martes, 6 de octubre de 2015
CAPITULO 9 (segunda parte)
Paula se despertó por la brillante luz que rebotaba desde el marco de unas fotos con flores silvestres en la pared frente a su cama. Ella miró por la ventana, sorprendida de ver que el sol ya se estaba poniendo sobre las montañas, pero se alegró al darse cuenta de que por fin se sentía razonablemente alerta después de dormitar todo el día mientras los sedantes que le habían dado durante la noche poco a poco dejaban su sistema.
Su corazón se apretó cuando recordó la conversación que había tenido con la médica esa mañana.
—Por favor —le había dicho— me gustaría saber si la gente en el otro coche están bien.
La médica no había quitado sus ojos de su tabla por un largo momento. Demasiado largo. Algo en las líneas de su rostro le habían advertido a Paula que se preparara para las malas noticias.
—Me temo que el conductor del otro vehículo murió. No había otros pasajeros.
Cada vez que Paula pensaba en ello, tenía que luchar con una ola de náuseas.
¿Por qué tuve la suerte de quedar viva cuando el otro conductor murió?
¿Qué había hecho para merecer tal suerte?
¿Y qué se suponía que tenía que hacer con esa increíble segunda oportunidad?
Su vida era muy simple, realmente. Le encantaba su trabajo, le hubiera gustado tener una mejor relación con su hermana y aún no había encontrado al hombre adecuado para establecerse. Pero incluso mientras corría a través de la lista, una voz en la parte de atrás de su cabeza le decía que no estaba siendo totalmente honesta.
Más tarde. Ella tomaría una dura mirada a sí misma y a su vida. Cuando no estuviese tan cansada.
Una enfermera irrumpió en la habitación del hospital y le pidió a Paula que tratara de incorporarse. Cambiando lentamente su peso con la ayuda de la mujer, ella estuvo extremadamente feliz al notar que las palpitaciones en la parte posterior de su cráneo no empeoraron.
Se sentía un poco adolorida por todas partes, algo así como cuando tenía gripe, pero aparte de eso, se sorprendió de lo bien que se sentía. Casi como si solo hubiera tenido una gran borrachera la noche anterior, en lugar de ser trasladada de urgencia al hospital en una ambulancia desde un accidente de coche.
Sin embargo, no se sentía realmente lista para tener una pequeña charla con la mujer pequeña de pelo oscuro que le estaba tomando la temperatura y la presión arterial y tentativamente le pidió un autógrafo.
Sabiendo que los últimos cuatro años como anfitriona del Informativo de la Costa Oeste, la habían vuelto una pequeña celebridad, Paula jugaba su parte lo mejor que podía. Con su trabajo, no había tiempo de inactividad. Siempre tenía que estar lista. Y a pesar que estaba en el hospital, todavía sentía que tenía una imagen que mantener. La gente, incluida esta enfermera, esperaba ver a la "perfecta" Paula Chaves. Ella no quería decepcionarlos.
No cuando había trabajado tan duro para crear esa ilusión.
Tan pronto como la enfermera cerró la puerta detrás de ella, Paula apartó la manta y lentamente sacó sus piernas por el borde de la cama.
Hasta ahora, todo bien.
Deslizó sus pies en el suelo y se aseguró de aferrarse a la mesita mientras se levantaba, por si acaso.
Afortunadamente, sólo tuvo el más ligero de los mareos.
Llevando su gran bolso al cuarto de baño, cerró la puerta y se miró en el espejo.
¡Se veía horrible!
Durante la última década, no había dejado que nadie la viera nada menos que increíble. Pero mientras se miraba fijo en el espejo, vio directo a través de la exitosa mujer de veintiocho años hacia la confundida chica de dieciocho que nunca dejo de estar por debajo de la superficie.
En la pequeña ducha, se frotó la piel con el jabón de bomba industrial junto al fregadero. Después de secarse con una pequeña y delgada toalla que estaba muy lejos de las ultra suave y de gran tamaño que estaban colgando en su cuarto de baño, se quedó parada desnuda frente al espejo.
Viéndose a sí misma con un ojo crítico, se preguntó, no por primera vez, cuánto tiempo pasaría hasta que necesitara una cita con un cirujano plástico. Hasta el momento, sus pechos, vientre y muslos estaban todavía bien, pero bien no estaba ni siquiera cerca de lo suficientemente bien para la televisión.
