lunes, 28 de septiembre de 2015
CAPITULO 24 (primera parte)
Paula miró a Pedro con la más absoluta confusión. ¿Por qué no estaba él ya a mitad de camino hacia la puerta? Había dicho que sus hombres lo necesitaban para apagar el fuego.
¿Qué demonios estaba pasando?
—Si estás preocupado por esa carta de McCurdy, me aseguraré de que sepa que esto es totalmente mi decisión.
Yo nunca lo he visto en persona, pero por todo lo que he oído es un hombre justo. Y él no querría a un bombero inocente sentado haciendo girar sus pulgares mientras se está luchando contra un incendio.
Pedro estuvo al otro lado de la habitación en un instante, sus manos sobre su caja torácica. Su fuerza y calidez eran demasiado bienvenidas, su tenue sombra de barba lo hacía verse mucho más sexy que lo que cualquier hombre tenía derecho a ser.
—Gracias por tu oferta de ir a batear por mí, pero no hay manera de que te deje sola.
Paula se estremeció, incluso aunque su mirada era caliente.
Posesiva. Ningún hombre la había mirado así. Ella no había sabido lo mucho que le gustaba. Pero sabía que no podía permitirse a sí misma acostumbrarse a ella.
—No necesito que me protejas —dijo en voz baja, a pesar de que hasta que encontrara al incendiario, el peligro potencial acechaba en cada esquina.
—En un momento u otro, todos necesitamos ayuda —dijo él. —Incluso una dura investigadora de incendios como tú. No quiero ver que te hagan daño. No podría vivir con eso.
Su reacción a su declaración de independencia no era lo que había esperado. Habría apostado porque se pusiera terco, no protector. No estaba del todo segura de cómo responder, apenas podía envolver su cabeza alrededor de la idea de que él estaba más preocupado por la seguridad de ella que por su trabajo y su responsabilidad para con sus hombres.
—Nada de esto tiene sentido, Paula. Diablos, me gustaría que lo tuviera. Todo sería diferente si tu vida no estuviera en peligro. Pero alguien incendió tu habitación de hotel. Alguien quiere hacerte daño. Va a ser difícil para cualquier persona llegar a ti si estoy allí también. —Sus ojos eran oscuros y apasionados—. No voy a dejar que nadie te haga daño. No importa lo que pase.
Ella debería haberlo empujado lejos, pero no podía dejar de correr las manos por su espalda. Él hizo una mueca y no podía creer que hubiera olvidado por un segundo los golpes que se había llevado al protegerla de la explosión.
—Estás sangrando de nuevo —dijo— deberías haberme dicho que parara, ya sabes, antes.
Su sonrisa en respuesta la dejó sin aliento.
—No lo habría hecho incluso si me hubiera dado cuenta. Lo que no paso.
—¿Dónde está tu kit de primeros auxilios?
Él se alejó de ella y lo sacó de un cajón inferior de la cómoda.
—Siéntate —le dijo, y cuando él se sentó en el borde de la cama, sacó lo que necesitaba—. Esto te va a picar —le advirtió, pero él apenas reaccionó cuando ella le limpió suavemente la espalda con alcohol.
Mientras trabajaba, Paula se convenció más de que Pedro tenía que volver con su equipo. No sólo para combatir el fuego, sino porque alguien estaba tratando de matarlo. Esperaba que ponerlo de nuevo en acción consiguiera alejarlo del peligro.
De acuerdo con la nota que le habían dejado en el motel, esto era personal. ¿Qué habían hecho ella y Pedro hace seis meses para cabrear a un pirómano? ¿Y podría esto tener algo que ver con su hermano, con algo o alguien, en lo que hubiera estado involucrado antes de morir?
Pedro la miró por encima de su hombro.
—No me va a gustar lo que estás pensando, ¿verdad?
No. No estaría feliz de saber que ella no tenía planes de correr asustada para esconderse del pirómano.
De hecho, cuanto más lo pensaba, menos temerosa se volvía de lidiar por sí misma con el loco hijo de puta. Uno a uno, no más mierda, no más bombas en los coches y fuegos en las laderas.
