Casi una semana después...
Después de haber caído en un profundo sueño en el avión desde Vail, Paula todavía estaba aturdida mientras se dirigían hacia el coche de Pedro en el estacionamiento del aeropuerto de San Francisco.
Y entonces estaban de pie delante de su viejo Jeep verde y los recuerdos se precipitaron hacia atrás, uno después del otro. De Pedro enseñándole a manejar con transmisión manual y luego reírse cuando ella se estancaba en medio de la intersección y los coches desde los cuatro costados comenzaban a tocar la bocina. De conducir a una de las pequeñas y desiertas playas del lago Tahoe y de hacerlo en el asiento delantero, luego, arrojar sus ropas e ir a nadar desnudos bajo la luna llena.
Ella había tenido tanta diversión sentada junto a Pedro en el Jeep. Más diversión de la que nunca había tenido con nadie más. Por no hablar de placer más allá de sus sueños más salvajes.
—Todavía tienes el Jeep.
Sus ojos oscuros estaban llenos de calor.
—No podía deshacerme de él. No cuando se sentía como mi única conexión contigo.
—Me alegro de que no lo hicieras.
Relajándose en el asiento del acompañante, Paula se sentía cada vez más suelta y más ligera mientras los kilómetros pasaban y ellos comenzaban a subir a las montañas.
Esa mañana, Agustina se había dirigido de regreso a la Granja para volver a conectar con sus amigos y tomar algunas decisiones sobre qué hacer a continuación. Aunque era difícil dejar que su hermana hiciera la caminata de regreso hacia la montaña por su cuenta, Paula sabía que tenía que dejarla ir y que viviera su propia vida por duro que fuera.
Como era de esperar, Pedro se recuperó rápidamente de sus heridas. Después que Cristian hubiese llegado al hospital, a todos los lugares a los que Paula iba escuchaba tanto a las enfermeras femeninas como a los médicos hablando de los “magníficos bomberos” del quinto piso.
Paula nunca dejaría de sentirse afortunada porque Pedro fuera su bombero.
Después de una larga conversación con su amiga y productora, Elena, ambas coincidieron en que Paula no estaba lista para volver y ser la anfitriona del Informativo de la Costa Oeste todavía. No sin un largo período de vacaciones primero. Por eso, cuando Pedro le había pedido regresar al Lago Tahoe con él, había aceptado de inmediato.
Y entonces habían recibido la buena noticia de la policía de las Montañas Rocosas. El Servicio Forestal no iba a presentar cargos contra Pedro, la explicación había sido que el ahora extinto laboratorio de metanfetamina que había ayudado a disolver era una amenaza mucho mayor que los incendios forestales de un puñado de bengalas en las manos de un célebre HotShot.
Se sentía contenta mientras sostenía la mano de Pedro sobre la palanca de cambios y miraba por la ventanilla, el Lago Tahoe nunca le había parecido más hermoso. Cuando era niña, no había sido ciega a su belleza, pero la única vez que había experimentado todo lo que la pintoresca ciudad tenía para ofrecer había sido cuando salía con Pedro.
Después de su separación había obviado las Sierras siempre que era posible, para evitar encontrarse cara a cara con sus recuerdos. Ahora, simplemente no podía esperar a pasar algo de tiempo redescubriendo el hogar de su infancia al lado de su verdadero amor.
Alguna vez habían tenido paseos por los bosques, ir a sentarse en la playa y hablar, tostar malvaviscos frente a una fogata. Dejando que la cálida brisa a través de la ventanilla abierta se precipitara a través de su piel, ella simplemente no podía esperar a continuar con su nueva vida con Pedro.
*****
*****
Pedro podía ver que Paula estaba agotada. Había manchas oscuras bajo sus ojos, y su clavícula sobresalía ligeramente por debajo de su camisa.
Iba a pasar cada hora, cada minuto por el resto de su vida cuidándola. Incluso si tuviera que ir a trabajar a una estación urbana para vivir en la ciudad, renunciar a los incendios forestales valdría la pena. Paula valía cualquier sacrificio.
Aparcó frente a su casa alquilada y Paula despertó.
Agarrando sus bolsos, de repente vio su casa a través de los ojos de ella.
