martes, 20 de octubre de 2015

CAPITULO 53 (segunda parte)








Dejando caer la ropa, corrió hacia Pedro, sepultando la cabeza en su pecho.


Él envolvió sus brazos a su alrededor y le acarició el pelo.


A pesar de que se las había arreglado muy bien sola durante diez años, ya no temía admitir ante sí misma que lo necesitaba.


Su fuerza. Su confianza. Su amor.


Cuando estaba con Pedro, finalmente se sentía segura.


—Estaba tan preocupada por ti —dijo en voz baja—. ¿Estás bien?


Él sonrió hacia sus ojos y nunca había visto nada más hermoso que su desaliñada cara bronceada, con cortes, contusiones y todo.


—Nunca he estado mejor. ¿Por qué no estás en la cama? Tienes que estar agotada.


Se echó a reír. Él había sido alcanzado por una bala y quería saber porque ella no estaba en reposo.


—Esta vez eres tú el que necesita descansar —le dijo, dándole un suave beso en los labios—. Has pasado mucho tiempo cuidando de mí y de todos los demás. Por fin es mi turno de cuidarte.


—Estoy bien —insistió, pero quería hacerle entender.


—Durante mucho tiempo me dije que no necesitaba a nadie para cuidar de mí, que no iba a esperar que algún tipo se lanzara en picado a salvarme. Pero estaba equivocada. No se trata de ser salvado, se trata de saber que hay alguien por ahí que siempre te cubrirá la espalda, pase lo que pase —ella se inclinó para besarlo  otra vez—. Siempre has sido el fuerte, Pedro. Siempre has sido el que ha estado en mi espalda. Esta vez, déjame cuidarte.


Ahuecando su cara entre sus manos, la besó muy dulcemente, sus labios estaban en línea directa con su corazón.


— ¿Cómo puede un hombre discutir con eso?


Sonriendo, ella dijo:
—Le dije a los médicos que emplearía mis poderes especiales para hacerte entrar en razón.


—Diles que tiren sus píldoras. Tú eres la única medicina que necesito —dijo, antes de preguntar—: ¿Cómo está Agustina? ¿Ya la has visto?


—Justo estaba en su cuarto. Estará bien. Y hablamos, Pedro. Realmente hablamos por primera vez.


—Me alegro —dijo, sonriendo—. No puedo esperar a conocerla para decirle que gran hermana mayor tiene — luego se puso serio otra vez, un músculo saltando en su mandíbula—. ¿Quién era ese hombre del sendero? ¿Por qué estaba detrás de  ti? ¿Te hizo daño?


Como si fuera una señal, hubo dos golpes secos en la puerta. Los dos oficiales de policía del campamento entraron en la habitación de Pedro.


—Sra. Chaves, Sr. Alfonso, si no les importa, tenemos algunas preguntas para los dos.


El corazón de Paula saltó, pero la mano de Pedro en la suya la ayudó a calmarse. Nunca había estado cómoda al otro lado de la silla del entrevistador, quería terminar su parte cuanto antes. Hablando rápidamente, resumió la situación lo mejor que pudo. Hablando del complot de venganza del extraño, sintió como si se estuviera viendo a sí misma desde la distancia.


Cuando terminó de contar su parte de la historia, la policía volvió su atención hacia Pedro.


— ¿Así que admite encender el fuego, Sr. Alfonso? —preguntó uno de los oficiales cuándo él terminó de contar su parte de la historia.


La firme mirada de Pedro no vaciló.


—Sí.


Ya había explicado sus razones, que crear una señal de humo era su única oportunidad de ser visto por debajo de la espesa copa de los árboles. No dio excusas o disculpas.


Ahora más que nunca, Paula vio que había arriesgado todo por ella. Su carrera y su vida.


— ¿Entonces el equipo de HotShot ya apagó los fuegos? —preguntó Pedro.


—Sí, pero igual tendremos que hacer un informe por el incendio provocado.


—Entendido.


Los policías cerraron sus cuadernos y se levantaron, pero Paula no tenía la intención de dejarles irse antes de que contestaran a sus preguntas.


— ¿Quién era él?


El policía más alto con el pelo gris contestó.


—Su nombre era Graham Taylor.


Podría decir que querían dejarlo así, pero ella, Pedro y Agustina casi habían muerto en sus manos.


— ¿Qué era ese lugar al que me llevó?


Los oficiales se miraron entre sí, el mayor dándole un rápido asentimiento al más joven, que dijo:
—Un laboratorio de metanfetaminas. Habíamos estado buscándolo durante los últimos meses, pero todos los rastros nos llevaron a su hermano gemelo. Todavía estábamos reuniendo pruebas y no habíamos interrogado ni a Jacobo, ni a Graham —aclarándose la garganta dijo—: Estoy seguro de que estaremos en contacto telefónico con ustedes, en un futuro cercano.


Paula se dejó caer en el borde de la cama de Pedro cuando estuvieron solos otra vez, sorprendida por todo lo que había pasado.