—Tu equipo te necesita ahí fuera, Pedro. Sobre todo después de lo que pasó con Robbie. Por favor, ve.
Él se quedó en silencio por un largo momento, sus ojos buscando los de ella.
—Estás poniendo tu trabajo en juego al dejarme fuera de la suspensión, sin primero conseguir el visto bueno, Paula.
—Si me quieren despedir, está bien. Encontraré otro trabajo.
Él se movió en la cama y puso sus manos a ambos lados de su cara y la besó tan dulcemente, tan tiernamente que se vio amenazada por las lágrimas.
Con su boca todavía en contra de ella, le pidió:
—Ahora dime lo que estás planeando.
—Primero prométeme que vas a volver con tu equipo.
Tenía que mantenerse firme, tenía que asegurarse que tenía su palabra. Más vidas que la de ella estaban en juego aquí.
Tenían que separarse, atacar el fuego desde ambos extremos. Él volvería con su equipo y ella se aseguraría de atrapar a la persona responsable de la destrucción continua.
—Prométeme, Pedro, que te vas a reportar de regreso a la estación de inmediato.
Podía sentir la tensión irradiando de él mientras luchaba por tomar la difícil decisión. En su corazón, Pedro era un protector. Si pudiera, él cuidaría de todos ellos. Pero había algo más en juego que su seguridad personal. Tantas vidas.
Casas. Bosques de crecimiento lento. Todos sus hombres.
Él le acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Cómo puedo hacer eso cuando sé que estás pensando en adentrarte en el peligro sin pensar en ti misma?
Ella le sonrió.
—Haces exactamente eso mismo todos los días. Estás dedicado a tu misión y siempre pones primero a los demás, incluso cuando estás personalmente en peligro por hacerlo.
—Nos parecemos mucho, ¿verdad?
Sí, los dos estaban comprometidos con sus metas, sin importar el sacrificio. Razón por la cual ella había renunciado a todo lo demás en su vida después que su hermano había muerto. No podía permitirse el lujo de perder el foco. No cuando se estaba acabando el tiempo para evitar que el caso de Antonio fuera etiquetado como “Sin Resolver”.
Él enredó las manos en su pelo.
—Dime lo que estás planeando.
Ella se limitó a repetir su petición.
—Prométemelo.
Su boca encontró la de ella otra vez y cuando casi se había olvidado de todo, excepto del deslizamiento de su lengua y del hormigueo que se movió a través suyo cuando él mordió en ese punto sensible en el centro de su labio inferior, Pedro le susurró:
—Lo prometo.
El alivio se apoderó de ella y se permitió relajarse en sus brazos, por última vez.
—Alguien nos quiere asustar, no le importa matarnos si no reaccionamos lo suficientemente rápido. Es un juego que he terminado de jugar. Estoy harta de ser tomada por sorpresa.
Ella se levantó de su regazo, obligándose a ignorar el placer que le esperaba si se quedaba.
—Hasta este fin de semana, tú y yo solo nos habíamos encontrado una vez. Y, sin embargo, ambos parecemos ser los objetivos. ¿Hay alguien en quien puedas pensar que pudiera habernos visto juntos hace seis meses?
—Supongo que hay una posibilidad de que mi amigo, el que era el dueño del lugar, regresara temprano.
—Y si lo hizo y nos vio juntos, estoy segura de que no habría querido decir nada para avergonzarte.
—Tal vez. —Pedro estuvo de acuerdo—. Pero ¿por qué diablos Eduardo querría hacerte daño? ¿O a mí? Vendió el lugar un mes más tarde, se trasladó fuera del pueblo, y ha estado viviendo con su nueva novia en la ciudad desde entonces.
Ella no podía ver una buena conexión. Era una pieza más del rompecabezas que encajaba, o no.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas, sólo para asegurarme de que no regresó temprano y vio a alguien fuera.
Pedro garabateó el nombre de su amigo y su número de teléfono en un viejo recibo que tenía sobre su cómoda.
