lunes, 12 de octubre de 2015
CAPITULO 29 (segunda parte)
Paula se sintió aliviada de haber encontrado este momento de comprensión mutua. Habían sido demasiado jóvenes, demasiado ingenuos para haber actuado con mala intención.
Habían sido dos niños confundidos, así de simple.
No había manera de saber a dónde irían desde aquí, o si alguna vez estarían dispuestos a arriesgar sus corazones el uno por el otro de nuevo, pero algo le decía que cualquiera que fuera la decisión que terminaran haciendo, sería la correcta.
Para ambos.
—Gracias por ser tan sincero conmigo —dijo ella. Su sonrisa en respuesta la dejó sin aliento.
— De nada —él asintió hacia la roca—. ¿Qué tal si tú y yo escalamos esa pared?
Forzó un asentimiento, esperando parecer más valiente de lo que se sentía.
—Vamos a colocarte esto —dijo Paula, recogiendo su arnés de nuevo, y se obligó a poner la pierna en los agujeros del arnés que se supone debía sostenerla en el aire. Las manos de Pedro llegaron alrededor de su cintura, cerrando totalmente el cinturón.
—Vas a estar bien —dijo en voz baja.
Si había alguna manera de poder evitar subir un muro en el aire, ella detendría la locura aquí y ahora. Sin embargo, con una pared de roca interponiéndose entre ella y la búsqueda de Agustina, no tenía más remedio que subir.
Él se inclinó aún más cerca, su boca rozando contra su oreja.
—Voy a estar justo detrás de ti. No voy a dejar que nada te pase.
El recuerdo de otra ocasión cuando él le había dicho esas palabras, justo después de hacer el amor por primera vez, se estrelló contra ella. Perdió el equilibrio y tuvo que llegar a la roca para estabilizarse y reorientarse.
—Si comienzas a caer, esto es lo que haces.
Ella lo vio torcer las cuerdas alrededor de sus brazos y cintura, como si su vida dependiera de ello. Lo hacía.
—Vas a liderar la escalada. Iré en la retaguardia.
Por enésima vez, trató de proyectar una confianza que sin duda no sentía. En ese primer año cuando fue la anfitriona del Informativo de la Costa Oeste, había hecho lo mismo.
Nadie había sabido que sus rodillas estaban entrechocando debajo de su vestido. Y Paula no tenía que saber que ella estaba prácticamente teniendo un infarto solo de mirar hacia la pared de roca.
Una vez más, él era un excelente profesor, muy paciente, mientras la instruía en cómo atornillar los pernos de metal en la roca,luego cómo recortar sus mosquetones en ellos.
Los primeros metros no estuvieron tan mal y ella fue capaz de decirse a sí misma que si caía, posiblemente se rompería algo, pero se marcharía más o menos indemne. Aun así, con cada nueva mano y punto de apoyo, su respiración se hizo más dificultosa. Paula le decía dónde poner sus manos y pies y ella hizo exactamente lo que le decía.
Hasta que cometió el error de mirar hacia abajo.
Su estómago se revolvió y se congeló en el lugar. Minutos que parecieron horas mientras se aferraba a la roca. Todo el peso estaba en la punta de los dedos de sus pies y sus músculos comenzaron a tener espasmos.
— ¿Paula? Habla conmigo.
—No puedo hacer que mis piernas dejen de temblar —admitió ella con los labios secos.
Paula se acercó a ella sobre la roca y desabrochó su mochila para poder transferirla a sus propios hombros.
—Apóyate en mí un segundo.
Ella no dudó en tomar su oferta.
—Todo el mundo consigue piernas de máquina de coser en su primera escalada.
El hecho de que él estuviera hablándole como si estuvieran sentados en una cafetería en vez de aferrándose a una roca fría a un centenar de metros en el aire, ayudó a romper su pánico. Tenía que seguir su ejemplo, mantener la conversación, fingir que estaba filmando un programa en vivo.
— ¿Incluso hay un nombre para lo que mis piernas están haciendo?
—Por supuesto. Es perfectamente normal.
No se ofreció a ayudarla a bajar de la roca y ella apreció lo bien que la conocía. A pesar de que estaba asustada, no podía alejarse y no ayudar a Agustina.
—Quiero que confíes en mí, Paula. Dime por qué tienes miedo a las alturas.
Estaba tan sorprendida por lo que él estaba preguntando que por un momento se olvidó de que estaba colgando en el borde de un acantilado.
—Sólo lo tengo.
Él se rió suavemente, el ligero sonido corriendo por sus venas como un sedante.
—Buen intento. Ahora, ¿cuál es la verdadera razón?
Dios, ella no lo sabía. Siempre había permanecido lejos de escaleras y tejados. Pero antes de que pudiera decirle esto a Paula, una imagen pasó por su cabeza y se quedó sin aliento.
