domingo, 18 de octubre de 2015
CAPITULO 47 (segunda parte)
La sorpresa la paralizó, haciendo que sus dedos se deslizaran fuera de los pernos de metal. Estaba resbalando por la roca, pero en lugar de golpear el sendero y caer por el borde hacia su muerte, fue capturada por el hombre que había empujado a Pedro. ¡No!
Manos sujetaron su tráquea y jadeó en busca de aire. Tenía que encontrar la manera de escapar de este hombre e ir a buscar ayuda para Pedro.
Si todavía estaba vivo después de la caída. Si incluso lo podía encontrar.
Mientras luchaba por abrirse camino fuera del fuerte agarre del hombre, su mente, su corazón y su cuerpo estaban todos revueltos ante la idea que Pedro muriera.
Desde la primera vez que lo había conocido, él había sido más grande que la vida. Después de todos los riesgos que había tomado en su vida como un HotShot, después de todos los incendios que había aventajado, se negó a creer que pudiera morir así.
Tenía que estar vivo. Ella sabría si estuviera muerto, ¿no es así?
¿O sólo era una mentira que se decía a sí misma para poder seguir adelante sin él? Especialmente cuando después de diez años de obstinadamente negar su amor el uno por el otro, había sabido en su interior que estaban al borde de un nuevo comienzo.
No de un terrible final.
Los dedos del hombre se apretaron más fuerte alrededor de su cuello y escalofríos la alcanzaron al mismo tiempo que su visión se volvía borrosa.
—No te desmayes sobre mí, perra —el hombre gruñó, dejando de estrangularla, justo a tiempo.
Cuando tomó grandes bocanadas de oxígeno y los borrosos puntos negros finalmente se desvanecieron de su visión, se dio cuenta que estaba mirando directamente hacia el cañón de su pistola.
—Tipos duros y grandes como esos, uno pensaría que soportan más de una pelea. Pero elegí el lugar perfecto —se jactó el hombre. —No hay manera que haya sobrevivido a esa caída. Se lo merece por estar en mi camino. Siempre protegiéndote. Ahora que me he librado de él, eres toda mía.
Una niebla espesa y turbia llegó hasta ella, arremolinándose en su cabeza, amenazando con derribarla. Se había desmayado solo una vez antes, cuando había trabajado demasiadas horas bajo las luces calientes sin un descanso y eso era exactamente lo que había sentido antes de caer.
—Levántate.
Todo le daba vueltas mientras rodaba sobre sus manos y rodillas. La bilis le subió a la garganta y de alguna manera la calmó, sabiendo instintivamente que no debía mostrar su miedo.
Poniéndose de pie contra la pared de roca, se volvió para mirarlo. Sus fríos y vidriosos ojos, su retorcida boca y sus temblorosas manos de nudillos blancos le dijeron lo desquiciado que estaba.
Nunca había visto a nadie tan enojado. Tan mortal.
— ¿Qué quieres de mí? —finalmente logró sacar desde su garganta magullada.
—Mataste a mi hermano.
Ella miró fijo hacia el desconocido, llena de incredulidad. ¿De qué estaba hablando?
—Nunca he lastimado a nadie —protestó de inmediato—. Debes haberme confundido con otra persona.
Él sacudió la pistola hacia ella, su dedo posicionado sobre el gatillo.
—Oh no, yo sé exactamente quién eres. La grandiosa y fantástica estrella de televisión. Todo el mundo quería un pedazo de ti en el hospital. Pero a nadie le importaba un carajo mi hermano.
¿Él había estado en el hospital? Algo chispeó en el fondo de sus recuerdos, pero la falta temporal de oxígeno seguía haciendo estragos en su sinapsis.
—Jacobo está muerto por tu culpa. Y ahora vas a pagar.
Prácticamente escupió las palabras y ella retrocedió ante la fuerza de su furia.
—Te lo juro, no conozco a nadie llamado Jacobo.
