viernes, 23 de octubre de 2015

CAPITULO 12 (tercera parte)





Después de diez años como Hotshot, Pedro conocía sus límites.


Se había empujado duro hoy, más duro que de costumbre y sus músculos estaban gritando por descanso, por un par de horas para reconstruir lo que había arruinado.


Pero era infernal tratar de dormir a una pared de distancia de Paula.


Especialmente ahora que sabía cómo se sentía al abrazarla.


No podía dejar de reproducir la escena en su cabeza.


Ver a Paula parada bajo los árboles. Oír el cambio y agrietamiento de la rama, saber que iba a aplastarla.


Saltar de su kayak y correr a través del agua orando por llegar a ella a tiempo.


Sudó de nuevo ante la idea de lo cerca que había estado, pateó fuera la delgada manta que cubría su cuerpo desnudo.


Finalmente, cuando el viento sopló fuerte lluvia sobre el techo, Pedro se durmió.



*****


Paula estaba envuelta profundamente en un sueño oscuro y turbulento donde corría a través de un bosque lleno de fabricantes de viudas cayendo cuando un cruce entre un grito y un rugido la despertó. Sentándose en la cama, con la mano en el corazón, le tomó solo un segundo darse cuenta de que el sonido venía de la habitación de Pedro.


Su estómago se encogió de miedo mientras se ponía una sencilla bata y salía disparada de su habitación. Dios mío, ¿qué podría estar pasándole? Empujó la puerta de él abriéndola.


Desde la penumbra en el pasillo podía ver que no estaba en la cama, sino de pie, balanceándose en el aire como una bestia torturada, con los ojos cerrados, su hermoso rostro sumido por la rabia. Y un profundo, profundo dolor. Sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que las cicatrices en sus nudillos sobresalían en un fuerte relieve y su corazón se rompió en mil pedazos mientras veía a este gran y fuerte hombre luchando como el infierno contra algún demonio en su cabeza.


Una voz en el fondo de su mente le dijo que se fuera.


Que lo dejara pelear sus batallas solo. Que probablemente la partiría en dos, si se involucraba y no despertaba.


Pero no podía hacer eso.


No después de que se había apresurado a salvarla de la rama cayendo esa noche. No después de que había tomado la fuerza del golpe en su propia espalda.


No después de que había sido tan gentil y tan protector con ella en la playa, apenas unas horas antes.


Corrió hacia Pedro, algunos pensamientos del miedo se fueron. Puso la mano en su brazo y tan pronto sintió su toque, él la tomó del antebrazo en un férreo agarre y la atrajo contra él, su bata se abrió y cayó de sus hombros.


Oh Dios, la estaba apretando con tanta fuerza, que gritó con todo el aire que pudo encontrar.


— ¡Pedro! Soy yo. Paula. Estás teniendo una pesadilla. Es sólo un sueño. Por favor, despierta.


Abrió los ojos, pero podía decir que no la veía, que todavía estaba atrapado en su propio infierno personal. Y entonces, en un instante, sus ojos se aclararon y se volvieron hacia ella, a su dormitorio, a Poplar Cove.


Su pecho subía y bajaba con fuerza contra el de ella y mientras sus pieles desnudas se frotaban juntas, en el fondo de su mente registró que él estaba desnudo y ella casi lo estaba. Pero no importaba. No cuando acababa de verlo pasar por algo tan horrible, no cuando estaba tan preocupada por él.


— ¿Qué estás haciendo aquí? —sus palabras fueron tan bruscas y duras como lo habían sido cuando lo encontró por primera vez en el porche.


—Tuve que venir, cuando escuché el… —se interrumpió al darse cuenta de lo mucho que él odiaría que lo hubiera visto así—. Tenía que ayudarte.


Sus manos, que la habían agarrado con tanta fuerza de los hombros se movieron, ligeramente al principio, por encima de sus omoplatos, luego más abajo por su espalda, hacia sus caderas. Sus siguientes palabras fueron tan bajas que casi no pudo distinguirlas.


— ¿Y pensaste qué esto era lo que me podía ayudar?


