martes, 20 de octubre de 2015
CAPITULO 1 (tercera parte)
Pedro Alfonso deslizó su auto de alquiler en el camino de grava detrás de la vieja cabaña de madera y estaba sacando las llaves del contacto, cuando el barato llavero de metal raspó contra la palma de su mano. Maldijo, cuando este lo mordió en la piel desigual y llena de cicatrices, todavía se sentía demasiado tirante cada vez que flexionaba sus manos o hacia un puño.
Sin embargo, hoy era uno de los días buenos. Durante todo el vuelo y el viaje de dos horas desde el aeropuerto a través de sinuosas carreteras secundarias, había sido capaz de sentir todo lo que tocaba.
Los peores días eran en los que el entumecimiento ganaba.
Días en los que le tomaba toda su fuerza combatir los rugidos de ira, cuando se sentía como un león herido hacinado en una jaula de 1 x 1 en algún zoológico, a la espera de la oportunidad de escapar y correr libre de nuevo.
Para ser el rey de la selva otra vez.
Su mano picó cuando se quitó el cinturón de seguridad y cerró la puerta del lado del conductor. Tenía que salir a donde pudiera ver el agua, respirarla. Calmarse de una puta vez.
Este lago, en el corazón del denso bosque de Adirondack, enderezaría su rumbo.
Tenía que hacerlo.
Había venido de otro lago, de doce años de luchar con incendios forestales en Lake Tahoe, California. Pero no podía quedarse allí otro verano, no podía soportar ver a su hermano y amigos salir a combatir incendio tras incendio mientras él iba a terapia física y trabajaba con los novatos en el salón de clases, enseñándoles sobre los libros y tratando de no notar la forma en la que se quedaban mirándole las gruesas cicatrices que subían y bajaban por sus brazos debido a sus múltiples injertos.
Venir a Blue Mountain Lake había sido idea de su hermano.
—Diana y yo queremos casarnos en Poplar Cove a finales de julio —había dicho Samuel. Habían estado planeando una gran boda para finales de otoño, al final de la temporada de incendios, pero ahora que Diana estaba embarazada, su agenda se había movido varios meses—. Después de todos estos años, especialmente con los abuelos en Florida a tiempo completo, estoy seguro de que la cabaña necesita trabajo. Podría ser un buen proyecto para las próximas semanas. Mejor que pasar el rato por aquí, de todos modos.
Pedro había querido acampar fuera de la sede del Servicio Forestal hasta que accedieran a firmar su enésima ronda de papeles de apelación, los papeles que lo pondrían de nuevo en su equipo de Hotshot de Tahoe Pines. Había estado saltando a través de un aro del Servicio Forestal tras otro durante dos largos años, trabajando como loco para convencerlos de que estaba listo, mental y físicamente, para reincorporarse a sus funciones como Hotshot. Hasta ahora habían dicho que había demasiado riesgo. Pensaban que era muy probable que se bloqueara, que no sólo se haría daño a sí mismo, sino que a un civil también.
Mentira. Estaba listo. Más que listo. Y estaba seguro que esta vez su apelación sería aprobada.
Sin embargo, Samuel tenía razón. Venir a la cabaña de madera con una sierra, un martillo y un pincel, recorrer los senderos alrededor del lago y tomar largos y refrescantes baños, podía hacer algo con la agitación que había estado corriendo por sus venas desde hace dos años.
Las cosas iban a ser diferente aquí. Este verano iba a ser mejor que el anterior, una apuesta segura de que sería un infierno mucho mejor que los dos que había pasado en el hospital.
Este verano, el mono que se había aferrado a su espalda, el monstruo persistente que había estado lenta pero constantemente estrangulando a Pedro, por fin iba a dejarlo solo de una puta vez.
Moviéndose fuera del camino de grava de la entrada, Pedro pasó más allá del césped y a través de la arena hasta llegar a la orilla del agua. Miró hacia el calmado lago, la superficie reflejando las nubes blancas y las verdes montañas que lo rodeaban, esperando la liberación en su pecho, la disolución del puño en sus entrañas.
Una lancha vino a toda velocidad hacia la bahía, creando una estela enorme en la silenciosa orilla, y el agua fría salpicó alto, por encima de los zapatos de Pedro, empapándolo hasta las rodillas.
Mierda.
