lunes, 28 de septiembre de 2015
CAPITULO 26 (primera parte)
Rezando para que no fuera la última vez que veía a Pedro,
Paula se concentró en la carretera mientras dejaba la estación de bomberos, tratando de recordar cómo volver al laboratorio de David. Podía ver por qué la gente venía a Lago Tahoe para unas vacaciones y nunca se marchaba. La belleza era asombrosa. No sólo el lago, sino las montañas, los árboles.
Y sobre todo los Bomberos HotShot.
Razón por la cual necesitaba resolver este caso y salir de Lago Tahoe, lo antes posible. No era una buena compañera para Pedro. Todo lo que él era tiraba de su corazón y le daban ganas de amarlo. No era sólo la forma en que la tocaba, no era simplemente porque nunca se había deshecho así en los brazos de nadie excepto en los de él.
Al fin la casa de David apareció a la vista y una bonita rubia de mediana edad salió al porche.
—Hola. Soy Kelly, la esposa de David. ¿Asumo que eres Paula y que necesitas hablar con él de nuevo?
Paula se quedo parada torpemente en el camino de entrada junto a la moto, sosteniendo los contenedores de pruebas del garaje de Pedro. —Sí.
Ella trató de sonreír, quería ser amistosa, pero sus pensamientos eran tal enredo desastroso de deseos y recriminaciones que falló en ambos.
—Entra —dijo la mujer, sosteniendo la puerta abierta—. David acaba de salir por un paquete de seis. Volverá pronto.
Paula no tenía tiempo de sentarse y esperar a que David volviera con su bebida. Entró y puso los frascos sobre la mesa.
—¿Podrías darle esto a tu marido?
Los ojos de Kelly eran sorprendentemente azules y llenos de bondad.
—Por supuesto. ¿Supongo que necesitas que los examine rápidamente?
Paula se quedó mirando fijamente hacia las muestras, deseando no tener que hacerles pruebas.
—Si —dijo tardíamente dándose cuenta que estaba usando la ropa de su anfitriona—. David me dijo que tomara prestado esto. Espero que estuviera bien.
Kelly tenía una expresión extraña mientras examinaba la ropa de Paula, y cuando Paula finalmente se miró la camiseta y los jeans, vio que estaban sucios, cubiertos de una gran cantidad de roturas y desgarros.
—Lo siento mucho. No me di cuenta...
—No te preocupes por eso. Ha sido un día difícil, ¿no es así?
Los ojos de Kelly veían mucho más de lo que Paula quería que viera. Dios, cómo quería sentarse y decirle todo a esta extraña. Pero derramar su alma tomando un café no arreglaría ni una maldita cosa.
Decir lo menos posible había sido su modo operandi por largo tiempo. No tenía sentido cambiar las cosas ahora.
Afortunadamente, Kelly no parecía ser el tipo de mujer que se tomaba los silencios como algo personal.
—¿Por qué no sigues adelante y tomas algo más de mi armario?
Paula sacudió la cabeza de nuevo.
—Estoy bien. Gracias.
Kelly llenó un vaso con agua purificada, luego se lo ofreció a Paula con una mirada acerada.
—Bebe esto. Ya vuelvo.
No fue hasta que Paula se tragó el agua que se dio cuenta de lo sedienta que estaba. Kelly regresó con lo que parecía ser un par muy caro de jeans de diseño y otra linda camiseta.
—Realmente no creo que deba tomar esos de ti —dijo Paula—. De la manera en que han ido las cosas, probablemente estarán triturados en una hora.
Kelly los dejó caer sobre la encimera al lado de Paula.
—Los necesitas más que yo —y luego dijo— ¿cómo está manejando Pedro la investigación? Estoy preocupada por él.
El corazón de Paula dolía por los problemas que había llevado a la puerta de Pedro con su suspensión, por sus temores con respecto a Jose, por los miembros de su equipo que estaban en el hospital. Y luego estaba la bomba que alguien había plantado en su camioneta. Sus rodillas empezaron a temblar de nuevo al pensar en lo cerca que habían estado de la muerte.
