domingo, 11 de octubre de 2015
CAPITULO 26 (segunda parte)
Una combinación de sentir lástima por ella y estar cagado de miedo por casi perderla en el río le había hecho actuar estúpidamente. Había estado tan contento de que estuviera viva, que había cedido a la tentación de ver si sabía tan bien ahora como siempre lo había hecho.
Sólo para descubrir que era mucho más dulce que cualquiera de sus recuerdos.
Tocarla, besarla, oír su grito de éxtasis había llevado a Pedro directamente al borde, a pesar de que sus ropas todavía estaban puestas y sólo había llegado a tercera base. Pero cuando ella volvió las tornas y comenzó a besarlo, había sido casi imposible detenerse, tomar una maldita respiración y recordar por qué hacer el amor con Paula era una idea terrible.
Desde lo profundo de su subconsciente, la voz de Cristian se levantó y lo clavó. “Ella es mala para ti, hombre. Y tú estuviste regiamente jodido después de que se fue. No quiero verte así de nuevo”.
Jesús, ¿cómo podía haberlo olvidado? A este ritmo, acabaría mucho más lejos de lo que había esperado cuando había accedido a ayudarla a encontrar a su hermana. Mucho más que un poco de sexo muy caliente contra una roca.
Él iba a terminar enamorado de ella, de nuevo.
Y luego, cuando ella lo dejara para regresar a su brillante mundo empapado de celebridades, él estaría mirando directamente un agujero negro de nuevo.
Conseguir una patada en el corazón una vez en la vida era suficiente para él, gracias.
La sensación de malestar en la boca de su estómago creció cuando ella se alejó de él. Se obligó a ponerse de pie y dar un paso lejos de ella, a pesar de que estaba desesperado por hacerla venirse otra vez.
—Cometí un error, Paula —cada palabra de arrepentimiento era más difícil de escupir que la anterior—. Perdí el control y actué estúpidamente.
Un pesado silencio colgó entre ellos mientras Paula lo miraba fijo con ojos verdes sin parpadear, sin decir nada.
—Afortunadamente, estamos casi al final del río —dijo él, con la esperanza que volviendo a la tarea detendría definitivamente este retorcido juego al que estaban jugando—. Si todo va bien, podríamos ser capaces de llegar a la comuna por la noche.
Dolor y confusión cruzaron por su cara ante sus palabras formales y sin emoción. Había vuelto a jugar al imbécil otra vez. Haz que se corra y luego apágala al segundo que su orgasmo haya terminado.
Por desgracia, no podía ver ninguna otra forma de proceder.
Necesitando salir de su campo de fuerza sexual, se dio la vuelta y entró en el agua para recuperar la balsa. Minutos más tarde, estaba desconcertado al observar que sus ojos permanecían pegados a él mientras la arrastraba a través del agua fría y hasta en la orilla.
—Tal vez no fue un error, Pedro.
Ella hizo una pausa y se humedeció los labios dándole suficiente tiempo para recordar todo lo que había sucedido contra la roca, todos los lugares que había besado y tocado.
—Tal vez lo que pasó era inevitable. Tal vez tú y yo somos inevitables.
El deseo se apretó a su alrededor con cada palabra. Nunca debería haberla besado. Nunca debería haberle dicho que no podía dejar de desearla.
—No —dijo él, actuando por instinto para detener el tirón—. Tú y yo terminamos hace diez años. Estamos aquí para encontrar a Agustina. Eso es todo.
La vio estremecerse ante sus duras palabras, pero en lugar de decirle que era un idiota como cualquier otra mujer habría hecho, dio un paso más cerca.
—Te deseaba tanto como tú a mí —dijo ella, negándose a dar marcha atrás, a aceptar un no por respuesta—. Después de todo lo que hablamos anoche y esta mañana, creí que estábamos de acuerdo en que somos personas diferentes ahora. Los dos vivimos a través del aborto. Vivimos a través de la ruptura. Sé por qué actuaste como lo hiciste. Y sabes por qué actué como lo hice.
Otro pasó más cerca.
—Nunca me ha importado otro hombre, Pedro. Sólo tú.
Tan cerca que podía estirarse y tirar de ella a un beso.
—Dime que amas a alguien más, dime que has amado a alguien más como me amaste, y lo dejaré.
Él sabía la mentira que necesitaba decirle para apagarla para siempre, pero de pie en la orilla del río Colorado con su dulce aroma persistiendo en sus dedos, él simplemente no podía hacerlo.
