miércoles, 23 de septiembre de 2015
CAPITULO 11 (primera parte)
Una hora más tarde, Paula estaba sentada sobre una desteñida colcha en un motel a dos manzanas del anterior, intentando olvidar el beso de Pedro y la forma en que su suave contacto había traspasado directamente hacia su corazón. Los anhelos prohibidos desgarraron hasta el último de sus principios, presionándolos hasta el punto de ruptura.
Sus años como investigadora de incendios provocados deberían darle una ventana a la vida de Pedro como potencial bombero convertido en pirómano. Y sin embargo, ella sólo podía verlo a través de los ojos de una mujer, como un hombre que sabía darle todo lo que deseaba.
Pero era más que sus besos lo que la atraían. Todo lo que él dijo sobre su hermano había sido sincero. Incluso su sorprendente ofrecimiento de ayudarla a investigar el incendio del apartamento que había matado a Antonio.
No había dejado a nadie acercarse tanto desde la muerte de su hermano. Pero Pedro no había esperado a que ella abriera la puerta. Había entrado antes de percatarse siquiera de lo que había ocurrido y consiguió que hablara de su hermano y de lo mucho que lo echaba de menos.
Un fuerte estruendo en el aparcamiento la asustó y saltó fuera de la cama. Su conversación y su beso con Pedro habían ocupado tanto espacio en su cabeza que casi se había olvidado no sólo del incendio en su habitación, sino de la horrible nota que alguien le había dejado en la caja de combustión. Le golpeó nuevamente que estaba en peligro, y su corazón latía rápidamente mientras se preparaba a sí misma para luchar contra un depredador desconocido, con las manos en alto y las piernas separadas.
Los segundos pasaban mientras esperaba que alguien se estrellara contra la puerta. Pero los únicos sonidos que le siguieron fueron la televisión encendiéndose en la habitación de al lado y el tirar de la cadena del retrete. Se sentó en el borde de la cama, respirando profundamente un par de veces mientras esperaba a que los latidos de su corazón volvieran a la normalidad. Alguien había cerrado de golpe la puerta de un coche o encendido un oxidado motor y ella simplemente se había perdido.
Eso es lo que obtenía por idealizar a su sospechoso y quitar la vista del objetivo por un segundo. Trabajo. Tenía que volver al trabajo.
Primero, llamó a la agencia de alquiler de coches, pero su mensaje saliente decía que estaban cerrados por la noche y no volverían a abrir hasta las diez de la mañana. Se suponía que tenía que reunirse con el piloto de helicópteros en la pista de aterrizaje a las seis de la mañana, pero sin coche no tenía modo de llegar allí.
Rebuscó en su bolso por un número de contacto de emergencia para el piloto de Vuelos de Lujo. La recepcionista con la que había hablado esa mañana le había dicho que llamara si había algún cambio en su horario. Cinco minutos después, estaba revisando los detalles con un tipo llamado Dennis. Él vendría a recogerla al motel y la traería de vuelta cuando terminaran.
Colgando el teléfono, alzó la mirada y captó un destello de ella misma en el espejo sobre la cómoda. Pasó la mano sobre su desaliñado cabello. Su traje estaba cubierto de arena y hollín. Parecía que había estado en zona de guerra.
Fácilmente podría comprar un peine y arreglarse el cabello, pero puesto que su maleta había sido destruida en el incendio, ponerse ropa limpia no sería tan fácil.
Otra vez, fue golpeada por una profunda sensación de violación, a pesar que sólo había perdido una maleta y su ordenador. Y fue una extraña sensación, estar asustada. Se alisó la ropa y sacudió su cabello mientras se ponía de pie.
Se negaba a dejar que el miedo, o incluso la ira, obtuvieran lo mejor de ella ni un minuto más. Necesitaba salir de su habitación. Conseguir algo para comer. Comprar algo de ropa para ponerse a la mañana siguiente. Luego arrastrarse debajo de las mantas y descansar un poco.
Necesitaba estar alerta mañana. Pedro, estaba segura, iría tras su rastro. Y sabía exactamente como pulsar cada uno de sus botones.
Bueno, ella estaría empujando de regreso. Con fuerza. Y no pararía hasta que supiera quién era el responsable tanto del incendio en el Desierto de Desolation como del incendio de la noche pasada y la nota.
Se dirigió a la tienda de regalos y agarró un par de las camisetas menos ofensivas y unos pantalones de chándal de entre los equipos a la venta de “Amo Lago Tahoe”, junto con un par de Crocs.