Apenas podía respirar, claramente no podía moverse, no cuando él aún la sostenía con tanta fuerza. No cuando salir de sus brazos era lo último que quería su cuerpo. Y entonces una de sus manos se apretó en su pelo, su cabeza fue inclinada hacia atrás y él estaba besándola. Cada parte de ella quería aprovechar este momento y ceder a esto. 


Ceder a él.


Pedro necesitaba sanar más que nadie que jamás hubiera conocido, y encarcelada en sus brazos, con su boca devastando la suya, mientras sus manos tomaban su trasero como si fuera su dueño, quería ser la mujer que lo curara.


Durante todo el tiempo supo que esto no era solo ceder, era tomar, que estaba buscando su propio placer también.


Y entonces sus manos estaban moviéndose hacia arriba desde sus caderas para ahuecar sus pechos y ya no se reconoció a sí misma, a esta mujer que gemía mientras sus dedos rozaban sus pezones. Su piel se sentía deliciosamente áspera e irregular en su contra, y el sonido de placer vino directamente desde el centro de ella.


Oh, sí, por favor, más. No había estado tan cerca de deshacerse en brazos de un hombre en años y lo deseaba tanto que cuando abruptamente maldijo y se empujó lejos de ella, fue una sorpresa total.


Se dejó caer duro sobre la cama. ¿Qué acababa de suceder? En un momento sus manos estaban por todas partes, al siguiente, no quería tocarla.


Era tan tentador ir al lugar donde sus sentimientos estaban heridos, donde podría decirse a sí misma que a él no le gustaban las chicas grandes como ella. Todos y cada uno de sus instintos trataban de llevarla allí, pero luchó duro contra ellos.


Simplemente no tenía sentido. La había deseado, sabía que lo hacía. Lo que había estado a punto de suceder era elemental.


Completamente fuera de control para los dos.


No podía haber cambiado de opinión. No sin una buena razón. Así que, por una vez, en lugar de correr con el rabo entre las piernas, envolvió su bata a su alrededor y se quedó dónde estaba.


— ¿Qué pasó? ¿Qué está mal?


Fue como mirar una roca, estaba tan carente de emoción mientras permanecía de pie frente a la ventana. Casi como si se negara a dejarse sentir algo en absoluto.


—Me dije que no te tocaría. Jesús, eso estuvo completamente fuera de control. Podría haberte lastimado.


Daba miedo, pero tenía que decirlo, tenía que decirle la verdad.


—Deseaba eso tanto como tú —había estado tan fuera de control como él.


Ceder a su deseo por Pedro era lo más imprudente e impulsivo que jamás había hecho. Sabía que debía estar aliviada de que él la hubiera detenido, de que no hubieran cometido un error más grande que ese.


Pero no lo estaba. No estaba aliviada en absoluto.


Aún no la miraba. Seguía mirando fijo hacia la pared detrás de su cabeza mientras decía:
—No podía sentirte.


¿No podía sentirla?


—Por supuesto que podías. Fue… —la palabra increíble estaba en la punta de su lengua, pero antes de que pudiera decir algo más, sus ojos se quedaron fijos en los suyos.


—Mis manos. Estaban entumecidas.


Había tanta oscuridad en esas profundidades azules que le quitó el aliento.


—No podía sentirte.







CAPITULO 11 (tercera parte)




A las diez, Paula se desató el delantal y lo colgó en su taquilla. Ya había pasado mucho más tiempo limpiando del que por lo general se tomaba. La mayoría de los días de la semana, después del turno de la cena, estaba en casa por esta hora. Esta noche, había tratado de aliviar sus horribles pensamientos con un trapeador y una esponja.


Isabel salió de la oficina en la que había estado trabajando en la computadora y miró los relucientes pisos y encimeras de acero inoxidable.


—Wow. Podrían ser fotografiados para una revista —le lanzó una mirada a Paula—. ¿Tienes dudas sobre dejar que Pedro se quede en tu casa durante un par de noches?


Paula suspiró. La cabaña de madera realmente no se sentía como su casa.


