sábado, 3 de octubre de 2015

PROLOGO (segunda parte)





Pedro Alfonso es un bombero HotShot como pocos. Es totalmente intrépido; y sin nadie esperándolo en casa, no hay razón para no arriesgarlo todo. De la nada, la única mujer que amó, la misma que hizo trizas su corazón hace diez años, aparece suplicándole ayuda.


La hermana de Paula está en un gran problema en algún lugar de las escabrosas Montañas Rocosas de Colorado, y él es la única persona que conoce con las habilidades para localizarla.


Trabajando juntos en la búsqueda de la hermana de Paula, pronto se dan cuenta que hay un asesino suelto y su verdadero objetivo no es la hermana de Paula... es Paula misma. Usando sus extremas habilidades al aire libre, Pedro tiene que encontrar al asesino, antes que pierda para siempre a la mujer que ama.








CAMBIO DE PERSONAJES:


PRIMERA PARTE=SEGUNDA PARTE

SAM MACKENZIE = PEDRO ALFONSO

PEDRO ALFONSO = LEANDRO CAIN

CRISTIAN MACKENZIE = CRISTIAN ALFONSO

PAULA CHAVES = EMMA JACKSON













CAPITULO FINAL (primera parte)






—Cásate conmigo —dijo él más tarde esa noche cuando finalmente estuvieron solos y ella estaba acunada en sus brazos.



Le susurró:
—Sí —al único hombre en la tierra por el que ella se habría atrevido a arriesgar todo.




Fin






CAPITULO 43 (primera parte)




Era miércoles por la mañana y Paula salió de la oficina del Servicio Forestal de la Cuenca Tahoe hacia la luz del sol. 


Cuando Alberto había llegado a Lago Tahoe la noche del domingo, había tomado un vistazo de ella e insistió en llevarla a cenar. Él no le había permitido dejar la mesa hasta que había comido una ensalada y una hamburguesa con queso. Aunque inicialmente había protestado, a mitad de camino a través de la comida se había dado cuenta que su jefe, y amigo, estaba en lo cierto. Ella se estaba muriendo de hambre.


Durante dos días, habían ido a través de los detalles del caso del Desierto de Desolation, y para la noche del martes, había terminado de escribir el informe. Alberot no había hecho un montón de preguntas sobre Pedro más allá del caso. Él no tenía que hacerlo. No cuando era obvio donde estaba su corazón.


—Me quedaré en Lago Tahoe —le había dicho.


—¿Pedro? —había sido su respuesta.


Tuvo que reírse de sí misma. Evidentemente, el amor había estado escrito en todo su rostro. Y luego Alberto la había sorprendido una vez más. Él se había sentido seguro de que ella estaba a salvo, por lo se estaba yendo del pueblo. Y había hecho una cita para que ella se reuniera con el superintendente del Servicio Forestal. Sola. Este no era su caso, le había dicho él. Y no iba a tomar nada del crédito.


William McCurdy era un hombre muy afilado, sus preguntas y comentarios concisos y al punto. Pero ella se había negado a salir de su oficina hasta que estuvo cien por ciento segura de que él apoyaba la inocencia de Pedro, incluso aunque las muestras de su garaje habían coincidido con las de la explosión de la urbanización.


—Por supuesto que él no es culpable —McCurdy le había dicho—. Desafortunadamente, basado en los escasos hechos inicialmente a la mano, no tuve más remedio que suspenderlo hasta que definitivamente lo hubiésemos descartado como sospechoso.


Para su gran sorpresa, al final de la reunión, le había ofrecido trabajar directamente para él. La línea cada vez menor entre la ciudad y el resto del país estaba poniendo la vida de los bomberos forestales en mayor peligro que nunca mientras trabajaban para salvar no sólo a los bosques, sino casas y a los propietarios, que a menudo quedaban atrapados en el medio. McCurdy necesitaba a alguien para mantener un ojo en la interfaz urbana.


Ella aceptó sin dudarlo. Lago Tahoe era ahora su hermoso nuevo hogar.


