miércoles, 23 de septiembre de 2015

CAPITULO 8 (primera parte)




Las emociones de Paula estaban por todo el lugar. Había pasado de la frustración a la excitación, a la simpatía y a la ira en cuestión de minutos. Sin embargo, en este momento, estaba luchando contra el miedo. Lo más probable era que este fuego en su motel fuera nada más que una coincidencia de mierda. Probablemente, sólo un accidente al azar, algunos turistas borrachos que habían encendido porros y luego los dejaron caer en la alfombra cuando se desmayaron por el exceso de sol y bebidas.


Sin embargo, se pregunto si Pedro podría estar involucrado de alguna manera. Después de todo, había conseguido unos buenos diez minutos a solas con Jose después de salir de la estación de bomberos, lo que habría sido tiempo más que suficiente para que Pedro dejara la estación, armara un incendio en su motel y entonces se dirigiera tras ella.


Pero no importa cómo lo mirara, no podía olvidar que él era un bombero forestal. Un HotShot. Ella quería desesperadamente creer que era inocente.


¿Y si no lo era?


—Saldré de aquí, gracias —dijo, tirando de la manija de la puerta en vano, mantenida en cautiverio por el bloqueo automático. A pesar de que estaban atrapados en una luz roja a una cuadra de su motel, ella quería salir de su coche. 


Ahora. Tenía más que suficiente adrenalina para correr a toda velocidad el resto del camino.


—Espera, estaremos allí en treinta segundos —fue su respuesta.


Mientras entraban en el estacionamiento ella presionó todos los botones en la puerta hasta que el bloqueo finalmente se abrió. Agarrando su bolso y herramientas, saltó fuera mientras los neumáticos de la camioneta todavía estaban girando. Segundos más tarde, Pedro estaba siguiéndola de cerca.


Varios camiones de bombero, rojos y amarillos, bloqueaban el motel de la vista y ella supuso que era por lo menos un incendio nivel tres. Tal vez cuatro. Todo se cerró sobre ella y quería, sólo por un segundo, poder darle la espalda al fuego. 


Este había devastado su vida, y aún así caminaba hacia él una y otra vez.


Uno de los bomberos se volvió y los vio.


—Oye, Pedro, no esperaba verte aquí. No con el incendio forestal ardiendo en Desolation.


—Mi equipo tiene el fuego cubierto esta noche, Bob. ¿Qué está pasando aquí?


Paula contuvo la respiración mientras esperaba su respuesta. Tenía que saber si el incendio fue un accidente.


O si ella era el objetivo.


—Recibimos una llamada hace veinte minutos avisando que había humo saliendo de debajo de una de las puertas.


Paula dio un paso más cerca.


—¿Qué habitación?


Bob frunció el ceño ante su interrupción. Él señaló con su pulgar en dirección a ella.


—¿Está contigo?


Pedro asintió con la cabeza.


—Cal Fire.


Los ojos de Bob se abrieron como platos.


—Mierda. Si ocurre algo, queremos saberlo.


Paula apenas contuvo un grito de frustración.


—¿Qué habitación?


El bombero urbano miró a Pedro.


—¿Debería estar diciéndole esto?


Pedro asintió.


—Los dos necesitamos saberlo.


—Habitación 205.


Ella sintió que la sangre se drenaba de su rostro y sus labios se entumecieron.


La mano de Pedro se apoderó de su codo para equilibrarla.


—¿La 205 es tú habitación?


Ella estaba temblando. Mierda, necesitaba conseguir un agarre. Necesitaba dar un paso lejos de Pedro. Y luego otro.


Girando, corrió entre los motores, deteniéndose frente al único bombero sin el equipo, el único con la radio y el portapapeles. Tenía que ser el jefe de la estación.


—Soy Paula Chaves. De la 205. Es mi cuarto el que está en llamas. Necesito saber lo que pasó.


