martes, 27 de octubre de 2015

CAPITULO 24 (tercera parte)



Pedro la aspiró, el delicioso aroma que era único de Paula. 



No había tenido intención de atacarla de esa manera. No había tenido intención de enterrar la cara en sus pechos, entre sus piernas. No había tenido la intención de golpearla con fuerza en el colchón. Pero no había podido contenerse.


Era la primera vez que había perdido por completo el control con una mujer.


Y sin embargo, mientras yacía allí con Paula cálida en sus brazos, sabía que había sido algo más que solo hacerla correrse, mucho más que solo amar la sensación de su suave piel en sus manos.


Era tan increíblemente hermosa, por dentro y por fuera. 


Había sentido su sorpresa cuando se lo había dicho, y tenía tantas ganas de borrar todos esos años de campamentos para gordos, todas las cosas horribles que su marido le había hecho. Sabía que nunca encontraría las palabras, pero aquí en su cama, en la oscuridad, le podía mostrar lo especial que era.


Cerrando los ojos, respiró hondo varias veces para tratar de estabilizar el latido de su corazón, contando hacia atrás desde cien para dejar que se durmiera, pero en algún lugar alrededor de treinta, estaba besándola de nuevo y ella estaba respondiendo frotando sus senos contra su pecho. 


Queriendo ir más despacio esta vez, la besó a lo largo de la frente, en sus pómulos, en su barbilla, luego en el cuello y en la clavícula. Sus manos pasaron suavemente por encima de sus pechos, hacia su cintura y caderas.


Rodándola por encima para que estuviera acostada sobre él, dijo:
—Me vuelves loco, Paula —su voz era áspera por el deseo, y entonces estaba meciéndose en su contra, trayéndolo de vuelta en un tiempo récord—. Tú. Estos —ahuecó sus pechos juntos, entonces cerró los ojos e inclinó su rostro para frotarse contra ella como un león con su compañera—. No hay palabras —dijo finalmente un momento antes de succionar un tenso pezón entre sus labios.


Se arqueó hacia atrás para darle un mejor acceso y él estaba lamiendo sus dos pechos a la vez, su lengua como un dardo, sus dientes ligeramente tanteando sus pezones, su barba rozando contra su piel enrojecida.


Podía sentir cuan lista estaba mientras se mecía contra su erección y entonces él estaba empujando en ella de nuevo, sonidos que no podían controlar saliendo de sus bocas, y todo estaba conectado, su boca en sus pechos, sus manos en sus caderas mientras lo montaba más rápido, más duro, su deseo por ella era cada vez más grande, más fuerte que cualquier cosa que hubiera creído posible. Y entonces, estaba gritando, golpeándose contra él mientras alcanzaba la cima y comenzaba a caer.


Su orgasmo fue tan dulce que él juró que podía oír a los ángeles cantar mientras ella se corría, y entonces dejó de tratar de aferrarse a su autocontrol y se entregó por completo al puro placer.


Minutos más tarde, con las curvas de Paula presionadas contra él, su respiración suave y uniforme mientras la tormenta rugía por encima de ellos, Pedro cayó en el sueño más profundo que había tenido en dos años.









CAPITULO 23 (tercera parte)




Paula no podía respirar. Pedro parecía conocer su cuerpo mejor que ella. Sabía exactamente dónde quería ser acariciada, dónde quería ser besada.


Cuatro días de anhelo contenido desbordaron en su interior mientras aspiraba su olor terroso por la madera con la que había estado trabajando, tan limpio y frío como la lluvia contra su piel caliente.


En algún lugar a través de la niebla lo había oído decir que deberían detenerse, que no podía hacerle ninguna promesa.


Pero no le creyó. No en lo profundo de su corazón.


La necesitaba. La necesitaba para envolver sus brazos alrededor de él y mostrarle que a alguien le importaba. No podía huir, no podía darle la espalda.


—Llévame de vuelta a tu habitación. A tu cama.


Pero en vez de hacer lo que le había pedido, simplemente rozó la yema de su pulgar contra su labio inferior. Se dio cuenta de que sus manos estaban temblando, mi Dios, ¿alguien alguna vez la había deseado tanto? y ella le dio un beso en la piel con cicatrices que cubría la punta, su lengua arremolinándose mientras lo succionaba entre sus labios.


—Te prometí que no haría esto —dijo, con voz ronca. 


Áspera por el deseo.


—No quiero tu noble promesa, Pedro. Quiero esto. Te deseo a ti. Nunca me he sentido así con nadie más. Quiero explorarlo. Por favor, sólo por una noche, no seas el héroe.