Ella odiaba la idea de alguien cortándola. ¿Había alguna otra opción?, se preguntó mientras abría su bolsa de maquillaje y se pasaba un poco de color por su piel pálida. ¿Podría envejecer con gracia y no perder su audiencia?
No era probable, pensó con un suspiro. No con cien, o miles o más, de mujeres esperando en los extremos para tomar su lugar si alguna vez comenzaba a decaer.
Dando gracias en silencio a los maquilladores con los que había trabajado a lo largo de los años, los cuales le habían enseñado todo lo que sabían sobre peinar y maquillar profesionalmente, quince minutos más tarde la cara que la miraba de regreso lucia como la mujer que todo el mundo reconocía del Informativo de la Costa Oeste.
Los paramédicos habían recuperado su equipaje del maletero de su coche de alquiler y ella se cambió a una remera de manga larga de cachemira color amarilla y sus jeans de corte ajustado favoritos. Como un toque final, se roció a sí misma con una pequeña botella de viaje de su esencia favorita, la cual había encontrado en un pequeño pueblo en el sur de Francia.
Al darse cuenta que sus piernas estaban empezando a temblar, hizo su camino de regreso a la cama. Arrastrándose sobre el colchón, estaba tirando de las mantas hacia arriba cuando la letra de una canción de repente corrió a través de su cerebro: “Escúchame ahora porque estoy llamándote a gritos. No me retengas porque me estoy escapando.”
En el coche de alquiler, había pensado que la letra sólo se había aplicado a la vida de Agustina, a las barreras emocionales que su hermana estaba saltando mientras se convertía en una mujer. Pero, de repente, Paula ya no podía esconderse de la escalofriante verdad: Esa canción podría haber sido acerca de sus propios largos días en un set de filmación con el equipo y sus invitados, sus citas con hombres a los que no les importaba un bledo, incluso las salidas nocturnas con chicas donde tenía miedo de revelar demasiado por si acaso parecía ser una mimada. Durante años, se había asegurado de que las personas no tenían ninguna razón para abandonarla.
Sus manos estaban quietas en la manta, a medio camino de sus piernas. Durante mucho tiempo, había avanzado con su carrera, con su fachada de perfección, dispuesta a hacer cualquier cosa si eso significaba demostrar al estado que ella sería una buena tutora para Agustina. ¿No era hora de dejar de encubrir sus verdaderos sentimientos con falsas sonrisas, con maquillaje, un pelo perfecto y la última ropa de diseñador?
Sintiéndose terriblemente sacudida, esta vez desde el interior, en lugar de alguna lesión superficial, metió la mano en su bolso para buscar su teléfono. Había que distraerse con trabajo.
No podía recordar la última vez que había estado tanto tiempo sin su móvil en la mano. Sacándolo, no se sorprendió al ver que había una docena de mensajes. Se recostó contra las almohadas con una lapicera y un block de papel para tomar notas para Elena Ligurski, su mejor amiga y productora, que se suponía iba a estar llegando al hospital en una hora.
Pero en lugar de alguien de su personal llamando por un problema en el estudio, el primer mensaje era de su hermana.
—Oh, Dios mío, Paula, me acabo de enterar de tu accidente. Sé que probablemente no puedes recibir este mensaje, pero solo en caso de que sí, quiero que sepas que estoy yendo al hospital de inmediato.
Paula quito el teléfono de su oreja y se quedó mirándolo fijo. ¿Agustina había estado en el hospital?
Ella pulsó el botón de llamada a las enfermeras, y cuando la mujer asomó la cabeza, Paula dijo:
—Lamento molestarla de nuevo, ¿pero estuvo aquí mi hermana, cuando yo estaba durmiendo?
La enfermera la miró confundida.
—No. Yo no lo creo.
El cerebro de Paula corrió.
— ¿Podría haberme visto en la UCI?
—Podría llamar allí para preguntar, si lo desea.
Usando el teléfono junto a la cama de Paula, la enfermera rápidamente confirmó que Agustina la había, de hecho, visitado en la UCI cuando estaba sedada. Una de las enfermeras recordó verla dormir en una silla en la sala de espera un par de horas antes.
Cuando la enfermera se fue, Paula llamó al teléfono de Agustina y dejó un mensaje diciendo que estaba bien y que le encantaría verla. ¿Pero por qué, se preguntó con ansiedad mientras colgaba, no había regresado su hermana para otra visita?
