domingo, 18 de octubre de 2015
CAPITULO 48 (segunda parte)
Su cuerpo palpitaba en una docena de lugares diferentes, pero Pedro apenas se daba cuenta. Todo lo que había sido capaz de pensar en su larga caída fue que había dejado a Paula a merced de un extraño.
Arriba, en el camino de la montaña, sin suministros, sin nada para protegerse, ¿quién sabe lo que el loco bastardo iba a hacerle, disparar el arma o violarla?
Pensamientos sobre perder a Paula amenazaron con desbordarlo completamente, a pesar de que cualquier HotShot de su sequito sabría cómo seguir adelante, incluso cuando un incendio forestal se convertía en un clusterfuck.
El día que Cristian había sido quemado, se las había arreglado para hacerlo bien en la montaña y luchar contra el incendio forestal, sabía que ahora tenía que ignorar los punzantes y fuertes dolores disparándose desde su cabeza hasta los pies. Tenía que volver a ese sendero y salvar a Paula, maldita sea.
Lentamente, activando un doloroso grupo de músculo a la vez, Pedro se puso a sí mismo en posición vertical, soltando una corriente de maldiciones guturales en el silencioso bosque. Era casi como si los pájaros y animales supieran que había algo malo allí abajo y hubiesen decidido permanecer ocultos hasta que pasara el peligro.
Increíblemente, no se había desmayado. Unos quince metros, chocando con rocas, troncos de árboles y arbustos espinosos y había sentido cada maldita cosa. Si no fuera por el simulacro de arbusto de naranjo que había detenido su caída, estaría muerto. Él iba a plantar un maldito bosque de eso cuando regresara al Lago Tahoe.
La mochila seguía atada a su espalda, imaginaba que probablemente había evitado que su espalda se rompiera, pero la tela estaba casi completamente destrozada. Por el ligero peso de la misma mientras se movía, supuso que estaba bastante vacía. Tendría que arreglárselas sin su kit de primeros auxilios, la comida extra, el agua y suministros.
Todo lo que le había quedado para trabajar era una navaja y un puñado de bengalas que permanecían en los bolsillos de sus pantalones tipo cargo.
Agarrando un grueso tronco de árbol, se puso a sí mismo en posición vertical, encajando la punta de sus botas en una grieta entre las rocas.
Fue lento hacia la montaña. Sus articulaciones gritaban en agonía. Las laceraciones en su cabeza y rostro picaban cuando el sudor goteaba en ellas. Con cada pequeño y doloroso progreso, hacía un llamado a sus años de entrenamiento extremo en incendios forestales, pensando en cada situación mortal de la que había salido con vida.
Pedro había arriesgado su vida unas cien veces por desconocidos. Esta vez estaba dando todo por la mujer que amaba.
Finalmente, sus dedos se engancharon por encima del borde del sendero. Hasta ahora, había sido capaz de utilizar en conjunto los músculos de la parte superior e inferior de su cuerpo, una compensación para los otros cuando fueran necesarios, pero ahora tenía que confiar solo en la parte superior de su cuerpo para levantarse a sí mismo sobre la cornisa.
Cerrando los ojos, respiró hondo y se empujó profundamente en la zona, un lugar donde el dolor era irrelevante, donde todo lo que importaba era que su cuerpo obedeciera a su cerebro.
Tres, dos, uno, ¡arriba!
Los bíceps y tríceps de Pedro se sacudieron y su hombro izquierdo dolió como la mierda, pero se puso a sí mismo en la cornisa, boca abajo, y se quedó allí hasta que recuperó el aliento, luego se arrastró sobre sus manos y rodillas hacia tierra firme, dejando un rastro de sangre y sudor detrás de él.
Poniéndose de pie, se inclinó pesadamente contra la fría roca en el interior del sendero.
Estaba peor de lo que quería admitir.
Un paso a la vez, un pie delante del otro, era la forma en que iba a tener que hacer esto. Las huellas estaban claramente marcadas en el barro. Gracias a Dios por lo menos una cosa estaba de su lado.
Los primeros cuatrocientos metros fueron los más difíciles. Pedro se sentía como un potro recién nacido que estaba aprendiendo a caminar; tambaleándose, tropezando, luego levantándose y volviendo a intentarlo.
Era imposible ignorar los dolores punzantes a través de su rodilla derecha y la parte izquierda de su cadera, por lo que cedió a ellos en su lugar, dejando que el dolor fuera el combustible de su rabia, junto con su determinación de encontrar a Paula.
Finalmente, Pedro ganó velocidad, consiguiendo encontrar su ritmo en el sendero, a pesar de que era endemoniadamente más lento que de costumbre. No ayudó que fuera un paquete de sesenta y ocho kilogramos. Sin ningún tipo de vehículo, no los alcanzaría, pero se aferraba a la esperanza de que no estaba demasiado lejos.
Hasta que llegó al camino de tierra y vio las huellas de los neumáticos.
¡Joder! El hijo de puta debía haber escondido una moto todoterreno en el camino.
Pedro podría seguir fácilmente las huellas. Pero a pie, no tenía ninguna posibilidad de llegar a Paula lo suficientemente rápido.
Necesitaba ayuda, pero regresar a la Granja por refuerzos y llamar al equipo de HotShot de las Montañas Rocosas y a la policía estaba fuera de cuestión. Era probable que Paula estuviera muerta para el momento en que logara recorrer todo el camino por donde habían venido.
Sabiendo que tendría que arreglárselas solo, Pedro repasó las magras herramientas que tenía. El cuchillo podía ser útil más tarde, pero ¿qué pasaba con las bengalas? Todavía le quedaban cuatro.
En el mejor de los casos, las bengalas simplemente enviarían una señal de humo a cualquier aeronave que pasara. En el peor de los casos, podrían desatar un incendio forestal.
Como HotShot, iba en contra de todo lo que creía encender un reguero de pólvora a propósito. Los pirómanos siempre habían sido su peor enemigo, pero no podía perder el tiempo sintiéndose en conflicto con la elección que estaba haciendo.
Enfrentaría un centenar de cargos por incendio premeditado si eso significaba salvar a Paula.
Tirando de la tapa de una de las bengalas, se agachó y encendió un grupo de arbustos secos en el borde del sendero.
Viendo cómo se quemaban y el humo se movía a través de la montaña con el viento, esperaba como el infierno que Will y el resto del equipo de HotShot de las Montañas Rocosas estuvieran sondeando estas montañas cada hora en busca de incendios forestales. Si el viento se levantaba, las llamas podrían devastar el bosque en cuestión de horas, o girar sobre él y atraparlo en el fuego que había comenzado.
Siguiendo las huellas, de 10 centímetros de la moto, por el camino de tierra a pie, continuó encendiendo bengalas cada novecientos metros hasta que llegó a la última. Rezando para que alguien en el equipo de HotShot local leyera su señal de humo, mantuvo la última bengala de reserva.
Pedro continuó haciendo su camino por el sendero, sus piernas y pulmones ardiendo, sudor empapando su ropa, rezando todo el tiempo para que Paula siguiera viva.
Mantente fuerte, cariño, pidió en silencio. Voy por ti.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario