domingo, 11 de octubre de 2015
CAPITULO 24 (segunda parte)
Pedro no estaba seguro de si le gustaba lo que estaba sucediendo. Era demasiado fácil admirar lo bien que Paula estaba comportándose en el río, sobre todo teniendo en cuenta que ella era instintivamente mejor haciendo rafting que la mayoría de los chicos que iban con él durante sus meses de vacaciones.
Y era condenadamente difícil no notar lo hermosa que era.
Incluso con un chaleco salvavidas cubriendo sus curvas y un casco sobre su pelo aplastado, estaba fascinado por el leve rebote de sus pechos, y su lengua recogiendo una gota de agua de sus labios.
Forzando su mirada hacia su cara, era inquietante leer toda una serie de preocupaciones en su expresión.
Al principio, su cara era una imagen de concentración y él había estado feliz de que el río le estuviera dando una razón para pensar en otra cosa que Agustina por lo menos durante unos minutos. Pero ahora, no era difícil adivinar que estaba pensando en los peores escenarios.
Él simpatizaba con ello. Si estuvieran buscando a Cristian, habría sido un desastre, también. Pero hacer búsqueda y rescate le había enseñado que una vez que pierdes la esperanza, estas jodido. No podía permitir que el miedo la paralizara, especialmente cuando remar por aguas blancas debía tomar cada gramo de su atención.
Ya era hora de un descanso y algo de comida. Tal vez incluso unas palabras de ánimo, si podía encontrar la manera de lograr eso cuando todavía estaba vadeando a través de un espeso pantano de deseo y deterioro de su auto-control.
Él los condujo a una pequeña playa en la curva de los acantilados.
— ¿Por qué nos detenemos? —preguntó Paula.
—Comida. Estamos quemando rápidamente nuestras reservas y debemos mantener alta nuestra energía.
Abrió la boca, probablemente para discutir con él, pero la interrumpió al paso con:
—Y necesitas darle a tu cuerpo un descanso. El rafting es bastante difícil, pero hacerlo después de un accidente como el tuyo bordea la locura.
Se había dado cuenta de que estaba frotando su hombro izquierdo. Remar era un trabajo duro. Sólo un día después de su accidente tenía que estar rígida y dolorida por todas partes.
Dadas sus ropas mojadas y la brisa enérgica batiendo por el turbio río, Pedro decidió sacar una estufa de campamento y algunas bolsas de comida deshidratada para ayudarlos calentarse antes de seguir de nuevo, y probablemente volcarse otra vez en el río helado.
— ¿Cuándo aprendiste a cocinar? —le preguntó ella mientras él ponía la comida.
—Desearía saber —se lamentó él—. Te aseguro que esto probablemente sabrá terrible.
Fue bueno ver una pequeña sonrisa en su rostro mientras se burlaba de él:
—No lo sé. Una parte de mí puede verte lanzar cuchillos en una cocina. Sería algo caliente, en realidad.
Sus mejillas se encendieron al darse cuenta de lo que había dicho. Para Pedro, en lugar de la sangre corriendo hacia su la cara, fue directo a su entrepierna.
Él agarró la cuchara de metal, con la que estaba revolviendo, tan fuerte que casi la partió en dos.
—Está ventoso y no quiero que termines con hipotermia. Ve a ponerte ropa seca.
Su tono brusco no hizo nada para ocultar su deseo.
Eso en cuando a darle unas palabras de ánimo. Más bien iba a echarla sobre la arena y tomarla como un animal si no conseguía un poco de control.
Paula se alejó rápidamente, claramente más que feliz de alejarse de él. Unos minutos más tarde, después de cambiarse detrás de un par de árboles y de poner sus pantalones y camisa mojados a lo largo de algunas rocas planas en la arena, él le dio un recipiente de acero inoxidable.
—Es arroz y pollo.
Ella miró hacia los grumos grises en el recipiente.
— ¿En serio?
—Eso es lo que dice en el paquete.
Ella le dio un mordisco e hizo una mueca.
—Um, wow. No estoy segura que sea legal para ellos asegurar que esto es arroz y pollo.
Él se tragó la risa. Después de los lujosos restaurantes de mantel blanco a los que probablemente estaba acostumbrada, estuvo impresionado cuando continuó llevándose ese lío desagradable a la boca.
—La mayoría de la gente se pone verde más o menos a la mitad del sobre de alimento de campamento.
Después de tragar otro duro y grumoso bocado, dijo en voz baja:
—Comeré lo que sea que tenga si eso significa encontrar a Agustina.
Tal como había sospechado, sus miedos por Agustina estaban consumiéndola.
Bien, entonces, intentaría otra táctica.
—Lo estás haciendo bien en el río. Muy bien.
— ¿Cómo puedes decir eso cuando casi nos maté ahí atrás?
—El río casi nos mató. Hay una gran diferencia.
Sus ojos se encontraron y sintió como si hubiera pisado una línea eléctrica. Sus dedos dolían por envolverse alrededor de sus curvas. Sus labios quemaban con la necesidad de probar su boca. Y él estaba enorme y palpitante debajo de su cremallera.