Ella tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Él ha estado trabajando conmigo para tratar de averiguar quién hizo esos incendios.
Kelly ladeó la cabeza hacia un lado.
—¿No es un poco difícil hacer eso cuando él es un sospechoso?
—Acabo de ponerle fin a su suspensión. Se dirige de nuevo a la montaña mientras hablamos.
La sonrisa que Kelly le dio a Paula decía que sabía que esto era más que una objetiva decisión profesional.
—Estoy muy contenta de escuchar eso —dijo Kelly—. Qué tal si me das tu número de teléfono y hago que David te llame con los resultados.
Paula negó con la cabeza.
—Mi teléfono explotó.
Por primera vez, Kelly parecía asustada.
—¿Qué quieres decir con que explotó?
Paula había dicho demasiado. Levantó la ropa cuidadosamente doblada.
—Gracias por esto.
Kelly metió la mano en un bolso sobre la encimera y le tendió un fajo de billetes de veinte.
—Aquí. Compra un nuevo teléfono en la tienda del pueblo, luego llámame con el nuevo número.
Paula dudó un segundo, aunque Kelly estaba en lo cierto, entonces metió los billetes en su bolsillo.
—Gracias. Te lo devolveré pronto.
—No hay prisa, ¿de acuerdo? —Dijo mientras acompañaba a Paula al porche delantero—. Y cuídate. Me gustaría volver a verte. Tener una cena. En mejores circunstancias, por supuesto.
Paula mantuvo la cabeza baja mientras pasaba una pierna sobre la moto, no quería que Kelly viera lo mucho que deseaba la misma cosa.
El paseo de quince minutos al pueblo para comprar un teléfono debería haber sido emocionante, la mejor manera de desahogarse. En cambio, sus músculos estaban tensos, sus pensamientos corriendo porque la última vez que había conducido al centro de Lago Tahoe en una moto había sido con su hermano en su cumpleaños a finales del verano pasado. Antonio había querido mostrarle su nueva estación de bomberos y ella había estado encantada por él, encantada de que finalmente estuviera viviendo su sueño.
Su nuevo trabajo era lo suficientemente diferente de lo que su padre hacía en las montañas como para que fuera algo que Antonio pudiera reclamar como todo suyo.
Los recuerdos seguían llegando a ella, uno tras otro, de cómo él había estado sobre ella para que se mudara a Tahoe también, para emparejarla con uno de los chicos de su estación.
No, maldita sea, no tenía tiempo para esto. Tenía mucho que hacer en el aquí y ahora como para quedar atrapada en el pasado otra vez. Le debía a este caso, y a Pedro, seguir adelante. No podía permitirse el lujo de perder una cosa.
Estacionando la moto frente a un 7-Eleven en el borde de la frontera con Nevada donde los casinos se hacían cargo, rápidamente compró un teléfono desechable, luego se dirigió a un Starbucks para cargar el teléfono en una salida libre y obligarse a comer y beber algo mientras esperaba. Nunca se había sentido con menos ganas de comer, pero tenía que ser inteligente y mantener su fuerza.
Tomó asiento en la esquina trasera de la cafetería, un lugar que había elegido específicamente para asegurarse de que podía ver a todo el que entrara en la tienda. No podía olvidar que su vida estaba en peligro.
Treinta minutos más tarde no había visto a nadie que reconociera, mucho menos a alguien que le pareciera remotamente sospechoso. Cuando el teléfono estuvo listo, sacó el número de teléfono que Pedro le había dado de su amigo Eduardo Myers, quien era dueño del Bar & Parrilla, de su bolsillo.
Cuando él no contestó, dejó un mensaje conciso diciendo que era una investigadora de incendios trabajando con el estado y tenía algunas preguntas con respecto a su antiguo restaurante. A continuación llamó a información y pidió que la contactaran con el jefe de bomberos urbano, Patricio Stevens.