—Se suave con él, ¿de acuerdo?
—Prometo ser buena —dijo ella con una pequeña sonrisa—. ¿Tienes un coche de reserva que podamos utilizar para salir de aquí?
—Una motocicleta —respondió él—. ¿Sabes cómo montar?
Ella trató de fingir que no oyó el doble sentido, pero no obstante, se sonrojó.
—Mi padre tenía una moto. Me enseñó cómo hacerlo.
Tenía que alejarse de él, lejos de su calor, del poder infinito que tenía sobre ella.
—Mi camiseta está abajo. Por qué no te vistes y te encuentro en la cocina. Te dejaré en la estación de Bomberos HotShot, y si no te importa, me quedaré con la moto por un tiempo.
Sus ojos eran oscuros, ilegibles.
—No me preocupa la moto, Paula. Me preocupas tú.
Temerosa de qué otra cosa podría decir él, rápidamente salió de la habitación antes de averiguarlo. En la planta baja, mientras se agachaba para recoger su sujetador y camiseta del piso de la cocina, hizo caso omiso de los latidos en su cráneo, el destello de dolor y dificultad para respirar que le decía que apenas había escapado viva de la camioneta de Pedro. Ella era capaz de continuar su investigación sólo por su atrevido rescate.
Le debía a Pedro más de lo que podría pagarle jamás.
Unos pocos minutos más tarde, lo seguía por la puerta delantera hacia un edificio separado cuando un suave chasquido a su izquierda la sorprendió e instantáneamente se detuvo. Su corazón latía con fuerza, y los diminutos pelos de su nuca se levantaron en alarma.
Alguien los observaba. La misma persona que casi los había matado una hora atrás.
—¿Escuchaste eso? —preguntó ella.
—¿Escuchar qué? —Pedro miró a su alrededor, a los árboles, el cielo y de vuelta a su casa.
Pero a medida que los segundos transcurrían, nadie se lanzo desde los árboles hacia ella. Los únicos sonidos eran el monótono pío, pío, pío de un trepador azul y el susurro de las agujas de pino en la brisa del atardecer.
Con la disminución de su ritmo cardíaco vino un agudo sentimiento de estupidez.
—No importa. No fue nada —dijo ella, odiando haberle dado alguna razón para dudar de que pudiera cuidar de sí misma.
Los ojos de Pedro estaban oscuros y su mandíbula se apretaba. Sabía que él estaba pensando en cientos de razones para quedarse con ella.
Necesitaba cinco minutos sola para poder controlarse.
Afortunadamente, recordó de pronto que las muestras de su garaje habían ardido en el asiento delantero de la camioneta.
—Tengo que conseguir las muestras de nuevo.
Ella corrió de regreso hacia su garaje. Afortunadamente, él no la siguió, y aunque se sentía desnuda sin su bolso de cuero lleno de trucos, sacudió algunos clavos de un par de pequeños frascos de vidrio y los utilizó para recoger lo que necesitaba.
Cuando regresó con los frascos llenos, él dijo:
—Esto sigue sin gustarme.
Ella intentó resistirse, intentó mantenerse fría, para evitar plantarle un beso rápido en su hermosa boca.
—Sé que no. Y significa mucho para mí que confíes en mis decisiones.
Pronto estaban sentados a horcajadas sobre su Ducati 695, una motocicleta que la gente se volvería loca de poseer y montar. Dejó caer los frascos de muestra en la consola central y se puso el casco que Pedro le entregó. Su aroma limpio asaltó sus sentidos. Ella fue muy consciente de que su ropa interior todavía estaba húmeda por el placer que él le había dado... y que ella había estado inexcusablemente viva en sus brazos menos de quince minutos antes.
Envolvió sus brazos alrededor de su cintura, permitiéndose disfrutar de su calor por última vez mientras él aceleraba el motor y salía del granero.
Su motocicleta era una parte perfecta del estilo de vida en Lago Tahoe. Era una lástima que fuera una vida que no le pertenecía.
Y nunca lo haría.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario