miércoles, 23 de septiembre de 2015
CAPITULO 11 (primera parte)
Una hora más tarde, Paula estaba sentada sobre una desteñida colcha en un motel a dos manzanas del anterior, intentando olvidar el beso de Pedro y la forma en que su suave contacto había traspasado directamente hacia su corazón. Los anhelos prohibidos desgarraron hasta el último de sus principios, presionándolos hasta el punto de ruptura.
Sus años como investigadora de incendios provocados deberían darle una ventana a la vida de Pedro como potencial bombero convertido en pirómano. Y sin embargo, ella sólo podía verlo a través de los ojos de una mujer, como un hombre que sabía darle todo lo que deseaba.
Pero era más que sus besos lo que la atraían. Todo lo que él dijo sobre su hermano había sido sincero. Incluso su sorprendente ofrecimiento de ayudarla a investigar el incendio del apartamento que había matado a Antonio.
No había dejado a nadie acercarse tanto desde la muerte de su hermano. Pero Pedro no había esperado a que ella abriera la puerta. Había entrado antes de percatarse siquiera de lo que había ocurrido y consiguió que hablara de su hermano y de lo mucho que lo echaba de menos.
Un fuerte estruendo en el aparcamiento la asustó y saltó fuera de la cama. Su conversación y su beso con Pedro habían ocupado tanto espacio en su cabeza que casi se había olvidado no sólo del incendio en su habitación, sino de la horrible nota que alguien le había dejado en la caja de combustión. Le golpeó nuevamente que estaba en peligro, y su corazón latía rápidamente mientras se preparaba a sí misma para luchar contra un depredador desconocido, con las manos en alto y las piernas separadas.
Los segundos pasaban mientras esperaba que alguien se estrellara contra la puerta. Pero los únicos sonidos que le siguieron fueron la televisión encendiéndose en la habitación de al lado y el tirar de la cadena del retrete. Se sentó en el borde de la cama, respirando profundamente un par de veces mientras esperaba a que los latidos de su corazón volvieran a la normalidad. Alguien había cerrado de golpe la puerta de un coche o encendido un oxidado motor y ella simplemente se había perdido.
Eso es lo que obtenía por idealizar a su sospechoso y quitar la vista del objetivo por un segundo. Trabajo. Tenía que volver al trabajo.
Primero, llamó a la agencia de alquiler de coches, pero su mensaje saliente decía que estaban cerrados por la noche y no volverían a abrir hasta las diez de la mañana. Se suponía que tenía que reunirse con el piloto de helicópteros en la pista de aterrizaje a las seis de la mañana, pero sin coche no tenía modo de llegar allí.
Rebuscó en su bolso por un número de contacto de emergencia para el piloto de Vuelos de Lujo. La recepcionista con la que había hablado esa mañana le había dicho que llamara si había algún cambio en su horario. Cinco minutos después, estaba revisando los detalles con un tipo llamado Dennis. Él vendría a recogerla al motel y la traería de vuelta cuando terminaran.
Colgando el teléfono, alzó la mirada y captó un destello de ella misma en el espejo sobre la cómoda. Pasó la mano sobre su desaliñado cabello. Su traje estaba cubierto de arena y hollín. Parecía que había estado en zona de guerra.
Fácilmente podría comprar un peine y arreglarse el cabello, pero puesto que su maleta había sido destruida en el incendio, ponerse ropa limpia no sería tan fácil.
Otra vez, fue golpeada por una profunda sensación de violación, a pesar que sólo había perdido una maleta y su ordenador. Y fue una extraña sensación, estar asustada. Se alisó la ropa y sacudió su cabello mientras se ponía de pie.
Se negaba a dejar que el miedo, o incluso la ira, obtuvieran lo mejor de ella ni un minuto más. Necesitaba salir de su habitación. Conseguir algo para comer. Comprar algo de ropa para ponerse a la mañana siguiente. Luego arrastrarse debajo de las mantas y descansar un poco.
Necesitaba estar alerta mañana. Pedro, estaba segura, iría tras su rastro. Y sabía exactamente como pulsar cada uno de sus botones.
Bueno, ella estaría empujando de regreso. Con fuerza. Y no pararía hasta que supiera quién era el responsable tanto del incendio en el Desierto de Desolation como del incendio de la noche pasada y la nota.
Se dirigió a la tienda de regalos y agarró un par de las camisetas menos ofensivas y unos pantalones de chándal de entre los equipos a la venta de “Amo Lago Tahoe”, junto con un par de Crocs.
Compraría ropa apropiada mañana cuando las tiendas normales abrieran, pero dudaba que al piloto del helicóptero le importase si llevaba pantalones de chándal y unos zapatos de plástico reciclado a las seis de la mañana.
Demonios, probablemente esperaría personas que estuvieran hechas una mierda al amanecer. Las bragas eran lo único que realmente le hicieron detenerse, la palabra “Lago” en una nalga y “Tahoe” en la otra, culminaban con un gran corazón en la entrepierna. Puesto que nadie iba a verla sin ropa, no importaba.
Y entonces, justo cuando iba a dirigirse a la cafetería adjunta al motel, decidió hacer una llamada más, para investigar algo que la había estado molestando todo el día. Usando un teléfono de pago en el recibidor del hotel, llamó al número de denuncias anónimas.
—Hola. Lago Tahoe Detención de Crímenes. ¿Cómo puedo ayudarle?
Paula explicó rápidamente que era una investigadora de incendios provocados que trabajaba en el caso del Desierto de Desolation y le dio sus números de empleada de Cal Fire y de seguridad social para que la mujer pudiera introducirlos en el sistema y verificar su identidad.
—Esperaba que pudiera localizar el audio de una denuncia hecha el lunes por la tarde.
Escuchó a la mujer teclear en su ordenador.
—Lo tengo. ¿Le gustaría escucharlo ahora?
—Sí, gracias.
