viernes, 23 de octubre de 2015
CAPITULO 11 (tercera parte)
A las diez, Paula se desató el delantal y lo colgó en su taquilla. Ya había pasado mucho más tiempo limpiando del que por lo general se tomaba. La mayoría de los días de la semana, después del turno de la cena, estaba en casa por esta hora. Esta noche, había tratado de aliviar sus horribles pensamientos con un trapeador y una esponja.
Isabel salió de la oficina en la que había estado trabajando en la computadora y miró los relucientes pisos y encimeras de acero inoxidable.
—Wow. Podrían ser fotografiados para una revista —le lanzó una mirada a Paula—. ¿Tienes dudas sobre dejar que Pedro se quede en tu casa durante un par de noches?
Paula suspiró. La cabaña de madera realmente no se sentía como su casa.
Lo cual era exactamente su problema. En algún lugar en el camino había olvidado que Poplar Cove era sólo un respiro temporal de su vida normal. Por mucho que quisiera pretender que la cabaña era suya, y que podía vivir allí en paz y dichosa para siempre sin tener que enfrentarse a la habitual vida de tensiones, no era así.
—Cuando mi contrato de arrendamiento acabe, él probablemente querrá la cabaña de regreso.
— ¿Eso es lo que realmente te molesta? ¿Qué tengas que buscar un nuevo lugar para vivir en unos meses? Estoy segura de que podrías encontrar otra cabaña frente al lago para entonces.
—Tienes razón —admitió Paula—. Es sólo que... —trató de encontrar la manera de poner sus sentimientos en palabras—. Esto puede sonar extraño, pero por primera vez en mi vida siento como si pudiera ser yo misma.
Sus padres no estaban aquí diciéndole cómo comportarse.
Su ex marido no estaba aquí criticándola. Había encontrado un lugar donde la gente estaba llegando a conocerla a ella y no solo por quién era su padre o cuánto dinero tenía.
—Y en muchos sentidos Pedro me recuerda a mi ex marido.
Había esa misma atracción inicial. Ese mismo acto de macho alfa viniendo a tomar lo que es suyo.
—Teniendo a Pedro en la cabaña, tendré que vigilar cómo me veo. Qué me pongo. Lo que digo.
Ya había comenzado. Mírala, haciendo cualquier cosa para evitar ir a casa.
— ¿Por qué crees que tienes que hacer algo de eso? —Isabel argumentó—. ¿Por qué no sigues exactamente cómo estás y si no le gusta, a quién le importa? Realmente viniste sola aquí. Me resulta difícil creer que un hombre pueda hacerte olvidar eso.
— ¿Sabes qué? —dijo Paula lentamente, mientras las palabras de Isabel se filtraban—. Creo que tienes razón. Estaré bien.
Si había una cosa que había aprendido en los últimos ocho meses, era que tenía que vivir una vida que la hiciera feliz. Usar lo que quisiera. Hacer lo que quisiera. Decir lo que quisiera.
Así que Pedro estaría entrando y saliendo de su espacio en las próximas semanas, estaría durmiendo en una de las habitaciones vacías durante un par de noches. ¿Y qué?
El viento estaba soplando aún más duró cuando Paula fue hacia su auto. Mientras conducía hacia la cabaña, las palabras de Isabel se repitieron en su cabeza, trabajando para establecerse correctamente cuando había estado a punto de desviarse del curso.
Saliendo del auto detrás de la cabaña de madera, cruzó sobre el parche de hierba al lado de la casa.
De pie bajo el gran grupo de viejos árboles de álamo que daban sombra a la casa la mayor parte del día, estiró los brazos para dejar que el frenético viento azotara su pelo y moviera su ropa.
Le encantaba estar aquí, le encantaba el clima crudo y salvaje que soplaba dentro y fuera casi al azar. Vivir en la cabaña de madera la hacía sentirse de la misma manera, como si constantemente estuviera rodeada de un bosque en lugar de cuatro paredes.
De repente hubo un ruido chirriante por encima de su cabeza. Las advertencias de Pedro sobre lo peligrosa que era la cabaña se dispararon en su cerebro justo cuando escuchó un ensordecedor crujido. Intentó moverse, correr, pero no sabía qué camino tomar, apenas parecía poder mover los pies. De pronto, manos y brazos fuertes apretaron alrededor de sus costillas levantándola y tirándola por la arena.
Pedro.
Aterrizó duro sobre su costado una fracción de segundo antes de que él saltara sobre ella, cubriéndola con su cuerpo.
Lo sintió entonces, el impacto de algo golpeándolos con fuerza.
Su estómago se sacudió como si estuviera en un ascensor en caída libre, y la parte posterior de su brazo detrás de su codo le picó, pero mientras su cerebro trabajaba para procesar los últimos treinta segundos, supo que era Pedro quien se había llevado la peor parte... de lo que sea que los había golpeado.
— ¿Qué acaba de suceder? —jadeó contra su clavícula.
La respiración de Pedro era tan desigual como la suya.
Podía sentir cada latido de su corazón mientras golpeaba duro contra el suyo.
No contestó su pregunta, apenas dijo entre dientes:
— ¿Estás herida?