Lo cual era exactamente su problema. En algún lugar en el camino había olvidado que Poplar Cove era sólo un respiro temporal de su vida normal. Por mucho que quisiera pretender que la cabaña era suya, y que podía vivir allí en paz y dichosa para siempre sin tener que enfrentarse a la habitual vida de tensiones, no era así.


—Cuando mi contrato de arrendamiento acabe, él probablemente querrá la cabaña de regreso.


— ¿Eso es lo que realmente te molesta? ¿Qué tengas que buscar un nuevo lugar para vivir en unos meses? Estoy segura de que podrías encontrar otra cabaña frente al lago para entonces.


—Tienes razón —admitió Paula—. Es sólo que... —trató de encontrar la manera de poner sus sentimientos en palabras—. Esto puede sonar extraño, pero por primera vez en mi vida siento como si pudiera ser yo misma.


Sus padres no estaban aquí diciéndole cómo comportarse. 


Su ex marido no estaba aquí criticándola. Había encontrado un lugar donde la gente estaba llegando a conocerla a ella y no solo por quién era su padre o cuánto dinero tenía.


—Y en muchos sentidos Pedro me recuerda a mi ex marido.


Había esa misma atracción inicial. Ese mismo acto de macho alfa viniendo a tomar lo que es suyo.


—Teniendo a Pedro en la cabaña, tendré que vigilar cómo me veo. Qué me pongo. Lo que digo.


Ya había comenzado. Mírala, haciendo cualquier cosa para evitar ir a casa.


— ¿Por qué crees que tienes que hacer algo de eso? —Isabel argumentó—. ¿Por qué no sigues exactamente cómo estás y si no le gusta, a quién le importa? Realmente viniste sola aquí. Me resulta difícil creer que un hombre pueda hacerte olvidar eso.


— ¿Sabes qué? —dijo Paula lentamente, mientras las palabras de Isabel se filtraban—. Creo que tienes razón. Estaré bien.


Si había una cosa que había aprendido en los últimos ocho meses, era que tenía que vivir una vida que la hiciera feliz. Usar lo que quisiera. Hacer lo que quisiera. Decir lo que quisiera.


Así que Pedro estaría entrando y saliendo de su espacio en las próximas semanas, estaría durmiendo en una de las habitaciones vacías durante un par de noches. ¿Y qué?


El viento estaba soplando aún más duró cuando Paula fue hacia su auto. Mientras conducía hacia la cabaña, las palabras de Isabel se repitieron en su cabeza, trabajando para establecerse correctamente cuando había estado a punto de desviarse del curso.


Saliendo del auto detrás de la cabaña de madera, cruzó sobre el parche de hierba al lado de la casa.


De pie bajo el gran grupo de viejos árboles de álamo que daban sombra a la casa la mayor parte del día, estiró los brazos para dejar que el frenético viento azotara su pelo y moviera su ropa.


Le encantaba estar aquí, le encantaba el clima crudo y salvaje que soplaba dentro y fuera casi al azar. Vivir en la cabaña de madera la hacía sentirse de la misma manera, como si constantemente estuviera rodeada de un bosque en lugar de cuatro paredes.


De repente hubo un ruido chirriante por encima de su cabeza. Las advertencias de Pedro sobre lo peligrosa que era la cabaña se dispararon en su cerebro justo cuando escuchó un ensordecedor crujido. Intentó moverse, correr, pero no sabía qué camino tomar, apenas parecía poder mover los pies. De pronto, manos y brazos fuertes apretaron alrededor de sus costillas levantándola y tirándola por la arena.


Pedro.


Aterrizó duro sobre su costado una fracción de segundo antes de que él saltara sobre ella, cubriéndola con su cuerpo.


Lo sintió entonces, el impacto de algo golpeándolos con fuerza.


Su estómago se sacudió como si estuviera en un ascensor en caída libre, y la parte posterior de su brazo detrás de su codo le picó, pero mientras su cerebro trabajaba para procesar los últimos treinta segundos, supo que era Pedro quien se había llevado la peor parte... de lo que sea que los había golpeado.


— ¿Qué acaba de suceder? —jadeó contra su clavícula.