Un momento después, escuchaba una voz muy extraña decir:
—Llamo para indicar que alguien que conozco está iniciando fuegos en el Desierto de Desolation. Su nombre es Pedro Alfonso. Y es un bombero HotShot.
La ansiedad creó un nudo en el estómago de Paula.
—¿Podría volver a ponerla? —pidió, pero incluso tras escucharla varias veces seguidas, Paula no podía decir si el que hablaba era un hombre o una mujer. La voz tenía un tono irreal.
—Hay algo extraño en la voz, ¿verdad?
—Ahora que lo menciona —dijo la mujer— suena extraña. Casi como si fuera una máquina y no una persona. Fue un buzón de voz dejado después de hora, de otra manera le dejaría hablar directamente con la persona que tomó el mensaje.
Paula dio las gracias a la mujer y se dirigió a la cafetería.
Diez minutos después miraba fijo hacia su ensalada de pollo y arándanos, recordando lo que Pedro le había dicho sobre alguien mencionándolo en la denuncia por resentimiento.
¿Estaría en lo cierto? Había sido muy amable con lo de su hermano. ¿Podía Pedro hacer algo tan cruel? Otra vez se preguntaba, ¿debería ser siquiera un sospechoso?
Su estómago rugía, pero no podía comer. Debería simplemente meterse en la cama e intentar dormir.
La camarera se percató de que no había tocado el plato cuando pasó a su lado.
—¿Va todo bien, cariño?
Paula miró a la mujer. La respuesta correcta era Sí, todo va bien, pero había sido un día condenadamente largo y no podía mentir.
—Ha sido un día muy largo —dijo suavemente.
La mujer asintió con simpatía.
—Hace poco yo misma tuve algunos así —la mujer levantó un dedo— vuelvo enseguida con algo que está destinado a animarte.
Diez segundos después deslizó una gruesa porción de tarta de crema de chocolate en frente de Paula.
—Esto debería ayudar en algo. Seguro como el infierno que es mejor que una ensalada.
Era un dulce gesto de una extraña, así que Paula interpretó su parte recogiendo el tenedor y deslizándolo en la tarta. Se obligó a tragar un pedazo y alzó los labios en una mueca que se aproximó a una sonrisa.
—Ahí lo tienes —la mujer sonrió—. Lo único que puede ayudar a curar un corazón roto es la tarta de chocolate.
Siempre funciona.
Paula se las arregló para sostener el tenedor hasta que la camarera se fue por las puertas giratorias de la cocina. Hizo algo de ruido sobre la mesa antes de arrojar veinte dólares, luego se deslizó hacia la puerta y se apresuró a salir de la cafetería.
Un corazón roto. Dios, no, no era eso en absoluto. Pedro no había roto su corazón. Él no podía hacerlo. Ni en un millón de años se permitiría tener sentimientos por un sospechoso.
No importaba lo bien que besara. O lo cercano que era con su cuerpo. O cuánto quería que pusiese sus brazos alrededor de ella y la sostuviera.
Pero incluso después de una larga ducha caliente y una hora de soporíferos realitys de televisión, no podía dormirse. No con todas las mentiras que se había dicho a sí misma golpeando todas juntas en su cabeza.
CAPITULO 10 (primera parte)
—¿Qué demonios ocurre aquí, Pedro?
Pedro sabía que no había razón para contenerse con Patricio. No importaba lo que dijera o no a su amigo, las noticias de su suspensión viajarían rápido. La comunidad de bomberos era pequeña y hermética. Nadie investigaba donde no eran bienvenidos, pero era imposible mantener información pública en secreto.
—McCurdy me suspendió. Esta tarde. Cree que yo encendí el fuego de Desolation.
—Jesús —dijo Patricia exhalando fuerte, luciendo tan perplejo como Pedro nunca lo había visto— ¿Cómo se supone que cualquiera de nosotros hará este trabajo si vamos a estar bajo sospecha todo el tiempo? ¿Qué es lo próximo, que no hagamos barbacoas en nuestros patios porque seremos arrestados por comportamiento temerario?
Pedro apreció el apoyo de su compañero. Aunque no significara nada en el gran esquema de las cosas. Pero necesitaba averiguar todo lo que pudiera sobre el fuego de este motel. Alguien iba detrás de Paula. Y necesitaba averiguar quién. Y por qué.
Obviamente, nada había cambiado en los seis meses desde que la había visto porque todavía no era lo bastante inteligente como para alejarse del peligro. Especialmente cuando eso significaba que ella era un objetivo fácil.
—¿Algo más que debería saber sobre este fuego?
Patricio se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez no debería decírtelo. Después de todo, eres sospechoso de un incendio provocado.
Pedro no movió un músculo, no hasta que estuviera seguro de si su compañero estaba jugando con él.
Patricio le dio una palmada en el hombro.
—Sólo bromeaba. Lo siento, no debería estar jodiéndote. No me importa con lo que salgan esos imbéciles del Servicio Forestal, todos sabemos que tú no eres al que están buscando.
Pedro forzó una sonrisa. Una cosa era tener un montón de trajeados tras él. Pero una vez que otros bomberos comenzaran a dudar, su carrera estaría acabada. La amenaza de incendio provocado lo perseguiría fuera del estado, del país. No sólo en Lago Tahoe.
—Me alegra saber que me cubrirás las espaldas.
Patricio miró su cuaderno de notas.
—Hasta ahora todo lo que tenemos es una caja de combustión y una carta inquietante. Te llamaré si aparece alguna huella dactilar.
Pero Pedro no había terminado de preguntar.
—Háblame del hermano de Paula.
—Sólo me encontré con él un par de veces. Se inscribió el año pasado, antes que yo tomara el control, lo cierto es que era un chico joven y energético con un gran futuro por delante.
No era de extrañar que ella se hubiera enfurecido cuando la había acusado de no respetar a los bomberos. No sólo su padre había sido un ídolo, sino que su hermano había perdido su vida en el trabajo. Vagamente recordaba encontrarse con Antonio Chaves una noche en un bar, pero el verano pasado había sido agitado, y hubo un puñado de novatos con los que realmente no tuvo tiempo para confraternizar hasta que el invierno golpeó de verdad, a finales de Diciembre, y tuvo algo de tiempo libre. Antonio ya había muerto para entonces.