—¿Qué es? —preguntó él, sosteniéndola firmemente con su cuerpo. Su respiración se hizo rápida otra vez.
—Creo que vi a un hombre caer cuando era una niña.
—¿Quién era?
Ella cerró los ojos, trató de ver su rostro.
—No lo sé.
Pero algo le dijo que era importante, sobre todo cuando pensaba en la forma en que su madre se había comportado más tarde, llorando y enfureciéndose con Paula.
—Creo que fue uno de los novios de mi madre.
En un tono conciliador, Pedro dijo:
—El hombre cayó, Paula. No tú. No fue tu culpa. No eras más que una niña que vio demasiado.
Sorprendentemente, su corazón comenzó a desacelerarse.
¿Estaba en lo cierto?
¿Podía haber desarrollado una fobia a causa de lo que había visto pasar a alguien más?
— ¿Quieres hablar de eso un poco más?
Su corazón se hinchó, sabiendo que él ya no estaba enfadado con ella, que por lo menos podían salir de esto como amigos, ayudándose uno al otro.
—No, creo que ya estoy bien.
—Bueno. Entonces, vamos a tratar de hacer esto de manera diferente. Vamos a subir juntos.
Dios lo amaba, lo hacía sonar tan fácil.
— ¿Cómo?
—De esta manera, contigo acunada contra mi cuerpo. Voy atar la correa de tu arnés a través del mío. Cada movimiento que hagas, lo hare contigo.
Una vez más, en lugar de hacerla sentir como una idiota por bucear en aguas más profundas de las que podría nadar, él estaba poniendo su propia vida en peligro. Por otra parte, ¿él no había saltado en esta misión de rescate sin pensar en sí mismo desde el principio?
—No puedo dejarte hacer eso, Pedro. Podría matarnos a ambos.
El ruido sordo de su risa sopló a través del lóbulo de su oreja de nuevo.
—No te preocupes, nena, no voy a dejar que lo hagas.
De todos los lugares insanos para estar caliente por un hombre, éste se llevaba el pastel, atrapados en el lado de una roca, envueltos en cuerdas. Se le ocurrió, entonces, que él había hecho lo imposible. Había aliviado su miedo lo suficiente como para que este loco deseo se precipitara de nuevo.
Poco a poco, centímetro a centímetro, subieron juntos. No podía ver el suelo alrededor de su gran cuerpo, lo cual era una cosa muy buena dado lo que había sucedido la vez anterior que había mirado hacia abajo. Ella concentró toda su energía en la cima y aunque el alpinismo era una de las cosas más difíciles que jamás había hecho, antes de que se diera cuenta, realmente estaba subiendo por la ladera de una montaña.
—Tenemos todo bajo control —dijo Pedro.
Segura en la curva de su gran cuerpo, Paula casi le creyó.
Los músculos de sus brazos, piernas y estómago dolían mientras abrazaba a la pared. Incluso los períodos de descanso en los que se aferraban a una pequeña repisa para que ella pudiera recuperar el aliento, eran trabajo duro.
Y luego, después de lo que pareció una eternidad, pero que probablemente sólo fueron veinte minutos más o menos, ella estaba agarrando el borde de la roca y tirando de sí misma hacia la parte superior del acantilado.
Pararse en la cima trajo una inesperada sonrisa a su cara.
No podía creer lo poderosa que sentía después de enfrentarse a uno de sus mayores temores. Con su primer ascenso completado, fue capaz de ver qué gran descarga de adrenalina había sido. Era una sensación nueva, totalmente diferente a la prisa de grabar un programa en vivo para millones de espectadores.
Había asumido que sería una ruina completa después de escalar la roca, pero sucedió lo contrario. Se sentía invencible, lista para cualquier reto que le llegara, lo cual era bueno, porque los desafíos se alineaban frente a ella, uno tras otro.
¿Por qué, se preguntó de repente, había tenido miedo a las alturas durante tanto tiempo?
¿Y a qué más que no debería tenerle miedo?
Se pusieron sus pesadas mochilas y cuando llegaron al camino de senderismo, Pedro dijo:
—Tú marcas el ritmo. Si mis coordenadas son correctas, deberíamos estar allí en unos treinta minutos.
Ella abrió la marcha por el estrecho sendero de ciervos, moviéndose constantemente y estuvo realmente agradecida por el duro trabajo físico, por cualquier cosa en la que enfocarse además de sus preocupaciones sobre su hermana, las cuales sólo se incrementaban a medida que se acercaban a la comuna.
Mirando constantemente hacia su reloj, los minutos pasaban.
Veinticinco, luego veinte, luego quince mientras atravesaban un empinado zigzag, hasta que de pronto, Pedro la agarró del brazo.
