sábado, 17 de octubre de 2015

CAPITULO 46 (segunda parte)








Con la ayuda de Pedro, había enfrentado parcialmente el miedo a las alturas antes de llegar a la Granja, pero aun así la mataba tener  que ir despacio, cuando todo lo que quería era correr arriba y abajo por el sendero hasta encontrar a Agustina.


—Creo que deberíamos tomar un descanso  —dijo Pedro después de que hubieran estado arrastrándose a lo largo del camino casi durante dos horas completas.


Ella negó con la cabeza.


—En realidad quiero llegar al sendero principal donde dijeron que fue divisada, antes de que nos detengamos.


Caminando con cuidado, continuó avanzando, asegurándose de mantener siempre una mano en la pared rocosa a su lado para sentirse más estable.


Gracias a Dios Pedro iba a menos de treinta centímetros tras ella. Sabía, sin duda, que estaría allí para atraparla si comenzaba a caer.


Nunca se había sentido cómoda con lo mucho que lo necesitaba. Pero esta búsqueda de Agustina había roto lo que le quedaba de su estúpido orgullo. Ella no había tenido opción excepto aceptar su oferta de ayuda en el hospital. 


Tres días más tarde, su anterior independencia le parecía menos grandiosa y más solitaria.


Finalmente, tenía algo real a lo cual aferrarse. Tenía el amor de Paula. Él la amaba.


Sólo pensar en esas dulces palabras le quitaba el aliento.


Diez años después de la primera vez que se conocieron, considerando los diferentes caminos que sus vidas podrían haber tomado, en lugar de haber encontrado el amor y creado familias con nuevas personas, se habían redescubierto el uno al otro.


Era una segunda oportunidad después de todo.


Y no era menos que un milagro.


Paula no estaba ciega ante el hecho que todavía tenían muchas decisiones ante ellos.Dónde vivir, cómo manejar sus diferentes carreras.Pero se sentía confiada en que lo solucionarían todo. Y en que realmente habían superado su pasado.


Si simplemente se encontrara tan segura sobre encontrar a Agustina.


Por favor, rezó en silencio, necesito encontrar a Agustina hoy, allí arriba en esas montañas.


Sus súplicas apenas habían flotado hacia el universo cuando giró en una esquina y se detuvo en seco.


El estrecho camino que habían estado siguiendo había sido borrado. El musgo parecía fresco, probablemente ocurrió durante la tormenta de la noche anterior.


—El camino ha desaparecido, Pedro —dijo ella con voz apagada. Incapaz de evitar marearse—: ¿Y si las otras secciones han sido eliminadas y la policía tampoco puede llegar aquí arriba?


En lugar de responder, Pedro se desabrochó la mochila y sacó varios pernos de escalada.


—Voy a escalar y ver lo lejos que estamos del sendero que dejamos atrás — antes de avanzar, alzó la barbilla de ella con un dedo—. No te atrevas a  preocuparte; esto es sólo un bache menor en el camino.


Ella se obligó a sonreír un poco, intentando desesperadamente mantener la fe.


Tras volver a ponerse su mochila, Pedro comenzó a trabajar rápidamente atornillando los pernos en la roca junto a ellos, utilizándolos como sujeción para las manos y pies y así poder escalar por encima de la roca. Demasiado pronto, desapareció de la vista.


Durante tres días, sólo la había dejado una vez, cuando la cabaña se había incendiado en el campamento. Después de diez años sola, sesenta segundos sin él tenían palpitando su corazón, especialmente cuando su cerebro rebobinó la conversación que acababan de tener antes de dirigirse hacia aquí: “¿Y si algún fan degenerado cree que este es el camino perfecto para finalmente encontrarte, arriba en las montañas con nadie más alrededor?”


No podía comprender por qué alguien querría llegar a causarle este tipo de problema. Pero aun así, se encontró a sí misma mirando hacia el bosque con ojos cautelosos, incluso el sonido de los pájaros y el crujido de las hojas en la brisa parecían sospechosos.


Dios, cómo odiaba permanecer impotente en este sendero esperando a que Pedro regresara.


Fue entonces cuando la idea la golpeó; no necesitaba esperar. Sabía cómo escalar la roca, y había dejado la mayor parte, si no todo, de su miedo a las alturas tras ella en esa primera roca a la que se enfrentó con Pedro dos días atrás.


Estaba  extendiéndose hacia el primer conjunto de pernos cuando escuchó voces.


Pero, ¿con quién podía estar hablando Pedro allí arriba en un sendero sin marcar en mitad de la nada?


Su primer pensamiento fue que la policía ya había llegado. 


Pero incluso desde la distancia lo que estaba escuchando no parecía una conversación amistosa.


Oh Dios, pensó con creciente alarma, ¿había estado Pedro en lo cierto? ¿Era el soplo anónimo una trampa?


Sabía lo que le diría; él insistiría en que se diera la vuelta, regresara a la Granja, llamara a la policía y esperara en algún lugar seguro por su regreso. Pero no había forma en que ella pudiera dejarle defenderse por sí mismo.


Pedro la había salvado muchas veces. Ahora era su turno de salvarlo.


Alcanzando los pernos, subió dejando el sendero. Su corazón inmediatamente comenzó a latir a toda velocidad, sus palmas comenzaron a sudar,  y sus piernas temblaron como locas. Pero incluso cuando su cuerpo aún estaba dudando sobre si ella podía hacer esto, su corazón sabía lo contrario.


Pedro le había enseñado a cómo no tener miedo.


Respirando lenta y profundamente para calmarse, puso toda su atención en subirse sobre la roca, rehusándose a dejar una mísera pizca de espacio para que el miedo la arrastrara.


Conforme escalaba, los gruñidos y las maldiciones desde el otro lado del sendero se hicieron más altos, más intensos. 


Moviéndose tan rápidamente como pudo sobre la roca sin resbalarse, finalmente subió lo bastante para ver hacia abajo por el otro lado del sendero.


Contuvo la respiración ante el extraño apuntando un arma hacia Pedro. Pero, en lugar de retroceder, Pedro se echó sobre el hombre, golpeándolo fuerte contra la roca junto al sendero. A ella le parecía que algo en el rostro del hombre le era vagamente familiar, pero no tenía tiempo de intentar situarle, no cuando necesitaba encontrar un modo de evitar que Pedro recibiera un disparo.


Conforme ella trepaba a través de la roca más rápido de lo que había pensado que podría, Pedro alzó la mirada.


—Paula, ¡qué demonios haces aquí! —gritó, distrayéndose momentáneamente al verla.


Y entonces, como en una película a cámara lenta, el hombre emitió un tremendo rugido y empujó a Pedro con todas sus fuerzas.


Su boca se abrió y pensó que gritó conforme las botas de Pedro se deslizaban en el resbaladizo sendero y su pesada mochila tiraba de él hacia el borde, enviándolo volando a través del delgado aire de la montaña.







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