jueves, 8 de octubre de 2015
CAPITULO 17 (segunda parte)
Tan pronto como — cerró la puerta, Paula se recostó contra las almohadas y cerró los ojos. La habitación estaba dando vueltas y sentía náuseas.
Saber que su hermana estaba en problemas le aceleraba el corazón y su piel se sentía húmeda por todas partes. Pero no sería capaz de ayudarla, si perdía el control. Tenía que mantener la calma, tenía que recordar que su hermana era un hueso duro de roer con más conocimiento de las calles en el dedo meñique del que Paula tenía en todo su cuerpo.
Y luego, hirviendo por debajo de todo lo demás, estaba Pedro.
Él era el hombre más fuerte que conocía, tan cómodo escalando una pared de roca escarpada como saltando de un avión cuando estaba apagando un furioso incendio forestal.
Por encima de eso, él era impresionantemente hermoso… y absolutamente peligroso.
Cuando le había cantado las cuarenta sobre haber cortado los lazos con él y todos los demás en Lake Tahoe, ella había querido responderle con todas las formas en que la había lastimado, quería sostener un espejo y mostrarle que él la había abandonado primero, quería recordarle que en vez de estar ahí para ella después de su aborto involuntario, él se había registrado para combatir cada maldito incendio forestal en el hemisferio occidental.
Y, sin embargo, no podía negar que, en este momento, él era la mejor persona para ayudarle a encontrar a Agustina.
Pero a pesar de la inmensa gratitud por su ayuda, Paula era increíblemente precavida con respecto a trabajar en equipo.
Había estado a cargo de su vida durante diez años, tomando todas las decisiones sobre su propio programa de televisión durante cuatro. Ahora, estaba a punto de ponerse en una posición en la que no conocía nada, donde tenía que depender de otra persona, un hombre, nada menos, para todo.
No. No para todo. Sólo para ayudarla a encontrar a Agustina y traerla a casa.
Eso era todo. Nada más.
Al final de este viaje, ella sacudiría la mano de Pedro y le agradecería sinceramente su ayuda. Ellos nunca volverían a ser amigos, ¿cómo podían serlo?, pero siempre estaría agradecida por su disposición a olvidarse de su pasado y ayudarla a encontrar a su hermana.
Mientras él se quedara de su lado y ella se quedara del de ella, todo estaría bien, pensó mientras el agotamiento la golpeaba y caía en un sueño intranquilo acostada encima del cubrecama.
Se despertó con el sonido estridente de la puerta abriéndose y se encontró con Pedro entrando de nuevo en su habitación. Una mirada hacia su piel bronceada, sus anchos hombros, sus bíceps flexionándose mientras se movía hacia ella fue todo lo que le tomó para saber que se estaba mintiendo completamente sobre mantener su distancia: Ella era impotente ante sus encantos.
¿Cuánto tiempo podría aguantar?
—Hablé con Will —dijo él—. Evidentemente hay una comuna principal alrededor de aquí que se conoce comúnmente como la Granja por los residentes. Dada su proximidad a Vail, está bastante seguro de que es la misma en la que Agustina ha estado viviendo.
Cuando él no dijo nada más sobre si era una “buena” o “mala” comuna, su ritmo cardíaco se aceleró. Como siempre, él tenía miedo de que no soportara la verdad y la estaba manteniendo fuera de todos los detalles.
De ninguna manera. Ella era una niña grande ahora. Si podía o no manejar la verdad no venía al caso. No sólo tenía que manejarla, tenía que enfrentarla. Por Agustina.
—Hay algo más que no me estás diciendo, ¿no es así?
Un músculo saltó en su mandíbula.
—Will escuchó rumores.
— ¿Qué tipo de rumores?
—Los federales han estado tratando de cerrarla durante años, seguros de que están ocultando algo. Evidentemente, la Granja se ve limpia desde afuera, como nada más que un grupo de defensores del medio ambiente que quieren vivir de la tierra.
—Tal vez está limpia —se encontró diciendo por desesperación, a pesar de que estaba segura que pronto sus temores por la seguridad de Agustina iban a estar completamente justificados—. Tal vez ellos no están haciendo nada peor que cultivar marihuana medicinal. ¿Tal vez sólo están en busca de una vida más sencilla?
—Puede ser. Pero el rumor es que el dueño de la Granja no ha estado fuera de la montaña en más de una década. Ha construido su propio mundo allá arriba. No necesita ninguna parte de la civilización. Hace que te preguntes por qué. Sobre todo dado que la mayoría de las comunas ya no están creciendo —su expresión era tan seria como jamás la había visto—. La metanfetamina es la reina, Paula y la droga hace que la gente enloquezca, destruye las células de sus cerebros. No olvides lo que ocurrió en Jonestown —dijo, refiriéndose a los tiroteos, envenenamientos y suicidios masivos en una comunidad intencional en Guyana, encabezada por el líder californiano del culto, Jim Jones, en los años 80.