La respiración de Pedro era tan desigual como la suya. 


Podía sentir cada latido de su corazón mientras golpeaba duro contra el suyo.


No contestó su pregunta, apenas dijo entre dientes:
— ¿Estás herida?


En la oscuridad, los dedos de él corrieron por su cara, desde su frente a sus pómulos, a su boca como si necesitara comprobar por sí mismo que todo estaba intacto.


—No —dijo, temblando ante su toque, incluso cuando se lo preguntó otra vez—: ¿Qué nos golpeó?


Sus palabras retumbaron desde su pecho al de ella mientras le decía:
—Fue una fabricante de viudas. Casi cae justo encima de ti. Casi te aplasta.


— ¿Una fabricante de viudas?


Los movió un poco, pero seguía manteniéndola anidada en sus brazos. Nadie la había sostenido nunca de esa forma, como si la fuese a proteger hasta su último aliento. Ni siquiera el hombre con el que se había casado.


A pesar del viento frío, la presión de los músculos duros de Pedro en su contra hizo que el calor se juntara en sus pechos.


Entre sus piernas.


Había sabido que sería duro, pero no se había dado cuenta de lo pequeña que se sentiría presionada contra él, que sus curvas casi se fundirían en su fuerza.


Su cabeza y entrañas giraron y se arremolinaron mientras él señalaba hacia arriba al gran bosque de álamos.


—Un fabricante de viudas es una rama muerta o salida que descansa sobre las vivas. Cada año cientos de personas mueren debajo de ellas cuando caen.


En la penumbra de la luz de la luna asomándose entre las nubes, vio una enorme extremidad tumbada en la playa a no más de 30 cm. de distancia de ellos. Tenía por lo menos 30 cm. de grueso. Sólo podía adivinar cuánto pesaba, lo cerca que había estado de convertirse en otra víctima.


—Si no la hubieras visto, si no te hubieras movido tan rápidamente… —Empezó a temblar al darse cuenta de lo que podría haber sucedido si no hubiera sido por Pedro—. Gracias por salvarme la vida.


—La vi esta tarde. Debería haberla derribado de inmediato —maldijo, atrayéndola más cerca—. ¿Qué demonios estaba esperando?


Espera un minuto, ¿estaba culpándose a sí mismo por esto?


—Fue un accidente.


—Podrías haber salido lastimada. Mucho.


—Lo juro, no lo estoy. Sólo un rasguño, eso es todo —dijo, mostrándole su brazo, queriendo que supiera que no había sido su culpa. No estaba preparada para sus dedos moviéndose hacia su codo para frotar suavemente su piel magullada.


— ¿Dónde más te duele?


Se encontró a sí misma diciendo:
—Mi rodilla —a pesar de que estaba apenas palpitando, simplemente porque quería que la acostara de nuevo. Y cuando lo hizo, cuando él le acarició suavemente la pierna, no pudo reprimir un gemido de placer.


La mano se detuvo en su rodilla.


— ¿Estás segura de que estás bien?


Sus brazos y piernas estaban bien. Era otra parte la que dolía. Por más de él.


Dijo:
—Sí, estoy bien —y luego lo siguiente que supo era que la estaba arrastrando a sus pies y alejándose. El viento sopló entre ellos mientras decía—: ¿Qué estabas haciendo aquí afuera tan tarde?


Estremecida por su abrupta pregunta, y por la pérdida de su calor y fuerza contra sus miembros, su mente se quedó en blanco por un momento.


—A veces acabo quedándome después de trabajar en el turno de la cena —especialmente esta noche después de pasar varias rondas pensando en él—. Y me encanta el lago en noches como ésta cuando una tormenta está rodando.


Eso la golpeó, ¿cómo había estado allí para salvarla?


— ¿Por qué estabas en el exterior? ¿Cómo me viste?


—Estaba en el kayak, remando de regreso a la orilla cuando te vi caminando en la playa y parándote bajo el árbol. Fue entonces cuando oí la rama moverse.


— ¿Estabas remando con el kayak durante la noche? ¿Por qué?


Dio un paso más lejos de ella.