En ese momento, su amiga Elena entró corriendo en la habitación. Una bola de energía que nunca caminaba cuando podía correr y nunca corría cuando podía volar a toda velocidad, Elena era una de las grandes razones por las cuales el Informativo de la Costa Oeste era un éxito. Si no fuera por la recomendación de su amiga a los productores de la red, Paula podría haberse quedado como otra rubia de ojos verdes esperando en los extremos.
—Oh, cariño, ¿cómo te sientes? —Elena preguntó con un medio abrazo—. Me hubiera gustado estar aquí antes, pero no pude conseguir un vuelo de regreso de San Francisco hasta tarde esta mañana —sin detenerse para tomar aliento, ella dijo—: Madre mía, tengo que contarte acerca de un impresionante hombre sentado al otro lado del pasillo. Grandes hombros, ojos heridos. Qué no daría yo por hacer las cosas mejores para él.
Era tan agradable tener los suaves y cálidos brazos de Elena a su alrededor que Paula sintió las lágrimas corriendo.
Tomando una respiración profunda, parpadeó alejándolas antes de sentarse de nuevo sobre las almohadas.
Sonriendo hacia su amiga, bromeó:
— ¿Tomaste una foto secreta de él con tu teléfono?
Elena chasqueó los dedos.
—Ninguna foto, maldita sea, ¿pero las palabras "alto", "moreno" y "magnífico" significan algo para ti?
Paula sintió su sonrisa tambalearse. Alto, moreno y magnífico sonaba como a Pedro. Exactamente igual a Pedro.
No había pensado en él en estos años. No se lo había permitido. Debía estar sintiéndose realmente mal para dejar salir un montón de viejos sentimientos de una relación antigua.
Queriendo cambiar de tema, dijo:
—No puedo creer que estuve en un accidente tan malo. Honestamente, me siento más como con una resaca.
Elena se sentó en el borde de la cama y sostuvo las manos de Paula entre las suyas.
—Oh, Dios mío, cariño, no debería estar hablando de un hombre. Lo importante es que estás sintiéndote mejor. Todos estábamos tan preocupados por ti. Nadie quería quedarse en el estudio en San Francisco. Todos querían venir aquí para estar contigo.
Su personal del Informativo de la Costa Este era lo más cercano que tenía a una familia. Bueno, ella tenía a Agustina, pero no pasaban exactamente el rato juntas o bromeaban. Ella era la madrina de tres nuevos bebés y asistía a todas las fiestas de cumpleaños a las que era invitada, a pesar de que por lo general era la única mujer sin hijos y sin marido allí. Hacía años, había estado a punto de convertirse en una nueva madre sin dormir, pero radiante de felicidad. Ahora estaba resueltamente soltera y sin una familia en el horizonte.
Al menos ella había encontrado un lugar adonde pertenecía, donde nadie cuestionaba de dónde había venido. Sus compañeros de trabajo suponían que Paula siempre había sido reservada. Hermosa.
Nadie sabía lo duro que había trabajado para transformarse.
Hace diez años, había llegado a San Francisco con suficiente dinero para alquilar un apartamento de mierda.
Había necesitado encontrar un trabajo. Rápido.
Había salido sorprendentemente bien en su curso de comunicación en la Universidad Junior de Tahoe, teniendo en cuenta lo tímida que siempre había sido, por lo que después de estudiar cuidadosamente a los presentadores de noticias de la mañana y darse cuenta de que probablemente podría hacer lo que ellos hacían, fue a un salón de belleza de practicantes. Por diez dólares le hicieron corte y color, transformando sus mechones rubios sucios en ondas doradas.
También le dijeron sobre tiendas de ropa de segunda mano, donde pronto encontró un par de hermosos trajes de su tamaño con las etiquetas todavía en ellos. Ella se había maravillado por el hecho de que algunas personas tenían tanto dinero que regalaban cosas sin siquiera usarlas, pero estaba agradecida, también, porque ya no lucía como una aldeana de las montañas. Se veía como una joven profesional, dispuesta a dejar su huella en el mundo.
Esa mañana, cuando entró en la estación de noticias locales, se había sentido totalmente fuera de lugar. Una completa impostora. Todo lo que quería hacer era dar media vuelta y correr. En cambio, plantó una amplia sonrisa en su rostro y se aseguró de que supieran que estaba dispuesta a trabajar duro. No tenía miedo de barrer pisos, limpiar baños o archivar interminables pilas de papeles.