¿A quién estaba tratando de engañar? No estaba para risas este verano. Estaba allí para pasar más allá del dolor persistente en sus manos y brazos.
Estaba allí para forzarse a sí mismo a la máxima forma física, para demostrar su valía al Servicio Forestal cuando volviera a California después de la boda de Samuel.
Estaba aquí para renovar la vieja cabaña de madera de cien años de edad de sus bisabuelos, para trabajar largas y duras horas en ello y así cuando se durmiese correría más rápido que sus pesadillas, evadiría los terribles recuerdos del día en que había estado a punto de morir en la montaña en Lake Tahoe.
Estaba aquí para estar solo. Completamente solo.
Y no importa lo que tuviese que hacer, iba a encontrar la calma interior, el control que siempre había sido tan fácil y tan innato antes del incendio en Desolation.
Alejándose del agua, miró de nuevo hacia la cabaña. Las palabras Poplar Cove estaban grabadas en uno de los troncos, el nombre que sus bisabuelos le habían dado el campo de Adirondack en el año 1910. Se obligó a buscar sus defectos, todo lo que había que derribar y reconstruir este verano. La pintura se estaba pelando por debajo del porche en el frente, allí donde golpeaban las tormentas.
Algunas de las tejas estaban torcidas.
Pero incluso mientras trataba de ser imparcial, vio la detallada precisión que su bisabuelo había puesto en la cabaña hace cien años: los troncos perfectos sosteniendo las esquinas pesadas de la construcción, los troncos más pequeños y las ramas que enmarcaban el porche casi artísticamente.
Había pasado dieciocho veranos en esta cabaña. Diez semanas cada verano con Samuel y sus amigos, bajo la atenta pero amorosa mirada de sus abuelos. Los únicos que faltaban eran sus padres. En una ocasión le había preguntado a su madre por qué ellos no venían, pero había puesto esa mirada jadeante y de ojos llorosos que él odiaba ver, la misma que tenía generalmente cuando hablaba con su padre acerca de sus largas horas de trabajo, de modo que lo había dejado pasar.
No podía creer que ya hubiesen pasado doce años.
Después de firmar para ser un Hotshot a los dieciocho, los veranos de Pedro habían estado llenos de combatir incendios forestales. Cualquier primero de julio normal de esta última década lo habría vivido en un bosque de la costa oeste, con una mochila de 68 kilos en su espalda, una motosierra en su mano, rodeado de veinte hombres, el equipo de bomberos forestales. Pero el último par de años había sido cualquier cosa menos normal.
Pedro nunca había pensado unir la palabra discapacidad junto a su nombre. Setecientos treinta días después de quedar atrapado en un estallido en el desierto de Desolation y aún no podía.
Sin embargo, a pesar de pertenecer a Tahoe haciendo retroceder las llamas, mientras estaba de pie en la arena, con el aire húmedo haciendo que su camiseta se adhiriera a su pecho, sentía en sus huesos lo mucho que había extrañado Blue Mountain Lake.
Regresó a su auto, recogió su mochila de la camioneta, se la colgó de un hombro y se dirigió por los escalones hacia el porche que se extendía de un lado a otro de la casa.
Cuando era niño y había tenido que pasar tiempo dentro de la casa lo había hecho en este porche, protegido de los insectos y la lluvia, pero abierto a la brisa. Sus abuelos habían servido todas sus comidas en la mesa de formica del porche. No le había importado que sus dientes hubiesen castañeado en las mañanas frías a principios del verano mientras se bebía un tazón de cereal ahí afuera. Él y Samuel habían vivido en camisetas y pantalones cortos, independientemente de los frentes fríos que con frecuencia soplaban dentro.
Uno de los escalones del porche casi se rompe bajo su pie y frunció el ceño cuando se inclinó para inspeccionarlo. La culpa roía sus entrañas mientras reconocía en silencio que sus abuelos podrían haberse hecho daño en estos escalones. Tendría que haber venido aquí, en la temporada baja, debería haber revisado que todo estuviera bien. Pero el fuego siempre había estado primero.
Siempre.
Algo rechinó y le hizo recordar que los huesos de la cabaña eran troncos sólidos. Había escuchado las historias un centenar de veces de cómo su bisabuelo había cortado cada uno de los troncos por sí mismo del denso bosque de pinos a un kilómetro del lago. Sin embargo, el tiempo hacia mella en todos los edificios, no importa cuán bien construidos estuvieran.