—Estamos aquí.
Miró a su alrededor y no vio nada más que troncos de árboles y arbustos, pero sabía que el GPS en el reloj de Pedro era exacto. Él hizo un gesto para que le diera su mochila y cuando lo hizo él deslizó sus dos bolsas en los arbustos.
— ¿Estás lista para hacer esto?
El corazón de Paula saltó a su garganta, pero ella dijo:
—Estoy lista.
CAPITULO 28 (segunda parte)
Pedro vio confusión, incluso duda, correr a través de la hermosa cara de Paula.
—Pero nunca te vi —protestó ella, antes de admitir— no fui exactamente fácil de encontrar, ¿verdad?
—Te encontré —dijo, sus palabras eran más duras de lo que deberían ser.
Sus manos se movieron a su pecho, casi como si sintiera la necesidad de proteger su corazón.
—Entonces, ¿por qué no me dijiste que estabas allí?
Dejó caer el arnés en la arena y se alejó de ella, recordando ese día inusualmente cálido en la niebla de San Francisco.
Había aparcado fuera, en la dirección del remitente de la carta de Paula que había encontrado en una pila de correo sin abrir en el remolque de su madre. Dora no parecía haber sabido, o no le importaba, que su hija hubiera roto con su prometido y se hubiera ido del pueblo, y Pedro no pudo evitar preguntarse si Paula estaba huyendo de algo más que de él.
Había estado a punto de salir de su camioneta cuando la vio, saliendo del edificio de apartamentos. Su pelo estaba más rubio, de alguna manera más suave. Sus ropas eran diferentes. Se ajustaban a ella mejor que cualquier cosa que le hubiera visto llevar puesto alguna vez. Incluso sus ojos verdes parecían más brillantes.
—Tú ya eras diferente —explicó él.
Y entonces ella había saludado a un hombre flaco en una moto que se acercó a saludarla y su sonrisa fue más grande de lo que Pedro recordaba haberle visto. Al menos desde el aborto involuntario.
—No fue difícil darme cuenta de que ya tenías un nuevo trabajo. Nuevos amigos. Y me pareció que tu nuevo mundo se ajustaba muy bien a ti, mucho mejor que ser alguna chica de un parque de casas rodantes —dejó escapar un largo suspiro—. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue alejarme? ¿Aceptar que estabas, finalmente, en el lugar correcto?
Dejando caer la mano de su pecho, ella la extendió hacia él.
—Si hubiera sabido que estabas ahí, entonces tal vez…
—¿Tal vez qué? ¿Te hubieras casado conmigo de todos modos y hubieras tenido un montón de bebés? —él frunció el ceño—. No lo creo.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Tú eres la que quiso posponer la boda. No yo. Claramente picada por su acusación, Paula contesto:
—Tú me pareciste muy feliz de posponer la boda, también. Nunca olvidaré ese día que te dije que me había hecho la prueba de embarazo. Parecía como si estuviera sosteniendo una pistola hacia tu cabeza, diciendo: “Cásate conmigo o de lo contrario…”. Toda mi vida me había dicho que no iba a repetir los errores de mi madre, pero entonces tenía a un tipo declarándoseme porque tenía que hacerlo. Obtener una propuesta de matrimonio debería haber sido uno de los mejores días de mi vida. En cambio, fue uno de los peores. Porque yo sabía que estabas obligado a hacer lo correcto. Y sabía que romperíamos con el tiempo —se detuvo, cerró los ojos con fuerza por un momento antes de abrirlos de nuevo—. Solo que no creía que fuera a suceder tan pronto.
Después de diez años de empujar sus sentimientos tan abajo como podía, Pedro apenas podía creer que toda esta ira y frustración, y amor, en realidad le pertenecían a él.
Pero más que eso, no podía creer las cosas que Paula estaba diciendo.
Había llegado el momento de ponerla en el camino correcto.
—Tú y yo sabemos que no fue así.
Para su asombro, ella se rió en su cara. Verdaderamente se rió.
—¿De verdad esperas que crea que estabas buscando a una esposa y un hijo a los veinte años? ¿Qué no estabas deseando ir a los bares, jugar en el campo, vivir tu vida como cualquier joven bombero normal?
¿Qué carajos esperaba que dijera a eso? Por supuesto, eso es lo que había sentido.
—¿Estás diciendo que eso es lo que tú querías? —él preguntó, volviendo la duda en torno a ella—. ¿En lugar de usar mi anillo de compromiso, querías jugar en el campo y perder el tiempo con otros chicos?
Ella sacudió la cabeza, luego enterró la cara en sus manos.
No podía creer lo mucho que quería tomarla en sus brazos.
A pesar de que se encontraban en polos opuestos.