El lago estaba a menos de cuatrocientos metros de la sede del Servicio Forestal, y ella se fue derechito a la playa, sonriendo ante las noticias que el superintendente le había dado sobre que el fuego estaba oficialmente bajo control. 


Paracaidistas y equipos adicionales de Bomberos HotShot habían sido cancelados. Sorprendentemente, habían encontrado a Jenny en la montaña. Viva. McCurdy no sabía nada más, pero ella llamaría el hospital muy pronto y obtendría el resto de los detalles para su informe.


Se quitó sus zapatos de una patada mientras caminaba hacia la clara agua azul. El cielo había perdido su aspecto de tenebrosa oscuridad, las nubes rápidamente sacudiéndose el gris para volver a su habitual gloria teñida de blanco. 


Estaba lista para disfrutar de la belleza a su alrededor.


Escuchó el agua lamer la orilla, observó un par de niños riendo mientras rodaban en la arena, y entonces alguien estaba diciendo su nombre y ella se dio vuelta y vio a Pedro parado justo detrás suyo.


Su corazón latió como loco, al igual que lo hizo la primera vez que lo había visto seis meses antes, parado en la puerta del bar; al igual que lo hizo cinco días atrás, cuando él se había quitado su casco después de correr por la montaña y ella se dio cuenta que era el hombre que buscaba; al igual que lo hizo cuando ellos finalmente habían hecho el amor y ella había sabido que amor era exactamente lo que sentía por él.


Profundo e interminable amor.


Absorbió la vista de él. Era tan hermoso, tan grande y fuerte.


Y estaba vivo.


Pero a pesar de que estaba desesperada por estar a solas con él, por decirle todo lo que había en su corazón, desnuda y en sus brazos en lugar de aquí de pie en medio de una playa pública, necesitaba un cierre primero.


—¿Qué pasó con Jenny? ¿Va a morir?


Los ojos de Pedro estaban oscuros con pesar.


—Samuel la encontró. Ella sufrió quemaduras graves, pero aún respiraba. Los médicos no creen que ella vaya a vivir sin asistencia —hizo una pausa—. Y está embarazada.


—Me lo dijo cuando estaba encintada al árbol —dijo Paula, tragando saliva, recordando vívidamente la horrible escena—. Iba a decirles a todos que era tu bebé.


—Debí suponerlo. Debí saber lo que estaba tramando.


—Nadie podría haberlo sabido —dijo Paula con firmeza—. Era una mujer celosa que se fue por encima del borde. Yo no la habría elegido de entre una multitud.


Él se acercó más.


—Cada vez que pienso en ella contigo, me vuelvo un poco loco.


—No voy a decir que no estaba asustada, porque lo estaba —le sonrió—. Pero nunca estuve preocupada. Ni por un solo segundo. Porque el mejor maldito bombero HotShot en el mundo venía por mí.


Ella no quería hablar más, así que se lanzó hacia él, derribándolos a ambos sobre la arena. Él presionó una hilera de besos a lo largo de la línea de su mandíbula.


—Me alegro de que todavía estés aquí —le susurró al oído, enviando escalofríos por su espina dorsal.


Pedro los rodó para que la cálida arena estuviese en su espalda y él estuviese bloqueando la luz del sol con su hermoso rostro. Ella ya no estaba confundida. Todo lo que quería era a Pedro. Para siempre.


—Te amo —dijo ella, las palabras cayendo de su lengua con tanta facilidad. Y entonces se estaban besando de nuevo, y ella estaba susurrando las mismas dos palabras tan importantes entre sus besos, queriendo decirle unas cien veces, mil veces que lo amaba, para compensar su reticencia anterior, su confusión.


—Muchas veces, quise decirte que te amaba —tenía que explicarle todo, saber que podía admitir sus debilidades y que él aún la amaría—. Estaba tan asustada. Todavía lo estoy.


—No —le dijo mientras acariciaba sus brazos, su espalda, su pelo—. Eres la mujer más valiente que conozco. La más fuerte.


