lunes, 19 de octubre de 2015

CAPITULO 52 (segunda parte)









Sus labios estaban entumecidos. Así como sus manos. Oh Dios, Pedro tenía que estar mejorando, no empeorando. No merecía nada de esto, no cuando no había sido nada menos que un héroe.


Dispuesta a no venirse abajo en el pasillo del hospital, preguntó:
— ¿Hay algún problema con Pedro?


El médico levantó las cejas.


—Físicamente, no.


Ella tuvo que parpadear un par de veces.


— ¿Quiere decir que va a estar bien?


El hombre agitó una mano en el aire y de repente se dio cuenta que parecía más irritado que preocupado.


—Está muy golpeado y tuvimos que sacar un par de fragmentos de bala de su pierna. El problema no es su estado de salud.


—Entonces, ¿qué está mal?


El médico se pellizcó el puente de la nariz.


—Está volviendo locas a las enfermeras de su piso preguntando por usted. Trató de levantarse y salir de su cuarto media docena de veces. Y se negó a tomar cualquiera medicamento para dormir o los analgésicos que necesita. Me temo que vamos a necesitar de su ayuda para que coopere.


Paula no pudo reprimir una sonrisa. Gracias a Dios, sonaba justo al Pedro Alfonso que siempre había conocido.


Y siempre amó.



*****



Sentado en la cama, con las sábanas cubriendo sus caderas, Pedro se quitó la bata del hospital y la arrojó en una silla. Una enfermera entró en la habitación e hizo una doble toma cuando vio su pecho desnudo.


— ¿Hay algo malo con su bata? —le preguntó tartamudeando las palabras, sin apartar los ojos de su cuerpo desnudo.


—Necesito mi ropa —gruñó.


Tenía que salir de esta cama, esta habitación, y encontrar a Paula. Tenía que asegurarse que estaba bien. Odiaba estar lejos, sin saber si estaba sufriendo.


—Sr. Alfonso—dijo un médico joven mientras daba un paso hacia delante— es un placer conocerlo.


No tenía el tiempo para esta mierda, para conocer a más doctores que querían exclamar oohh y ahh sobre sus heridas. La bala apenas le había rozado el muslo. Él estaba bien.


— ¿Qué pasó con mi ropa?


El médico se rió entre dientes.


—Estaba prácticamente destrozada —golpeando el gráfico que sostenía, dijo—: Estará contento con saber que el TAC que se le practicó salió normal.  Nada roto. ¿Cómo se siente ahora?


—Me siento bien. Tan pronto como consiga algo de ropa me iré de aquí. 


La enfermera miró impotente al doctor. El hombre se encogió de hombros.


—Me temo que no podemos dejarle ir todavía, pero podemos tratar de conseguirle algo de ropa.


—No sé si podré encontrar algo que le quede —dijo la enfermera, sonrojándose profusamente mientras gesticulaba hacia los hombros musculosos de Pedro y su amplio pecho.


—El Dr. Keyes tiene una estructura similar. ¿Por qué no va a ver si tiene un juego de ropa extra que pueda prestarle al Sr. Alfonso? —volviéndose de nuevo hacia Paula, le dijo—: Antes que me vaya, ¿podría decirme cómo lo hizo?


— ¿Hacer qué?


—Sobrevivir a esa caída. Podría haber muerto de una docena de formas diferentes. Pero no lo hizo.


Paula lo había necesitado. Él necesitaba regresar al sendero para poder salvarla a ella y a Agustina; y casarse con Paula. 


Esa había sido su motivación, lisa y llanamente.


—Tenía asuntos pendientes —y una mujer que amaba esperándole al otro lado.


Y entonces una mujer entró cargando un fardo de ropa, pero no era la enfermera.


Era Paula.






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