lunes, 28 de septiembre de 2015

CAPITULO 26 (primera parte)




Rezando para que no fuera la última vez que veía a Pedro
Paula se concentró en la carretera mientras dejaba la estación de bomberos, tratando de recordar cómo volver al laboratorio de David. Podía ver por qué la gente venía a Lago Tahoe para unas vacaciones y nunca se marchaba. La belleza era asombrosa. No sólo el lago, sino las montañas, los árboles.


Y sobre todo los Bomberos HotShot.


Razón por la cual necesitaba resolver este caso y salir de Lago Tahoe, lo antes posible. No era una buena compañera para Pedro. Todo lo que él era tiraba de su corazón y le daban ganas de amarlo. No era sólo la forma en que la tocaba, no era simplemente porque nunca se había deshecho así en los brazos de nadie excepto en los de él.


Al fin la casa de David apareció a la vista y una bonita rubia de mediana edad salió al porche.


—Hola. Soy Kelly, la esposa de David. ¿Asumo que eres Paula y que necesitas hablar con él de nuevo?


Paula se quedo parada torpemente en el camino de entrada junto a la moto, sosteniendo los contenedores de pruebas del garaje de Pedro. —Sí.


Ella trató de sonreír, quería ser amistosa, pero sus pensamientos eran tal enredo desastroso de deseos y recriminaciones que falló en ambos.


—Entra —dijo la mujer, sosteniendo la puerta abierta—. David acaba de salir por un paquete de seis. Volverá pronto.


Paula no tenía tiempo de sentarse y esperar a que David volviera con su bebida. Entró y puso los frascos sobre la mesa.


—¿Podrías darle esto a tu marido?


Los ojos de Kelly eran sorprendentemente azules y llenos de bondad.


—Por supuesto. ¿Supongo que necesitas que los examine rápidamente?


Paula se quedó mirando fijamente hacia las muestras, deseando no tener que hacerles pruebas.


—Si —dijo tardíamente dándose cuenta que estaba usando la ropa de su anfitriona—. David me dijo que tomara prestado esto. Espero que estuviera bien.


Kelly tenía una expresión extraña mientras examinaba la ropa de Paula, y cuando Paula finalmente se miró la camiseta y los jeans, vio que estaban sucios, cubiertos de una gran cantidad de roturas y desgarros.


—Lo siento mucho. No me di cuenta...


—No te preocupes por eso. Ha sido un día difícil, ¿no es así?


Los ojos de Kelly veían mucho más de lo que Paula quería que viera. Dios, cómo quería sentarse y decirle todo a esta extraña. Pero derramar su alma tomando un café no arreglaría ni una maldita cosa.


Decir lo menos posible había sido su modo operandi por largo tiempo. No tenía sentido cambiar las cosas ahora.


Afortunadamente, Kelly no parecía ser el tipo de mujer que se tomaba los silencios como algo personal.


—¿Por qué no sigues adelante y tomas algo más de mi armario?


Paula sacudió la cabeza de nuevo.


—Estoy bien. Gracias.


Kelly llenó un vaso con agua purificada, luego se lo ofreció a Paula con una mirada acerada.


—Bebe esto. Ya vuelvo.


No fue hasta que Paula se tragó el agua que se dio cuenta de lo sedienta que estaba. Kelly regresó con lo que parecía ser un par muy caro de jeans de diseño y otra linda camiseta.


—Realmente no creo que deba tomar esos de ti —dijo Paula—. De la manera en que han ido las cosas, probablemente estarán triturados en una hora.


Kelly los dejó caer sobre la encimera al lado de Paula.


—Los necesitas más que yo —y luego dijo— ¿cómo está manejando Pedro la investigación? Estoy preocupada por él.


El corazón de Paula dolía por los problemas que había llevado a la puerta de Pedro con su suspensión, por sus temores con respecto a Jose, por los miembros de su equipo que estaban en el hospital. Y luego estaba la bomba que alguien había plantado en su camioneta. Sus rodillas empezaron a temblar de nuevo al pensar en lo cerca que habían estado de la muerte.


Ella tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas.


—Él ha estado trabajando conmigo para tratar de averiguar quién hizo esos incendios.


Kelly ladeó la cabeza hacia un lado.


—¿No es un poco difícil hacer eso cuando él es un sospechoso?


—Acabo de ponerle fin a su suspensión. Se dirige de nuevo a la montaña mientras hablamos.


La sonrisa que Kelly le dio a Paula decía que sabía que esto era más que una objetiva decisión profesional.


—Estoy muy contenta de escuchar eso —dijo Kelly—. Qué tal si me das tu número de teléfono y hago que David te llame con los resultados.


Paula negó con la cabeza.


—Mi teléfono explotó.


Por primera vez, Kelly parecía asustada.


—¿Qué quieres decir con que explotó?