Un fuerte estruendo provino de la construcción y ella giró la cabeza justo a tiempo para presenciar como caía el techo del primer piso. Los bomberos tranquilamente fueron a sus negocios y a ella le hubiera gustado estar más relajada sobre la demolición que acaecía provocada el fuego. Pero había pasado la mayor parte de su vida trabajando detrás de un ordenador, aferrándose a un teléfono, sentada en habitaciones sin aire interrogando sospechosos y testigos


Luchaba por apartar su mirada de las llamas. De la total aniquilación.


El jefe de bomberos estudió su rostro durante un buen rato.


—¿Es pariente de Antonio Chaves?


Oh Dios, ¿cómo pudo haber olvidado siquiera por un segundo que este había sido el dominio de Antonio? Él había estado en el Departamento de Bomberos de Lago Tahoe, Estación 3, y el camión cisterna de su estación se encontraba estacionado a tres metros. Antonio debería estar en la playa de estacionamiento con estos chicos, o arriba en el techo, comprobando los puntos calientes.


Ella asintió con la cabeza para darse tiempo a recuperarse del golpe repentino.


—Lo soy.


El jefe sacudió su cabeza.


—Lamento lo que le pasó a su hermano —le tendió la mano— soy Patricio Stevens. El nuevo jefe. Pido disculpas por no responder a sus últimos e-mails y llamadas telefónicas. He estado inundado estas dos últimas semanas para ponerme al día. Puesto que está en la ciudad, ¿le gustaría concertar una hora para sentarse y discutir la situación?


Ella parpadeó fuerte, trató de conseguir todo aclarar su cabeza. Y corazón.


—Sí. Gracias. Estoy en Lago Tahoe para investigar el incendio forestal que está ardiendo actualmente en Desolation —dijo, cada palabra sonando robótica y rígida en sus propios oídos mientras trataba de volver a la pista—. Pero tan pronto como termine con esto, pasaré por su oficina.


Él asintió con la cabeza.


—Estoy feliz de ayudar en todo lo que pueda. Antonio era uno de los buenos. Realmente bueno. Se le extraña. —Él hizo una pausa, claramente dudando si debería continuar o no.


La esperanza estalló en su pecho.


—¿Qué es? ¿Ha descubierto algo?


Él negó con la cabeza.


—No. De hecho, yo iba a decir que todas las señales apuntan a que el fuego que tomó la vida de Antonio fue un accidente. Ya lo sabe, ¿no?


Eso era justo lo que temía. Se estaban preparando para cerrar el caso de Antonio para siempre.


—Los indicios no son suficientes —dijo Paula— quiero pruebas. —A pesar de que las pruebas no traerían de vuelta a Antonio. Nada lo haría.


Justo en ese momento, Pedro se movió junto a ellos y Paula se dio cuenta de que había estado parado allí todo el tiempo, escuchando en silencio.


Eso en cuanto a mantener secretos de él. No quería que supiera sobre Antonio. Demasiada información personal en las manos equivocadas nunca era una cosa buena. ¿Quién sabía lo que iba a tratar de sacar ahora que tenía incluso más munición para utilizar en su contra?


Pero en lugar de preguntar por su hermano, Pedro señaló hacia la caja a los pies de Patricio.


—¿Eso es todo lo que pudieron recuperar de la habitación 205?


—Me temo que sí —respondió Patricio— el resto de su equipaje se ha ido, Srta. Chaves.


Paula se agachó para ver mejor. No le importaba perder su ropa, su maquillaje, o incluso su ordenador, el cual se encontraba en un fundido montón negro en la parte inferior de la caja.


—¿Algo más sobrevivió al fuego? —le preguntó al jefe, mientras se paraba de nuevo sobre sus piernas temblorosas.


—En realidad, sí. Encontramos algo más en la habitación. Algo que no me gusta nada como luce —metió la mano en su bolsillo y sacó una bolsa Ziploc—. Es una carta con su nombre en ella. Estaba en una cámara de combustión. Vamos a comprobar si hay huellas, pero dudo que vayamos a encontrar algo.