—¿Qué ocurrió?
Patricio sacudió la cabeza.
—Habitual incendio en un apartamento. Algunos chicos lo prendieron, probablemente se quedaron dormidos y dejaron caer un porro encendido en una vieja alfombra. Antonio estaba en el techo asegurándose de que todos salían, cuando la viga que sostenía el tejado se derrumbó.
Pedro recordó escuchar sobre un edificio de apartamentos que había ardido hasta los cimientos a mediados de Noviembre. Sólo unos días antes de que Paula hubiera entrado en el bar de su amigo. Su breve conversación acudió a su memoria. Ella le había dicho que estaba en Tahoe para vaciar el apartamento de su hermano y qué él ya se había ido. Pedro había asumido que un cambio de trabajo era la razón de que su hermano hubiera dejado el pueblo, tal vez incluso la cárcel, pero no la muerte.
No le extrañó que se hubiera desahogado en sus brazos.
—No pudieron sacarlo de allí, ¿verdad?
—No, ardió con el edificio.
Ella no había sido capaz de echar una última mirada a su hermano, de escoger entre ataúdes y entre una vigilia abierta o cerrada. Probablemente no podía soportar ver a un potencial pirómano sin querer hundir un cuchillo en el pecho del tipo. Su pecho.
—Honestamente… —Patricio se restregó una mano contra la barbilla—. No sé si ella debería estar investigando incendios. No hasta que se recupere de lo que le ocurrió a su hermano. Si puede.
Pedro se encontró preguntándose lo mismo. Pero algo le decía que él y Paula no eran tan diferentes. Si estuviera en sus zapatos, haría la misma maldita cosa.
—Ella está haciendo lo que tiene que hacer —dijo él en respuesta—. Ni tú ni yo podríamos alejarnos de nuestros trabajos después de la pérdida de un hermano. Ella tampoco.
Patricio refunfuñó en aceptación y Pedro le agradeció la información, luego agarró una linterna de un camión cercano, sin molestarse en encenderla mientras se dirigía a localizar a Paula. El enfado lo había impulsado desde el momento en que ella había pronunciado la palabra “suspensión” hasta que escucharon sobre el incendio del motel en su radio. Pero ahora que ella había sido el objetivo de un incendiario, y especialmente dado lo que le había ocurrido a su hermano, no podía sostener su ira.
Ni siquiera frente a una brutal suspensión.
La encontró sentada en la arena, mirando el lago. Parecía pequeña y triste, sus brazos envueltos alrededor de las piernas.
Instintivamente, quiso tomarla en sus brazos. Tenía que estar asustada. Cualquiera lo estaría tras leer esa nota. Pero él sabía que ella nunca aceptaría su consuelo, no cuando todavía estaban parados en lados opuestos del fuego.
De alguna manera, tenía que ponerlos en el mismo lado.
Encendió la linterna y la movió sobre su cabeza en advertencia. Ella saltó y se giró con arena volando debajo de sus pies.
Su mano fue hacia su pecho y él, instantáneamente, se arrepintió de alumbrarla. Especialmente después de que su habitación del motel hubiera sido bombardeada por alguien que estaba dejándole notas amenazadoras.
—Déjeme sola, Señor Alfonso.
—Lamento lo de tu hermano.
La sorpresa se instaló en su rostro, pero rápidamente la apagó
—¿Siempre sientes lástima por tu investigador? —Dijo ella, retorciendo sus anteriores palabras—: Interesante estrategia.
Pedro comprendió por dónde iba. Demonios, hacía una hora él la estaba alejando. Pero saber lo que le había ocurrido a su hermano cambiaba todo.
—Esa es la razón por la que estuviste aquí hace seis meses. Es por lo que viniste al bar —se detuvo, acercándose a ella— eso era lo que estaba mal. Por lo que llorabas.
Su cabeza estaba ladeada y él no podía ver su rostro.
—Lo echo tanto de menos. Cada día. Ni siquiera había estado en Tahoe un año.
Ella alzó la mirada hacia él y no había ninguna lágrima sobre su rostro, pero el dolor abrumaba sus hermosos rasgos.
—No descansaré hasta que encuentre al pirómano que lo asesinó.
—Si yo fuera tu —dijo Pedro con voz tranquila— me sentiría igual. Yo estaría aquí haciendo lo mismo, rastreando todas las pistas.
Su boca se retorció como si hubiera saboreado algo amargo.
—Fuiste mi único error. Dios, desearía no haberte conocido nunca.
—Auch.
Y, sin embargo, comprendió de dónde venía. Nadie quería que le recordaran sus cagadas. No importaba que no fueran a propósito.
—Poner a los pirómanos entre rejas es la única cosa que importa ya.
Tenía que preguntar.
—¿Y tus amigos? ¿El resto de tu familia?
Ella le lanzó una mirada extraña.
—¿Qué eres, una especie de adivino?
Dio otro pequeño paso hacia ella, queriendo acercarse sin asustarla.
—No, ¿por qué dices eso?
—Es de locos, pero estaba justo pensando en... —sus palabras se desvanecieron y ella lo miró de nuevo, casi como si estuviera viéndolo por primera vez—. No puedo contarte estas cosas. Ni siquiera debería estar hablando contigo.
Pero él quería que el diálogo continuara, quería tantear su extraña conexión y ver si había algo.
—Sólo me encontré con tu hermano una vez, muy brevemente. Desearía haberlo conocido mejor. Que tuviera historias que contarte.
—No quiero hablar de él.
Pero él no le creía.
—Estaría feliz de hablar con los chicos que conozco en el pueblo, averiguar si había ocurrido algo raro la noche en que él... —se detuvo a sí mismo justo a tiempo.
Ella lo miró fijo con sorpresa. O tal vez era ira.
