lunes, 19 de octubre de 2015

CAPITULO 50 (segunda parte)








El tiempo parecía ir más lento cuando el dedo del hombre se retorció en el gatillo. Y entonces, de repente, arena, tierra y agujas de pinos estaban azotando sus ojos y Paula notó el zumbido de las aspas de helicóptero que estaban rompiendo el silencio del bosque.


Sin verlo aún, Paula sintió la presencia de Pedro y se llenó de renovada fuerza.


Pero antes de que pudiera actuar, Agustina aprovechó la distracción del hombre, pateándolo con fuerza en las bolas, con éxito, haciéndole perder el equilibrio, el fuerte sonido de un disparo perdiéndose y chocando contra uno de los remolques.


Cuando las llaves cayeron de su bolsillo, a pesar de su evidente agotamiento y lesiones, su ruda hermana pequeña logró apoderarse de estas con sus manos atadas. 


Precipitándose hacia Paula, se puso a trabajar en deshacer las cadenas alrededor de su muñeca derecha.


Pero todo lo que Paula quería era que su hermana escapara.


—¡Dame las llaves y corre! —le suplicó a Agustina.


Pero la expresión obstinada de Agustina decía que no iba a ir a ninguna parte.


—No voy a dejarte —dijo con voz grave.


Pero segundos después, al ver que el hombre estaba de vuelta parado, Paula agarró las llaves con su mano libre y lo intentó de nuevo.


—¡Vete!


Esta vez Agustina comenzó a correr, pero estaba demasiado débil para ir más rápido que el hombre con el arma. Con su rostro furioso, él la agarró por los cabellos y la arrastró hacia el bosque.


Oh, Dios.Paula necesitaba deshacer las últimas cerraduras así podría correr detrás de ellos y salvar a su hermana, pero apenas podía trabajar con sus dedos entumecidos.


Y entonces, milagrosamente, Pedro estaba a su lado.


—La ha llevado al bosque. Tenemos que salvarla.


Tomando las llaves y rápidamente abriendo las cerraduras alrededor de su muñeca izquierda y tobillos, él desenredó sus cadenas con mano firme.


—Corre hacia el claro detrás de ti y espera en el helicóptero por nosotros.


Sin esperar a que estuviese de acuerdo, él corrió hacia el bosque, siguiendo los dos pares de huellas.


Los miembros de Paula se sacudieron cuando levantó una pierna sobre el asiento y se sostuvo a sí misma contra el manillar.  Confiaba en Pedro para hacer todo lo posible por salvar a Agustina y sabía que él quería que estuviera segura en el helicóptero, tal como ella había querido que Agustina corriera a la seguridad, pero no había manera en que pudiera sentarse y esperar al costado mientras él se enfrentaba a un hombre verdaderamente enloquecido.


No cuando las vidas de las dos personas que más le importaban estaban en la línea de fuego.


Avanzando tan rápido como podía sobre sus piernas parcialmente entumecidas, oró a cada paso para que Agustina todavía estuviera con vida. Corriendo más allá del último remolque, en la densa arboleda, su corazón se aceleró por una combinación de pánico y esfuerzo. Pero lo que vio delante hizo que su corazón casi se detuviese.


El hombre había empujado a Agustina al suelo, una bota en su cráneo.


Pero su arma estaba apuntando directamente a Pedro.



******



Mirando hacia el cañón de la pistola, Pedro sabía que tenía sólo unos segundos para actuar, cuando de repente oyó un chisporroteo familiar.


Una bengala.


Debería estar furioso porque Paula no lo hubiese escuchado cuando le había dicho que se metiera en el maldito helicóptero, pero ¿cómo podía estar sorprendido por su rapidez de pensamiento? Ella siempre había sido la persona más inteligente que conocía.


La mecha encendida voló por encima del hombro de Pedro, clavándose en el pecho del otro hombre. La camisa se le incendió y él se tambaleó hacia atrás.


Gritando de dolor, el hombre saltó por el bosque, dejando a Agustina allí tirada. Pedro y Paula se lanzaron hacia ella, pero Paula fue más rápida. Tirando de su hermana la levantó del suelo del bosque, hundiéndose en la tierra, sostuvo el cuerpo de su hermana en sus brazos.


Pedro volvió su enfoque hacia el hombre que casi había tomado todo de él, justo a tiempo para ver el arma apuntando hacia ellos. Con un rugido, justo cuando sonó un disparo, Pedro se lanzó hacia el hombre.


Hubo un fuerte tirón en su muslo, pero él ya había estado ignorando un dolor brutal por más de una hora. La nueva herida apenas se registró.


Luchando con el hombre, rodaron uno sobre el otro, la pendiente volviéndose más pronunciada y más precaria cada pocos metros. Echando un vistazo rápido hacia el bosque, Pedro se dio cuenta que estaban en el borde de un precipicio e iban aumentando la velocidad.


En el último segundo, soltó su agarre sobre el extraño, se estiró con su brazo sano, se apoderó de un tronco de árbol estrecho y se aferró por todo lo que valía la pena.


Las manos del hombre se deslizaron de alrededor de los hombros de Pedro,  sus ojos abriéndose con el repentino conocimiento de que iba a morir. Abajo, abajo, abajo cayó, sus gritos de auxilio haciendo eco a través del bosque.


Y entonces, sus gritos fueron repentinamente rotos por el sonido de su pistola estallando.


Todo quedó en silencio.


No era la primera vez que Pedro veía a alguien morir en las montañas. Pero era la primera vez que no iría a sacar el cuerpo.


Con la sangre goteando de su brazo, de su rostro, pero sobre todo de su muslo, Pedro sabía que tenía que ponerse a salvo. Su visión comenzaba a irse, se encaramó sobre un espeso arbusto que esperaba mantuviera su peso.


Levantó la vista hacia la montaña donde Paula todavía estaba sentada sosteniendo a su hermana, lágrimas corriendo por sus mejillas.


Ella estaba a salvo. Su trabajo estaba hecho.


Su cerebro y cuerpo finalmente podían apagarse.








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