sábado, 26 de septiembre de 2015
CAPITULO 20 (primera parte)
El taller estaba oscuro y fresco. Sacó una bolsa Ziploc y un frasco de vidrio esterilizado.
—Me sorprende que esa cosa no te haya sacado una hernia todavía.
Ella puso la pesada bolsa de mensajero en el suelo de cemento.
—Me gusta estar preparada.
De forma rápida y eficiente, ella comenzó a recoger muestras, utilizando una toallita húmeda para limpiar cualquier petróleo de sus manos antes de pasar a recoger una muestra de fertilizante. Su rostro estaba tan serio como lo estaba en la estación de Bomberos HotShot cuando lo había suspendido de sus funciones. Justo como lo había hecho entonces, quería tirar de ella contra él y besar la solemne expresión de su cara.
Ella levantó la vista y lo sorprendió mirándola.
—Deja de mirarme así.
Nunca había deseado tanto a una mujer.
—Ojalá pudiera —dijo él, sus palabras más honestas de lo que pretendía.
Ella bajó la cabeza de nuevo a la bolsa de fertilizante.
—Me gustaría no tener que hacer esto, Pedro. Desearía no tener que llevar esto al laboratorio de David para el análisis.
—Deja de culparte, Paula. Resolveremos eso.
Lo dejó helado al darse la vuelta y decir:
—¿Podrías dejar de estar tan jodidamente tranquilo? —Bolitas blancas cayeron fuera de su bolsa y se dispersaron alrededor de sus pies—. ¡Sólo deja de ser tan malditamente abnegado por un segundo! —Ella sacudió en su furia la bolsa a medio llenar de fertilizante, y más bolitas diminutas saltaron al suelo—. Si éstas coinciden con las muestras de la explosión podrías estar en serios problemas. Podrías ir a la cárcel por algo que no hiciste. Si Robbie no sobrevive, ellos te llamarán asesino. Y yo tendré parte de culpa. Que yo diga que no lo hiciste no significa un carajo si tus suministros proceden de las mismas tiendas y los mismos lotes.
Él se acercó y cubrió sus manos con las suyas.
—No vamos a llegar a eso. Y si pasa, encontraremos una manera de luchar contra ello. —Le frotó las palmas ligeramente con los pulgares—. Juntos.
Ella lo miró fijamente como si hubiera perdido la cabeza, su rostro inundado de emociones. La lujuria estaba allí, por supuesto, siempre estaba entre ellos. Pero también había esperanza. Y miedo.
—O eres la persona más optimista que he conocido, o la más ilusa —dijo, pero podía sentirla relajándose poco a poco.
Y entonces, justo cuando estaba a punto de tomarla en sus brazos, ella se movió fuera de su alcance, volviendo a las bolsas de fertilizante.
—Será mejor que nos vayamos.
Dios, cómo quería hacerla enfrentarse al hecho de permanecer juntos, desnudos y sudando en su cama. Pero ella no era el tipo de mujer que un hombre podría presionar.
Un movimiento en falso y huiría tan lejos que tendría suerte de echarle un vistazo a través de una habitación llena de gente.
Siguió su dulce culo ajustado en los jeans prestados, de vuelta a su camino de entrada. Al llegar a su camioneta, ella arrugó la nariz.
—Todavía huele como si estuviéramos conduciendo detrás de ese autobús turístico.
Él frunció el ceño, pensando en lo mismo.
—Podría ser todo el humo en el aire.
Puso en marcha el motor y comenzó a moverse, cuando de repente sintió como si el fondo de su asiento estuviera en llamas. Y entonces se dio cuenta: Lo que olían no tenía nada que ver con los gases del escape de un autobús.
Alguien había saboteado su camioneta.
Apagó el motor.
—Sal de la camioneta, Paula.
—¿Por qué? ¿De qué estás hablando?
—Creo que hay una bomba debajo de mi asiento.
Ella no hizo más preguntas, sólo se desabrochó el cinturón de seguridad y recogió su bolso justo cuando su trasero empezó a echar humo.
Él metió una mano alrededor de su cintura y ella abrió la boca por la sorpresa cuando la arrastró fuera de su asiento y a través de la puerta del lado del conductor. Un silbido tenue pinchó sus orejas, y fue puro instinto lo que le hizo levantarla del suelo y tirarla lejos de la camioneta.
Su cuerpo se arqueó en el aire, sus manos moviéndose para proteger su rostro, sus rodillas se cerraron para proteger su estómago e ingle cuando golpeó el suelo.