—Sé que no eres sordo. Sé que me escuchaste decirte que lo dejaras. ¿A qué demonios estás jugando?
Él sostuvo sus manos en alto.
—A nada. Lo juro. Sólo quiero que sepas que comprendo cómo te estás sintiendo. Cuán duro es perder a alguien así, tan de repente.
Si las miradas pudieran matar, ella lo habría golpeado de muerte en ese momento.
—Tú no sabes nada sobre mí. Y no tienes ni idea de lo que es perder a alguien así.
Estaba equivocada. Él lo sabía.
—En mi primer año en el equipo, fui emparejado con Kenny así él podría mostrarme cómo funcionaba todo. Había estado haciendo esto mucho más tiempo de lo que yo había vivido, él había combatido incendios forestales que yo no podía siquiera imaginar y había salido victorioso sin siquiera perder la sonrisa. Y entonces un día, estábamos haciendo senderos en un pequeño fuego cuando una relampagueante tormenta se alzó. Él estaba muerto antes de que siquiera me percatara de lo que había ocurrido. —Le sostuvo la mirada—. Sé que soy tu principal sospechoso. Que ésta es tu investigación y que tienes que hacer tu trabajo. Pero aún así quiero que sepas que lamento mucho lo de tu hermano.
Paula respiró profundamente, entonces dijo:
—Tus condolencias no cambian el hecho de que no conociera a otra alma en Tahoe después de... después de verte en el bar. Y quien sea que escribiera esa nota me conoció exactamente hace seis meses.
—Gabriel y yo hablamos durante unos minutos después de que te escabulleras —dijo él, y sus mejillas se sonrojaron cuando continuó—: Fui directo a la cabaña de Jose desde la estación. No hay modo que pudiera haber incendiado tu habitación. No sin una lata de fluido inflamable y una cerilla... y una llave de tu dormitorio.
Pedro no había pasado tanto tiempo defendiéndose a sí mismo desde que tenía diecisiete años... y siendo culpable del cargo. Esta vez las cosas eran diferentes.
Era inocente.
—Siéntete libre de registrar mi camioneta. Ambos sabemos que no encontrarás nada. Y nunca asustaría a una mujer así. No con un fuego. No con una inquietante notita. Si quisiera terminar con esto, lo haría aquí. Ahora. Cara a cara. Dándote la opción de defenderte.
—No me asusta, Señor Alfonso.
Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras se mantenía firme, sus altos pómulos y los ojos ligeramente rasgados eran impresionantes a la luz de la luna.
Y aunque sí le tenía miedo, admiraba el modo en que le mentía. Era fuerte. Inteligente. Y tan condenadamente sexy que incluso mientras mentalmente se ponían en guardia el uno con el otro, su cuerpo no le dejaría mantener una distancia segura.
—Quien fuera que escribió esa nota está equivocado, Paula. No eres bonita.
Las palabras encontraron el camino desde su cerebro a su boca antes que pudiera detenerlas, y ella abrió la boca por la sorpresa.
—Eres hermosa. Nunca te olvidé, nunca olvidé cómo sabías, lo sexy que eras.
Él estaba lo bastante cerca ahora para que ella se balanceara en su dirección, y la agarró, arrastrando sus exquisitas curvas contra él. Deslizó una mano en su cabello, acunando su cabeza. Ella estaba temblando, y aunque no la había convencido de que era inocente, quería protegerla al mismo tiempo.
Bajó la boca hacia la de ella, y sus labios fueron más suaves y más dulces de lo que recordaba. Nunca había conocido a una mujer con tanta pasión enterrada en lo hondo de su ser.
En segundos le demostró que estaba en lo cierto, su beso furioso y duro al principio, luego seductor y provocativo.
Quería saber todas las cosas para complacerla, descubrir todos sus secretos.
Con nada más que un beso, lo cautivó como ninguna otra mujer lo había hecho.
Seis meses desaparecieron y fue como si estuvieran de regreso en el bar de su amigo con los dedos de ella aferrados a sus hombros y sus manos moviéndose hacia abajo pasando por su cintura para ahuecar su increíble trasero.
Sólo que ahora ella no pensaba que él era un hombre inocente.
—No hice lo que piensas —susurró él contra sus labios—. Nunca te lastimaría.
Ella lo empujó con todas sus fuerzas, sus ojos ardiendo con calor. Lo deseaba. Estaba seguro de eso. Pero tenía miedo de confiar en él. Y entonces parpadeó, y cuando lo miró de nuevo vio hielo donde había existido una desesperada necesidad.
—No me toques de nuevo —ella borró su beso con el reverso de su mano—. Y deberías saber que llamé a mi jefe. Se lo conté todo.
Extrañamente, la decepción le golpeó de lleno en el pecho.
Probablemente ella se habría ido para mañana. Debería estar contento de verla irse, pero no lo estaba.
—Así que, ¿cuándo va a enviar al nuevo chico?
—Sorpresa. No importa. Todavía estás atascado conmigo. Ahora, quítate de mi camino antes que llame a la policía.
Pedro se retiró a un lado y la dejó irse aunque quería agarrarla y besarla una y otra vez hasta que ella olvidara la carta, y sus cosas se deshicieran en humo. Hasta que ella le creyera cuando le decía que era inocente.
En cambio, él iba a ir directo al Desierto de Desolation sobre los senderos detrás de la casa de Jose y cubrir el mismo terreno por el que había ido una docena de veces durante las últimas dos semanas, para asegurarse que no había nuevos incendios que apagar.
CAPITULO 9 (primera parte)
Una amplia sonrisa brilló en la oscuridad. Había sido perfecto el pequeño fuego, cronometrado a la perfección.
Cuando ella había leído la nota había sido tan satisfactorio ver el miedo en su rostro.
Pronto iba a conseguir lo que estaba yendo hacia ella.
Muy pronto.
Pero no demasiado pronto, no antes de que un par de incendios más fueran prendidos, no antes de que ella tuviera que trabajar realmente por ello.