Todo el cuerpo de Paula se quedó inmóvil. Alguien estaba enviándole un mensaje. Desde el rabillo del ojo, observó cuidadosamente a Pedro, buscando una reacción, pero parecía tan sorprendido como ella.


¿Él había hecho esto? ¿O el culpable era alguien más, alguien de quien ella no sospecharía hasta que fuera demasiado tarde?


Sus instintos siempre había sido una fuerza impulsora en sus investigaciones. Pero este caso era diferente.


Ella nunca había intimado con su sospechoso.


Mientras tomaba la bolsa de Patricio, mantuvo su respiración uniforme y constante. Enloquecer no ayudaría en nada. Incluso si no era buena señal recibir una nota en una habitación de hotel que luego estaría en llamas.


Primero Pedro, ahora esto.


Sacó un par de guantes de goma esterilizados de su bolso y se aseguró de que sus manos estuvieran completamente estables antes de ponérselos.


—No cree que esto fuera un accidente, ¿verdad? —le preguntó al jefe.


—Me gustaría no creerlo. Pero quien encendió este fuego sabía exactamente lo que hacía. Sólo un poco de humo al principio, nada que alguien notaría hasta que fuera lo suficientemente grande como para empezar a volar el techo de una pieza a la vez.


Su corazón dio un vuelco muy por debajo de su esternón, mientras asimilaba sus palabras. Los HotShot poseían un conocimiento enciclopédico del comportamiento del fuego.


Un par de bomberos gritaron: ‘El fuego está casi bajo control’ desde la sección del techo que quedaba y Paula volvió a mirar hacia el edificio, luchando contra la enferma sensación de haber caído en una madriguera8 desde el día en que su hermano había muerto. El incendio de este motel era demasiado similar al incendio del apartamento que había tomado la vida de Antonio.


—Abre la carta, Paula.


Las suaves palabras de Pedro la sobresaltaron. Ahogándose en los qué pasaría si, y los debería haber, casi había olvidado la carta...


Los incendiarios rara vez conseguían ver el miedo en los ojos de sus víctimas. ¿Quería que ella la abriera delante de él así podía disfrutar con su reacción? Porque si Pedro era su incendiario, este momento haría que su delito fuera mucho más satisfactorio.


El delgado envoltorio quemó un agujero en la palma de su mano. Ella deslizó un dedo enguantado por debajo de la solapa pegada y desenrolló la única página. La nota estaba escrita cuidadosamente.


Paula:
Han pasado seis meses desde que te vi y aún estás muy bonita. Muchas veces he soñado con ver tu largo cabello en llamas y observar tu suave piel derretirse hasta el hueso. No pasará mucho tiempo antes de que mis sueños se hagan realidad.


Sus dedos se quedaron congelados y rígidos, y casi perdió su agarre sobre la nota. Rápidamente leyendo por encima de su hombro, Pedro puso sus manos sobre sus hombros.


—¿Estás bien?


Su fuerza, su toque, eran casi demasiados bienvenidos para que ella los sacudiera, pero se obligó a alejarse de él, de su calor.


—Estoy bien —mintió mientras le entregaba la nota de nuevo a Patricio. La policía querría mantenerla como evidencia—. Tengo que ir a interrogar a los testigos.


Volviendo su espalda hacia Pedro, se acercó a un grupo de mujeres y niños que estaban viendo la acción desde una distancia segura. La única manera de no perder la cabeza era centrar toda su atención sobre la situación actual.


—Hola —dijo ella, forzando una sonrisa— soy investigadora de incendios y me gustaría hacerles un par de preguntas.


Los ojos de una joven madre se iluminaron.


—Wow. ¡Seguro que llegaste aquí rápido! Realmente es igual que en esas series de CSI en la televisión.


Paula estaba contenta de que alguien pensara que esto era divertido. Porque seguro que para ella no lo era.


—¿Alguna de ustedes llegó a ver a alguien sospechoso cerca de la habitación 205?


Las tres mujeres asintieron con la cabeza, una morena habló primero.