Pedro sintió la fuerza de la explosión una fracción de segundo antes de aterrizar encima de ella, cubriendo cada centímetro de la cabeza, piernas y brazos de ella de las esquirlas.
CAPITULO 19 (primera parte)
Paula había llegado a Tahoe para demostrar la culpabilidad de Pedro, y él había girado el tablero hacia ella.
Ahora estaba segura no sólo de su inocencia, sino de su compasión y comprensión, también.
Era demasiado perfecto, y demasiado difícil de resistir.
Ella levantó la vista, de repente, y se dio cuenta que no le había dicho a dónde quería que la llevara.
—¿A dónde vamos?
—A mi casa para conseguir esas muestras de fertilizante y gasolina.
No. Ella no quería ir, no quería recoger ninguna evidencia que pudiera vincular a Pedro con el crimen.
Pero sabía que él tenía razón. Si había una posibilidad de que definitivamente pudieran descartarlo, ella podría llamar a McCurdy para conseguir que él oficialmente terminase con la suspensión de Pedro.
Sin embargo, necesitaba que Pedro le prometiera una cosa en primer lugar.
—Si resulta que tus muestras coinciden, prométeme que conseguirás un abogado.
Atrapado detrás de un gran autobús turístico, apartó la vista de la carretera y la miró a los ojos.
—Lo haré, pero tú vendrás conmigo.
El autobús necesitaba con urgencia un tubo de escape. Olía como si el gas estuviera canalizándose directamente en su camioneta.
Ella frunció el ceño.
—Tú no me necesitas para encontrar un abogado.
—No se trata de encontrar un abogado. No estoy dispuesto a dejarte sola. No después de lo que pasó anoche. No hasta que encontremos al bastardo que provoca estos incendios.
Quería decirle que podía cuidar de sí misma, pero esas palabras se perdieron en la calidez de saber que alguien realmente estaba preocupado por ella.
En los últimos meses se había acostumbrado a manejar todo ella sola, sin pedirle ayuda a nadie, pero hubo un tiempo, antes de todo lo que le había sucedido a su familia, en que su padre y su hermano se preocupaban por ella. Ellos la habían mantenido a salvo, ya sea investigando a un nuevo novio o atornillando sus estanterías rebosantes para que no se cayeran en caso de terremoto y la enterraran.
Ella todavía estaba tratando de encontrar la manera de responder cuando él entró por un camino de grava que se imaginó era el camino de entrada a su casa. Al igual que el de Jose, era un sendero estrecho entre pinos altos. Y entonces, como por arte de magia, surgió un estanque con agua de color azul brillante, y más allá una hermosa pradera.
El camino de entrada serpenteaba por las colinas ondulantes, hacia una casa impresionante de estructura de madera.
Era uno de los lugares más increíbles que jamás había visto.
Y la belleza a su alrededor decía mucho sobre el hombre sentado a su lado.
—Tú hiciste esto, ¿verdad? —le preguntó en voz baja—. Tú construiste esta casa.
Él apagó el motor.
—¿Cómo lo adivinaste?
—Mi padre hizo lo mismo cuando era pequeña. Me recuerda mucho a donde crecí.
Ella había amado todas las paredes de su casa, la casa del árbol en el patio trasero que había ayudado a su padre a construir, pintar y decorar, las flores que había plantado en la tierra y regado con cuidado todo el verano para que cuando llegase su padre en el otoño todavía hubiera flores.
—Suena como que fue un gran padre.
Algo grande, pero frágil, se rompió en su interior.
—Lo era. —Una de las paredes que protegían su corazón ahora yacía en fragmentos a sus pies.
—Me hubiera gustado conocerlo.
Paula se miró las manos. A cualquier lugar, excepto a Pedro. No quería que la viera así de débil, solo porque él había expresado un deseo sincero de conocer a un hombre que echaba de menos cada día.
Obviamente, sintiendo que ella tenía un pie atrapado en arenas movedizas, él llevó las cosas a la cuestión que los ocupaba.
—Mi taller está pasando la casa, por detrás. Cuanto más rápido obtengamos una respuesta de David acerca de mis muestras, será mejor.
Ella se bajó de la camioneta, agradecida por su comprensión, pero mientras seguía a Pedro por los escalones de la entrada, cada nervio dentro suyo estaba en el borde. Lo último que quería era estar a solas con Pedro en esta hermosa casa que él había construido. No cuando una tonta parte de su cerebro había empezado a pensar en los cuentos de hadas tan pronto como había puesto los ojos en la propiedad.
