viernes, 16 de octubre de 2015

CAPITULO 43 (segunda parte)







Él no podía creer que ella le estuviera dando la oportunidad, finalmente, de hacer las cosas bien, especialmente después de que había hecho tantas cosas mal. No sólo la había fastidiado al dejarla sola por tantas semanas tras el aborto espontáneo, sino que cuando ella huyó a San Francisco, ¿por qué no se había puesto de rodillas y le había rogado que regresara a casa?


No podía fastidiarla de nuevo. Ella merecía el cuento de hadas esta vez. Se merecía ser cortejada. Se merecía saber sin duda alguna que podía contar con él  para estar allí para ella. Para siempre.


Mal interpretando su silencio, Paula se apoyó sobre un codo y le sonrió.


—Está bien, Pedro —dijo suavemente—. No tengo ninguna prisa. Y no quiero presionarte a nada. Sólo quería decirte lo que estoy sintiendo, que me he vuelto a enamorar de ti otra vez. Y nada de lo que tú digas o no digas me hará cambiar de opinión.


Su hermosa piel estaba sonrojada y ruborizada mientras tomaba su mano y la ponía en el centro de su pecho.


—Nada va a cambiar lo que hay en mi corazón.


Lentamente, acariciando el punto palpitante en su cuello con la punta de sus dedos, supo que nunca se cansaría de mirarla, de besarla y de reírse con ella.


— ¿Y si soy yo el que tiene prisa? —preguntó con un tono de voz ronca.


Sus ojos se abrieron sorprendidos y cuando sus largas extremidades se movieron contra las suyas, el sensual roce de sus cuerpos se elevó a otro nivel.


—Yo también te amo —dijo él—. Nunca dejé de amarte, Paula. Sólo traté de convencerme a mí mismo de lo había hecho.


—Fuiste bastante convincente —bromeó ella, pero él odiaba escuchar las persistentes dudas tras sus palabras.


—No, fui un idiota. Y sólo espero poder ser el hombre que necesitas que sea esta segunda vez.


Sus labios se presionaron suavemente contra los de él.


—Nunca te quedarás sin oportunidades conmigo, Pedro. Soy tuya a partir de ahora, tanto si me quieres como si no.


Él agarró su perfectamente moldeado trasero y tiró de ella contra si de forma que su creciente erección estaba anidada entre sus suaves muslos.


—No tienes ni idea de cuánto te quiero. Te he querido cada segundo,  incluso cuando estabas en esa cama de hospital diciéndome que me largará de allí.


Él pasó sus dedos a través de su plano estómago y ella contuvo el aliento mientras lentamente las puntas de sus dedos trazaban un camino por su abdomen y la suave hinchazón de sus senos, hasta que piel de gallina la cubrió. 


Queriendo tocar cada centímetro, él movió las manos para acunar sus senos con sus palmas, luego frotó sus pulgares sobre sus prietos pezones.


—Pedro —jadeó ella— se siente tan bien. Me haces sentir tan bien.


Él bajó la boca hacia uno de sus perfectos pezones erectos y ella se arqueó hacia su boca, intentando acercase más y se asombró de cuán receptiva era ante el más ligero roce de sus dientes sobre su sensible piel.


— ¿Cómo pude haber vivido sin ti tanto tiempo? —preguntó él mientras pasaba su boca hacia abajo por su torso, dirigiéndose hacia la suave carne en la parte inferior de sus perfectos senos, su suave estómago, luego aún más lejos, bajando a la sombreada V entre sus muslos.


Sus dedos la encontraron primero, húmeda y resbaladiza, y luego, ella estaba abriendo las piernas para él y empujando su pelvis contra su mano. Sabiendo lo que quería, él deslizó un dedo dentro de su calor en el momento exacto que cubría su montículo con la boca.


Adorando sus gritos de placer, poco a poco hizo remolinos con su lengua sobre la dura protuberancia de su excitación mientras deslizaba su dedo dentro y fuera de ella.


¿Cómo pudo haber pensado que alguna vez tendría bastante de ella? Qué idiota había sido.


Y entonces, ella estaba pateando fuera las sábanas, deslizando hacia abajo su torso, los pezones de ella marcando su pecho, y casi estaba demasiado profundo en su niebla de deseo para percatarse de que Paula había abierto las piernas y las enroscaba alrededor de su cintura.


Oh Dios, se sentía tan bien cuando lo tomó dentro, alto y profundo, una y otra vez hasta que él perdió el control y estuvieron conduciéndose uno en el otro, recuperando el tiempo perdido con cada embestida.


