miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPITULO 29 (tercera parte)




Paula nunca había sentido tanto la necesidad de consolar a alguien como lo hacía en ese momento después de que Pedro escuchara las malas noticias. Trató de pensar en lo que querría que él hiciera si sus posiciones estuvieran invertidas, si una organización controladora se llevara todas sus pinturas y lienzos para siempre. Habría querido enterrarse en su calidez, dejar que sus lágrimas se derramaran sobre su pecho mientras la acariciaba y le decía que todo iba a estar bien.


Así que había dado un paso hacia él y luego otro, y puso los brazos a su alrededor. Las lágrimas pinchaban en sus ojos mientras lo abrazaba y, aunque sus brazos la rodearon también, a pesar de que él no la apartó, después de unos momentos se dio cuenta de que no se estaba aflojando en absoluto, ni estaba cediendo a la confusión interna que debía estar destrozándolo.


Probablemente sólo necesitaba algo de tiempo para digerir la noticia, eso se dijo a sí misma mientras su día trascurría.


Dibujó bocetos para algunas nuevas pinturas en el porche; él trabajó en la cabaña. Al mediodía, la tormenta había volado del pueblo, dejando atrás cielos azules brillantes y destellos cegadores a través de la superficie del agua. Pero la tensión subyacente en la cabaña era sofocante.


Incluso después del almuerzo, cuando había dicho que era momento del postre y entonces la había levantado sobre la mesa de comedor interior y le hizo el amor, aunque el placer era tan intenso como lo había sido durante toda la noche y en la mañana, no podía dejar de sentir que lo que había entre ellos había cambiado.


Por un lado, era obvio que la necesitaba más que nunca. 


Sus constantes caricias y besos en las horas después de la llamada de teléfono eran prueba de ello. Pero al mismo tiempo, sentía que había comenzado a retener trozos de sí mismo.


Trató de decirse a sí misma que sólo lo había conocido durante cinco días, que no lo conocía bien, pero no importaba como intentara verlo, de cualquier manera en que lo mirara, su comportamiento no tenía sentido.


Debería estar gritando. Arremetiendo.


Todavía recordaba cómo se sintió esa noche en la subasta cuando Jeremias dijo esas horribles cosas, cómo finalmente había soltado todo lo que había estado conteniendo durante tanto tiempo. Sus sonrisas dieron paso a la ira. Y, oh, se había sentido tan bien dejar que todo se derramara. Sin preocuparse por el desorden que dejaba atrás, porque ya se había ido. Ya estaba empezando de nuevo.


Y porque la situación de Pedro se sentía tan similar, y porque ya se preocupaba tan profundamente por él, que quería provocarle eso, quería obligarlo a llorar, a enfrentar realmente lo que había pasado, que empezara a llegar a un acuerdo con su nuevo futuro.


Lo que fuera que ese futuro trajera.


Tenía que haber un montón de personas sufriendo por él. Su hermano obviamente lo hacía. Y sus padres, cuando por fin se enteraran, probablemente también estarían devastados.


Pensar en los padres de Pedro finalmente la hizo recordar.


Las cartas de amor.


Todo había sucedido tan rápido después de que habían dejado el taller la noche anterior. Los chicos encendiendo los fuegos artificiales. Besar a Pedro en la lluvia. Los pensamientos sobre él habían gastado hasta la última célula de su cerebro hasta ahora.


Tenía que ver a Isabel. Darle la pila de cartas. Y tal vez, mientras estuviera fuera, Pedro podría empezar a llegar a un acuerdo con el cambio radical que había tomado su vida y podría estar más dispuesto a hablar con sobre eso cuando regresara.


Afortunadamente, había escondido de nuevo las cartas en la cómoda, en el taller. Si las hubiera tenido cuando salieron del taller se habrían empapado.


Pedro la vio agarrar las llaves y su bolso.


— ¿Vas a salir?


—Acabo de recordar un recado que tengo que hacer.


Se sentía casi como mentir, no decirle que iba a darle las cartas a Isabel, pero no creía que mencionar eso ahora mismo mejorara su día en absoluto y, al menos por hoy, parecía más importante protegerlo de más dolor.


—Ven aquí primero.


La orden en su voz, junto con la promesa sensual en sus ojos, la hizo caminar hacia él en un estado casi aturdido. Y entonces, cuando apenas estuvo al alcance, la tomó en sus brazos, sus dedos enredándose en su pelo, su boca descendiendo sobre la de ella. Su beso la consumió y se sintió caer, dirigiéndose cada vez más y más profundamente bajo su hechizo.