—Yo no sé si lo llamaría de aspecto sospechoso. Más bien guapísimo. Él estuvo parado fuera de la habitación por un tiempo, como si estuviera esperando a que alguien regresara.


Un escalofrío corrió a través de Paula.


—¿Podrías ser más específica? ¿Cómo era?


La amiga de la morena se rió.


—Alto. Realmente musculoso. Pelo castaño. Como uno de esos bomberos. Sin embargo, tenía una gorra de béisbol puesta bastante abajo. No creo que ninguna de nosotras consiguiera un buen vistazo de su cara.


Genial. Simplemente habían descrito a Pedro. Y casi a la mitad de los bomberos de Lago Tahoe, tanto forestales como urbanos.


Tenía que señalarles a Pedro a estas mujeres para ver si podían identificarlo positivamente, incluso sin haberlo mirado a los ojos. Pero cuando se dio la vuelta para localizarlo, él ya no estaba de pie junto a Patricio y no lo veía por ninguna parte.


Luchó contra un creciente sentimiento de frustración mientras hacia su camino a través del resto de los espectadores. Pero nadie más fue de mucha ayuda, más o menos haciéndose eco literalmente de las declaraciones de las otras mujeres. Después de terminar de interrogar a los testigos y hablar con la policía, le resultó imposible ignorar la cruda realidad de su situación: alguien estaba tratando de asustarla, o algo peor.


A pesar de que su estómago estaba vacío, tuvo que luchar contra una oleada de náuseas. Desesperada por encontrar algo a lo que aferrarse, tiró de su bolsa de cuero contra su estómago. Ella no podía estar parada en este estacionamiento y mostrarse como la investigadora fría e imperturbable al fuego por un segundo más. Tenía que sentarse en algún lugar donde no pudiera oler el humo o ver a los bomberos que le recordaban a su hermano.


Moviéndose rápidamente por el estacionamiento, siguió un sendero que conducía al lago. El sol se había puesto y ella tropezó con las rocas. Y entonces, finalmente, los edificios se perdieron y la arena crujió bajo sus zapatos. El agua lamía contra la orilla y ella se dejó caer en la playa, sus cosas cayendo alrededor de sus pies, dándole la bienvenida a la fría arena debajo de ellos. Colgando su cabeza entre sus piernas respiró hondo varias veces, inspirando a través de la nariz, fuera a través de la boca.


Hoy había sido uno de los peores días en su vida, llegando justo detrás de los días en que su padre y su hermano habían muerto.


Paula levantó la cabeza y miró hacia la luna llena brillando en el lago, observando el movimiento del agua debajo de esta. Deseaba que hubiera alguien a quien pudiese llamar por confort. Alguien a quien pudiera decirle “Tengo miedo”. 


Pero no lo había. Ya no.


Sus amigas le habían llamado una y otra vez hasta hubo tantos correos de voz sin respuesta que finalmente entendieron el mensaje y la dejaron sola. No podía llamar a su madre, no cuando Marta ya estaba demasiado dañada y posiblemente no podría manejar la idea de otro hijo siendo amenazado por el fuego. No cuando este ya había tomado a su marido y a su hijo.


El fuego era el peor enemigo de su madre. Maya podía ver el por qué.


Sacó su móvil del bolso y se desplazó por su libreta de direcciones para recuperar el número de la casa de su jefe. 


Definitivamente, no podría decirle a Albert cuan sacudida estaba, pero, al mismo tiempo, tenía que decirle lo que había pasado en su motel. Y sobre Pedro y lo que se había pasado entre ellos en el bar.


Marcó a su casa, nunca antes lo había molestado un viernes por la noche. Ella sabía cómo apreciaba su jefe el tiempo en familia después de una larga y dura semana de manejar a una docena de investigadores.


Respondió al primer timbrazo, obviamente reconociendo su número de móvil.


—¿Paula? ¿Va todo bien?