Sorprendentemente, consiguió el trabajo y un día cuando alguien se enfermó en el set de filmación, realmente la dejaron ayudar en el escenario. Aún más notable, a los veinticuatro años, después de seis de dar cada momento libre, en el que no estaba luchando por Agustina, para la red, ellos habían aceptado su propuesta para un nuevo espectáculo.
Su visión de empezar un positivo y divertido espectáculo que destacaba todo lo que la Costa Oeste tenía para ofrecer, desde restaurantes y tiendas para estrellas locales, se convirtió rápidamente en un éxito. Y a ella le encantó. A pesar de que a veces no tenía ganas de sonreír o estar sentada quieta durante dos horas, mientras el estilista retocaba su pelo o perfeccionaba su maquillaje.
Lo único que importaba era que estaba teniendo una excelente vida haciendo exactamente lo que quería hacer; y que su éxito le había permitido sacar a Agustina fuera del sistema de acogida. Mejor aún, a diferencia de su madre, no tenía que depender de un hombre para cuidar de ella... y no se quedaría sin nada después que él se hubiera ido.
—No debí dejar que fueras a reunirte con Agustina sola —dijo Elena, interrumpiendo sus pensamientos.
Paula apretó la mano de su amiga, queriendo tranquilizarla.
—El accidente podría haber ocurrido en cualquier lugar. No debería haber conducido con esa tormenta.
Pero Elena sabía demasiado acerca de la difícil relación de Paula con Agustina como para creer que su encuentro en la cafetería fue sólo una charla amistosa entre hermanas amorosas.
—Fue más que la tormenta, ¿verdad? ¿Qué dijo Agustina esta vez para molestarte?
El pecho de Paula se apretó mientras pensaba en su conversación en la cafetería de Vail.
—Ella tiene un nuevo novio. Es por eso que decidió quedarse en Colorado.
En verdad, no había mucho más que explicar, excepto que Paula no estaba lista para hablar con nadie sobre lo que Agustina le había dicho. No hasta que descubriera qué iba a hacer al respecto.
Una bonita médica de mediana edad a quien Paula no había conocido todavía golpeó ligeramente en la puerta antes de entrar en la habitación.
—Es un placer conocerla, Sra. Chaves. Es una mujer muy afortunada al haber sobrevivido a ese accidente en tan buen estado. Nunca he visto a nadie salir de la UCI con tanta rapidez. Bien por usted. Por lo que puedo ver en sus radiografías no tiene ningún hueso roto ni lesiones internas, aunque estoy segura de que todavía se siente muy golpeada —la médica hojeó la tabla de la noche anterior—. ¿Cómo se siente hoy?
—Bastante bien, en realidad.
La médica metió la tabla de nuevo en la ranura sobre el costado de la cama.
—Me alegro de oír eso. Me gustaría que pasara otro par de horas con nosotros para que podamos seguir monitoreándola. Pero si se siente bien y todo va bien, voy a darle de alta esta noche.
Después de estrechar su mano y conseguir un autógrafo para su hija, la doctora salió de la habitación y la enfermera asomó la cabeza dentro.
—Sra. Chaves, quería consultarle sobre otra visita a quien le gustaría decirle hola.
Rápida para proteger a Paula contra los periodistas que buscaban obtener el primer bocado sobre el accidente, Elena respondió:
—Ella aún no está lista para hacer una declaración.
La enfermera negó con la cabeza.
—Oh no, este hombre dice que es un bombero, no un periodista.
El corazón de Paula prácticamente dejó de latir.
— ¿Un bombero?
—Juro por Dios que es uno de los chicos más guapos que he visto nunca — dijo la joven enfermera con inocencia.
— ¿Cómo se llama? —preguntó Elena, la impaciencia resonando en su voz.
—Oh, lo siento, su nombre es Pedro Alfonso. —La mujer se veía nerviosa—. ¿Debería decirle que no se siente bien, Sra. Chaves?
El corazón y la mente de Paula se revelaron ante la idea de verlo exactamente en el mismo momento en que se dio cuenta de lo mucho que quería verlo.
Lo mucho que ella necesitaba verlo.
Hacer que la enfermera le dijera que se fuera sería la cosa más fácil de hacer.
Lo más inteligente.
No hacía falta ser un genio para saber que una reunión con Pedro no era una buena idea. Él había sido el motivo del mayor dolor en su corazón y no importaba las mentiras que se había dicho, la verdad es que a ella le había costado años sacárselo de la mente.