—No he estado aquí en doce años. Quería salir al agua.


— ¿No podías haber esperado hasta mañana? —fue su primera pregunta y cuando no respondió, hizo otra—: Doce años es mucho tiempo para estar lejos. ¿Venías mucho al lago antes de eso? ¿Cuándo eras niño?


—Todos los veranos.


No cuadraba.


—Es tan hermoso aquí. ¿Cómo pudiste haber estado ausente durante tanto tiempo?


—Pelear contra el fuego era más importante.


Una pieza del rompecabezas encajó en su lugar.


—Así es como conseguiste quemarte, ¿no es cierto?


No respondió, sólo retrocedió completamente fuera de la luz de la luna para que su cara quedara en las sombras.


—Buenas noches, Paula.


Grandioso. Lo había hecho de nuevo. Había dejado que la curiosidad la guiara, a sus cicatrices. Probablemente pensaba que era la única cosa que había notado de él.


Caminó de regreso a la cabaña y se fue arriba, se dio una ducha para limpiar el olor de la grasa en su cabello y piel, se cepilló los dientes y se metió en la cama. Pero al mismo tiempo, todavía podía sentir el fuerte latido del corazón de él contra su pecho, la forma en que había pasado sus dedos tan suavemente sobre su cara y sus miembros cuando pensó que había sido lastimada.






CAPITULO 10 (tercera parte)





Después de agarrar su bolso de la posada y dejar una breve nota para Stu, Pedro regresó a Poplar Cove. Una parte de él se sentía mal por dejarle creer a Paula que tendría que ir todo el camino hasta Piseco cuando el sofá de Stu era suyo para que lo tomara. Pero rápidamente anuló eso. Poplar Cove era suya. Él pertenecía allí, no hacinado en un sofá en la posada.


Se paró en el porche mirando hacia el agua durante varios minutos. Después de doce años en Lake Tahoe no había esperado que en Poplar Cove se sintiera como en casa. Tal vez era porque podía sentir la presencia de sus abuelos a su alrededor.


La manta para cubrir la silla que su abuela había hecho, la forma en que se volvía loca si él o Samuel ponían barro sobre esta. Las estanterías que habían construido con su abuelo cuando tenía diez años, el mismo año en que su abuelo finalmente lo había dejado usar la mesa de la sierra eléctrica. De alguna manera se las había arreglado para conservar todos sus dedos.


Su mirada se movió hacia la pintura de Paula, a medio terminar en el caballete al otro extremo del porche. Nunca había sido el tipo de hombre de ir a museos, nunca había tenido la tentación de capturar una escena para la posteridad, no cuando prefería estar entre árboles, tierra y agua. Y, sin embargo, algo en la pintura resonaba dentro de él.


Dirigiéndose al segundo piso, automáticamente se giró en la primera puerta a la izquierda, la habitación que siempre había sido suya.


El aroma lo golpeó primero, era el de Paula, el débil toque de vainilla mezclado con algo terroso y sexy. El color arremetió después. Brillante ropa colgaba de los ganchos en la pared y vívidos lienzos se agolpaban entre sí por el espacio sobre las cuatro paredes. La parte superior de la antigua cómoda de pino estaba cubierta de botellas, joyas y tarjetas postales apoyadas contra el espejo.


Su antiguo dormitorio se había transformado en un vibrante arco iris y la energía era palpable. La cama, ahora cubierta con una colcha impresa brillante en lugar de la de mezclilla azul que siempre había tenido, estaba sin hacer. Sólo ver las sábanas arrugadas lo agitó como si ella estuviera allí en la habitación, desnuda y haciéndole señas.


La antigua habitación de sus abuelos era la más alejada, al final del pasillo. Pero no sentía correcto ocupar su habitación. En su lugar, se movió a la habitación de invitados, que compartía una pared con la de Paula.


Tenía que escapar, tomar un kayak, salir al lago e impulsarse con fuerza contra el viento. Mover su cuerpo sería su única oportunidad de dormir... tan fuerte como para contener sus pesadillas mientras él y Paula compartieran el mismo techo.