miércoles, 23 de septiembre de 2015
CAPITULO 10 (primera parte)
—¿Qué demonios ocurre aquí, Pedro?
Pedro sabía que no había razón para contenerse con Patricio. No importaba lo que dijera o no a su amigo, las noticias de su suspensión viajarían rápido. La comunidad de bomberos era pequeña y hermética. Nadie investigaba donde no eran bienvenidos, pero era imposible mantener información pública en secreto.
—McCurdy me suspendió. Esta tarde. Cree que yo encendí el fuego de Desolation.
—Jesús —dijo Patricia exhalando fuerte, luciendo tan perplejo como Pedro nunca lo había visto— ¿Cómo se supone que cualquiera de nosotros hará este trabajo si vamos a estar bajo sospecha todo el tiempo? ¿Qué es lo próximo, que no hagamos barbacoas en nuestros patios porque seremos arrestados por comportamiento temerario?
Pedro apreció el apoyo de su compañero. Aunque no significara nada en el gran esquema de las cosas. Pero necesitaba averiguar todo lo que pudiera sobre el fuego de este motel. Alguien iba detrás de Paula. Y necesitaba averiguar quién. Y por qué.
Obviamente, nada había cambiado en los seis meses desde que la había visto porque todavía no era lo bastante inteligente como para alejarse del peligro. Especialmente cuando eso significaba que ella era un objetivo fácil.
—¿Algo más que debería saber sobre este fuego?
Patricio se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez no debería decírtelo. Después de todo, eres sospechoso de un incendio provocado.
Pedro no movió un músculo, no hasta que estuviera seguro de si su compañero estaba jugando con él.
Patricio le dio una palmada en el hombro.
—Sólo bromeaba. Lo siento, no debería estar jodiéndote. No me importa con lo que salgan esos imbéciles del Servicio Forestal, todos sabemos que tú no eres al que están buscando.
Pedro forzó una sonrisa. Una cosa era tener un montón de trajeados tras él. Pero una vez que otros bomberos comenzaran a dudar, su carrera estaría acabada. La amenaza de incendio provocado lo perseguiría fuera del estado, del país. No sólo en Lago Tahoe.
—Me alegra saber que me cubrirás las espaldas.
Patricio miró su cuaderno de notas.
—Hasta ahora todo lo que tenemos es una caja de combustión y una carta inquietante. Te llamaré si aparece alguna huella dactilar.
Pero Pedro no había terminado de preguntar.
—Háblame del hermano de Paula.
—Sólo me encontré con él un par de veces. Se inscribió el año pasado, antes que yo tomara el control, lo cierto es que era un chico joven y energético con un gran futuro por delante.
No era de extrañar que ella se hubiera enfurecido cuando la había acusado de no respetar a los bomberos. No sólo su padre había sido un ídolo, sino que su hermano había perdido su vida en el trabajo. Vagamente recordaba encontrarse con Antonio Chaves una noche en un bar, pero el verano pasado había sido agitado, y hubo un puñado de novatos con los que realmente no tuvo tiempo para confraternizar hasta que el invierno golpeó de verdad, a finales de Diciembre, y tuvo algo de tiempo libre. Antonio ya había muerto para entonces.
—¿Qué ocurrió?
Patricio sacudió la cabeza.
—Habitual incendio en un apartamento. Algunos chicos lo prendieron, probablemente se quedaron dormidos y dejaron caer un porro encendido en una vieja alfombra. Antonio estaba en el techo asegurándose de que todos salían, cuando la viga que sostenía el tejado se derrumbó.
Pedro recordó escuchar sobre un edificio de apartamentos que había ardido hasta los cimientos a mediados de Noviembre. Sólo unos días antes de que Paula hubiera entrado en el bar de su amigo. Su breve conversación acudió a su memoria. Ella le había dicho que estaba en Tahoe para vaciar el apartamento de su hermano y qué él ya se había ido. Pedro había asumido que un cambio de trabajo era la razón de que su hermano hubiera dejado el pueblo, tal vez incluso la cárcel, pero no la muerte.
No le extrañó que se hubiera desahogado en sus brazos.
—No pudieron sacarlo de allí, ¿verdad?
—No, ardió con el edificio.
Ella no había sido capaz de echar una última mirada a su hermano, de escoger entre ataúdes y entre una vigilia abierta o cerrada. Probablemente no podía soportar ver a un potencial pirómano sin querer hundir un cuchillo en el pecho del tipo. Su pecho.
—Honestamente… —Patricio se restregó una mano contra la barbilla—. No sé si ella debería estar investigando incendios. No hasta que se recupere de lo que le ocurrió a su hermano. Si puede.
Pedro se encontró preguntándose lo mismo. Pero algo le decía que él y Paula no eran tan diferentes. Si estuviera en sus zapatos, haría la misma maldita cosa.