Pero Pedro, obviamente, había venido desde lejos para verla y sabía que Elena no lo dejaría pasar hasta que le explicara.
Lo más importante, sin embargo, ella se negó a actuar como una cobarde.
—Yo estaría feliz de verlo —mintió a la enfermera, con una sonrisa falsa, de su arsenal de sonrisas simuladas, pegada a su cara—. Hazlo pasar.
CAPITULO 8 (segunda parte)
Entre el largo viaje en auto hasta el aeropuerto y el vuelo a Vail, Pedro tenía un montón de tiempo para repasar su relación de tres meses de duración. Por diez años, había tratado de convencerse de que la había olvidado.
Pero la verdad era que, no lo había hecho ni un solo momento.
Las cosas se movieron a toda velocidad después de su rápida y turbia propuesta y su muy reacia aceptación. Al día siguiente él había mudado la ropa y libros de ella desde el remolque de su madre a su apartamento. Ocho semanas después, la limusina la golpeó y ella tuvo un aborto espontáneo. Ellos aplazaron la boda y seis semanas después ella desapareció, dejando su anillo de compromiso sobre la mesa de la cocina.
Sin advertencia. Sin peleas. Sin darle a las cosas otra oportunidad. Solo se fue.
Y conseguir superarla había sido casi imposible.
Él sabía que no debía confiar en una mujer, pero en el calor del “estoy embarazada”, en realidad había pensado que su relación iba a ser la excepción, no la regla.
No había cometido ese mismo error desde entonces.
No importaba lo bonitas o relajadas que fueran las chicas con las que salía entre su loco horario, el compromiso no estaba en las cartas para él, así de simple. Aunque no se había vuelto exactamente un monje, se aseguraba de que la mujer con quien salía supiera el resultado. Él no estaba buscando nada serio. Y era religioso sobre el control de la natalidad, usando dos métodos siempre que fuera posible.
Justo después de las siete p.m., el estacionamiento del Hospital General de Vail estaba bastante vacío, a parte de una muchedumbre de periodistas fumando y esperando en la entrada. Mientras le pagaba al conductor, de repente se preguntó si estarían aquí para ver a Paula.
¿Cómo podía haber olvidado que ella era famosa ahora, que tenía una nueva vida de la que él no sabía nada? Ya no estaban en el mismo campo de juego. Ella era una estrella.
Y él todavía era un bombero.
Pero a medida que pasaba junto a los periodistas y se empujaba a través de las altas puertas de entrada de cristal al vestíbulo, nada de eso importaba. No cuando la posibilidad de que Paula estuviera herida y con dolor tenía su corazón acelerado y sus manos sudando. Rememorar el pasado había sido nada más que una conveniente manera de alejar sus temores con respecto a la situación actual de Paula.
Pedro no había pasado mucho tiempo en la iglesia, pero eso no le impidió rezar. Por favor, Dios, deja que ella esté bien, murmuro hacia arriba mientras se dirigía al mostrador de la recepción.
Una joven mujer pelirroja estaba viendo una telenovela en la TV colgada en la esquina más alejada de la sala. Media docena de personas estaban desplomadas, cansadas, en sus asientos esperando a ser llamados por el próximo médico disponible.
—Estoy buscando a Paula Chaves.
Ella dejo de ver el televisor y le dio toda su atención, sonriéndole coquetamente.
—Apuesto a que lo estás. Lo juro, algunas mujeres tienen toda la suerte.
Él frunció el ceño. Ella no estaría coqueteando con él si Paula estaba en coma, ¿verdad? ¿O era sólo su modo operandi regular con cada chico lo bastante guapo y sin un anillo que entraba en el hospital?
— ¿Cómo está?
La mujer se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero he oído que fue un mal choque. Ese camino en el que ella estaba puede ser peligroso cuando está congelado.
El aire salió de sus pulmones. Eso no era lo que quería oír.
Se suponía que tenía que decirle que Paula estaba bien, que era una en un millón, que saldría bien. Él había atendido a bastantes supervivientes de accidentes de coches para saber cuán malas podían ser sus heridas y que era muy probable que estuviera luchando por su vida en este mismo segundo.
—Tengo que verla.
La mujer lo estudió más cuidadosamente, mirando hacia su mano izquierda otra vez.
— ¿Es su marido?
—No. —Infiernos, no, él no era su marido. Ese barco había zarpado hace mucho tiempo.
—Tú no eres un periodista, ¿verdad?
—No, soy bombero.