—No hay nadie más —admitió—. Nunca ha habido nadie más. Sus ojos brillaron de esperanza, y él se obligó a decir:
—Pero si hemos amado o no a otras personas no importa, Paula. Esto sigue siendo una mala idea.
Vio como ella tiraba sus hombros hacia atrás, enderezaba su espalda y levantaba su barbilla, preparándose para una batalla.
—Tú dices que terminamos hace diez años, pero me tocas como si sólo estuviéramos comenzando —ella desafió—. Dame una buena razón por la que no deberíamos volver a intentarlo.
Mierda. Hasta ahora había sido capaz de mantener su período de autodestrucción enterrado. Pero ella nunca dejaría caer la idea de volver a estar juntos, de intentarlo de nuevo, si no estaba todo en juego.
—Cuando te fuiste…
Mierda, sacrificar su orgullo era más difícil de lo que pensaba.
—Luché contra cada maldito incendio de este lado del Mississippi, pero no conseguí superarte.
Ella dio otro paso más cerca, llegando a sólo unos centímetros de distancia.
—No pude superarte tampoco, Pedro.
Él sostuvo una mano en alto para detener su impulso hacia adelante.
—Tú pediste una razón y te voy a dar una. Te fuiste a San Francisco y te aferraste a una vida mejor con las dos manos. Yo casi tiré la mía.
Confusión frunció su entrecejo.
— ¿De qué estás hablando? Todavía eres un HotShot. Todavía vives en Tahoe rodeado de tus amigos, tu equipo y tu hermano.
—Casi lo perdí todo, Paula. Salté directamente en un agujero negro, quería que me tragara.
Sacudiendo su cabeza como si nada de lo que él estaba diciendo tuviese sentido, dijo:
—No lo entiendo. ¿Qué quieres decir con agujero negro?
Se pasó las manos por el pelo, odiando cada segundo de desnudar su alma.
Felizmente le hubiera cedido una extremidad en su lugar.
—Después de que te fuiste, regresé al mismo lugar en el que estaba durante la escuela secundaria. Pero peor. Más en la bebida. Más todas las noches en vela. Despertar y no saber dónde estaba. Saltar fuera del descanso del equipo. No presentarme para los incendios y trabajar a medias y con resaca cuando me las arreglaba para subir a la montaña.
La comprensión de repente inundó sus ojos.
—Lo lamento mucho —dijo ella— lamento todo —sus ojos se nublaron con pesar—. Ahora cuando miro hacia atrás, puedo ver qué temerosa y confundida chica de dieciocho años era —admitió en voz baja—. Si hubiera sabido lo que iba a suceder, lo que irme nos haría a ambos, yo nunca habría... —dejó el resto de la frase desvanecerse, diciendo en cambio—: No puedes castigarte a ti mismo por una mala elección, Pedro.
—No fue una mala elección, fueron un centenar de malas decisiones. Si no fuera por Cristian...
Él no se molestó en terminar la frase. La había salvado una vez, pero ella lo había dejado de todos modos. Tal vez sólo lo había necesitado para alejarse de su madre y del parque de casas rodantes. Tal vez no.
De cualquier manera, las probabilidades indicaban que tan pronto como encontraran a Agustina, este torrente de adrenalina, un torrente que se sentía como deseo y amor, se disiparía.
Y ella se alejaría de él otra vez.
—Mira, entiendo por qué estás pensando en una segunda oportunidad. Has sobrevivido a dos grandes accidentes. Pero tienes razón al decir que hemos cambiado. Estamos en dos mundos diferentes ahora.
Sus ojos brillaban y sabía que le estaba haciendo daño otra vez con sus duras palabras, pero era mejor cortar el delgado hilo que quedaba entre ellos ahora, en lugar del desastre de desenredarse a sí mismos más tarde.
Subiendo de nuevo en la balsa, dijo:
— ¿Estás lista para ponerte en marcha otra vez? No queremos perder más tiempo.
CAPITULO 25 (segunda parte)
Paula se relajó en el maravilloso sueño.
Estaba flotando y se sentía cálida por todas partes. Y de repente había grandes manos tirando y empujando y ella estaba combatiéndolas, tratando de volver a ese lugar somnoliento. Pero las manos eran fuertes y la arrastraron a través de espuma gruesa y húmeda.
El aire frío golpeó contra sus mejillas y empezó a toser y ahogarse.
Oh Dios, por fin se dio cuenta, se estaba ahogando.
Pedro había salvado su vida.
