos todavía fijos en él.


—Gracias por ayudarme —dijo con voz suave—. Sé que las cosas son un poco raras y…


Él levantó una mano. Ella estaba a punto de llevarlos directamente a la zona de peligro. No podía dejar que lo hiciera.


Sólo había una manera de hundir la bomba de su implacable atracción: dejar las reglas de juego bien claras.


—Vamos a tener que concentrarnos en buscar a tu hermana y traerla a casa a salvo. Y como vamos a tener que trabajar juntos y confiar uno en el otro, he decidido que lo mejor que podemos hacer es mantener el pasado en el pasado.









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