Era tan fácil decir “te amo” de nuevo y, a continuación, ella estaba gimiendo su nombre y sus músculos internos estaban tirando y apretando su eje mientras él rugía de placer.


En las repercusiones de hacer el amor, con sus estómagos llenos y  sus cuerpos saciados, se sostuvieron fuertemente el uno al otro y durmieron.







CAPITULO 42 (segunda parte)






Las intensas palabras de Pedro la hicieron temblar mientras él trepaba bajo las limpias sábanas blancas. Ella se estiró y él le acunó el rostro con sus largas y maravillosamente talentosas manos mientras la besaba, un musculoso muslo atrapándola debajo suyo de la forma más deliciosa. Paula había soñado con besarle de nuevo, tantas veces, más veces incluso de lo que alguna vez admitiría, pero yacer en el medio de sus duros músculos, presionar sus labios contra los de él, sentir el comienzo de su barba sobre su piel, simplemente la asombró.


Sintiendo que la estaba dejando llevar el mando, depositó suaves besos por sus labios, una y otra vez mientras volvía a aprender su contorno, los lugares ultra sensibles, los sitios donde ambos solían perderse en el placer. Pero su lengua no era lo bastante paciente y se deslizó en las comisuras de su boca, luego entre sus labios para pasar por sus delicados dientes.


Y entonces, de repente, él dejó de besarla. Sin saber por qué, ella siguió su mirada hacia sus brazos. Había estado un poco sorprendida en la ducha al ver esas magulladuras cubriendo ambos brazos como un tatuaje.


—Debiste decirme que estabas herida.


Imaginando que se había hecho esas magulladuras durante su expedición por los rápidos, ella dijo:
—Sanaré —pero no quería concentrarse en nada excepto en el hombre con quien compartía la su cama. Pasó las manos por su pecho y sus músculos abdominales—. Dios mío —dijo ella con veneración— eres increíble.


Su boca convirtiéndose en una sonrisa, se burló de ella.


—Estás actuando como si me vieras desnudo por primera vez.


Ella presionó una serie de besos a lo largo de sus anchos pectorales.


—Entonces éramos sólo unos niños. Y realmente estás envejeciendo bien — alzó la mirada hacia él y se lamió los labios—. Muy, muy bien.


—No tan bien como tú —dijo entre besos—. No pensé que hacer el amor contigo pudiera ser mejor que antes. Pero me has sorprendido otra vez, cariño.


Sus pezones se endurecieron contra su pecho y la V entre sus piernas se volvió incluso más caliente ante sus palabras. 


Él tenía razón. Siempre habían encajado bien. Diez años después de su primera vez, no podía imaginarse haciendo el amor con otro hombre.


Pedro era el único hombre con el que quería compartir su cama para siempre.


Pero su unión era demasiado reciente y no quería decir nada que pudiera asustarle, así que simplemente volvió a besarlo y presionó sus senos y caderas contra su duro y cálido contorno para decírselo con su cuerpo.


Su respuesta fue rápida, una mano se curvó detrás de su cabeza, la otra se movió hacia abajo para ahuecar su trasero. Su gruesa erección empujó entre sus piernas, avivando fácilmente su fuego interior.


—Eres mía —susurró contra sus labios, antes de aplastarlos bajo los suyos.


Ella sintió la verdad de sus palabras en lo profundo de sus huesos, antes de entregarse completamente al placer.


Nadie besaba tan bien como Pedro. Nadie sabía dónde morder o cuán fuerte. Nadie más había encontrado nunca el lugar exacto para lamer o los lugares escondidos que a ella le gustaba que fueran acariciados.


Sólo Pedro.


No sabía cuánto tiempo se besaron. Un minuto. Una hora. 


Todo lo que sabía era que estaba ahogándose en deseo, desesperada por liberarse y que esta vez no quería correrse sin él.


Pedro se apartó para poder mirarla, su mirada moviéndose por todos los sitios, fijándose en sus ligeramente más generosas caderas y luego en las magulladuras y arañazos que había recibido allí en Colorado.


—Tan hermosa —susurró—. Eres tan condenadamente hermosa.


Su afirmación envió nuevas llamaradas ondeando a través de ella, sobre ella, mientras sus manos ahuecaban la parte inferior de sus senos, juntándolos y, luego, su lengua encontró de nuevo sus pezones y ella gimió de placer.