La acunó contra su pecho en la orilla del río y cuando ella luchó por respirar, tratando de llenar sus pulmones vacíos con oxígeno, le quitó el casco y suavemente pasó sus dedos sobre el chichón en su frente.
—Te golpeaste la cabeza muy duro contra una roca —dijo, su voz cálida y calmante mientras su tono bajo nadaba a través de ella—. Probablemente vas a tener moretones.
Cuando consiguió orientarse de nuevo en los brazos de Pedro y la conmoción inicial de ser expulsada de la balsa retrocedió, de repente la golpeó que podía haber problemas mucho más grandes por delante, que curarse un moretón.
— ¿Perdimos la balsa?
—Afortunadamente, no. Está más adelante, atascada entre un par de troncos de árboles. Se quedará allí hasta que la saquemos.
El alivio de que no todo estaba perdido la inundó y sabía que tenía que empujarse más allá de los latidos en su cabeza y sentarse. Pero incluso aunque permanecer tan cerca de su mayor tentación era una muy mala idea, no se atrevía a salir de sus brazos.
Por primera vez en mucho tiempo se sentía segura.
Confortada.
Con dedos suaves, él masajeó los doloridos músculos de sus hombros, estaban apretados por haber estado remando intensamente.
¿Sabía que su contacto le aceleraba el corazón?
¿Qué incluso sin tocarle una zona erógena, ella estaba irremediablemente comenzando a excitarse?
—No deberían haberte dejado salir del hospital tan pronto después de tu accidente —su voz era ronca—. Jesús, Paula. ¿Cómo demonios te las arreglaste para salir de ese accidente?
Su pregunta hizo eco con la única que nadaba alrededor de su cabeza desde que despertó en el hospital con sólo un puñado de cortes y raspaduras: ¿Por qué había sido salvada?
Y ahora, después de haber sido salvada por segunda vez en cuestión de días, en lugar de morir cuando alguien más lo hubiera hecho, no podía ocultar el hecho de que le habían dado una segunda y ahora una tercera oportunidad para hacer lo correcto.
Pero, ¿qué se suponía que tenía que cambiar en esta ocasión?
El gran cambio no podía tener algo que ver con Pedro, ¿podría? Sobre todo ahora que habían aclarado las cosas después del estallido en el cuarto del motel y que de hecho podían hablar sin arrancarse las cabezas el uno al otro.
La peligrosa curva de sus pensamientos la hizo tropezar fuera de los brazos de Pedro para ponerse de pie.
Necesitaba un poco de espacio, un respiro, necesitaba alejarse de su peligroso tirón sobre ella para poder comportarse de manera racional, en lugar de reaccionar a una necesidad física básica.
Pedro estuvo a su lado en un instante, con una mano en su codo, la otra en la parte baja de su espalda.
—Tranquila.
—Estoy bien —le dijo.
Era una mentira. No estaba bien y no sólo a causa de la caída.
Estar cerca de él así, sintiendo sus manos desnudas sobre su piel, la hacía arder por dentro, con una fiebre que sólo él podía saciar.
Se tambaleó en él y sus palabras fueron apenas más fuertes que un susurro.
—Que Dios me ayude, Paula, todavía te deseo. Más que nunca. Más de lo que debería.
Su lengua salió para lamer inciertamente su labio inferior, y entonces, de repente, sus manos estaban en su pelo y su boca sobre la de ella, casi lo suficientemente duro como para hacer daño.
Sin embargo, su áspero beso era exactamente lo que necesitaba. Exactamente lo que ella anhelaba.
Él deslizó sus manos sobre la tela húmeda cubriendo su clavícula, luego sobre sus hombros y por la longitud de su columna vertebral hacia la parte baja de su espalda.
Agarrando sus caderas, la atrajo firmemente en su contra.
Ella estaba de pie justo en una elevación haciendo que el hueco entre sus muslos se ajustara perfectamente alrededor de su erección.
—Yo también te deseo —susurró contra sus labios cuando se separaron un centímetro—. Tanto que no puedo soportarlo.
Él la apoyó contra una pared de roca lisa y mientras corría besos por su cuello, desde el lóbulo de su oreja al hueco de su hombro, ella se estremeció en sus brazos. Sus manos encontraron la brecha entre su camisa y sus pantalones, y cuando rozó sus dedos sobre su vientre, ella gimió suavemente.
