martes, 6 de octubre de 2015
CAPITULO 8 (segunda parte)
Entre el largo viaje en auto hasta el aeropuerto y el vuelo a Vail, Pedro tenía un montón de tiempo para repasar su relación de tres meses de duración. Por diez años, había tratado de convencerse de que la había olvidado.
Pero la verdad era que, no lo había hecho ni un solo momento.
Las cosas se movieron a toda velocidad después de su rápida y turbia propuesta y su muy reacia aceptación. Al día siguiente él había mudado la ropa y libros de ella desde el remolque de su madre a su apartamento. Ocho semanas después, la limusina la golpeó y ella tuvo un aborto espontáneo. Ellos aplazaron la boda y seis semanas después ella desapareció, dejando su anillo de compromiso sobre la mesa de la cocina.
Sin advertencia. Sin peleas. Sin darle a las cosas otra oportunidad. Solo se fue.
Y conseguir superarla había sido casi imposible.
Él sabía que no debía confiar en una mujer, pero en el calor del “estoy embarazada”, en realidad había pensado que su relación iba a ser la excepción, no la regla.
No había cometido ese mismo error desde entonces.
No importaba lo bonitas o relajadas que fueran las chicas con las que salía entre su loco horario, el compromiso no estaba en las cartas para él, así de simple. Aunque no se había vuelto exactamente un monje, se aseguraba de que la mujer con quien salía supiera el resultado. Él no estaba buscando nada serio. Y era religioso sobre el control de la natalidad, usando dos métodos siempre que fuera posible.
Justo después de las siete p.m., el estacionamiento del Hospital General de Vail estaba bastante vacío, a parte de una muchedumbre de periodistas fumando y esperando en la entrada. Mientras le pagaba al conductor, de repente se preguntó si estarían aquí para ver a Paula.
¿Cómo podía haber olvidado que ella era famosa ahora, que tenía una nueva vida de la que él no sabía nada? Ya no estaban en el mismo campo de juego. Ella era una estrella.
Y él todavía era un bombero.
Pero a medida que pasaba junto a los periodistas y se empujaba a través de las altas puertas de entrada de cristal al vestíbulo, nada de eso importaba. No cuando la posibilidad de que Paula estuviera herida y con dolor tenía su corazón acelerado y sus manos sudando. Rememorar el pasado había sido nada más que una conveniente manera de alejar sus temores con respecto a la situación actual de Paula.
Pedro no había pasado mucho tiempo en la iglesia, pero eso no le impidió rezar. Por favor, Dios, deja que ella esté bien, murmuro hacia arriba mientras se dirigía al mostrador de la recepción.
Una joven mujer pelirroja estaba viendo una telenovela en la TV colgada en la esquina más alejada de la sala. Media docena de personas estaban desplomadas, cansadas, en sus asientos esperando a ser llamados por el próximo médico disponible.
—Estoy buscando a Paula Chaves.
Ella dejo de ver el televisor y le dio toda su atención, sonriéndole coquetamente.
—Apuesto a que lo estás. Lo juro, algunas mujeres tienen toda la suerte.
Él frunció el ceño. Ella no estaría coqueteando con él si Paula estaba en coma, ¿verdad? ¿O era sólo su modo operandi regular con cada chico lo bastante guapo y sin un anillo que entraba en el hospital?
— ¿Cómo está?
La mujer se encogió de hombros.
—No lo sé. Pero he oído que fue un mal choque. Ese camino en el que ella estaba puede ser peligroso cuando está congelado.
El aire salió de sus pulmones. Eso no era lo que quería oír.
Se suponía que tenía que decirle que Paula estaba bien, que era una en un millón, que saldría bien. Él había atendido a bastantes supervivientes de accidentes de coches para saber cuán malas podían ser sus heridas y que era muy probable que estuviera luchando por su vida en este mismo segundo.
—Tengo que verla.
La mujer lo estudió más cuidadosamente, mirando hacia su mano izquierda otra vez.
— ¿Es su marido?
—No. —Infiernos, no, él no era su marido. Ese barco había zarpado hace mucho tiempo.
—Tú no eres un periodista, ¿verdad?
—No, soy bombero.
—Oh, eso es mucho mejor —dijo ella con una sonrisa—. Nos han dado instrucciones expresas de no dejar pasar a los periodistas más allá de la recepción. Son como buitres. Es un poco espeluznante —dijo con un escalofrío fingido—. Pero los bomberos siempre son bienvenidos aquí.
Ella arqueó su cabeza hacia un lado, aún más coqueta de lo que había sido al principio.
—Entonces, ¿quién es usted?
Era una buena pregunta. Él no era el novio de Paula. Ni siquiera era un amigo. Y sin embargo, había volado todo el camino a Colorado para verla. Tenía que ver por sí mismo que estaba bien.
Dejando de lado la pregunta de la mujer con una encantadora sonrisa, dijo:
—Pedro Alfonso.
Ruborizándose bajo su mirada, la mujer de inmediato tomó el teléfono.
—Voy a dejarle saber a la enfermera de la Sra. Chaves que desea hacerle una visita.
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