Queriendo acercarse, Paula arqueó su espalda mientras él ahuecaba la húmeda V entre sus piernas con su palma. Ella jadeó, involuntariamente empujando su montículo contra su mano. El talón de su palma se meció contra ella y, otra vez, estaba muy cerca, justo al borde de la explosión.


Sus extremidades se sentían como mantequilla fundida y quería pasar horas saboreando cada centímetro de su cuerpo, pero la verdad era que lo necesitaba desesperadamente como para tomar esa clase de tiempo o tener mucha paciencia. No cuando no podía resistirse a la necesidad de enroscar sus dedos alrededor de su eje. Él se retorció varias veces seguidas en su mano, tan duro y grande que se preguntaba por enésima vez si estaba soñando.


Ningún otro amante lo había igualado en tamaño o habilidad, pero, de nuevo, los recuerdos no estaban a la altura de la realidad de este hombre que ahora ella sostenía en la palma de sus manos. Moviendo su mano lentamente arriba y abajo por su dura longitud, lo escucho gemir, un sonido que era mitad dolor, mitad placer, y ella sonrió mientras depositaba suaves besos en su hombro, su pecho, finalmente, encontrando su pezón con la lengua.


Ella no se sorprendió cuando él le retiró los dedos y la empujó de espaldas sobre la cama. Un resorte la empujó en un lugar doloroso en sus costillas y ella hizo un gesto de dolor.


Pedro se quedó inmóvil.


—No he sido lo bastante suave.


—Estoy bien —insistió ella—. Mejor que bien. Nunca me he sentido tan bien en toda mi vida.


Para asegurarse que no intentaba hacerse el héroe de nuevo complaciéndola y luego alejándose insatisfecho, ella enroscó firmemente sus piernas alrededor de él. Estaba tan lista, había estado soñando con él durante diez largos años, tarde en la noche cuando era incapaz de controlar su subconsciente, así que todo lo que tomaría era una penetración para enviarla tambaleante a otro orgasmo.


Pedro la llevó más y más alto, cubriendo sus gritos de placer con un beso apasionado mientras sus músculos le apretaban, tirándolo hacia adentro con cada zambullida. 


Cerrando los ojos fuertemente, se vanaglorió en cada último segundo de éxtasis.


Cuando finalmente bajó del increíblemente alto subidón, se percató de que él todavía estaba enorme en su interior. 


Mirando dentro de sus ojos, ella susurró:
Pedro —incapaz de expresar todo lo que estaba sintiendo por él, simplemente pronuncio su nombre.


Él no dijo nada, pero ella ya sabía lo que estaba sintiendo puesto que lo leyó en sus ojos, en su rostro, en el modo en que la tocaba.


Y entonces, él comenzó a moverse otra vez, más despacio, sus manos se movieron de sus caderas hacia su cintura, luego sobre sus senos, y ella gimió mientras nuevas oleadas de placer la recorrieron, todo el camino hasta la punta de los pies.


Estaba ardiendo en sus brazos, piel de gallina moviéndose sobre su piel mientras él la besaba suavemente. Mientras rodaba sus pezones entre su pulgar e índice, un gemido se escapó de sus labios ante las increíbles sensaciones que continuaba evocando en ella. Todo el tiempo, Pedro se movió lentamente dentro, luego fuera, retrasando su propio orgasmo para que ella pudiera estar justo allí con él cuando se corriera.


Paula envolvió sus piernas incluso más apretadas alrededor de su cintura y puso sus manos en sus hombros, tirando su cabeza hacia abajo. Sus labios se tocaron y ambos se cernieron sobre el borde, sus caderas sacudiéndose en un   ritmo perfecto, sus manos y bocas agarrándose unas a otras.


Más tarde, ella yacía contra su pecho, respirando con dificultad mientras él acariciaba su cabello y le besaba la frente, no intentó mantener al margen la verdad de lo que estaba en su corazón.


—Te amo, Pedro.








CAPITULO 41 (segunda parte)








La necesidad de Pedro por Paula se sentía similar a tratar de resistir contra una fuerza imparable. Pero había sido un día difícil y aunque ella pensaba que el sexo era lo que quería, él tenía que aceptar que era el estrés el que hablaba.


Por encima de todo con lo que estaba lidiando, no quería que también tuviera que arrepentirse de hacer el amor con él.


¿Pero cómo podía forzar su pie sobre el freno cuando estaba hipnotizado por su voz, por su hermoso rostro expresivo, por el anhelo en sus ojos mientras se acercaba?