Pero él no estaba interesado en sus reclamaciones.
—Date la vuelta y empieza a caminar —dijo, metiendo el arma en sus costillas.
Temporalmente sin opciones, hizo lo indicado. ¿Era posible que este tipo fuera algún fan suyo que había perdido los estribos después de la muerte de su hermano? ¿Había, de alguna manera, fabricado un escenario imaginario donde ella había matado a su hermano y por eso la llamaba asesina?
Y si era así, ¿tenía alguna posibilidad de conseguir que comprendiera la situación real?
Varios años atrás, cuando había estado trabajando como asistente para uno de los espectáculos en la estación, había oído hablar a una víctima que sufrió una violación y cómo se había escapado de su captor. Se puso a hablar con él sobre su vida, sobre por qué estaba haciendo algo tan horrible, y en última instancia, la dejó escapar.
Rezando para que una táctica similar pudiera funcionar, dijo:
—Tengo una hermana y sé lo difícil que sería para mí si algo le sucediera. Realmente lamento que tu hermano muriese y sé que todos los demás también lo sienten.
Pero en lugar de ablandarse, el hombre empujó el arma en la parte baja de su espalda, aún con más fuerza.
— ¿Crees que me importa una mierda que lo sientas? ¿Crees siquiera que te creo, perra mentirosa? Tú te fuiste con un par de moretones, ¡mientras que mi hermano murió!
¿Me fui con un par de moretones?
Unos instantes más tarde, lo entendió. Este demente estaba hablando sobre el accidente de coche.
Se llevó la mano a la boca con horror.
— ¿Estás diciendo que tu hermano conducía el otro coche?
—Por supuesto que eso es lo que estoy diciendo. Estabas demasiado ocupada con los periodistas como para preocuparte por mi hermano muerto.
Su amarga acusación la hizo tropezar. Él agarró la parte posterior de su camisa en su puño antes de que cayera.
—Lo juro —dijo de nuevo— el choque fue un accidente. Y no me da igual lo que le pasó a tu hermano. Cuando la doctora me dijo que él murió, estaba horrorizada. Si pudiera cambiar lo que pasó para que tu hermano volviera contigo, lo haría.
—¡Que montón de mierda! Tú eres rica, famosa, piensas que eres tan importante. Probablemente te estabas pintando los labios en lugar de prestar atención a la carretera.
Todas sus acusaciones eran falsas, pero decirle la verdad no ayudaría. No cuando él ya la había juzgado y condenado.
Su cerebro zumbaba mientras trataba de pensar en algo, cualquier cosa, que pudiera decir para influir en él.
Entonces dijo:
—Voy a hacer que pagues por lo que le hiciste a mi hermano. Y voy a usar a tu preciosa hermanita para hacerlo.
Ella jadeó, olvidándose momentáneamente del arma y moviéndose hacia él.
— ¿Tú eres el que secuestró a Agustina?
—Puedes ser bonita —se burló— pero seguro que no eres inteligente,¿verdad?
Él pensaba que había matado a su hermano. Por supuesto que había secuestrado a su hermana. Agustina era el medio perfecto para su venganza. Agustina había dicho que un tipo la había agarrado en el estacionamiento del hospital.
Este era el tipo.
Pura rabia reemplazó el miedo mientras todo el feroz proteccionismo que Paula jamás había sentido por Agustina se hinchaba y la llenaba de la cabeza a los pies.
—Si le has hecho daño, yo…
Su amenaza fue interrumpida por el golpe de la pistola contra su pómulo. La fuerza la derribó contra la roca y podría haber caído por el borde del sendero al igual que Pedro, si el hombre no la hubiera agarrado del pelo en su camino hacia abajo.
—Por si no te has dado cuenta a estas alturas, no puedes hacer nada contra mí. Yo soy el que está al mando ahora. Nada de tu dinero o fama significan una maldita cosa aquí —sus ojos tenían un fuerte destello de satisfacción—. Así que muévete hacia adelante o te disparo aquí mismo y nunca más verás a tu hermana de nuevo.