Y entonces él la besó en la boca otra vez y ella deslizó su lengua contra la suya. Sus dedos fueron más y más alto, y cuando por fin encontró al borde de su sujetador, se oyó a sí misma implorando:
—Por favor, tócame.
Deslizando sus dedos debajo de la fina tela, él curvó su palma sobre su pecho, su pezón duro contra su mano.
Ella gritó y él cubrió su sonido de placer con su boca mientras apretaba suavemente su carne estremecida. Con minuciosa lentitud, él deslizó su camisa hacia arriba sobre su piel, sus labios mordisqueando los suyos, sacando un gemido de su garganta. Y entonces Pedro estaba retirando su boca y poniéndose de rodillas y ella podía sentir su aliento cálido sobre la piel expuesta de su estómago. Él apretó sus labios contra su vientre una, dos veces, y luego se estaba moviendo hacia arriba por el centro de su caja torácica, finalmente succionando un duro pezón en su boca, luego el otro, ahuecando ambos pechos con sus manos, frotando su barbilla ligeramente sin afeitar contra su piel.
Otro gemido escapó de ella, esta vez en torno a su nombre, y luego él estaba deshaciendo el botón en la parte superior de sus pantalones y deslizando hacia abajo la cremallera, tirando de la tela por sus caderas para hacer un charco en sus tobillos.
Él dejó de lamer sus pechos con su lengua y levantó su cabeza para mirar su cara mientras deslizaba un dedo en sus bragas. Ella empujó su pelvis en su mano, más excitada de lo que podía recordar haber estado alguna vez.
Saber que la deseaba tanto como ella a él la ponía incluso más húmeda, incluso más excitada.
Rodeando el lugar que quería desesperadamente que tocara, él finalmente hizo contacto, oh sí, ¡justo ahí!, y ella jadeó cuando las exquisitas sensaciones se movieron a través suyo, desde su centro hacia afuera. Una y otra vez sus dedos se deslizaron entre sus resbaladizos pliegues.
Arriba, luego abajo, se movieron entre sus labios, golpeando sobre la dura protuberancia de su excitación. Su boca la encontró después, su aliento cálido y sus labios suaves, cubriendo su montículo, su lengua sondeando y saboreando mientras ella gritaba de placer.
Nunca se había sentido tan lista, tan a punto de explotar.
Había esperado diez largos años para sentirse tan bien otra vez, y ahora que estaba aquí con Pedro, y sus manos y boca estaban sobre ella, quería hacer que las increíbles sensaciones duraran para siempre.
Pero estaba tan lista, tan preparada, y no podía dejar de agarrar la parte posterior de la cabeza de él y empujar su pelvis contra su lengua y dientes. Y luego sus dedos se unieron a su boca, estirándola abierta.
Incluso así de húmeda, había pasado tanto tiempo desde que había estado con un hombre que su toque se sentía nuevo y ella jadeó:
—Oh Dios, Pedro —contra su hombro mientras él mantenía el ritmo constante de sus dedos y lengua—. Te sientes tan bien —gimió ella mientras cerraba los ojos e inclinaba su cabeza hacia atrás, succionando una dura respiración en el mismo momento en que sus músculos internos sujetaron con fuerza sus dedos.
Todo su cuerpo se estremeció en un poderoso orgasmo y Paula sentía como si hubiera sorteado la muerte he ido directamente al cielo.
En la última década, no se había olvidado de lo potente que era el toque de Pedro. Olvidar algo tan maravilloso habría sido imposible.
Pero no obstante, este placer que lo abarcaba todo era un shock para su sistema.
Si pudiera, se quedaría así para siempre, pero estaban lejos de terminar y ella quería desgarrar sus pantalones y tomarlo muy adentro.
Se dejó caer de rodillas delante de él y tomó su cara entre sus manos mientras se inclinaba para besarlo. Sus lenguas se aparearon, una danza agridulce que era insoportablemente excitante. Muriendo por volver a conocer su hermoso cuerpo, los duros planos de los músculos y las profundas hendiduras de entremedio, pasó sus manos por encima de su camisa empapada, impresionada por sus anchos hombros, su duro pecho, sus impresionantes músculos abdominales.
—Paula —dijo él, el bajo retumbe de su voz haciéndola desearlo más que nunca—. Nunca he tenido problemas controlándome a mí mismo. Sólo contigo.
Era igual para ella y lo único que quería era darle el mismo placer que él le había dado. Pero incluso mientras arrancaba los botones de su camisa, sabía que amarlo era demasiado para ella como lo era para él.