Paula había dicho demasiado. Levantó la ropa cuidadosamente doblada.


—Gracias por esto.


Kelly metió la mano en un bolso sobre la encimera y le tendió un fajo de billetes de veinte.


—Aquí. Compra un nuevo teléfono en la tienda del pueblo, luego llámame con el nuevo número.


Paula dudó un segundo, aunque Kelly estaba en lo cierto, entonces metió los billetes en su bolsillo.


—Gracias. Te lo devolveré pronto.


—No hay prisa, ¿de acuerdo? —Dijo mientras acompañaba a Paula al porche delantero—. Y cuídate. Me gustaría volver a verte. Tener una cena. En mejores circunstancias, por supuesto.


Paula mantuvo la cabeza baja mientras pasaba una pierna sobre la moto, no quería que Kelly viera lo mucho que deseaba la misma cosa.


El paseo de quince minutos al pueblo para comprar un teléfono debería haber sido emocionante, la mejor manera de desahogarse. En cambio, sus músculos estaban tensos, sus pensamientos corriendo porque la última vez que había conducido al centro de Lago Tahoe en una moto había sido con su hermano en su cumpleaños a finales del verano pasado. Antonio había querido mostrarle su nueva estación de bomberos y ella había estado encantada por él, encantada de que finalmente estuviera viviendo su sueño. 


Su nuevo trabajo era lo suficientemente diferente de lo que su padre hacía en las montañas como para que fuera algo que Antonio pudiera reclamar como todo suyo.


Los recuerdos seguían llegando a ella, uno tras otro, de cómo él había estado sobre ella para que se mudara a Tahoe también, para emparejarla con uno de los chicos de su estación.


No, maldita sea, no tenía tiempo para esto. Tenía mucho que hacer en el aquí y ahora como para quedar atrapada en el pasado otra vez. Le debía a este caso, y a Pedro, seguir adelante. No podía permitirse el lujo de perder una cosa.


Estacionando la moto frente a un 7-Eleven en el borde de la frontera con Nevada donde los casinos se hacían cargo, rápidamente compró un teléfono desechable, luego se dirigió a un Starbucks para cargar el teléfono en una salida libre y obligarse a comer y beber algo mientras esperaba. Nunca se había sentido con menos ganas de comer, pero tenía que ser inteligente y mantener su fuerza.


Tomó asiento en la esquina trasera de la cafetería, un lugar que había elegido específicamente para asegurarse de que podía ver a todo el que entrara en la tienda. No podía olvidar que su vida estaba en peligro.


Treinta minutos más tarde no había visto a nadie que reconociera, mucho menos a alguien que le pareciera remotamente sospechoso. Cuando el teléfono estuvo listo, sacó el número de teléfono que Pedro le había dado de su amigo Eduardo Myers, quien era dueño del Bar & Parrilla, de su bolsillo.


Cuando él no contestó, dejó un mensaje conciso diciendo que era una investigadora de incendios trabajando con el estado y tenía algunas preguntas con respecto a su antiguo restaurante. A continuación llamó a información y pidió que la contactaran con el jefe de bomberos urbano, Patricio Stevens.


—Oficina de Patricio Stevens —dijo su secretaria— ¿en qué puedo ayudarle?


Paula había hablado con Camila un puñado de veces durante los últimos meses.


—Camila, soy Paula Chaves.


—Hola, Paula. ¿Ya se ha puesto en contacto contigo el nuevo jefe sobre el caso de tu hermano?


—En realidad, estoy llamando por el incendio de ayer en el motel. Fue en mi habitación.


Camila hizo un suave sonido.


—Lo siento, cariño. Vi esa nota. Debes estar muy asustada.


Sin duda alguna, la nota que había sido dejada para ella en una cámara de combustión había sido increíblemente espeluznante. Pero no estaba dispuesta a admitir miedo ante nadie. Ni siquiera ante ella misma.


—Estoy bien. —Insistió. Había estado repitiendo las palabras durante todo el día, diciendo que estaba bien, cuando no lo estaba. Tal vez si lo decía suficientes veces empezaría a creerlo—. ¿Está el jefe Stevens? Me gustaría ver si ha sabido algo más sobre el fuego.


—Me temo que está en otro incendio en este momento, pero me aseguraré de decirle que te llame en el minuto que llegue —después que escribió el nuevo número de teléfono de Paula, dijo—: Por supuesto, espero que descubramos quien te hizo eso.


Paula logró decir un suave —Gracias — luego colgó y llamó a información y pidió que le contactaran con la oficina de Vuelos de Lujo. Finalmente, buenas noticias. Dennis estaba a punto de regresar de lanzar agua en la próxima media hora más o menos.


Iba a estar al acecho esperándole cuando llegara.


Dennis vivía en una casa nueva no muy lejos del Starbucks. 