—Ella está haciendo lo que tiene que hacer —dijo él en respuesta—. Ni tú ni yo podríamos alejarnos de nuestros trabajos después de la pérdida de un hermano. Ella tampoco.
Patricio refunfuñó en aceptación y Pedro le agradeció la información, luego agarró una linterna de un camión cercano, sin molestarse en encenderla mientras se dirigía a localizar a Paula. El enfado lo había impulsado desde el momento en que ella había pronunciado la palabra “suspensión” hasta que escucharon sobre el incendio del motel en su radio. Pero ahora que ella había sido el objetivo de un incendiario, y especialmente dado lo que le había ocurrido a su hermano, no podía sostener su ira.
Ni siquiera frente a una brutal suspensión.
La encontró sentada en la arena, mirando el lago. Parecía pequeña y triste, sus brazos envueltos alrededor de las piernas.
Instintivamente, quiso tomarla en sus brazos. Tenía que estar asustada. Cualquiera lo estaría tras leer esa nota. Pero él sabía que ella nunca aceptaría su consuelo, no cuando todavía estaban parados en lados opuestos del fuego.
De alguna manera, tenía que ponerlos en el mismo lado.
Encendió la linterna y la movió sobre su cabeza en advertencia. Ella saltó y se giró con arena volando debajo de sus pies.
Su mano fue hacia su pecho y él, instantáneamente, se arrepintió de alumbrarla. Especialmente después de que su habitación del motel hubiera sido bombardeada por alguien que estaba dejándole notas amenazadoras.
—Déjeme sola, Señor Alfonso.
—Lamento lo de tu hermano.
La sorpresa se instaló en su rostro, pero rápidamente la apagó
—¿Siempre sientes lástima por tu investigador? —Dijo ella, retorciendo sus anteriores palabras—: Interesante estrategia.
Pedro comprendió por dónde iba. Demonios, hacía una hora él la estaba alejando. Pero saber lo que le había ocurrido a su hermano cambiaba todo.
—Esa es la razón por la que estuviste aquí hace seis meses. Es por lo que viniste al bar —se detuvo, acercándose a ella— eso era lo que estaba mal. Por lo que llorabas.
Su cabeza estaba ladeada y él no podía ver su rostro.
—Lo echo tanto de menos. Cada día. Ni siquiera había estado en Tahoe un año.
Ella alzó la mirada hacia él y no había ninguna lágrima sobre su rostro, pero el dolor abrumaba sus hermosos rasgos.
—No descansaré hasta que encuentre al pirómano que lo asesinó.
—Si yo fuera tu —dijo Pedro con voz tranquila— me sentiría igual. Yo estaría aquí haciendo lo mismo, rastreando todas las pistas.
Su boca se retorció como si hubiera saboreado algo amargo.
—Fuiste mi único error. Dios, desearía no haberte conocido nunca.
—Auch.
Y, sin embargo, comprendió de dónde venía. Nadie quería que le recordaran sus cagadas. No importaba que no fueran a propósito.
—Poner a los pirómanos entre rejas es la única cosa que importa ya.
Tenía que preguntar.
—¿Y tus amigos? ¿El resto de tu familia?
Ella le lanzó una mirada extraña.
—¿Qué eres, una especie de adivino?
Dio otro pequeño paso hacia ella, queriendo acercarse sin asustarla.
—No, ¿por qué dices eso?
—Es de locos, pero estaba justo pensando en... —sus palabras se desvanecieron y ella lo miró de nuevo, casi como si estuviera viéndolo por primera vez—. No puedo contarte estas cosas. Ni siquiera debería estar hablando contigo.
Pero él quería que el diálogo continuara, quería tantear su extraña conexión y ver si había algo.
—Sólo me encontré con tu hermano una vez, muy brevemente. Desearía haberlo conocido mejor. Que tuviera historias que contarte.
—No quiero hablar de él.
Pero él no le creía.
—Estaría feliz de hablar con los chicos que conozco en el pueblo, averiguar si había ocurrido algo raro la noche en que él... —se detuvo a sí mismo justo a tiempo.
Ella lo miró fijo con sorpresa. O tal vez era ira.
—Sé que no eres sordo. Sé que me escuchaste decirte que lo dejaras. ¿A qué demonios estás jugando?
Él sostuvo sus manos en alto.
—A nada. Lo juro. Sólo quiero que sepas que comprendo cómo te estás sintiendo. Cuán duro es perder a alguien así, tan de repente.
Si las miradas pudieran matar, ella lo habría golpeado de muerte en ese momento.
—Tú no sabes nada sobre mí. Y no tienes ni idea de lo que es perder a alguien así.
Estaba equivocada. Él lo sabía.