¿Y si ella hubiera conocido a Pedro en otras circunstancias? ¿Y si hubiera llegado a su casa para una emocionante cita, más que a medio camino de enamorarse de un fuerte y robusto bombero? ¿Qué habría pasado entonces? ¿Se habrían metido en su bañera juntos y besado hasta que estuvieran tan locos el uno por el otro que apenas pudieran subir las escaleras a su habitación? ¿Se habría quedado dormida en sus brazos después de hacer el amor y despertaría junto a él a la mañana siguiente?
Trató de decirse a sí misma que ella sólo tenía esas fantasías porque estaba cansada. Pero mientras caminaba por un camino asfaltado hasta la puerta principal, se le hizo agua la boca por enésima vez por sus brazos musculosos y bronceados, sus anchos hombros y su sexy parte trasera, pero su corazón anhelaba una conexión más profunda.
Amor.
Él abrió la puerta desbloqueada del frente y la condujo a una cocina llena de luz. Nunca había tenido mucho ojo para los colores y formas, pero ahora sabía exactamente como quería que su casa se viera algún día. Vigas de pino expuestas, enormes paneles de vidrio, encimeras de azulejo moteado del color de la piedra natural.
Él abrió la nevera y le entregó una lata de refresco. De pronto, dándose cuenta de lo seca que estaba su boca, ya que no había tocado nada en el restaurante, tomó un largo trago de la lata. Y entonces cometió el error de mirar de nuevo hacia Pedro, y necesitó fuerza sobrehumana para apartar los ojos de sus dedos en la lata, sus labios en el borde de aluminio, su nuez moviéndose bajo su bronceada piel, ligeramente sin afeitar.
Se obligó a prestar atención a su muy impresionante casa otra vez.
—Habría sabido que construiste esta casa en el momento en que vi tus suelos. —Señaló hacia las incrustaciones ajustadas en la madera—. La mayoría de los contratistas no hacen este tipo de trabajo detallista. No vale la pena su tiempo.
—¿Tu novio es constructor?
Sus ojos volaron a su cara.
—No… —Ella se tropezó con las palabras, queriendo que él supiera—. No tengo novio.
La sonrisa de Pedro en respuesta quitó el aire de sus pulmones y se apartó de él. No podía soportar que la mirara de esa manera, como si supiera exactamente lo que quería, porque él quería la misma cosa.
—Es bueno saberlo —dijo finalmente. Y luego—: Ya que estamos aquí, ¿estás segura que McCurdy no va a insistir en que hurgues en los archivos de mis armarios? ¿Mi mesita de noche, tal vez?
Le requirió una gran voluntad evitar el enrojecimiento de sus mejillas.
—He visto condones antes.
Su voz fue suave y sexy cuando él la golpeó con:
—¿Incluso de tamaño gigante, del tipo estriado para el placer de la mujer?
Maldición. Él era bueno.
Ella se dio la vuelta y salió de la cocina, manteniendo la reacción para sí misma. Porque incluso aunque sabía que sólo estaba bromeando, sus cristalinos recuerdos de esa tarde seis meses atrás, y como su gran erección había presionado con fuerza en su vientre, le decían que él sólo estaba bromeando a medias.
CAPITULO 18 (primera parte)
Silenciosamente, condujeron colina abajo, estacionaron, y entraron en el atestado restaurante. Pedro no había vuelto al lugar desde que Eduardo lo vendiera a un par de tipos de Las Vegas un mes después de que Paula llegara para tomarse un trago y volara su cabeza.
No estaba seguro de si le gustaban los cambios. Siempre había sido un sitio de barrio para pasar el rato, un lugar donde su equipo iba cuando estaban manchados de tierra y sudor, para jugar al billar y olvidarse de encarar a la muerte por un par de horas. Los nuevos dueños lo habían pulido, haciéndolo ver más como una gran cadena nacional que como un bar y parrilla de barrio.
Fotos de personas divirtiéndose en el lago salpicaban las paredes, junto con ventanas y pintura nueva. Incluso la muchedumbre era diferente. Llamativa, más rica.
—Vaya, este lugar sí que ha cambiado —dijo él mientras tomaban una mesa vacía cerca de la ventana.
Ella miró alrededor
—¿De verdad?
¿En qué estaba pensando él? Hacía seis meses ella estaba tan llena de pesar por su hermano que probablemente ni siquiera vio nada sobre el lugar. Además, él la había empujado contra la pared de las botellas y había estado sobre ella tan rápido que no podría haber visto nada.