Finalmente, la dejó respirar.


— ¿Estás segura de que tu recado no puede esperar?


Y a pesar de que una voz en su cabeza le decía que hacer el amor con él de nuevo sólo le estaba ayudando a esconderse de todo a lo que tenía que hacer frente, no pudo alejarse. No sólo porque ceder de esa manera era la mejor, y única, manera que se le ocurría para darle el consuelo que necesitaba desesperadamente.


Sin embargo, en una nota menos altruista, también lo hacía porque lo que más quería era pasar cada hora posible con él.


Para el momento en que Paula entró en el restaurante, con las viejas cartas a salvo en su gran bolso, Isabel estaba girando el cartel a CERRADO.


—Esta es una agradable sorpresa. No esperaba verte hoy. ¿Tienes hambre?


—No. Ya he almorzado —y algo más.


— ¿Qué sucede? —Isabel dejó de juguetear con las persianas, y miró con más atención la cara de Paula—. ¿Es Pedro? ¿Algo más ocurrió desde la última vez que te vi?


Paula no había venido aquí para hablar de Pedro, pero ahora que su amiga estaba preguntándole simplemente no podía aguantarlo.


—Nosotros... él... y luego...


Isabel la agarró del brazo, llevándola a un taburete frente a la barra.


—Café. Eso es lo que necesitas. Y entonces podrás contarme todo.


—Pero, ¿qué hay de lo que me dijiste sobre permanecer lejos de él?


—No estoy segura de haber dicho eso exactamente, pero tenías razón. El hecho de que yo tenga un pasado con su padre, no quiere decir que me moleste con Pedro. Si dices que es genial, estoy segura de que lo es —puso una taza delante de Paula—. Entonces, ¿cuán genial es?


Paula se sonrojó y trató de ganar tiempo tomando un sorbo.


—No importa. Creo que ya tengo la esencia de ello, sólo con mirarte.


Pero Paula quería tratar de poner lo que estaba sintiendo en palabras. Tal vez entonces lo entendería mejor.


—Es como si algo en él simplemente tirara de mí. Y cada segundo que estamos juntos, sólo... —puso la mano sobre su corazón—. Aquí mismo. Lo siento aquí.


Isabel dio la vuelta al mostrador, y se sentó junto a Paula.


—Estás en lo profundo, ¿verdad?


No tenía sentido mentirse a sí misma al respecto.


—Sí. Y no sé cómo detenerlo.


—Eso sólo importa si quieres detenerlo.


—Es sólo una aventura de verano. —Eso habían acordado.


—No hay razón para que el verano no pueda convertirse en otoño —sugirió Isabel.


De repente, Paula recordó que habían hecho ese acuerdo cuando pensaban que iba a volver a trabajar para el Servicio Forestal de California. Pero ahora que todo había cambiado, se dio cuenta de que cada día que pasara con Pedro iba a empezar y terminar con la esperanza de tener un día más. 


De tener más de él.


Incluso después de que le había dicho que no tenía nada para dar.


—Estás asustada, ¿verdad?


Paula miró hacia su amiga, vio el amor y la preocupación en sus ojos, y supo que se podía confesar.


—Más asustada de lo que jamás he estado. Y al mismo tiempo, estoy tan increíblemente feliz. Casi como si pudiera explotar debido a ello.


Isabel apoyó la cabeza en el hombro de Paula, dos amigas sentadas en un restaurante vacío, compartiendo confidencias.


—Me gustaría saber qué decirte. Darte el consejo perfecto para sacarte de la confusión. Pero me temo que estás hablando con alguien que no sabe nada acerca de hacer que las relaciones funcionen


Maldita sea, pensó Paula. Se había olvidado de las cartas de nuevo.


—En realidad, he venido a darte algo —Paula metió la mano en su bolso y las sacó—. Encontré esto metido detrás de uno de los cajones de mi cómoda.


El rostro de Isabel se puso blanco por la conmoción.


—Mis cartas para Andres —frotó sus dedos sobre los papeles—. Las guardó.


—Isabel, lo lamento —espetó Paula— pero una cayó abierta y luego que empecé a leer, no pude detenerme.


Pero Isabel no parecía escucharla.