Subiendo el resto de los escalones de a dos a la vez, listo ahora para ver qué otros problemas le esperaban en el interior, Pedro tomó el pomo de la puerta de tela metálica.
Pero en lugar de girarla, se detuvo en seco.
¿Qué demonios?
Una mujer estaba bailando delante de un caballete, girando alrededor lo que parecía un pincel, cables blancos colgando de sus orejas mientras cantaba en un tono muy fuera de sintonía. Cada pocos segundos se sumergía en su pintura y daba un golpe fuerte en el lienzo de gran tamaño.
No podía creer lo que estaba viendo. Alguna extraña mujer cantando y pintando en su porche era la última cosa con la que quería tratar hoy.
Sin embargo, no pudo evitar notar lo bonita que era cuando hizo un pequeño trompo antes de arrojar más pintura sobre su caballete y barrer su pincel por encima. Estaba lo suficientemente cerca para ver que no llevaba sujetador debajo de su camiseta roja sin mangas y cuando se secó la piel húmeda en su cuello y la V profunda entre sus pechos con un trapo blanco, su cuerpo respondió de inmediato con un doloroso recordatorio debido al mucho tiempo que había pasado desde que estuvo con una mujer.
Se llenó rápidamente con el resto de la imagen sensual e inesperada. Pelo rizado apilado en la parte superior de su cabeza y sujeto con una especie de pinza de plástico, jeans cortados, piernas bronceadas y brillantes uñas de color naranja en sus pies descalzos.
Le tomó mucho más tiempo de lo que debería encajarse a presión fuera de la bruma de lujuria animal que se estaba envolviendo alrededor de su pene. En otro tiempo, podría haber caminado dentro con una sonrisa y encantado las bragas directamente fuera de ella. Pero no había venido al lago para echar un polvo.
Una mujer no tenía cabida en su verano, no importa lo bien que llenara cada una de las casillas en su lista.
Por alguna razón, la mujer estaba invadiendo.
Y tenía que irse.
PROLOGO (tercera parte)
El herido bombero Pedro Alfonso ha llegado a lo profundo de las frescas y verdes montañas de Adirondack para reconstruir la cabaña de 100 años de antigüedad de la familia Alfonso; y para estar a solas. Un incendio terrible le ha dejado cicatrices por dentro y por fuera y certeza sobre dos cosas: Va a volver a su equipo de bomberos no importa lo que se necesite, y cualquier mujer que se aventure demasiado cerca no se quedará mucho tiempo.
Paula Chaves ha sido quemada por un tipo diferente de fuego. Después de haber escapado de un mal matrimonio, se retiró a la seguridad de un pueblo vacacional junto a un lago en el Estado de Nueva York para comenzar una nueva vida. Ha terminado con los hombres, con las relaciones, con el peligro de los deseos que pueden arder fuera de control; hasta que inesperadamente se encuentra con Pedro Alfonso.
Cuando un verano caluroso en el lago se hace cada vez más caliente, se encuentran compartiendo una cabaña y un romance que rápidamente se los tragará a ambos.
CAMBIO DE PERSONAJES:
SEGUNDA PARTE = TERCERA PARTE
PEDRO ALFONSO = SAMUEL ALFONSO
CRISTIAN ALFONSO = PEDRO ALFONSO
PAULA CHAVES = DIANA KELLEY
CAPITULO FINAL (segunda parte)
Casi una semana después...
Después de haber caído en un profundo sueño en el avión desde Vail, Paula todavía estaba aturdida mientras se dirigían hacia el coche de Pedro en el estacionamiento del aeropuerto de San Francisco.
Y entonces estaban de pie delante de su viejo Jeep verde y los recuerdos se precipitaron hacia atrás, uno después del otro. De Pedro enseñándole a manejar con transmisión manual y luego reírse cuando ella se estancaba en medio de la intersección y los coches desde los cuatro costados comenzaban a tocar la bocina. De conducir a una de las pequeñas y desiertas playas del lago Tahoe y de hacerlo en el asiento delantero, luego, arrojar sus ropas e ir a nadar desnudos bajo la luna llena.
Ella había tenido tanta diversión sentada junto a Pedro en el Jeep. Más diversión de la que nunca había tenido con nadie más. Por no hablar de placer más allá de sus sueños más salvajes.
—Todavía tienes el Jeep.