Oh no, pensó, ya incapaz de revolcarse en la negación, ¿en qué te has metido, Agustina?
—Hay un viejo camino de tierra que conduce a la comuna, pero está totalmente intransitable debido a que algunos árboles cayeron durante las tormentas de fines de primavera.
Con cada palabra que él decía, podía sentirse a sí misma hundirse cada vez más en la desesperación.
—Pero tenemos que llegar allí, Pedro.
—Mi amigo nos conducirá por el camino tan lejos como pueda.
Sus ojos se movieron de su rostro a sus brazos, luego a sus piernas.
Claramente tratando de evaluarla de alguna manera. Pero, ¿cómo?
—He pasado mucho tiempo en esas montañas, tanto como bombero como por placer. Todo dentro de un radio de ochenta kilómetros de Vail son montañas abruptas —le informó—. Ríos de corriente rápida, paredes rocosas y escarpadas, excursiones verticales sobre cantos rodados. Parece que la forma más rápida de llegar a la comuna será por el río y luego a través de las montañas a pie.
Por primera vez, Paula deseaba haberse preocupado menos por diseñadores y más por acampar en altas cumbres. La única investigación que había hecho sobre el alpinismo había sido cuando el protagonista de Man vs Wild estuvo invitado a su programa, pero incluso entonces había sabido que sus espectadores estaban más interesados en su mirada ardiente y sexy acento británico que en sus habilidades al aire libre.
Suponía que podía manejar fácilmente el camping y el rafting. El agua y la suciedad no eran sus problemas.
Las alturas, sin embargo, lo eran.
Agustina. Piensa en Agustina.
No tenía tiempo para las mariposas en el estómago. No había llegado a donde estaba permitiéndose ser débil o dejándose vencer por sus miedos. No iba a empezar ahora, cuando más importaba.
—Puedo manejarlo, Pedro. Hago ejercicios en el gimnasio con un entrenador y he tomado algunas clases de defensa personal para un segmento que hicimos hace un par de meses, aunque no he pasado mucho tiempo al aire libre. No desde… —se obligó a terminar la frase—. No desde que me mudé a San Francisco.
La miró a los ojos durante varios incómodos segundos.
—Puedo encontrar solo a tu hermana, Paula.
¿No fue él quien le había dicho que la admiraba por nunca huir de un desafío? Independientemente del posible peligro, ella no daría marcha atrás. No importaba lo duras que se pusieran las cosas.
—De ninguna manera —dijo tan uniformemente como pudo, dada la rapidez con que su corazón estaba latiendo y lo irritada que continuaba por estar bajo su mano dura—. No voy a sentarme aquí y esperar a que la traigas de vuelta.
—No va a ser fácil —le advirtió de nuevo.
—Nada lo es.
Su boca se apretó. Claramente, él no era feliz con su elección. Bueno, mala suerte.
Moviéndose de nuevo hacia la puerta, dijo:
—Tenemos que estar preparados con tiendas de campaña. Equipos para aguas bravas. Cuerdas de escalada. Voy a salir a la ciudad para recoger un poco de equipo antes de que cierren las tiendas por la noche. Quiero que te quedes aquí mientras estoy fuera.
No tuvo tiempo para responder a su última orden antes de que se fuera, sabiendo que no tenía más remedio que confiar en su juicio y decisiones por el momento. Pero tan pronto como recuperara la compostura, iba a hacerle saber que no era la subordinada de ningún hombre.
Su cabeza todavía estaba latiendo, así que se tomó un par de Tylenol con agua antes de empacar la ropa y artículos de higiene personal que no necesitaría en las Montañas Rocosas para enviarlas a casa con Elena. No se necesitaba un profesional del desierto para ver que casi todo en su maleta, salvo su ropa interior, sería inútil en su viaje a la comuna.
Arrojando su ropa interior en una pila en la parte superior de la cama, llamó a su amiga para explicarle rápidamente la situación. Elena se precipitó en su habitación desde la cafetería unos minutos más tarde.
— ¿Estás loca? ¡No puedes ir al desierto para encontrar a Agustina!
Pero la decisión de Paula estaba hecha.
—Voy a estar a salvo con Pedro —le dijo a su amiga, a pesar de que, en realidad, era lo opuesto.
Aunque sabía con absoluta certeza que la mantendría a salvo de los elementos, también sabía que sería casi imposible mantenerse alejada de la peligrosa tentación que él representaba. Especialmente cuando su toque hacia que su piel hormigueara y su cerebro olvidara por qué trabar labios con él había sido, y todavía sería, una idea terrible.
—Te prometo que me voy a poner en contacto contigo tan pronto como pueda —para evitar cualquier discusión ulterior, dijo—: Gracias por llevar mi maleta contigo.
—Realmente no me gusta cómo suena esto —dijo Elena otra vez.
Paula estuvo de acuerdo en silencio mientras le daba a su amiga un último abrazo de despedida. Toda la situación era un polvorín a punto de estallar en cualquier segundo.
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