Visiones de Agustina siendo herida por este hombre y luego otras de Pedro cayendo por el acantilado la asaltaron. El corazón de Paula se apretó con dolor.
Los chicos del equipo de Pedro solían decir en broma que era sobrehumano, capaz de correr más rápido que una bola de llamas en un solo salto. De alguna manera tenía que seguir creyendo que si alguien podía sobrevivir a una caída fuera del acantilado, ese era Pedro.
Casi podía oírlo diciéndole, “No te preocupes por mí. Solo concéntrate en mantenerte con vida. Vendré por ti. Lo prometo”.
A medida que el hombre la empujaba más lejos por el sendero, trató de pensar que podría ofrecerle para que entrara en razón. Prácticamente, lo único que tenía era dinero. Pero a pesar de que sabía que nada podía traer a su hermano de regreso, ella aún tenía que darle una oportunidad.
—Deja ir a Agustina y te pagaré lo que quieras.
Oyó la risa áspera detrás suyo.
—Sabía que dirías eso. Las perras ricas como tú, probablemente piensan que pueden comprar lo que quieran. Apuesto a que nunca has tenido que trabajar un día en tu vida. No como el resto de nosotros.
—Te equivocas sobre mí —le dijo, aunque sabía que no iba a cambiar de opinión—. He trabajado duro. Muy duro. Para proporcionar una buena vida a mí hermana. Es por eso que entiendo cómo te sientes.
Empujó la pistola aún más fuerte en el punto blando debajo de sus costillas.
—Tú dinero no va a hacer que Jacobo vuelva.
—Por favor, sólo déjala ir y te daré lo que quieras —le rogó, queriendo hacerse entender claramente—. Lo que sea.
—Estúpida zorra. No te follaría ni aunque fueras el último coño de la tierra. Ahora cállate y sigue adelante.
Con la pistola en su espalda, no tenía más remedio que seguir avanzando por el estrecho sendero, más lejos de Pedro, pero, con suerte, más cerca de su hermana.
Quería que él pensara que se había dado por vencida, pero no lo había hecho. No por mucho. A cada momento buscaba una oportunidad para escapar. Así que cuando el estrecho sendero por fin cruzó un camino de tierra mucho más amplio, pensando que era su mejor oportunidad para hacer algún daño, hizo un movimiento que había aprendido en la clase de defensa personal.
Pateando detrás suyo, le clavó en la rótula la suela de su zapato, luego corrió tan rápido como pudo.
El sonido de la explosión de un arma perforó sus oídos y ella instintivamente se tiró al suelo.
Dándose cuenta rápidamente de que había esquivado la bala, se apresuró a levantarse, pero antes de que pudiera volver sobre sus pies, unas manos estaban tomándole el pelo y tiraban de ella a través de la tierra.
—Pequeña perra tramposa. Eres igual que tú hermana. No te atrevas a joderme de nuevo o me aseguraré de que la bala no se pierda la próxima vez. Tus fans podrían pensar que no eres tan bonita con la mitad del rostro destrozado.
La empujó hacia adelante con la bota y se dio cuenta que estaba mirando hacia un neumático negro.
—Súbete a la moto —dijo, señalando a una sucia moto estacionada en los arbustos justo fuera del camino de tierra.
Finalmente aceptando que lo más importante era llegar a Agustina en una sola pieza, y orando para que las dos pudieran llegar a un plan de escape una vez que estuvieran juntas de nuevo, Paula se sentó a horcajadas sobre el asiento de cuero mientras él esposaba sus brazos y piernas a la moto con afiladas y finas cadenas que cortaban su piel.
A pesar de que trató de prepararse mentalmente para su toque, no pudo evitar temblar de asco cuando él se subió a la moto detrás de ella y le dijo:
—Te llevaste a mi hermano. No puedo esperar a que me veas llevarme a tu hermana.
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