miércoles, 23 de septiembre de 2015
CAPITULO 7 (primera parte)
Paula giró alrededor de una curva ciega en la carretera de dos carriles junto al lago, desesperada por poner un poco de espacio entre ella y Pedro Alfonso. La interrupción había sido su perfecta oportunidad para escapar. Esa habitación había sido demasiado pequeña. Y Pedro era demasiado grande, demasiado fuerte, demasiado sexy, demasiado todo, para que ella mantuviera su cabeza sobre el caso.
Cada vez que se acercaba ella recordaba el calor de sus labios sobre los de ella, los ondulados músculos a través de su estómago mientras ella había pasaba sus dedos desesperados a través de su piel seis meses antes.
Lo había tomado por sorpresa y él había estado enojado, furioso por la suspensión, pero instintivamente, sabía que él nunca la dañaría físicamente. Su traidor cuerpo la dañaría por sí mismo.
¿Qué habría pensado de él esta tarde, si nunca lo hubiera visto antes? ¿Su intestino todavía le habría dicho que era inocente? ¿O ella se habría aferrado a sus dudas un poco más? Su reunión había estado cargada con tensión, y, sin embargo, no podía dejar de sentir que el Servicio Forestal estaba yendo tras del hombre equivocado. No ayudaba cómo ella veía la situación, era imposible separar el pasado del presente.
Había pensado que él podría utilizar esa imprudente y emocional tarde en el bar en contra de ella, pero no se había preparado para su reacción física hacia él. Era su sospechoso, por el amor de Dios. No podía dejar que se saliera del gancho, simplemente porque quería que la tomara contra la pared de la estación, en contra de cualquier pared, en cualquier lugar.
Ella usó sus dientes superiores para tirar de su labio inferior en su boca, masticando mientras desarrollaba las cosas. Sin ninguna otra prueba más que los informes del guardabosque y su tensa charla con Pedro en la estación, no tenía una idea clara del caso.
El sistema de GPS de Paula sonó en alerta un momento antes de que la pantalla quedara en blanco. Estaba tratando de encontrar la cabaña de Jose Kellerman, pero él vivía muy profundo en el bosque para que el sistema de mapeo de su coche mantuviera el ritmo. Los pinos eran demasiado maduros y altos para que ella consiguiera una señal. Maldita sea. No tenía tiempo que perder. No cuando tenía la sensación de que Pedro estaría tratando de seguirle cada movimiento.
¿Cómo él se había convertido en el cazador y ella en la presa, cuando él era su sospechoso, no a la inversa?
Hasta el momento había pasado una docena de caminos de tierra que serpenteaban fuera de la carretera hacia el bosque. Uno de ellos tenía que llevar a la cabaña en la que Pedro residió en su adolescencia. Con los ojos bien abiertos por un cartel con el nombre de Kellerman en este, hizo caso omiso de una camioneta tocando bocina en su cola y fue mucho más lento. Por último, se sacó la lotería cuando vio un cartel tallado a mano “Kellerman” clavado a un árbol a nueve metros por delante. Maniobrando su coche en el estrecho carril cortado entre los gruesos troncos de los árboles, encendió sus faros para una mejor visibilidad. El camino de tierra se enrollaba por la colina.
Varios minutos después, con el pie apenas sobre el pedal del acelerador mientras avanzaba hacia adelante, el camino de un solo carril se acabó. Aparcó detrás de un viejo camión destartalado. Al salir de su coche, fue golpeada por el embriagador aroma de los pinos y los recuerdos que no fue lo suficientemente rápida para alejar.
Su padre había amado el bosque y les había enseñado a ella y a Antonio a amarlo también. Había crecido con una mochila en la espalda de su padre hasta que fue lo suficientemente grande como para correr por los senderos, sus piernas regordetas de niña moviéndose tan rápido como podían, su mano en la de su padre.
Paula cerró los ojos. Dolía mucho pensar en su padre hoy en día como lo había hecho el año pasado justo después de que el cáncer hubiera comido directamente a través de sus pulmones hacia sus órganos. Ahora que estaba rodeada de bomberos HotShot de nuevo, no podía mirarlos sin ver las huellas de su padre en todos ellos.