—Lamento decírtelo —dijo él, en un intento de cambiar el tema— pero ya no estás compitiendo para la Señorita Lago Tahoe. Parece que las cosas de Kelly te quedan bastante bien.
Un espectacular rubor se abrió camino sobre sus mejillas.
—Es un poco más pequeña que yo.
Pedro dejó caer sus ojos hasta sus pechos por un breve momento
—Un poco. Pero créeme, te queda bien.
La novia de Dennis, Jenny, llegó cargando una pesada bandeja con bebidas. Él había olvidado que ella trabajaba en el servicio del almuerzo y la cena durante todo el verano.
Ella le sonrió ampliamente cuando lo vio, pero cuando se dio cuenta de con quién estaba sentado, su sonrisa se convirtió en confusión.
—Pedro, ¿qué haces aquí? —No añadió con ella al final de la oración, pero él podía leer su mente.
—Hora del almuerzo —dijo él— ¿qué hay de bueno hoy?
Ella bajó la vista a su libreta.
—Todos han estado pidiendo el sándwich de pollo a la parrilla con aguacate en pan francés. Casi se nos acaba.
Pedro se giró para mirar a Paula y ella asintió.
—Tomaremos dos si aún tienen. Y dos Coca Colas.
Jenny anotó el pedido, pero no comprendió que no era el mejor momento para hablar. Especialmente considerando las nuevas sospechas de Paula respecto a su novio. Pedro sabía que a Jenny no le gustaría mucho oír aquello. No más de lo que le gustaba a él.
—Fui a la cabaña de Jose después del desayuno —dijo frunciendo el ceño—. No tenía idea de que las cosas se estuvieran poniendo tan mal. Casi parecía no saber quién era yo. Debiste pedirme ayuda mucho antes.
Hasta ahora, Paula no había hecho la posible conexión entre la enfermedad de Jose y los senderos que iban desde su patio trasero hasta Desolation, y Pedro no quería darle ninguna razón para llevar sus sospechas por ese lado. Aún cuando ella ya había estado en la casa de Jose y hablado con él, mientras menos se dijera sobre la gravedad de la situación de su padrastro, mejor.
La conciencia de Pedro le dio un golpe. Paula lo había tratado con honestidad desde el principio, le dijo exactamente por qué creía que él era culpable y después admitió que estaba equivocada tan pronto decidió que era inocente.
Quería ser tan honesto como ella, pero aún no la conocía tan bien como para tener la absoluta certeza de cómo respondería ante sus preocupaciones sobre Jose. Y no podía dejar que nada le sucediera a su padre solo porque él le había dicho demasiado a la persona equivocada.
—Gracias por pasarte por allí, Jenny. Realmente te lo agradezco. —No se molestó con sutilezas—. Te llamaré más tarde y podemos hablar más sobre la situación.
Jenny le lanzó otra mirada a Paula antes de decir.
—Seguro, Pedro. Iré a ordenar tu pedido.
Paula le echó una mirada divertida cuando Jenny dio la vuelta a la esquina.
—Cielos, esa chica está loca por ti.
—¿Celosa?
Ella vio como Jenny reía mientras le susurraba algo a un lindo ayudante de camarero antes de entrar a la cocina.
—Me retracto. Coquetea con todos.
Él se dio cuenta de que Paula pasó por alto su pregunta de los celos y sonrió. No necesitaba contestar. Lo deseaba tanto como él a ella.
Ahora todo lo que necesitaba era que ella se diera cuenta de eso.
Mirando aún a Jenny, de repente frunció el ceño.
—Oye, ¿no estaba ella contigo en la pista de aterrizaje esta mañana?
—Había quedado con Dennis para desayunar. Han estado saliendo durante un tiempo.
—¿Saliendo con Dennis, huh? —dijo pensativa— ¿cómo se siente él con que su novia coquetee contigo?
Él se había hecho la misma pregunta y llegó a una sola conclusión:
—Él no es del tipo celoso.
Ella levanto las cejas.
—Seguro que no lo es.
Un par de bomberos de la estación urbana entraron y se dirigieron hacia la barra, probablemente para recoger algunas bebidas para llevar, y la cara de ella se desencajó.
Sabía que estaba pensando en Antonio.
—Hablaba en serio anoche cuando te ofrecí ayudar con el caso de tu hermano.
Paula se giró hacia él de nuevo, sus ojos abiertos con sorpresa.
—No lo entiendo. ¿Por qué querrías ayudarme?
—¿Por qué no habría de hacerlo?
Estaba claro que ella no sabía qué responder.