—Oh, eso es mucho mejor —dijo ella con una sonrisa—. Nos han dado instrucciones expresas de no dejar pasar a los periodistas más allá de la recepción. Son como buitres. Es un poco espeluznante —dijo con un escalofrío fingido—. Pero los bomberos siempre son bienvenidos aquí.
Ella arqueó su cabeza hacia un lado, aún más coqueta de lo que había sido al principio.
—Entonces, ¿quién es usted?
Era una buena pregunta. Él no era el novio de Paula. Ni siquiera era un amigo. Y sin embargo, había volado todo el camino a Colorado para verla. Tenía que ver por sí mismo que estaba bien.
Dejando de lado la pregunta de la mujer con una encantadora sonrisa, dijo:
—Pedro Alfonso.
Ruborizándose bajo su mirada, la mujer de inmediato tomó el teléfono.
—Voy a dejarle saber a la enfermera de la Sra. Chaves que desea hacerle una visita.
CAPITULO 7 (segunda parte)
Esa primera cita increíblemente caliente se convirtió en otra, luego en otra, hasta que todas las noches libres de Pedro, cuando no estaba en algún lugar en una montaña, las pasaba con Paula.
Al principio, mayoritariamente hacían el amor, con pequeños descansos para comer, pero no pasó mucho tiempo para que él quisiera ser algo más que una parte física en su vida.
Nunca había sentido la necesidad de saber mucho acerca de las chicas con las que salía, nunca quiso saber lo que les gustaba comer en el desayuno, nunca se preocupó por sus sueños o aspiraciones. Pero a pesar de que se negaba a ir muy lejos en el futuro, no podía negar que la forma en que se sentía por Paula era simplemente diferente.
Durante el día ella trabajaba a tiempo parcial en la biblioteca del centro mientras tomaba clases de negocios en el colegio universitario local. Él se burlaba de cómo ocultaba ese gran cerebro detrás de ese cuerpo de muerte, pero estaba increíblemente orgulloso de ella. No era difícil adivinar por qué se presionaba tan duro, a pesar de que nunca habían hablado de ello: No quería acabar como su madre, atrapada en un parque de casas rodantes con un bebé a los dieciocho años y sin habilidades o dinero a los cuales recurrir.
Y entonces, una noche, él se despertó y se dio cuenta que ella no estaba en la cama. La encontró sentada en su mesa de la cocina estudiando detenidamente un papel. Al principio pensó que era su tarea, pero cuando se acercó lo suficiente para leer la letra pequeña, se dio cuenta que eran documentos del Estado.
— ¿Formularios de tutela e instrucciones? ¿Qué es todo esto?
Ella había sido virgen, así que sabía que no podía tener un hijo escondido en alguna parte.
Paula se frotó los ojos con una mano.
—Es una larga historia.
—No me voy a ninguna parte.
Fue una respuesta tirada de la manga, pero de alguna manera, en ese momento, ambos sabían que quería decir mucho más de lo que había pensado originalmente. En la parte más alejada de la mente de Pedro, una luz de advertencia comenzó a parpadear, imágenes del matrimonio de mierda de sus padres pasaron ante sus ojos. Pero fue fácil cerrar esa puerta, decirse a sí mismo que él y Paula estaban simplemente pasando un buen rato juntos, que estaban a kilómetros de distancia de pensar en casarse.
—Tengo una hermana —dijo ella finalmente, explicando que su hermana menor, Agustina, había sido enviada lejos de la familia a los cuatro años—. No pararé hasta sacarla del sistema de acogida y que esté en casa conmigo.
Pedro sabía de primera mano lo importante que eran los hermanos. Cuanto más tus padres dejan caer la pelota, más necesitas a un hermano o hermana para mantener las cosas unidas. Cristian era su verdadera familia. Así que entendía que incluso aunque ella no había visto a su hermana en seis años, Agustina significaba lo mismo para Paula.
Él se había unido a la batalla esa noche, queriendo ayudarla a navegar a través de los montones de papeleo burocrático que se interponían en su camino. Y cuando todo lo que ella escuchó del Estado fue: “No tiene suficiente dinero o un trabajo o un hogar verdadero para su hermana”, cuando clamaron que Agustina estaría mejor en el sistema de acogida viviendo con una familia “estable”, él sostuvo a Paula mientras lloraba. Pero no pasó mucho tiempo hasta que sus lágrimas se secaron y estuvo de vuelta en ello, socavando al sistema con más enfoque que nunca.