Por fin, los botones se vinieron abajo y se quedó quieta mientras consideraba su magnífico pecho desnudo.
Bronceado, con solamente la más ligera aspersión de pelo entre sus músculos pectorales.
—Eres tan hermoso —murmuró—. He soñado con esto cientos de veces. Dime que esto no es un sueño.
—No podría ser más real —dijo él antes de enhebrar los dedos por su pelo y besarla.
Estaba impresionada por la pasión y el deseo que irradiaban de su boca, manos y cuerpo. Segundo a segundo estaba barriéndola cada vez más lejos río abajo, dirigiéndola directamente a una cascada, y aunque sabía que no había manera de estar preparada para la caída, a ella no le importaba.
Lo único que importaba era la forma en que se sentía, aquí y ahora, en los brazos de Pedro.
Cuando el beso por fin terminó, ella apoyó su mejilla en su pecho y cerró los ojos para escuchar el rápido tamborileo de su corazón. Sus brazos eran maravillosamente fuertes a su alrededor mientras él la abrazaba y fue sólo el latido insistente entre sus muslos lo que la hizo apartarse de su calor para poder besar su pecho.
Él gimió de placer cuando ella encontró su pezón con la lengua. Siempre lo había vuelto loco cuando lo rodeaba, luego le daba un ligero golpecito. Su excitación alimentaba la suya y ella buscó la cintura de sus jeans. El borde de su mano rozó contra su erección e incluso con dos capas de tela entre su eje y su mano, su necesidad era tan intensa que no pudo detenerse a sí misma de palmear la larga y gruesa longitud a través de su ropa.
Él tembló una vez, luego dos contra su palma y ella estaba llegando a su cremallera para soltarlo, cuando su mano vino sobre la de ella y se la apretó.
Espera. Algo estaba mal. Algo había cambiado.
Su cerebro se tardó más de lo que debería en enviar la alerta de que este no era un toque cálido y amoroso; era una advertencia.
—No podemos hacer esto, Paula.
La alarma se disparó a través de ella, rápida y furiosa, la vergüenza cerca de pisar sus talones. Con manos torpes, se apartó de él y ajustó sus propios pantalones, su sostén, su camisa.
A pesar de sus advertencias previas acerca de mantenerse alejado de su pasado, a pesar de sus propios y fuertes recelos, él había parecido desearla tanto como ella lo deseaba. Y justo después de sus pensamientos sobre segundas oportunidades, había saltado a la oportunidad de tener intimidad con él.
¿Por qué no se había detenido a sí misma? ¿No era adulta?
¿No sabía?
¿No sabía que era mejor no ponerse a bailar tan cerca de las llamas abrasadoras?
Pero justo cuando estaba tratando de cerrar la tapa sobre sus sentimientos hacia Pedro, para siempre esta vez, oyó de nuevo, una voz en su cabeza diciendo: Tú luchaste por tu hermana. Tú luchaste por tu carrera profesional. Quizás esta vez deberías luchar por Pedro.
CAPITULO 24 (segunda parte)
Pedro no estaba seguro de si le gustaba lo que estaba sucediendo. Era demasiado fácil admirar lo bien que Paula estaba comportándose en el río, sobre todo teniendo en cuenta que ella era instintivamente mejor haciendo rafting que la mayoría de los chicos que iban con él durante sus meses de vacaciones.
Y era condenadamente difícil no notar lo hermosa que era.
Incluso con un chaleco salvavidas cubriendo sus curvas y un casco sobre su pelo aplastado, estaba fascinado por el leve rebote de sus pechos, y su lengua recogiendo una gota de agua de sus labios.
Forzando su mirada hacia su cara, era inquietante leer toda una serie de preocupaciones en su expresión.
Al principio, su cara era una imagen de concentración y él había estado feliz de que el río le estuviera dando una razón para pensar en otra cosa que Agustina por lo menos durante unos minutos. Pero ahora, no era difícil adivinar que estaba pensando en los peores escenarios.
Él simpatizaba con ello. Si estuvieran buscando a Cristian, habría sido un desastre, también. Pero hacer búsqueda y rescate le había enseñado que una vez que pierdes la esperanza, estas jodido. No podía permitir que el miedo la paralizara, especialmente cuando remar por aguas blancas debía tomar cada gramo de su atención.
Ya era hora de un descanso y algo de comida. Tal vez incluso unas palabras de ánimo, si podía encontrar la manera de lograr eso cuando todavía estaba vadeando a través de un espeso pantano de deseo y deterioro de su auto-control.