—En mi primer año en el equipo, fui emparejado con Kenny así él podría mostrarme cómo funcionaba todo. Había estado haciendo esto mucho más tiempo de lo que yo había vivido, él había combatido incendios forestales que yo no podía siquiera imaginar y había salido victorioso sin siquiera perder la sonrisa. Y entonces un día, estábamos haciendo senderos en un pequeño fuego cuando una relampagueante tormenta se alzó. Él estaba muerto antes de que siquiera me percatara de lo que había ocurrido. —Le sostuvo la mirada—. Sé que soy tu principal sospechoso. Que ésta es tu investigación y que tienes que hacer tu trabajo. Pero aún así quiero que sepas que lamento mucho lo de tu hermano.
Paula respiró profundamente, entonces dijo:
—Tus condolencias no cambian el hecho de que no conociera a otra alma en Tahoe después de... después de verte en el bar. Y quien sea que escribiera esa nota me conoció exactamente hace seis meses.
—Gabriel y yo hablamos durante unos minutos después de que te escabulleras —dijo él, y sus mejillas se sonrojaron cuando continuó—: Fui directo a la cabaña de Jose desde la estación. No hay modo que pudiera haber incendiado tu habitación. No sin una lata de fluido inflamable y una cerilla... y una llave de tu dormitorio.
Pedro no había pasado tanto tiempo defendiéndose a sí mismo desde que tenía diecisiete años... y siendo culpable del cargo. Esta vez las cosas eran diferentes.
Era inocente.
—Siéntete libre de registrar mi camioneta. Ambos sabemos que no encontrarás nada. Y nunca asustaría a una mujer así. No con un fuego. No con una inquietante notita. Si quisiera terminar con esto, lo haría aquí. Ahora. Cara a cara. Dándote la opción de defenderte.
—No me asusta, Señor Alfonso.
Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras se mantenía firme, sus altos pómulos y los ojos ligeramente rasgados eran impresionantes a la luz de la luna.
Y aunque sí le tenía miedo, admiraba el modo en que le mentía. Era fuerte. Inteligente. Y tan condenadamente sexy que incluso mientras mentalmente se ponían en guardia el uno con el otro, su cuerpo no le dejaría mantener una distancia segura.
—Quien fuera que escribió esa nota está equivocado, Paula. No eres bonita.
Las palabras encontraron el camino desde su cerebro a su boca antes que pudiera detenerlas, y ella abrió la boca por la sorpresa.
—Eres hermosa. Nunca te olvidé, nunca olvidé cómo sabías, lo sexy que eras.
Él estaba lo bastante cerca ahora para que ella se balanceara en su dirección, y la agarró, arrastrando sus exquisitas curvas contra él. Deslizó una mano en su cabello, acunando su cabeza. Ella estaba temblando, y aunque no la había convencido de que era inocente, quería protegerla al mismo tiempo.
Bajó la boca hacia la de ella, y sus labios fueron más suaves y más dulces de lo que recordaba. Nunca había conocido a una mujer con tanta pasión enterrada en lo hondo de su ser.
En segundos le demostró que estaba en lo cierto, su beso furioso y duro al principio, luego seductor y provocativo.
Quería saber todas las cosas para complacerla, descubrir todos sus secretos.
Con nada más que un beso, lo cautivó como ninguna otra mujer lo había hecho.
Seis meses desaparecieron y fue como si estuvieran de regreso en el bar de su amigo con los dedos de ella aferrados a sus hombros y sus manos moviéndose hacia abajo pasando por su cintura para ahuecar su increíble trasero.
Sólo que ahora ella no pensaba que él era un hombre inocente.
—No hice lo que piensas —susurró él contra sus labios—. Nunca te lastimaría.
Ella lo empujó con todas sus fuerzas, sus ojos ardiendo con calor. Lo deseaba. Estaba seguro de eso. Pero tenía miedo de confiar en él. Y entonces parpadeó, y cuando lo miró de nuevo vio hielo donde había existido una desesperada necesidad.
—No me toques de nuevo —ella borró su beso con el reverso de su mano—. Y deberías saber que llamé a mi jefe. Se lo conté todo.
Extrañamente, la decepción le golpeó de lleno en el pecho.
Probablemente ella se habría ido para mañana. Debería estar contento de verla irse, pero no lo estaba.
—Así que, ¿cuándo va a enviar al nuevo chico?
—Sorpresa. No importa. Todavía estás atascado conmigo. Ahora, quítate de mi camino antes que llame a la policía.
Pedro se retiró a un lado y la dejó irse aunque quería agarrarla y besarla una y otra vez hasta que ella olvidara la carta, y sus cosas se deshicieran en humo. Hasta que ella le creyera cuando le decía que era inocente.
En cambio, él iba a ir directo al Desierto de Desolation sobre los senderos detrás de la casa de Jose y cubrir el mismo terreno por el que había ido una docena de veces durante las últimas dos semanas, para asegurarse que no había nuevos incendios que apagar.
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