Iba a ser muy divertido verla dar vueltas en círculos. Y mientras tanto, el incendiario estaría justo ahí debajo de su nariz.
Hoy había sido un día muy bueno.
Mañana sería aún mejor.
CAPITULO 8 (primera parte)
Las emociones de Paula estaban por todo el lugar. Había pasado de la frustración a la excitación, a la simpatía y a la ira en cuestión de minutos. Sin embargo, en este momento, estaba luchando contra el miedo. Lo más probable era que este fuego en su motel fuera nada más que una coincidencia de mierda. Probablemente, sólo un accidente al azar, algunos turistas borrachos que habían encendido porros y luego los dejaron caer en la alfombra cuando se desmayaron por el exceso de sol y bebidas.
Sin embargo, se pregunto si Pedro podría estar involucrado de alguna manera. Después de todo, había conseguido unos buenos diez minutos a solas con Jose después de salir de la estación de bomberos, lo que habría sido tiempo más que suficiente para que Pedro dejara la estación, armara un incendio en su motel y entonces se dirigiera tras ella.
Pero no importa cómo lo mirara, no podía olvidar que él era un bombero forestal. Un HotShot. Ella quería desesperadamente creer que era inocente.
¿Y si no lo era?
—Saldré de aquí, gracias —dijo, tirando de la manija de la puerta en vano, mantenida en cautiverio por el bloqueo automático. A pesar de que estaban atrapados en una luz roja a una cuadra de su motel, ella quería salir de su coche.
Ahora. Tenía más que suficiente adrenalina para correr a toda velocidad el resto del camino.
—Espera, estaremos allí en treinta segundos —fue su respuesta.
Mientras entraban en el estacionamiento ella presionó todos los botones en la puerta hasta que el bloqueo finalmente se abrió. Agarrando su bolso y herramientas, saltó fuera mientras los neumáticos de la camioneta todavía estaban girando. Segundos más tarde, Pedro estaba siguiéndola de cerca.
Varios camiones de bombero, rojos y amarillos, bloqueaban el motel de la vista y ella supuso que era por lo menos un incendio nivel tres. Tal vez cuatro. Todo se cerró sobre ella y quería, sólo por un segundo, poder darle la espalda al fuego.
Este había devastado su vida, y aún así caminaba hacia él una y otra vez.
Uno de los bomberos se volvió y los vio.
—Oye, Pedro, no esperaba verte aquí. No con el incendio forestal ardiendo en Desolation.
—Mi equipo tiene el fuego cubierto esta noche, Bob. ¿Qué está pasando aquí?
Paula contuvo la respiración mientras esperaba su respuesta. Tenía que saber si el incendio fue un accidente.
O si ella era el objetivo.
—Recibimos una llamada hace veinte minutos avisando que había humo saliendo de debajo de una de las puertas.
Paula dio un paso más cerca.
—¿Qué habitación?
Bob frunció el ceño ante su interrupción. Él señaló con su pulgar en dirección a ella.
—¿Está contigo?
Pedro asintió con la cabeza.
—Cal Fire.
Los ojos de Bob se abrieron como platos.
—Mierda. Si ocurre algo, queremos saberlo.
Paula apenas contuvo un grito de frustración.
—¿Qué habitación?
El bombero urbano miró a Pedro.
—¿Debería estar diciéndole esto?
Pedro asintió.
—Los dos necesitamos saberlo.
—Habitación 205.
Ella sintió que la sangre se drenaba de su rostro y sus labios se entumecieron.
La mano de Pedro se apoderó de su codo para equilibrarla.
—¿La 205 es tú habitación?
Ella estaba temblando. Mierda, necesitaba conseguir un agarre. Necesitaba dar un paso lejos de Pedro. Y luego otro.
Girando, corrió entre los motores, deteniéndose frente al único bombero sin el equipo, el único con la radio y el portapapeles. Tenía que ser el jefe de la estación.
—Soy Paula Chaves. De la 205. Es mi cuarto el que está en llamas. Necesito saber lo que pasó.
Un fuerte estruendo provino de la construcción y ella giró la cabeza justo a tiempo para presenciar como caía el techo del primer piso. Los bomberos tranquilamente fueron a sus negocios y a ella le hubiera gustado estar más relajada sobre la demolición que acaecía provocada el fuego. Pero había pasado la mayor parte de su vida trabajando detrás de un ordenador, aferrándose a un teléfono, sentada en habitaciones sin aire interrogando sospechosos y testigos
Luchaba por apartar su mirada de las llamas. De la total aniquilación.
El jefe de bomberos estudió su rostro durante un buen rato.
—¿Es pariente de Antonio Chaves?
Oh Dios, ¿cómo pudo haber olvidado siquiera por un segundo que este había sido el dominio de Antonio? Él había estado en el Departamento de Bomberos de Lago Tahoe, Estación 3, y el camión cisterna de su estación se encontraba estacionado a tres metros. Antonio debería estar en la playa de estacionamiento con estos chicos, o arriba en el techo, comprobando los puntos calientes.
Ella asintió con la cabeza para darse tiempo a recuperarse del golpe repentino.
—Lo soy.
El jefe sacudió su cabeza.
—Lamento lo que le pasó a su hermano —le tendió la mano— soy Patricio Stevens. El nuevo jefe. Pido disculpas por no responder a sus últimos e-mails y llamadas telefónicas. He estado inundado estas dos últimas semanas para ponerme al día. Puesto que está en la ciudad, ¿le gustaría concertar una hora para sentarse y discutir la situación?
Ella parpadeó fuerte, trató de conseguir todo aclarar su cabeza. Y corazón.
—Sí. Gracias. Estoy en Lago Tahoe para investigar el incendio forestal que está ardiendo actualmente en Desolation —dijo, cada palabra sonando robótica y rígida en sus propios oídos mientras trataba de volver a la pista—. Pero tan pronto como termine con esto, pasaré por su oficina.
Él asintió con la cabeza.