Él los condujo a una pequeña playa en la curva de los acantilados.
— ¿Por qué nos detenemos? —preguntó Paula.
—Comida. Estamos quemando rápidamente nuestras reservas y debemos mantener alta nuestra energía.
Abrió la boca, probablemente para discutir con él, pero la interrumpió al paso con:
—Y necesitas darle a tu cuerpo un descanso. El rafting es bastante difícil, pero hacerlo después de un accidente como el tuyo bordea la locura.
Se había dado cuenta de que estaba frotando su hombro izquierdo. Remar era un trabajo duro. Sólo un día después de su accidente tenía que estar rígida y dolorida por todas partes.
Dadas sus ropas mojadas y la brisa enérgica batiendo por el turbio río, Pedro decidió sacar una estufa de campamento y algunas bolsas de comida deshidratada para ayudarlos calentarse antes de seguir de nuevo, y probablemente volcarse otra vez en el río helado.
— ¿Cuándo aprendiste a cocinar? —le preguntó ella mientras él ponía la comida.
—Desearía saber —se lamentó él—. Te aseguro que esto probablemente sabrá terrible.
Fue bueno ver una pequeña sonrisa en su rostro mientras se burlaba de él:
—No lo sé. Una parte de mí puede verte lanzar cuchillos en una cocina. Sería algo caliente, en realidad.
Sus mejillas se encendieron al darse cuenta de lo que había dicho. Para Pedro, en lugar de la sangre corriendo hacia su la cara, fue directo a su entrepierna.
Él agarró la cuchara de metal, con la que estaba revolviendo, tan fuerte que casi la partió en dos.
—Está ventoso y no quiero que termines con hipotermia. Ve a ponerte ropa seca.
Su tono brusco no hizo nada para ocultar su deseo.
Eso en cuando a darle unas palabras de ánimo. Más bien iba a echarla sobre la arena y tomarla como un animal si no conseguía un poco de control.
Paula se alejó rápidamente, claramente más que feliz de alejarse de él. Unos minutos más tarde, después de cambiarse detrás de un par de árboles y de poner sus pantalones y camisa mojados a lo largo de algunas rocas planas en la arena, él le dio un recipiente de acero inoxidable.
—Es arroz y pollo.
Ella miró hacia los grumos grises en el recipiente.
— ¿En serio?
—Eso es lo que dice en el paquete.
Ella le dio un mordisco e hizo una mueca.
—Um, wow. No estoy segura que sea legal para ellos asegurar que esto es arroz y pollo.
Él se tragó la risa. Después de los lujosos restaurantes de mantel blanco a los que probablemente estaba acostumbrada, estuvo impresionado cuando continuó llevándose ese lío desagradable a la boca.
—La mayoría de la gente se pone verde más o menos a la mitad del sobre de alimento de campamento.
Después de tragar otro duro y grumoso bocado, dijo en voz baja:
—Comeré lo que sea que tenga si eso significa encontrar a Agustina.
Tal como había sospechado, sus miedos por Agustina estaban consumiéndola.
Bien, entonces, intentaría otra táctica.
—Lo estás haciendo bien en el río. Muy bien.
— ¿Cómo puedes decir eso cuando casi nos maté ahí atrás?
—El río casi nos mató. Hay una gran diferencia.
Sus ojos se encontraron y sintió como si hubiera pisado una línea eléctrica. Sus dedos dolían por envolverse alrededor de sus curvas. Sus labios quemaban con la necesidad de probar su boca. Y él estaba enorme y palpitante debajo de su cremallera.
Intentando una vez más mantener su mente fuera de Agustina, mientras esperaba permanecer en un terreno más seguro, dijo:
—Háblame de tu trabajo. ¿Te gusta?
Ante su expresión de desconcierto, de repente se sintió como si tuviera trece años y tratase de hablar con una muchacha bonita por primera vez. Pero no podía decirle que estaba tratando de desviar su atención de sus preocupaciones. Nunca tendría éxito si ella sabía su objetivo.
—Claro —dijo—. Es grandioso.
Claramente, ella era la que solía hacer las preguntas, en vez de responderlas.
Tratando de sacarle más, le preguntó:
— ¿Cómo empezaste?
Luciendo aún más confundida, respondió:
— ¿En serio quieres saber?
Él se encogió de hombros, tratando de actuar como si fuera perfectamente natural estar haciendo estas preguntas. A decir verdad, ahora que había empezado por este camino, quería saber sus razones para escoger la TV.
