martes, 6 de octubre de 2015
CAPITULO 9 (segunda parte)
Paula se despertó por la brillante luz que rebotaba desde el marco de unas fotos con flores silvestres en la pared frente a su cama. Ella miró por la ventana, sorprendida de ver que el sol ya se estaba poniendo sobre las montañas, pero se alegró al darse cuenta de que por fin se sentía razonablemente alerta después de dormitar todo el día mientras los sedantes que le habían dado durante la noche poco a poco dejaban su sistema.
Su corazón se apretó cuando recordó la conversación que había tenido con la médica esa mañana.
—Por favor —le había dicho— me gustaría saber si la gente en el otro coche están bien.
La médica no había quitado sus ojos de su tabla por un largo momento. Demasiado largo. Algo en las líneas de su rostro le habían advertido a Paula que se preparara para las malas noticias.
—Me temo que el conductor del otro vehículo murió. No había otros pasajeros.
Cada vez que Paula pensaba en ello, tenía que luchar con una ola de náuseas.
¿Por qué tuve la suerte de quedar viva cuando el otro conductor murió?
¿Qué había hecho para merecer tal suerte?
¿Y qué se suponía que tenía que hacer con esa increíble segunda oportunidad?
Su vida era muy simple, realmente. Le encantaba su trabajo, le hubiera gustado tener una mejor relación con su hermana y aún no había encontrado al hombre adecuado para establecerse. Pero incluso mientras corría a través de la lista, una voz en la parte de atrás de su cabeza le decía que no estaba siendo totalmente honesta.
Más tarde. Ella tomaría una dura mirada a sí misma y a su vida. Cuando no estuviese tan cansada.
Una enfermera irrumpió en la habitación del hospital y le pidió a Paula que tratara de incorporarse. Cambiando lentamente su peso con la ayuda de la mujer, ella estuvo extremadamente feliz al notar que las palpitaciones en la parte posterior de su cráneo no empeoraron.
Se sentía un poco adolorida por todas partes, algo así como cuando tenía gripe, pero aparte de eso, se sorprendió de lo bien que se sentía. Casi como si solo hubiera tenido una gran borrachera la noche anterior, en lugar de ser trasladada de urgencia al hospital en una ambulancia desde un accidente de coche.
Sin embargo, no se sentía realmente lista para tener una pequeña charla con la mujer pequeña de pelo oscuro que le estaba tomando la temperatura y la presión arterial y tentativamente le pidió un autógrafo.
Sabiendo que los últimos cuatro años como anfitriona del Informativo de la Costa Oeste, la habían vuelto una pequeña celebridad, Paula jugaba su parte lo mejor que podía. Con su trabajo, no había tiempo de inactividad. Siempre tenía que estar lista. Y a pesar que estaba en el hospital, todavía sentía que tenía una imagen que mantener. La gente, incluida esta enfermera, esperaba ver a la "perfecta" Paula Chaves. Ella no quería decepcionarlos.
No cuando había trabajado tan duro para crear esa ilusión.
Tan pronto como la enfermera cerró la puerta detrás de ella, Paula apartó la manta y lentamente sacó sus piernas por el borde de la cama.
Hasta ahora, todo bien.
Deslizó sus pies en el suelo y se aseguró de aferrarse a la mesita mientras se levantaba, por si acaso.
Afortunadamente, sólo tuvo el más ligero de los mareos.
Llevando su gran bolso al cuarto de baño, cerró la puerta y se miró en el espejo.
¡Se veía horrible!
Durante la última década, no había dejado que nadie la viera nada menos que increíble. Pero mientras se miraba fijo en el espejo, vio directo a través de la exitosa mujer de veintiocho años hacia la confundida chica de dieciocho que nunca dejo de estar por debajo de la superficie.
En la pequeña ducha, se frotó la piel con el jabón de bomba industrial junto al fregadero. Después de secarse con una pequeña y delgada toalla que estaba muy lejos de las ultra suave y de gran tamaño que estaban colgando en su cuarto de baño, se quedó parada desnuda frente al espejo.
Viéndose a sí misma con un ojo crítico, se preguntó, no por primera vez, cuánto tiempo pasaría hasta que necesitara una cita con un cirujano plástico. Hasta el momento, sus pechos, vientre y muslos estaban todavía bien, pero bien no estaba ni siquiera cerca de lo suficientemente bien para la televisión.
Ella odiaba la idea de alguien cortándola. ¿Había alguna otra opción?, se preguntó mientras abría su bolsa de maquillaje y se pasaba un poco de color por su piel pálida. ¿Podría envejecer con gracia y no perder su audiencia?