Desde que él se había convertido en un bombero HotShot, la gente había dicho una y otra vez lo rudo que era. Pero por primera vez en veinte años sabía lo que era la verdadera fuerza; la veía cada vez que miraba a su novia llenar el papeleo o discutir por teléfono con un trabajador social.
Continuamente lo sorprendía con su capacidad de recuperación. No había esperado que tan bonito envoltorio estuviera lleno con una determinación de acero.
Al mismo tiempo, cada vez que hacían el amor, él empujaba el condón roto a la parte posterior de su mente. Después que pasaron un par de semanas, supuso que estaban fuera de la zona de peligro y casi se olvidó de ello.
Hasta el día en que ella entró en la estación con los ojos rojos e hinchados. Él acababa de llegar de un incendio forestal y la adrenalina seguía bombeando a través suyo cuando la vio. Su estómago se retorció de miedo cuando adivinó al instante lo que iba a decirle.
El secreto que había estado manteniendo acababa de regresar para morderlo en el trasero.
Su primer pensamiento fue que necesitaba una bebida fuerte. El segundo que no estaba listo para ser padre.
Era un bombero de veinte años. Se suponía que debía estar golpeando todo lo que se moviera. Y a pesar de que le gustaba estar con Paula, seguro como el infierno que no creía en las familias felices.
—Necesito hablar contigo, Pedro.
— ¿Estás embarazada? —dijo él, sus palabras salieron más duro de lo que había pretendido.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y se cubrió el vientre con ambas manos.
— ¿Cómo lo sabes?
Sabía que contarle del condón no habría hecho ninguna diferencia en si quedaba o no embarazada, pero al menos no habría sido tomada por sorpresa.
Él estaba acostumbrado a ser el héroe. No el villano que tomaba la virginidad de la heroína y la embarazaba, todo al mismo tiempo.
Apisonando la necesidad de cortar el cebo y correr de regreso a las montañas para combatir un incendio, cualquier incendio que pudiera encontrar, se encontró con su mirada.
—El condón se rompió.
Ella inhaló bruscamente, sus ojos se abrieron con incredulidad.
—¿Cuándo?
—La primera vez.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Jesús, no sabía qué decirle. No sabía qué hacer. Sobre todo porque ninguno de los dos estaba listo para casarse.
Así estaban las cosas, no se habían mudado juntos oficialmente. Ella había tenido cuidado de no dejar ropa en su apartamento y él no le había ofrecido exactamente uno de los cajones de su cómoda.
La verdad era que, Pedro estaba más que un poco asustado por lo mucho que le gustaba estar con ella. Por lo importante que se estaba volviendo para él. Por el número de veces que había querido decirle que la amaba y que apenas lograba contenerse a sí mismo.
—Sé que debería habértelo dicho —admitió, odiando lo culpable que se sentía— pero pensaba que nada saldría de ello.
Ella casi parecía enfadada ahora, más fiera de lo que jamás la había visto en su pelea por Agustina.
— ¿Te refieres a un bebé? ¿No pensaste por un segundo que podría quedar embarazada? ¿No crees que querría saber eso?
La dejó que se desquitara. Seguro, se necesitaban dos para el tango y el embarazo no era del todo culpa suya, pero él no había juzgado exactamente bien las consecuencias.
Y fue entonces cuando esto lo golpeó: Ella tendría un bebé.
Él sería padre.
Pedro la miró de nuevo, por primera vez viéndola como algo más que la mujer caliente de la que se estaba enamorando.
Ella sería la madre de su hijo.
En un instante, todo cambió. Él supo exactamente lo que tenía que hacer.
Sólo había una opción.
—Nos casaremos.
Ella dio un paso lejos de él, dejando caer su cabeza para que su cabello rubio cubriera su rostro. Pero antes que pudiera ocultar su expresión de él, vio el dolor moverse por sus llamativas facciones.
Mierda. Estaba arruinando todo. Una vez más.
En lugar de mostrarle que no la dejaría en la estacada, que la apoyaría a ella y al bebé de aquí en adelante, él acababa de proponerle matrimonio de la peor forma posible. Como una especie de hombre de las cavernas con medio cerebro.
Queriendo hacer las cosas bien, se dejó caer sobre una rodilla en el montón de grava y le tomó la mano.
Ella sacudió su cabeza en consternación.
—No, Pedro, no lo hagas.