—Yo no quería amarte. No quería amar a ningún bombero, nunca más. Pensé que mi madre estaba loca por sentarse junto al teléfono. Esperando. ¿Cómo podía ella creer que mi padre no iba a volver? Él era mi héroe. Pensé que era invencible.


—Lo era.


—Él no lo era, Pedro. Él murió.


—Y antes de que llegara ese día, él te amó con todo lo que tenía. Lo mismo hizo tu hermano.


La forma en que la miraba, como si fuera la única mujer que había amado, como si fuera la única mujer a la que amaría por el resto de su vida, la hacía temblar de deseo. Y algo mucho más profundo, mucho más fuerte.


—Siempre te he amado, Paula, desde el primer momento en que te vi, cuando exigiste un trago y entonces decidiste que besarme era mejor que emborracharse.


Ella lo miró fijo, sorprendida por su revelación.


—No podías hacerlo. Yo era un desastre.


—Eras hermosa. Tan pronto como te toqué supe que eras mía.


Había sido igual para ella.


—Ese día en el bar —susurró— fuiste lo único que se interponía entre mí y…


—Lo sé, cariño. No hace falta que me lo digas.


—Pero lo necesito —insistió—. Fuiste un destello de luz en la oscuridad. La única persona que podía ayudarme a encontrar mi camino.


—Habrías encontrado tu camino sin mí, Paula. Yo soy el que te necesita. Yo estaba huyendo. Así como tú. Todos los días, tenía miedo de perder el control, miedo de lo que pasaría si lo hiciera.


—Me gusta cuando pierdes el control —bromeó.


Él sonrió y ella presionó sus dedos contra sus hermosos labios.


—De eso se trata —dijo en voz baja, sus palabras como una caricia sensual—. Puedo perder el control contigo, Paula. Tú haces todo correcto. Perfecto.


No podía soportar mantener su boca fuera de él por otro segundo, así que capturó un puñado de su camiseta en su puño y tiró de él más cerca, una repetición de su primer beso.


Su sonrisa no se hizo esperar y luego su boca estaba sobre la de ella y su lengua estaba en su boca, saboreándola, marcándola como ningún otro hombre alguna vez lo hubiese hecho.










CAPITULO 42 (primera parte)






Dos días y noches pasaron en un borrón de talar árboles hasta que sus brazos latían y sus manos continuaban vibrando como si estuviera sosteniendo una motosierra aun si no lo hacía. La fatiga era una constante, como lo era la amenaza continua de la deshidratación. Mientras el equipo de Pedro trabajaba en las colinas del este, a lo largo de los senderos que conducían a lo que una vez fue la cabaña de Jose, él mantuvo un ojo alerta por un cuerpo. Era sólo cuestión de tiempo antes de que encontraran a Jenny.


Y entonces Samuel lo llamó y Pedro apagó su motosierra y la dejó caer al suelo. Corrió hacia una pequeña cueva en la que Samuel estaba de rodillas en la tierra, buscando un pulso entre las ampollas debajo de la barbilla de una mujer.


La habían encontrado.


—Santa mierda —dijo Samuel—. Ella está viva.


A pesar de todo lo que había hecho, Pedro quedó impresionado con su capacidad de recuperación. Tal vez ella había aprendido algo de todos esos bomberos que había jodido, después de todo.


—Tengo que llevarla a un hospital.


Samuel frunció el ceño y meneó la cabeza.


—Después de todo lo que ha hecho...


Pero Pedro ya la había recogido en sus brazos. Sus extremidades eran una masa de ampollas y carne con cicatrices, y no estaba seguro de cuánto tiempo más sería capaz de aguantar; o incluso si él quería que ella lo hiciera.


—Tal vez consiguió lo que se merecía —dijo Samuel en voz baja.


—Nadie se merece esto —dijo Pedro con una voz plana.


Ni siquiera el mismo diablo.