No era probable, pensó con un suspiro. No con cien, o miles o más, de mujeres esperando en los extremos para tomar su lugar si alguna vez comenzaba a decaer.
Dando gracias en silencio a los maquilladores con los que había trabajado a lo largo de los años, los cuales le habían enseñado todo lo que sabían sobre peinar y maquillar profesionalmente, quince minutos más tarde la cara que la miraba de regreso lucia como la mujer que todo el mundo reconocía del Informativo de la Costa Oeste.
Los paramédicos habían recuperado su equipaje del maletero de su coche de alquiler y ella se cambió a una remera de manga larga de cachemira color amarilla y sus jeans de corte ajustado favoritos. Como un toque final, se roció a sí misma con una pequeña botella de viaje de su esencia favorita, la cual había encontrado en un pequeño pueblo en el sur de Francia.
Al darse cuenta que sus piernas estaban empezando a temblar, hizo su camino de regreso a la cama. Arrastrándose sobre el colchón, estaba tirando de las mantas hacia arriba cuando la letra de una canción de repente corrió a través de su cerebro: “Escúchame ahora porque estoy llamándote a gritos. No me retengas porque me estoy escapando.”
En el coche de alquiler, había pensado que la letra sólo se había aplicado a la vida de Agustina, a las barreras emocionales que su hermana estaba saltando mientras se convertía en una mujer. Pero, de repente, Paula ya no podía esconderse de la escalofriante verdad: Esa canción podría haber sido acerca de sus propios largos días en un set de filmación con el equipo y sus invitados, sus citas con hombres a los que no les importaba un bledo, incluso las salidas nocturnas con chicas donde tenía miedo de revelar demasiado por si acaso parecía ser una mimada. Durante años, se había asegurado de que las personas no tenían ninguna razón para abandonarla.
Sus manos estaban quietas en la manta, a medio camino de sus piernas. Durante mucho tiempo, había avanzado con su carrera, con su fachada de perfección, dispuesta a hacer cualquier cosa si eso significaba demostrar al estado que ella sería una buena tutora para Agustina. ¿No era hora de dejar de encubrir sus verdaderos sentimientos con falsas sonrisas, con maquillaje, un pelo perfecto y la última ropa de diseñador?
Sintiéndose terriblemente sacudida, esta vez desde el interior, en lugar de alguna lesión superficial, metió la mano en su bolso para buscar su teléfono. Había que distraerse con trabajo.
No podía recordar la última vez que había estado tanto tiempo sin su móvil en la mano. Sacándolo, no se sorprendió al ver que había una docena de mensajes. Se recostó contra las almohadas con una lapicera y un block de papel para tomar notas para Elena Ligurski, su mejor amiga y productora, que se suponía iba a estar llegando al hospital en una hora.
Pero en lugar de alguien de su personal llamando por un problema en el estudio, el primer mensaje era de su hermana.
—Oh, Dios mío, Paula, me acabo de enterar de tu accidente. Sé que probablemente no puedes recibir este mensaje, pero solo en caso de que sí, quiero que sepas que estoy yendo al hospital de inmediato.
Paula quito el teléfono de su oreja y se quedó mirándolo fijo. ¿Agustina había estado en el hospital?
Ella pulsó el botón de llamada a las enfermeras, y cuando la mujer asomó la cabeza, Paula dijo:
—Lamento molestarla de nuevo, ¿pero estuvo aquí mi hermana, cuando yo estaba durmiendo?
La enfermera la miró confundida.
—No. Yo no lo creo.
El cerebro de Paula corrió.
— ¿Podría haberme visto en la UCI?
—Podría llamar allí para preguntar, si lo desea.
Usando el teléfono junto a la cama de Paula, la enfermera rápidamente confirmó que Agustina la había, de hecho, visitado en la UCI cuando estaba sedada. Una de las enfermeras recordó verla dormir en una silla en la sala de espera un par de horas antes.
Cuando la enfermera se fue, Paula llamó al teléfono de Agustina y dejó un mensaje diciendo que estaba bien y que le encantaría verla. ¿Pero por qué, se preguntó con ansiedad mientras colgaba, no había regresado su hermana para otra visita?
En ese momento, su amiga Elena entró corriendo en la habitación. Una bola de energía que nunca caminaba cuando podía correr y nunca corría cuando podía volar a toda velocidad, Elena era una de las grandes razones por las cuales el Informativo de la Costa Oeste era un éxito. Si no fuera por la recomendación de su amiga a los productores de la red, Paula podría haberse quedado como otra rubia de ojos verdes esperando en los extremos.
