El viento azotaba a través de los ojos de Paula, haciéndolos humedecer mientras se sostenía al manillar por su vida.
El hombre estaba conduciendo demasiado rápido, los árboles eran un borrón junto a ellos mientras él aceleraba por el camino lleno de baches. Ella seguía deslizándose, primero hacia un lado, luego al otro. Cerró los ojos contra el polvo del camino volando desde abajo de las ruedas, pero no pudo bloquear la imagen de Pedro cayendo fuera del sendero. Eso la perseguiría siempre.
Su captor se apretó contra ella y aunque le había dicho que estaba disgustado por la idea de tocarla, podía sentir la erección presionando en su trasero cada vez que golpeaban un bache.
¿Qué pasa si cambiaba de opinión acerca de violarla?
¿Qué pasa si ya había violado a Agustina?
La bilis subió a su garganta otra vez y junto con el mareo que sentía, casi arrojó todo por encima del manillar.
Vas a ver a Agustina muy pronto y luego van a encontrar la manera de alejarse de él.
Este mantra era todo a lo que podía aferrarse.
Su corazón se apretó y por un momento perdió el aliento al pensar en Pedro cayendo fuera del sendero. Estos últimos tres días con Pedro habían sido más de lo que jamás hubiera esperado. Sin embargo, no fueron suficientes.
Quería una vida entera.
Cuando la moto todoterreno terminó el camino, las manos de Paula rápidamente se entumecieron y sus piernas y trasero pronto la siguieron. No estaba segura de sí habían sido treinta minutos o dos horas para el momento en que él bruscamente pisó los frenos.
Su pecho voló contra el manillar y ella hizo una mueca de dolor cuando el hombre se bajó de la moto, alejándose sin deshacer los bloqueos que la mantenían cautiva.
Paula abría y cerraba sus manos para traer a la vida sus entumecidos miembros hasta que los hormigueos empezaron a dispararse por sus dos brazos. Parpadeando rápido para despejar la tierra húmeda de sus ojos, miró alrededor. Estaban estacionados al lado de un granero destartalado al final de una larga fila de andrajosos remolques viejos. Rodeada por las cajas de metal, era casi como ser una niña otra vez, salvo una gran diferencia.
No importa lo mala que fuese la vida en el parque de casas rodantes con su madre, nunca había temido por su vida.
—¡Agustina! —gritó, sólo en caso de que su hermana estuviese cerca, pero no hubo respuesta.
Y entonces el hombre volvió a aparecer, empujando a Agustina hacia adelante con su arma.
Aunque Paula estaba muy contenta de que su hermana estuviese viva, se quedó sin aliento por el estado en que se encontraba. Su rostro era un revoltijo de sangre y moretones, sus muñecas estaban atadas con cinta adhesiva y se veía terriblemente débil, como si pudiera caer inconsciente en cualquier momento.
—Me encontraste —dijo Agustina con los labios temblorosos.
Antes que Paula pudiera decirle a su hermana lo mucho que la amaba, que habría movido cielo y tierra para encontrarla, el hombre levantó la pistola y puso el cañón contra la cabeza de Agustina.
—Yo no conseguí decirle adiós a mi hermano —dijo, con sus manos y voz temblando de rabia—. Tú tampoco lo vas a hacer.
Paula frenéticamente tiró de sus cadenas, pero no había manera de que pudiera bajarse de la moto y salvar a su hermana.
Justo antes de que él apretara el gatillo, la mirada de Agustina fue constante, totalmente inquebrantable y Paula leyó, en los hermosos ojos color avellana de su hermana, todo el amor que nunca habían sido capaces de compartir la una con la otra.
*****
Pedro había estado corriendo por demasiados metros, demasiado rápido y sin nada de agua. Sus piernas estaban empezando a ceder y su pecho ardía. Con una fuerte brisa enviando los pequeños incendios que había encendido a trepar por los montones de arbustos de la montaña, tenía miedo de este estuviera a punto de convertirse en un escenario peor.
Sin otra opción más que la de seguir moviéndose hacia adelante, se empujó a través de otros 150 metros, sus músculos y tendones gritando con cada pisada. Los minutos se arrastraban mientras continuaba poniendo un pie delante del otro.