—Oficina de Patricio Stevens —dijo su secretaria— ¿en qué puedo ayudarle?
Paula había hablado con Camila un puñado de veces durante los últimos meses.
—Camila, soy Paula Chaves.
—Hola, Paula. ¿Ya se ha puesto en contacto contigo el nuevo jefe sobre el caso de tu hermano?
—En realidad, estoy llamando por el incendio de ayer en el motel. Fue en mi habitación.
Camila hizo un suave sonido.
—Lo siento, cariño. Vi esa nota. Debes estar muy asustada.
Sin duda alguna, la nota que había sido dejada para ella en una cámara de combustión había sido increíblemente espeluznante. Pero no estaba dispuesta a admitir miedo ante nadie. Ni siquiera ante ella misma.
—Estoy bien. —Insistió. Había estado repitiendo las palabras durante todo el día, diciendo que estaba bien, cuando no lo estaba. Tal vez si lo decía suficientes veces empezaría a creerlo—. ¿Está el jefe Stevens? Me gustaría ver si ha sabido algo más sobre el fuego.
—Me temo que está en otro incendio en este momento, pero me aseguraré de decirle que te llame en el minuto que llegue —después que escribió el nuevo número de teléfono de Paula, dijo—: Por supuesto, espero que descubramos quien te hizo eso.
Paula logró decir un suave —Gracias — luego colgó y llamó a información y pidió que le contactaran con la oficina de Vuelos de Lujo. Finalmente, buenas noticias. Dennis estaba a punto de regresar de lanzar agua en la próxima media hora más o menos.
Iba a estar al acecho esperándole cuando llegara.
Dennis vivía en una casa nueva no muy lejos del Starbucks.
Sus suaves paredes de estuco blanco eran el polo opuesto de la cabaña rústica de Jose. Pero a diferencia de las otras propiedades de imagen perfecta, el jardín de Dennis era inexistente, su césped de un amarillo enfermizo.
Poco después de su llegada, Dennis se detuvo en su camino de entrada. Al salir de su camioneta, la miró completamente confundido.
—¿Paula? ¿Qué estás haciendo aquí? —él dio un paso atrás— oh mierda, me quieres hacer más preguntas sobre Pedro, ¿no?
—En realidad —dijo en una voz lenta y firme— me gustaría llevar a cabo una búsqueda de propiedad. De tu casa.
Frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Hubo una explosión hoy cerca de una de las urbanizaciones. Agradecería si me dejas entrar en tu garaje.
—Todavía no entiendo por qué estás aquí. No soy un sospechoso, Pedro lo es.
—No —dijo— no lo es. Ya no.
Ante eso, el rostro de Dennis se volvió rojo remolacha, como si una mano le estuviera apretando fuertemente alrededor del cuello.
—¿Estás bromeando conmigo? ¿Por qué diablos me estás buscando a mí? ¡Yo no he hecho nada! ¿Él te dijo que yo hice esto para que dejaras de acusarlo, verdad?
—Lo entendiste al revés —dijo con firmeza—. Él ha estado defendiéndote todo el día de mí.
Pero la ira de Dennis siguió creciendo.
—Toda mi vida lo he tratado como a un hermano. Debí saber que así es como me lo pagaría. Espero que lo encuentren culpable y que se pudra en la cárcel. Estoy seguro que a los otros reclusos les encantaría tener a un bombero HotShot.
—Dennis —dijo de nuevo, en el tono razonable que utilizaba a menudo para hablar con las asustadas víctimas del incendio— no dijo nada sobre ti.
—¡Infiernos que no lo hizo! Envolvió a mi padre alrededor de su dedo meñique, al igual que ha hecho contigo. Una vez que se fue a vivir con nosotros, me volví invisible. Las únicas veces que mi padre se molestaba en hablarme era cuando quería alardear de algo que Pedro había hecho. Estaba tan jodidamente cansado de escuchar su nombre. No te voy a decir una maldita cosa y no vas a entrar en mi garaje. No sin una orden judicial. Miro la tele. Sé que no puedes tomar nada sin una orden de registro. Ahora sal de mi propiedad.