—Muchas cosas pueden cambiar en diez años —respondió él.
Todo, excepto lo mucho que la deseaba... y lo jodidamente inútiles que habían sido esos sentimientos la primera vez.
—Realmente quiero saber.
Específicamente, si estaba saliendo, o durmiendo con alguien, a pesar de que no era de su maldita incumbencia.
—Está bien —dijo lentamente—. Conseguí un trabajo detrás de escenas en otro programa que Elena estaba produciendo y con el tiempo me ofrecieron mi propio programa.
Lo hizo sonar muy simple, pero supuso que había trabajado duro para llegar a donde estaba. La gente no tenía el tipo de piedras que ella tenía en sus orejas y esos suaves y elegantes suéteres que había usado en el hospital, sin poner esfuerzo propio.
Además, él siempre había sabido lo inteligente que era. Ella había sido la única que no había parecido totalmente convencida, probablemente porque su mala madre no había hecho una sola cosa para animar a su hija de dieciocho años.
No iba a dejar que actuara como si sus logros no fueran la gran cosa. Lo eran.
—Parece que es un buen ajuste para ti —dijo él—. Ya sabes, hablar con la gente, hacerles preguntas. Siempre has sido curiosa acerca de las cosas.
—Tienes razón. Mi programa es una buena opción. La verdad es que me encanta —ella se movió en la arena—. De hecho, Agustina es parte de la razón por la que elegí la TV. Sentí que necesitaba un trabajo de alto nivel para que el Estado me confiara su cuidado.
Se detuvo, hizo un círculo en la arena con su dedo y él sintió que estaba a punto de decir algo más.
—Y creo que después de sentir que no tuve una voz por tanto tiempo, viviendo con mi madre en el parque de remolques, quería sentir que era alguien, si es que eso tiene sentido.
—Tiene mucho sentido —se encontró diciendo—. Yo siento lo mismo por mi trabajo. Sabiendo que estoy haciendo una diferencia en las vidas de las personas. Es una buena cosa.
Ella se mordió el labio y él se preguntó por qué, de repente, parecía tan insegura de sí misma.
—Haces cosas tan increíbles todos los días,Pedro. Lo que yo hago no es tan importante.
Odiaba oírla menospreciarse a sí misma.
—No es necesario apagar incendios para hacer una diferencia.
¿Pero no había hecho él lo mismo que ella estaba haciendo ahora, inmediatamente asumiendo que tenía que estar mirando hacia abajo sobre él y su salario?
¿Cuánto de la dicotomía de cuello azul y cuello blanco estaba en su cabeza? ¿se estaba sintiendo amenazado por ella?
Después de tratar de convencerse a sí mismo de que su nuevo aspecto brillante no era más que una máscara falsa, pudo finalmente admitir que los cambios que ella había hecho no eran necesariamente malos.
Además, ¿cómo podría él culparla por alejarse del parque de remolques y hacer algo por sí misma?
— ¿Qué hay de ti? —dijo ella, moviéndose en la arena para obtener una mejor visión de él.
Oh mierda, accidentalmente había abierto una lata de gusanos al preguntarle sobre su trabajo. Con la esperanza de cortarla al paso, dijo:
—Mi vida es más o menos lo mismo que siempre fue.
Excepto por el bache tras su marcha, el cual le hizo estar casi al borde de perderlo todo.
Sin dejarse intimidar por su lacónica respuesta le contesto:
— ¿Todavía vives en la misma parte de la ciudad?
Diablos no, no podía soportar conducir a través de los mismos barrios donde a menudo habían caminado a altas horas de la noche, cuando había luna llena.
—Estoy más cerca de la playa.
Ella se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en sus rodillas, estaba cien por cien centrada en él.
— ¿Qué pasa con la guitarra? ¿Sigues tocando?
Sólo un puñado de personas sabía que él tocaba. ¿Cómo podía haber olvidado que Paula era una de ellas? ¿O que las únicas canciones que había escrito habían sido canciones de amor de tres acordes dedicadas a ella?
Él se encogió de hombros.
—No he tocado en mucho tiempo.
No tenía intención de admitir que no había tocado su guitarra desde el día en que ella se fue. ¿Cómo podía, cuando cada nota que tocaba le recordaba a ella?
Claramente frustrada con su reticencia, le preguntó:
—Debes ser uno de los chicos más establecidos en el equipo de Tahoe Pines, ¿verdad?