Gimió, y dijo:
—Sólo tú me pedirías hacer eso —y entonces la estaba besando de nuevo. Entrelazó sus dedos con los de él para arrastrarlo a través de la lluvia torrencial, por las escaleras. 


En el porche, la levantó, cargándola a través de la sala de estar, por las escaleras y pateó la puerta de su habitación abriéndola. La dejó en el suelo, asegurándose de que hubiera un deslizamiento lento de su cuerpo contra el suyo. 


Tomó el dobladillo de su camiseta y con esmerada lentitud levantó el delgado y húmedo algodón por encima de su estómago, luego por su caja torácica, y finalmente, sobre sus pechos.


Sus pantalones salieron a continuación, con la misma lentitud, y ella disfrutó cada sensación única.


La rugosidad de la tela contra su piel sensible.


La suavidad de sus manos.


El calor de su cuerpo, que le quemaba de la manera más deliciosa.


Y entonces estaba de pie frente a él en nada más que su sujetador y bragas, e incluso aunque había estado prácticamente desnuda esa primera noche, esto se sentía diferente. Más real, de alguna manera. Lo suficientemente real como para que todas las inseguridades que habían estado persiguiéndola durante treinta y tres años decidieran tomar ese momento para correr en el dormitorio y volar a su alrededor, susurrando cosas crueles sobre sus arrugas y celulitis.


Pensó que había corrido más rápido que su pasado, dejando atrás los años de odio hacia sí misma.


Se sorprendió al darse cuenta de que se había equivocado.


Quería alejarse, esconderse detrás una manta gruesa, pero entonces él dijo:
—Dios, eres hermosa —y la reverencia en sus palabras funcionó como magia para despojarla de sus miedos, la convicción en la voz de Pedro hizo que Paula creyera, por primera vez en su vida, que realmente era hermosa.


Acarició con sus pulgares a través de la curva superior de sus pechos, donde se hinchaban sobre las copas de su sujetador.


—Eres tan suave —el placer onduló a través suyo ante su toque suave, Paula cerró los ojos y se arqueó hacia atrás ligeramente, sus manos buscando sus caderas para poder sostenerse a sí misma en un terreno cada vez más inestable. Él deslizó fuera una correa y luego la otra. Sin nada que sostuviera el encaje, sus pezones saltaron sobre el borde, hacia sus manos en espera.


—Tan perfecta.


Sus pulgares rodearon sus tensas protuberancias, tensándose aún más ante su caricia burlona. Todo su ser se centró en dos centímetros cuadrados de piel. Nunca había sentido un placer tan exquisito, nunca había sabido que sus senos podían estar tan increíblemente sensibles. La erección de Pedro se apretó dura contra su vientre y sintió un  calor responder entre sus piernas.


—Durante cuatro días te he saboreado en mi lengua. Y quise más. Mucho más.


Un estremecimiento la atravesó en el mismo momento en que su boca descendió sobre sus pezones. Ahuecando sus pechos, los juntó para poder moverse fácilmente de uno a otro, lamiéndolos con movimientos largos y suaves de su lengua.


Pedro —gimió mientras se arqueaba aún más cerca de su increíble boca.


Al oír su nombre, tomó uno de sus pezones entre los labios y lo succionó en su boca, sus dientes tanteando suavemente la sensible carne. Una mano todavía ahuecando sus pechos, la otra se movió hacia su trasero, extendiéndose sobre una de sus nalgas y arrastrándola con más fuerza contra su eje mientras deslizaba un muslo entre los suyos.


Cuando movió su atención al otro pezón, su excitación se hizo tan intensa que no pudo evitar moverse a sí misma en contra de la dura columna de su pierna. La alentó con su brazo, ayudándola a moverse a un ritmo perfecto con su lengua y labios en sus pechos. Y luego, sus dedos estaban sobre su vientre, moviéndose rápidamente hacia su humedad.


Y entonces, dulce Señor, sus dedos encontraron su clítoris.


 Abrió sus piernas para él mientras se mecía contra sus dedos, queriendo desesperadamente que siguiera tocándola, justo así, allí mismo, en donde se sentía tan bien. Estaba tan cerca, justo a punto de romperse en pequeños millones de piezas, cuando él apartó la mano y dio un paso hacia atrás. 


Lejos de ella.


La pérdida de su calor, de su toque, la hacían sentir como si embistiera directamente contra un iceberg.


Pero entonces, la golpeó lo que debió haber sucedido. Se estiró hacia él.


— ¿Ocurrió de nuevo? Tus manos, ¿se entumecieron?


Se miró las manos, apretadas en puños.