Calmadamente, le corrigió.
—En casos de incendios provocados, una orden judicial no es necesaria. Y me temo que tengo que hacerte algunas preguntas antes de irme, Dennis.
Casi apopléjico, él dijo:
—Crees que eres tan inteligente. Tan importante. Pero eres como el resto de ellos. Apuesto a que no tienes ni idea de con cuántas se acuesta. No eres más que otra puta estúpida que quiere follar con un bombero HotShot.
Paula dio un paso hacia Dennis, su expresión amenazadora
—Tiene que calmarse, Sr. Kellerman, y responder a mis preguntas: ¿Dónde estuvo el fin de semana pasado y del lunes siguiente hasta el viernes? ¿Con quién estuvo? ¿Y por qué se echó atrás para acampar con Pedro y su padre?
De repente, Dennis se desinfló como un globo.
—Jesús, ¿de eso se trata todo esto?
Le frunció el ceño.
—¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo?
Él se dejó caer en el borde de la acera, con la cabeza entre las manos. Cuando la miró sus ojos eran sombríos.
—Estaba conduciendo por todo el estado hablando con los médicos.
—¿Estás enfermo, Dennis?
—No. Mi padre lo está.
La respuesta de Dennis la cegó por completo. Sabía lo devastador que era perder a un miembro de la familia.
Dennis no había sido quien inició los fuegos. Había estado tratando de ayudar a su padre.
—Conocí a Jose ayer.
La miró con sorpresa.
—¿En serio?
—Parece un hombre maravilloso. Siento lo de su enfermedad.
—Lo único que quiero es encontrar alguna píldora o un médico que pueda operar su cerebro para evitar que empeore.
Tenía que preguntar.
—¿Has hablado con Pedro sobre esto?
Casi parecía avergonzado.
—Sé que esto sonara estúpido, pero quería ser el héroe esta vez. Sólo una vez. Cuando realmente importaba. En cambio, todo está jodido y piensas que encendí el fuego. No lo hice. Te lo juro.
No podía dejar de creer en él, no cuando estaba tan molesto, tan genuinamente preocupado por el bienestar de su padre, pero aún así necesitaba confirmar su historia para tacharlo de su lista.
—Agradecería si me das los nombres y números de teléfono de algunos de los médicos que has visitado, para que pueda comprobar tu paradero.
No discutió con ella esta vez y diez minutos después había confirmado su historia.
Se había estrellado con otro callejón sin salida.
CAPITULO 25 (primera parte)
Furia sonó en el bosque silencioso.
Ellos todavía estaban vivos.
Había sido una planificación ideal. Una pequeña bomba activada por calor debajo del asiento del conductor que explotaría al azar. Debió ser la mejor manera de matarlos, perfectamente imposible de encontrar mientras se derretía en el interior del motor ardiendo.
Venganza sin penalizaciones.
Provocar el incendio forestal en Desolation había sido una forma divertida de ver a Pedro hervir en agua caliente, el sabor dulce de la venganza por lo que había hecho. Pero esa perra, la pequeña y bonita investigadora con las tetas grandes, se había interpuesto en su camino. Y Pedro no pudo resistirse a jugar al héroe otra vez.
Arriesgando su vida para poder meterse dentro de sus ajustados pantalones.
Incendiar su habitación de hotel con una bolsa de patatas fritas y un fosforo debería haber sido suficiente para hacerla huir. Pero no. Ella todavía estaba aquí. Arruinándolo todo.
Pedro podía esperar.
La perra tenía que morir
CAPITULO 24 (primera parte)
Paula miró a Pedro con la más absoluta confusión. ¿Por qué no estaba él ya a mitad de camino hacia la puerta? Había dicho que sus hombres lo necesitaban para apagar el fuego.