—Lo soy. Como puedes imaginar —dijo, bajando la guardia por un momento—. No me opongo a patear los culos de los novatos de la cuadra cuando lo necesitan.
Ella le sonrió.
— ¿A quién más conozco en el equipo actual?
—Sólo a mí y a Leandro.
Mierda, ¿cómo había podido olvidar a su hermano?
—Y a Cristian, por supuesto.
Hablar de su hermano se sentía como aventurarse de nuevo en un campo de minas, por lo que se apresuró a decir:
—En la pretemporada he estado ayudando a liderar algunos tours de aventura para la compañía de un amigo.
—Ah, así que es por eso que sabes cómo hacer todo esto —hizo un gesto a su equipo y el río—. ¿Hay alguna posibilidad de que consideres hacer un segmento en compañía de tu amigo para mi programa, en algún momento? Es justo el tipo de cosas que mis espectadores aman.
Oh, mierda, no podía permitirse pensar en el futuro. Acerca de volver a verla. O, peor aún, no volver a verla.
—Se está haciendo tarde. Deberíamos volver al río.
El dolor brilló en su cara antes de que ella lo alejara.
—Voy a limpiar nuestros platos —dijo, agarrando todo y dirigiéndose hacia el agua.
La fina tela de su pantalón delineaba la curva de sus caderas, los músculos tensos de sus muslos. Cuando se arrodilló en la arena para lavar los vasos de metal, a pesar de que sabía que no debería estar mirándola, no podía apartar los ojos.
Desde el primer momento en que la había conocido, la había deseado. Intensamente. En todo caso, los años entre ese primer encuentro y el presente sólo habían hecho que su anhelo se volviera más fuerte.
El agua había lavado su maquillaje, y sin las ropas de lujo y el peinado, lucía más como la chica de dieciocho años de la que se había enamorado.
Terminando de sacudir los vasos, ella se apartó del río y lo capturó mirándola. Sus ojos se abrieron, sus pezones alcanzaron su punto máximo al percatarse de ello. Pedro sabía que sería la cosa más fácil del mundo bajarla sobre la arena y liberar sus deseos reprimidos.
Diablos, no. No podía ir allí de nuevo.
Rápidamente empacó la comida y la estufa y regresaron al río, un incómodo silencio se cernió entre ellos otra vez.
Maldita sea, ¿había algo de lo que pudieran hablar que no fuera un campo de minas?
Guiando la balsa alrededor de una curva cerrada después de varios minutos de fácil descenso, de repente miró a lo lejos, sin poder creer lo que veía.
Iban justo hacia un colador.
Formado por árboles en las orillas, con montones de grandes rocas en el medio, un colador era increíblemente técnico y peligroso. El agua podía fluir a través de este, pero una balsa no.
En especial, no una moviéndose así de rápido.
Si él hubiera estado en la balsa solo, o con Cristian, habrían tenido una mejor oportunidad de pasar a través del colador sin demasiados huesos rotos o una conmoción cerebral.
Pero con un novato total a su lado, Pedro tenía que pensar rápido.
—Prepárate para saltar.
Paula giró la cabeza para mirarlo.
— ¿Estás bromeando?
A medida que se acercaban al colador, apenas tuvo tiempo de decir:
—Vamos a saltar juntos —antes de envolver sus brazos alrededor de su cintura y ponerla sobre su regazo.
Estaba rígida en sus brazos y él sabía que tenía que moverse antes de que tratara de apartarse.
—Toma una respiración y sostenla —dijo, y luego estaban cayendo en las turbulentas y torrentosas aguas.
Usando su cuerpo para amortiguar la caída, sintió que ella comenzaba a entrar en pánico un momento demasiado tarde. Paula se deslizó fuera de su agarre y su cabeza se hundió.
La balsa voló sobre el agua hacia la pared de ramas de árboles y rocas, y sabía que si él no llegaba a ella pronto, también se estrellaría contra esa pared. Nadando con fuerza a través de la corriente, se golpeó la rodilla contra una roca y apenas se estremeció.
¿Dónde diablos estaba?
No podía ver su cabeza o cabello por encima de las aguas blancas y un millar de imágenes agonizantes cruzaron por su cerebro.
Finalmente, la cabeza de Paula se levantó de la espuma blanca. Haciendo caso omiso de la quemazón en sus brazos, piernas y pulmones, Pedro se lanzó a sí mismo a través del agua y se estiró por ella. Casi había agarrado su camisa, casi agarró sus brazos, cuando ella se hundió bajo la superficie del agua.
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