—Era tan joven —dijo en voz tan baja que fue casi un susurro—. Estaba sentada aquí, al igual que ahora. Tan enamorada que casi no podía ver bien.


Las palabras de Isabel casi golpearon a Paula fuera de su taburete. No creía que Isabel hubiera oído siquiera lo que acababa de decir, de tan enfrascada que estaba en las cartas. Pero ahora que estaba allí, amor, oh Dios, ¿podría ser eso lo que significaba esta atracción?, Paula no podía alejar ese pensamiento.


—No puedo creer que haya escrito esas cosas —estaba diciendo Isabel—. Tenía todo el futuro planeado —apretó los labios. Suspiró—. Chica estúpida.


—Todavía no lo entiendo —dijo Paula, tratando como loca de centrarse en lo que su amiga estaba diciendo, en lugar de en la masa arremolinada de emociones empujando en su interior—. ¿Cómo pudo todo esto —gesticuló hacia las cartas—convertirse en diez terribles palabras?


Isabel se encogió de hombros.


—Quién demonios lo sabe. Andres y yo éramos unos niños que no conocían nada mejor, supongo


— ¿Va a ser raro verlo cuando venga para la boda de Samuel?


—Mucho—admitió Isabel—. Pero al menos tengo un par de semanas para prepararme para ello, ¿cierto? —dijo con una sonrisa triste— no deberías estar perdiendo demasiado tiempo en esto —empujándose fuera del taburete, indicó—: sé que tienes un montón de pinturas que terminar. Gracias por traérmelas.


Entendiendo que su amiga quería estar a solas con las cartas, y alegrándose de tener un poco de tiempo para pensar, Paula se fue.


¿Era posible que ya se hubiera enamorado de Pedro? 


Durante su corto viaje a casa, su cerebro insistió en reproducir un montaje de imágenes.


Él protegiéndola de la rama cayendo, su corazón latiendo violentamente contra su espalda, aún más fuerte que el de ella porque había tenido tanto miedo de que algo le sucediera.


La angustia de Pedro la noche en su habitación cuando sus dedos se habían entumecido mientras la acariciaba. 


Sosteniendo su mano, pero sintiendo que realmente ella ya estaba sosteniendo su corazón.


La forma en que había mirado sus pinturas y visto inmediatamente lo que ella estaba tratando de poner en el lienzo, entendiéndola de forma en que pocas personas alguna vez lo hicieron.


Y, por supuesto, todas esas preciosas, y dulces horas en sus brazos.


Una fuerte sensación de alivio la atravesó cuando llegó a casa y vio que la camioneta roja se había ido. Aun no podía enfrentarlo. No cuando la posibilidad de estar enamorada era todavía tan nueva para ella, cuando se sentía como si estuviera atrapada en un tren fuera de control al que ni siquiera podía recordar subirse.


Caminando para pararse frente a sus lienzos, miró fijo hacia la pintura en la que había estado trabajando..


"Antes del Amor", era lo que parecía ahora. ¿Cómo, se preguntó, veía las cosas de manera tan diferente después de pasar tan poco tiempo con Pedro? ¿Después de pasar sólo una noche increíble en sus brazos?


Y, sin embargo, no podía negar que incluso los colores en su paleta eran más intensos ahora. Más profundos.


Una voz en su cabeza le dijo que debería estar viendo el hecho de enamorarse de Pedro como un desastre, el más grande de su vida. Pero esa atemorizante voz sonaba tan igual a la que le había dicho durante muchos años que ella no sabía cómo pintar, que no podía seguir su propio corazón y crear algo hermoso.


Recogió su pincel y entonces, antes de que posiblemente pudiera estar lista para ello, todo el infierno se desató, sus dedos, manos y brazos, todo la empujaba a pintar tan rápido como pudiera.


Las imágenes llegaron tan rápido como podía ponerlas en los lienzos, una tras otra. Y mientras que había similar movimiento, color y energía en las pinturas que había hecho desde su llegada a Poplar Cove hacía ocho meses, había algo más en estas pinturas.


Más emoción.


Más ternura.


Cuando por fin dio un paso atrás para recuperar el aliento, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba pintando a Pedro en todas las formas en que lo veía. Nadando a través del lago, haciendo abdominales en la playa, pero también desnudo y descendiendo sobre ella en la cama, sus ojos llenos de deseo mientras le decía que era hermosa. Ella estaba pintándolo como un héroe, salvando al mundo en solitario. Y luego, de pie en medio de las llamas, fundiéndose por dentro, pero haciendo todo lo posible por ocultarlo.