Las palabras de Pedro rebotaban en su cerebro. ¿Alguna vez un investigador acusó a tu padre de incendiario?
Él había estado tratando de enojarla, pero a pesar de que casi lo hacía, sabía que perder el control de sus emociones, no iba a ayudarla a resolver este caso. Todo lo contrario, de hecho.
Moviéndose rápidamente a través de las agujas de pino secas y la grava, se reagrupó mientras se dirigía hacia la rústica cabaña. Llamó a la puerta de entrada. Los segundos se arrastraron sin respuesta, por lo que golpeó más fuerte.
Finalmente, oyó pasos.
Un hombre desaliñado con el pelo hacia arriba en una docena de direcciones abrió la puerta. Su amplia sonrisa la tomó por sorpresa, mientras hacia una imagen clara de lo guapo que debía haber sido cuando tenía la edad de Pedro.
Habría tenido la misma buena parte de señoras muertas como su hijo adoptivo.
—No he tenido una linda chica como tú en mi puerta en décadas.
Ella le devolvió la sonrisa a pesar de sí misma.
—¿Sr. Kellerman?
Su sonrisa no vaciló.
—Parece que me encontraste.
Otro tiempo, otra vida, mucho antes de que hubiera perdido a la mitad de su familia y estúpidamente saltado sobre un atractivo extraño en un bar, podría haber disfrutado el bromear con un encantador hombre mayor. En cambio, era todo negocios.
—Me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de Pedro Alfonso, si no le importa
—Dulce Jesús. No estás embarazada, ¿verdad?
Se tragó su sorpresa por haber recibido una pregunta tan ridículamente personal por parte de un absoluto extraño.
—No. Por supuesto que no.
Jose frunció el ceño.
—¿Así que no eres una de las novias de Pedro? Aunque, ahora que lo pienso, no ha traído una por aquí desde hace bastante tiempo.
Ella sacudió la cabeza, rezando para que no notara su rubor en la tenue luz filtrándose a través de los árboles.
—No —dijo sinceramente, aunque la verdad era mucho más complicada que eso.
Si eso conducía a las primeras preguntas de Jose, ¿cuántas novias había en el pelotón de Pedro? ¿Y justo dónde caía su sesión de besos a media tarde con él en su lista de parejas sexuales ese día?
Las mujeres amaban a los bomberos. Paula también.
¿Cómo no iba a hacerlo? La verdad era que, principalmente había salido con bomberos durante los últimos diez años, pero eso fue antes de que finalmente se hubiera dado cuenta de que los bomberos siempre se iban, de una manera u otra. O bien te abandonaban eligiendo primero al fuego... o morían antes de poder elegir.
—¿Quién eres tú?
Había tenido las puertas cerrándose de golpe en su cara más de una vez por personas que tenían miedo de decir demasiado a un investigador de incendios. Francamente, no estaba segura de qué esperar de Jose.
—Soy de Cal Fire —repitió las palabras exactas que le había dicho a Pedro—. Estamos trabajando con el Servicio Forestal para llevar a cabo una investigación de origen y causa.
Ella nunca se llevó con las palabras “incendio provocado”.
Asustaba a la gente. Los hacía callarse.
La muy arrugada y desaliñada cara de Jose se puso blanca.
—Mierda —él salió de la puerta—. Es mejor que entres.
Ella lo siguió a la cabaña, arrugando su nariz ante el olor a humedad. Una espesa capa de polvo cubría todo. Los periódicos estaban en altas pilas en las esquinas y la cocina era un desastre de latas abiertas, cajas y platos sucios. Era evidente que algo no estaba bien. Se preguntaba, ¿cómo había jugado la situación de Jose en el estado emocional de Pedro?
Jose deslizó un poco de ropa sucia fuera de un sofá de cuero destartalado. Él no parecía darse cuenta del desastre.
—¿Quieres una bebida?
Ella sacudió la cabeza, en vano preguntándose si el alcoholismo podría ser el problema. Pero no había olido nada en el aliento de Jose, no había notado latas de cerveza y botellas vacías de licor en la cocina.