—Al principio —dijo ella suavemente— cuando estábamos juntos en la ducha, todo lo quería era intentar olvidar. Pero ahora, todo lo que quiero es seguir creyendo. Durante mucho tiempo, no creí que fuera posible. No tenía fe en que tú y yo podíamos alguna vez volver a encontrarnos —levantó una mano hacia el rostro de él y pasó su pulgar por sus labios—. Pero ahora sé que si tú y yo podemos olvidar y forjar un nuevo comienzo, entonces todo es posible. Incluso encontrar a Agustina.


Él enhebró sus dedos a través de su cabello y, entonces, estaban besándose, sus lenguas danzando juntas. 


Reavivando los recuerdos, colisionando con la sensación de que él estaba amándola por primera vez.


Incapaz de ir despacio cuando había estado anhelándola por tanto tiempo, mordisqueó y chupó su dulce boca, el sensible arco en el centro de su labio superior, la seductora carne del labio inferior.


Moviendo sus manos hacia abajo por su espalda, hacia la curva de sus caderas, la acercó, su hambrienta erección palpitando y latiendo contra su vientre.


—Ha pasado tanto tiempo —confesó él contra sus labios—. No sé si puedo ir despacio.


La sintió sonreír de nuevo y la escuchó decir:


—No lo quiero despacio. Sólo te quiero a ti.


Fue todo el estímulo que necesitaba para dejar suelto al animal que llevaba dentro. Segundos después, estaba rasgando su camiseta, tirando hacia abajo sus pantalones, mientras ella imitaba los movimientos con sus manos sobre su ropa. Y entonces, estaba desnudo y la piel de ella estaba desnuda debajo de sus dedos y él perdió la última pizca de caballerosidad y de paciencia.


Bajándole el sujetador, presionó sus senos con sus palmas y chupó la dulce carne en su boca. Gimiendo de placer, ella arqueó su espalda y sus pezones sobresalieron contra su lengua.


Retrocediendo para intentar no perderse por completo, cometió el error de mirarla. Con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis y la piel sonrojada por la excitación, era una diosa y en lugar de calmarse, se dejó caer sobre sus rodillas, bajándole las bragas mientras derramaba besos a lo largo de su vientre plano. Ella abrió sus piernas aún más y fue toda la invitación que necesitó para tomar su calor en la boca.


Sus manos agarraron su cabello húmedo por la lluvia y su nombre reverberó en las paredes. Utilizando sus hombros para mover sus piernas aún más ampliamente, le agarró las caderas con las manos y la mantuvo firme. Pasó su lengua sobre ella en largos lametazos, finalmente situándose en la dura protuberancia de su clítoris.


Sabía tan bien. Ella siempre había sido muy receptiva cuando la amaba así, su cuerpo tembló en sus manos.


Ligeramente arremolinando su lengua contra su excitación, cambió el peso de ella para poder sostenerla con una sola mano. Necesitando estar en su interior incluso mientras la hacía correrse con su lengua, deslizó un dedo dentro de su apretado canal, sus músculos internos agarrándolo y tirándolo más profundo.


Podía sentir lo cerca que estaba, sabía que estaba a punto de explotar, así que deslizó otro dedo junto al primero, y conforme los movía dentro, luego fuera, chasqueó rápidamente su lengua por su clítoris y la llevó todo el camino por encima del borde.


Todavía estaba jadeando de placer cuando la bajó, sosteniendo sus caderas a centímetros de la punta de su duro eje.


Se obligó a sí mismo a decir:


—No tengo ninguna protección.


—No importa —fue su inmediata respuesta y, entonces, ella estaba deslizándose hacia abajo sobre su duro eje y tomándolo dentro, su expresión fue de completa satisfacción. Completo placer. Montándolo salvajemente, ella se movió hacia arriba, luego hacia abajo sobre su polla, e incluso cuando una parte de él quería reducir la velocidad y saborear cada momento de su polvo, estaba bastante lejos de hacer nada que no fuera gritar su nombre y rendirse ante uno de los más poderosos orgasmos de su vida.


Los segundos se convirtieron en minutos mientras se sostenían el uno al otro. Muchas veces, en el transcurso de su carrera como HotShot, Pedro había corrido laderas casi verticales, pero nunca había tenido tantos problemas para recuperar su respiración.


Con las largas extremidades de Paula todavía entrelazadas alrededor de él, finalmente se puso de pie, llevándola al dormitorio.


—No podía esperar ni un segundo más para tenerte, pero ahora me tomaré mi tiempo. Quiero volver a aprender cada centímetro de tu cuerpo, Paula. Cada hermoso centímetro.