¿Qué demonios estaba pasando?
—Si estás preocupado por esa carta de McCurdy, me aseguraré de que sepa que esto es totalmente mi decisión.
Yo nunca lo he visto en persona, pero por todo lo que he oído es un hombre justo. Y él no querría a un bombero inocente sentado haciendo girar sus pulgares mientras se está luchando contra un incendio.
Pedro estuvo al otro lado de la habitación en un instante, sus manos sobre su caja torácica. Su fuerza y calidez eran demasiado bienvenidas, su tenue sombra de barba lo hacía verse mucho más sexy que lo que cualquier hombre tenía derecho a ser.
—Gracias por tu oferta de ir a batear por mí, pero no hay manera de que te deje sola.
Paula se estremeció, incluso aunque su mirada era caliente.
Posesiva. Ningún hombre la había mirado así. Ella no había sabido lo mucho que le gustaba. Pero sabía que no podía permitirse a sí misma acostumbrarse a ella.
—No necesito que me protejas —dijo en voz baja, a pesar de que hasta que encontrara al incendiario, el peligro potencial acechaba en cada esquina.
—En un momento u otro, todos necesitamos ayuda —dijo él. —Incluso una dura investigadora de incendios como tú. No quiero ver que te hagan daño. No podría vivir con eso.
Su reacción a su declaración de independencia no era lo que había esperado. Habría apostado porque se pusiera terco, no protector. No estaba del todo segura de cómo responder, apenas podía envolver su cabeza alrededor de la idea de que él estaba más preocupado por la seguridad de ella que por su trabajo y su responsabilidad para con sus hombres.
—Nada de esto tiene sentido, Paula. Diablos, me gustaría que lo tuviera. Todo sería diferente si tu vida no estuviera en peligro. Pero alguien incendió tu habitación de hotel. Alguien quiere hacerte daño. Va a ser difícil para cualquier persona llegar a ti si estoy allí también. —Sus ojos eran oscuros y apasionados—. No voy a dejar que nadie te haga daño. No importa lo que pase.
Ella debería haberlo empujado lejos, pero no podía dejar de correr las manos por su espalda. Él hizo una mueca y no podía creer que hubiera olvidado por un segundo los golpes que se había llevado al protegerla de la explosión.
—Estás sangrando de nuevo —dijo— deberías haberme dicho que parara, ya sabes, antes.
Su sonrisa en respuesta la dejó sin aliento.
—No lo habría hecho incluso si me hubiera dado cuenta. Lo que no paso.
—¿Dónde está tu kit de primeros auxilios?
Él se alejó de ella y lo sacó de un cajón inferior de la cómoda.
—Siéntate —le dijo, y cuando él se sentó en el borde de la cama, sacó lo que necesitaba—. Esto te va a picar —le advirtió, pero él apenas reaccionó cuando ella le limpió suavemente la espalda con alcohol.
Mientras trabajaba, Paula se convenció más de que Pedro tenía que volver con su equipo. No sólo para combatir el fuego, sino porque alguien estaba tratando de matarlo. Esperaba que ponerlo de nuevo en acción consiguiera alejarlo del peligro.
De acuerdo con la nota que le habían dejado en el motel, esto era personal. ¿Qué habían hecho ella y Pedro hace seis meses para cabrear a un pirómano? ¿Y podría esto tener algo que ver con su hermano, con algo o alguien, en lo que hubiera estado involucrado antes de morir?
Pedro la miró por encima de su hombro.
—No me va a gustar lo que estás pensando, ¿verdad?
No. No estaría feliz de saber que ella no tenía planes de correr asustada para esconderse del pirómano.
De hecho, cuanto más lo pensaba, menos temerosa se volvía de lidiar por sí misma con el loco hijo de puta. Uno a uno, no más mierda, no más bombas en los coches y fuegos en las laderas.
—Tu equipo te necesita ahí fuera, Pedro. Sobre todo después de lo que pasó con Robbie. Por favor, ve.