—Oh, cariño, ¿cómo te sientes? —Elena preguntó con un medio abrazo—. Me hubiera gustado estar aquí antes, pero no pude conseguir un vuelo de regreso de San Francisco hasta tarde esta mañana —sin detenerse para tomar aliento, ella dijo—: Madre mía, tengo que contarte acerca de un impresionante hombre sentado al otro lado del pasillo. Grandes hombros, ojos heridos. Qué no daría yo por hacer las cosas mejores para él.
Era tan agradable tener los suaves y cálidos brazos de Elena a su alrededor que Paula sintió las lágrimas corriendo.
Tomando una respiración profunda, parpadeó alejándolas antes de sentarse de nuevo sobre las almohadas.
Sonriendo hacia su amiga, bromeó:
— ¿Tomaste una foto secreta de él con tu teléfono?
Elena chasqueó los dedos.
—Ninguna foto, maldita sea, ¿pero las palabras "alto", "moreno" y "magnífico" significan algo para ti?
Paula sintió su sonrisa tambalearse. Alto, moreno y magnífico sonaba como a Pedro. Exactamente igual a Pedro.
No había pensado en él en estos años. No se lo había permitido. Debía estar sintiéndose realmente mal para dejar salir un montón de viejos sentimientos de una relación antigua.
Queriendo cambiar de tema, dijo:
—No puedo creer que estuve en un accidente tan malo. Honestamente, me siento más como con una resaca.
Elena se sentó en el borde de la cama y sostuvo las manos de Paula entre las suyas.
—Oh, Dios mío, cariño, no debería estar hablando de un hombre. Lo importante es que estás sintiéndote mejor. Todos estábamos tan preocupados por ti. Nadie quería quedarse en el estudio en San Francisco. Todos querían venir aquí para estar contigo.
Su personal del Informativo de la Costa Este era lo más cercano que tenía a una familia. Bueno, ella tenía a Agustina, pero no pasaban exactamente el rato juntas o bromeaban. Ella era la madrina de tres nuevos bebés y asistía a todas las fiestas de cumpleaños a las que era invitada, a pesar de que por lo general era la única mujer sin hijos y sin marido allí. Hacía años, había estado a punto de convertirse en una nueva madre sin dormir, pero radiante de felicidad. Ahora estaba resueltamente soltera y sin una familia en el horizonte.
Al menos ella había encontrado un lugar adonde pertenecía, donde nadie cuestionaba de dónde había venido. Sus compañeros de trabajo suponían que Paula siempre había sido reservada. Hermosa.
Nadie sabía lo duro que había trabajado para transformarse.
Hace diez años, había llegado a San Francisco con suficiente dinero para alquilar un apartamento de mierda.
Había necesitado encontrar un trabajo. Rápido.
Había salido sorprendentemente bien en su curso de comunicación en la Universidad Junior de Tahoe, teniendo en cuenta lo tímida que siempre había sido, por lo que después de estudiar cuidadosamente a los presentadores de noticias de la mañana y darse cuenta de que probablemente podría hacer lo que ellos hacían, fue a un salón de belleza de practicantes. Por diez dólares le hicieron corte y color, transformando sus mechones rubios sucios en ondas doradas.
También le dijeron sobre tiendas de ropa de segunda mano, donde pronto encontró un par de hermosos trajes de su tamaño con las etiquetas todavía en ellos. Ella se había maravillado por el hecho de que algunas personas tenían tanto dinero que regalaban cosas sin siquiera usarlas, pero estaba agradecida, también, porque ya no lucía como una aldeana de las montañas. Se veía como una joven profesional, dispuesta a dejar su huella en el mundo.
Esa mañana, cuando entró en la estación de noticias locales, se había sentido totalmente fuera de lugar. Una completa impostora. Todo lo que quería hacer era dar media vuelta y correr. En cambio, plantó una amplia sonrisa en su rostro y se aseguró de que supieran que estaba dispuesta a trabajar duro. No tenía miedo de barrer pisos, limpiar baños o archivar interminables pilas de papeles.
Sorprendentemente, consiguió el trabajo y un día cuando alguien se enfermó en el set de filmación, realmente la dejaron ayudar en el escenario. Aún más notable, a los veinticuatro años, después de seis de dar cada momento libre, en el que no estaba luchando por Agustina, para la red, ellos habían aceptado su propuesta para un nuevo espectáculo.