—No, gracias —ella sacó una pequeña libreta y un bolígrafo de su gran bolso—. Me gustaría hacerle algunas preguntas.
Él se hundió en un sillón tapizado con tela azul desmenuzada.
—Está bien.
—Pedro se mudó con usted, cuando adolescente, ¿es correcto?
—Él tenía diecisiete años. Un infierno de niño. Aún lo es.
—¿Es usted un pariente de sangre?
—No.
—¿Por qué no estaba viviendo con sus padres? ¿O con una tía o un tío?
Los ojos de Jose se mostraron cautelosos. No quería decir demasiado, sabía mejor que tampoco debía decir muy poco.
—Su madre me pidió que lo llevara.
Esta parte del archivo de Pedro no había sido añadida. Él se había mudado de Boulder, Colorado, a California, en su tercer año de escuela secundaria. Ella no iba a salir de la casa de Jose, hasta descubrir por qué.
—¿Por qué a usted?
—Salimos —sus ojos perdieron el enfoque—. Hace mucho tiempo. Antes de que ella se casara y tuviera a Pedro. Antes de conocer a mí esposa.
Paula no veía ninguna evidencia de una esposa, a pesar de que Jose llevaba un abollado anillo de bodas dorado.
—¿Puedo entender que él estaba en problemas?
Los ojos de Jose estaban claros mientras se trababan de nuevo en los de ella.
—Él no era diferente de cualquier otro niño. Simplemente no sabía qué hacer con toda esa energía —él la clavó con una mirada de complicidad— toda esa pasión.
Mierda. Ella se ruborizó otra vez. Si hubieran estado hablando de cualquier otra persona, cualquier otro hombre con quien ella lo hubiera hecho, no habría habido la más mínima molestia. Sin embargo, quince minutos en los brazos de Pedro había sido tiempo suficiente para marcarla. Una probada de él no era suficiente, nunca podría ser suficiente.
A pesar de que tenía que serlo.
Se aclaró la garganta, barriendo las imágenes sensuales.
—No voy a mentirle, señor Kellerman. El Servicio Forestal tiene motivos para sospechar que Pedro inició el fuego que arde actualmente en Desolation Wilderness.
Jose contuvo el aliento.
—Eso es mentira.
Nunca era fácil escuchar que un ser querido era potencialmente responsable de causar tal destrucción generalizada. El incendio intencional tendía a ser una pasión secreta, algo que por lo general se encendía al aire libre, algo provocado por grandes emociones. Incluso entonces, muchos de los primeros fuegos de los incendiarios no eran detectados, manteniéndose lo suficientemente pequeños como para permanecer bajo el radar.
—Su reacción es comprensible —dijo con una voz razonable.
Pero en lugar de calmar a Jose, sus palabras lo provocaron.
Él salió disparado de su silla y ella tuvo otro vistazo del hombre fuerte que solía ser.
—A la mierda lo comprensible.
Paula no movió ni un músculo, apenas parpadeó. Cuando la gente comenzaba a agitarse, ellos hablaban. Y decían cosas que de otro modo habrían ocultado.
—Ese muchacho no podría hacerle daño ni a una maldita mosca. Ni siquiera al imbécil de su padre, quien merecía un culo pateado si alguien alguna vez lo hizo. No me importa lo que Pedro solía hacer cuando era un niño, él nunca encendería un fuego que podría acabar con uno de su equipo. Nunca.
Se tambaleó sobre sus pies y Paula se levantó para sostenerlo, incluso mientras se preguntaba, ¿Qué cosas malas había hecho Pedro cuando era niño?
Jose le dio una débil sonrisa.
—No he tenido mi corazón acelerándose así en un tiempo.
Ella lo ayudó a sentarse en su silla.
—Sé que estoy haciendo algunas preguntas que son difíciles de tratar. Sin embargo, obtener respuestas es la única manera en que puedo posiblemente limpiar el nombre de Pedro.
—O condenarme.
La profunda voz de Pedro zumbó por su espalda, y su cuero cabelludo se estremeció como si fuera una niña de catorce años de edad, y el caliente mariscal de campo de la escuela secundaria por fin se hubiese fijado en ella.