Él se quedó en silencio por un largo momento, sus ojos buscando los de ella.
—Estás poniendo tu trabajo en juego al dejarme fuera de la suspensión, sin primero conseguir el visto bueno, Paula.
—Si me quieren despedir, está bien. Encontraré otro trabajo.
Él se movió en la cama y puso sus manos a ambos lados de su cara y la besó tan dulcemente, tan tiernamente que se vio amenazada por las lágrimas.
Con su boca todavía en contra de ella, le pidió:
—Ahora dime lo que estás planeando.
—Primero prométeme que vas a volver con tu equipo.
Tenía que mantenerse firme, tenía que asegurarse que tenía su palabra. Más vidas que la de ella estaban en juego aquí.
Tenían que separarse, atacar el fuego desde ambos extremos. Él volvería con su equipo y ella se aseguraría de atrapar a la persona responsable de la destrucción continua.
—Prométeme, Pedro, que te vas a reportar de regreso a la estación de inmediato.
Podía sentir la tensión irradiando de él mientras luchaba por tomar la difícil decisión. En su corazón, Pedro era un protector. Si pudiera, él cuidaría de todos ellos. Pero había algo más en juego que su seguridad personal. Tantas vidas.
Casas. Bosques de crecimiento lento. Todos sus hombres.
Él le acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Cómo puedo hacer eso cuando sé que estás pensando en adentrarte en el peligro sin pensar en ti misma?
Ella le sonrió.
—Haces exactamente eso mismo todos los días. Estás dedicado a tu misión y siempre pones primero a los demás, incluso cuando estás personalmente en peligro por hacerlo.
—Nos parecemos mucho, ¿verdad?
Sí, los dos estaban comprometidos con sus metas, sin importar el sacrificio. Razón por la cual ella había renunciado a todo lo demás en su vida después que su hermano había muerto. No podía permitirse el lujo de perder el foco. No cuando se estaba acabando el tiempo para evitar que el caso de Antonio fuera etiquetado como “Sin Resolver”.
Él enredó las manos en su pelo.
—Dime lo que estás planeando.
Ella se limitó a repetir su petición.
—Prométemelo.
Su boca encontró la de ella otra vez y cuando casi se había olvidado de todo, excepto del deslizamiento de su lengua y del hormigueo que se movió a través suyo cuando él mordió en ese punto sensible en el centro de su labio inferior, Pedro le susurró:
—Lo prometo.
El alivio se apoderó de ella y se permitió relajarse en sus brazos, por última vez.
—Alguien nos quiere asustar, no le importa matarnos si no reaccionamos lo suficientemente rápido. Es un juego que he terminado de jugar. Estoy harta de ser tomada por sorpresa.
Ella se levantó de su regazo, obligándose a ignorar el placer que le esperaba si se quedaba.
—Hasta este fin de semana, tú y yo solo nos habíamos encontrado una vez. Y, sin embargo, ambos parecemos ser los objetivos. ¿Hay alguien en quien puedas pensar que pudiera habernos visto juntos hace seis meses?
—Supongo que hay una posibilidad de que mi amigo, el que era el dueño del lugar, regresara temprano.
—Y si lo hizo y nos vio juntos, estoy segura de que no habría querido decir nada para avergonzarte.
—Tal vez. —Pedro estuvo de acuerdo—. Pero ¿por qué diablos Eduardo querría hacerte daño? ¿O a mí? Vendió el lugar un mes más tarde, se trasladó fuera del pueblo, y ha estado viviendo con su nueva novia en la ciudad desde entonces.
Ella no podía ver una buena conexión. Era una pieza más del rompecabezas que encajaba, o no.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas, sólo para asegurarme de que no regresó temprano y vio a alguien fuera.
Pedro garabateó el nombre de su amigo y su número de teléfono en un viejo recibo que tenía sobre su cómoda.
—Se suave con él, ¿de acuerdo?