Su visión de empezar un positivo y divertido espectáculo que destacaba todo lo que la Costa Oeste tenía para ofrecer, desde restaurantes y tiendas para estrellas locales, se convirtió rápidamente en un éxito. Y a ella le encantó. A pesar de que a veces no tenía ganas de sonreír o estar sentada quieta durante dos horas, mientras el estilista retocaba su pelo o perfeccionaba su maquillaje.
Lo único que importaba era que estaba teniendo una excelente vida haciendo exactamente lo que quería hacer; y que su éxito le había permitido sacar a Agustina fuera del sistema de acogida. Mejor aún, a diferencia de su madre, no tenía que depender de un hombre para cuidar de ella... y no se quedaría sin nada después que él se hubiera ido.
—No debí dejar que fueras a reunirte con Agustina sola —dijo Elena, interrumpiendo sus pensamientos.
Paula apretó la mano de su amiga, queriendo tranquilizarla.
—El accidente podría haber ocurrido en cualquier lugar. No debería haber conducido con esa tormenta.
Pero Elena sabía demasiado acerca de la difícil relación de Paula con Agustina como para creer que su encuentro en la cafetería fue sólo una charla amistosa entre hermanas amorosas.
—Fue más que la tormenta, ¿verdad? ¿Qué dijo Agustina esta vez para molestarte?
El pecho de Paula se apretó mientras pensaba en su conversación en la cafetería de Vail.
—Ella tiene un nuevo novio. Es por eso que decidió quedarse en Colorado.
En verdad, no había mucho más que explicar, excepto que Paula no estaba lista para hablar con nadie sobre lo que Agustina le había dicho. No hasta que descubriera qué iba a hacer al respecto.
Una bonita médica de mediana edad a quien Paula no había conocido todavía golpeó ligeramente en la puerta antes de entrar en la habitación.
—Es un placer conocerla, Sra. Chaves. Es una mujer muy afortunada al haber sobrevivido a ese accidente en tan buen estado. Nunca he visto a nadie salir de la UCI con tanta rapidez. Bien por usted. Por lo que puedo ver en sus radiografías no tiene ningún hueso roto ni lesiones internas, aunque estoy segura de que todavía se siente muy golpeada —la médica hojeó la tabla de la noche anterior—. ¿Cómo se siente hoy?
—Bastante bien, en realidad.
La médica metió la tabla de nuevo en la ranura sobre el costado de la cama.
—Me alegro de oír eso. Me gustaría que pasara otro par de horas con nosotros para que podamos seguir monitoreándola. Pero si se siente bien y todo va bien, voy a darle de alta esta noche.
Después de estrechar su mano y conseguir un autógrafo para su hija, la doctora salió de la habitación y la enfermera asomó la cabeza dentro.
—Sra. Chaves, quería consultarle sobre otra visita a quien le gustaría decirle hola.
Rápida para proteger a Paula contra los periodistas que buscaban obtener el primer bocado sobre el accidente, Elena respondió:
—Ella aún no está lista para hacer una declaración.
La enfermera negó con la cabeza.
—Oh no, este hombre dice que es un bombero, no un periodista.
El corazón de Paula prácticamente dejó de latir.
— ¿Un bombero?
—Juro por Dios que es uno de los chicos más guapos que he visto nunca — dijo la joven enfermera con inocencia.
— ¿Cómo se llama? —preguntó Elena, la impaciencia resonando en su voz.
—Oh, lo siento, su nombre es Pedro Alfonso. —La mujer se veía nerviosa—. ¿Debería decirle que no se siente bien, Sra. Chaves?
El corazón y la mente de Paula se revelaron ante la idea de verlo exactamente en el mismo momento en que se dio cuenta de lo mucho que quería verlo.
Lo mucho que ella necesitaba verlo.
Hacer que la enfermera le dijera que se fuera sería la cosa más fácil de hacer.
Lo más inteligente.
No hacía falta ser un genio para saber que una reunión con Pedro no era una buena idea. Él había sido el motivo del mayor dolor en su corazón y no importaba las mentiras que se había dicho, la verdad es que a ella le había costado años sacárselo de la mente.
Pero Pedro, obviamente, había venido desde lejos para verla y sabía que Elena no lo dejaría pasar hasta que le explicara.
Lo más importante, sin embargo, ella se negó a actuar como una cobarde.
—Yo estaría feliz de verlo —mintió a la enfermera, con una sonrisa falsa, de su arsenal de sonrisas simuladas, pegada a su cara—. Hazlo pasar.
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