Sus ojos oscuros estaban llenos de calor.
—No podía deshacerme de él. No cuando se sentía como mi única conexión contigo.
—Me alegro de que no lo hicieras.
Relajándose en el asiento del acompañante, Paula se sentía cada vez más suelta y más ligera mientras los kilómetros pasaban y ellos comenzaban a subir a las montañas.
Esa mañana, Agustina se había dirigido de regreso a la Granja para volver a conectar con sus amigos y tomar algunas decisiones sobre qué hacer a continuación. Aunque era difícil dejar que su hermana hiciera la caminata de regreso hacia la montaña por su cuenta, Paula sabía que tenía que dejarla ir y que viviera su propia vida por duro que fuera.
Como era de esperar, Pedro se recuperó rápidamente de sus heridas. Después que Cristian hubiese llegado al hospital, a todos los lugares a los que Paula iba escuchaba tanto a las enfermeras femeninas como a los médicos hablando de los “magníficos bomberos” del quinto piso.
Paula nunca dejaría de sentirse afortunada porque Pedro fuera su bombero.
Después de una larga conversación con su amiga y productora, Elena, ambas coincidieron en que Paula no estaba lista para volver y ser la anfitriona del Informativo de la Costa Oeste todavía. No sin un largo período de vacaciones primero. Por eso, cuando Pedro le había pedido regresar al Lago Tahoe con él, había aceptado de inmediato.
Y entonces habían recibido la buena noticia de la policía de las Montañas Rocosas. El Servicio Forestal no iba a presentar cargos contra Pedro, la explicación había sido que el ahora extinto laboratorio de metanfetamina que había ayudado a disolver era una amenaza mucho mayor que los incendios forestales de un puñado de bengalas en las manos de un célebre HotShot.
Se sentía contenta mientras sostenía la mano de Pedro sobre la palanca de cambios y miraba por la ventanilla, el Lago Tahoe nunca le había parecido más hermoso. Cuando era niña, no había sido ciega a su belleza, pero la única vez que había experimentado todo lo que la pintoresca ciudad tenía para ofrecer había sido cuando salía con Pedro.
Después de su separación había obviado las Sierras siempre que era posible, para evitar encontrarse cara a cara con sus recuerdos. Ahora, simplemente no podía esperar a pasar algo de tiempo redescubriendo el hogar de su infancia al lado de su verdadero amor.
Alguna vez habían tenido paseos por los bosques, ir a sentarse en la playa y hablar, tostar malvaviscos frente a una fogata. Dejando que la cálida brisa a través de la ventanilla abierta se precipitara a través de su piel, ella simplemente no podía esperar a continuar con su nueva vida con Pedro.
*****
*****
Pedro podía ver que Paula estaba agotada. Había manchas oscuras bajo sus ojos, y su clavícula sobresalía ligeramente por debajo de su camisa.
Iba a pasar cada hora, cada minuto por el resto de su vida cuidándola. Incluso si tuviera que ir a trabajar a una estación urbana para vivir en la ciudad, renunciar a los incendios forestales valdría la pena. Paula valía cualquier sacrificio.
Aparcó frente a su casa alquilada y Paula despertó.
Agarrando sus bolsos, de repente vio su casa a través de los ojos de ella.
Mobiliario básico, paredes blancas, una cocina que permanecía impecable porque nadie la utilizaba.
No es que no tuviese suficiente dinero para comprar su propia casa. Debido a algunas buenas inversiones en los últimos años, él tenía un montón. Incluso había comprado una parcela de tierra con una vista asesina, la cual estaba lista para ser construida.
Pero él no había visto el punto, no cuando no tenía una familia con quien compartirla. No había pasado mucho tiempo en su casa, aparte de dormir y comer. Los incendios forestales habían sido su vida y había estado perfectamente feliz con eso. Por lo menos, pensaba que lo estaba.
Ahora, estaba listo para una mujer. Para niños.
Pero antes de poner sus bolsos en el suelo su teléfono comenzó a sonar. Él sabía quién era y no quería responder.
Pero Paula no le dejaría descolgarse.
—Es Leandro, ¿no? Hay un incendio.
En silencio, maldiciendo a su jefe de equipo, él se estiró hacia ella y la atrajo hacia sí.
—Probablemente. Pero no voy a luchar contra este. Me voy a quedar aquí contigo. Tú me necesitas más. No estuve aquí para ti hace diez años. No voy a cometer el mismo error otra vez.