Intentando una vez más mantener su mente fuera de Agustina, mientras esperaba permanecer en un terreno más seguro, dijo:
—Háblame de tu trabajo. ¿Te gusta?
Ante su expresión de desconcierto, de repente se sintió como si tuviera trece años y tratase de hablar con una muchacha bonita por primera vez. Pero no podía decirle que estaba tratando de desviar su atención de sus preocupaciones. Nunca tendría éxito si ella sabía su objetivo.
—Claro —dijo—. Es grandioso.
Claramente, ella era la que solía hacer las preguntas, en vez de responderlas.
Tratando de sacarle más, le preguntó:
— ¿Cómo empezaste?
Luciendo aún más confundida, respondió:
— ¿En serio quieres saber?
Él se encogió de hombros, tratando de actuar como si fuera perfectamente natural estar haciendo estas preguntas. A decir verdad, ahora que había empezado por este camino, quería saber sus razones para escoger la TV.
—Muchas cosas pueden cambiar en diez años —respondió él.
Todo, excepto lo mucho que la deseaba... y lo jodidamente inútiles que habían sido esos sentimientos la primera vez.
—Realmente quiero saber.
Específicamente, si estaba saliendo, o durmiendo con alguien, a pesar de que no era de su maldita incumbencia.
—Está bien —dijo lentamente—. Conseguí un trabajo detrás de escenas en otro programa que Elena estaba produciendo y con el tiempo me ofrecieron mi propio programa.
Lo hizo sonar muy simple, pero supuso que había trabajado duro para llegar a donde estaba. La gente no tenía el tipo de piedras que ella tenía en sus orejas y esos suaves y elegantes suéteres que había usado en el hospital, sin poner esfuerzo propio.
Además, él siempre había sabido lo inteligente que era. Ella había sido la única que no había parecido totalmente convencida, probablemente porque su mala madre no había hecho una sola cosa para animar a su hija de dieciocho años.
No iba a dejar que actuara como si sus logros no fueran la gran cosa. Lo eran.
—Parece que es un buen ajuste para ti —dijo él—. Ya sabes, hablar con la gente, hacerles preguntas. Siempre has sido curiosa acerca de las cosas.
—Tienes razón. Mi programa es una buena opción. La verdad es que me encanta —ella se movió en la arena—. De hecho, Agustina es parte de la razón por la que elegí la TV. Sentí que necesitaba un trabajo de alto nivel para que el Estado me confiara su cuidado.
Se detuvo, hizo un círculo en la arena con su dedo y él sintió que estaba a punto de decir algo más.
—Y creo que después de sentir que no tuve una voz por tanto tiempo, viviendo con mi madre en el parque de remolques, quería sentir que era alguien, si es que eso tiene sentido.
—Tiene mucho sentido —se encontró diciendo—. Yo siento lo mismo por mi trabajo. Sabiendo que estoy haciendo una diferencia en las vidas de las personas. Es una buena cosa.
Ella se mordió el labio y él se preguntó por qué, de repente, parecía tan insegura de sí misma.
—Haces cosas tan increíbles todos los días,Pedro. Lo que yo hago no es tan importante.
Odiaba oírla menospreciarse a sí misma.
—No es necesario apagar incendios para hacer una diferencia.
¿Pero no había hecho él lo mismo que ella estaba haciendo ahora, inmediatamente asumiendo que tenía que estar mirando hacia abajo sobre él y su salario?
¿Cuánto de la dicotomía de cuello azul y cuello blanco estaba en su cabeza? ¿se estaba sintiendo amenazado por ella?
Después de tratar de convencerse a sí mismo de que su nuevo aspecto brillante no era más que una máscara falsa, pudo finalmente admitir que los cambios que ella había hecho no eran necesariamente malos.
Además, ¿cómo podría él culparla por alejarse del parque de remolques y hacer algo por sí misma?
— ¿Qué hay de ti? —dijo ella, moviéndose en la arena para obtener una mejor visión de él.
Oh mierda, accidentalmente había abierto una lata de gusanos al preguntarle sobre su trabajo. Con la esperanza de cortarla al paso, dijo:
—Mi vida es más o menos lo mismo que siempre fue.
Excepto por el bache tras su marcha, el cual le hizo estar casi al borde de perderlo todo.
Sin dejarse intimidar por su lacónica respuesta le contesto:
— ¿Todavía vives en la misma parte de la ciudad?
Diablos no, no podía soportar conducir a través de los mismos barrios donde a menudo habían caminado a altas horas de la noche, cuando había luna llena.
—Estoy más cerca de la playa.
Ella se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en sus rodillas, estaba cien por cien centrada en él.
— ¿Qué pasa con la guitarra? ¿Sigues tocando?
Sólo un puñado de personas sabía que él tocaba. ¿Cómo podía haber olvidado que Paula era una de ellas? ¿O que las únicas canciones que había escrito habían sido canciones de amor de tres acordes dedicadas a ella?