Compraría ropa apropiada mañana cuando las tiendas normales abrieran, pero dudaba que al piloto del helicóptero le importase si llevaba pantalones de chándal y unos zapatos de plástico reciclado a las seis de la mañana.
Demonios, probablemente esperaría personas que estuvieran hechas una mierda al amanecer. Las bragas eran lo único que realmente le hicieron detenerse, la palabra “Lago” en una nalga y “Tahoe” en la otra, culminaban con un gran corazón en la entrepierna. Puesto que nadie iba a verla sin ropa, no importaba.
Y entonces, justo cuando iba a dirigirse a la cafetería adjunta al motel, decidió hacer una llamada más, para investigar algo que la había estado molestando todo el día. Usando un teléfono de pago en el recibidor del hotel, llamó al número de denuncias anónimas.
—Hola. Lago Tahoe Detención de Crímenes. ¿Cómo puedo ayudarle?
Paula explicó rápidamente que era una investigadora de incendios provocados que trabajaba en el caso del Desierto de Desolation y le dio sus números de empleada de Cal Fire y de seguridad social para que la mujer pudiera introducirlos en el sistema y verificar su identidad.
—Esperaba que pudiera localizar el audio de una denuncia hecha el lunes por la tarde.
Escuchó a la mujer teclear en su ordenador.
—Lo tengo. ¿Le gustaría escucharlo ahora?
—Sí, gracias.
Un momento después, escuchaba una voz muy extraña decir:
—Llamo para indicar que alguien que conozco está iniciando fuegos en el Desierto de Desolation. Su nombre es Pedro Alfonso. Y es un bombero HotShot.
La ansiedad creó un nudo en el estómago de Paula.
—¿Podría volver a ponerla? —pidió, pero incluso tras escucharla varias veces seguidas, Paula no podía decir si el que hablaba era un hombre o una mujer. La voz tenía un tono irreal.
—Hay algo extraño en la voz, ¿verdad?
—Ahora que lo menciona —dijo la mujer— suena extraña. Casi como si fuera una máquina y no una persona. Fue un buzón de voz dejado después de hora, de otra manera le dejaría hablar directamente con la persona que tomó el mensaje.
Paula dio las gracias a la mujer y se dirigió a la cafetería.
Diez minutos después miraba fijo hacia su ensalada de pollo y arándanos, recordando lo que Pedro le había dicho sobre alguien mencionándolo en la denuncia por resentimiento.
¿Estaría en lo cierto? Había sido muy amable con lo de su hermano. ¿Podía Pedro hacer algo tan cruel? Otra vez se preguntaba, ¿debería ser siquiera un sospechoso?
Su estómago rugía, pero no podía comer. Debería simplemente meterse en la cama e intentar dormir.
La camarera se percató de que no había tocado el plato cuando pasó a su lado.
—¿Va todo bien, cariño?
Paula miró a la mujer. La respuesta correcta era Sí, todo va bien, pero había sido un día condenadamente largo y no podía mentir.
—Ha sido un día muy largo —dijo suavemente.
La mujer asintió con simpatía.
—Hace poco yo misma tuve algunos así —la mujer levantó un dedo— vuelvo enseguida con algo que está destinado a animarte.
Diez segundos después deslizó una gruesa porción de tarta de crema de chocolate en frente de Paula.
—Esto debería ayudar en algo. Seguro como el infierno que es mejor que una ensalada.
Era un dulce gesto de una extraña, así que Paula interpretó su parte recogiendo el tenedor y deslizándolo en la tarta. Se obligó a tragar un pedazo y alzó los labios en una mueca que se aproximó a una sonrisa.
—Ahí lo tienes —la mujer sonrió—. Lo único que puede ayudar a curar un corazón roto es la tarta de chocolate.
Siempre funciona.
Paula se las arregló para sostener el tenedor hasta que la camarera se fue por las puertas giratorias de la cocina. Hizo algo de ruido sobre la mesa antes de arrojar veinte dólares, luego se deslizó hacia la puerta y se apresuró a salir de la cafetería.
Un corazón roto. Dios, no, no era eso en absoluto. Pedro no había roto su corazón. Él no podía hacerlo. Ni en un millón de años se permitiría tener sentimientos por un sospechoso.
No importaba lo bien que besara. O lo cercano que era con su cuerpo. O cuánto quería que pusiese sus brazos alrededor de ella y la sostuviera.
Pero incluso después de una larga ducha caliente y una hora de soporíferos realitys de televisión, no podía dormirse. No con todas las mentiras que se había dicho a sí misma golpeando todas juntas en su cabeza.
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Espectaculares los 5 caps. Me tiene re intrigada quién puede llegar a ser el pirómano.
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