Se dio la vuelta.
—Estoy llevando a cabo una entrevista privada. Por favor, espere afuera.
Uno de los lados de la boca de Pedro se arqueó hacia arriba.
—Ni sueñes que esperaré en la terraza mientras lo interrogas.
—Tu novia es bastante bonita.
Paula se volvió de nuevo hacia Jose, totalmente confundida por su declaración al azar. ¿Por qué demonios diría una cosa tan ridícula cuando él sabía exactamente por qué estaba ella aquí?
—No soy su novia —aclaró Paula.
Pedro la agarró del codo y tiró de ella hacia la cocina.
—Es hora de irnos.
Ella arrancó su brazo de su cálido agarre. Odiaba a los hombres que pensaban que podían empujarla alrededor simplemente porque eran más grandes. Aún más, odiaba la forma en que sus pezones de inmediato se endurecieron por debajo de su sujetador ante el rudo toque de Pedro.
—No me iré hasta que haya terminado con mis preguntas.
Jose meneó su cabeza y sonrió.
—Ella es más difícil que tus habituales chicas, Pedro. Y también inteligente, puedes verlo en sus ojos. Yo no la haría enojar si fuera tú. No quiero verte dejar ir una buena cosa. Vas a tener que pensar en bodas y bebés un día.
Los ojos de Jose se habían vuelto ligeramente desenfocados y Paula desvió su mirada a Pedro. Vio preocupación. Miedo.
Y entonces se dio cuenta de lo que estaba pasando: Jose sufría de demencia. O, peor aún, de Alzheimer no diagnosticado.
Pedro agarró el maletín de ella, su voz baja así sólo ella podría escucharlo.
—Hay un montón de otras personas que puedes interrogar sobre mí. Los chicos de mi equipo. Viejas novias. Personas cuyas vidas he salvado. No un hombre viejo y cansado que necesita descansar.
Odiaba la idea de caminar fuera de la cabaña de Jose sin respuestas. Pero Pedro estaba en lo cierto. La salud de Jose no era estable. Tendría que poner esta entrevista en un segundo plano hasta el momento en que él tuviera, con suerte, un estado más coherente.
—Vamos a salir ahora, Jose —dijo Pedro, dando palmaditas en el hombro de Jose.
—Esta es tu última oportunidad, muchacho. Jódela de nuevo y vas a perder a esta bonita chica —los hombros de Jose bajaron en su amplia contextura—. Infiernos, lanza un encuentro en el lugar equivocado y vas a perder todo
La mano de Pedro se presionó en la parte baja de la espalda de Paula, empujándola a través de la habitación. Y ella lo dejó. Tal vez otro investigador habría sido más rudo. Más malo. Pero Paula creía en un juego justo, y este instante no era el momento de interrogar a Jose, incluso a pesar de que sus incoherencias mentales podrían estar llenas de revelaciones acerca de las motivaciones anteriores y potenciales de su sospechoso para encender un incendio forestal de rápido movimiento.
La verdad estaba allí. Tenía que encontrarla de una manera u otra, y lo haría sin herir a nadie.
Pedro cerró la puerta detrás de ellos y cuando ella rápidamente se alejó de su calor, se dio cuenta de que su camioneta estaba bloqueando completamente la suya en el estrecho camino de tierra. Sus manos se apuñaron a sus costados. Poco a poco desenroscando sus dedos uno por uno, se dio la vuelta.
—Por favor, mueve tu camioneta.
Él osciló su maletín desde la punta de un dedo.
—Probablemente vas a querer esto también, ¿no?
Le tendió una mano, asegurándose de que no se agitara de la frustración.
—Sí, gracias.
Él se lo entregó, entonces se acercó a su coche.
—Los vehículos de la ciudad siempre vienen con neumáticos de bajo grado, ¿verdad?
Ella siguió su mirada. Mierda. Su neumático delantero derecho estaba plano.
—Agujas de pino secas. Son el infierno para la goma.