El arrepentimiento se levantó y la estranguló. Albert era una de las pocas personas que sabía todo acerca de su hermano, cuánto lo echaba de menos, por cuánto tiempo y cómo de duro había buscado respuestas concretas. Odiaba
defraudar a Albert después de que hubiera sido un gran apoyo en su carrera. Pero si ella no ponía las cosas en claro acerca de su historia pasada con Pedro, no tenía ninguna duda de que su sospechoso la golpearía con eso.


Atrapado por sorpresa, Albert no sería capaz de desviar el golpe, y Cal Fire podría perder el asimiento del caso por completo. Lo peor de todo, el pirómano podría correr libremente.


Ella no permitiría que su arrepentimiento, su vergüenza por la decisión imprudente que había tomado hace seis meses le diera a un potencial pirómano la apertura que necesitaba para escapar de la captura. Esperanzadoramente él no habría dicho nada en la última hora, mientras ella había estado interrogando a los testigos.


—¿Tiene unos minutos? Ha habido un par de novedades en el caso del incendio forestal de Desolation en Lago Tahoe que creo debería saber.


Albert les dijo algo a su esposa e hijos, a quienes oía reír en el fondo, entonces, evidentemente, se trasladó a un espacio más tranquilo.


—Por supuesto que sí. Dispara.


Ella abrió la boca, pero no salió nada. No sabía por dónde empezar. ¿Con la explosión? ¿O el incendio del motel? No, ella debería comenzar con lo peor. Sacarlo del camino.


—No hay manera fácil de decir esto, pero cuando le informé al sospechoso que estaba bajo investigación esta tarde, me di cuenta que lo había conocido antes.


Ella casi podía ver a Albert sacudiendo su cabeza a través de la línea inalámbrica.


—¿Sabías que tenías vínculos personales con el sospechoso cuando tomaste el caso? —su tono fue suave, pero su pregunta era directa.


—No. Por supuesto que no —dijo ella, tratando de no ir a la defensiva. Sólo la haría lucir pobre—. Su imagen en el archivo era difusa. Con su casco, no me di cuenta que lo conocía hasta que lo vi hoy en el punto de anclaje.


—Odio preguntarte esto, Paula… —Albert se aclaró la garganta incómodamente— pero ¿cuál es exactamente tu relación con el sospechoso?


—Nos conocimos hace seis meses cuando vine a Lago Tahoe para empacar las cosas de Antonio.
Hizo una pausa, odiando la admisión que estaba a punto de hacer. Por enésima vez, deseó no haber dejado que su dolor la lanzara a tal estupidez —Conocí a Pedro en un bar.


—Uh-oh.


Su jefe era una de las personas más elocuente que conocía. 


Ella nunca lo había oído reducido a dos sílabas. Quería escupir rápidamente el resto de la explicación, antes de que él consiguiera una idea equivocada. O la correcta.


—Casi no hablamos. —Debido a que nuestras bocas estaban demasiado ocupadas haciendo otras cosas—. Y nunca supe su nombre, no lo volví a ver hasta hoy.


Al oír las palabras salir de su boca, se dio cuenta que incluso si su jefe no fuera ajeno a las aventuras de una sola noche antes de casarse, esto no excusaba el hecho de que ella había participado en una. Con su sospechoso.


—Pero le aseguro que nuestra relación anterior no está de ninguna manera afectando mi investigación.


—Te creo, Paula, pero no se ve bien. No para ti. No para mí. No para Cal Fire.


Sus condenatorias, y honestas, palabras se dispararon a través de ella. Su cabeza palpitaba mientras él seguía diciéndole lo que ella no quería oír.


—Voy a tener que enviar a Yeager. A primera hora el lunes por la mañana. Por qué no sigues adelante y regresas a la ciudad. Te asignaré a otro caso la próxima semana.


¡No! Permanecer en Lago Tahoe era su única oportunidad de averiguar lo que había sucedido con Antonio y seguir adelante con su vida. Ella tomó una respiración para estabilizarse.


—Entiendo sus preocupaciones, pero le juro que puedo manejar este caso de una manera totalmente imparcial.