Su suave beso le dijo que estaba tomando la decisión correcta, pero luego ella lo sorprendió diciendo:
—No tienes que demostrarme que soy lo primero. Ya lo sé. Así como sé que ser un bombero significa contestar la llamada, no importa cuán inconveniente sea —otro beso—. Así que ve, Pedro. Con mi bendición. Siempre tendrás mi bendición.
*****
Pedro se había quedado con ella durante el calvario más duro de su vida. Y ella se quedaría con él por el resto de sus vidas, a través de todos los incendios forestales, sin importar el tiempo que estuviese lejos, sin importar cuánto lo echase de menos.
Y cuando él llegase a casa, habría amor, risas y cosas para compartir. Y un montón de sexo caliente.
El amor a primera vista se había convertido en un amor más grande del que jamás habría soñado que fuese posible.
Dos días más tarde, después de disfrutar de un día en la playa con un gran libro, ella estaba a punto de hacer algo de cenar cuando oyó un coche estacionar en el camino de entrada. Su corazón empezó a palpitar y echó la manta fuera, saltó de la cama, salió corriendo por la puerta principal y echó brazos y piernas en torno a Pedro mientras lo bañaba con besos.
—Has vuelto —dijo en voz baja y su sonrisa en respuesta quitó todo el aire de sus pulmones.
—Te extrañé —dijo él simplemente, ahuecando su cara entre sus manos y besándola, lentamente, dulcemente.
Sus ojos todavía estaban cerrados cuando el beso terminó.
Estar con Pedro de nuevo se sentía como un sueño. El mejor sueño que había tenido. Él presionó besos suaves en sus párpados, frente, pómulos, antes de encontrar su camino de regreso a su boca.
—Hueles como el sol —dijo él contra sus labios.
Él olía a humo y al sudor limpio de un hombre que, una vez más, se había estrellado directamente contra las fronteras de la fuerza humana.
—También hueles bien —dijo ella.
Él se rió, un sonido cálido y seco que hizo que sus dedos de los pies se curvaran.
—Estoy bastante seguro de que necesito una ducha.
Pero ella no quería que se fuera, así que pasó sus dedos a través de su barbilla, los comienzos de una barba raspando ligeramente contra la punta de sus dedos.
—Eres perfecto tal como estas. Siempre lo creí así.
Ella lo miró a los ojos y se sorprendió por la intensidad en aquellas profundidades azules.
—Sabía que eras mía desde el momento en que te vi, Paula —dijo en voz baja—. Quedar embarazada sólo aceleró las cosas. Te amo. Siempre te he amado. Y siempre lo haré.
—Te amo, también —susurró ella—.Por siempre.Para siempre —ella empujó su chaqueta—. Llévame adentro y hazme el amor, Pedro.
Sus ojos brillaron con un deseo tan intenso que casi sentía su piel chamuscarse.
—Nunca he sido capaz de rechazar a una damisela en apuros.
—Estaba contando con eso —dijo Paula antes de presionar sus labios contra los suyos.
Fin
CAPITULO 53 (segunda parte)
Dejando caer la ropa, corrió hacia Pedro, sepultando la cabeza en su pecho.
Él envolvió sus brazos a su alrededor y le acarició el pelo.
A pesar de que se las había arreglado muy bien sola durante diez años, ya no temía admitir ante sí misma que lo necesitaba.
Su fuerza. Su confianza. Su amor.
Cuando estaba con Pedro, finalmente se sentía segura.
—Estaba tan preocupada por ti —dijo en voz baja—. ¿Estás bien?
Él sonrió hacia sus ojos y nunca había visto nada más hermoso que su desaliñada cara bronceada, con cortes, contusiones y todo.
—Nunca he estado mejor. ¿Por qué no estás en la cama? Tienes que estar agotada.
Se echó a reír. Él había sido alcanzado por una bala y quería saber porque ella no estaba en reposo.
—Esta vez eres tú el que necesita descansar —le dijo, dándole un suave beso en los labios—. Has pasado mucho tiempo cuidando de mí y de todos los demás. Por fin es mi turno de cuidarte.
—Estoy bien —insistió, pero quería hacerle entender.