—No. Puedo sentirte. Demasiado bien —hizo una mueca—. No puedo controlarme contigo, Paula. Soy demasiado rudo. Te lastimaré. Dios, no quiero hacerte daño.


Apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¿Realmente le estaba pidiendo disculpas por querer tan duramente hacer el amor con ella que estaba perdiendo el control?


—Soy más fuerte de lo que parezco.


Tenía que dejarle saber a Pedro lo mucho que deseaba esto, que estaba desesperada por sus dedos, manos y boca en ella. Rápido o lento, no le importaba. Lo único que le importaba era el placer de tocar y ser tocada por él. 


Alcanzando su espalda, se desabrochó el sujetador y dejó que cayera al suelo entre ellos.


—Me encantó lo que estabas haciéndole a mis pechos —dijo con voz ronca antes de retroceder y quitarse las bragas.
Audazmente tomó su mano y la puso sobre su montículo, temblando cuando sus dedos ásperos hicieron contacto con su piel tan excitada, tan llena de deseo.


—Me encantó lo que estabas haciendo justo aquí también. Hazlo de nuevo, Pedro. Llévame más alto, llévame todo el camino sobre el borde —se puso de puntillas y le susurró al oído— y no te preocupes por mí. Puedo manejarte.


Se movió tan rápido de estar parado en el medio de la habitación a tumbarla de espaldas en la cama que ella perdió el aliento.


Un instante después, su cabeza estaba entre sus piernas, su boca reemplazando su mano. Gritando, se arqueó hacia sus labios mientras su lengua se deslizaba en su humedad, luego a su clítoris, luego de vuelta a lo largo de sus labios. 


Sus manos sostuvieron sus caderas firmes mientras ella se olvidaba de respirar, de pensar, de la manera de hacer otra cosa excepto sentir.


Y entonces, oh Dios, allí estaba, un pico más alto del que jamás había trepado antes, y estaba explotando debajo de él, su cuerpo se sacudió con espasmos de éxtasis. A través de todo, siguió lamiendo, chupando y sumergiéndose con su
lengua, sin dejarla, no hasta que había escurrido hasta la última gota de placer de su cuerpo.


Las lágrimas pincharon sus ojos, no sólo por el placer, sino por las intensas emociones que la atención de Pedro despertó en su cuerpo. La forma en que la tocaba, la besaba, la acariciaba, la hacía sentirse hermosa.


Especial.


—No lo sabía —dijo cuando por fin pudo hablar—. No sabía que podía ser así.


Dejando besos a lo largo de la parte interior de sus muslos, luego hacia arriba por su vientre y costillas, encontró de nuevo sus pechos con sus manos y boca.


—Tengo que estar dentro de ti —sus ojos sostuvieron los de ella en la cercana oscuridad—. Ahora. Antes de explotar.


Juntos arrancaron sus pantalones y él se quitó la camiseta para estar apalancado sobre ella, completamente desnudo.
Paula estaba segura de que nada ni nadie se había sentido alguna vez tan bien. Quería tocar y besar cada centímetro de él, tomarse su tiempo explorando su perfección. Pero esas exploraciones tendrían que esperar, porque él estaba presionando sus muslos aparte con una rodilla y levantándose a sí mismo de su cuerpo de modo que la cabeza de su pene se apretaba contra sus pliegues abiertos. 


Y entonces, antes de que pudiera tomar su siguiente respiración, estuvo dentro de ella, en un embiste largo.


—Estás tan apretada —gimió, quedándose completamente quieto mientras su cuerpo se extendía para aceptar su grueso miembro—. Tan mojada.


Podía sentirlo palpitando contra su útero, su cuerpo respondiendo con más humedad y revoloteando en lo profundo en su vientre.


—Por favor, Pedro —rogó, sin saber las palabras correctas para pedirle lo que quería, pero sabiendo que estaba esperando lo mismo.


Pero esas dos simples palabras fueron mágicas, porque un momento después, comenzó el largo y lento deslizamiento hacia fuera, luego de vuelta dentro. Fuera. Dentro. Fuera. 
Dentro. Una y otra vez hasta que estuvo loca de deseo y el pico que había coronado sólo unos minutos antes estuvo, sorprendentemente, de vuelta a su alcance.


Tiró de la cara de él hacia la suya para poder mostrarle con sus besos lo mucho que esto significa para ella. Eso era todo lo que había estado esperando. Estar con él era mucho más que cualquier cosa que hubiera sentido antes.


Y mientras se besaban, se hizo más grande aún en su interior hasta el momento en que sintió que el control sobre su cuerpo cedía de nuevo a otro alucinante orgasmo y él estaba latiendo y pulsando dentro de ella, empujando más duro, más alto, más profundo, mientras ambos se corrían.