Mobiliario básico, paredes blancas, una cocina que permanecía impecable porque nadie la utilizaba.
No es que no tuviese suficiente dinero para comprar su propia casa. Debido a algunas buenas inversiones en los últimos años, él tenía un montón. Incluso había comprado una parcela de tierra con una vista asesina, la cual estaba lista para ser construida.
Pero él no había visto el punto, no cuando no tenía una familia con quien compartirla. No había pasado mucho tiempo en su casa, aparte de dormir y comer. Los incendios forestales habían sido su vida y había estado perfectamente feliz con eso. Por lo menos, pensaba que lo estaba.
Ahora, estaba listo para una mujer. Para niños.
Pero antes de poner sus bolsos en el suelo su teléfono comenzó a sonar. Él sabía quién era y no quería responder.
Pero Paula no le dejaría descolgarse.
—Es Leandro, ¿no? Hay un incendio.
En silencio, maldiciendo a su jefe de equipo, él se estiró hacia ella y la atrajo hacia sí.
—Probablemente. Pero no voy a luchar contra este. Me voy a quedar aquí contigo. Tú me necesitas más. No estuve aquí para ti hace diez años. No voy a cometer el mismo error otra vez.
Su suave beso le dijo que estaba tomando la decisión correcta, pero luego ella lo sorprendió diciendo:
—No tienes que demostrarme que soy lo primero. Ya lo sé. Así como sé que ser un bombero significa contestar la llamada, no importa cuán inconveniente sea —otro beso—. Así que ve, Pedro. Con mi bendición. Siempre tendrás mi bendición.
*****
Pedro se había quedado con ella durante el calvario más duro de su vida. Y ella se quedaría con él por el resto de sus vidas, a través de todos los incendios forestales, sin importar el tiempo que estuviese lejos, sin importar cuánto lo echase de menos.
Y cuando él llegase a casa, habría amor, risas y cosas para compartir. Y un montón de sexo caliente.
El amor a primera vista se había convertido en un amor más grande del que jamás habría soñado que fuese posible.
Dos días más tarde, después de disfrutar de un día en la playa con un gran libro, ella estaba a punto de hacer algo de cenar cuando oyó un coche estacionar en el camino de entrada. Su corazón empezó a palpitar y echó la manta fuera, saltó de la cama, salió corriendo por la puerta principal y echó brazos y piernas en torno a Pedro mientras lo bañaba con besos.
—Has vuelto —dijo en voz baja y su sonrisa en respuesta quitó todo el aire de sus pulmones.
—Te extrañé —dijo él simplemente, ahuecando su cara entre sus manos y besándola, lentamente, dulcemente.
Sus ojos todavía estaban cerrados cuando el beso terminó.
Estar con Pedro de nuevo se sentía como un sueño. El mejor sueño que había tenido. Él presionó besos suaves en sus párpados, frente, pómulos, antes de encontrar su camino de regreso a su boca.
—Hueles como el sol —dijo él contra sus labios.
Él olía a humo y al sudor limpio de un hombre que, una vez más, se había estrellado directamente contra las fronteras de la fuerza humana.
—También hueles bien —dijo ella.
Él se rió, un sonido cálido y seco que hizo que sus dedos de los pies se curvaran.
—Estoy bastante seguro de que necesito una ducha.
Pero ella no quería que se fuera, así que pasó sus dedos a través de su barbilla, los comienzos de una barba raspando ligeramente contra la punta de sus dedos.
—Eres perfecto tal como estas. Siempre lo creí así.
Ella lo miró a los ojos y se sorprendió por la intensidad en aquellas profundidades azules.
—Sabía que eras mía desde el momento en que te vi, Paula —dijo en voz baja—. Quedar embarazada sólo aceleró las cosas. Te amo. Siempre te he amado. Y siempre lo haré.
—Te amo, también —susurró ella—.Por siempre.Para siempre —ella empujó su chaqueta—. Llévame adentro y hazme el amor, Pedro.
Sus ojos brillaron con un deseo tan intenso que casi sentía su piel chamuscarse.
—Nunca he sido capaz de rechazar a una damisela en apuros.
—Estaba contando con eso —dijo Paula antes de presionar sus labios contra los suyos.
Fin
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