Se dirigió de regreso al punto de anclaje, el peso de Jenny apenas lo demoraba. Ella se quejó en varias ocasiones, sus ojos revoloteando, pero sin abrirse antes que quedara inconsciente de nuevo. Treinta minutos después, se metió en la ambulancia con ella, pero estaba pensando en Paula.


Ella lo había detenido de estrangular a Jenny, justo a tiempo, y ahora que la rabia intensa había pasado, estaba contento por su insistencia. Durante años, había visto a la gente morir por inhalación de humo, quemaduras, pero nunca en sus propias manos.


Llegaron al hospital y Jenny fue trasladada de urgencia para su evaluación.Pedro estaba deseoso de regresar al fuego, pero no podía irse hasta que el médico le diera el informe confidencial de la condición de Jenny.


Poco tiempo después, la Dra. Caldwell se quitó su barbijo mientras salía por las puertas de vaivén dobles.


Pedro, por qué no vienes a mi oficina por unos minutos.


Siguió a la mujer de mediana edad a una sencilla oficina con vistas a un patio.


—¿Va a lograrlo?


—Honestamente, no sé. Yo diría que sus posibilidades de vivir sin apoyo de por vida son muy escasas —hizo una pausa—. Pero encontramos algo más mientras la estábamos examinando, algo que creo que deberías saber.


Su estómago se retorció. Parecía que nada era simple cuando se trata de Jenny.


—Arrójamelo.


—Ella está embarazada.


Él no se molestó en ocultar su expresión de sorpresa.


—¿Hay alguna posibilidad de que el bebé lo logre?


—Tal vez. Ella ya está casi de cinco meses. ¿Sabes quién podría ser el padre?


—Sí, creo que sí. —Mierda. Dennis podía convertirse en padre dentro de unos meses.


—Tengo que hablar de esto con mis colegas, pero mi instinto es mantenerla con vida durante otras diez o quince semanas hasta que el bebé sea lo suficientemente grande como para sacarlo mediante una cesárea sin demasiadas complicaciones. ¿Podrías decirle al padre que se ponga en contacto conmigo tan pronto como sea posible?


Pedro se levantó para irse.


—Lo haré.


Ella llegó alrededor de su escritorio y puso las manos sobre las suyas.


—Lamento mucho lo de Robbie. Teníamos la esperanza de que saliera adelante.


—Hicieron todo lo posible —dijo, su voz sonando con la consistencia del papel de lija.


Su cerebro estaba sobrecargado de imágenes, emociones, mientras el conductor de la ambulancia lo llevaba de vuelta a la montaña.


Gabriel trotó.


—Buenas noticias. Los vientos están calmándose. La humedad es alta. Si seguimos dejando caer cubos a este ritmo, deberíamos tener al menos el cincuenta por ciento contenido para esta noche.


Y ellos habían atrapado al pirómano. Gracias a Dios. El final estaba a la vista.


Gabriel tenía unos buenos diez años más que Pedro. Podía leer entre líneas, podía ver que había algo más en su mente.


—¿Y ahora qué? ¿Algo acerca de Jenny? ¿Va a sobrevivir?


Él negó con la cabeza.


—Probablemente no. Ella necesita máquinas para vivir. Pero está embarazada.


Gabriel levantó una ceja.


—¿Dennis es el padre?


La pregunta de Gabriel era una buena. ¿Quién sabía lo que Jenny había estado haciendo a espaldas de Dennis, además de prender fuegos mortales y matar a la gente?


—Seguro como el infierno que lo espero.


—Mientras el clima siga cooperando, tenemos esto. Ve a decirle a Dennis la noticia —Gabriel dejó caer sus llaves del coche en la palma de la mano de Pedro—. Y no quiero volver a verte aquí hasta que hayas encontrado la Srta. Chaves y puesto un anillo en su dedo.






CAPITULO 41 (primera parte)





Paula se despertó rígida y sudorosa bajo el grueso edredón cuando el sol se posó a través de las cortinas delgadas en su ventana. La cara de Pedro fue la primera imagen que vio. 


