sábado, 3 de octubre de 2015
CAPITULO 42 (primera parte)
Dos días y noches pasaron en un borrón de talar árboles hasta que sus brazos latían y sus manos continuaban vibrando como si estuviera sosteniendo una motosierra aun si no lo hacía. La fatiga era una constante, como lo era la amenaza continua de la deshidratación. Mientras el equipo de Pedro trabajaba en las colinas del este, a lo largo de los senderos que conducían a lo que una vez fue la cabaña de Jose, él mantuvo un ojo alerta por un cuerpo. Era sólo cuestión de tiempo antes de que encontraran a Jenny.
Y entonces Samuel lo llamó y Pedro apagó su motosierra y la dejó caer al suelo. Corrió hacia una pequeña cueva en la que Samuel estaba de rodillas en la tierra, buscando un pulso entre las ampollas debajo de la barbilla de una mujer.
La habían encontrado.
—Santa mierda —dijo Samuel—. Ella está viva.
A pesar de todo lo que había hecho, Pedro quedó impresionado con su capacidad de recuperación. Tal vez ella había aprendido algo de todos esos bomberos que había jodido, después de todo.
—Tengo que llevarla a un hospital.
Samuel frunció el ceño y meneó la cabeza.
—Después de todo lo que ha hecho...
Pero Pedro ya la había recogido en sus brazos. Sus extremidades eran una masa de ampollas y carne con cicatrices, y no estaba seguro de cuánto tiempo más sería capaz de aguantar; o incluso si él quería que ella lo hiciera.
—Tal vez consiguió lo que se merecía —dijo Samuel en voz baja.
—Nadie se merece esto —dijo Pedro con una voz plana.
Ni siquiera el mismo diablo.
Se dirigió de regreso al punto de anclaje, el peso de Jenny apenas lo demoraba. Ella se quejó en varias ocasiones, sus ojos revoloteando, pero sin abrirse antes que quedara inconsciente de nuevo. Treinta minutos después, se metió en la ambulancia con ella, pero estaba pensando en Paula.
Ella lo había detenido de estrangular a Jenny, justo a tiempo, y ahora que la rabia intensa había pasado, estaba contento por su insistencia. Durante años, había visto a la gente morir por inhalación de humo, quemaduras, pero nunca en sus propias manos.
Llegaron al hospital y Jenny fue trasladada de urgencia para su evaluación.Pedro estaba deseoso de regresar al fuego, pero no podía irse hasta que el médico le diera el informe confidencial de la condición de Jenny.
Poco tiempo después, la Dra. Caldwell se quitó su barbijo mientras salía por las puertas de vaivén dobles.
—Pedro, por qué no vienes a mi oficina por unos minutos.
Siguió a la mujer de mediana edad a una sencilla oficina con vistas a un patio.
—¿Va a lograrlo?
—Honestamente, no sé. Yo diría que sus posibilidades de vivir sin apoyo de por vida son muy escasas —hizo una pausa—. Pero encontramos algo más mientras la estábamos examinando, algo que creo que deberías saber.
Su estómago se retorció. Parecía que nada era simple cuando se trata de Jenny.
—Arrójamelo.
—Ella está embarazada.
Él no se molestó en ocultar su expresión de sorpresa.
—¿Hay alguna posibilidad de que el bebé lo logre?
—Tal vez. Ella ya está casi de cinco meses. ¿Sabes quién podría ser el padre?
—Sí, creo que sí. —Mierda. Dennis podía convertirse en padre dentro de unos meses.
—Tengo que hablar de esto con mis colegas, pero mi instinto es mantenerla con vida durante otras diez o quince semanas hasta que el bebé sea lo suficientemente grande como para sacarlo mediante una cesárea sin demasiadas complicaciones. ¿Podrías decirle al padre que se ponga en contacto conmigo tan pronto como sea posible?
Pedro se levantó para irse.
—Lo haré.
Ella llegó alrededor de su escritorio y puso las manos sobre las suyas.
—Lamento mucho lo de Robbie. Teníamos la esperanza de que saliera adelante.
—Hicieron todo lo posible —dijo, su voz sonando con la consistencia del papel de lija.
Su cerebro estaba sobrecargado de imágenes, emociones, mientras el conductor de la ambulancia lo llevaba de vuelta a la montaña.
Gabriel trotó.
—Buenas noticias. Los vientos están calmándose. La humedad es alta. Si seguimos dejando caer cubos a este ritmo, deberíamos tener al menos el cincuenta por ciento contenido para esta noche.
Y ellos habían atrapado al pirómano. Gracias a Dios. El final estaba a la vista.
Gabriel tenía unos buenos diez años más que Pedro. Podía leer entre líneas, podía ver que había algo más en su mente.
—¿Y ahora qué? ¿Algo acerca de Jenny? ¿Va a sobrevivir?
Él negó con la cabeza.
—Probablemente no. Ella necesita máquinas para vivir. Pero está embarazada.
Gabriel levantó una ceja.
—¿Dennis es el padre?
La pregunta de Gabriel era una buena. ¿Quién sabía lo que Jenny había estado haciendo a espaldas de Dennis, además de prender fuegos mortales y matar a la gente?
—Seguro como el infierno que lo espero.
—Mientras el clima siga cooperando, tenemos esto. Ve a decirle a Dennis la noticia —Gabriel dejó caer sus llaves del coche en la palma de la mano de Pedro—. Y no quiero volver a verte aquí hasta que hayas encontrado la Srta. Chaves y puesto un anillo en su dedo.
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