viernes, 23 de octubre de 2015

CAPITULO 10 (tercera parte)





Después de agarrar su bolso de la posada y dejar una breve nota para Stu, Pedro regresó a Poplar Cove. Una parte de él se sentía mal por dejarle creer a Paula que tendría que ir todo el camino hasta Piseco cuando el sofá de Stu era suyo para que lo tomara. Pero rápidamente anuló eso. Poplar Cove era suya. Él pertenecía allí, no hacinado en un sofá en la posada.


Se paró en el porche mirando hacia el agua durante varios minutos. Después de doce años en Lake Tahoe no había esperado que en Poplar Cove se sintiera como en casa. Tal vez era porque podía sentir la presencia de sus abuelos a su alrededor.


La manta para cubrir la silla que su abuela había hecho, la forma en que se volvía loca si él o Samuel ponían barro sobre esta. Las estanterías que habían construido con su abuelo cuando tenía diez años, el mismo año en que su abuelo finalmente lo había dejado usar la mesa de la sierra eléctrica. De alguna manera se las había arreglado para conservar todos sus dedos.


Su mirada se movió hacia la pintura de Paula, a medio terminar en el caballete al otro extremo del porche. Nunca había sido el tipo de hombre de ir a museos, nunca había tenido la tentación de capturar una escena para la posteridad, no cuando prefería estar entre árboles, tierra y agua. Y, sin embargo, algo en la pintura resonaba dentro de él.


Dirigiéndose al segundo piso, automáticamente se giró en la primera puerta a la izquierda, la habitación que siempre había sido suya.


El aroma lo golpeó primero, era el de Paula, el débil toque de vainilla mezclado con algo terroso y sexy. El color arremetió después. Brillante ropa colgaba de los ganchos en la pared y vívidos lienzos se agolpaban entre sí por el espacio sobre las cuatro paredes. La parte superior de la antigua cómoda de pino estaba cubierta de botellas, joyas y tarjetas postales apoyadas contra el espejo.


Su antiguo dormitorio se había transformado en un vibrante arco iris y la energía era palpable. La cama, ahora cubierta con una colcha impresa brillante en lugar de la de mezclilla azul que siempre había tenido, estaba sin hacer. Sólo ver las sábanas arrugadas lo agitó como si ella estuviera allí en la habitación, desnuda y haciéndole señas.


La antigua habitación de sus abuelos era la más alejada, al final del pasillo. Pero no sentía correcto ocupar su habitación. En su lugar, se movió a la habitación de invitados, que compartía una pared con la de Paula.


Tenía que escapar, tomar un kayak, salir al lago e impulsarse con fuerza contra el viento. Mover su cuerpo sería su única oportunidad de dormir... tan fuerte como para contener sus pesadillas mientras él y Paula compartieran el mismo techo.







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