—Paula, quiero casarme contigo. Quiero cuidar de ti y de nuestro bebé. Por favor, déjame estar allí para ti.
Ella cerró los ojos y trató de apartar la mano.
—No tienes que hacer esto. Yo puedo cuidar de…
—¡No!
La palabra resonó en su pecho antes que ella pudiera terminar la frase. No dejaría que tuviera sola a un niño en un parque de casas rodantes, o, Dios lo prohíba, tener un aborto.
—Escúchame, Paula. Sé que esto está ocurriendo antes de lo que cualquiera hubiera previsto, pero —tuvo que detenerse y aclarar su garganta—: ¿Me harías el honor de ser mi esposa?
—No podemos casarnos sólo porque estoy embarazada.No funcionará. Nunca lo hace.
Él sabía que estaba pensando en su madre, que había quedado embarazada de ella a los dieciocho. Obviamente, su padre no se había atascado con eso. El papá de Agustina no lo había hecho, tampoco.
—Tú no eres tu madre —le dijo con voz firme, odiando verla tan derrotada—. La primera vez que te vi, pensé que eras como cualquier otra mujer hermosa. Pero al ver cuán empeñada estabas en traer de vuelta a Agustina supe que eras especial. Eres más fuerte de lo que nadie podría adivinar. Paula, ni siquiera te das cuenta de lo fuerte que eres, de lo inteligente que eres.
Sus mejillas se habían vuelto de color rosa por su alabanza, pero ella se negó a creer en él tan fácilmente.
—Si soy tan inteligente, entonces dime, ¿por qué la raya sobre la que meé hoy se volvió azul? Toda mi vida juré que esto era la única cosa que no me pasaría —hizo un gesto hacia la estación de bomberos HotShot con una mano—. Resulta que todo lo que hacía falta era un bombero caliente para dejarme encinta.
Ella se echó a reír, pero no había alegría detrás de eso, en su lugar había una auto-burla que Pedro se negó a reconocer.
—Bien, entonces estás embarazada. No podemos cambiar eso. Pero podemos tratar de hacer que funcione.
Honestamente, no sabía mucho sobre buenos matrimonios o familias felices, pero había enfrentado suficientes incendios mortales para saber que era tan terco como Paula.
—Haremos que funcione.
— ¿Quieres decir como tus padres hicieron que funcione? —respondió Paula, todavía sin ceder.
Hasta Paula, Pedro nunca le había dicho a nadie que sus padres se habían casado cuando su madre quedó embarazada de él en su primer año en la universidad y que veinte años más tarde, su madre y su padre apenas podían soportar estar en la misma habitación con el otro. Pero había sabido que Paula no le juzgaría.
Era una de las cosas que amaba de ella.
La amo, de repente se dio cuenta, sabiendo en su corazón que había sido así desde el principio.
—No somos mis padres —le dijo con voz firme, aunque los datos sin procesar, un bebé sorpresa y una boda rápida, parecían un infierno de lo mismo—. Y tienes que saber lo mucho que me preocupo por ti.
Sus ojos se clavaron en los de él y pudo sentir la palabra de cuatro letras colgar en la punta de su lengua. Ya era hora de hacer de tripas corazón y decirlo.
—Te amo, Paula.
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
—He querido oírte decir eso, pero no de esta forma —su voz se quebró—.No porque tienes que hacerlo.
Pedro tomó sus frías manos y la atrajo hacia él, contento cuando ella no luchó, cuando dejó que su cuerpo se relajara contra el suyo.
—Nunca he hecho nada porque tenga que hacerlo. Desde el momento en que te vi, te deseé. Ahora serás la madre de mi hijo y nuestro bebé crecerá con un padre y una madre que lo amen. Estaremos juntos y seremos una familia feliz.
No tenía idea de cómo sabía todas esas cosas, pero mientras las decía creía hasta la última de ellas.
Había pensado que Paula era sólo una sexy aventura de verano. Pero ella se había convertido en más que eso. En mucho más.
—Cásate conmigo,Paula y te prometo que siempre estaré ahí para ti. Nunca te dejaré. Sin importar qué.
Sabía que nunca olvidaría la forma en que sus ojos se habían visto después que había dicho eso. Tan verdes y claros que casi podía ver su alma a través de ellos.
Nadie se había preocupado realmente por ella antes. Nadie más que él. Y cuando ella dijo:
—Sí, Pedro, me casaré contigo —él prometió que nunca, nunca la decepcionaría.
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