Saltó cuando un sonido agudo la tiró fuera de la zona. Al darse cuenta que era el teléfono, dejó caer su pincel y corrió a atenderlo.


Después de esta mañana, el teléfono se sentía como un portador de malas noticias. ¿Qué noticias podrían venir ahora? Rogaba que no fuera algo que lastimara más a Pedro.


—Paula, cariño, soy yo.


Ah, su madre. Ella se dejó caer en una de las sillas de la cocina más cercana. A Alejandra le gustaba contarle todos los chismes. Y a pesar de que Paula no estaba en absoluto interesada en las idas y venidas de un grupo de amigas de su madre, se alegraba de la relación cada vez mayor con ella. Sorprendentemente, en los ocho meses desde que se había ido de la ciudad, habían hablado más por teléfono de lo que lo habían hecho en persona durante todo su matrimonio cuando vivían en la misma calle.


—Lamento no haber estado en contacto desde la semana pasada. Como sabes, he estado muy ocupada con la recaudación de fondos para la próxima temporada de ópera.


Su madre se aclaró la garganta y Paula tuvo la extraña sensación de que estaba incómoda.


Alejandra Chaves nunca se sentía incómoda y eso envió un destello de inquietud por la columna de Paula.


—En todo caso, querida, tenía que llamarte y contarte la noticia. Antes que la oyeras de alguien más.


Paula pudo oír a su padre diciendo algo en el fondo.


—No, ahora no puedo colgar sin decirle —le susurró su madre a él, antes de decirle a Paula— cariño, cuando estuve en el almuerzo hoy me enteré de que Jeremias y su nueva novia...


No fue difícil para Paula llenar los espacios en blanco.


—Ellos se van a casar.


Honestamente, estaba contenta de que su ex pudiera encontrar la felicidad con otra persona. Todo el mundo merecía tener una oportunidad en el amor. Incluyéndola a ella. Y a Pedro, también.


—Sí, se van a casar —su madre hizo un pequeño sonido de angustia—. Debido a que están esperando un bebé.


Pedro entró en la cocina cuando ella dijo:
—Oh. Ya veo. Un bebé —podía sentir sus piernas temblando, sus ojos comenzando a aguarse—. Pero él nunca quiso…


—Oh, cariño, estás mejor sin él. Siempre lo estuviste.


—Mmm —fue todo lo que Paula pudo pasar por el nudo en su garganta.


Afortunadamente, su madre no era una gran fanática de las escenas emocionales.


—Si yo fuera tú, no le daría más vueltas.


—No. No lo haré —mintió Paula—. Te hablaré pronto, mamá.


—Paula —la llamó Pedro, sus ojos oscurecidos con preocupación mientras se acercaba a arrodillarse frente a ella—. ¿Qué sucede?


—Mi madre llamó. Mi ex marido va a tener un…


La última palabra se perdió en su lengua, se negó a salir, pero obviamente él había oído lo suficiente de la conversación para adivinarlo.


— ¿Un bebé?


Ella asintió con la cabeza, odiando la lágrima que rodó por su mejilla.


—Quieres un bebé —dijo él una vez más, y un abrumador deseo la golpeó antes de que pudiera prepararse a sí misma.


—Más que nada.


— ¿Él era estéril? ¿Era ese el problema? ¿Es por eso que no tienes ninguno todavía?


La risa era lo último que había esperado, pero su pregunta fue tan perfectamente sincronizada, tan perfectamente Pedro, que no pudo dejar de ahogar una.


—No —dijo ella, una fracción de segundo antes de que su sonrisa se desvaneciera—. Ese no era el problema.


—Entonces, ¿qué era?


—Por un lado, nuestro matrimonio apestaba.


—Un montón de personas tienen hijos cuando sus matrimonios apestan. Mira a mis padres. Fue lo único que hicieron bien juntos.


—Jeremias no quería un bebé —no, eso ya no era cierto—. No conmigo, de todos modos.


—Sé que he dicho esto antes, pero suena como una mierda estúpida. ¿Por qué demonios te casaste con él?


Ella igualó la ira de sus palabras con las suyas.