—Estoy feliz de ayudar en todo lo que pueda. Antonio era uno de los buenos. Realmente bueno. Se le extraña. —Él hizo una pausa, claramente dudando si debería continuar o no.
La esperanza estalló en su pecho.
—¿Qué es? ¿Ha descubierto algo?
Él negó con la cabeza.
—No. De hecho, yo iba a decir que todas las señales apuntan a que el fuego que tomó la vida de Antonio fue un accidente. Ya lo sabe, ¿no?
Eso era justo lo que temía. Se estaban preparando para cerrar el caso de Antonio para siempre.
—Los indicios no son suficientes —dijo Paula— quiero pruebas. —A pesar de que las pruebas no traerían de vuelta a Antonio. Nada lo haría.
Justo en ese momento, Pedro se movió junto a ellos y Paula se dio cuenta de que había estado parado allí todo el tiempo, escuchando en silencio.
Eso en cuanto a mantener secretos de él. No quería que supiera sobre Antonio. Demasiada información personal en las manos equivocadas nunca era una cosa buena. ¿Quién sabía lo que iba a tratar de sacar ahora que tenía incluso más munición para utilizar en su contra?
Pero en lugar de preguntar por su hermano, Pedro señaló hacia la caja a los pies de Patricio.
—¿Eso es todo lo que pudieron recuperar de la habitación 205?
—Me temo que sí —respondió Patricio— el resto de su equipaje se ha ido, Srta. Chaves.
Paula se agachó para ver mejor. No le importaba perder su ropa, su maquillaje, o incluso su ordenador, el cual se encontraba en un fundido montón negro en la parte inferior de la caja.
—¿Algo más sobrevivió al fuego? —le preguntó al jefe, mientras se paraba de nuevo sobre sus piernas temblorosas.
—En realidad, sí. Encontramos algo más en la habitación. Algo que no me gusta nada como luce —metió la mano en su bolsillo y sacó una bolsa Ziploc—. Es una carta con su nombre en ella. Estaba en una cámara de combustión. Vamos a comprobar si hay huellas, pero dudo que vayamos a encontrar algo.
Todo el cuerpo de Paula se quedó inmóvil. Alguien estaba enviándole un mensaje. Desde el rabillo del ojo, observó cuidadosamente a Pedro, buscando una reacción, pero parecía tan sorprendido como ella.
¿Él había hecho esto? ¿O el culpable era alguien más, alguien de quien ella no sospecharía hasta que fuera demasiado tarde?
Sus instintos siempre había sido una fuerza impulsora en sus investigaciones. Pero este caso era diferente.
Ella nunca había intimado con su sospechoso.
Mientras tomaba la bolsa de Patricio, mantuvo su respiración uniforme y constante. Enloquecer no ayudaría en nada. Incluso si no era buena señal recibir una nota en una habitación de hotel que luego estaría en llamas.
Primero Pedro, ahora esto.
Sacó un par de guantes de goma esterilizados de su bolso y se aseguró de que sus manos estuvieran completamente estables antes de ponérselos.
—No cree que esto fuera un accidente, ¿verdad? —le preguntó al jefe.
—Me gustaría no creerlo. Pero quien encendió este fuego sabía exactamente lo que hacía. Sólo un poco de humo al principio, nada que alguien notaría hasta que fuera lo suficientemente grande como para empezar a volar el techo de una pieza a la vez.
Su corazón dio un vuelco muy por debajo de su esternón, mientras asimilaba sus palabras. Los HotShot poseían un conocimiento enciclopédico del comportamiento del fuego.
Un par de bomberos gritaron: ‘El fuego está casi bajo control’ desde la sección del techo que quedaba y Paula volvió a mirar hacia el edificio, luchando contra la enferma sensación de haber caído en una madriguera8 desde el día en que su hermano había muerto. El incendio de este motel era demasiado similar al incendio del apartamento que había tomado la vida de Antonio.
—Abre la carta, Paula.
Las suaves palabras de Pedro la sobresaltaron. Ahogándose en los qué pasaría si, y los debería haber, casi había olvidado la carta...
Los incendiarios rara vez conseguían ver el miedo en los ojos de sus víctimas. ¿Quería que ella la abriera delante de él así podía disfrutar con su reacción? Porque si Pedro era su incendiario, este momento haría que su delito fuera mucho más satisfactorio.
El delgado envoltorio quemó un agujero en la palma de su mano. Ella deslizó un dedo enguantado por debajo de la solapa pegada y desenrolló la única página. La nota estaba escrita cuidadosamente.
Paula:
Han pasado seis meses desde que te vi y aún estás muy bonita. Muchas veces he soñado con ver tu largo cabello en llamas y observar tu suave piel derretirse hasta el hueso. No pasará mucho tiempo antes de que mis sueños se hagan realidad.
Sus dedos se quedaron congelados y rígidos, y casi perdió su agarre sobre la nota. Rápidamente leyendo por encima de su hombro, Pedro puso sus manos sobre sus hombros.
—¿Estás bien?
Su fuerza, su toque, eran casi demasiados bienvenidos para que ella los sacudiera, pero se obligó a alejarse de él, de su calor.
—Estoy bien —mintió mientras le entregaba la nota de nuevo a Patricio. La policía querría mantenerla como evidencia—. Tengo que ir a interrogar a los testigos.
Volviendo su espalda hacia Pedro, se acercó a un grupo de mujeres y niños que estaban viendo la acción desde una distancia segura. La única manera de no perder la cabeza era centrar toda su atención sobre la situación actual.
—Hola —dijo ella, forzando una sonrisa— soy investigadora de incendios y me gustaría hacerles un par de preguntas.
Los ojos de una joven madre se iluminaron.
—Wow. ¡Seguro que llegaste aquí rápido! Realmente es igual que en esas series de CSI en la televisión.
Paula estaba contenta de que alguien pensara que esto era divertido. Porque seguro que para ella no lo era.
—¿Alguna de ustedes llegó a ver a alguien sospechoso cerca de la habitación 205?