Sus palabras fueron suaves, coloquiales. Y, sin embargo, ella se enfadó ante la victoria que sintió detrás de ellas. Por no mencionar el hecho de que estar parada en medio de un bosque con su principal sospechoso y un reciente pinchazo era muy sospechoso. Pero lo último que iba a hacer era dejarle creer que estaba asustada. Sobre todo porque ella no creía que él fuera a hacer algo para hacerle daño, mientras que Jose estaba sólo a una pared de distancia.
—Tengo un repuesto —dijo mientras hacía clic para abrir el maletero con su mando a distancia.
Él estaba equivocado si pensaba que ella era una chica femenina que no podía cuidar de sí misma. Su padre se había asegurado de que supiera cómo cambiar un neumático; y disparar un arma.
Pedro cruzó sus brazos sobre su pecho, luciendo para todo el mundo como si estuviera tratando de no reírse.
—Buena suerte en conseguir salir de este camino de entrada con una de repuesto. Una vez, un amigo lo intentó cuando éramos niños y tuvimos que llamar a un camión de bomberos para sacarlo de un agujero de barro. El coche era robado también, así que pasó la noche en la cárcel —él se dirigió a su camioneta—. ¿Qué tal si te llevo? A donde sea que necesites ir.
Paula no podía creer su mala suerte. ¿Realmente esto se estaba viniendo abajo así? ¿Iba a tener que aceptar un viaje de su principal sospechoso incendiario? Ella debería regresar dentro de la cabaña de Jose y llamar al remolque para que venga a arreglar su pinchazo. Pero eso llevaría tiempo. Tiempo que ya no tenía. No ahora que el incendio estaba fuera de control y ya había quitado a un bombero HotShot. Y si este incendio forestal seguía los patrones típicos de los incendios provocados, habría nuevos incendios. Pronto.
Cuanto más tiempo le llevara encontrar al pirómano, más vidas, hogares y tierra podrían verse amenazados por el incendio forestal. Además, siempre estaba la amenaza persistente de Pedro llamando a su jefe. La historia sería mejor viniendo de su boca en primer lugar, permitiéndole la oportunidad de darle un giro más inocente a las cosas.
—Bien —dijo finalmente, cerrando el maletero y agarrando el resto de sus herramientas de investigación del asiento trasero—. Puedes dejarme en mi hotel.
Recordó haber visto una agencia de alquiler de coches al lado del hotel, lo que significa que estaría en el camino y de vuelta en el negocio de inmediato.
Se subió en el asiento del pasajero. El interior olía a cuero, tierra fresca y agujas de pino. Y a Pedro. Él se deslizó dentro detrás del volante y sus sentidos fueron abrumados con su aroma ahumado, su cercanía, la forma en que sus musculosos muslos presionaban contra la tela de mezclilla de sus jeans, el oscuro vello en su muñeca.
Ella convincentemente hizo a un lado su excitación. Dios, no debería ser tan difícil permanecer imparcial en torno a su sospechoso. Él puso en marcha el motor y mientras se desplazaban a través de los árboles ella poco a poco recuperó su equilibrio. En lugar de luchar contra su reacción hacia él, tenía que ahorrar su energía y simplemente aceptar, e ignorar, la atracción así podía volver al trabajo. De hecho, los siguientes diez minutos de cautiverio en su camioneta eran la oportunidad perfecta para otra sesión de preguntas y respuestas.
—Jose mencionó que tenías algunos problemas en la adolescencia, que tu madre le pidió que te llevara.
Esperó a que Pedro reaccionara de alguna manera, pero lo único que hizo fue conducir. Bien, quería jugar duro, ella jugaría duro.
—Obviamente fuiste un niño problemático. ¿Qué tipo de problemas has tenido?
—¿De verdad crees que te voy a decir?
Él apartó los ojos de la carretera durante una fracción de segundo y podría haber jurado que se estaba riendo de ella.
—No, no realmente. Pero no importa. Volveré a la cabaña de Jose a primera hora de mañana. Le preguntaré a él entonces —Pedro no estaba haciéndoselo fácil. Ella estaba feliz de hacerlo igual de difícil para él—. Ver su falta de salud debe ser difícil para ti.