—Porque yo pensaba que él era lo mejor que podía conseguir. Porque no podía creer que realmente me quisiera. Que me hubiera elegido en lugar de una de las chicas perfectas de hermandad que se le arrojaban. Es por eso que no me fui durante tanto tiempo. Porque pensé que nunca conseguiría nada mejor.


— ¿Y realmente querías tener un niño con este tipo? Jesús, Paula, ¿no tienes ningún sentido en absoluto? ¿Qué diablos es lo que ves cuando te miras en el espejo? ¿Quién crees que eres?


La respuesta era fácil. Una niña que nunca había sido lo suficientemente buena para cualquier persona, sin importar lo mucho que lo intentara.


—Te vienes conmigo.


Agarrando su mano, la sacó de la cocina, subió por las escaleras, entró en su dormitorio, sin detenerse hasta que estuvieron de pie delante del espejo de cuerpo entero, con la espalda de ella contra su parte frontal.


—Yo nunca le he admitido esto a nadie antes —dijo él en voz baja— pero ¿sabes lo duro que fue mirar mis quemaduras la primera vez?


Ella tragó saliva, cubriendo instintivamente sus manos y brazos con los suyos, acariciando suavemente las cicatrices en relieve.


—Cuando desenvolvieron las vendas esa primera vez y vi los restos de lo que una vez habían sido perfectamente buenas manos, con piel en perfecto estado, tuve ganas de llorar como un bebé. Pero no podía. No con todo el mundo mirando. No cuando todo el mundo esperaba que fuera el bombero rudo.


Ella nunca había pensado en lo difícil que era para hombres como Pedro lesionarse y sentirse como si no pudieran romperse, ni siquiera una vez.


Mirando fijamente a los dos juntos en el espejo, Paula sintió que sus preocupaciones acerca de su peso eran increíblemente pequeñas. Cómo podía haber pasado tanto tiempo preocupándose por su tamaño cuando su cuerpo era, en esencia, perfecto. Claro, tal vez ella no encajaba en las normas culturales actuales de perfección, pero podía correr, saltar, nadar y pintar. ¿Qué diablos tenía ella para quejarse?


Pedro le acarició el pelo fuera de la cara.


—Si estás pensando que acabo de decirte todo eso para invalidar tus sentimientos, te equivocas.


—Pero es la verdad. Mis problemas no son nada en comparación con lo que tú has pasado.


Él la apretó con más fuerza por la cintura, atrayéndola contra su pecho y muslos duros como una roca.


—Así es como yo lo veo. He tenido un par de años difíciles con mi cuerpo, pero antes de eso todo el mundo me decía lo bien que me veía, lo fuerte que era, cuán bien construido estaba. Tan loco como me parece a mí, tengo la sensación de que nadie te ha dicho nunca esas cosas a ti antes de ahora —sosteniendo sus ojos en el espejo, él preguntó—: ¿Qué ves?


El pecho de Paula se cerró y tensó.


—Sólo a mí.


— ¿En serio? ¿Eso es todo lo que puedes ver, cariño? ¿No hay nada más?


Tener a un hombre tan grande y fuerte siendo tan amable con ella... podía sentirse a sí misma derritiéndose en sus brazos.


—No sé —susurró—. No sé lo que veo.


Con sus manos y brazos todavía envueltos apretadamente alrededor de ella, le susurró:
—Entonces, ¿qué tal si te digo lo que yo veo? Eres fuerte —su respiración se aceleró cuando él presionó un beso justo encima de su oreja izquierda—. Eres hermosa —él le hizo dar vuelta para que lo enfrentara y le ahuecó la cara entre sus grandes manos. Ella parpadeó hacia él y se perdió en sus ojos azules—. Y cada vez que te miro, me dejas completamente sin aliento.


Poco a poco, la desnudó y ella absorbió cada toque, cada caricia, cada camino de sus dedos a través de su piel. Él pasó sus labios, su lengua, sus dedos por encima de cada centímetro de su piel con reverencia mientras sus ropas parecían desaparecer y ella temblaba en cada lugar donde la tocaba.


Cuando por fin estuvo desnuda, él dijo:
—Date la vuelta, cariño.


No podía hacerlo. No con años de auto odiarse inundándola. 


Ella estaba atónita. Había pensado que había derrotado a la bestia en su interior, había estado tan segura de su triunfo.


Pero él ya la estaba girándola entre sus fuertes manos, obligándola a ver algo que deseaba poder esconder para siempre; tal y como ella lo había obligado a verse a sí mismo la noche anterior.