—Prometo ser buena —dijo ella con una pequeña sonrisa—. ¿Tienes un coche de reserva que podamos utilizar para salir de aquí?
—Una motocicleta —respondió él—. ¿Sabes cómo montar?
Ella trató de fingir que no oyó el doble sentido, pero no obstante, se sonrojó.
—Mi padre tenía una moto. Me enseñó cómo hacerlo.
Tenía que alejarse de él, lejos de su calor, del poder infinito que tenía sobre ella.
—Mi camiseta está abajo. Por qué no te vistes y te encuentro en la cocina. Te dejaré en la estación de Bomberos HotShot, y si no te importa, me quedaré con la moto por un tiempo.
Sus ojos eran oscuros, ilegibles.
—No me preocupa la moto, Paula. Me preocupas tú.
Temerosa de qué otra cosa podría decir él, rápidamente salió de la habitación antes de averiguarlo. En la planta baja, mientras se agachaba para recoger su sujetador y camiseta del piso de la cocina, hizo caso omiso de los latidos en su cráneo, el destello de dolor y dificultad para respirar que le decía que apenas había escapado viva de la camioneta de Pedro. Ella era capaz de continuar su investigación sólo por su atrevido rescate.
Le debía a Pedro más de lo que podría pagarle jamás.
Unos pocos minutos más tarde, lo seguía por la puerta delantera hacia un edificio separado cuando un suave chasquido a su izquierda la sorprendió e instantáneamente se detuvo. Su corazón latía con fuerza, y los diminutos pelos de su nuca se levantaron en alarma.
Alguien los observaba. La misma persona que casi los había matado una hora atrás.
—¿Escuchaste eso? —preguntó ella.
—¿Escuchar qué? —Pedro miró a su alrededor, a los árboles, el cielo y de vuelta a su casa.
Pero a medida que los segundos transcurrían, nadie se lanzo desde los árboles hacia ella. Los únicos sonidos eran el monótono pío, pío, pío de un trepador azul y el susurro de las agujas de pino en la brisa del atardecer.
Con la disminución de su ritmo cardíaco vino un agudo sentimiento de estupidez.
—No importa. No fue nada —dijo ella, odiando haberle dado alguna razón para dudar de que pudiera cuidar de sí misma.
Los ojos de Pedro estaban oscuros y su mandíbula se apretaba. Sabía que él estaba pensando en cientos de razones para quedarse con ella.
Necesitaba cinco minutos sola para poder controlarse.
Afortunadamente, recordó de pronto que las muestras de su garaje habían ardido en el asiento delantero de la camioneta.
—Tengo que conseguir las muestras de nuevo.
Ella corrió de regreso hacia su garaje. Afortunadamente, él no la siguió, y aunque se sentía desnuda sin su bolso de cuero lleno de trucos, sacudió algunos clavos de un par de pequeños frascos de vidrio y los utilizó para recoger lo que necesitaba.
Cuando regresó con los frascos llenos, él dijo:
—Esto sigue sin gustarme.
Ella intentó resistirse, intentó mantenerse fría, para evitar plantarle un beso rápido en su hermosa boca.
—Sé que no. Y significa mucho para mí que confíes en mis decisiones.
Pronto estaban sentados a horcajadas sobre su Ducati 695, una motocicleta que la gente se volvería loca de poseer y montar. Dejó caer los frascos de muestra en la consola central y se puso el casco que Pedro le entregó. Su aroma limpio asaltó sus sentidos. Ella fue muy consciente de que su ropa interior todavía estaba húmeda por el placer que él le había dado... y que ella había estado inexcusablemente viva en sus brazos menos de quince minutos antes.
Envolvió sus brazos alrededor de su cintura, permitiéndose disfrutar de su calor por última vez mientras él aceleraba el motor y salía del granero.
Su motocicleta era una parte perfecta del estilo de vida en Lago Tahoe. Era una lástima que fuera una vida que no le pertenecía.
Y nunca lo haría.
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