—Durante mucho tiempo me dije que no necesitaba a nadie para cuidar de mí, que no iba a esperar que algún tipo se lanzara en picado a salvarme. Pero estaba equivocada. No se trata de ser salvado, se trata de saber que hay alguien por ahí que siempre te cubrirá la espalda, pase lo que pase —ella se inclinó para besarlo otra vez—. Siempre has sido el fuerte, Pedro. Siempre has sido el que ha estado en mi espalda. Esta vez, déjame cuidarte.
Ahuecando su cara entre sus manos, la besó muy dulcemente, sus labios estaban en línea directa con su corazón.
— ¿Cómo puede un hombre discutir con eso?
Sonriendo, ella dijo:
—Le dije a los médicos que emplearía mis poderes especiales para hacerte entrar en razón.
—Diles que tiren sus píldoras. Tú eres la única medicina que necesito —dijo, antes de preguntar—: ¿Cómo está Agustina? ¿Ya la has visto?
—Justo estaba en su cuarto. Estará bien. Y hablamos, Pedro. Realmente hablamos por primera vez.
—Me alegro —dijo, sonriendo—. No puedo esperar a conocerla para decirle que gran hermana mayor tiene — luego se puso serio otra vez, un músculo saltando en su mandíbula—. ¿Quién era ese hombre del sendero? ¿Por qué estaba detrás de ti? ¿Te hizo daño?
Como si fuera una señal, hubo dos golpes secos en la puerta. Los dos oficiales de policía del campamento entraron en la habitación de Pedro.
—Sra. Chaves, Sr. Alfonso, si no les importa, tenemos algunas preguntas para los dos.
El corazón de Paula saltó, pero la mano de Pedro en la suya la ayudó a calmarse. Nunca había estado cómoda al otro lado de la silla del entrevistador, quería terminar su parte cuanto antes. Hablando rápidamente, resumió la situación lo mejor que pudo. Hablando del complot de venganza del extraño, sintió como si se estuviera viendo a sí misma desde la distancia.
Cuando terminó de contar su parte de la historia, la policía volvió su atención hacia Pedro.
— ¿Así que admite encender el fuego, Sr. Alfonso? —preguntó uno de los oficiales cuándo él terminó de contar su parte de la historia.
La firme mirada de Pedro no vaciló.
—Sí.
Ya había explicado sus razones, que crear una señal de humo era su única oportunidad de ser visto por debajo de la espesa copa de los árboles. No dio excusas o disculpas.
Ahora más que nunca, Paula vio que había arriesgado todo por ella. Su carrera y su vida.
— ¿Entonces el equipo de HotShot ya apagó los fuegos? —preguntó Pedro.
—Sí, pero igual tendremos que hacer un informe por el incendio provocado.
—Entendido.
Los policías cerraron sus cuadernos y se levantaron, pero Paula no tenía la intención de dejarles irse antes de que contestaran a sus preguntas.
— ¿Quién era él?
El policía más alto con el pelo gris contestó.
—Su nombre era Graham Taylor.
Podría decir que querían dejarlo así, pero ella, Pedro y Agustina casi habían muerto en sus manos.
— ¿Qué era ese lugar al que me llevó?
Los oficiales se miraron entre sí, el mayor dándole un rápido asentimiento al más joven, que dijo:
—Un laboratorio de metanfetaminas. Habíamos estado buscándolo durante los últimos meses, pero todos los rastros nos llevaron a su hermano gemelo. Todavía estábamos reuniendo pruebas y no habíamos interrogado ni a Jacobo, ni a Graham —aclarándose la garganta dijo—: Estoy seguro de que estaremos en contacto telefónico con ustedes, en un futuro cercano.
Paula se dejó caer en el borde de la cama de Pedro cuando estuvieron solos otra vez, sorprendida por todo lo que había pasado.
—No puedo creer lo que tuviste que hacer para encontrarnos a Agustina y a mí. Nunca me perdonaré si pierdes tu trabajo.
—Encendería esos fuegos de nuevo, Paula. Si estuvieras en problemas y fuera la única manera de llegar a ti, no vacilaría ni un solo segundo. Puedo conseguir otro trabajo. Pero sin ti, no tengo nada.
Y luego Pedro pasó el dorso de su mano por su mandíbula, haciéndola incapaz de concentrarse en nada más que los temblores corriendo por su cuerpo.
—Hay tantas cosas que quiero decirte ahora mismo. Pero lo más importante es que te amo, Paula. Siempre te he amado. Siempre lo haré.