Probablemente por la misma razón que él aún no estaba cómodo siendo claro sobre Jose. A pesar de su conexión física, ella desconfiaba de él como él de ella.
—Gracias —dijo ella en voz baja— realmente aprecio tu oferta. Quizás cuando este caso esté terminado…
Sus palabras se desvanecieron y él quería presionarla más, hacerla comprometerse a verlo de nuevo cuando estuvieran en el otro lado de esta locura.
Justo entonces, vio a David entrar y buscarlos entre la multitud.
—David está aquí —dijo él, y la expresión de Paula se volvió todo negocios otra vez.
Aunque Pedro estaba feliz de que fueran a saber qué había ocasionado la explosión, la interrupción había llegado demasiado pronto. Al menos, se había sentido como si estuviera llegando a conocer a la verdadera Paula Chaves, la mujer de carne y hueso con inseguridades, esperanzas y debilidades, no solo la investigadora, dura como el acero, que se forzaba por ser cada minuto del día.
David jaló una silla. Pedro nunca había visto a su despreocupado amigo tan solemne como en este momento.
—Lo tengo.
Antes que pudiera decir algo más, Jenny llegó con los sándwiches. Esperaron en un tenso silencio a que ella los sirviera y se alejara, pero claramente no tenía ninguna prisa por irse.
—Hola David —dijo ella— ¿cómo te va?
—Bien, gracias.
—Vaya fuego el que arde, ¿no?
Él disparó una rápida mirada hacia Pedro
—Sip.
Ella los miró a los tres, finalmente notando que algo ocurría.
—¿Necesitan algo más, chicos? ¿Salsa de tomate? ¿Mostaza? ¿Tienes hambre, David?
—Estoy bien, gracias.
Ella alzó sus cejas.
—Bien, entonces me iré a tomar un pequeño descanso por unos minutos, así que llamen a Amy si necesitan algo más.
Todos asintieron, mientras los platos de comida permanecían intactos. Finalmente, Paula rompió el pesado silencio cuando Jenny se fue.
—¿Qué has descubierto?
—He podido identificar claramente gasolina y fertilizante.
Paula cerró los ojos por un momento.
—Juntos explotan como una bomba. Es fácil y no muy caro. Cualquiera pudo haberlo hecho. Es el crimen perfecto. —Cuando abrió los ojos nuevamente, Pedro tuvo la sensación de que ni siquiera los estaba viendo realmente—. La gasolina y el fertilizante son demasiados comunes, es muy probable que estén en el garaje de cualquiera. Encontrar a la persona que preparó el terreno para la explosión es como buscar una aguja en un pajar.
Durante sus quince años como bombero, al primer indicio de problemas,
Pedro inmediatamente brincaba a la acción. Usaba su cuerpo, sus herramientas y su cerebro para pelear contra llamaradas mortíferas. Pero esta vez las cosas eran diferentes. En lugar de batallar contra el fuego, él estaba buscando a un incendiario. Alguien que buscaba sangre.
—Gracias por la ayuda, David —dijo Paula, empujando su silla hacia atrás sin tocar su comida—. Necesito continuar, necesito revisar algunas cosas.
Pedro se puso de pie y arrojó cuarentas dólares mientras David le entregaba a Paula una hoja impresa con sus resultados.
—Mantén la fe. Encontrarás a quien hizo esto. Y lo detendrás antes de que lo haga otra vez. Me quedaré cerca de casa el resto del fin de semana por si necesitas que haga algún otro análisis.
Paula le dio una débil sonrisa mientras tomaba los resultados de laboratorio luego caminó tras Pedro hacia su camioneta.
—Agradezco que me hayas conectado con David —dijo cuando estuvieron solos nuevamente, en el asiento delantero—. Y gracias por ir más allá de la llamada del deber hoy, primero con el fuego, ahora con esto. —Ella lo miró a los ojos—. Pero necesito dejar de hacerte perder el tiempo ayudándome, y… consigue un abogado, Pedro.
¿Qué diablos? Ella le había dicho que le creía.
Ella le puso una mano en el brazo.
—Yo sé que no lo hiciste. Pero este es un pueblo pequeño. ¿Cuántas gasolineras hay cerca, sin tener que conducir hasta el centro?
—Una.
—¿Cuántos lugares que venden fertilizantes?
—Uno. —Él sabía exactamente a dónde quería llegar ella—. Y si la gasolina y el fertilizante de mi garaje vienen del mismo lote que los que analizó David y mi nombre ya está en la lista de sospechosos…
Ella finalizó su oración.
—Parecerá que lo hiciste tú.
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