Tenía fe en su conocimiento del fuego y sus años de experiencia como un HotShot, pero la locura no terminaría hasta que Jenny estuviera entre las rejas, o muerta.


Moviéndose rápidamente, se cepilló el pelo y los dientes, luego se dio cuenta que tenía que ponerse nuevamente sus mismas ropas sucias. Recogiéndolas de la alfombra, las sacudió en la ducha. Su estómago gruñó. Agarrando su llave, se dirigió hacia el vestíbulo.


—Tengo que usar el teléfono.


La muchacha en la recepción se encogió de hombros.


—Lo que sea.


Paula se alejó lo más que pudo de la televisión a todo volumen, tanto como el cable telefónico le permitió. Usando la tarjeta de llamadas de la empresa, marcó el número de información y consiguió el número de la casa de su jefe. Él atendió a la tercera llamada.


—¿Paula? He estado tratando de comunicarme contigo todo el fin de semana. ¿Qué te ha pasado?


¿Por dónde debería empezar? Tantas cosas habían sucedido en tres días.


—La hemos encontrado.


—¿Ella?


—El pirómano.


—¿El pirómano es una mujer?


—Sí.


Por enésima vez, Paula deseó haberlo descubierto antes.


—¿Cómo la encontraste?


Paula se pasó una mano por los ojos.


—No lo hice —admitió—. Ella me encontró a mí —hizo una pausa— trató de matarme desde la distancia y cuando no morí, vino a terminar el trabajo.


Qué extraño sonaba todo cuando lo decía en voz alta. Casi improbable.


Alberto maldijo.


—Deberías haber vuelto a casa. No puedo creer que te permitiera quedarte, ponerte en peligro.


Pero Paula no lo lamentaba en absoluto. Porque si ella se hubiera ido, Pedro y Jose probablemente estarían muertos ahora.


—Estoy yendo a Tahoe. Directo hacia allí. Mantenla en la cárcel hasta que llegue. Y no te metas en problemas.


Paula no podía creer lo que estaba a punto de decirle a su jefe.


—Ella no está en la cárcel, Alberto. Se escapó.


—¡Tienes que estar bromeando! ¿Cómo diablos pasó eso?


Alberto era uno de los hombres más tranquilos que conocía, y un gran jefe, pero obviamente, aún así tenía su punto de ruptura. Y parecía que ella lo había encontrado.


Le resumió las últimas cuarenta y ocho horas en el menor número de palabras posible.


—Ella no se detuvo encendiendo mi habitación del motel en llamas. Desató una explosión que mató a un HotShot. Bombardeó la camioneta de PedroIncendió dos casas, entonces me encintó a un árbol y casi me mata con una motosierra. Cuando Pedro me salvó la vida una vez más, ella se escapó.


—¿Pedro?


—El sospechoso inicial —aclaró—. Es cien por ciento inocente.


Ella esperó a que todo lo que había dicho fuera asimilado. El Señor lo sabía, era mucho para manejar por teléfono.


—¿Estás segura de que ya no estás en peligro?


No, ella no estaba segura, pero si le decía la verdad a Alberto, él conduciría hasta Tahoe y la obligaría a meterse en su coche y dejar toda la locura.


—Espero que no —era lo más honesta que podía ser, y agregó— voy a enviarte un correo electrónico con la copia de mi informe tan pronto como pueda.


—No es necesario. Estaré allí en cuatro horas. ¿Dónde te estás quedando?


Ella le dio el nombre y la ubicación del motel, luego colgó el teléfono. La adolescente la estaba mirando con la boca abierta.


—Estabas inventando eso de ser atacada con una motosierra, ¿verdad?


—Desearía que fuera así.


La chica la miró con un nuevo respeto.


—Genial.


Dirigiéndose por la calle principal del pueblo, Paula pasó por alto un restaurante lleno de humo a favor de una tienda de comida rápida. Sentándose en la acera con su ropa andrajosa, forzó un sándwich de pavo a su estómago, luego entró en una tienda y recogió la ropa menos llamativa del estante.