Jadeando duro, su piel todavía resbaladiza por la lluvia, pero sobre todo por el intenso calor que habían generado, Pedro cambió su peso para que su espalda estuviera sobre el colchón y la cabeza de ella se acunara sobre su pecho.


Uno de sus brazos fue por encima de su cadera, una pierna estacada contra ella, el agotamiento se apoderó de Paula, el perfecto tipo de cansancio que venía después de haber dado todo de sí misma. Era similar a cómo se sentía después de una maratón de pintar todo el día, pero mucho más especial.


Porque no estaba sola.







CAPITULO 22 (tercera parte)




Pedro estaba irritado. No con Paula por sus habituales rondas de interminables preguntas. Sino con él mismo.


Así que su padre había recibido cartas de una chica. 


¿Entonces qué? Claro, Pedro era protector de su madre, pero había tomado el control de su propia vida un par de años atrás cuando le había pedido el divorcio. Estaba saliendo con un buen tipo que quería que se mudara con él a Florida. Estaba bien.


Pero lo enfadaba, leer las acarameladas palabras que Isabel había escrito. No podía imaginar que alguien se sintiera así por Andres. Francamente, no conocía lo suficientemente bien a su padre como para ver quién podría haber sido cuando tenía diecinueve años.


Sabiendo que era tiempo de cambiar de tema, hizo un gesto hacia la cómoda.


—Estoy impresionado de que lijaras casi todos los cajones. Eso es un gran trabajo.


Sus ojos sostuvieron los suyos y casi pudo verla sopesando los pros y los contras de mantenerse tras él sobre lo de su padre o dar marcha atrás.


Finalmente, estiró los brazos, inclinó su cabeza de un lado a otro, y era una locura, pero estuvo casi decepcionado por su elección de dejarlo ir.


Se había acostumbrado a tenerla hurgando alrededor, cuestionándolo a cada paso.


—Estoy cansada. Pero un buen tipo de cansancio. Pero tienes razón, probablemente debería volver a trabajar en el caballete. Mi primera muestra de arte será pronto. Justo antes de la boda de tu hermano. Voy a tener que empezar a pintar todo el día si no termino un par de grandes esta semana.


Salieron del taller y regresaron a través del bosque, cada paso que daba al lado de Paula le confirmaba que debía mantener su distancia. Permanecer fuera de sus asuntos.


Sólo que no podía evitar querer saber más sobre lo que la hacía marchar. Aún estaba conmocionado por la forma en que se había insinuado sobre su deseo por él. Pero era más que eso, más que la forma en que sus cuerpos inevitablemente respondían el uno al otro.


De alguna manera, parecía saber cuándo estaba mintiendo, no sólo a ella, sino a sí mismo también.


— ¿Siempre quisiste pintar?


—Siempre.


—Pero no lo hiciste, ¿no hasta que te mudaste aquí?


—No. En realidad, no.


— ¿Por qué no?


—No lo sé.


No dejaría que él le mintiera. Él no permitiría eso tampoco.


—Sí lo sabes.


Se detuvo junto al tronco de un árbol, envolvió sus brazos alrededor, apoyándose en este.


—Tenía miedo de no ser lo suficientemente buena. Pensé que todo el mundo sabía más que yo. Pensé que necesitaba escuchar sus consejos, que tenía que creer en ellos cuando me decían que estaba haciéndolo todo mal. Les dejé moldearme, incluso cuando las voces en la parte de atrás de mi cabeza estaban gritándome que no lo hiciera. Al final, no tomé mis pinceles durante tres años.


—Eso es mucho tiempo para estar lejos de algo que amas —lo sabía de primera mano.


—No fue hasta que llegué aquí el pasado octubre, cuando desempaqué mi caballete y lo puse en el porche de tus abuelos, que me di cuenta que lo había tenido en mí todo el tiempo.


Las palabras de Paula se atrincheraron detrás de su plexo solar. Era justo lo que el Servicio Forestal le había estado diciendo durante tanto tiempo. Que ya no era lo suficientemente bueno. Que necesitaba escuchar sus consejos y entrenar para alguna otra cosa.


—Paula —dijo, incapaz de evitar el cerrar la brecha entre ellos a pesar de sus mejores intenciones—. Yo…


El resto de su oración fue interrumpida por una fuerte explosión desde la playa.


—Alguien debe estar encendiendo fuegos artificiales frente a la cabaña.


Corrió a través del resto de los árboles y encontró a los chicos justo a la derecha de la playa de Poplar Cove.