—No —dijo finalmente, cuando levantó la cabeza—. Estaba enamorada de ti, Pedro. No quería a nadie más —las comisuras de sus hermosos labios se volvieron hacia abajo—. Pero eso no quería decir que estaba lista para un bebé. Y tú tampoco.
No había ninguna razón para mentir. Estaban mucho más allá de tratar de ocultar algo el uno del otro.
—Tienes razón, no estaba listo —esperaba poder encontrar las palabras para hacerle entender—. Pero eso no quiere decir que cuando sucedió no me emocioné al respecto.
Una lágrima solitaria corrió por su rostro y tuvo que apuñar sus manos para no limpiar la humedad lejos de la suave piel.
—Me sentí de la misma manera —admitió con voz temblorosa—. No podía creer lo mucho que me estaba enamorando de esa personita que crecía dentro de mí. Porque incluso aunque sabía que no estábamos preparados, todavía esperaba que pudiéramos resolver las cosas —sus ojos se cerraron y ella susurró— en cambio, una parte de mí, de nosotros dos, murió ese día. Y no solo perdí el bebé, te perdí a ti, también.
Su autocontrol desapareció y él no pudo evitar tomarla en sus brazos. Ya no estaba enfadado. ¿Cómo podía estarlo?
—Lo siento, Paula —dijo en voz baja contra su pelo. Poco después, ella dijo:
—Yo también —y cuando se movió fuera de su abrazo, dejarla ir fue una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer jamás.
CAPITULO 27 (segunda parte)
Para Paula fueron solo los años de aprender a mantener la calma frente a la cámara, sin importar lo que su invitado estuviese haciendo o diciendo, los que le permitieron mantener la mirada de Paula después de que la había despedazado.
Pero en el interior, ella estaba hecha trizas. Tal como se había sentido el día en que había dejado Lake Tahoe.
Él era el único hombre que la había hecho romper su promesa de depender sólo de sí misma. No podía permitirse hacerlo de nuevo.
Como su conversación durante el almuerzo, por ejemplo. Él había conseguido que ella hablase libremente sobre Agustina, sobre su carrera, pero luego cuando le llegó el turno de compartir, se había callado y la sostuvo a un brazo de distancia.
Dolía como el infierno verlo ser tan precavido, saber que no quería confiar en ella con todo lo que había en su corazón.
Sí, ahora veía que ella había traicionado su confianza al dejarlo todos esos años atrás. Pero era joven, estúpida y estaba asustada. ¿Su comportamiento, el de una joven de dieciocho años, realmente era excusa suficiente para mantenerla apartada?
No confiaba en sí misma para hablar mientras subía a su lado en la balsa. Remaron durante otros treinta minutos en silencio sin ningún tipo de desastres, pero la pequeña zona de confort que habían encontrado durante su almuerzo en la orilla del río había sido volada en pedazos por el encuentro sexual y luego su muy insatisfactoria discusión después de eso.
Poco después, Pedro los dirigió de nuevo hacia la orilla del río.
—Hasta aquí llegamos por agua.
Ella se bajó de la balsa, y cuando se desinfló, él metódicamente expuso una abrumadora variedad de equipo de escalada en roca. Mirando hacia arriba a la losa de cuarzo, la cual tenía que ser de varios pisos de altura, ella nuevamente se estremeció.
¿Cómo iba a subir una pared de roca sin experiencia... y con un marginal temor a las alturas?
Él le tendió un arnés, claramente esperando que ella entrara en este. Pero aunque sabía que Pedro era un hombre de pocas palabras, no parecía justo que unilateralmente decidiera cerrar el diálogo.
Respirando profundamente, trató de asegurar su interior para la montaña rusa que sus palabras estaban a punto de lanzar.
—Es posible que hayas terminado de hablar sobre lo que pasó con nosotros, Pedro, pero yo no. Tú conseguiste hacer tu gran pregunta, ahora es mi turno.
Él era un muro impenetrable para ella, sus ojos se cerraron, las líneas de su cuerpo se pusieron rígidas e inflexibles. No había satisfacción en saber que Pedro estaba acorralado, sin ningún lugar para correr.
—Adelante.
Trabajando para proyectar una serenidad y confianza que sin duda no sentía, ella dijo:
—Si te preocupabas tanto por mí que te viniste abajo cuando me fui, entonces ¿por qué no viniste a buscarme?
Ella contuvo la respiración mientras esperaba su respuesta, su corazón golpeando tan rápido que podía haber estado corriendo a toda velocidad, en lugar de estar parada quieta.
—Yo fui tras de ti —admitió finalmente—. Un par de semanas después de que dejaras Lake Tahoe.
Oh Dios, todo este tiempo había asumido que él había sido feliz de verla irse
¿Había más en esta historia? ¿Se había equivocado todos estos años?
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