Pero incluso mientras decía las palabras, se sintió ablandarse. Sabía cómo se sentía perder a alguien.
La cara de Pedro se cerró.
—¿Siempre sientes pena por tus sospechosos? Interesante estrategia.
Ella apretó sus labios. Muy bien. Lo entendió. Él no quería hablar de con lo que sea que Jose estuviera tratando. Y tenía razón. No eran amigos. Ni siquiera eran conocidos. Sin embargo, de todo lo que había leído en el archivo de Pedro y de su breve encuentro con Jose, podía ver que Jose era mucho más que un mentor. Él era un padre.
Un dolor agudo se clavó debajo de su esternón: el amor de Pedro por Jose era una potencial marca más en su contra. ¿Ver a Jose alejarse día a día había enviado a Pedro por encima del borde? ¿Esto lo había enviado de regreso a los viejos patrones que habían sido enterrados por el amor de Jose? ¿Era Pedro Alfonso un playboy con una inclinación por los incendios provocados?
¿O era un verdadero héroe que había quedado atrapado en la trampa de un incendiario como el complemento ideal?
Ella miró hacia su perfil, su fuerte nariz y mentón, sus labios carnosos y masculinos. ¿Ella estaba teniendo dificultades para imaginarlo cometiendo incendios premeditados porque realmente era un buen hombre? ¿O era simplemente porque había probado el calor de sus besos?
Pedro clavó los frenos para evitar golpear a un ciervo que se cruzo corriendo en su camino.
—Lo siento —dijo él, sorprendiéndola con su disculpa—. No debería haber dicho eso. Todo lo que pido es que dejes a Jose fuera de esto.
Las emociones en conflicto la desgarraron. Pedro le había demostrado bondad en su hora más oscura seis meses atrás, pero lo único que ella pudo darle a cambio fue una lista de motivos por los que él era culpable de incendio intencional. Ella sabía por qué él estaba pidiendo que dejara de interrogar a Jose, pero sería poco profesional y ético para ella ignorar una fuente importante.
—Me temo que no puedo hacer eso.
—Puedes si yo te doy lo que estás buscando.
El calor floreció bajo la piel de Paula. Eran solo palabras, no una invitación. Ella sujetó su respiración antes de responder.
—Depende de lo que me des.
—Consumir bebidas alcohólicas.
Ella fue insultada por un momento. En realidad él no creía que esa información coja iba a ser suficiente, ¿verdad?
—¿Qué más?
—¿Qué te hace pensar que hay algo más?
—Tus padres no te habrían enviado lejos debido a que irrumpiste en su escondite un par de veces.
—Probablemente no —él estuvo de acuerdo, su voz demasiado fácil, demasiado tranquila para que ella creyera que estaba confesándole mucho de nada—. Me gustaban las drogas y las armas también.
Ella se movió en su asiento, queriendo asegurarse de que él entendía con quien estaba tratando.
—Si hubieras vivido en la ciudad, me importaría. Incluso podría pensar que habías estado en pandillas. ¿Pero en Boulder? Vamos. Llevabas hachís, fumabas marihuana e ibas a cazar los fines de semana.
Sus labios se curvaron en una sonrisa devastadora de nuevo, pero esta vez habló con un borde.
—Bien, entonces, ¿por qué no me dices sobre el motivo de que mi madre me enviara a lo que parecía ser el centro del encule cuando tenía diecisiete años y sólo quería meterme en problemas y obtener un polvo? —Él capturó sus ojos antes de que ella pudiera responder—: Afortunadamente, a las chicas les gusta un tipo que conoce su camino alrededor de los bosques— él dejó que sus ojos se movieran por su cuerpo y aterrizaran en sus pechos—. Y yo definitivamente conocía mi camino en la oscuridad, sólo usando mis manos para sentir a dónde iba. Incluso cuando solo era un niño en celo —se volvió de nuevo hacia la carretera—. Pero no necesito decirte eso, ¿verdad? Es la única cosa sobre mí que ya sabes a ciencia cierta.
Paula se movió en su asiento para mirar fijamente por la ventanilla. Odiaba que él supiera sus debilidades, que supiera exactamente dónde jalar para mayor impacto.