En la propiedad de Isabel. La mujer que había sido la novia de su padre.


—Esos fuegos artificiales son ilegales.


Los dos adolescentes apenas si lo miraron.


—Amigo, es Cuatro de julio. Estamos teniendo un poco de diversión —la chica, sin embargo, pareció un poco preocupada.


Extendió una mano.


—Dame el resto. Me desharé de ellos por ustedes.


Pero en lugar de dárselos, el chico de cabello oscuro sacó un encendedor y empezó a prender uno.


Pedro tomó la parte posterior del cuello del chico en un 
apretón de muerte, tan rápido, que el chico dejó caer los fuegos artificiales casi encendidos en la arena.


— ¿Alguien alguna vez te dijo por qué son ilegales?


El chico se encogió de hombros, tratando de actuar valiente.


—Déjame ir.


—Este —dijo Pedro, sin dejar ir al chico mientras recogía los restos carbonizados de uno de los fuegos artificiales— por lo general arranca un dedo o dos —recogió otra envoltura—. Pero este —silbó bajo—Éste es una belleza real. Tiene tendencia a estallar abriéndose desde la parte posterior, explotándote en la cara. Normalmente te ciega, aunque a veces, después de bastantes cirugías, si tienes suerte, no quedarás totalmente ciego.


—Mierda, hombre —dijo el asustado chico a su amigo— dijiste que eran seguros.


Decidiendo que había hecho todo lo posible para asustarlos, Pedro dejó que el chico más audaz se retorciera lejos.


—Este viejo amigo está tratando de asustarnos. Probablemente está inventando estas cosas.


Pedro se encogió de hombros y dijo:
—Todo depende de si quieres descubrirlo por ti mismo —pero los chicos ya estaban corriendo hacia la playa, dejando atrás los fuegos artificiales.


Recogió las envolturas, se dio la vuelta y se estrelló contra Paula. Tuvo que dejar caer los fuegos artificiales para tomar sus costillas y evitar que se cayera. Se quedaron así parados durante varios segundos, ambos respirando con dificultad.


Lucía furiosa como el infierno.


—Asustaste a Jose y a sus amigos casi hasta la muerte, Pedro.


—Bien.


—Son sólo chicos.


—No quiere decir que puedan salirse con la suya actuando como estúpidos.


— ¡Eso es lo que hacen los chicos, Pedro! Cometen errores y aprenden de ellos.


—Puesto que ya lo sabes todo, ¿por qué no me dices qué pasa si el error es demasiado grande? ¿Si uno de esos fuegos artificiales se lleva algo de ellos, algo que nunca pensaron perder? ¿Qué, entonces?


Las manos de ella se movieron a su rostro, manteniéndolo inmóvil, calmándolo como haría con un animal salvaje.


—Sé lo mucho que debe haber dolido. Qué tan mal te duele todavía. Pero va a estar bien, Pedro. Un día no muy lejano. Tendrá que estarlo.


El violento auge de trueno en el cielo oscuro por encima de ellos fue su única advertencia antes que la lluvia comenzara a caer.


—Por lo menos ahora no tendrás que preocuparte por los fuegos artificiales.


—No de ese tipo, de todos modos —dijo, luego inclinó la cabeza hacia la de ella.


Sus labios eran suaves, tan malditamente suaves que quiso devorarla, empezando por su boca y siguiendo hasta sus pechos, pero aun así, estaba trabajando como loco para controlarse a sí mismo, para detenerse antes de que las cosas se pusieran realmente fuera de control. Y entonces, su lengua se movió contra la suya, y se perdió.


Chispas de calor trabajaron a través de él mientras ella enredaba sus dedos en su pelo y tiraba de su cabeza hacia abajo más cerca para besarlo, su lengua moviéndose al ritmo de la suya, sus senos apretados contra su pecho. 


Gimió suavemente contra su boca y lo único que pudo pensar era que se sentía tan bien en sus manos, de la manera en que una mujer debía sentirse, suave calidez en lugar de afilados huesos y ángulos duros.


Mientras sus manos se movían sobre sus caderas, hacia su cintura, habrías pensado que cuatro días habían sido cuatro años, la deseaba tanto. Jadeó cuando sus dedos encontraron la piel desnuda en la base de su camiseta y él quería olvidar su promesa de quedarse lejos de ella, quería olvidar todo menos el placer.


Pero incluso mientras su extrema pasión amenazaba con hacerse cargo de todo lo demás, sabía que tenía que darle una última oportunidad de alejarse.


—No deberíamos hacer esto. No tengo nada que darte, Paula. Nada en absoluto.