Dios, cómo odiaba este temor. Así que se obligó a mirar.


Y perdió el aliento.


—Me veo tan pequeña en comparación contigo —susurró.


Con Pedro detrás suyo, con todo su metro noventa, se veía diminuta. Nunca antes había pensado en esa palabra en relación consigo misma. Pero él era tan grande, tan amplio, que en lugar de tomar nota de sus protuberancias y bultos, ella vio sus senos, pesados por la excitación, la forma en que su piel brillaba por el sol de la tarde que la cubría en el porche mientras pintaba, el hecho de que sus exuberantes curvas eran el contraste perfecto a los músculos duros de Pedro.


—Dime qué más ves.


—Una mujer que no creo haber visto nunca.


—Es hermosa, ¿no es así?


Mirándose a sí misma directamente a los ojos, probó esa palabra en su cabeza primero para asegurarse de que era verdad.


—Sí.


—Déjame mostrarte lo hermosa que eres, Paula. Déjame amarte.


La palabra de cuatro letras explotó en su cabeza, llenándola por completo.


Ya no había ningún lugar a dudas. No con Pedro viendo su belleza como nunca nadie lo había hecho. No cuando él quería desesperadamente hacerla verla también.


Sería fácil, mucho más fácil sólo decirse a sí misma que estaba confundiendo sexo con amor como lo hizo con su ex marido. Pero ya no era esa niña ingenua.


Ella era una mujer que conocía su propia mente, una mujer que conocía su propio corazón.


Y sí, oh sí, lo amaba.


Volviéndose de nuevo en sus brazos, lo atrajo hacia ella y entonces estuvo en la cama y él estaba deslizándose dentro suyo en una embestida gruesa, trabajando para sanarla con su cuerpo como ella había tratado de curarlo con el suyo.


Con su nombre en sus labios mientras se mecían juntos, ella se perdió en el desplazamiento y deslizamiento de sus cuerpos, en la deliciosa fricción de su piel sobre la de ella, en la forma en que la llenaba por completo.


Y cuando la envió tambaleándose sobre el borde fue la cosa más natural del mundo llevárselo con ella.


Se quedó dormida en sus brazos, completamente satisfecha de escuchar los latidos de su corazón debajo de su oreja mientras sus ojos se cerraban y dejaba que el agotamiento la inundara. Ahora se despertó sola en la cama mientras el sol se ponía, con el sonido del teléfono sonando de nuevo, sola en la cama otra vez.


Al final, pasó una buena hora al teléfono, recogiendo llamadas no sólo del hermano de Pedro, sino de una docena de sus amigos de su equipo de Hotshot. Tantas personas que se preocupaban por él. Tantas personas que querían estar ahí para él.


Por cada llamada que recogió, otro correo de voz entró. La madre de él sonaba como si hubiera estado llorando y Paula estuvo egoístamente agradecida de no haber contestado esa llamada. Ella no habría sabido qué decir. Justo cuando pensaba que la pausa en las llamadas podría significar que la carrera había terminado, el teléfono sonó una vez más.


—Hola, lamento molestarte de nuevo. Soy el padre de Pedro. ¿Está él ahí?


Pensó en todo lo que Pedro le había dicho sobre su padre, mostrándole a continuación las cartas que Isabel le había escrito y la forma en que ella había reaccionado al ver de nuevo las páginas desvanecidas en el taburete de la barra en el restaurante. Paula ni siquiera había conocido al hombre, y sin embargo, extrañamente, sentía que ya lo conocía tan bien.


—Lo siento mucho, Sr. Alfonso. Está fuera, pero le prometo que le haré saber que usted llamó en el momento en que entre.


—Por favor —dijo el padre de Pedro— sólo dile que estoy en camino. Voy a tomar el vuelo nocturno desde San Francisco.


Colgó bruscamente el teléfono y ella se aferró a éste durante unos momentos antes de darse cuenta de que estaba mirando fijamente hacia fuera a la puesta de sol sobre el lago a través de la ventana de la cocina, con el receptor todavía en la mano. ¿Cómo, se preguntó, iba a reaccionar Pedro a la llegada de su padre?


Sin duda, Isabel iba a enloquecer. En lugar de tres semanas para prepararse tendría ocho horas.


Paula llamó al restaurante, pero cuando nadie atendió supo que debían estar trabajando como locos esa noche.