En la oscuridad, los dedos de él corrieron por su cara, desde su frente a sus pómulos, a su boca como si necesitara comprobar por sí mismo que todo estaba intacto.
—No —dijo, temblando ante su toque, incluso cuando se lo preguntó otra vez—: ¿Qué nos golpeó?
Sus palabras retumbaron desde su pecho al de ella mientras le decía:
—Fue una fabricante de viudas. Casi cae justo encima de ti. Casi te aplasta.
— ¿Una fabricante de viudas?
Los movió un poco, pero seguía manteniéndola anidada en sus brazos. Nadie la había sostenido nunca de esa forma, como si la fuese a proteger hasta su último aliento. Ni siquiera el hombre con el que se había casado.
A pesar del viento frío, la presión de los músculos duros de Pedro en su contra hizo que el calor se juntara en sus pechos.
Entre sus piernas.
Había sabido que sería duro, pero no se había dado cuenta de lo pequeña que se sentiría presionada contra él, que sus curvas casi se fundirían en su fuerza.
Su cabeza y entrañas giraron y se arremolinaron mientras él señalaba hacia arriba al gran bosque de álamos.
—Un fabricante de viudas es una rama muerta o salida que descansa sobre las vivas. Cada año cientos de personas mueren debajo de ellas cuando caen.
En la penumbra de la luz de la luna asomándose entre las nubes, vio una enorme extremidad tumbada en la playa a no más de 30 cm. de distancia de ellos. Tenía por lo menos 30 cm. de grueso. Sólo podía adivinar cuánto pesaba, lo cerca que había estado de convertirse en otra víctima.
—Si no la hubieras visto, si no te hubieras movido tan rápidamente… —Empezó a temblar al darse cuenta de lo que podría haber sucedido si no hubiera sido por Pedro—. Gracias por salvarme la vida.
—La vi esta tarde. Debería haberla derribado de inmediato —maldijo, atrayéndola más cerca—. ¿Qué demonios estaba esperando?
Espera un minuto, ¿estaba culpándose a sí mismo por esto?
—Fue un accidente.
—Podrías haber salido lastimada. Mucho.
—Lo juro, no lo estoy. Sólo un rasguño, eso es todo —dijo, mostrándole su brazo, queriendo que supiera que no había sido su culpa. No estaba preparada para sus dedos moviéndose hacia su codo para frotar suavemente su piel magullada.
— ¿Dónde más te duele?
Se encontró a sí misma diciendo:
—Mi rodilla —a pesar de que estaba apenas palpitando, simplemente porque quería que la acostara de nuevo. Y cuando lo hizo, cuando él le acarició suavemente la pierna, no pudo reprimir un gemido de placer.
La mano se detuvo en su rodilla.
— ¿Estás segura de que estás bien?
Sus brazos y piernas estaban bien. Era otra parte la que dolía. Por más de él.
Dijo:
—Sí, estoy bien —y luego lo siguiente que supo era que la estaba arrastrando a sus pies y alejándose. El viento sopló entre ellos mientras decía—: ¿Qué estabas haciendo aquí afuera tan tarde?
Estremecida por su abrupta pregunta, y por la pérdida de su calor y fuerza contra sus miembros, su mente se quedó en blanco por un momento.
—A veces acabo quedándome después de trabajar en el turno de la cena —especialmente esta noche después de pasar varias rondas pensando en él—. Y me encanta el lago en noches como ésta cuando una tormenta está rodando.
Eso la golpeó, ¿cómo había estado allí para salvarla?
— ¿Por qué estabas en el exterior? ¿Cómo me viste?
—Estaba en el kayak, remando de regreso a la orilla cuando te vi caminando en la playa y parándote bajo el árbol. Fue entonces cuando oí la rama moverse.
— ¿Estabas remando con el kayak durante la noche? ¿Por qué?
Dio un paso más lejos de ella.
—No he estado aquí en doce años. Quería salir al agua.
— ¿No podías haber esperado hasta mañana? —fue su primera pregunta y cuando no respondió, hizo otra—: Doce años es mucho tiempo para estar lejos. ¿Venías mucho al lago antes de eso? ¿Cuándo eras niño?
—Todos los veranos.
No cuadraba.
—Es tan hermoso aquí. ¿Cómo pudiste haber estado ausente durante tanto tiempo?
—Pelear contra el fuego era más importante.
Una pieza del rompecabezas encajó en su lugar.
—Así es como conseguiste quemarte, ¿no es cierto?
No respondió, sólo retrocedió completamente fuera de la luz de la luna para que su cara quedara en las sombras.
—Buenas noches, Paula.
Grandioso. Lo había hecho de nuevo. Había dejado que la curiosidad la guiara, a sus cicatrices. Probablemente pensaba que era la única cosa que había notado de él.
Caminó de regreso a la cabaña y se fue arriba, se dio una ducha para limpiar el olor de la grasa en su cabello y piel, se cepilló los dientes y se metió en la cama. Pero al mismo tiempo, todavía podía sentir el fuerte latido del corazón de él contra su pecho, la forma en que había pasado sus dedos tan suavemente sobre su cara y sus miembros cuando pensó que había sido lastimada.
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