Tiró su ropa en ruinas en un contenedor de basura en la acera y se sintió cien veces mejor cuando llamó un taxi para que la llevara hasta la biblioteca de la ciudad para buscar la dirección de Jenny, entonces llamó al jefe Stevens y le pidió que se encontrara allí con ella y que llevara un conjunto de llaves universales. Él estaba esperando en la acera cuando ella llegó.


—Lo has hecho bien, muchacha. Muy bien. Y te ves mucho mejor. ¿Conseguiste dormir un poco y comer algo?


Ella asintió, pero no dijo nada más. No quería volver a revivir todo de nuevo.


—Tengo que ver sus cosas para mi informe, para asegurarme de que el caso en su contra es sólido —no se atrevía a decir el nombre de la mujer en voz alta. No después de lo que había hecho—. Gracias por ayudarme.


Patricio le palmeó el hombro.


—Es un placer.


Treinta segundos más tarde, tenía la puerta sin trancas y abierta. Nada pareció particularmente extraño cuando entró en el apartamento. Unos platos sucios en el fregadero, una pila de revistas People en la mesa de café, zapatillas de tenis plateadas debajo de una mesa de comedor.


Le resultaba difícil relacionar la normalidad de la vivienda con la loca mujer que había arruinado tantas vidas. Patricio pasó junto a ella por el pasillo y ella lo siguió hasta la habitación de Jenny.


La cama estaba perfectamente hecha, y parecía como si no hubieran dormido en ésta durante algún tiempo. Sin molestarse aún con los cajones de la cómoda, volvió a salir al pasillo y trató de girar el pomo de la puerta de la segunda habitación, pero estaba cerrada.


—Patricio, ¿puedes abrir esto para mí?


Con una herramienta pequeña, segundos más tarde, abrió la puerta. Sus ojos se abrieron con horror mientras miraba hacia la habitación.


—Dios mío —dijo Patricio en voz baja— estaba obsesionada.


Cada centímetro cuadrado de pared y techo estaba cubierto con fotos de bomberos.


—Debe tener cada calendario de bomberos que se haya hecho jamás —dijo Paula, de pie en el umbral de la habitación, disgustada por el espeluznante santuario.


—Yo puedo hacer esto por ti —ofreció Patricio—. Ya has tenido un infierno de fin de semana.


—No te preocupes, he hecho esto cientos de veces —dijo en voz alta como un recordatorio para sí misma de que sabía lo que estaba haciendo. Que ella podía manejar esto.


Se dirigió hacia el cofre en la esquina, con el corazón acelerado mientras lo abría. Ella jadeó y Patricio se movió a su lado.


Ellos miraban fijamente hacia docenas de insignias de bomberos.


—¿Qué demonios es esto? —preguntó Patricio—. ¿Cada chico que consiguió?


Paula comenzó a buscar entre el montón. Y luego encontró la que estaba buscando.


La insignia de Antonio cayó de sus dedos y ella se tambaleó hacia atrás, fuera de la habitación, fuera del apartamento, no pudo dejar de moverse hasta que logró salir a la acera.


Lo extrañaba tanto y deseaba que estuviera vivo para que poder contarle todo lo que había sucedido en los últimos seis meses.


Patriccio la encontró allí, encaramada en el borde de un banco de la parada de autobús, con la cabeza entre las manos. Sostuvo la insignia de Antonio mientras ella levantaba la mirada.


—Él querría que tuvieras esto.


Ella la tomó y cuando cerró sus dedos alrededor de la tela gruesa que llevaba el nombre de su hermano, sintió un rayo de amor dispararse a través suyo.


Y fue entonces cuando lo supo: Antonio habría odiado verla desperdiciar su vida llevando luto por él.


Le habría gustado verla saltar de un tejado, verla correr como un lobo en el bosque.


Le habría dicho que arriesgara todo, que viviera cada día como si fuera el último.


Él hubiera querido que Pedro fuera su amigo. Su hermano.


Y, sobre todo, habría querido que ella arriesgara todo por amor.