miércoles, 28 de octubre de 2015
CAPITULO 26 (tercera parte)
Yacieron juntos en silencio durante varios minutos mientras la luz del sol entraba a raudales por la ventana. Decir que Paula había sacudido su mundo ni siquiera cortaba la superficie. Sin embargo, una luz de advertencia apareció detrás de su esternón, una que quería pasar por alto, pero no podía.
Se había prometido a sí mismo que mantendría su distancia.
Lo último que quería era lastimarla. En cambio, no sólo había estado en todas partes sobre ella la noche anterior, sino que habían estado tan apurados las tres veces, que no habían utilizado un condón. No había hecho ni una sola cosa para prevenir enfermedades. O un embarazo.
—Paula, tenemos que hablar.
Se deslizó lejos de él, tiró de la sábana para cubrir sus maravillosas curvas.
—Sabía que ibas a decir eso.
Fue entonces cuando vio la pequeña cicatriz en su hombro.
—Justo ahí —dijo, pasando dos dedos sobre la piel ligeramente descolorida, desde su clavícula hasta el final de la parte inferior de su pecho izquierdo—. Ahí es donde te quemaste.
Asintió y él se inclinó más a deslizar besos por su piel.
—Lamento que tuvieras que sentir eso.
Sus dedos se enroscaron en su pelo.
—Estoy bien ahora —dijo—. Perfectamente bien.
Con el sabor de ella todavía en su lengua, de alguna manera se las arregló para decir:
—No usamos nada. No he estado con una mujer en un tiempo y la última vez que la estación de bomberos nos hizo las pruebas, estaba limpio.
—Yo también.
— ¿Qué hay de…?
Jesús, estaba rompiendo a sudar sólo de pensar en las probabilidades de convertirse en padre así. Todo porque no podía mantener sus manos fuera de ella.
— ¿Es este el momento adecuado del mes para…?
Pero ella ya estaba sacudiendo su cabeza y diciendo:
—No. No creo que esté ovulando.
No se ruborizó cuando lo tomó en su boca, pero ahora que estaban hablando acerca de las repercusiones del demoledor sexo que acababan de tener, ambos se sentían incómodos.
—Mi ciclo es bastante inconstante, pero dudo seriamente que estemos en peligro de algo por el estilo.
Alivio se disparó a través de él y finalmente pudo sonreír.
—Bien.
—Síp —dijo, incluso aunque no estaba sonriendo en respuesta—Es muy bueno.
—Tendremos que tener más cuidado la próxima vez.
Sus ojos volaron hacia los suyos.
— ¿La próxima vez?
—Me dije que iba a permanecer lo más lejos posible de ti, pero era una mentira, Paula. Hasta la última cosa sobre ti me quita la razón. No creo que pueda mantener mis manos alejadas, aun si lo intento.
Se estremeció, estirándose hacia él.
—No quiero que lo hagas.
Dios, odiaba la necesidad de exponer todo como era. Pero no había otra manera. Porque si iban a ir hacia adelante, tenía que estar absolutamente seguro de que estaban en la misma página.
—Sabes que voy a regresar a Lake Tahoe después del verano para reunirme con mi equipo, ¿verdad?
—Por supuesto que lo harás. Van a tener la suerte de tenerte de vuelta.
Era tan condenadamente dulce, que casi parecía que quería que fuera un Hotshot de nuevo tanto como él lo hacía. La luz de advertencia detrás de su esternón se movió cuando fue empujada a un lado por algo completamente distinto.
Algo que no podía reconocer.
Sabía que no debía acercarse hasta que terminaran de hablar, pero no pudo evitarlo y la deslizó sobre su regazo de todos modos.
— ¿Podríamos disfrutar el uno del otro durante el verano y acordar seguir siendo amigos cuando vayamos por caminos separados?
No dijo nada durante varios minutos, confirmándole que estaba pidiendo demasiado. Paula debería estar guardándose a sí misma para un buen hombre,
para alguien que pudiera darle un futuro.
No perdiendo el tiempo en un callejón sin salida.
Pero luego, cuando le sonrió y dijo:
—Suena perfecto —estaba tan contento que la levantó y la llevó al cuarto de baño para sellar el trato, apenas recordando en el último minuto llegar a su cómoda para agarrar un condón.
Encendiendo la ducha con su mano libre, pasó sus manos sobre sus caderas, su cintura, sus pechos.
Se estiró por encima de su hombro.
— ¿Qué te parece si te enjabono?
Se movió por detrás de él y comenzó a correr el jabón entre sus omóplatos, por su espalda, a lo largo de sus brazos.
Seguro, habían hecho el amor varias veces. Había sostenido sus manos, las acarició, pero tomarse el tiempo para pasar una barra de jabón sobre las partes de él que estaban tan dañadas, bueno, no pediría eso de nadie. Sobre todo cuando sabía muy bien cuán enfermas se ponían otras mujeres al hacer mucho menos.
—No tienes que hacer eso.
Sus manos se quedaron quietas.
— ¿Por qué no iba a querer hacerlo, Pedro?
Su garganta se anudó, haciéndole difícil decir:
—Sé cómo luce mi piel. Qué tan grave es.
Se movió de nuevo para estar frente a él.
— ¿Qué tan malo crees que es?
—Es un desastre —gruñó—. No tienes que demostrarme nada. Lo que hemos hecho ya es suficiente.
Tenía que serlo.
Pero no parecía estar escuchando, porque ya había dejado caer el jabón al suelo y estaba levantando sus dos manos hacia sus labios. Le besó los nudillos y entonces la piel gris plata donde lo habían cosido, los parches levantados y desiguales de donde se había desprendido la piel con los guantes derretidos.
Y luego estaba poniendo sus manos llenas de cicatrices contra su pecho, presionando sus palmas planas para que pudiera sentir el latido de su corazón por debajo de su esternón.
—No te atrevas a tratar de decirme lo que no debería hacer, Pedro. Soy una chica mayorcita. Y no estoy asustada de ti. De ninguna cosa acerca de ti. Incluso si piensas que debería estarlo.
Entonces la besó, y mientras la tomaba una vez más, no podía dejar de pensar de dónde podría haber venido una mujer así de increíble.
Y qué diablos iba a hacer cuando llegara el momento de regresar a California. Sin ella.
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