—No puedo creer lo que tuviste que hacer para encontrarnos a Agustina y a mí. Nunca me perdonaré si pierdes tu trabajo.


—Encendería esos fuegos de nuevo, Paula. Si estuvieras en problemas y fuera la única manera de llegar a ti, no vacilaría ni un solo segundo. Puedo conseguir otro trabajo. Pero sin ti, no tengo nada.


Y luego Pedro pasó el dorso de su mano por su mandíbula, haciéndola incapaz de concentrarse en nada más que los temblores corriendo por su cuerpo.


—Hay tantas cosas que quiero decirte ahora mismo. Pero lo más importante es que te amo, Paula. Siempre te he amado. Siempre lo haré.


Ella llevó sus manos a sus labios y besó su piel caliente.


—Te amo, también. Siempre y para siempre.


Sus ojos comenzaban a cerrarse y podía ver lo difícil que le era mantenerse despierto.


—No iré a ninguna parte, Pedro. Lo prometo. Ahora mismo lo más importante es que descanses.


Lo miró dormir durante un par de horas, su corazón lleno de alegría.  Mientras que los tres últimos días casi habían tomado todo lo que amaba, milagrosamente, había salido al otro lado con más amor del que había soñado posible.


Todavía sosteniendo la mano de Pedro, finalmente tranquilo, cerró los ojos y apoyó su cabeza hacia atrás en la silla. La siguiente vez que los abrió, encontró a Pedro despierto y contemplándola, con sus ojos azules oscuros y apasionados.


Él abrió sus brazos y ella se metió lentamente en la cama, con cuidado de no rozar su muslo.


— ¿Te hago daño? —le preguntó, a pesar de que no tenía intención de abandonarlo.


—Lo único que me hace daño es tenerte lejos.


Sus labios dejaron un sendero de besos por su rostro, por debajo del lóbulo de su oreja, deteniéndose en el punto sensible en su cuello.


—Estoy bastante segura que el médico no se refería a esto cuando dijo que tenías que descansar.


Sintió la sonrisa de Pedro contra su piel.


—Cada uno a lo suyo. Todo lo que puedo decir es que ya me siento mejor.


Sus besos se sentían tan bien que ella quería hundirse en ellos y olvidarse de todo, pero había tantas cosas que necesitaba que él supiera.


Apartándose un poco, fue hipnotizada por el brillo en sus ojos, que le dijeron lo mucho que la deseaba. De nuevo se sorprendió porque la deseara, tal y como había hecho a los dieciocho años.


De todas las mujeres a las que podría haber elegido, la había escogido a ella. Y ella lo había elegido a él.


Sólo que esta vez, realmente iba a tener el cuento de hadas. 


Todo el asunto, no sólo los créditos de inicio.


—No puedo esperar a oír lo que estás pensando —bromeó, apartando un bucle de sus ojos. Ante la silenciosa pregunta de ella, él dijo—: Tu cerebro siempre está funcionando, siempre trabajando, siempre cuestionando. Es una de las cosas que he amado en ti desde el principio.


La sonrisa de ella fue enorme.


—Estaba pensando en nosotros. Acerca de nuestro futuro.


Hizo una pausa y lo miró para ver si la palabra “futuro” lo había asustado, pero su expresión permanecía abierta y cariñosa, muy lejos de la cerrada expresión que había tenido durante la primera mitad de su viaje para encontrar a Agustina.


—Antes, cuando Agustina y yo hablamos, me dijo que no es culpa mía que sea una fanática del control —él se rió entre dientes cuando lo dijo—. Pero finalmente he entendido que es hora de soltarme. No sólo con Agustina, para que pueda vivir su propia vida, sino contigo y conmigo. No sé lo que ocurrirá, Pedro. No puedo predecir lo que habrá en nuestro futuro. Cuando tenía dieciocho años, estaba asustada, así que me fui. Pero ahora no tengo miedo de arriesgar mi corazón contigo.


La boca de Pedro bajó sobre la suya en un beso tan dulce y lleno de amor que trajo lágrimas a sus ojos.


Pero había algo más que necesitaba saber.


— ¿Qué pasa con todo lo que dijiste? ¿Sobre qué necesitabas alejarte de mí debido a lo que pasó después de que me fui?


Su agujero negro. ¿Cómo podría perdonarse a sí misma si él terminaba de nuevo en ese lugar oscuro?


Su respuesta fue rápida. Segura.


—Me arriesgaría a mil agujeros negros por la oportunidad de amarte Paula. Porque no estar contigo me va a doler mucho más que cualquier otra cosa. Incluso caer por un precipicio —bromeó.


Y luego se estaban besando otra vez y su mano se abría paso por debajo de la sábana cuando la puerta se abrió.


—Les diría que consiguieran una habitación —bromeó una enfermera— pero me temo que incluso eso no les serviría por aquí.


No sintiendo el menor arrepentimiento, Paula se acurrucó más cerca de Pedro. No podía esperar para comenzar su nueva vida.


Juntos.




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