Los HotShot a menudo eran llamados superhéroes. Pero Pedro había estado haciendo ese trabajo el tiempo suficiente para saber que no lo eran. No eran más que hombres comunes y corrientes que a veces hacían cosas extraordinarias. Y al igual que cualquier otro hombre al borde de la deshidratación, él necesitaba agua.
O moriría.
Y luego, de repente, escuchó el agudo zumbido de las aspas de un helicóptero rompiendo en el silencio del bosque.
Utilizando lo último de su fuerza, Pedro trepó al borde del acantilado para tratar de hacerse ver en el siguiente claro.
Sin embargo, el helicóptero voló más allá de él.
Sin opciones, encendió su última bengala y la dejó caer sobre la hierba seca a unos pocos metros.
Los segundos pasaron, el fuego se volvió más caliente, pero Pedro se mantuvo firme. Y entonces, finalmente, el helicóptero se dirigió hacia él, su amigo, Will, al mando de los controles.
Con el espacio abierto demasiado estrecho para aterrizar la aeronave, Will dejó caer la escalera y se situó por encima de las llamas. Pedro dio un salto y se aferró a un escalón, ordenándole a su debilitado cuerpo que consiguiera meterse de una puta vez en el helicóptero, sin perder el conocimiento.
Will estaba en su radio dándole a los HotShot de las Montañas Rocosas las coordenadas de los incendios cuando Pedro finalmente logro meterse dentro. Por lo general, cuando los incendios forestales eran atrapados tan tempranamente, sólo se necesitaban un par de contenedores de agua para apagarlos. Pedro esperaba que en esta oportunidad se requiriera solo eso.
Y, sin embargo, incluso si las autoridades locales lo metían en la cárcel por provocar el incendio, no cambiaría lo que había hecho. No cuando usar las bengalas había sido su única oportunidad de volver a Paula.
Will subió las cejas hacia su línea del cabello, cuando dejó su radio y vio el estado de su cara, brazos y ropas, Pedro estaba empapado de sudor, suciedad y sangre.
—Bebe esto —dijo, entregándole agua a Pedro. Mientras apuraba la botella, Will dijo:
—Recibí una llamada de algún tipo de la comuna. Él dijo que tú y Paula se dirigían por este camino en busca de su hermana y me preguntó si tenía previsto sobrevolar la zona hoy. ¿Qué carajo está pasando?
—Es una larga historia —dijo Pedro, sabiendo que necesitaba conservar su energía—. Paula está en problemas. Un gran problema. Tenemos que encontrarla. He estado siguiendo las huellas de una moto todo terreno. ¿Qué tan bajo puedes volar?
—Lo suficientemente bajo.
—Vuela tan rápido y tan bajo como sea posible.
El helicóptero se comió la distancia un centenar de veces más rápido de lo que Pedro habría sido capaz a pie. Un puñado de minutos más tarde, las huellas salían abruptamente de la carretera hacia una densa arboleda.
—No puedo seguir las huellas más lejos —dijo Will.
—Encuentra un lugar para dejarme caer —ordenó Pedro—. Tienen que estar cerca.
A través de la densa cubierta de árboles, miraron hacia abajo a un pequeño parque de casas rodantes.
—Maldita sea —dijo Will—. Creí que todos estos remolques habían sido retirados el año pasado por el Servicio Forestal.
Justo en ese momento, Pedro vio un destello de color y movimiento. Arrojando la escalera del helicóptero de nuevo, la aseguró al borde de la aeronave.
—Acércate lo más que puedas. Voy a saltar.
Will no se molestó en decirle que estaba loco; simplemente se puso a trabajar colocando el helicóptero por encima de un pequeño agujero entre los árboles.
Pero cuando se disponía a descender, la sangre de Pedro se heló.
Paula estaba encadenada una moto todo terreno y el hombre que lo había empujado por la montaña sostenía una pistola en la cabeza de su hermana, a sólo metros de distancia. En el tiempo que le llevara llegar al suelo, tanto Agustina como Paula podrían ser asesinadas.
Al borde de luchar la pelea más dura de su vida, la furia se extendió por cada célula, por cada nervio.
Él iba a salvar a Paula, incluso si tenía que morir haciéndolo.
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