Ella llevó sus manos a sus labios y besó su piel caliente.
—Te amo, también. Siempre y para siempre.
Sus ojos comenzaban a cerrarse y podía ver lo difícil que le era mantenerse despierto.
—No iré a ninguna parte, Pedro. Lo prometo. Ahora mismo lo más importante es que descanses.
Lo miró dormir durante un par de horas, su corazón lleno de alegría. Mientras que los tres últimos días casi habían tomado todo lo que amaba, milagrosamente, había salido al otro lado con más amor del que había soñado posible.
Todavía sosteniendo la mano de Pedro, finalmente tranquilo, cerró los ojos y apoyó su cabeza hacia atrás en la silla. La siguiente vez que los abrió, encontró a Pedro despierto y contemplándola, con sus ojos azules oscuros y apasionados.
Él abrió sus brazos y ella se metió lentamente en la cama, con cuidado de no rozar su muslo.
— ¿Te hago daño? —le preguntó, a pesar de que no tenía intención de abandonarlo.
—Lo único que me hace daño es tenerte lejos.
Sus labios dejaron un sendero de besos por su rostro, por debajo del lóbulo de su oreja, deteniéndose en el punto sensible en su cuello.
—Estoy bastante segura que el médico no se refería a esto cuando dijo que tenías que descansar.
Sintió la sonrisa de Pedro contra su piel.
—Cada uno a lo suyo. Todo lo que puedo decir es que ya me siento mejor.
Sus besos se sentían tan bien que ella quería hundirse en ellos y olvidarse de todo, pero había tantas cosas que necesitaba que él supiera.
Apartándose un poco, fue hipnotizada por el brillo en sus ojos, que le dijeron lo mucho que la deseaba. De nuevo se sorprendió porque la deseara, tal y como había hecho a los dieciocho años.
De todas las mujeres a las que podría haber elegido, la había escogido a ella. Y ella lo había elegido a él.
Sólo que esta vez, realmente iba a tener el cuento de hadas.
Todo el asunto, no sólo los créditos de inicio.
—No puedo esperar a oír lo que estás pensando —bromeó, apartando un bucle de sus ojos. Ante la silenciosa pregunta de ella, él dijo—: Tu cerebro siempre está funcionando, siempre trabajando, siempre cuestionando. Es una de las cosas que he amado en ti desde el principio.
La sonrisa de ella fue enorme.
—Estaba pensando en nosotros. Acerca de nuestro futuro.
Hizo una pausa y lo miró para ver si la palabra “futuro” lo había asustado, pero su expresión permanecía abierta y cariñosa, muy lejos de la cerrada expresión que había tenido durante la primera mitad de su viaje para encontrar a Agustina.
—Antes, cuando Agustina y yo hablamos, me dijo que no es culpa mía que sea una fanática del control —él se rió entre dientes cuando lo dijo—. Pero finalmente he entendido que es hora de soltarme. No sólo con Agustina, para que pueda vivir su propia vida, sino contigo y conmigo. No sé lo que ocurrirá, Pedro. No puedo predecir lo que habrá en nuestro futuro. Cuando tenía dieciocho años, estaba asustada, así que me fui. Pero ahora no tengo miedo de arriesgar mi corazón contigo.
La boca de Pedro bajó sobre la suya en un beso tan dulce y lleno de amor que trajo lágrimas a sus ojos.
Pero había algo más que necesitaba saber.
— ¿Qué pasa con todo lo que dijiste? ¿Sobre qué necesitabas alejarte de mí debido a lo que pasó después de que me fui?
Su agujero negro. ¿Cómo podría perdonarse a sí misma si él terminaba de nuevo en ese lugar oscuro?
Su respuesta fue rápida. Segura.
—Me arriesgaría a mil agujeros negros por la oportunidad de amarte Paula. Porque no estar contigo me va a doler mucho más que cualquier otra cosa. Incluso caer por un precipicio —bromeó.
Y luego se estaban besando otra vez y su mano se abría paso por debajo de la sábana cuando la puerta se abrió.
—Les diría que consiguieran una habitación —bromeó una enfermera— pero me temo que incluso eso no les serviría por aquí.
No sintiendo el menor arrepentimiento, Paula se acurrucó más cerca de Pedro. No podía esperar para comenzar su nueva vida.
Juntos.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)