Ella estaba a punto de dejar un mensaje diciéndole a su amiga que la llamara. Esta noche. Cuando fuera. Pero justo cuando estaba a punto de colgar, decidió, que no, no era justo simplemente no escupirlo.


—Andres está viniendo, Isabel. Está tomando el vuelo nocturno esta noche. Pensé que te gustaría saberlo.


Dejó el mismo mensaje en el teléfono en casa de Isabel, y después, cuando colgó el teléfono por lo que parecía la millonésima vez, ella vio un destello de luz en la playa en frente de la casa.


Alguien estaba ahí afuera con una linterna. Mirando por la ventana, reconoció la figura oscura como la de Pedro, pero no podía entender lo que estaba arrastrando detrás de él. 


Una manguera, adivinó enseguida, aunque no podía entender por qué.


Un par de minutos más tarde, cuando ella llegó a la arena tuvo que hablar en voz alta para hacerse oír por encima del ruido del agua pulverizándose por la manguera.


— ¿Pedro? ¿Por qué estás regando el bote?


—Van a disparar fuegos artificiales esta noche.


Sabía que el cinco de julio era el día en que se lanzaban los fuegos artificiales si llovía durante el cuatro. Sin embargo, no entendía que tenía que ver nada de eso con lo que estaba haciendo él en ese momento.


—Pero todo está todavía mojado por la tormenta. No paró de llover hasta tarde esta mañana.


—Nunca se puede ser demasiado cuidadoso.


Finalmente, ella lo entendió. Aunque él estaba tratando de fingir que todo estaba bien, que podía rodar con los golpes, sin problema, no podía dejarlo pasar.


El fuego no había quemado sólo sus manos. Era como si lo estuviera quemando por dentro también.


Ella sabía exactamente lo que tenía que hacer para ayudarlo, había sabido todo el tiempo que la necesitaba para ayudarle a aceptar lo que había sucedido.


—Tuviste un montón de llamadas telefónicas mientras no estabas.


— ¿De quién?


Tan tranquila como su voz parecía, ella no se perdió el ligero cambio en el tono de su voz.


—Tu hermano llamó de nuevo, quería hacerte saber que tus amigos del equipo llamarían pronto. Y ellos llamaron, Pedro. Tantos de ellos que no puedo recordar sus nombres, pero los escribí. Tu madre también dejó un mensaje —ella hizo una pausa—. Y tu padre, volvió a llamar también.


Esperó a que él respondiera, pero cuando lo único que hizo fue asentir y continuar rociando agua sobre la madera y la lona ya empapadas, ella dijo:
—Él quería que te dijera que está viniendo hacia aquí. En el vuelo nocturno. Estará aquí mañana.


—Tienes que estar bromeando.


Finalmente, una reacción.


—Apaga la manguera, Pedro. Habla conmigo. Por favor.


Él apoyó la manguera, y ella se llenó de esperanza de que tal vez, sólo tal vez, él estuviera finalmente listo para dar su primer paso hacia la curación.


—Ven a nadar conmigo, Paula.


Su cabeza dio vueltas ante el abrupto cambio, pero también por ser recogida en sus brazos. Porque ahora que sabía que lo amaba todo parecía tan diferente.


Más grande. Más dulce. Cien veces más intenso.


Unas mil veces más aterrador.


— ¿Nadar? —le preguntó estúpidamente.


—Nadar de noche. Ahora mismo. Aquí. En la oscuridad, bajo los fuegos artificiales.


Ella trató de sacudir su cabeza, trató de poner voz a la palabra no. El sexo no resolvería nada para él. Pero sus manos ya estaban en su cuerpo, desnudándola, y su boca estaba sobre la suya, tomando, dando, y ella no pudo hacer nada excepto seguirle la corriente. Y luego sus dedos también se estaban moviendo, tirando de su ropa, deseando quitarla más rápidamente, deseando que entre ellos no hubiera nada, queriendo estar tan cerca de él como fuera posible.


Deslizando sus dedos entre los de ella, la llevó hasta el borde del muelle.


— ¿Lista para saltar, cariño?


Fue el cariño lo que lo hizo, lo que se llevó cualquier posibilidad de protesta. Y luego estaban saltando en el cálido aire de la tarde antes de chapotear y sumergirse, el agua fría quitándole el aliento que le quedaba.


Y, sin embargo, el agua no se comparaba a Pedro, quien había quitado su aliento desde el primer momento en que lo conoció.