miércoles, 28 de octubre de 2015

CAPITULO 27 (tercera parte)





Paula no podía recordar haberse sentido así de agotada. O de eufórica.


Pedro era su amante de fantasía hecho realidad. Grande y fuerte, casi cruel en su pasión. Se había corrido violentamente cada vez, y aun cuando no había creído que pudiera mejorarlo, lo había hecho.


Estaba envolviendo una toalla a su alrededor, con la boca en su cuello, enviando escalofríos de emoción corriendo por la superficie de su cuerpo, cuando se dio cuenta que el teléfono estaba sonando. Quienquiera que fuese, simplemente lo ignoraría. Lo que sea que quisieran, trataría con ello más tarde.


Pero en lugar de parar, el teléfono seguía sonando y sonando. Una y otra vez hasta que Pedro finalmente levantó la cabeza de ese punto justo entre sus pechos donde podía correr su lengua por ambos a la vez.


—Suena como que habría que atender eso.


Más que un poco irritada por la interrupción, se metió la toalla debajo de los brazos y se dirigió a su habitación para recoger el teléfono inalámbrico.


—Hola.


Una voz masculina la saludó en el otro extremo.


—Hola. Perdona que te moleste, pero soy Samuel Alfonso. ¿De casualidad mi hermano está allí?


Pedro estaba caminando más allá de su puerta hacia su dormitorio, una toalla colgada baja alrededor de sus estrechas caderas.


—Sí, está. Lo pondré en la línea. —Para Pedro dijo—: Es Samuel.


Pedro levantó una ceja sorprendido mientras tomaba el teléfono.


— ¿Qué pasa?


No podía oír lo que Samuel estaba diciendo, pero cuando vio la expresión de Pedro cambiar de regreso a la roca helada que había visto más de una vez, su preocupación se transformó en completo terror.


—Lo entiendo —dijo finalmente—. Nop. Está bien. Hablamos más tarde.


— ¿Pedro? —se movió más cerca—. ¿Pasó algo?


No dijo nada por un buen rato, solo se quedó allí parado. Su rostro estaba apartado para que no pudiera leerlo cuando dijo:
—El Servicio Forestal ha estado tratando de contactarme. Llamaron el jueves, dejaron un par de mensajes en mi casa y en mi móvil. Cuando no recibieron respuesta, un amigo nuestro llamó a Samuel para asegurarse de que yo estaba manejando bien la noticia.


Oh Dios, sabía lo que iba a decir.


— ¿Cuál era la noticia?


—Estoy fuera. Para siempre.





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