Las tres mujeres asintieron con la cabeza, una morena habló primero.
—Yo no sé si lo llamaría de aspecto sospechoso. Más bien guapísimo. Él estuvo parado fuera de la habitación por un tiempo, como si estuviera esperando a que alguien regresara.
Un escalofrío corrió a través de Paula.
—¿Podrías ser más específica? ¿Cómo era?
La amiga de la morena se rió.
—Alto. Realmente musculoso. Pelo castaño. Como uno de esos bomberos. Sin embargo, tenía una gorra de béisbol puesta bastante abajo. No creo que ninguna de nosotras consiguiera un buen vistazo de su cara.
Genial. Simplemente habían descrito a Pedro. Y casi a la mitad de los bomberos de Lago Tahoe, tanto forestales como urbanos.
Tenía que señalarles a Pedro a estas mujeres para ver si podían identificarlo positivamente, incluso sin haberlo mirado a los ojos. Pero cuando se dio la vuelta para localizarlo, él ya no estaba de pie junto a Patricio y no lo veía por ninguna parte.
Luchó contra un creciente sentimiento de frustración mientras hacia su camino a través del resto de los espectadores. Pero nadie más fue de mucha ayuda, más o menos haciéndose eco literalmente de las declaraciones de las otras mujeres. Después de terminar de interrogar a los testigos y hablar con la policía, le resultó imposible ignorar la cruda realidad de su situación: alguien estaba tratando de asustarla, o algo peor.
A pesar de que su estómago estaba vacío, tuvo que luchar contra una oleada de náuseas. Desesperada por encontrar algo a lo que aferrarse, tiró de su bolsa de cuero contra su estómago. Ella no podía estar parada en este estacionamiento y mostrarse como la investigadora fría e imperturbable al fuego por un segundo más. Tenía que sentarse en algún lugar donde no pudiera oler el humo o ver a los bomberos que le recordaban a su hermano.
Moviéndose rápidamente por el estacionamiento, siguió un sendero que conducía al lago. El sol se había puesto y ella tropezó con las rocas. Y entonces, finalmente, los edificios se perdieron y la arena crujió bajo sus zapatos. El agua lamía contra la orilla y ella se dejó caer en la playa, sus cosas cayendo alrededor de sus pies, dándole la bienvenida a la fría arena debajo de ellos. Colgando su cabeza entre sus piernas respiró hondo varias veces, inspirando a través de la nariz, fuera a través de la boca.
Hoy había sido uno de los peores días en su vida, llegando justo detrás de los días en que su padre y su hermano habían muerto.
Paula levantó la cabeza y miró hacia la luna llena brillando en el lago, observando el movimiento del agua debajo de esta. Deseaba que hubiera alguien a quien pudiese llamar por confort. Alguien a quien pudiera decirle “Tengo miedo”.
Pero no lo había. Ya no.
Sus amigas le habían llamado una y otra vez hasta hubo tantos correos de voz sin respuesta que finalmente entendieron el mensaje y la dejaron sola. No podía llamar a su madre, no cuando Marta ya estaba demasiado dañada y posiblemente no podría manejar la idea de otro hijo siendo amenazado por el fuego. No cuando este ya había tomado a su marido y a su hijo.
El fuego era el peor enemigo de su madre. Maya podía ver el por qué.
Sacó su móvil del bolso y se desplazó por su libreta de direcciones para recuperar el número de la casa de su jefe.
Definitivamente, no podría decirle a Albert cuan sacudida estaba, pero, al mismo tiempo, tenía que decirle lo que había pasado en su motel. Y sobre Pedro y lo que se había pasado entre ellos en el bar.
Marcó a su casa, nunca antes lo había molestado un viernes por la noche. Ella sabía cómo apreciaba su jefe el tiempo en familia después de una larga y dura semana de manejar a una docena de investigadores.
Respondió al primer timbrazo, obviamente reconociendo su número de móvil.
—¿Paula? ¿Va todo bien?
El arrepentimiento se levantó y la estranguló. Albert era una de las pocas personas que sabía todo acerca de su hermano, cuánto lo echaba de menos, por cuánto tiempo y cómo de duro había buscado respuestas concretas. Odiaba
defraudar a Albert después de que hubiera sido un gran apoyo en su carrera. Pero si ella no ponía las cosas en claro acerca de su historia pasada con Pedro, no tenía ninguna duda de que su sospechoso la golpearía con eso.
Atrapado por sorpresa, Albert no sería capaz de desviar el golpe, y Cal Fire podría perder el asimiento del caso por completo. Lo peor de todo, el pirómano podría correr libremente.
Ella no permitiría que su arrepentimiento, su vergüenza por la decisión imprudente que había tomado hace seis meses le diera a un potencial pirómano la apertura que necesitaba para escapar de la captura. Esperanzadoramente él no habría dicho nada en la última hora, mientras ella había estado interrogando a los testigos.
—¿Tiene unos minutos? Ha habido un par de novedades en el caso del incendio forestal de Desolation en Lago Tahoe que creo debería saber.
Albert les dijo algo a su esposa e hijos, a quienes oía reír en el fondo, entonces, evidentemente, se trasladó a un espacio más tranquilo.
—Por supuesto que sí. Dispara.
Ella abrió la boca, pero no salió nada. No sabía por dónde empezar. ¿Con la explosión? ¿O el incendio del motel? No, ella debería comenzar con lo peor. Sacarlo del camino.
—No hay manera fácil de decir esto, pero cuando le informé al sospechoso que estaba bajo investigación esta tarde, me di cuenta que lo había conocido antes.
Ella casi podía ver a Albert sacudiendo su cabeza a través de la línea inalámbrica.
—¿Sabías que tenías vínculos personales con el sospechoso cuando tomaste el caso? —su tono fue suave, pero su pregunta era directa.
—No. Por supuesto que no —dijo ella, tratando de no ir a la defensiva. Sólo la haría lucir pobre—. Su imagen en el archivo era difusa. Con su casco, no me di cuenta que lo conocía hasta que lo vi hoy en el punto de anclaje.