Él se encogió de hombros.
—No he tocado en mucho tiempo.
No tenía intención de admitir que no había tocado su guitarra desde el día en que ella se fue. ¿Cómo podía, cuando cada nota que tocaba le recordaba a ella?
Claramente frustrada con su reticencia, le preguntó:
—Debes ser uno de los chicos más establecidos en el equipo de Tahoe Pines, ¿verdad?
—Lo soy. Como puedes imaginar —dijo, bajando la guardia por un momento—. No me opongo a patear los culos de los novatos de la cuadra cuando lo necesitan.
Ella le sonrió.
— ¿A quién más conozco en el equipo actual?
—Sólo a mí y a Leandro.
Mierda, ¿cómo había podido olvidar a su hermano?
—Y a Cristian, por supuesto.
Hablar de su hermano se sentía como aventurarse de nuevo en un campo de minas, por lo que se apresuró a decir:
—En la pretemporada he estado ayudando a liderar algunos tours de aventura para la compañía de un amigo.
—Ah, así que es por eso que sabes cómo hacer todo esto —hizo un gesto a su equipo y el río—. ¿Hay alguna posibilidad de que consideres hacer un segmento en compañía de tu amigo para mi programa, en algún momento? Es justo el tipo de cosas que mis espectadores aman.
Oh, mierda, no podía permitirse pensar en el futuro. Acerca de volver a verla. O, peor aún, no volver a verla.
—Se está haciendo tarde. Deberíamos volver al río.
El dolor brilló en su cara antes de que ella lo alejara.
—Voy a limpiar nuestros platos —dijo, agarrando todo y dirigiéndose hacia el agua.
La fina tela de su pantalón delineaba la curva de sus caderas, los músculos tensos de sus muslos. Cuando se arrodilló en la arena para lavar los vasos de metal, a pesar de que sabía que no debería estar mirándola, no podía apartar los ojos.
Desde el primer momento en que la había conocido, la había deseado. Intensamente. En todo caso, los años entre ese primer encuentro y el presente sólo habían hecho que su anhelo se volviera más fuerte.
El agua había lavado su maquillaje, y sin las ropas de lujo y el peinado, lucía más como la chica de dieciocho años de la que se había enamorado.
Terminando de sacudir los vasos, ella se apartó del río y lo capturó mirándola. Sus ojos se abrieron, sus pezones alcanzaron su punto máximo al percatarse de ello. Pedro sabía que sería la cosa más fácil del mundo bajarla sobre la arena y liberar sus deseos reprimidos.
Diablos, no. No podía ir allí de nuevo.
Rápidamente empacó la comida y la estufa y regresaron al río, un incómodo silencio se cernió entre ellos otra vez.
Maldita sea, ¿había algo de lo que pudieran hablar que no fuera un campo de minas?
Guiando la balsa alrededor de una curva cerrada después de varios minutos de fácil descenso, de repente miró a lo lejos, sin poder creer lo que veía.
Iban justo hacia un colador.
Formado por árboles en las orillas, con montones de grandes rocas en el medio, un colador era increíblemente técnico y peligroso. El agua podía fluir a través de este, pero una balsa no.
En especial, no una moviéndose así de rápido.
Si él hubiera estado en la balsa solo, o con Cristian, habrían tenido una mejor oportunidad de pasar a través del colador sin demasiados huesos rotos o una conmoción cerebral.
Pero con un novato total a su lado, Pedro tenía que pensar rápido.
—Prepárate para saltar.
Paula giró la cabeza para mirarlo.
— ¿Estás bromeando?
A medida que se acercaban al colador, apenas tuvo tiempo de decir:
—Vamos a saltar juntos —antes de envolver sus brazos alrededor de su cintura y ponerla sobre su regazo.
Estaba rígida en sus brazos y él sabía que tenía que moverse antes de que tratara de apartarse.
—Toma una respiración y sostenla —dijo, y luego estaban cayendo en las turbulentas y torrentosas aguas.
Usando su cuerpo para amortiguar la caída, sintió que ella comenzaba a entrar en pánico un momento demasiado tarde. Paula se deslizó fuera de su agarre y su cabeza se hundió.
La balsa voló sobre el agua hacia la pared de ramas de árboles y rocas, y sabía que si él no llegaba a ella pronto, también se estrellaría contra esa pared. Nadando con fuerza a través de la corriente, se golpeó la rodilla contra una roca y apenas se estremeció.
¿Dónde diablos estaba?
No podía ver su cabeza o cabello por encima de las aguas blancas y un millar de imágenes agonizantes cruzaron por su cerebro.
Finalmente, la cabeza de Paula se levantó de la espuma blanca. Haciendo caso omiso de la quemazón en sus brazos, piernas y pulmones, Pedro se lanzó a sí mismo a través del agua y se estiró por ella. Casi había agarrado su camisa, casi agarró sus brazos, cuando ella se hundió bajo la superficie del agua.
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