—Sabes que estoy de tu lado, Paula. Eres una de las mejores investigadoras que tenemos. Me temo que esta es una situación del peor de los casos. Mis manos están atadas. Tengo que retirarte.


Pero ella no estaba dispuesta a darse por vencida.


—Hasta que llegue Yeager, me gustaría su autorización para proceder. —Un par de días podría hacer toda la diferencia, y si resolvía el caso rápidamente podía volver a trabajar en la investigación de Antonio—. Permítame trabajar en esto durante el fin de semana.


Ella contuvo la respiración mientras Albert consideraba su solicitud.


—Supongo que se ve mejor para nosotros tener a alguien en el caso.


—Grandioso —dijo, luego se obligó a escupir el resto de la historia—: También deberías saber que hace quince minutos, cuando regresé a mi habitación del hotel, estaba en llamas.


—Jesús, Paula. Has tenido un viernes infernal, ¿no es así?


Él no sabía ni la mitad de ello.


—Había una nota con mi nombre en una cámara de combustión.


Ella luchó por mantener su voz firme. Ahora que él había accedido a dejarla permanecer durante el fin de semana, no quería que la retirara del caso para protegerla.


—¿Qué decía la nota?


Paula cerró los ojos, fácilmente recordando cada palabra espeluznante.


—El incendiario decía algo acerca de encender mi pelo en llamas y...


El resto de las palabras se estrangularon en su garganta. 


Ella no podía decirlas.


—¿Era una amenaza de muerte? —preguntó él.


Tragó saliva.


—No lo sé. Más una táctica para asustar, creo.


—Sal del pueblo, Paula. Ahora.


Pero ella no podía darse por vencida, no podía ir a casa ahora. No cuando este caso se había vuelto intensamente personal. Alguien quería asustarla, tal vez incluso matarla, pero se negaba a huir. Había estado huyendo durante mucho tiempo.


Era el momento de enfrentarse a sus demonios.


—Sé que esto suena loco, pero no puedo. Después de lo que le pasó a mi hermano aquí, tengo que quedarme.


Albert suspiró, y odiaba la terrible posición en la que acababa de ponerlo. Si hubiera tenido otra opción, la habría tomado. Pero no la tenía.


—Por los próximos dos días —dijo él finalmente— hasta que Yeager llegue a relevarte, supón lo peor. Sobre todo el mundo. Y hasta que tengamos la evidencia suficiente para clavar al enfermo y lamentable bastardo, cada persona que conoces es un potencial pirómano. No importa cómo de encantador o servicial sea. Si está yendo tras de ti, tú estás cerca. Demasiado cerca. Ten cuidado. No quiero que te pase nada, Paula.


Albert no estaba diciendo nada que no supiera ya. Sin embargo, eso no lo hacía más fácil de escuchar. Su descripción se ajustaba a Pedro perfectamente. Todo el mundo pensaba que él era el mejor de todos. Alguien quien “nunca haría algo tan horrible”.


Pero la verdad era que, a veces el tipo que a todos les gustaba, el que siempre estaba dispuesto a echar una mano y ayudar a un vecino, no podía dejar de encender fuegos que quemarían casas y matarían a personas inocentes.


Ella se despidió antes de que su jefe pudiera cambiar de opinión sobre dejarla permanecer por el fin de semana y dejó caer el teléfono en su bolso. La brisa fresca saliendo del lago ayudó a despejar su cabeza y se tomó un momento para evaluar la loca situación.


Pedro había incendiado su habitación para asustarla o él tenía razón y ella había cabreado a alguien más. Pero, ¿a quién?


Quien sea que hubiera escrito la nota de la cámara de combustión sabía que había estado en el pueblo hacía seis meses. Por lo que ella sabía, la única persona con la que había entrado en contacto ese día era Pedro.


Su jefe tenía razón. Estaba demasiado cerca. Nunca pensó que estaría atraída por un hombre capaz de tal destrucción.


Pero lo estaba.




8 Referencia al libro Alicia en el país de las Maravillas.

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