—Odio preguntarte esto, Paula… —Albert se aclaró la garganta incómodamente— pero ¿cuál es exactamente tu relación con el sospechoso?
—Nos conocimos hace seis meses cuando vine a Lago Tahoe para empacar las cosas de Antonio.
Hizo una pausa, odiando la admisión que estaba a punto de hacer. Por enésima vez, deseó no haber dejado que su dolor la lanzara a tal estupidez —Conocí a Pedro en un bar.
—Uh-oh.
Su jefe era una de las personas más elocuente que conocía.
Ella nunca lo había oído reducido a dos sílabas. Quería escupir rápidamente el resto de la explicación, antes de que él consiguiera una idea equivocada. O la correcta.
—Casi no hablamos. —Debido a que nuestras bocas estaban demasiado ocupadas haciendo otras cosas—. Y nunca supe su nombre, no lo volví a ver hasta hoy.
Al oír las palabras salir de su boca, se dio cuenta que incluso si su jefe no fuera ajeno a las aventuras de una sola noche antes de casarse, esto no excusaba el hecho de que ella había participado en una. Con su sospechoso.
—Pero le aseguro que nuestra relación anterior no está de ninguna manera afectando mi investigación.
—Te creo, Paula, pero no se ve bien. No para ti. No para mí. No para Cal Fire.
Sus condenatorias, y honestas, palabras se dispararon a través de ella. Su cabeza palpitaba mientras él seguía diciéndole lo que ella no quería oír.
—Voy a tener que enviar a Yeager. A primera hora el lunes por la mañana. Por qué no sigues adelante y regresas a la ciudad. Te asignaré a otro caso la próxima semana.
¡No! Permanecer en Lago Tahoe era su única oportunidad de averiguar lo que había sucedido con Antonio y seguir adelante con su vida. Ella tomó una respiración para estabilizarse.
—Entiendo sus preocupaciones, pero le juro que puedo manejar este caso de una manera totalmente imparcial.
—Sabes que estoy de tu lado, Paula. Eres una de las mejores investigadoras que tenemos. Me temo que esta es una situación del peor de los casos. Mis manos están atadas. Tengo que retirarte.
Pero ella no estaba dispuesta a darse por vencida.
—Hasta que llegue Yeager, me gustaría su autorización para proceder. —Un par de días podría hacer toda la diferencia, y si resolvía el caso rápidamente podía volver a trabajar en la investigación de Antonio—. Permítame trabajar en esto durante el fin de semana.
Ella contuvo la respiración mientras Albert consideraba su solicitud.
—Supongo que se ve mejor para nosotros tener a alguien en el caso.
—Grandioso —dijo, luego se obligó a escupir el resto de la historia—: También deberías saber que hace quince minutos, cuando regresé a mi habitación del hotel, estaba en llamas.
—Jesús, Paula. Has tenido un viernes infernal, ¿no es así?
Él no sabía ni la mitad de ello.
—Había una nota con mi nombre en una cámara de combustión.
Ella luchó por mantener su voz firme. Ahora que él había accedido a dejarla permanecer durante el fin de semana, no quería que la retirara del caso para protegerla.
—¿Qué decía la nota?
Paula cerró los ojos, fácilmente recordando cada palabra espeluznante.
—El incendiario decía algo acerca de encender mi pelo en llamas y...
El resto de las palabras se estrangularon en su garganta.
Ella no podía decirlas.
—¿Era una amenaza de muerte? —preguntó él.
Tragó saliva.
—No lo sé. Más una táctica para asustar, creo.
—Sal del pueblo, Paula. Ahora.
Pero ella no podía darse por vencida, no podía ir a casa ahora. No cuando este caso se había vuelto intensamente personal. Alguien quería asustarla, tal vez incluso matarla, pero se negaba a huir. Había estado huyendo durante mucho tiempo.
Era el momento de enfrentarse a sus demonios.
—Sé que esto suena loco, pero no puedo. Después de lo que le pasó a mi hermano aquí, tengo que quedarme.
Albert suspiró, y odiaba la terrible posición en la que acababa de ponerlo. Si hubiera tenido otra opción, la habría tomado. Pero no la tenía.
—Por los próximos dos días —dijo él finalmente— hasta que Yeager llegue a relevarte, supón lo peor. Sobre todo el mundo. Y hasta que tengamos la evidencia suficiente para clavar al enfermo y lamentable bastardo, cada persona que conoces es un potencial pirómano. No importa cómo de encantador o servicial sea. Si está yendo tras de ti, tú estás cerca. Demasiado cerca. Ten cuidado. No quiero que te pase nada, Paula.
Albert no estaba diciendo nada que no supiera ya. Sin embargo, eso no lo hacía más fácil de escuchar. Su descripción se ajustaba a Pedro perfectamente. Todo el mundo pensaba que él era el mejor de todos. Alguien quien “nunca haría algo tan horrible”.
Pero la verdad era que, a veces el tipo que a todos les gustaba, el que siempre estaba dispuesto a echar una mano y ayudar a un vecino, no podía dejar de encender fuegos que quemarían casas y matarían a personas inocentes.
Ella se despidió antes de que su jefe pudiera cambiar de opinión sobre dejarla permanecer por el fin de semana y dejó caer el teléfono en su bolso. La brisa fresca saliendo del lago ayudó a despejar su cabeza y se tomó un momento para evaluar la loca situación.
Pedro había incendiado su habitación para asustarla o él tenía razón y ella había cabreado a alguien más. Pero, ¿a quién?
Quien sea que hubiera escrito la nota de la cámara de combustión sabía que había estado en el pueblo hacía seis meses. Por lo que ella sabía, la única persona con la que había entrado en contacto ese día era Pedro.
Su jefe tenía razón. Estaba demasiado cerca. Nunca pensó que estaría atraída por un hombre capaz de tal destrucción.
Pero lo estaba.
8 Referencia al libro Alicia en el país de las Maravillas.
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