Él se volvió hacia ella de nuevo.
—Puesto que te quedaste sin preguntas, ¿qué tal si de hago un par?
Su voz profunda y rica rallaba sus nervios. Ella nunca había querido golpear y besar a alguien, al mismo tiempo.
—¿Qué tal si no lo haces? —cruzó sus brazos sobre su pecho y apretó sus labios. No iba a dejar que llegara a ella.
—¿Qué estabas haciendo en ese bar el pasado noviembre?
—No voy a bares —lo cual era del todo cierto, menos la momentánea estúpida vez inducida por el dolor.
—A lo mejor no vas más, pero seguro como el infierno fuiste hace seis meses.
—Tú eres el que está derramando secretos en este momento, señor Alfonso. No yo. —Quería dispararse a sí misma al minuto en que las palabras salieron de su boca.
—Cuando quieras compartir tus secretos conmigo, Paula, estoy más que dispuesto a escuchar.
Ella sabía exactamente cómo él la “escucharía”, dada la oportunidad. Pero no tenía ninguna intención de tomar el cebo. Él nunca iba a conocer sus secretos, ni en un millón de años, nunca la induciría a decir algo estúpido con sus besos seductores y sus conocedoras manos.
Justo en ese momento, la radio de Pedro crepitó y él se estiró más allá de su rodilla para subir el volumen.
—Reportando un incendio en el motel del 696 Lago Tahoe Boulevard, Highway 50. Estación 3 y estación 4 han sido enviadas a la escena.
Paula se tensó.
—Ese es mi motel. El que está en llamas.
Las manos de él se apretaron sobre el volante.
—¿A quién más has cabreado hoy?
Su corazón latía mientras las condenatorias palabras dejaban su boca.
—Sólo a ti.
Pedro aplasto su pie en el pedal del acelerador. Ella estaba empujando demasiado duro. Acercándose demasiado.
Jose estaba en lo cierto. Ella era más inteligente que cualquier novia que hubiera tenido, a pesar de que definitivamente no era el material estándar de novia. No, ella era la clase de mujer que un hombre quería encadenar a su cama hasta que se aburría, todo mientras sabía que ese día nunca llegaría.
Frase por frase, pregunta por pregunta, lo estaba clavando contra una pared. No era justo usar su atracción contra ella, pero no podía resistirse a verla ponerse nerviosa cada vez que tan solo bailaba alrededor del tema del sexo.
Habían pasado seis meses desde que la había probado.
Tocado. Pero ahora que ella estaba sentada tan cerca que podía estirarse y tirarla sobre su regazo, se dio cuenta que no había olvidado una maldita cosa acerca de ella. La forma en que su lengua se había deslizado contra la suya. La forma en que ella había presionado sus pechos en sus palmas y frotado sobre sus callos. El resbaladizo y húmedo calor entre sus piernas.
De todas las maneras en que pensaba que volverían a encontrarse un día, no podría haber imaginado esta. La ira lo tomó. Pero no podía dejar que la ira consiguiera lo mejor de él, no si quería ver su camino despejado de la acusación. Lo cual significaba que tenía que conseguir un apretón. Rápido.
Especialmente dado que estaban a varias cuadras de distancia de su motel y ya podía ver las llamas y oler el humo a través de las puertas y ventanillas de la camioneta.
La adrenalina se disparó a través de él y los músculos de los muslos se tensaron en una respuesta instintiva al fuego. Él no era un tipo urbano, este fuego no era su dominio, pero había trabajado en decenas de incendios estructurales en el pasado cada vez que las estaciones estaban cortas de personal por enfermedad o vacaciones o nacían bebés.
Echó un vistazo hacia Paula y vio que había apretado su cuerpo contra la puerta del pasajero, tan lejos de él como podía. No necesitaba que le dijera lo que estaba pensando.
Podía leer su mente. Ella creía que él había encendido este fuego para asustarla.
Y si ella se enteraba de la verdadera razón por la que había sido enviado a Tahoe cuando era un muchacho, pensaría que tenía razón.
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