Sus suaves paredes de estuco blanco eran el polo opuesto de la cabaña rústica de Jose. Pero a diferencia de las otras propiedades de imagen perfecta, el jardín de Dennis era inexistente, su césped de un amarillo enfermizo.


Poco después de su llegada, Dennis se detuvo en su camino de entrada. Al salir de su camioneta, la miró completamente confundido.


—¿Paula? ¿Qué estás haciendo aquí? —él dio un paso atrás— oh mierda, me quieres hacer más preguntas sobre Pedro, ¿no?


—En realidad —dijo en una voz lenta y firme— me gustaría llevar a cabo una búsqueda de propiedad. De tu casa.


Frunció el ceño.


—No lo entiendo.


—Hubo una explosión hoy cerca de una de las urbanizaciones. Agradecería si me dejas entrar en tu garaje.


—Todavía no entiendo por qué estás aquí. No soy un sospechoso, Pedro lo es.


—No —dijo— no lo es. Ya no.


Ante eso, el rostro de Dennis se volvió rojo remolacha, como si una mano le estuviera apretando fuertemente alrededor del cuello.


—¿Estás bromeando conmigo? ¿Por qué diablos me estás buscando a mí? ¡Yo no he hecho nada! ¿Él te dijo que yo hice esto para que dejaras de acusarlo, verdad?


—Lo entendiste al revés —dijo con firmeza—. Él ha estado defendiéndote todo el día de mí.


Pero la ira de Dennis siguió creciendo.


—Toda mi vida lo he tratado como a un hermano. Debí saber que así es como me lo pagaría. Espero que lo encuentren culpable y que se pudra en la cárcel. Estoy seguro que a los otros reclusos les encantaría tener a un bombero HotShot.


—Dennis —dijo de nuevo, en el tono razonable que utilizaba a menudo para hablar con las asustadas víctimas del incendio— no dijo nada sobre ti.


—¡Infiernos que no lo hizo! Envolvió a mi padre alrededor de su dedo meñique, al igual que ha hecho contigo. Una vez que se fue a vivir con nosotros, me volví invisible. Las únicas veces que mi padre se molestaba en hablarme era cuando quería alardear de algo que Pedro había hecho. Estaba tan jodidamente cansado de escuchar su nombre. No te voy a decir una maldita cosa y no vas a entrar en mi garaje. No sin una orden judicial. Miro la tele. Sé que no puedes tomar nada sin una orden de registro. Ahora sal de mi propiedad.


Calmadamente, le corrigió.


—En casos de incendios provocados, una orden judicial no es necesaria. Y me temo que tengo que hacerte algunas preguntas antes de irme, Dennis.


Casi apopléjico, él dijo:
—Crees que eres tan inteligente. Tan importante. Pero eres como el resto de ellos. Apuesto a que no tienes ni idea de con cuántas se acuesta. No eres más que otra puta estúpida que quiere follar con un bombero HotShot.


Paula dio un paso hacia Dennis, su expresión amenazadora


—Tiene que calmarse, Sr. Kellerman, y responder a mis preguntas: ¿Dónde estuvo el fin de semana pasado y del lunes siguiente hasta el viernes? ¿Con quién estuvo? ¿Y por qué se echó atrás para acampar con Pedro y su padre?


De repente, Dennis se desinfló como un globo.


—Jesús, ¿de eso se trata todo esto?


Le frunció el ceño.


—¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo?


Él se dejó caer en el borde de la acera, con la cabeza entre las manos. Cuando la miró sus ojos eran sombríos.


—Estaba conduciendo por todo el estado hablando con los médicos.


—¿Estás enfermo, Dennis?


—No. Mi padre lo está.


La respuesta de Dennis la cegó por completo. Sabía lo devastador que era perder a un miembro de la familia.


Dennis no había sido quien inició los fuegos. Había estado tratando de ayudar a su padre.


—Conocí a Jose ayer.


La miró con sorpresa.


—¿En serio?


—Parece un hombre maravilloso. Siento lo de su enfermedad.


—Lo único que quiero es encontrar alguna píldora o un médico que pueda operar su cerebro para evitar que empeore.


Tenía que preguntar.


—¿Has hablado con Pedro sobre esto?


Casi parecía avergonzado.


—Sé que esto sonara estúpido, pero quería ser el héroe esta vez. Sólo una vez. Cuando realmente importaba. En cambio, todo está jodido y piensas que encendí el fuego. No lo hice. Te lo juro.


No podía dejar de creer en él, no cuando estaba tan molesto, tan genuinamente preocupado por el bienestar de su padre, pero aún así necesitaba confirmar su historia para tacharlo de su lista.


—Agradecería si me das los nombres y números de teléfono de algunos de los médicos que has visitado, para que pueda comprobar tu paradero.


No discutió con ella esta vez y diez minutos después había confirmado su historia.


Se había estrellado con otro callejón sin salida.






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